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¿Se llevan bien los artistas plásticos y las portadas de discos?

El primer disco con portada de la historia © Alex Steinweiss - Taschen

El primer disco con portada de la historia © Alex Steinweiss – Taschen

Las carpetas discográficas son uno de los grandes soportes para el arte del siglo XX. Más agradecidas, por aquello del tamaño, cuando se trata de vinilos y en trance de desaparición física dado el avance de la música comercializada en forma de archivo de ordenador, líquida y sin forma, siguen siendo una carnada visual dificil de evitar cuando se trata de diseños imaginativos, valientes, procaces, rebeldes o complementarios hasta la perfección con la música que envuelven.

Las cubiertas de discos han tenido, en realidad, un muy pequeño recorrido: el primer disco de la historia envuelto tal como lo conocemos es el de la imagen de arriba. Fue editado en 1940 y, como una parábola, ha tenido más duración el diseño, que fue el primer paso para la jubilación de las groseras bolsas de estraza, que la música: una omitible selección de éxitos, Smash Song Hits, de Richard Rodgers y Lorenz Hart, interpretados por la Imperial Orchestra.

El diseñador fue un pionero, un muchacho de 23 años enamorado del cartelismo europeo de vanguardia, el modernismo y el art decó: Alex Steinweiss, el inventor de las portadas de discos.

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¿Quién es este hombre vestido con lencería de mujer?

Martina Kubelk, untitled, Polaroid (8,3 x 10,5 cm) from the photo album "Martina Kubelk. Kleider - Unterwaesche" (Martina Kubelk. Dresses - Lingerie), 1988 - 1995, consisting of 365 Polaroids and 23 Vintage Prints, 32 x 27 x 8 cm Courtesy Galerie Susanne Zander / Delmes & Zander

Martina Kubelk, untitled, Polaroid from the photo album «Martina Kubelk. Kleider – Unterwaesche» (Martina Kubelk. Dresses – Lingerie), 1988 – 1995,
Courtesy Galerie Susanne Zander / Delmes & Zander

Entre 1988 y 1995 el hombre  que aparece en la foto vestido con lencería de mujer se autorretrató en privado y compuso un álbum de casi 400 imágenes tomadas con una cámara Polaroid de revelado instantáneo, es decir, privado.

Las imágenes, que acaban de ser mostradas en la galería Suzanne Zander (Colonia-Alemania) como inicio de una serie de exposiciones sobre artistas anónimos que bordean lo outsider, pertenecen a un autor desconocido y fallecido —eso se nos asegura— que las montó, de cuatro en cuatro, en 99 páginas cuidadosamente datadas por fechas y horas. En la portada del álbum se puede leer: «Martina Kubelk: Clothes – Lingerie» (Martina Kubelk: vestidos – lencería).

Hay muchas pistas en las fotos sobre el hombre con pasión por el transformismo que se hacía llamar Martina Kubelk: apreciamos el mobiliario, los cortinajes, el papel pintado, el póster de un gato, algunos objetos insustanciales (una lámpara de lava, un teléfono…), pero nada nos revela demasiado sobre la condición o la circunstancia del protagonista. No es injusto afirmar que no le sobraba el dinero. Tampoco que disfrutaba siendo drag queen en privado.

Martina Kubelk, untitled, Polaroid from the photo album "Martina Kubelk. Kleider - Unterwaesche" (Martina Kubelk. Dresses - Lingerie), 1988 - 1995, Courtesy Galerie Susanne Zander / Delmes & Zander

Martina Kubelk, untitled, Polaroid from the photo album «Martina Kubelk. Kleider – Unterwaesche» (Martina Kubelk. Dresses – Lingerie), 1988 – 1995,
Courtesy Galerie Susanne Zander / Delmes & Zander

