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Pinturas con mensajes de SMS, ¿qué pasa cuando nos comunicamos con el móvil?

'Euphemia White Van Rensselaer: Don't You Realize That I Only Text You When I'm Drunk' - Shawn Huckins

‘Euphemia White Van Rensselaer: Don’t You Realize That I Only Text You When I’m Drunk’ – Shawn Huckins

Palabras deformadas, vocales invisibles, siglas, onomatopeyas, jerga de redes sociales, signos de admiración. El envío de mensajes a través del móvil —desde el SMS ya considerado prehistórico hasta el insistente Wassap— han construido una gramática nueva adaptada al ahorro de caracteres y a las taras linguísticas del momento: son el todo a 100 del lenguaje, palabras de usar y tirar embutidas en una pantalla y consumidas con ansia.

El pintor Shawn Huckins (EEUU, 1984) le da un nuevo uso al idioma de los móviles, lo hace perdurar sobre el lienzo y lo combina con la nobleza de la pintura más clásica de su país.

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Deja que tu teléfono te avise de las tres personas que mata al día la policía de los EE UU

Captura de 'The Counted', del diario 'The Guardian'

Captura de ‘The Counted’, del diario ‘The Guardian’

La sección The Counted (La cuenta) es la única base de datos fiable sobre las personas muertas por la policía en los EE UU. La iniciativa, que puso en marcha el diario The Guardian en 2015, suple la falta de un cómputo oficial de víctimas de los muy letales cuerpos de seguridad estadounidenses, que abatieron letalmente el año pasado a 1.139 personas, tres cada día de media.

La violencia policial, un asunto que pone de los nervios a las administraciones estadounidenses y a sus fuerzas del orden —en las que trabajan 1,1 millones de personas, 765.000 de ellas con capacidad para detener y, por lo visto, disparar con puntería fatal, asignadas a 18.000 agencias y departamentos de todos los niveles administrativos y territoriales—, es una materia opaca de la que pocos políticos o cargos públicos desean hablar en el país más violento del mundo.

El diario inglés se apuntó un tanto de responsabilidad y valentía cívica al crear The Counted —la sección de Amnistía Internacional en los EE UU lo reconoció al otorgar a la iniciativa la medalla de oro de 2015 a los medios internacionales por la defensa de los derechos humanos—. No sólo se trata de llevar la cuenta de los abatidos por empleados públicos con licencia para matar, sino para poner nombre, cara, circunstancias y raza a los de otro modo forzosamente silenciosos y socialmente casi invisibles fiambres.

Gracias a la  base de datos sabemos, por ejemplo, que los policías que matan prefieren a los negros (7,18 por millón de cadáveres), cuya posibilidad de morir a balazos es el doble que la de los latinos (3,5). Los blancos, mayoría racial todavía en el país, pueden estar más tranquilos: 2,9.

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Metraje mudo de las Torres Gemelas en construcción

Con cerca de 3.000 muertos, los atentados del 11 de septiembre de 2001 fueron un signo de los tiempos, todo en ellos resultó tan megalómano como los poderosos edificios del neoyorquino World Trade Center. El 11-S se televisó y emitió a una hora conveniente, para que una buena parte del planeta pudiera incluso ver en directo cómo el segundo avión se estellaba contra la Torre Sur.

El fragmento de película que acompaña a este texto tiene un toque corporativo, sería frío y anodino, en todo caso anecdótico para quien conozca el lugar, si no fuera por la historia que hay detrás de las Torres Gemelas. En el film producido por Western Electric (compañía estadounidense de ingeniería eléctrica), la falta de sonido hace pensar que se trata de material bruto para un audiovisual industrial.

Ahora de dominio público y de visionado y descarga libre gracias al Internet Archive, el film documenta cómo se construyeron los colosos y cómo eran los primeros ocupantes. Desde el presente, podemos asociar cada segundo del metraje a la destrucción, el silencio —en otras circunstancias imparcial— contribuye a la incomodidad.

