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Isa Marcelli autorretrata el cáncer

© Isa Marcelli

© Isa Marcelli

La nota bajo las fotos, autorretratos carcomidos por una química defectuosa, es de frialdad metálica:

La multiplicación de las células del cáncer escapa a todo control. Las células se pueden dividir infinitamente. Tienen además la facultad de ordenar a los vasos sanguíneos que les aporten el oxígeno y los nutrientes necesarios para la multiplicación.

Eso es lo primero que lees, como un telegrama, y entonces imaginas la mano de la fotógrafa redactando, componiendo el somero conjunto de palabras que nadie debería tener necesidad de redactar.

Sabes que las manos son las mismas que han tomado las fotos, los autorretratos minados por el contagio. Las manos de Isa Marcelli.

 

Trastabillas en la navegación de la web. Luego, más tarde, cuando consigues poner orden por dentro a las emociones y por fuera al temblor de los dedos, sabes que la página se titula ALD, un acrónimo para la expresión francesa Affection de Longue Durée, enfermedad de larga duración.

Hay 8 millones de personas en Francia con una ADL, son 30 y están reguladas administrativamente. La democracia numérica no hace que me sienta mejor.

En el about me de la página, Isa Marcelli informa:

Mayo 2014. Me han diagnosticado un cáncer de pulmón. He iniciado un proyecto fotográfico sobre esta nueva y desvastadora situación.

Firma IM. También es un acrónimo.

Además de autorretratrase, está interpretado fotográficamente el cáncer, la manguera en espiral fronteriza, el túnel de alambre de espino, la sensación de andar descalza porque alguien se ha llevado tus zapatos…

 

Conozco a Isa Marcelli desde hace unos cuantos años. Creo que puedo otorgarme la vanidad de ser el primer periodista que escribió sobre sus fotos, en septiembre de 2010, en una entrevista con un titular que ahora alcanza un sentido que no me gusta porque tiene algo de pecaminoso: «La felicidad no es fotogénica«.

Más tarde relacioné su fotografía con la melodiosa sinfonía de deriva formulada por Peter Handke, de quien había encontrado casi milagrosamente, días antes de redactar el articulito, una novela descatalogada que anhelé durante tiempo, La pérdida de la imagen o Por la sierra de Gredos:

El personaje emerge de la hojarasca (¿o se disuelve en ella?), pero debe decirnos algo, hacernos depositarios de un encargo. Luego, en un futuro impreciso, suspirará con profundidad. Isa Marcelli, como Handke, sabe que el suspiro —y no el grito, el llanto o la discursiva— es “el sonido más íntimo del ser humano”.

A veces uno descubre que cada palabra es un presagio: hojarasca, disolverse, impreciso, suspiro, íntimo…

Entre tanto, mientras yo ponía palabras a sus imágenes con mayor torpeza que acierto, Isa Marcelli crecía como fotógrafa mediante canciones secretas, jardines tristes y retratos cuyo impacto es, como el de algunas malditas enfermedades, de larga duración. Han reconocido su genio en muchos lugares.

Nunca he corporizado a Isa Marcelli, francesa nacida en Constantina, en el noreste de Argelia, en 1958. Nunca he deseado tanto como ahora que nos sea dado el tiempo y la oportunidad de conocernos sin palabras por medio, en un tranquilo silencio de suspiros.

Ánxel Grove

Wilko Jonhson, enfermo de cáncer terminal, dice no a la quimioterapia y sigue tocando

Wilko Johnson

Wilko Johnson

Ojos de fiebre, mandíbulas cinceladas, labios peligrosos e impecable vestuario de killer —cuando abrochas el último botón de la camisa estás diciendo: «me basto, no te necesito»—. La foto es de finales de los años setenta, pero el gesto de Wilko Johnson sigue siendo el mismo. En julio cumplirá 66 años. Si el cáncer se lo permita.

Ha elegido morir matando. Desde que le diagnosticaron en noviembre de 2012 un cáncer de pancreas ante el cual no es posible la cirugía, Johnson ha tomado dos decisiones: renunciar al sinsentido de la quimioterapia en un caso de enfermedad terminal y seguir dando guerra hasta que el cuerpo se lo consienta.