Las poses son complejas y forzadas: Martina debe agacharse para aparecer de cuerpo entero en el plano, sujeta un mando a distancia para disparar la cámara, se coloca ante puertas o se sienta en butacas, la luz del flash vela las escenas con una luminiscencia forense… Podemos imaginar la noche en cualquier ciudad —todas idénticas: en el final de una se gesta el comienzo de la siguiente—, el rumor de la normalidad vecinal en la vivienda de al lado, el ceremonial del que Martina Kudelk goza en privado…

El anonimato no es novedad alguna en la historia del arte. Los viejos maestros holandeses usaban nombres de emergencia en tanto no alcanzaban la categoría necesaria para que fuese reconocida su maestría y estilo autónomo. El Maestro del Altar de San Bartolomé es un muy conocido ejemplo de aquella sombra que padecían con naturalidad los artistas. No fue hasta la edad moderna, con la emergencia de una sociedad burguesa que cultiva la personalidad con orgullo y violencia, cuando los creadores empezaron a custodiar sus nombres de marca. Algunos, bien lo sabemos —pienso en los mamarrachos Jeff Koons y Damien Hirstson poco más que una marca registrada o un símbolo de copyright.

Philipp do Brito leyó durante la exposición un bello texto sobre Martina Kudelk: «Ella es sexy , festiva, elegante y característica, con una cara que recuerda a la fallecida Diana Vreeland, se convierte tanto en la modelo como en la editora para dedicarse a las exploraciones artificiales de género, sexualidad, identidad y comportamiento. Martina es en sí misma un archivo, un anacronismo (…) El tiempo no le estorba (…) Existe frente a nosotros con una vida que es una crónica en forma de álbum fotográfico. Una vida en años, meses y días».

El álbum detallado de Martina Kubelk nos devuelve a las noches solitarias de un hombre vestido con lencería y ropas de mujer. El voyeur que todos llevamos dentro mira pero no puede responder pregunta alguna: ¿quién era?, ¿qué otra vida llevaba en la normalidad del mundo?, ¿sabían los demás, los familiares y amigos, de la pasión secreta?, ¿a quién entregó el álbum, su afilado diario, el libro de horas de una religión de un solo fiel?…

Ánxel Grove

3.500 clavos para cada dibujo

'The Eye of the Artist' - Marcus Levine

'The Eye of the Artist' - Marcus Levine

El inglés Marcus Levine lo mide todo al milímetro, se aleja de sus obras para vigilar que cada elemento esté en el lugar adecuado y forme parte del todo con armonía. Vuelve a acercarse y sigue clavando.

Hace un arte figurativo entre las dos y las tres dimensiones, con clavos plateados y negros que fija en paneles de madera y de aluminio. Depende de cómo sobresalgan y la luz que reciban, el dibujo variará en profundidad y sombras.

Desnudos, paisajes, retratos… Tarda unas tres semanas en elaborar cada obra y usa unos 3.500 clavos por cuadro «y me suelo cortar y golpear el dedo con el martillo, así que sufro por mi arte«, dice con sorna.

'David's Children' - Marcus Levine

'David's Children' - Marcus Levine

El artista, que estudió en la escuela de Jacob Kramer, con Damien Hirst como compañero de clase, comenzó haciendo obras abstractas cuando se dio cuenta de las posibilidades que había en combinar clavos para hacer representaciones de la realidad: «Pensé que sería agradable trabajar con ellos, hacer formas metálicas ondulándose a lo largo de una superficie«.

Comprar un apartamento en Budapest (Hungría), el lugar de origen de su mujer, fue un detonante para que el arte de Levine cambiara radicalmente. Era un espacio vacío, listo para convertirse en lo que él quisiera, un terreno virgen para llenar de arte propio: «Primero pensé en pegar cabezas de clavos en mis esculturas. Después, de pie en mi nuevo apartamento, me di cuenta de que un pequeño y afilado clavo podía crear algo tal suave como un torso humano. Mi mujer posó para mí».

Helena Celdrán