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Audrey, el único autobús-cine que consiguió volver a la vida

El Vintage Mobile Cinema (http://www.vintagemobilecinema.co.uk)

El Vintage Mobile Cinema (http://www.vintagemobilecinema.co.uk)

El autobús es de la casa Bedford, una compañía inglesa fundada en 1930 en Bedforshire (Luton) y especializada en vehículos grandes, famosa por popularizar el motor de seis cilindros en línea. La empresa no supo enfrentarse al avance tecnológico de los otros fabricantes de autobuses y camiones y dejó de producir vehículos en 1986.

Lo más llamativo no es la redondez sesentera al estilo de las furgonetas Volkswagen T2, sino la corona de cristal, un mullido tupé en lo alto del vehículo. En aquella vidriera se escondía el proyeccionista cuando el interior, lleno de butacas de cine en lugar de asientos, cumplía su cometido como sala móvil de proyecciones a mediados de los años sesenta.

El Reino Unido acababa de dejar atrás las penurias de la posguerra, pero era consciente de que su economía se había quedado atrás después de la II Guerra Mundial mientras los EE UU afianzaban el liderazgo mundial. Blanco y esmaltado al estilo de una nevera antigua, el bus-cine no era una iniciativa romántica, se creó como herramienta para propagar mensajes gubernamentales.

La flota original de autobuses-cine

La flota original de autobuses-cine

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Fotos artísticas de coches tras haber chocado

'Car Crash Studies' - Nicolai Howalt

‘Car Crash Studies’ – Nicolai Howalt

Las fotografías resultan más incómodas al no dar pistas sobre la suerte que corrieron los ocupantes. Los desoladores escenarios vacíos exhiben con impunidad chapas de metal y salpicaderos deformados; cristales hechos añicos, asientos demasiado inclinados hacia atrás, un caos de pequeños objetos personales esparcidos por el suelo del automóvil…

El artista danés Nicolai Howalt (Copenhague, 1970) documenta en su turbador proyecto Car Crash Studies (Estudios de accidentes de coche) las consecuencias de una colisión «severa y potencialmente fatal».

Inspirado por la novela Crash (1973) de J.G Ballard —cuyo protagonista considera los accidentes de tráfico «la única experiencia real» y se siente sexualmente atraido por ellos— Howalt se interesa por la combinación de «brutalidad» y «calma» que transmiten las imágenes, iluminadas con la frialdad de la luz directa de un flash.

La serie oscila entre «las fotos estériles» que se incluirían en el informe de un accidente y el deseo de «enfrentar» al espectador al «miedo al trauma y a la muerte». Sin embargo no hay información adicional sobre los siniestros: al autor no le interesa el sensacionalismo y confiesa que ni siquiera él sabe qué sucedió con los pasajeros de los vehículos que fotografió. Para construir hipótesis sobre los conductores y sus acompañantes sólo queda fijarse en el zapato huerfano, en la cajetilla de tabaco o en el pequeño peluche que cuelga del espejo retrovisor. En una de las fotos, el volante presenta pequeños rastros de sangre, el único detalle escabroso de la serie.

Combina las visiones figurativas de los interiores de coches (algunos de ellos especialmente anticuados) con detalles de airbags y composiciones abstractas formadas por primeros planos de las chapas: superficies arrugadas que al autor a veces se le antojan  «paisajes» en lugar de «metal aplastado» y desplazan a un segundo plano la posible tragedia. «Esas llanuras de color se vuelven el ejemplo definitivo de belleza creada a partir del sufrimiento, el dolor y la destrucción».

Helena Celdrán

Nicolai Howalt- Car Crash

NicolaiHowalt- Car Crash

NicolaiHowalt- Car Crash-Airbag

Nicolai Howalt-car-crash-studies

Nicolai Howalt- Car Crash Studies

Nicolai Howalt-Car crash studies

Nicolai Howalt-Car Crash

La segunda vida de un Mercedes convertido en bicicleta

El coche, un Mercedes de un inusual color dorado, tenía 159.768 kilómetros cuando dejó de funcionar definitivamente y terminó en el desguace. El equipo de Projecto Carma lo escogió para redimirlo de su pasado contaminante y transformarlo en un medio de transporte limpio, renovado de vida y además bonito.