En febrero dará conciertos en Francia y en marzo en el Reino Unido. Las giras del adiós, como las ha llamado sin drama, quieren ser una oportunidad para expresar su «sincero agradecimiento» a los seguidores de su larga carrera.

Nacido en Canvey, una isla del estuario del Támesis donde mascas combustible cada vez que abres la boca —alberga uno de los complejos de refinerías petroquímicas más grandes y contaminantes de Inglaterra— y aparecen monstruos en las aguas, Johnson mandó a paseo una licenciatura en Literatura Inglesa antigua y sagas islandesas, se largó a las playas indias de Goa y regresó para montar un grupo de rhythm and blues canalla que regó de sudor y adrenalina varias décadas, Dr. Feelgood.

Cubierta de "All Through The City (with Wilko 1974-1977)"

Cubierta de «All Through The City (with Wilko 1974-1977)»

El cuarteto —mostrenco, sin piedad, empapado de cerveza y sudor— hizo historia como piedra angular del pub rock, el único movimiento musical decente salido del Reino Unido entre los Beatles y el punk. Eran de una sencillez bárbara y efectiva: la guitarra crispada como el hacha de un leñador de Wilko —siempre en estado de trance, anfetamínico, sin un sólo parpadeo— y la voz de fumador borracho del exmecánico Lee Brilleaux, un sudafricano al que nunca querrías tener como enemigo. El primero, de imperioso negro; el segundo, con un traje blanco ennoblecido por el sobe de muchas barras de bar.

Entre 1974 y 1977 nadie les superaba en fuego y bravura. Sin ellos hubiera sido imposible el punk, cuyos adolescentes desabridos tomaron de Dr. Feelgood el ejemplo de cómo ser económicos y radicales, de la innecesaria derrota de las concesiones. Después de cuatro discos históricos que hoy suenan como entonces, liberadores y de una íntegra pureza —Down by the Jetty (1975), Malpractice (1975), Stupidity (1976, en directo, el mejor) y Sneakin’ Suspicion (1977)—, y de un manojo de canciones compuestas por Wilko según el canon eterno de golpe, golpe, golpeRoxette, Back in the Night, Stupidity…—, el guitarrista dejó la banda para ser su propio jefe. Brilleux siguió al frente del grupo hasta su muerte, en 1994, por un linfoma.

Hay dos alternativas gozosas para entender el legado de Dr. Feelgood —bello también por efímero: el rock nunca debe esclerotizarse con el masturbatorio baile con el tiempo—, el documental Oil City Confidential (Julian Temple, 2009) y el recopilatorio  All Through The City (With Wilko 1974-1977), un cofre con cuatro discos publicado el año pasado.

Wilko Johnson, 2012

Wilko Johnson, 2012

«Cuando el médico dijo: ‘Tienes cáncer’ me sentí calmado. Luego me puse eufórico», dijo Wilko en la única entrevista que ha concedido tras el diagnóstico de cáncer. Una declaración en su web oficial precisa que se siente bien, de buen humor y que es previsible que pueda disfrutar de «unos cuantos meses de razonable salud y actividad».

Es triste saber que nos deja y los conciertos de despedida serán, necesariamente, una antesala fúnebre de la muerte segura, pero hay una gran dignidad en el gesto de seguir tocando y el no tajante al inútil tratamiento. Así se despide un killer, golpeando.

Ánxel Grove

La señora Topo contra el cáncer de mama, una historia de amor en 47 dibujos

La señora Topo mirando a la luna

La señora Topo mirando a la luna

Mrs. Mole (la señora Topo) sale al jardín con una bandeja con café y galletas, añade troncos a una generosa chimenea, mira el atardecer desde lo alto de su casa, riega las plantas ataviada con un sombrero de paja… Cada ilustración es un momento ideal, un instante en que todo es perfecto y cotidiano al mismo tiempo.