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Figuras de cartón de trabajadores mexicanos ‘invisibles’

Figuras de cartón del artista Ramiro Gomez Jr.

Figuras de cartón del artista Ramiro Gomez Jr.

Asociamos Beverly Hills a la piscina impoluta, al césped recién cortado y de un verde tecnicolor, a la mansión californiana de fachada perfecta como la crema de un pastel. Quienes se encargan de mantener esa visión cinematográfica sin embargo no forman parte de la fantasía, son invisibles para los dueños del paraíso.

Beverly Hills cardboard cutout - Ramiro Gomez Jr.

Beverly Hills cardboard cutout – Ramiro Gomez Jr.

«Me interesa mostrar el otro lado de las cosas, la parte más real, la que yo veo» dice el artista californiano de origen mexicano Ramiro Gomez Jr. El acento en el apellido ha sucumbido a la gramática gringa, representa «la primera generación» de su familia nacida en los Estados Unidos. Hijo de un conductor de camiones de la cadena de hipermercados CostCo y de la encargada de mantenimiento de un colegio, nunca se le pasó por alto que sus padres hicieron de él y su hermana un proyecto de futuro, asegurándose de que sobresalieran en los estudios, aguantando trabajos de jornadas agotadoras sin cuestionarse nunca el sacrificio.

En Happy HillsColinas felices, en referencia a Beverly Hills, West Hollywood, Laurel Canyon y otras zonas asociadas a la fama y al dinero en Los Ángeles— el artista pinta figuras humanas troqueladas sobre cartón, el típico cartón marrón de las cajas de mudanzas, un soporte nada fino ni caro, pero resistente y efectivo.

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El pintor que traslada la soledad de Edward Hopper al siglo XXI

'Q Train' - Nigel Van Wieck

‘Q Train’ – Nigel Van Wieck

Cada obra de Edward Hopper (1882-1967) es un charco de silencio, una nueva forma de entender la soledad: el ser humano del siglo XX se encierra en sí mismo, se desconecta de sus semejantes y está rodeado de paisajes tan bellos como melancólicos. El artista obliga siempre al espectador a llegar tarde y sólo le permite adivinar un fragmento de la historia completa.

El año en que nació el pintor Nigel Van Wieck (Reino Unido, 1947), Hopper pintaba Summer Evening (Noche de verano), una escena veraniega bañada por la luz blanca del porche de una casa de madera. La mujer, poniendo los brazos hacia atrás para apoyarse, lleva una cortísima falda rosa con un top del mismo color; el hombre está ligeramente inclinado hacia ella. Entre la tensión y la incapacidad para comunicarse, ambos permanecen a la espera de que suceda algo en los próximos segundos.

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Escuchando a Creedence en un Mustang en la base militar de los EE UU en Rota

"Up Around the Bend" © Christian Lagata -  www.christianlagata.com

«Up Around the Bend» © Christian Lagata – www.christianlagata.com

La canción y el Mustang vienen en el mismo paquete para Christian Lagata (Jerez de la Frontera, 1986).

La canción, Up Around the Bend, cantada y tocada por Creedence Clearwater Revival, que bajo ese endiablado nombre eran algo así como los Beatles de la clase obrera, el grupo de la gente que sudaba cuando hacía calor y no por ello se quedaba en cueros, de la gente que tenía vergüenza al estar con otra gente atacada por la risa boba causada por la marihuana… La canción, decía, es tan pura como el automóvil: pistones y gasolina, aceite y válvulas, una invitación condensada y simple para pisar el acelerador más allá de lo admitido por la ley.

¿Quién tiene derecho a ponerle límite de velocidad al atardecer?

Catch a ride to the end of the highway
And we’ll meet by the big red tree
There’s a place up ahead and I’m goin’
Come along, come along with me

Come on the risin’ wind
We’re goin’ up around the bend

En la foto del Mustang puede entreverse un cartel que tiene carga de copyright existencial: Bethel Baptist Church. Es fácil imaginar lo que sucede dentro del invisible local: una prédica sobre expiación y reptiles, pecado original e infierno.

