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Dominic Wilcox, inventos alocados, optimistas y naíf

Las orejeras que él mismo ha creado tienen dos tubos, uno —el azul— sale del oído derecho, rodea la cabeza y desemboca en el lado izquierdo. El rojo sale del oído izquierdo, también rodea la cabeza y tiene su salida en el lado derecho.

El inglés Dominic Wilcox inventa jugando, hace reflexiones que rozan el chiste y lo absurdo, pero que siempre despiertan la curiosidad. «Estaba pensando… Si sería extraño que los sonidos que oyeras en el lado derecho sonaran en la dirección contraria», dice explicando el extraño cachivache que lleva puesto. «Si llevara esto más a menudo… ¿Lo arreglaría mi cerebro? ¿Se volvería algo normal?».

No lo menciono en este blog por primera vez, ya me había referido a los brillantes diseños de relojes que había creado colocando a personajes sobre las agujas y cubriéndolos con una pequeña cúpula. Los inventos de Wilcox contienen diseño, arte, artesanía y tecnología. Hace auténticos revueltos de ideas, tiene recetas para darle la vuelta a lo convencional.

'Binaudios' - Dominic Wilcox

‘Binaudios’ – Dominic Wilcox

En su página web repleta de proyectos, enumera algunas creaciones recientes: «un par de zapatos con GPS incorporado para guiar al usuario a casa», unos «binaudios» —una modificación de los binoculares— que sirven para escuchar «los sonidos de una ciudad» y un pequeño coche que se conduce solo y está cubierto por una colorida vidriera. Todos tienen el sello alocado, optimista y algo naíf de Wilcox.

El director Liam Saint-Pierre se acerca al inventor-artista en un pequeño documental de poco menos de ocho minutos: The Reinvention of Normal (La reinvención de lo normal), un título tomado del libro del mismo nombre que Wilcox publicó en 2014 con dibujos y fotos de los objetos y proyectos que ocupan su mente.

En la pieza audiovisual con carácter de semblanza poética, Wilcox habla de sus objetos (un cepillo de dientes-maraca, un miniventilador a juego con la taza, para enfriar el té) e incluso sale pateando una pelota de fútbol… en la que hay una bolsa aislada para meter frutas y yogur y hacer batidos mientras se disputa el partido.

Hay también una breve entrevista con los padres, que se debaten entre definir las ideas de su hijo como locas o como imaginativas, pero aseguran sentirse orgullosos de que se salga de lo común. La narración está trufada de animaciones hechas con dibujos del creador, pequeños y simples, pero cautivadores por las historias que proponen.

Experimenta con materiales y usos ya existentes para «encontrar sorpresas» que no podría descubrir «con un bolígrafo o un ordenador». «Me he convencido a mí mismo de que, entre todo lo que nos rodea, hay cientos de ideas y conexiones esperando a ser encontradas. Sólo debemos mirar con suficiente empeño», dice el autor, que en el documental de Saint-Pierre aparece en una tienda escogiendo elementos que luego resultan unirse en un solo invento: un aparato para escuchar mejor a los pájaros en la naturaleza.

Por su expresión divertida, como siempre al borde de la sonrisa, a veces es complicado distinguir si habla en serio o no. El Mago de Oz y en particular los zapatos de Dorothy lo inspiraron para idear los zapatos con GPS, «que por lo menos te guían a casa» e indican el camino cuando quien los lleva junta los talones tres veces. Otras soluciones vienen dadas por el accidente, como la propuesta que da en caso de que derramemos la temida copa de vino tinto sobre una moqueta: basta con crear en el mismo tono rojizo y a partir de la mancha «una preciosa réplica de una ornamentada alfombra».

Helena Celdrán

Taza de té con ventilador incorporado - Dominic Wilcox. Foto: Pec studio

Taza de té con ventilador incorporado – Dominic Wilcox. Foto: Pec studio

'No Place like Home', zapatos con GPS de Dominic Wilcox

‘No Place like Home’, zapatos con GPS de Dominic Wilcox

Dominic Wilcox imagina unos zapatos para subir cuestas

Dominic Wilcox imagina unos zapatos para subir cuestas

Traje volador relleno de helio. Dibujo de Dominic Wilcox

Traje volador relleno de helio. Dibujo de Dominic Wilcox

David Lynch recupera los pezones ardientes

Los pezones ardientes

Los pezones ardientes

Pezones ardientes desaparecidos. Solamente David Lynch, el boy scout turbio, el poso de café amargo, el perro costroso, podía originar una frase de tal calaña.