El ilustrador británico Ronald Searle (1920-2011) fue un prolífico caricaturista durante toda su vida. En los años cincuenta, sus tiras cómicas y sus dibujos satíricos eran frecuentes en las páginas de la revista Punch, en Life, en The New Yorker… Con dibujos nada abigarrados conseguía las expresiones y fisonomías de infinitos arquetipos, con un humor sobrio y afilado. Incluso John Lennon reconoció en una entrevista haber querido dibujar como Searle de niño.

En 1969 el artista había dejado Reino Unido y vivía en la Provenza francesa, cansado de la insularidad de sus compatriotas y enamorado de una mujer, Monica Koenig, su segunda esposa, parlanchina y risueña. El 31 de diciembre de 1968, el día en que el matrimonio iba a celebrar la Nochevieja, a ella le diagnosticaron un virulento cáncer de mama. Los médicos le daban seis meses de vida y la quimioterapia se perfilaba como un tratamiento experimental. «En un estado de perplejidad, cogimos un taxi a casa para inflar globos para la fiesta de fin de año que no pudimos cancelar», recordó Searle después.

Monica Koenig y Ronald SearleCon la desagradable sensación de no poder hacer más que estar al lado de su mujer, el ilustrador se entregó a su mayor destreza y comenzó a crear una colección de ilustraciones protagonizadas por la Señora Topo, un alter ego de Monica que vivía en una casa de campo de la Provenza, igual que ellos, que siempre sonreía y se afanaba con gusto en sus quehaceres diarios.

Fueron 47 dibujos, realizados por Searle para que cada vez que ella volviera de las duras sesiones de quimioterapia hubiera una nueva escena placentera esperándola: «Todo en ellos debía ser romántico y perfecto. En principio no los dibujé para nadie más que para Mo, para que pudiera verlos apoyados en la lámpara de la mesilla de noche y pensar, ‘Cuando me sienta mejor, todo será precioso’.

Mrs. Mole - Ronald Searle

Mrs. Mole - Ronald Searle

Contra todo pronóstico, sobrevivió. Las humildes obras se convirtieron en un testimonio de lucha conjunta que el autor recopiló y editó mucho más tarde, en octubre de 2011, en el libro Les Très Riches Heures de Mrs Mole (Las muy ricas horas de la Sra. Topo). Searle se inspiró en el título del libro de oraciones francés Les Très Riches Heures du Duc de Berry (Las muy ricas horas del Duque de Berry), una joya del siglo XV con exquisitas ilustraciones del gótico tardío referidas a la vida cotidiana y los trabajos del campo.

Monica disfrutó de 40 años más en los que el matrimonio vivió feliz en la casa de campo que ellos mismos habían rehabilitado, como buenos topos, y convertido en el hogar de sus sueños. Ella murió a los 85, en junio de 2011 y él, a los 91, en diciembre de ese mismo año. Seis meses después.

Helena Celdrán

El músico para el que R.E.M. tocó como banda de acompañamiento

REM (sin Stipe) y Warren Zevon, a la derecha

REM (sin Stipe) y Warren Zevon, a la derecha, en una foto de promoción de 1990

La separación del grupo R.E.M. ha derivado en una inundación de glosas sobre la carrera de la banda de Michael Stipe, uno de los ídolos pop más celebrados de las últimas tres décadas.

Quiero detenerme hoy en la sección Top secret en un episodio de las muchas aventuras tangenciales de REM no valorado con la justicia que merece: la colaboración, entre 1984 y 1990, con el malogrado Warren Zevon (1947-2003).

Música aparte, si algo ha ennoblecido a R.E.M. es su sagaz y solidaria inteligencia, la capacidad que demostraron sus integrantes para aparearse con músicos a los que admiraban.

En 1983, cuando todavía eran una promesa en ciernes aunque ya apuntaban maneras revolucionarias -acababan de editar Murmur, su primer álbum, y preparaban el segundo, Reckoning, ambos excelentes-, Michael Stipe, Peter Buck, Mike Mills y Bill Berry, avisados de la crisis personal por la que pasaba Zevon, que acababa de enterarse por la prensa de que la discográfica Asylum lo había despedido, se había divorciado y caído en una profunda depresión que intentaba combatir echando gasolina al fuego: dos botellas de vodka al día y cocaína, decidieron echarle un cable.