La palabra de dios antes de activar el encendido del Mustang, escuchar a John Fogerty, ese tipo que tiene más derecho que el Hijo de Dios a ser llamado Jesús, quemar neumáticos y estar dispuesto a jugar a la ruleta con los kilómetros por hora.

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Cuando los vestidos se hacían con sacos de comida

Libro de patrones para hacer vestidos con 'feedsacks'

Libro de patrones para hacer vestidos con ‘feedsacks’

¿Y si no pudiéramos comprar ropa? ¿Habría manera de salir del paso con lo que tuviéramos en casa sin sacrificar ningún textil del hogar? Repasando mentalmente, no hay materiales aprovechables. En la cocina, el plástico domina el envasado de los productos, con alguna concesión al vidrio. Atrás quedan otros que —por su coste en comparación con el nefasto plástico— ya forman parte de la arqueología del consumo, por ejemplo, la tela.

En los EE UU la cultura del derroche llegó tras la II Guerra Mundial como un cataclismo, borrando del panorama doméstico la reutilización y el aprovechamiento de lo que tenemos a mano. Por suerte la tendencia está cambiando, los tiempos ya no son bollantes y nos enfrentamos al mayor reto medioambiental de nuestra historia: reciclar vuelve a estar de moda y muy a propósito del revival se rescatan del olvido los recursos que empleaban nuestros abuelos.

Almacenar el cereal en sacos es casi tan viejo como la invención del textil. Los granjeros guardaban el grano en bolsas de tela cosidas a mano y con señas de identidad para diferenciarlas de cosechas vecinas. Cuando los Estados Unidos fueron industrializándose y afloraba el comercio desde el campo a las grandes ciudades, los sacos —llamados feedsacks, sacos de alimento— fueron el contenedor ideal para el transporte de productos secos.

Así llegaron de forma masiva a los hogares para transformarse en el siglo XX en un material que sacó de muchos aprietos a las familias, sobre todo en los años treinta (tras la Gran Depresión) y a principios de los cuarenta (durante la II Guerra Mundial), cuando en los EE UU había racionamiento de textiles.

Mujeres con vestidos hechos con tela de sacos

Mujeres con vestidos hechos con tela de sacos

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Multas de 15.000 dólares para los policías que repriman el ‘periodismo ciudadano’

El policía  Michael T. Slager dispara por la espalda a Walter L. Scott

El policía Michael T. Slager dispara por la espalda a Walter L. Scott

Una ejecución en directo, en terreno público y a la luz del día. Ocho balazos por la espalda a un hombre desarmado. Las imágenes del oficial de Policía Michael T. Slager, de 33 años, disparando fríamente contra Walter L. Scott, de 50, al que probablemente podría haber alcanzado tras una corta carrera, fueron filmadas en un teléfono móvil por un joven ciudadanoFeiden Santana, de 23 años—, que decidió dejar testimonio de la atrocidad.

Sucedió el 4 de abril en North Charleston, la tercera ciudad más poblada de Carolina del Sur (EE UU). El censo es de 100.000 habitantes, casi la mitad negros. Los agentes del cuerpo local de policía son en un 80% blancos.

Dado el calado de la secuencia, la falta de dudas razonables que se deriva de la situación —el agente intentó escudarse en que había usado antes sin éxito una pistola eléctrica, pero no explicó por qué ni siquiera intentó perseguir a Scott—, la aparición de evidencias de que el Slager ya había actuado con extrema e injustificada brutalidad en 2014 durante la detención de un infractor de tráfico y la acusación de asesinato que la fiscalía tramita contra el policía —que, como se han apurado a aclarar desde el ministerio público y por «ausencia de agravantes», no será en ningún caso condenado a muerte pese a que Carolina del Norte aplica a los asesinos la pena capital—, nadie ha puesto en duda la conveniencia de la grabación, una de esas piezas del llamado periodismo ciudadano que ennoblece a su autor y construye una red de seguridad contra la ferocidad del sistema y sus esbirros más peligrosos para la integridad colectiva y la libertad de los de a pie.