«¿Puede una bicileta compensar lo que un coche ha causado?», se preguntan los promotores de Carma. La iniciativa de Lisboa, respaldada por B – Cultura da Bicicleta —una modesta revista trimestral portuguesa dedicada a los ciclistas, a la bici y a la cultura y los estilos de vida relacionados con ella— es una idea de la agencia de publicidad Leo Burnett,  pero a pesar de no tratarse de una acción espontánea y puramente artística, tiene una misión noble: hacer los mismos kilómetros con la bicicleta reciclada que los que hizo cuando sus piezas eran las de un coche.

La bici de 'Projecto Carma'

La bici de ‘Projecto Carma’

Vitor Peixoto y Francisco Oliveira, de Rcicla bicicletas, un taller especializado en la reutilización y la fabricación de piezas para bicis, han sido los encargados de construir a Carma utilizando el mayor número de componentes del coche. Si la pieza que necesitaban no existía en la maquinaria del vehículo, debían moldearla aprovechando al menos el material. Al final incluso aprovecharon la tapicería para construir un asiento y cubrieron los manillares con textil del techo del vehículo.

El resultado debía ser perfecto, no se trataba de crear una obra curiosa a la vista para ser admirada tras una vitrina, Carma (llamada así porque debía «equilibrar el karma» en su nueva vida) tenía que ser capaz de igualar al viejo Mercedes, soportar casi 160.000 kilómetros. Ahora, para asegurarse de que la misión se cumple, sus creadores han instalado un GPS que les permitirá monitorizar la distancia recorrida.

Aunque todavía no hay fecha fija, desde la página web del proyecto anuncian que su presentación será este mes de marzo: la bici iniciará un recorrido por varias ciudades y parece que saldrá de Portugal a España para comenzar su proceso curativo ayudada por el que quiera probar sus pedales.

Helena Celdrán

La maqueta a tamaño real de un Aston Martin

La maqueta de Evanta

La maqueta de Evanta

En las fotografías aparenta ser una maqueta especialmente detallista y, por la claridad de las piezas, fácil de montar. Parece que sólo hay que hacer sitio en la mesa y desenganchar las piezas una a una.

La empresa familiar inglesa Evanta —que construye, repasa y restaura automóviles exquisitos— juega con las proporciones en esta creación única y caprichosa: una maqueta a escala natural (1:1) del Aston Martin DBR1/2, el famoso coche que ganó en el circuito de Sarthe las 24 Horas de Le Mans en su edición del año 1959, donde también ocupó el número dos del podio otro vehículo idéntico.

Los pilotos que consiguieron la victoria (el estadounidense Carroll Shelby y el inglés Roy Salvatori) y el ingeniero jefe que diseñó el coche Ted Cutting —todos nacidos en la década de los veinte— murieron este año. Como homenaje, el coche volvió al circuito en junio.

Carrol Shelby y el Aston Martin de la victoria de Le Mans

Carroll Shelby y el Aston Martin de la victoria de Le Mans

La maqueta continúa la conmemoración de la hazaña y unifica en una gran estructura de hierro la aerodinámica carrocería del vehículo, con los neumáticos, las ruedas, los asientos, el volante, el salpicadero, además de una réplica de la estatuilla que ganó el equipo y una gorra de Aston Martin firmada por los pilotos.

Mide seis metros y medio de largo y 3,44 de ancho y pesa más de 500 kilos, pero no está pensada para funcionar si se montan los componentes, es un adorno estéril. La excentricidad será subastada en el Goodwood Revival Weekend, un festival de carreras de coches de época que se celebra cada año en el ahora obsoleto circuito de Goodwood, en Chichester, a unos 95 kilómetros de Londres. El precio de salida oscilará entre las 20.000 y 30.000 libras (entre 25.500 y 38.200 euros).

En el evento (que este año se celebra los días 14, 15 y 16 de septiembre) compiten modelos de 1948 a 1966, los años correspondientes a la inauguración y a la fecha de la última carrera profesional del autódromo. Este año habrá algún Aston Martin como el de James Bond en las competiciones.  Los participantes, los trabajadores y el público se visten de los años cuarenta, cincuenta y sesenta para «retroceder en el pasado» y «revivir el glamour y el encanto de las carreras en la cápsula romántica del circuito automovilístico más auténtico del mundo».

Helena Celdrán

‘Metropolis II’, ¿una escultura cinética o un Scalextric salido de madre?

Su construcción llevó cuatro años, un coleccionista la adquirió por una cantidad exagerada -y desconocida, pero de siete cifras- y ese mismo comprador misterioso la ha cedido al Lacma de Los Ángeles, donde la obra pasará una década.