"Sentimental Hygiene" (1987)

"Sentimental Hygiene" (1987)

Stipe llamó a Zevon, uno de los compositores más queridos en los EE UU, aunque no, por desgracia, en Europa, donde fue un ídolo menor. Le dijo que sería un honor para R.E.M. ejercer como anfitriones. Zevon no tenía nada mejor que hacer y, aunque no conocía a Stipe y compañía, se fue a  Athens (Georgia), la ciudad natal y base de operaciones del grupo.

Lo primero fue una gira cojunta de unas cuantas actuaciones. Se presentaban bajo el nombre Hindu Love Gods. La alineación instrumental era la misma de R.E.M. (Buck a la guitarra, Mills al bajo, Berry a la batería), con los añadidos de Stipe (cantante y batería) y Zevon (cantante).

No había ningún compromiso excepto divertirse y la conexión entre los cinco músicos fue a más.

En 1987, para estrenar nuevo contrato, Zevon llamó a R.E.M. al estudio. Durante el verano grabaron en Atlanta Sentimental Hygiene, un disco mayúsculo y fibroso con canciones redondas y con las habituales letras satíricas y mordaces de Zevon, un cronista de formidable altura: Bad Karma -con Stipe haciendo coros-, Detox Mansion, Boom Boom Mancini, Trouble Waiting to Happen

Zevon, Buck, Mills y Berry seguían de juerga en el estudio por las noches. Había mucho vino y un ánimo libre. Nada mejor que la música de los maestros para mantener el nivel. Hicieron versiones de Bo Diddley, Muddy Waters, Robert Johnson, Willie Dixon e incluso de Prince.

"Hindu Love Gods" (1990)

"Hindu Love Gods" (1990)

Pese a que no los músicos no tenían intención de editar las sesiones, aquello era demasiado bueno para quedarse en los archivos. En 1990 la discográfica Giant editó el álbum, bautizado con el mismo nombre que el grupo-fantasma, Hindu Love Gods.

Es un disco es capaz de animar la fiesta más mortecina. Battleship Chains, Rasperry Beret y Wang Dang Doodle echan chispas.

Los destinos de Zevon y R.E.M. no volvieron a cruzarse. Los primeros se convirtieron en un grupo de primera fila, masivo e influyente.

Zevon anunció unos años más tarde que padecía un cáncer inoperable en ambos pulmones (al parecer, por exposición a asbesto). Se murió a carcajadas («perdone, tengo un cáncer terminal, ¿podría hacer que la cola avanzase más de prisa?», dijo a una cajera de súper mercado) el 7 de septiembre de 2003, hace ocho años, cuando tenía 56.

Antes, cuando ya estaba condenado al sepulcro, grabó The Wind, donde colaboran Tom Petty, Bruce Springsteen, Jorge Calderón, Emmylou Harris, Jackson Browne y muchos amigos.

Tocó en directo en la televisión por última vez. Lo hizo en el show David Letterman, donde habló de la muerte con la misma cordialidad («viví como Jim Morrison pero treinta años más») y mirada crítica con las que vivió. Sus consejos finales fueron de una honda sencillez («disfruta de cada sandwich») y no le importó mostrar al mundo su camino hacia la tumba. Hay un bellísimo documental sobre la travesía, Keep Me in Your Heart.

Se han separado R.E.M. Las lágrimas son justas. Yo sigo llorando la muerte del cantante para el que R.E.M. tocó como simple banda de acompañamiento. Me hubiera gustado pasarme por la taberna Dubliners de Sitges en el verano de 1975, cuando Zevon, refugiado durante uno de los bajones que sólo sufren los sensibles, tocaba cada noche en un anonimato buscado y admitido.

Ánxel Grove

Bob Marley, derramándose

Bob Marley, 21 de septiembre de 1980, un día después del colapso en Central Park

Bob Marley, 21 de septiembre de 1980, un día después del colapso en Central Park. Ya tenía cáncer en el cerebro, los pulmones y el hígado.

«Todo irá bien. Quiero preparar un lugar».