El desquiciado conteo de muertes policiales —causadas por agentes— que padecen los EE UU —el gobierno oculta los datos, las agencias locales de seguridad son demasiadas y los números no se vierten en una única base de datos central, pero se estima que una media de unas 1.240 personas pierde la vida al año en el país por disparos o ataques mientras están en manos de agentes— convierte en saludable y defensivo el uso de las armas incruentas de que disponemos los civiles para establecer fronteras y defendernos.

En EE UU está expresamente permitido grabar y retratar a policías de acuerdo con sentencias que apelan a principios constitucionales, pero algunas leyes regionales o reglamentos locales limitan o contradicen el derecho.

Tampoco lo ponen fácil los agentes, que intimidan, amenazan, ciegan con luces estroboscópicas, retienen o rompen cámaras, borran archivos y, en ocasiones, se comportan como vengativos chulos de arrabal.

El siguiente vídeo es explícito y especialmente cruel. Fue grabado hace dos años en un barrio de Los Ángeles. No lo vea, queda advertido, si tiene la sensibilidad a flor de piel.

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Una joven sureña blanca y de a pie, heroína del antirracismo en los EE UU

Joan Trumpauer - Fotos policiales de 1961

Joan Trumpauer – Fotos policiales de 1961

Joan Trumpauer tenía 19 años cuando, en junio de 1961, la Policía de Jackson, en el estado de Misisipi, en el sur profundo de los EE UU, la fichó y retrató de frente y perfil.

Unos días antes el autobús en el que Joan viajaba junto con otros militantes antisegregacionistas había sido quemado por una turbamulta de arios racistas. La joven escapó de milagro pero fue golpeada, pateada y detenida. Como se negó a pagar la multa por los desórdenes de los que fue acusada o la fianza sustitutoria, la encerraron en la prisión más dura del país, Parchman Farm. La tuvieron en una celda del pabellón de la muerte durante dos meses antes de fijar una fecha para la vista del juicio y dejarla en libertad.

Durante aquel encierro arbitrario y desproporcionado Joan canturreaba con cierta constancia una cancioncilla religiosa que le habían enseñado en la catequesis:

Cristo quiere a los niños
A todos los niños del mundo
Rojos y amarillos, negros y blancos
Todos son preciosos para Él

Además de las convicciones, la muchacha no tenía nada especial que la distinguiera de otras, era una chica de a pie. Había nacido en Georgia, sus abuelos habían sido dueños de esclavos negros y sus padres eran aparceros sin demasiados medios pero que, sin embargo, podían permitirse pagar a una criada, también negra, para que cuidara de los niños. Cuando algo se torcía en la vida de la familia Trumpauer, la madre, racista visceral, solía utilizar siempre la misma fórmula: «Podremos con esto. Pase lo que pase, al menos no somos negros».

Joan abrió los ojos cuando empezaron a proliferar las protestas contra la segregación que permitía el trato diferente según el color de la piel. A los 18 años participó en la primera sentada. La detuvieron y catalogaron como «mentalmente inestable» porque sólo la locura podía explicar que una señorita del sur compartiese ideales y movilizaciones con negros.

Al año siguiente se implicó en los Freedom Riders (Viajeros de la libertad), los centenares de chicos y chicas de ambas razas que se desplazaban en autobuses por las zonas más despiadadas del racismo para organizar protestas no violentas en bares con entradas separadas, colegios que no admitían negros, piscinas en las que sólo la piel blanca tenía derecho de chapoteo en el largo y ardiente verano…

Tres 'viajeros de la libertad' son increpados y atacados por chicos blancos en un bar segregado. La muchacha del medio, con moño, es Joan. 28 de mayo de 1963, Jackson-Misisipi.

