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En las pinturas de Ken Currie no eres bienvenido

'Chimera', 2010 - Ken Currie

‘Chimera’, 2010 – Ken Currie

«Quiero que el espectador, sienta, de manera simultánea, atracción y repulsión por mi trabajo al primer vistazo», declaró recientemente Ken Currie (North Shields – Inglaterra, 1960), avivador de ansiedades, experto en provocar con cada pintura una sensación de desasosiego que pasa siempre por lo fúnebre.

El autor inglés (escocés de corazón) es una de las figuras más influyentes del panorama artístico contemporáneo escocés. En la crudeza y la oscuridad de los personajes se adivina la sombra de Goya, en los juegos de espejos y las perspectivas juguetonas hay referencias a Velázquez, la visión descarnada del deterioro físico es deudora de Francis Bacon. Currie recoge de manera meticulosa las cenizas de los tres maestros de la pintura, las mezcla y les da una segunda vida.

'Entourage', 2012 - Ken Currie

‘Entourage’, 2012 – Ken Currie

Al contemplar fijamente las escenas con multitud de personajes en la misma sala (militares, mujeres de mirada altiva, religiosos, enfermos, personajes de aspecto descaradamente goyesco…) es posible imaginar que no tienes invitación, que nadie desea verte allí, pero (como indican los gestos de engreimiento) eso tampoco supone el menor de los problemas. No se sabe el motivo de la reunión, podía ser un evento social rancio y sórdido, también un velatorio.

No trabaja con modelos, aborrece pintar del natural. En una entrevista grabada en vídeo para la Galería Nacional de Escocia explica cómo pintó una de sus obras más conocidas: Three Oncologists (Tres oncólogos), un encargo de la pinacoteca.

Al principio, Currie no supo cómo resolvería aquello, no quería a tres tipos posando frente a él, cansados o pensando en lo que debían hacer al día siguiente. Era la primera vez que se enfrentaba a un encargo y no tenía más remedio que reproducir los rostros y cuerpos de personas que existían en realidad, esta vez no eran un conglomerado de rasgos surgidos de su imaginación.

'Three Oncologists', 2002 - Ken Currie

‘Three Oncologists’, 2002 – Ken Currie

Tras varias sesiones fallidas, se decidió por pintar a los doctores tras observarlos durante horas en las salas de operaciones, observándolos desde arriba y tras un cristal, desde un punto de vista que a su juicio resultó «muy teatral». Además, realizó moldes de yeso directamente de las caras de los especialistas. El resultado es un cuadro con un extraño movimiento estático, con una luminosidad blanca en las manos y solemnes gesto de concentración.

La enfermedad, la vejez, las lesiones y heridas le permiten abordar una oscuridad que necesariamente puede atacar a cualquiera: la fragilidad de la vida se hace visible en las máscaras mortuorias que a menudo aparecen en los cuadros, en la insignificancia de un cuerpo arrugado… El hombre calvo que representa a menudo es una versión desmejorada y mayor de sí mismo, una especie de recordatorio personal del futuro.

Helena Celdrán

'Two Figures with a Painting II', 2012 - Ken Currie

‘Two Figures with a Painting II’, 2012 – Ken Currie

'Mould'. 2012 - Ken Currie

‘Mould’. 2012 – Ken Currie

Ken Currie

Ken Currie

'The Viewing', 2013 - Ken Currie

‘The Viewing’, 2013 – Ken Currie

'Unfamiliar Reflection', 2006 - Ken Currie

‘Unfamiliar Reflection’, 2006 – Ken Currie

Isa Marcelli autorretrata el cáncer

© Isa Marcelli

© Isa Marcelli

La nota bajo las fotos, autorretratos carcomidos por una química defectuosa, es de frialdad metálica:

La multiplicación de las células del cáncer escapa a todo control. Las células se pueden dividir infinitamente. Tienen además la facultad de ordenar a los vasos sanguíneos que les aporten el oxígeno y los nutrientes necesarios para la multiplicación.