Ahí están, a la izquierda. Un par de pezones ardiendo.

«¡Quiero encontrar mis pezones ardientes!», solía reclamar Lynch de vez en cuando. Los había perdido durante el montaje de la mejor de sus películas, Blue Velvet (1986).

Desobediente como siempre, Lynch hizo una primera versión de casi cuatro horas. Al borde del síncope, los productores le obligaron a dejarla en dos, una duración más convencional. El director metió tijera y cortó los pezones en llamas.

Charol rojo

Charol rojo

Junto con otras escenas mutiladas -la de los zapatitos de charol rojo de la izquierda, por ejemplo-, aquel metraje se quedó en el suelo del estudio y el equipo, agotado tras el proceso de grabación y edición, lo olvidó por completo.

Durante 25 años todos dieron por perdido el material. Lynch, que suele olvidarse de sus hijos tras el parto, simplemente decía de vez en cuando: «¡Quiero encontrar mis pezones ardientes!».

Un técnico de la productora MGM, David Gross, le tomó la palabra y, con maneras de inspector de homicidios, rastreó los inventarios de la empresa para intentar localizar la película cortada de la que nadie sabía nada. Estaba a punto de abandonar, convencido de que el material había acabado en la basura, cuando en septiembre localizó 50 minutos de película sobrante de Blue Velvet en un almacén de Seattle.

"Mira hacia abajo"

"Mira hacia abajo"

Ya está a la venta una edición en blue-ray que conmemora el cuarto de siglo de la película. Como contenido extra incluye los 50 minutos desechados, mínimamente editados bajo supervisión de Lynch, que no ha contemplado abordar una edición ampliada, un director’s cut, de Blue Velvet, como vienen reclamando desde hace años las muchas cofradías de fanáticos del film.

Hasta ahora sólo se conocían fotos fijas de las escenas cortadas: las habían añadido a la edición especial de 2002 y circulaban por Internet en montajes de vídeo bastante logrados.

La ocasión motiva este pertinente Cotilleando a… (sin caer en el spoiler: si no la han visto, que deberían, pueden seguir leyendo) sobre una película donde bailan una danza macabra salida de una caja de música infantil un gusano con cuerpo de hombre, un joven voyeur, una mujer enferma (le gusta que le peguen) por estar demasiado cerca del mal, bombonas de popper, rémoras sociales, el club La Costa de los Bárbaros, balas que son cartas de amor, cadáveres que permanecen de pie, viciosos hurones-humanos, una prostituta ajada moviéndose en el techo de un coche con una canción de Roy Orbison…

En fin, una bastardía entre el vernaculismo de la ilustraciones de Norman Rockwell sobre el happy american way of life y El Jardín de las Delicias de Jerónimo Bosch, la gangrena que sufre una pequeña ciudad hermosa sólo en apariencia…

Y, claro una oreja cortada… «Hazlo por Van Gogh», diría el gusano.

La oreja

La oreja

 1. La oreja que el jovencillo Jeffrey Beaumont (Kyle MacLachlan) encuentra al comienzo de la película entre la hierba de un descampado está expuesta al público en el museo de la tienda Movie Madness, en Portland-Oregon (EE UU).

2. El papel de Jeffrey -un alter ego de Lynch, que parece, como el personaje, un detective a medias curioso y a medias pervertido- fue ofrecido al redneck Val Kilmer. Gracias al cielo, no aceptó porque el guión le parecía «pornográfico». Cuando la película se estrenó y fue consciente del patinazo se jactó en entrevistas de que había estado a punto de ser el actor principal, pero no había podido hacerlo por «motivos de agenda». Lynch también pensó en su amigo, el cantante y actor Chris Isaak, pero le parecía «demasiado guapo». A cambio utilizó dos de sus canciones: Gone Ridin’ y Livin’ For Your Lover. Unos años después le dirigiría en el vídeoclip de Wicked Game (1990).