Tres ‘viajeros de la libertad’ son increpados y atacados por chicos blancos por entrar en un bar segregado. La muchacha del medio, con moño, es Joan. 28 de mayo de 1963, Jackson-Misisipi (Foto: Fred Blackwell)

Fred Blackwell, reportero del Jackson Daily News, se subió a la barra del Woolworth para poder hacer esta foto. No hay sangre, pero quizá sea una de las imágenes más violentas de la lucha contra la segregación racial en los EE UU por la rabia, burla y odio de los jovencillos que atacan a los tres viajeros de la libertad, desde la izquierda, John Salter, Joan Trumpauer y Anne Moody. Habían entrado en la fuente de soda segregada con una chica negra, la última de las activistas citadas, para hacer una sentada pacífica en la barra sólo para blancos. A Salter le regaron la ropa con sirope y la cabeza con azúcar. A Trumpauer le esperaba la misma humillación. La policía no apareció por el lugar pese a las llamadas del encargado.

Hubo muchos otros sit-in en cafeterías de los estados racistas que se oponían a la abolición de la segregación y la aprobación de una ley de garantía de los derechos civiles. Todos los actos, coordinados por el Congreso por la Igualdad Racial, fueron pacíficos. Este set de Flickr agrupa unas cuantas decenas de fotos de las movilizaciones y en alguna se puede reconocer a Joan con su tranquila prestancia haciendo frente sin un pestañeo a matonzuelos arengados por el Partido Nazi Americano.

Joan Trumpauer en la actualidad. Foto: © J.M. Giordano

Joan Trumpauer en la actualidad. Foto: © J.M. Giordano

Trampauer fue coherente con el credo de la canción que había aprendido en la iglesia cuando era cría: se matriculó en un instituto para negros preguntándose cómo respondería la sociedad —lo supo pronto: la tildaron de «puta» en artículos de opinión en la prensa— y fue expulsada de la muy prestigiosa Universidad de Duke por negarse a abandonar el activismo.

Era sureña y blanca, tenía más que perder que nadie y embravecía con más intensidad a los intolerantes.

Se retiró a la honrosa condición de ciudadana digna y coherente cuando la lucha alcanzó los resultados legislativos soñados —concretados en la Civil Rights Act (Ley de los Derechos Civiles, 1964), que tardó lo suyo en servir para algo pero al menos ilegalizó la segregación en el plano teórico—.

Sin salir del anonimato de nuevo Joan trabajó en el Smithsonian, fue funcionaria de los ministerios de Justicia y Comercio y profesora voluntaria de Inglés como segundo idioma en una organización de ayuda a inmigrantes ilegales. Está jubilada, tiene 73 años y cinco hijos.

Cuando en 2013 la trajeron otra vez a la actualidad como protagonista del documental An Ordinary Hero: The True Story of Joan Trumpauer (Una heroína corriente: la verdadera historia de Joan Trumpauer) declaró que volvería a repetir cada paso de su vida porque el racismo convierte a cualquier territorio en «el corazón de las tinieblas».

Jose Ángel González

Cien años de Sister Rosetta Tharpe, la mujer que cantaba diciendo ‘amén’

Sister Rosetta Tharpe (1915-1973). Foto: James J. Kriegsmann, 1938

Sister Rosetta Tharpe (1915-1973). Foto: James J. Kriegsmann, 1938

Algunas efemérides deberían obligarnos al encierro. Algunas efemérides, tan distintas a esas que señalan los acontecimientos nacionales para recordarnos que somos vasallos, merecen carácter sagrado e íntimidad.

Hace unos días, el 20 de marzo, se cumplieron cien años del nacimiento de Sister Rosetta Tharpe (1915-1973), que ha sido llamada la abuela del rock and roll. El título, se podría argüir, contiene una paradoja: una cantante de góspel, la música cristiano-evangélica más pura, es presentada como profeta de la música del diablo, como definieron al rock en sus primeros años desde los púlpitos y las congregaciones más ofuscadas por tanto brío sexual. Se trata de una contradicción sensata porque, como sabemos los pecadores, dios y el diablo caminan de la mano.