Eso es lo primero que lees, como un telegrama, y entonces imaginas la mano de la fotógrafa redactando, componiendo el somero conjunto de palabras que nadie debería tener necesidad de redactar.

Sabes que las manos son las mismas que han tomado las fotos, los autorretratos minados por el contagio. Las manos de Isa Marcelli.

 

Trastabillas en la navegación de la web. Luego, más tarde, cuando consigues poner orden por dentro a las emociones y por fuera al temblor de los dedos, sabes que la página se titula ALD, un acrónimo para la expresión francesa Affection de Longue Durée, enfermedad de larga duración.

Hay 8 millones de personas en Francia con una ADL, son 30 y están reguladas administrativamente. La democracia numérica no hace que me sienta mejor.

En el about me de la página, Isa Marcelli informa:

Mayo 2014. Me han diagnosticado un cáncer de pulmón. He iniciado un proyecto fotográfico sobre esta nueva y desvastadora situación.

Firma IM. También es un acrónimo.

Además de autorretratrase, está interpretado fotográficamente el cáncer, la manguera en espiral fronteriza, el túnel de alambre de espino, la sensación de andar descalza porque alguien se ha llevado tus zapatos…

 

Conozco a Isa Marcelli desde hace unos cuantos años. Creo que puedo otorgarme la vanidad de ser el primer periodista que escribió sobre sus fotos, en septiembre de 2010, en una entrevista con un titular que ahora alcanza un sentido que no me gusta porque tiene algo de pecaminoso: «La felicidad no es fotogénica«.

Más tarde relacioné su fotografía con la melodiosa sinfonía de deriva formulada por Peter Handke, de quien había encontrado casi milagrosamente, días antes de redactar el articulito, una novela descatalogada que anhelé durante tiempo, La pérdida de la imagen o Por la sierra de Gredos:

El personaje emerge de la hojarasca (¿o se disuelve en ella?), pero debe decirnos algo, hacernos depositarios de un encargo. Luego, en un futuro impreciso, suspirará con profundidad. Isa Marcelli, como Handke, sabe que el suspiro —y no el grito, el llanto o la discursiva— es “el sonido más íntimo del ser humano”.

A veces uno descubre que cada palabra es un presagio: hojarasca, disolverse, impreciso, suspiro, íntimo…

Entre tanto, mientras yo ponía palabras a sus imágenes con mayor torpeza que acierto, Isa Marcelli crecía como fotógrafa mediante canciones secretas, jardines tristes y retratos cuyo impacto es, como el de algunas malditas enfermedades, de larga duración. Han reconocido su genio en muchos lugares.

Nunca he corporizado a Isa Marcelli, francesa nacida en Constantina, en el noreste de Argelia, en 1958. Nunca he deseado tanto como ahora que nos sea dado el tiempo y la oportunidad de conocernos sin palabras por medio, en un tranquilo silencio de suspiros.

Ánxel Grove

La enfermedad que inventaron para que las mujeres no fueran en bici

The 'new woman' and her bicycle - there will be several varieties of her - Frederick Burr Opper

The ‘new woman’ and her bicycle – there will be several varieties of her – Frederick Burr Opper

Draisianas, biciclos, velocípedos de tres ruedas… En el siglo XIX se sucedían los modelos ancenstrales que luego desaparecerían casi de golpe con el perfeccionamiento de la bicicleta. Pedalear en las cada vez más activas y grandes ciudades era sinónimo de modernidad y libertad tal y como lo fue poco después conducir el automóvil. Los jóvenes aceptaban con emoción la inestabilidad de los primeros vehículos de dos ruedas a cambio de manejar aquellas máquinas.

La época también representó el comienzo del activismo femenino en Europa. Las mujeres demandaban el derecho al voto y exigían ser reconocidas como personas adultas, capaces de controlar su destino sin un marido que ejerciera de padre. La bicicleta fue un instrumento decisivo para las ansias de independencia de la mujer decimonónica, un vehículo que escapaba al control masculino.

