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El idioma secreto de los vagabundos del ferrocarril

El Oeste es la promesa. Saltan al tren en marcha. Candado roto, oxígeno. Arañan vagones. La navaja deja su firma en el óxido. El cubículo es estrecho y frío, como el útero de una vieja embarazada de pobres. Destino de trabajador vagabundo, olvidarán su antiguo nombre allí.

Siempre en marcha, tragan polvo, correcaminos implumes. El pitido de la locomotora se cuela a través de la puerta abierta y la noche es negra, resbaladiza, y los llama. Veloces estepas sin horizonte que se repiten como en un purgatorio. Un rayo pintor. Espinas. Reino de sapos venenosos. Nueva estación. Policías. Silbatos. Perros. Silencio de ardillas. Retoman la marcha.

Mañana, muchachos, llegaremos a Dallas, Portland, Reno, Burns… La promesa, el Oeste, es la mirada de un coyote taciturno que desaparece tras un guiño de ojos. Entonces, al día siguiente, el claustro metálico los expulsará en la vía y nacerán cansados, dolidos, derrotados. Serán bautizados de nuevo en el Jordán de las piedras, tendrán el nombre de un huérfano y éste será el de Hobo.

Destino: Viajar por la nada siendo nada y todo por casi nada.

Así fue su vida. Así quisieron renacer.

Llevaban años recorriendo el país de esta forma mal llamada aventurera. Puede que fueran los primeros parásitos del recién nacido ferrocarril. Fue durante la Gran Depresión, sin embargo, el crack del 29 y la ola de desempleo que dividió los Estados Unidos, cuando su número aumentó hasta los centenares de miles de andrajosos caminantes, merodeadores sin suerte, y no eran negros, centroamericanos o sirios, como hoy, solo hobos, así los llamaban: americanos blancos sin rumbo y techo.

Hobo saltando a un tren de mercancías. 1935.

Hobo saltando a un tren de mercancías. 1935.

Los hobos eran el ejército insomne del nuevo rey vagabundo: el trabajador empobrecido, el currante itinerante que usaba el tren para aparecer y desaparecer cual conejo tísico de una chistera rota.

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Muere Carolyn Cassady, musa (muy a su pesar) de la generación ‘beat’

Carolyn Cassady (1923-2013)

Carolyn Cassady (1923-2013)

Muchos de los obituarios que estos días merece Carolyn Cassady están basados en un fracaso. La llaman «musa de la generación beat» cuando esta mujer inteligente, culta y trabajadora dedicó las últimas seis décadas de vida a renegar de la existencia del movimiento, que entendía como un «invento publicitario» de Allen Ginsberg, los medios de comunicación y los departamentos universitarios de Literatura, que de algo tienen que vivir.

Cassady sabía de lo que hablaba: estuvo casada con Neal Cassady —el Rimbaud de los beat— y fue amante de Jack Kerouac —el Verlaine de esta historia—. Los consideraba seres «lamentables» y «malas personas». Pese a ello, amó a ambos con devoción.

Fallecida el 20 de septiembre, a los 90 años, por las complicaciones que la edad añadió a una operación de apendicitis, Cassady nunca se sintió cómoda en el papel de chica beat. Aunque aparece en varias obras de Kerouac (es la «dulcísima Camille» de la novela pivotal En el camino), los chicos de aquel club de licenciosos bebedores, machistas practicantes y amigos traidores le parecían, como no dejó de decir en entrevistas, «miserables». Tampoco ocultaba que resultaban «brillantes», «eléctricos» y «conquistadores» —una excepción, William S. Burroughs, al que consideraba «maligno y perverso, nunca te dirigía la palabra si eras mujer y a tus espaldas te llamaba puta»—.

Nacida en abril de 1923 como Carolyn Robinson en una familia de valores victorianos, fortuna amplia (padre bioquímico y madre profesora de Inglés) y una biblioteca de 2.500 volúmenes, tenía muy poco que ver con Cassady y Kerouac, el par de pillos expertos en sablear a quien hiciera falta para mantener el hedonista go go go! (¡vamos, vamos, vamos!) que utilizó el primero como lema vital— para atravesar los EE UU en cualquier dirección y a cualquier precio durante los años cincuenta.

Cassady (izquierda) y Kerouac, retratados por Carolyn Cassady en 1952

Cassady (izquierda) y Kerouac, retratados por Carolyn Cassady en 1952

Carolyn estudiaba Arte y Teatro en Denver cuando, en 1947, conoció a la pareja de trotamundos. Se lió con Cassady, al que encontraba irresistible y vital, quedó embarazada y se estableció en San Francisco. La pareja, que se casó en 1949, no fue estable por la avidez sexual de él, que Carolyn consentía.

Durante una larga temporada, que narraría en los libros Heart Beat: My Life With Jack and Neal (1976) —que sirvió de inspiración a la película Generación perdida: los primeros beatniks (1980)— y Off the Road: My Years With Cassady, Kerouac and Ginsberg (1990), vivieron como trío, pero Carolyn, cansada de ser la madre que se quedaba en casa con los niños durante las andanzas de los pillastres, se divorció de Cassady en 1963. Cinco años después él murió en México tras una larga parranda de drogas y alcohol («era lo mejor que le podría haber pasado, se sentía una piltrafa y no estaba feliz consigo mismo«, dijo ella)..

Carolyn Cassady, que terminó trasladándose a Inglaterra, se dedicó al diseño de vestuario y decorados para teatro. Nunca renegó de sus años beat, pero tampoco se cansó de despotricar contra los fanáticos que santifican la época y la autodestrucción que ejercieron los protagonistas: «Todos creen que fueron años maravillosos de alegría, alegría y alegría, pero no lo fueron en absoluto. Los imitadores nunca supieron lo miserables que eran aquellos hombres«.

Ánxel Grove