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Thomas Ligotti, un escritor de terror nihilista para envenenar el verano

Ilustración de CHris Mars usada en la cubierta de Ligotti publicada por Penguin © Chris Mars

Ilustración de Chris Mars usada en la cubierta de Ligotti publicada por Penguin © Chris Mars

Lecturas para cubrir el verano de extrañamiento y temblar por la evidencia de que la única lucidez es negra y el único futuro, pesimista. Dos píldoras iniciales:

  • Se ha descubierto el pastel: somos biorrobots copiadores de genes que viven a la intemperie en un planeta solitario en un universo físico frío y vacío.
  • Es mejor inmunizar tu consciencia contra cualquier pensamiento alarmante y horrendo para que todos podamos seguir conspirando con el fin de sobrevivir y reproducirnos como seres paradójicos: marionetas que pueden andar y hablar por sí solas…, juguetes humanos que mantienen mutuamente la ilusión de ser reales.

Lleve usted un libro de Thomas Ligotti en el equipaje vacacional. Logrará combatir la dictadura del optimismo. Incluso se inmunizará contra el cacareo.

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Alberto Lizaralde, el fotógrafo que araña en el dolor

Un cuajo sobre el pavimento, un árbol cosido con plástico a la tierra, dos hombres semidesnudos que podrían estar abrazados o iniciando una lucha, los ojos descuartizados tras las lágrimas…

Las fotos de Alberto Lizaralde (Madrid, 1979) en everything will be ok —el lema de la serie, todo irá bien, está escrito en inglés, acaso por motivos comerciales pero tal vez también porque el idioma del dolor y la esperanza del consuelo han de ser ajenos, fílmicos, desencajados del natural, y en minúsculas, porque no puedes gritar según qué cosas— me han castigado como un poema.

He creído admirándolas escuchar el llanto primario con el que emergemos al mundo y saborear la sal de la derrota con la que cohabitamos. He recordado, como sostenía Cioran, que «deberíamos tirarnos al suelo y llorar cada vez que tenemos ganas; pero hemos desaprendido a llorar… deberíamos poseer la facultad de gritar un cuarto de hora al día por lo menos. Si queremos preservar un mínimo equilibrio, volvamos al grito… la rabia, que procede del fondo mismo de la vida, nos ayudará a ello».

En el texto declarativo que explica la serie, Lizaralde dice que durante cinco años (2009-2013) se dedicó a fotografiar con la intención de trazar una «crónica mágica de un proceso de cambio que nace de una crisis personal, de un colapso emocional, de la caída al agujero en el que todos hemos entrado o entraremos en algún momento». Aunque no hayas leído el statement, sabes que las imágenes proceden de un desgarro: el fotógrafo araña para poder sostenerse y se deja la piel en el intento.

Las grapas postoperatorias manchadas por el yodo —nuestro azufre quirúrgico, una alerta que nos acerca al infierno—, un boquete en el suelo al que no desearías asomarte porque sabes con certeza que te encontrarás contigo mismo o con una proyección malvada de ti, las manos que tiran del cabello con suficiente fuerza como para arrancar mechones, un primer plano de una dentadura reflejada en el espejo universal de un monitor…

El lirismo de estas fotos bárbaras, cimentadas en «sangre, sinceridad y llamas», la santa trinidad que Cioran recomendaba a los poetas, no es común ni fácil. Lizaralde, que sitúa la serie «a medio camino entre la realidad y la ficción, cruzando continuamente la línea de lo documental y lo impostado, lo verdadero y lo falso, lo personal y lo ajeno», ha completado la intención confesional con una llamada a la necesidad de sentir y compartir el tacto con la piel de los otros.

En el libro que ha editado con everything will be ok ha utilizado para la cubierta una tinta especial que cambia de color según la temperatura de las manos que sostienen el volumen y deja ver las huellas digitales del lector. «De esta forma se convierte en un libro vivo, que muta de forma única y personal según quién lo tenga en las manos y hace que el espectador sienta que la de dentro también podría ser su historia. Al mismo tiempo supone una reivindicación del libro físico proporcionando interacciones imposibles de reproducir en versiones digitales», explica el autor.

Aunque el miserere desemboca en cantata («en lo positivo, la sanación, en el saber que al final, pase lo que pase merece la pena vivir, brindar, reír y rodearte de gente que siente como tú», confiesa Lizaralde), la obra de este fotógrafo intuitivo, imprevisible —un ternero recién nacido con la placenta aún caliente, una muchacha que corre emanando vapor, como víctima de un fuego interno…— y emocional —mantiene un primoroso fotodiario en Tumblr— es, en mi opinión, notable y necesaria.

Lizaralde ha sabido mostrarnos, para citar otra vez al eterno aullador Cioran, que «las tristezas producen en el alma una sombra de claustro» y «las enfermedades han acercado el cielo y la tierra», dos extremos que, de no existir el dolor , «se hubieran ignorado mutuamente». Me atrevo a situar al filósofo rumano ante la obra del fotógrafo madrileño diciendo: «La necesidad de consuelo ha superado a la enfermedad, y en la intersección del cielo con la tierra ha dado origen a la santidad».