Sister Rosetta cantaba diciendo ‘amén’ y, al tiempo, era una fiera indómita, todo sudor y brutalidad, instinto y delirio. Podrían borrar de los anales a Chuck Berry, Little Richard, Elvis Presley y Bo Diddley. La Hermana Rosetta los predice, contiene y supera.

Allen's Grocery, Cotton Plant Arkansas (Foto. Wikimedia Commons)

Allen’s Grocery, Cotton Plant Arkansas (Foto. Wikimedia Commons)

 1. El lugar. Desde el cielo puedes saberlo todo sobre Cotton Plant, Arkansas (EE UU): un apaisado enclave rural en medio del vacío, dos carreteras comarcales, los trazos implacables de los plantíos de algodón y maíz… El villorrio y sus mil almas de 1915 tenían solo dos opciones para combatir la monotonía de tiralíneas de la pradera, multiplicada por un cielo plomizo y la mampostería de ladrillos rojos de las casuchas: dejarse llevar por la tiranía de las cadenas de la subsistencia o dedicarse a rezar.

2. El río. Unos cien kilómetros en línea recta hacia el este fluye, ya muy lentamente porque olisquea la desembocadura en el Golfo y desea retrasarla, el fabuloso Misisipi, el río-útero de todas las músicas. Un caminante de principios del siglo XX que bordeara el cauce hacia el sur podría cruzarse, si la suerte le era dada y concurría a los más indecentes garitos de madera y mal whisky casero del camino, con Charley Patton, el aullador, o Robert Johnson, el amigo del diablo.

3. La Vieja Religión. Los padres de la niña Rosetta Nubin, nacida el 20 de marzo de 2015 en el pueblecito de Cotton Plant, eran braceros sin tierras propias. Del padre, Willis Atkins, sólo es conocida su afición por cantar mientras, dobladas las lumbares, se desgarraba las manos para arrancar las cápsulas de algodón. La madre, Katie Bell Nubin, también cantaba, pero sobre todo en los oficios de la Church Of God in Christ, un credo pentecostalista que niega la predestinación y admite que la sonrisa, el himno y el grito son arrebatos de vida consagrada, vehículos para estar entrenado ante la Gran Tribulación. La mujer, a la que llamaban Mama Bell, tocaba la mandolina y la guitarra. Cuando dejaba descansar uno de los dos instrumentos, Rosetta rascaba y golpeaba las cuerdas. A los seis años ya acompañaba a la madre tocando la guitarra.

Sister Rosetta canta y su madre, Katie Bell, sostiene la guitarra. Foto: Charles Peterson

Sister Rosetta canta y su madre, Katie Bell, sostiene la guitarra. Foto: Charles Peterson

4. El himno. El primer libro que se imprimió en la América colonial británica fue The Whole Booke of Psalmes Faithfully Translated into English Meter (1638), una recopilación de himnos religiosos. La obra fue un best seller primario y prendió el fuego por el canto como forma comunitaria de rezo. Cuando la tradición se cruzó con las usanzas seculares de los esclavos traídos de África para ser explotados por los buenos cristianos calvinistas nació el góspel, del vocablo anglosajón gōdspel, palabra de dios, una transformación extremista de los himnos religiosos basada en la percusión insistente, las exhortaciones impulsivas, las palmas perfectas y los bailes improvisados. El patrón es de llamada y respuesta y la escala, pentatónica, implacable, moderna. Allí donde los cristianos blancos se mecen en arrullos, los negros gimen hasta la éxtasis. El germen del jazz, el funk y el hip-hop nació en las capillas.