A veces las últimas palabras son tan simples que no logramos entenderlas.

Las últimas palabras del moribundo Bob Marley fueron caminos en varias direcciones: consuelo, perdón, refugio, eternidad:

«Todo irá bien. Quiero preparar un lugar».

A veces no entendemos porque hemos perdido la capacidad de hacernos con el habla simple de los caminos.

Hace poco alguien me dijo que no son necesarios más músicos que Camarón y Bob Marley. No discuto la elección, aunque pongo en duda el género reduccionista del empleo. ¿Músicos? No, no es eso. El gitano y el rasta derramaban sangre para que comulgásemos. Comprendo por qué uno y otro son venerados como delegados terrenales de la divinidad.

Se acaban de cumplir tres décadas de la muerte de Marley, el 11 de mayo de 1981, a los 36 años.

En 1977 le habían diagnósticado un melanoma cancerígeno en una uña del pie, infectada tras una herida causada en un accidente de pachanga de fútbol. Le dijeron que la única salida era la amputación. Siguió cantando.

Ocho meses antes de morir sufrió un colapso mientras hacía jogging en Central Park (Nueva York). No podía hablar, se le quedó rígido el cuello, sintió un frío paralizante. Siguió cantando. La gira se llamaba Alzamiento. Derramándose.

Este Cotilleando a… está dedicado a un tipo irremplazable, un hijo de la miseria, un profeta que cantó al infierno en la tierra, un esclavo de voz desencadenada.

El día de su boda, 10 de febrero de 1966

El día de su boda, 10 de febrero de 1966

1.Nadie sabe cuándo. La fecha de nacimiento de Nesta Robert Marley es incierta. Los biógrafos suelen citar la que aparecía en su pasaporte (6 de abril de 1945), pero pudo haber nacido dos meses antes. Era difícil bajar de las colinas azules de Nine Mile para apuntar a un crío en el registro. Tampoco tenía demasiado sentido.

2. Negro y blanco. Dos sangres: la madre, Cedella Booker, Ciddy, era negra descendiente de africanos. El padre, Norval Sinclair Marley, descendía de ingleses y era mulato. Había nacido en Jamaica, servido en la Royal Navy y trabajaba como capataz de una plantación agrícola. Aunque pasaba dinero a Ciddy para ayudar a mantener al crío, la pareja apenas convivió. Ciddy murió en 1981 en Miami (EE UU). Se había dejado crecer grandes rastas. Norval había fallecido en 1955, cuando su hijo, al que nunca trató con cariño, tenía diez años.

3. El vampiro. Bob Marley no se dedicaba a la fabulación cuando cantaba: El sistema de Babilonia es el vampiro, el imperio que se derrumba / Chupando la sangre de quienes sufren. A los seis años fue practicamente raptado por su padre y llevado a Kingston, la capital de Jamaica. El crío pasó varias semanas abandonado en la zona miserable de la ciudad. Su madre logró localizarlo y regresaron a las colinas.

4. Rat race. También sabía de lo que hablaba en sus canciones sobre el sistema capitalista de producción basado en la explotación: No olvidéis vuestra historia / Conoced vuestro destino / Cuando abunda el agua / El loco está sediento / Carrera de ratas. En 1966 emigró como sin papeles a Wilmington-Delaware (EE UU). Se acababa de casar, no tenía un chavo y necesitaba dinero. Trabajó como empleado para la química DuPont y en la cadena de montaje de una factoría de Chrysler. Vivió miserablemente. Sólo le consolaba escribir bosquejos de canciones en un cuaderno. Al regresar a Jamaica descreyó del catolicismo y abrazó el credo rastafari.

"One Cup of Coffee" - Robert Marley, 1961

"One Cup of Coffee" - Robert Marley, 1961

5. Espantoso debut. En 1961 Robert Marley (así firmaba) había grabado sus  primeros dos singles en los estudios de Lesley Kong, el chino-jamaicano que controlaba el negocio local de las grabaciones en Jamaica. El primero fue Judge Not, basado en citas bíblicas («no juzgues si no quieres ser juzgado»). El segundo -en la foto-, One Cup of Coffee, una versión de un tema country del texano Claude Gray (I’ll Just Have a Cup of Coffee and then I’ll Go). Le pagaron 20 libras y le regalaron dos ejemplares de cada disco. Las canciones son espantosas. Unos meses después, cuando Marley reclamó a Kong el cobro de las regalías por las ventas y no recibió a cambio más que amenazas, señaló al productor con un dedo y dijo: «Algún día volveremos a trabajar juntos y te haré rico». No mentía.