Kyle MacLachlan e Isabella Rosellini

Kyle MacLachlan e Isabella Rossellini

3. La torturada (con motivos) Dorothy Vallens -cuyo nombre de pila es un homenaje a la Dorothy de El Mago de Oz, una de las películas favoritas de Lynch- iba a ser interpretada por Hanna Schygulla, que rechazó el papel. Lynch tenía en mente ofrecérselo a Helen Mirren, pero antes de hacerlo conoció por casualidad a Isabella Rossellini, hija de  la actriz Ingrid Bergman y el director neorrealista italiano Roberto Rossellini, en un restaurante de Nueva York. Según ha contado un testigo, Lynch dijo a Rossellini: «Eres tan guapa que podrías ser la hija de Ingrid Bergman». Conociendo al carácter venusino del director, es probable que no se tratase de un ardid para caerle bien a la actriz. Tras el rodaje de Blue Velvet, Lynch, que se acaba de divorciar de su primera esposa, y Rosellini, que había estado casada hasta 1982 con Martin Scorsese («él se casó conmigo y con mi padre, al que adoraba como director»), empezaron a vivir juntos. Rompieron en 1991. «David fue el amor de mi vida, pero él no pensaba lo mismo sobre mí. Todos mis instintos me decían que éramos una pareja feliz. Estaba equivocada», declaró Rossellini, que tuvo que recibir terapia sicológica para superar el trauma de la ruptura.

Dennis Hopper e Isabella Rossellini

Dennis Hopper e Isabella Rossellini

4. Nadie quería ser Frank Booth, el personaje sociópata, sadomasoquista, adicto al sexo seco (sin penetración), poliorgásmico iracundo, gangster e inhalador de vasodilatadores. Varios actores fueron tanteados. La primera opción era Steven Berkoff, que se excusó diciendo que «en el papel no hay nada excepto destrucción». Robert Loggia adujo que Booth era «demasiado repulsivo». Cuando Lynch envió el guión a Dennis Hopper, el actor le llamó a las pocas horas: «Tengo que interpretar a Frank porque ¡yo soy Frank!». El personaje, el mejor de la carrera de Hopper, es inolvidable. Nadie puede dormir tranquilo tras considerar que en el mundo puede haber alguien que se parezca a Frank Booth.

5. «Esa palabra». En cada frase que pronuncia Booth durante la trama aparece la palabra fuck (en inglés, joder) o alguno de sus derivados (fucker, fucking…). Sólo otro personaje la pronuncia una vez y es a instancias de Booth. En una de las escenas más intensas, el parlamento del personaje, dirigiéndose a Jeffrey, es: «No sigas siendo buen vecino con ella o te enviaré una carta de amor, ¡desde mi corazón, jodido! ¿Sabes lo que es una carta de amor? Es una bala de una jodida pistola, jodido. Si recibes una de mis cartas de amor estás jodido para siempre. ¿Entiendes, jodido? ¡Te enviaré derecho al infierno, jodido». Durante el rodaje, Lynch nunca dijo en voz alta fuck. Cuando ensayaba con Hopper le señalaba el término en el guión y le decía: «Di esa palabra».

6. «El bebé quiere follar». Es el grito de reclamo de Booth en la escena de la violación ritual -así la llama Lynch- de Dorothy. Antes del rodaje el director pidió a Isabella Rossellini que no llevara ropa interior bajo la bata de terciopelo azul, pero que no le dijese nada a Dennis Hopper, que se enteró de la ausencia de bragas cuando le abrió las piernas a la actriz. Era la primera escena que rodaban juntos. Mientras transcurría, según ha recordado Rossellinni, Lynch no dejaba de reírse.

Frank Booth y su máscara de placer

Frank Booth y su máscara de placer

 7. El gas. Lynch había escrito en el guión que Booth era un adicto a la inhalación de helio, pero Hopper adujo que quizá fuese ridículo que el personaje tuviese la voz acelerada y propuso como sustituto el popper, la droga euforizante y vasodilatadora que aumenta el placer sexual.

