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El hombre que se deshizo del pandillero

Izquierda: Photo © Bruce Davidson/Magnum Photos USA. New York City. 1959. Brooklyn Gang.

Izquierda: © Bruce Davidson/Magnum Photos

Entre la imagen de la izquierda y la cubierta del libro hay 53 años. El sujeto es el mismo, Bobby Powers. El fotógrafo, también, Bruce Davidson.

Hasta ahí los datos que podemos medir, o eso creemos desde nuestra torpeza de pragmáticos observadores.

La foto de la izquierda, tomada en 1959 en el drugstore Helen’s, en Brooklyn, el filo de la navaja de Nueva York, muestra a un chico de 16 años. No es temerario afirmar —el abandono de la mano para hurtar el rostro, la inclinación hastiada del cuerpo sobre la barra, la caida drástica del labio inferior…— que está borracho. Una ojeada a su ficha en cualquier negociado de Servicios Sociales aportaría motivos para la suposición: a los ocho, el primer trago de whisky; a los 12, la primera cuchillada a un rival; a los 15, el abandono del sistema escolar… La ficha, como es norma en los informes administrativos, carecería de las líneas narrativas secundarias: padres alcohólicos, palizas de curas y monjas en colegios religiosos para muchachos duros, el territorio como único hogar, las anfetaminas como bendición…

Bobby Bengi Powers, líder de los Jokers, una pandilla con la que no desearías cruzarte.

El fotógrafo Davidson, que no superaba a Bengi en demasiada edad (tenía 25), hizo fotos a los Jokers, chicos de ascendencia italiana, cultura católica, clase baja, mucha gomina en el pelo, con la belleza de una bastardía entre Sinatra y Elvis (ellos) o entre Sue Lyon y Silvana Mangano (ellas) y ningún futuro en el horizonte, durante varios meses. Los retrató en las noches de verano de Prospect Park —que ahora es una zona para jóvenes profesionales pudientes pero en 1959 era un nido de ratas—, en excursiones de fin de semana a Coney Island, en reuniones de acera hablando de naderías, reflejados en máquinas de discos, ejerciendo el aburrimiento, mostrando el pecho y la desolación…

Aquellas fotos fueron reunidas en el reportaje Brooklyn Gang —editado en libro en 1959—, una mirada pionera e inmortal a la cultura de la juventud y los clanes  de pillastres callejeros. Fue una conmoción, se vendió hasta agotarse y elevó a Davidson a la categoría de mito: era el miembro más joven de la agencia Magnum y al padre padrone Henri Cartier-Bresson le consumía una envidia nada disimulada.

Aunque puedan ustedes hacerse con la primera edición del libro, circunstancia bastante improbable, opten por la reimpresión de 1999, donde el prólogo lo escribe Bengi Powers, ya un hombre pero cargando con las consecuencias de una derrota anunciada.

© Bruce Davidson/Magnum Photos

© Bruce Davidson/Magnum Photos

Con el tono neutral de quien es capaz de narrar porque ha llorado demasiado, Bengi cuenta el amargo porvenir que esperaba a los Jokers a la vuelta de la esquina: la llegada veloz y fácil de la heroína; la entrega de los ideales, fuesen cuales fuesen, de aquellos ángeles de barrio, peligrosos sólo hasta cierto punto (raterillos, descuideros, pequeños delicuentes desastrosos…); el encuentro con la profunda pero breve felicidad opiácea…

Jimmi, cuenta Bengi, «el más guapo, nuestro James Dean», murió con la jeringa todavía hendida en la vena. Antes habían terminado en un similar final seis miembros de su familia («Charlie, Aggie, Katie, Jimmie, la madre, el padre», recita Bengi en un responso).

Cathy, la muchacha que se deja retratar ante el espejo cromado de la dispensadora de cigarrillos mientras los Jokers esperan para tomar el ferry hacia Staten Island en una tarde de domingo, salió de la historia de una forma más meditada. «Era hermosa como Brigitte Bardot», dice Bengi, «siempre estaba ahí, pero parecía vivir lejos, en otro lugar… Hace unos años se puso una pistola en la boca y se voló los sesos».

Ahora, para cerrar el círculo, editan Bobby’s Book, la historia de Bengi contada por él mismo e ilustrada con fotos de Davidson que trazan la necesaria línea de herrumbre entre el gang y el hombre de 69 años, consejero y terapeuta de chicos enganchados. Está casado, tiene cuatro hijos y siete nietos y no se ha alejado del escenario de parranda y pobreza inmoral de los J0kers. Powers sigue viviendo en Brooklyn. Se considera «jubilado».

En unas declaraciones recientes, Bob Powers cuenta cómo se deshizo de Bengie, su proyección oscura: «Cuando pienso en lo que me hicieron las drogas y el alcohol no me parece estar hablando de mí. Soy una persona diferente, es como si hablase de un chico iferente, al que conocí y del que fui amigo, alguien que ya no existe. Está muero y puedo contarlo todo sobre él porque yo lo ahorqué. Ya no soy ese chico«.

Ánxel Grove