Ánxel Grove

Veinte razones para seguir aullando

Emile Cioran (1911- 1995) Foto: Editions del'Herneok

Emile Cioran (1911- 1995) Foto: Editions del'Herneok

1. Emile Cioran, el «filósofo aullador», como el mismo gustaba de llamarse, nació hace un siglo, el 8 de abril de 1911, en un pueblo de la rumana Transilvania, Rasinari. La zona pertenecía entonces al Imperio Austrohúngaro. Su padre era sacerdote ortodoxo.

2. De niño a Cioran le gustaban las manzanas, los libros de Diderot y Tagore, las caminatas y las visitas al cementerio en busca de calaveras para jugar con ellas al fútbol.

3. Desde que dejó Rumanía, en 1937, nunca regresó. Confesaba que sólo estaría dispuesto a hacerlo para volver a Rasinari. En la aldea hay una Pensión Cioran donde aseguran que contarán al visitante anécdotas de la niñez del escritor. Es dudoso que sea cierto.

4. Sufrió de insomnio desde la adolescencia, una etapa que pasó “entre bibliotecas y burdeles”.

5. A los 23 años, en su primer libro, En las cimas de la desesperación, escribió: “Soy uno de esos que, por millones, se arrastran sobre la superficie de la tierra. Uno más solamente. Esa banalidad justifica cualquier conclusión, cualquier conducta: libertinaje, castidad, suicidio, trabajo, crimen, pereza, rebeldía. Cada cual tiene razón en hacer lo que hace”.

5. En 1935, cuando ya se había manifestado como un nihilista convencido de la futilidad de la vida y de que «cada ser es un himno destruido», su madre le dijo: “Si supiese que ibas a sufrir tanto, habría abortado”.

6. En 1937 flirteó con el ideario fascista de la Guardia de Hierro. Fue un acercamiento sólo teórico del que se arrepintió toda su vida («era un pretencioso y un estúpido»). Le han crucificado por aquellos pecados de pensamiento.

7. Ese mismo año se fue a Francia con una beca. En París, como era de prever, no pisó la Sorbona. Empleó el dinero de la beca en recorrer el país en bicicleta. En cada ciudad universitaria pedía que le invitasen en el comedor de las facultades de Filosofía. No dormía ni un minuto. Caminaba o pedaleaba durante a la luz de la luna.

8. Una noche, ante un matadero, comprobó como las vacas se negaban a avanzar hacia la cuchillada final y se sintió como una de ellas:  “Esta escena es la misma que cuando, rechazado por el sueño, no tengo fuerzas para afrontar el suplicio cotidiano del tiempo”.

9. Un amanecer, al borde del mar, le torturó el griterío de una bandada de gaviotas. Las espantó a pedradas. “No necesitaba a nadie, pero esos chillidos estridentes y sobrenaturales me hicieron entender que sólo lo siniestro podía apaciguarme”.

10. Escribía sin pausa, siempre en francés. El insomnio eran un buen aliado. Los libros fueron muchos y demoledores: El ocaso del pensamiento (1940), Breviario de podredumbre (1949), Silogismos de la amargura (1952), La tentación de existir (1956), El aciago demiurgo (1969)…

11. Durante un tiempo meditó con seriedad hacerse español. «Uno tras otro, he adorado y execrado a muchos pueblos: nunca se me pasó por la cabeza renegar del español que hubiera querido ser», escribió.

12. Escuchaba flamenco y tangos («quien ame el tango es mi cómplice»), se veía con Samuel Beckett para ir de putas. Algunos intelectuales le admiraban (Susan Sontag, Saint-John Perse), otros, la mayoría, le consideraban un “filósofo de taberna”. A él le importaban poco unas u otras consideraciones.

13. En 1941, en un comedor universitario al que había entrado para mendigar un plato de sopa, conoció a Simone Boué, profesora de Licéo. Se casaron y vivieron juntos cincuenta años, siempre en el mismo domicilio, un pequeño apartamento en el número 21 de la rue de l’Odeon, en el Distrito Latino.

14. Adoraba a Proust, Dostoievski y, sobre todo, a Borges.

15. Despreciaba a la humanidad entera («¡el hombre debe desaparecer!»), pero, sobre todo, a los incapaces de emocionarse con la música: «Si dios le debe todo a alguien es a Bach».

16. Nunca concedió entrevistas. «Cuanta más cultura tiene uno, más peligroso resulta el periodismo», escribió en una carta a un amigo en 1932

17 . Nos dejó aforismos a todos los vencidos. Uno: «Amar al prójimo es algo inconcebible. ¿Acaso se le pide a un virus que ame a otro virus?».  Otro: «No hago nada, es cierto. Pero veo pasar las horas, lo cual vale más que tratar de llenarlas». Un tercero: «Toda literatura empieza con himnos y acaba con ejercicios«.

18. El Alzheimer que padeció Cioran en los últimos años de su vida le impidió consumar el suicidio que había planeado.

19. Murió el 20 de junio de 1995. Simone Boué falleció ahogada en la playa francesa de Dieppe dos años después. Ambos están enterrados en la misma tumba en Montparnasse.

20. Hace un par de días el empresario rumano George Brailoiu compró por 405.000 euros  unos manuscritos de Emil Cioran subastados en París. «Los donaré al Estado rumano», dijo el comprador a la prensa. Brailoiu es propietario de la empresa KDF Energy, líder del mercado de certificados de emisiones de dióxido de carbono en Rumanía, con filiales en Bulgaria, Grecia y Lituania. Es lícito imaginar la sonrisa sardónica de una de las calaveras de Montparnasse.

Ánxel Grove