-Mi querida Jennie, ¿para qué demonios es ese traje de bicicleta? -Pues para llevarlo, claro -¡Pero tú no tienes bicicleta! -No, ¡pero tengo una máquina de coser!Viñeta de la revista satírica 'Punch' de 1895

-Mi querida Jennie, ¿para qué demonios es ese traje de bicicleta? -Pues para llevarlo, claro -¡Pero tú no tienes bicicleta! -No, ¡pero tengo una máquina de coser! (Viñeta de la revista satírica ‘Punch’ de 1895)

Una de las activistas más comprometidas con los derechos de la mujer en aquel momento, la estadounidense Susan B. Anthony, declaraba en una entrevista a la publicación New York World en 1896: [La bicicleta] ha hecho más por la emancipación de la mujer que ninguna otra cosa en el mundo. Me paro y me regocijo cada vez que veo a una mujer sobre ruedas. Le da una sensación de libertad y seguridad en sí misma. La hace sentir como si fuera independiente. (…) Y ahí va, la visión de la feminidad libre de ataduras«.

Por supuesto, esto quitaba el sueño a quienes consideraban que las mujeres exigían demasiado, vestían «como un hombre» para poder pedalear cómodamente y eran peligrosas manejando aquel artilugio en la vía pública. Entre las más descabelladas investigaciones de la pseudociencia del siglo XIX hubo también lugar para la preocupante aficción de las mujeres a usar la bicicleta como medio de transporte. La invención de la enfermedad a la que denominaron bicycle face (cara de bicicleta).

En un artículo de 1896 (el mismo año que la cita de Susan B. Anthony), la publicación inglesa semanal Cheltenham Chronicle dedicaba un breve artículo a la supuesta amenaza. Citando al Daily Telegraph, dice que «un médico» ha descubierto la enfermedad de la cara de bicicleta. Quien la adquiría tenía una expresión facial de constante cansancio y ansiedad, quedaba demacrado y ojeroso de manera crónica:

«Se desarrolla tanta ansiedad aprendiendo a ir en el popular vehículo, y, cuando la ciencia ha sido adquirida, en evitar los accidentes de varias clases a los que invita, que afecta insensiblemente a los músculos de la cara y da incluso a la fisionomía más amplia y neutra una expresión de ansia y agobio que se mantiene durante el resto de la vida. Al menos el doctor (un Doctor en Medicina de Londres), así lo dice, y él debe saberlo».

'The Bicycle face', artículo publicado en la publicación inglesa 'Cheltenham Chronicle' en 1896

‘The Bicycle face’, artículo publicado en la publicación inglesa ‘Cheltenham Chronicle’ en 1896

Muchos médicos (sobre todo en el Reino Unido) se prestaron a alimentar el bulo asegurando que el cuerpo de las mujeres no estaba hecho para pedalear y que el constante esfuerzo de mantener la bici en equilibrio distorsionaría para siempre el delicado rostro femenino. Los ojos saltones y la mandíbula tiesa eran algunas de las consecuencias más famosas, pero otros doctores más osados hablaban incluso de infertilidad, tuberculosis y un aumento desmedido del deseo sexual.

En su extenso artículo The hidden dangers of cycling (Los peligros ocultos de pedalear) —publicado en el National Review de Londres en 1897— el médico inglés A. Shadwell advertía con una desmedida pasión (y documentando cada una de sus amenazas con supuestos casos) que las ciclistas corrían el riesgo de sufrir «disentería crónica», «bocio exoftálmico» (algo parecido a lo que ahora se conoce como enfermedad de Graves-Basedow), apendicitis, trastornos nerviosos de todo calibre…

Por suerte, el intento de aterrorizar a las mujeres quedó en nada y pocos fueron los que tragaron con el pseudoriesgo de terminar con cara de bicicleta. En el cambio de siglo se perfilaba la que ya entonces llamaban «mujer moderna», la adulta que escapaba de la eterna infancia e impulsaba desde un cambio de vestuario que la liberaba de la aparatosidad del corsé hasta la implicación femenina en temas políticos y sociales. La bicicleta simplemente estaba allí para llevarla.