8. Lumberton. La acción transcurre en un pueblo ficticio, Lumberton, un lugar que parece un organismo con vida propia, donde las rosas de los parterres tienen un brillo sospechoso y el cielo actúa como una membrana pegajosa. El lugar donde se rodó la película se llama en realidad Wilmington, un pueblo tranquilo de Carolina del Norte. Al principio del rodaje en exteriores muchos vecinos iban de picnic a la grabación, pero pronto empezaron a escandalizarse. La Policía de la ciudad prohibió al equipo rodar de día.

8. In Dreams. «En los sueños, camino contigo. En los sueños, te hablo. En los sueños, eres mía. Siempre. Para siempre», dice la canción de Roy Orbison que aparece en una de las secuencias más fascinantes y turbadoras de Blue Velvet. Big O no dió permiso para que la usaran, pero Lynch encontró una triquiñuela legal para hacerse con los derechos. Cuando vió la película en un cine, a Orbison no le gustó nada que asociasen su música con un tema tan turbio y quiso demandar al director. Lynch le pidió una cita y le hizo entender que In Dreams es una puerta hacia otra realidad. Orbison quedó tan convencido que grabó un clip con imágenes de Blue Velvet.

David Lynch e Isabela Rosselini (Helmut Newton, 1992)

David Lynch e Isabela Rosselini (Helmut Newton)

9. Lágrimas de un niño. Según Lynch -poco amigo de explicarse- Blue Velvet es la única de sus películas en la que es capaz de verse a sí mismo. Nació de un recuerdo de su infancia: volvía a casa del colegio con su hermano y vieron cómo una mujer desnuda y en estado de shock caminaba a trompicones por la calle. Lynch se puso a llorar. Quiso mezclar aquella impresión con el espíritu satinado -aunque algo grotesco- de la canción Blue Velvet, interpretada por Bobby Vinton, que abre la película.

10. País «inocente y horroroso». La película, que costó muy poco dinero (unos 6 millones de dólares) para la media de la época, despertó pasiones: algunos críticos la compararon a una moderna adaptación de Kafka («si alguien es mi hermano, es él», dice Lynch) y aplaudieron el uso del simbolismo y las metáforas. Otros la acusaron de ser una película enferma y un canto a la misoginia. Meryl Streep, la Reina Madre, dijo que no le había gustado nada y señaló a Isabella Rossellini como una libidinosa que había dictado su papel. Lynch, que sólo volvió a firmar una obra maestra  (Twin Peaks), se puso sociológico y explicó su idea de los dos mundos en convivencia (el soleado de la superficie y el podrido de los subterráneos): «Así son los EE UU para mí. La vida es naíf e inocente, pero horrorosa y enferma al mismo tiempo».

Ánxel Grove

Demasiado ‘money’ en Pink Floyd

Algunos de los discos de Pink Floyd

Algunos de los discos de Pink Floyd

Sobre un adecuado ritmo bluesy de  de 7/8, la canción alertaba: Money, so they say / is the root of all evil today (Dinero, eso dicen / Es la raíz de toda la maldad de hoy).

Money, una de las piezas más tarareadas en los locales de consumo masivo de cerveza del mundo, quizá no esté entre lo mejor de Pink Floyd, un grupo de indiscutible genio, pero la canción ha terminado por ser un perfecto telón de fondo para una de las mayores maquinarias mercantiles del pop contemporáneo.

Otro capítulo de la inagotable explotación financiera del catálogo musical de Pink Floyd comenzó esta semana con el inicio del escalonado lanzamiento de toda la discografía del grupo. Antes ejercieron una buena, por efectiva, campaña de mercado previa: el cerdo volador Algie sobre Londres; anuncios de escueto y misterioso contenido con el lema Why Pink Floyd?, ¿Por qué Pink Floyd?; entrevistas bien dosificadas con el archivero oficioso de la banda, el baterista Nick Mason.

El nuevo 'Algie' sobrevoló Londres hace unos días © EMI Music Group 2011. Photographer: Anna Weber.