'Metropolis II' en el Lacma - © Chris Burden - © Museum Associates

'Metropolis II' en el Lacma - © Chris Burden - © Museum Associates

El artista Chris Burden es el autor de Metropolis II, clasificada por el Museo del Condado de Los Ángeles como «una intensa y compleja escultura cinética», pero con más pinta de ser un híbrido entre los escenarios de la famosa película de Fritz Lang y un Scalextric salido de madre.

La estructura de seis metros de ancho y más de nueve de largo, tiene 18 carreteras que soportan la violencia de 1.100 coches que circulan a 23,3 millas por hora (unos 37 kilómetros), el equivalente según la escala a ir a 370 km/h por una ciudad como Los Ángeles.

La única motorización de los coches es la cinta transportadora que los impulsa en lo alto del circuito. Los vehículos corren libres de un modo apocalíptico, se amontonan en los carriles y sólo paran cuando el morro choca con la parte trasera del vehículo que tienen delante.

Una de las bifurcaciones de 'Metropolis II'

'Metropolis II'

Burden juega además con la baza del sonido, «que hipnotiza y provoca ansiedad al mismo tiempo» para recrear el ritmo vital de los habitantes de una gran ciudad, sometidos al estrés de la eterna banda sonora obligada de coches sobre el asfalto.

A veces hay accidentes, los vehículos se apilan y se salen de la trayectoria afectando a las vías de los trenes, con lo que siempre tiene que haber un operario cerca para que la ciudad no se vaya al tacho. Ese no es el único problema: se prevé que la instalación, aunque sólo funcionará los fines de semana, presente con el paso de los años problemas con el desgaste de las estructuras y los coches. Metropolis II se perfila como una pesadilla para cualquier museo.

Helena Celdrán

Un disco y una película del único ‘beach boy’ que sabía hacer surf

"Pacific Ocean Blue" - Dennis Wilson, 1977

"Pacific Ocean Blue" - Dennis Wilson, 1977

Compré mi primer Pacif Ocean Blue en 1977.

El disco acababa de ser publicado y era una incongruencia. ¿Qué pintaba tanta densidad, tanto gospel, por muy pagano que fuese, tanto fluir hacia el vientre azul del océano en el año de la -usaré la palabra de moda antes de que no signifique nada- indignación de Pretty Vacant (no nos pidáis que vayamos, no estamos aquí); la guerrila urbana de So Bored With the USA (el lenguaje del dolar que hablan los dictadores del mundo); la desesperación killer de Frankie Teardrop, el padre de famila que mata a su mujer, a su hijo y se suicida (todos somos Frankie / todos vivimos en el Infierno); la zozobra de Elevation (nuestros labios están sellados, nuestro aliento arde)?

Compré mi primer Pacific Ocean Blue por fidelidad. A veces compras los discos por un compromiso, una relación tan vieja como tú mismo, una simbiosis imposible con quien pudiste ser.

Perdí aquel ejemplar del vinilo: lo presté a algún mal amigo (cuando alguien me pierde un disco lo eliminó de los listados), lo olvidé tras una juerga, lo entregué como dádiva… No recuerdo. Así descubres que te haces viejo.

Luego compré otro Pacific Ocean Blue. El disco estaba descatalogado, era un tesoro oculto (por eso lo traigo hoy a la sección Top Secret de este blog) y las redes de peer-to-peer aún no habían llegado para curar a nuestros corazones de la nostalgia y a nuestros bolsillos de la ruina financiera. Tuve que pedirlo por correo postal a un tipo de Austin-Texas. Metí en el sobre un billete de veinte dólares y, a las tres semanas, recibí el disco. Aunque peligrosos, sobre todo para nosotros mismos, éramos gente de fiar en los tratos con narcóticos por medio.

Tenía varias razones para desear hasta ese punto irracional Pacific Ocean Blue, incluso desoyendo la sensación temporal-racional (por tanto, bellaca) de que no era música adecuada para aquellos tiempos. Pensar con un reloj en vez de pensar con el corazón también es una bellaquería.