6. Los Wailers. Marley bregó hasta conseguir montar un grupo: hizo ska, canción melódica, experimentó con productores, afinó sus cualidades como compositor… Hay centenares de discos en los que participó entre 1961 y 1965. Su grupo, los Wailers -que antes se llamaron The Wailing Wailers- grabó el primer single en 1963: Simmer Down, un ska dirigido a los pandilleros para que cesase la guerra de bandas que asolaba Jamaica. El disco fue editado también en Inglaterra por el sello Island, montado por el millonario Chris Blackwell, hijo de un comerciante irlandés y una despampanante serfadí de Costa Rica (inspiración de Pussy Galore en la saga de James Bond). El nucleo duro de los Wailers era un trío de ases: Marley, Peter Tosh (que había mendigado por unas monedas en las calles de Kingston) y Bunny Wailer (el más místico). Sus primeros discos arden. Island fue a por ellos en 1973 con un contrato en la mano y el mundo se enteró de que Jamaica existía.

"Soul Rebels" - Bob Marley And The Wailers, 1970

"Soul Rebels" - Bob Marley And The Wailers, 1970

7. La decepción. Partidario ciego del panafricanismo, Marley sólo piso dos veces el continente al que idealizaba como tierra prometida. En diciembre de 1978 estuvo en Kenia y Etiopía y vio con sus ojos lo que nunca había querido escuchar: pobreza, corrupción, hambre, tiranía… En abril de 1980 tocó en Salisbury para celebrar la independencia de Zimbabwe. La policía usó gases lacrimógenos y disparó contra el público en el exterior del estadio mientras Marley cantaba ante el dictador Robert Mugabe y el Príncipe Carlos de Inglaterra.

8. Vigilado. La CIA espiaba a Marley, al que consideraba un personaje peligroso para la «estabilidad» de Jamaica. El historiador Timothy White logró la desclasificación de los informes de la agencia de espionaje estadounidense. Los documentos confirman que el intento de asesinato contra el cantante en diciembre de 1976, dos días antes de un concierto en favor del primer ministro socialista Michael Manley, tuvo motivaciones políticas.

9. Padre y dios. Marley dejó una descencia amplia. Hay once hijos reconocidos y otros tantos que intentan litigar para que se les reconozca. Los encarnizados pleitos judiciales para controlar un legado multimillonario han abundado en los últimos treinta años. No es inocente suponer que, allá donde esté, al músico -al que le importaba bastante poco el dinero- le agradarán otros síntomas de su huella: los aborígenes de Australia encienden hogueras en su honor; los nativos hopi le consideran un profeta y en Nepal le veneran como una reencarnación de Vishnú, creador, preservador y destructor del Universo.

Una de la últimas fotos, en marzo de 1981. Las rastas se le habían caído por las radiaciones

Una de la últimas fotos, en marzo de 1981. Las rastas se le habían caído por las radiaciones

10. Sin rastas. Aunque había sido advertido por los médicos de que el cáncer era imparable sin tratamiento, Marley no quería saber nada de quimioterapia. Le asqueaba la idea, contraria a sus creencias religiosas, de que se le cayera el pelo. Cuando la enfermedad se extendió por su cuerpo accedió a ser tratado por el controvertido médico alemán Josef Issels. Estuvo internado en una clínica de Baviera (Alemania) durante varios meses. Le extrajeron varios dientes y muelas cariados con la intención de aumentar las defensas inmunológicas, le hacían transfusiones diarias de sangre, le recetaron una dieta estricta en la que abundaban el yogur y el té de hierbas, le sometieron a radiaciones… Las rastas cayeron.

Ánxel Grove