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Los científicos que quisieron convertir los cadáveres en estatuas de metal

Ilustración del libro 'Victorian Inventions', de Leonard De Vries, en el que figura el invento

Ilustración del libro ‘Victorian Inventions’, de Leonard De Vries, en el que figura el invento

Al igual que las estatuas conmemorativas, se trataba de recordar a familiares y seres queridos tras su muerte, con la diferencia de que el interior de la escultura contenía los restos mortales.

El electroplateado o galvanoplastia es un procedimiento para dar forma al metal mediante la electricidad. Aplicada a la preservación de cadáveres, la idea se perfila como una fantasía victoriana y retrofuturista que cuesta creer que existiera. El cuerpo se debía preparar para ser conductivo pulverizándole nitrato de plata en una campana de cristal. Tras el tratamiento, había que bañarlo en sulfato de cobre para crear una capa de un milímetro del metal sobre la piel.

Hay varios recortes de prensa a partir de 1880 que documentan la técnica y venden sus bondades como una mezcla de efectivo embalsamamiento, logro sanitario y arte. Parece ser que la idea la propuso por primera vez el Doctor Varlot, un cirujano de París, aunque la autoría del invento también podría pertenecer al doctor neoyorquino Thomas Holmes (1817-1899), considerado en los Estados Unidos «el padre del embalsamamiento».

Del siglo XIX son las fotografías por mortem, las joyas fúnebres con lugar para preservar mechones de pelo del difunto… La era victoriana iba abandonando progresivamente la herencia del romanticismo, pero no era fácil despegarse de una corriente tan seductora. Además, a ese pasado reciente se unía el afán por mostrar los progresos técnicos y científicos del momento. El caldo de cultivo era el ideal para este tipo de iniciativas truculentas.

Los orígenes del electroplateado de cadáveres son inciertos e incluso hay una patente (Method of preserving dead bodies) de 1934 del desconocido inventor estadounidense Levon G. Kassabian. Aunque rondó esporádicamente durante casi un siglo, la técnica parece ser que nunca llegó a realizarse o al menos no se conocen pruebas de ello a pesar de que el servicio pretendía comercializarse.

Helena Celdrán

Ilustración de la patente 'Method of Preserving Dead Bodies' (1934)

Ilustración de la patente ‘Method of Preserving Dead Bodies’ (1934)

David Edwards, una eminencia de la miniatura

Miniaturas de carretes de hilo - David Edwards

Miniaturas de carretes de hilo sobre uno de tamaño natural- David Edwards

La escala de los objetos que David Edwards hace a mano es de 1:12, la misma a la que Jonathan Swift reduce a los liliputienses en Los viajes de Gulliver. El artesano de Edimburgo (Escocia) trabaja en un apacible cuarto, sobre un escritorio dispuesto frente a un ventanal dividido en tres, con la vista de los tejados de pizarra y las chimeneas de las casitas de cualquier barrio británico.

En absoluto se trata de manufacturar juguetes: Edwards crea réplicas de la realidad, no versiones infantiles. En un carrete se distingue cada vuelta que da el hilo a su alrededor, las cerdas de un cepillo de dientes parecen incluso algo gastadas por su diminuto dueño, los sobres de las cartas —con su textura de papel ligeramente arrugado— podrían estar en el buzón de cualquiera. Edwards se vuelca en los aspectos más insignificantes, los que marcan la diferencia. Si un reflejo es demasiado brillante, parece un juguete: «tiene que tener lustre, no brillo», especifica en una entrevista.

Miniaturas de David Edwards

Miniaturas de David Edwards

La eminencia de la miniatura tiene 75 años. Confiesa que hace poco ha comenzado a reducir sus jornadas de trabajo «a siete y ocho horas» y justifica así que el avance de su lista de encargos se haya ralentizado un poco. Es tal la demanda que ha dejado de aceptarlos porque tiene el cupo cubierto para los próximos años y es consciente de que el tiempo ya no es infinito.

Lo sorprendente del artesano, además de su dedicación extrema a un arte casi invisible, es su pasado previo. De 1958 a 1983 fue cellista en la Filarmónica Real y en la Orquesta Nacional de Escocia, un músico profesional consagrado a su instrumento. Su interés por las casas de muñecas comenzó cuando fabricaba una para sus dos hijas pequeñas, los muebles que había en el mercado no eran de su gusto y comenzó a hacerlos él mismo. Cuantos más complementos se le ocurrían, más le atraía el mundo preciso de lo pequeño, que lo terminó atrapando a tiempo completo.

El taller de David Edwards en Edimburgo

El taller de David Edwards en Edimburgo

Entre los alrededor de 150 objetos de su catálogo hay artículos rebuscados: una cuchara para el huevo pasado por agua, un afilador de cuchillas de afeitar, un zurcidor, siluetas de perfiles del siglo XIX enmarcados… Desde el comienzo de su carrera a tiempo completo (en 1983) selecciona los detalles más buscados por los coleccionistas y se convierte en el miniaturista dominante de ese objeto. Su franja temporal es casi siempre la era victoriana, aunque también reproduce utensilios atemporales que habitan los hogares de todas las épocas.

El material es otro de los secretos del poder de las piezas. Reutiliza la materia prima de objetos antiguos. Por pequeños que sean, la cantidad que emplea en cada obra es mínima y puede aprovecharlos durante años. Trata el oro, la plata y hasta el prohibido marfil, convierte el reciclaje en excavación arqueológica. Entre sus tesoros, está el bloque de madera de alrededor de 400 años que usa para reproducir sus afamados violines, instrumentos que podrían sonar si los tocaran los dedos adecuados.

Cuando muestra su impoluto trabajo en público adjunta potentes lupas de aumento para que nada pase desapercibido. Mañana 24 de noviembre será uno de esos días: Edwards expondrá sus creaciones en el Kensington Dollhouse Festival (Festival de casas de muñecas de Kensigton), en Londres, el prestigioso evento anual al que acuden coleccionistas de miniaturas de todo el mundo para ver y adquirir las creaciones de más de 175 artesanos. No es frecuente que Edwards acuda a ningún evento y este es de los pocos a los que sigue siendo fiel. Aprovechen si están cerca.

Helena Celdrán