5. El milagro de la voz y la guitarra. Mama Bell y su hija hicieron durante años el circuito de las congregaciones pentecostales —la  Church Of God in Christ permitía el apostolado femenino—. Eran actuaciones en parte sermón y en parte descarga góspel. Llegaron a ser tan conocidas que se anunciaban con semanas de antelación. Los carteles claveteados en los postes del telégrafo anunciaban a Rosetta como «el milagro de la voz y la guitarra». En 1934 se fueron a vivir a Chicago. Rosetta se casó a los 19 años con un pastor,  Thomas Thorpe, pero el matrimonio no resultó y se separaron. Sin explicar nunca la razón, ella adoptó como nombre artístico una transformación del apellido del marido: Sister Rosetta Tharpe. En 1938 se establecieron en Nueva York.

 6. ¿El primer rock and roll? Después de grabar algunos discos con grandes orquestas que disimulaban la fiereza de su voz y verse obligada por contratos ladinos a cantar en los circuitos de night clubs —lo que originó un cierto escándalo entre los puristas de la música religiosa—, Sister Rosetta se decidió por volver a la simpleza del góspel y en 1944 grabó Strange Things Happening Every Day, un espiritual sin aderezos, dominado por la guitarra y el grito. En 1945 la canción se convirtió en el primer tema góspel en colarse en las controladísimas listas de éxitos raciales —también los hit parade eran segregacionistas— de la revista Bildboard. El tema, sincopado, evasivo, apasionado, bailable, sensual, incluso ambiguo, está entre los citados como posibles precursores de un género que aún no tenía nombre pero estaba naciendo de la adherencia del blues, el rhythm & blues, el country y el bluegrass: el rock and roll, la música más importante del siglo XX.

7. Palmas instintivas de los ingleses. Adorada por Elvis Presley, Little Richard, Johnny Cash y Jerry Lee Lewis («esta mujer canta rock and roll…, bueno, canta música religiosa pero ¡es rock and roll: tiembla, salta, golpea la guitarra!»), Rosetta Tharpe gozó de una gran fama tras la II Guerra Mundial. En 1951 se casó con su agente, Russell Morrison, y cantó tras la ceremonia, todavía en traje de novia, ante 25.000 personas que habían pagado entrada para la boda y el concierto. Durante los años de fuego del rock and roll, el estilo que había ayudado a crear, su popularidad cayó en picado, pero logró sobreponerse gracias a las giras por Europa, donde el interés por la música negra de los EE UU fue intensa en los primeros años sesenta. En 1964 participó en un programa de televisión grabado en una estación de tren abandonada en Manchester. Algunos dicen que fue la primera vez que el gélido público inglés supo de manera instintiva cómo seguir el ritmo de un góspel con las palmas. Rosetta, con su abrigo de paño claro de los domingos, los dejó atónitos y en estado de gracia.

Sister Rosetta Tharpe a finales de años treinta. Photo: Roxie Moore

Sister Rosetta Tharpe a finales de años treinta. Photo: Roxie Moore

8. Tumba sin lápida. La carrera de la fogosa cantante y guitarrista fue interrumpida por un ataque al corazón en 1970. Superó el asunto pero desarrolló diabetes y tuvieron que amputarle una pierna. Murió tras un segundo infarto, el 9 de octubre de 1973, a los 58 años. La enterraron en una tumba sin nombre en Filadelfia, donde vivía desde 1957.

9. Túmulo tras un documental. Tras la producción y emisión en 2014 del documental dirigido por Mick Csáky Sister Rosetta Tharpe: The Godmother of Rock & Roll [dejo bajo la entrada un vídeo del metraje completo] hubo una cuestación pública para colocar un pequeño túmulo funerario en el lugar donde yacen los restos de la mujer que sabía como rezar gritando amén. Parece que necesitamos películas para saber que cometimos pecados.

10. Epitafio. Las palabras que inscribieron en la lápida, aunque tardías, son adecuadas: «Podía cantar hasta hacerte llorar y luego cantar hasta que bailaras de alegría. Ayudó a mantener viva la iglesia e hizo disfrutar a los santos«.

Jose Ángel González