El nuevo 'Algie' sobrevoló Londres hace unos días © EMI Music Group 2011. Foto: Anna Weber.

Pregunta inevitable: ¿no estaba ya al alcance de cualquiera la discografía de Pink Floyd?

La respuesta es sí y, además, a precio adecuado para los bolsillos fríos de estos tiempos miserables.

Casi todos los 14 álbumes en estudio del grupo, sus varias recopilaciones, discos en directo y antologías de rarezas están a la venta desde hace décadas en las series de precio medio (en España, donde los almacenistas toman al cliente por tonto, a entre 12 y 15 euros por pieza; en Europa, a la mitad).

Entonces, ¿a qué viene todo este ruido sobre el relanzamiento mundial de la obra completa de Pink Floyd?

Tres posibles explicaciones. Uno: los sucesivos juicios millonarios entre los músicos han dejado un poco tocados sus saldos y necesitan facturar algo de esa cosa tan perniciosa llamada money.

Dos: es la última oportunidad de sacar tajada del disco como soporte físico antes de que las descargas en formato digital lo manden al cementerio.

Tres: el éxito de la jugada está asegurado. Los fans de Pink Floyd son tan compulsos como los de los Beatles y no le harán ascos a nuevos productos.

"The Discovery Studio Album Box Set"

"The Discovery Studio Album Box Set"

Lo que se nos viene encima tiene varias fases. Ayer se pusieron a la venta ediciones remasterizadas de los catorces discos de estudio en una edición que llaman Discovery (unos 25 euros cada uno).

También lanzaron un cofre con todos juntos (a unos 200 euros con el gancho habitual de las fotos inéditas en el librillo añadido) y dos ediciones de The Dark Side of the Moon (1973): una titulada Experience (20 euros) con el disco original más la desastrosa primera presentación en directo en Londres y otra (Inmmersion, algo más de 100 euros) con seis álbumes donde hay demos y ensayos.

Entre noviembre y febrero repetirán la maniobra con los discos Wish You Were Here (1975) y The Wall (1979).

¿Sorpresas? Tratándose de uno de los grupos más venerados y, por ende, pirateados de la historia (este banco de datos es mareante en cantidad), casi ninguna. Ensayos, tomas y mezclas desechadas y poco más.

Para explotar el síndrome de los fanáticos se anuncian, por ejemplo, novedades tan absurdas como «efectos sonoros de la tripulación de la nave Apollo 17 comunicándose con la Tierra». Lo único que llama la atención es una colaboración inesperada del violinista francés de jazz Stéphane Grappelli en una versión, finalmente no editada, de Wish You Were Here.

Pink Floyd en 1968. Eran un quinteto. Desde la izquierda, Nick Mason, Syd Barrett, David Gilmour, Roger Waters y Richard Wright

Pink Floyd en 1968. Eran un quinteto. Desde la izquierda, Nick Mason, Syd Barrett, David Gilmour, Roger Waters y Richard Wright

El sonido de las cajas registradoras es una buena percha para colgar un somero y frívolo, Cotilleando a… uno de los grupos musicales más deslumbrantes de la historia, Pink Floyd:

1. Top sellers. De acuerdo con los datos de las empresas discográficas -no siempre ciertos: suelen tender a hincharlos-, Pink Floyd ha vendido más de 200 millones de copias de sus discos en todo el mundo. Por encima están los Beatles y Elvis Presley (600 millones cada uno), Michael Jackson (350),  Madonna (275) y Elton John (250). The Dark Side of the Moon es el tercer disco más vendido de todos los tiempos, con 45 millones de unidades. Los dos primeros son Thriller, de Michael Jackson (110 millones) y Back In Black, de AC/DC (49).

2. Millonarios. Según la lista de este año de las personas más ricas del negocio musical en el Reino Unido, publicada anualmente por The Sunday Times, la salud financiera de los tres propietarios de la marca Pink Floyd es bastante buena (aunque, al parecer, quieren más). Roger Waters aparece en el puesto 22º, con una fortuna personal de 120 millones de euros. David Gilmour, en el 25º, tiene 97 millones, y Nick Mason (41º), 50.