Helena Celdrán

"¡Oh! Abuelito, qué máquina tan rara y vieja. ¿Por qué no te haces con una como la mía?". Cartel de 1907 de la Liga Sufragista - (Museo de Londres)

«¡Oh! Abuelito, qué máquina tan rara y vieja. ¿Por qué no te haces con una como la mía?». Cartel de 1907 de la Liga Sufragista – (Museo de Londres)

Mujeres sufragistas en Londres en 1913

Mujeres sufragistas en Londres en 1913

Sarah Ann: "Papá, ¿por qué demonios llevas la ropa de mamá?" Papá: "Bueno, si tú vas a la ciudad a la moda de los hombres, yo llevaré esto para igualar las cosas".Viñeta de 'Scribners magazine'

Sarah Ann: «Papá, ¿por qué demonios llevas la ropa de mamá?». Papá: «Bueno, si tú vas a la ciudad a la moda de los hombres, yo llevaré esto para igualar las cosas».Viñeta de ‘Scribners magazine’

«Canciones para Slim», un proyecto para ayudar a un músico semiparalizado por un ictus

Slim Dunlap

Slim Dunlap (Foto: Robert Matheu)

El muchacho de la foto, retratado hace una veintena larga de años, tenía sobradas razones para la mirada de orgulloso y travieso optimismo. Formaba parte de los Replacements, uno de los grupos de rock más influyentes de su tiempo (1979-1991). Slim Dunlap, nacido en 1951 en la cuna del cuarteto, el estado norteño de Minnesota (EE UU), fue desde 1987 guitarrista de la banda, de la que ya hablé en el blog en la entrada La última mejor banda de la que nunca has oído hablar (aunque para muchos sea la mejor de todos los tiempos).

El 19 de febrero de 2012 Dunlap, un personaje infatigable en la escena de la música independiente de Minneapolis, sufrió un gravísimo infarto cerebral. Más de un año y medio después, tras meses de hospitalización y terapia, los médicos dicen que la situación es irreparable y no podrá mejorar: el músico tiene inmóvil el lado izquierdo del cuerpo, apenas puede hablar, permanece postrado y necesita atención continua. Así permanecerá el resto de su vida.

Parte de las intervenciones médicas y atenciones hospitalarias fueron cubiertas por el seguro que pagaba Dunlap, pero la familia está endeudada hasta las cejas por las facturas impagadas de la terapia no incluidas en la póliza y no es capaz de hacer frente al coste astronómico de lo que vendrá porque en los hospitales de los EE UU piden la chequera antes de tomarte la temperatura. «Los médicos recomiendan un tratamiento mejor u otro peor preguntándonos antes de cuánto dinero disponemos. Es una vergüenza que la salud no sea la primera preocupación de un doctor», ha declarado, con toda la rabia a la que tiene derecho, la hija del músico, Emily.

"Rockin' Here Tonight. Songs for Slim"

«Rockin’ Here Tonight. Songs for Slim»

Para recolectar dinero para ayudar a Dunlap desde enero de este año funciona el proyecto Songs For Slim  [tienen también página de Facebook y Twitter], que hasta ahora ha editado un disco al mes (van ocho) de, entre otros, Lucinda Williams, Steve Earle, The Minus Five (con la ayuda de miembros de R.E.M. y los Decemberists), Jakob Dylan, Frank Black y Jeff Tweedy. Como ven, los amigos del muchacho de la mirada optimista, son de primera fila.

Acaban de reunir todas las grabaciones publicadas hasta el momento en el doble disco compacto Rockin’ Here Tonight, que, por cierto, adjunta también las maravillosas ilustraciones para las carpetas de la serie, pintadas Chris Mars, que fue el baterísta de los Replacements antes de convertirse en un reputado ilustrador.

Todos los implicados han trabajado gratis —ni siquiera los estudios de grabación cobraron alquiler— y el dinero de la venta de los discos, que también se pueden comprar en las tiendas online de música digital, va sin retenciones para el tratamiento del infortunado Dunlap.