"Wendy / Little Honda / Don't Back Down / Hushabye" - The Beach Boys, 1963

"Wendy / Little Honda / Don't Back Down / Hushabye" - The Beach Boys, 1963

Enumero algunos de los motivos que justifican, quizá con pobreza, pero hagan el favor de consentir que me enganche a lo que desee, mi dependencia personal:

1. Cuando era niño, es decir, cuando era realmente yo mismo y la Caterpillar del tiempo no me había mordido a dentelladas el espíritu, el primer disco que compré con mi dinero, el que reunía de las dádivas familiares, fue un extended play de los Beach Boys, el grupo en el que tocaba la batería (muy mal) Dennis Wilson, el hermoso tipo maduro de camiseta azul y mirada triste que firmó años después Pacific Ocean Blue.

2. Dennis Wilson era el único de los Beach Boys que sabía hacer surf. No era una mago de las olas, pero entendía el idioma de las mareas.

3. Dennis Wilson había sido coleguita de Charles Manson. Sí, ése Manson, el gurú de la sangre, el señor de las moscas del sueño hippie. Antes de la carnicería, Charlie y algunas de sus mansonitas habían sido huéspedes en la mansión de Wilson, le habían regalado sexo y gonorrea, destrozado un Cadillac y compartido LSD. En 1969, cuando los crímenes del clan se convirtieron en la primera ceremonia mediática de horror y cuchillos de la edad moderna, yo tenía 14 años. Leí cada línea con el ansia inmensa con que prende el horror en el pecho de un adolescente.

4. Dennis Wilson actuaba en una de las películas de mi vida. Deseaba hacer del eslogan del trailer, «Comenzaban a vivir a 140 millas por hora», la divisa de mi improbable escudo de armas.

Two-lane blacktop. Un filme sobre el mejor y más hermoso automóvil nunca fabricado: el Chevy 1955.

Motor Hardtop de ocho cilindros en uve, pistones de aluminio ligero y 180 caballos de potencia.

El Chevy era un helado sundae pidiendo un bocado y roncaba como un anciano, pero visto de frente sonreía, se alegraba del camino, y también nosotros sonreíamos, contagiados de nafta, purificados por la promesa de las llantas ribeteadas de blanco, alados por el cromo de la figura estilizada que coronaba el capó, unida a la carrocería por una fusión de apenas un milímetro, expelida, indomable, hacia el vacío.

Dennis Wilson en el Chevy de "Two-lane Blacktop"

Dennis Wilson en el Chevy de "Two-lane Blacktop"

Two-lane blacktop fue titulada en España Carretera asfaltada en dos direcciones. La estrenaron, sin pena ni gloria, en 1971: una road movie melancólica, una alegoría sobre la derrota final de los ideales hippies dirigida por Monte Hellman, un legendario y valiente francotirador. La película, aunque bienquerida por la crítica, es otro Top Secret.

Dos jóvenes viajan en un viejo Chevy de 1955 por el suroeste de Estados Unidos, ganándose la vida en carreras ilegales con otros coches con apuestas por medio.

Las figuras principales son arquetipos sin nombre: el Conductor, interpretado por el cantautor James Taylor y el Mecánico, Dennis Wilson, que, ya lo anoté, tocaba la batería en los Beach Boys y era tan bello como el Chevy.

Recogen por el camino a la Chica, una hippie (Laurie Bird) que deambula haciendo autoestop, acaso, escapando de, no queda claro, algo o alguien.

Sólo hablan lo necesario, sobre todo de mécanica.

Cuentan que el rodaje fue una juerga cabal, que James Taylor, que acababa de grabar Sweet baby James, se afeitaba con la luz del amanecer, cantando a los Beatles, el grupo que, según estableció la sentencia judicial contra Manson y sus mansonitas, inspiró los crímenes de 1969:

He sleeps in the park
Shaves in the dark
Trying to save lightbulbs

Unos años después, en 1979, sintiéndose hinchada de viento, Laurie Bird se suicidó con una sobredosis de somníferos en el lujoso ático de Manhattan que compartía con su novio Art Garfunkel, el de Simon and Garfunkel.

En 1983, Dennis Wilson, que era una piltrafa de párpados lejanos, se ahogó en el Pacífico y James Taylor mezcló su sangre con el marfil de la heroína.

Ni ellos ni yo sabemos dónde ha ido a parar, a qué osario, a qué escarcha, nuestro Chevy, el mejor coche del mundo. Lo fabricaban en 1955, año de mi nacimiento.

Mi tercer Pacific Ocean Blue (la edición de lujo publicada en 2008) lo descargué de una red peer-to-peer. A 140 millas por hora. Es la única velocidad frenética que me permito a estas alturas.

Ánxel Grove