3. Especuladores esquilmados. En 1976, para intentar reducir su aportación a los impuestos públicos, Pink Floyd firmó un contrato con una asesoría financiera, Norton Warburg Group, que propuso invertir los activos del grupo en productos especulativos de alto riesgo. Los músicos aceptaron y salieron escaldados: los ingenieros financieros se quedaron con la pasta y dejaron a Pink Floyd con una enorme deuda con el fisco.

4. Grupo con perros. La perra afgana del vídeo anterior se llamaba Nobs. La grabación, de la primavera de 1972, es parte de la película Pink Floyd: Live at Pompeii (Adrian Maben). La canción, uno de los pocos blues puros de la discografía del grupo, había aparecido en origen en el álbum Meddle (1971) con el título de Seamus, el nombre del perro que cantaba en la pieza con David Gilmour en la vieja tradición de los bluesmen ciegos acompañados por los aullidos de sus lazarillos. A Seamus le había enseñado a cantar un colega del grupo, el gran Steve Marriott (1947-1991), líder de Small Faces y Humble Pie. Seamus tiene página própia en la Uncyclopedia, donde se le presenta como «el quinto miembro no oficial de Pink Floyd» y se asegura que dejó el grupo por «graves desavenencias» con el gruñón Roger Waters.

Pinkfloydia harveii

Pinkfloydia harveii

5. Araña pinkfloydiana. Dos científicos descubrieron este año un nuevo género de arañas en el occidente de Australia. Las bautizaron como Pinkflodya en honor a su grupo favorito. Los investigadores se llaman Dimitar Dimitrov y, lo juro, Gustavo Hormiga.

6. Sincronías. Los seguidores de Pink Floyd son de otra pasta: han diseccionado la obra del grupo con tanto fervor que han encontrado una supuesta sincronía temática y espiritual entre cada disco y una película. Algunas de las propuestas son de carcajada: Atom Heart Mother (1970) y Doctor Zhivago; Animals (1977) y Casablanca… La presunta sincronía que ha quemado más neuronas a los fans es la de The Dark Side of the Moon y El mago de Oz, conocida entre los enterados por The Dark Side of Oz. Hay quien sostiene que el grupo no dejaba de ver la película durante la grabación y que la música está plagada de claves semiocultas que conducen a la trama del filme. Un montaje de la película con el disco como banda sonora, aquí. La teoría de la sincronía, aquí.

Syd Barrett, durante y después

Syd Barrett, durante y después

7. El disparatado. De los cuatro fundadores de Pink Floyd (Gilmour llegó más tarde) el más dotado musical y literariamente -también el más atractivo y magnético- era Syd Barrett (1946-2006), The Madcap (El disparatado), a quien algunos consideran, no sin motivo, el único autor de letras de rock con un espíritu genuinamente británico. El primer disco del grupo, The Piper at the Gates of Dawn, sicodélico, planeante y arriesgado,es en realidad la obra de un solista, Barrett, a quien los demás simplemente acompañan. Desmedido y temerario (consumía un termo de té con LSD al día), apuntaba a estrella, grabó tres excelentes discos con su nombre, pero acabó frito, acurrucado en la casa paterna hasta su muerte por cáncer de pancreas. El grupo siguió considerándole su inspiración primaria y le dedicó el disco Wish You Were Here. La revista musical Mojo acaba de revelar que Barrett asistió a una de las sesiones de grabación, el 5 de junio de 1969 1975, invitado por Gilmour. Los asistentes dicen que estaba ido. «¿En qué parte toco la guitarra?», preguntó. Cuando los demás le hicieron escuchar algunas canciones y le pidieron su opinión, dijo: «Suena un poco viejo. Parece de Mary Poppins«.

Póster del festival "The 14 Hour Technicolour Dream"

Póster del festival "The 14 Hour Technicolour Dream"

8. Londres ácido. Pink Floyd fue uno de los primeros grupos ingleses en explorar los mundos paralelos provocados por los viajes lisérgicos. El 29 de abril de 1967 el grupo fue cabeza de cartel (tocaron a las 5 de la madrugada, mientras el sol nacía) en  The 14 Hour Technicolour Dream (El sueño en technicolor de 14 horas), un festival para recaudar fondos y apoyo para la revista contracultural  IT (International Times), cerrada por la Policía. El evento fue filmado en el documental Tonite Let’s All Make Love in London.