El momento mágico del esfuerzo colectivo fue la reunión del resto de los Replacements para la grabación de un extended-play de cuatro canciones, entre ellas una versión de Busted Up, escrita por Dunlap. El carismático y genial lider del grupo, Paul Westerberg, volvió a tocar por primera vez en muchos años con el cofundador del grupo, el guitarrista Tommy Stinson, con el que había roto relaciones en 1987 por diferencias musicales.

«Dile a todos que muchas gracias», ha declarado Dunlap en una entrevista online. Su familia sostiene que el proyecto de ayuda le ha devuelto la alegría y que está dispuesto, con la mitad del cuerpo paralizada, a «dictar a alguien», en el susurro de voz que le queda, las «canciones nuevas que bailan en mi cerebro».

Ánxel Grove

Autorretratos que revelan el sufrimiento de un enfermo de Alzheimer

'Blue Skies' (1995) - William Utermohlen - Galerie Beckel Odille Boïcos

‘Blue Skies’ (1995), de William Utermohlen (Galerie Beckel Odille Boïcos)

Durante ocho años William Utermohlen (1933-2007) se impuso la misión de retratarse con intensidad, ilustrar el deterioro progresivo de su cerebro, la decadencia de la capacidad congnitiva y la desaparición de todas las destrezas aprendidas desde joven.

La apatía, la confusión y los olvidos que tan fácilmente se asociaban al estrés, habían sido el comienzo del proceso. Al artista estadounidense le diagnosticaron la enfermedad de Alzheimer en 1995, con 61 años. Poco después de conocer la terrible noticia, ilustró sus sentimientos en Blue Skies (Cielos azules), un cuadro que destila dolor y abatimiento. En una habitación sin formas ni perspectivas definidas, él se aferraba con una mano al tablero de una mesa y con la otra, a un vaso. Era el comienzo de la travesía artistica que ilustraría sus miedos.

La galería Beckel Odille Boïcos de París (representante del artista) tiene disponible en su página web una colección de autorretratos de Utermohlen desde el año 1956. En esa primera ilustración de trazos rápidos, realizado sobre la hoja de un bloc de dibujo, exhibe una mirada curiosa e inquisitiva. El siguiente ejemplo, de 1967, es más pausado y denota la madurez técnica de un hombre de 34 años.

Retratos de 1967- 1996- 1997-1998-1999 y 2000 ('Galerie Beckel Odille Boïcos)

Autorretratos de 1967, 1996, 1997, 1998, 1999 y 2000 (Galerie Beckel Odille Boïcos)

El pintor gozó desde finales de los años cincuenta de un éxito discreto pero constante en el Reino Unido. Admirador en su juventud de Giotto y Piero della Francesca, también se sentía atraído por la perversidad humana de Francis Bacon. Su estilo era figurativo y versátil.

A partir de 1995 se rompe la cadena. Cada obra es un reflejo del creciente deterioro cognitivo y motor que sufrió. El rostro se diluye en formas cada vez menos detalladas y seguras, la expresión delata una creciente perplejidad y deja de representar al adulto bajo control. Los últimos dos autorretratos, de 1999 y 2000, son una masa despojada de carácter.

El testimonio visual de Utermohlen no es interesante sólo desde el punto de vista artístico. Los científicos han encontrado en la serie un testimonio del avance de la enfermedad, que dejó incapacitado al autor técnicamente, pero no eliminó su sensibilidad creativa. Era la primera vez que se podían establecer analogías entre el avance del alzheimer y la producción artística del enfermo. Su mujer Patricia, historiadora del arte y observadora del trágico declive, podía además aportar información especializada.

Aunque el análisis, cinco años después de la muerte del pintor, no puede resultar en ninguna conclusión médica, sí se aprecia la pérdida progresiva de (por ejemplo) la capacidad de reproducir una perspectiva. Los retratos se sometieron al desprendimiento de las formas, los colores y las proporciones para quedar desnudos y limitados al gris del lápiz. William Utermohlen hizo de su rostro un motivo ajeno que simplemente existía y sin embargo fue capaz de pintarlo en toda su extrañeza.

Helena Celdrán