9. El invisible. El otro fundador de la banda fallecido (también por cáncer), el teclista Richard Wright (1943-2008) era a Pink Floyd lo que George Harrison a los Beatles, un tipo eclipsado por el brillo de Barrett y, después, por Waters y Gilmour. Wright, gran instrumentista, pasó los últimos años de su vida patroneando un lujoso yate en las Islas Vírgenes.

10. El más fiel. El único que ha estado en la brecha desde 1965 hasta ahora como miembro de Pink Floyd es Nick Mason. Vive con su segunda esposa en una mansión de Corsham que perteneció a Camilla Parker Bowles, tiene una compañía de compra venta de lujosos coches de coleccionista, pilota vehículos de carreras (completó las 24 horas de Le Mans), tripula un helicóptero y ha escrito un libro sobre su vida. Guarda todos los recortes de prensa, fotos y demás parafernalia que le envían los fans.

Ánxel Grove

Dólares con la cara de la niña del Exorcista

James Charles - 'Potty Mouth'

James Charles - 'Potty Mouth'

¿Quién se atreve a reirse del dinero? Las monedas son trozos de metal y los billetes, papeles. Nada de oro ni diamantes para  condicionar nuestra existencia. Ni siquiera nos merecemos eso.

Provocan miedos e ilusiones. Representan el valor de las cosas. Pensándolo mejor, representar es un verbo que se queda pequeño: son lo que vale todo.

Desde hace un año James Charles (EE.UU, 1963) ha estado metido en un proyecto artístico tan minucioso como simbólico. Empezó a dibujar sobre billetes de 5, 10 y 20 dólares para divertirse, alterando la cara de los presidentes y personajes históricos que ilustran el papel moneda de Estados Unidos. Los convertía en personajes famosos reales y de ficción.

James Charles - 'Van Gogh's Ear'

James Charles - 'Van Gogh's Ear'

Tras gastar accidentalmente algunos de ellos, decidió sacar de su cartera los que iba modificando y guardarlos.

Así empezó su serie de billetes modificados. Una colección en la que ha incluido ya a Sid Vicious, Jesucristo, Justin Bieber, el maestro Yoda, el espantapájaros del Mago de Oz, el Hombre Lobo, Charles Manson, Iggy Pop, Sarah Palin, Dalí…

Entusiasmado con sus avances técnicos, se hizo con tinta y materiales para dar un mejor acabado a sus creaciones y empezó también a manipular las letras de los billetes añadiendo mensajes.

James Charles - 'Burger Clown'

James Charles - 'Burger Clown'

En uno de cinco dólares, Charles convierte a Abraham Lincoln en Samuel L. Jackson caracterizado como Jules, el matón de la película de Pulp Fiction (Quentin Tarantino, 1994). Bajo su retrato, una frase tan bien hecha que parece impresa así en origen: Bad Motherfucker.

El artista desea que quien vea estas manipulaciones inicie una reflexión sobre el valor verdadero del papel moneda: algo hecho de materiales insignificantes que condiciona el modo en que vive la gente en el mundo.

Dice que los billetes que transforma ya no son dinero, sino objetos de arte, por eso los saca de circulación. Ciertamente se convierten en otra cosa. La singularidad de la materia prima y el resultado aparatoso de estos experimentos me decidieron a traerlos a la sección de Artefactos.

James Charles - 'Gabba Gabba Hey'

James Charles - 'Gabba Gabba Hey'

La puntilla de esta historia es que James Charles ha expuesto el mes pasado la colección completa en la Shooting Gallery de San Francisco. Allí había una buena suma de dinero: billetes de cinco, 10, 20, 50 e incluso 100 dólares, todos ellos a la venta.

¿El precio? Por poner un ejemplo, el billete de 10 que convierte al economista y padre fundador Alexander Hamilton en la princesa Leia vale 600 dólares (unos 418 euros).

No cabe duda de que el chico tiene talento.

Helena Celdrán