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Desert Trip, ¿concierto del siglo o misa de difuntos?

Cartel oficial del festival ©2016 Goldenvoice

Cartel oficial del festival ©2016 Goldenvoice

El rock, al menos como solíamos entenderlo, era caliente como una bala, peligroso como una pistola e instantáneo como un disparo. Solía ser también sexi, adjetivo que cada uno debe rellenar con su propia imaginación.

Entre el 7 y el 9 de octubre se celebrará —jugaré a los opuestos— la más fría, tranquila y perpetua ceremonia que nunca imaginé. Añadiré el antónimo antisexi que falta, pero multiplicado por nueve, que era el número talmúdico de John Lennon: desagradable, asquerosa, repulsiva, hedionda, infecta, inmunda, nauseabunda, pútrida y mugrienta.

Dicen que se trata del concierto del siglo —los maximalismos cuadran bien en esta etapa histórica dominada por doctorandos en los principios de la mercadotecnia de Papá Goebbles—. Es lo opuesto: la misa de difuntos definitiva, el Treblinka del rock and roll.

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¿Debemos celebrar 1965 ó 1955?

Algunos discos editados en 1955

Algunos discos editados en 1955

Está el historicismo del rock muy apasionado con la celebración del 50º aniversario del milagroso 1965, el año, se nos dice, en que «cambió el pop«.

Las velas encendidas sobre el pastel —el apremiante Like a Rolling Stone, de Bob Dylan; Rubber Soul, el primer disco en el que los Beatles, de los que llegaron a celebrar un falso 50º aniversario hace bien poco, mostraban que no sólo eran un grupo de insustancial yeah yeah yeah; el despegue de los Kinks como nuevos Dickens; el country-rock de The Byrds…—   son luminosas como antorchas y es inútil discutir la potencia con que todavía alumbran y, sobre todo, cómo cegaron a la juventud occidental de hace medio siglo, gente desencantada con la cultura adulta y con más dinero en los bolsillos que nunca en la historia para gastarlo en emociones fuertes. En 1965 los jóvenes de la parte rica del mundo eran un gran nicho virgen para obtener cash flow y en los despachos lo sabían.

Es chocante que no se cite para la salva de aplausos a The Beach Boys Today!, quizá el mejor álbum del año —la estremecedora suite de bolsillo de cinco canciones seguidas en la cara B [Please Let me Wonder, I’m so Young, Kiss Me Baby, She Knows Me Too Well, In the Back of My Mind] , era nueva, compleja y palpitante— y era el prólogo al revolucionario Pet Sounds (1966), el disco que dinamitaría todas las convenciones sobre cómo construir canciones adolescentes con instrumentos clásicos y producción visceral y antiacadémica del genio Brian Wilson, que hoy, como entonces, es ninguneado en favor de los mucho más cool Mick Jagger y John Lennon.

Dado que los aniversarios son un juego con el calendario, me pregunto por qué no celebramos el 60º cumpleaños de 1955, año que fue tan o más rompedor que 1965 y que, como extra, era más inocente, acaso porque la mercadotecnia publicitaria no consideraba todavía al rock un negocio con posibilidades millonarias. Era un problema de «adolescentes salvajes» a los que convenía atar en corto.

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Cien años de Sister Rosetta Tharpe, la mujer que cantaba diciendo ‘amén’

Sister Rosetta Tharpe (1915-1973). Foto: James J. Kriegsmann, 1938

Sister Rosetta Tharpe (1915-1973). Foto: James J. Kriegsmann, 1938

Algunas efemérides deberían obligarnos al encierro. Algunas efemérides, tan distintas a esas que señalan los acontecimientos nacionales para recordarnos que somos vasallos, merecen carácter sagrado e íntimidad.

Hace unos días, el 20 de marzo, se cumplieron cien años del nacimiento de Sister Rosetta Tharpe (1915-1973), que ha sido llamada la abuela del rock and roll. El título, se podría argüir, contiene una paradoja: una cantante de góspel, la música cristiano-evangélica más pura, es presentada como profeta de la música del diablo, como definieron al rock en sus primeros años desde los púlpitos y las congregaciones más ofuscadas por tanto brío sexual. Se trata de una contradicción sensata porque, como sabemos los pecadores, dios y el diablo caminan de la mano.

Sister Rosetta cantaba diciendo ‘amén’ y, al tiempo, era una fiera indómita, todo sudor y brutalidad, instinto y delirio. Podrían borrar de los anales a Chuck Berry, Little Richard, Elvis Presley y Bo Diddley. La Hermana Rosetta los predice, contiene y supera.

Allen's Grocery, Cotton Plant Arkansas (Foto. Wikimedia Commons)

Allen’s Grocery, Cotton Plant Arkansas (Foto. Wikimedia Commons)

 1. El lugar. Desde el cielo puedes saberlo todo sobre Cotton Plant, Arkansas (EE UU): un apaisado enclave rural en medio del vacío, dos carreteras comarcales, los trazos implacables de los plantíos de algodón y maíz… El villorrio y sus mil almas de 1915 tenían solo dos opciones para combatir la monotonía de tiralíneas de la pradera, multiplicada por un cielo plomizo y la mampostería de ladrillos rojos de las casuchas: dejarse llevar por la tiranía de las cadenas de la subsistencia o dedicarse a rezar.

2. El río. Unos cien kilómetros en línea recta hacia el este fluye, ya muy lentamente porque olisquea la desembocadura en el Golfo y desea retrasarla, el fabuloso Misisipi, el río-útero de todas las músicas. Un caminante de principios del siglo XX que bordeara el cauce hacia el sur podría cruzarse, si la suerte le era dada y concurría a los más indecentes garitos de madera y mal whisky casero del camino, con Charley Patton, el aullador, o Robert Johnson, el amigo del diablo.

3. La Vieja Religión. Los padres de la niña Rosetta Nubin, nacida el 20 de marzo de 2015 en el pueblecito de Cotton Plant, eran braceros sin tierras propias. Del padre, Willis Atkins, sólo es conocida su afición por cantar mientras, dobladas las lumbares, se desgarraba las manos para arrancar las cápsulas de algodón. La madre, Katie Bell Nubin, también cantaba, pero sobre todo en los oficios de la Church Of God in Christ, un credo pentecostalista que niega la predestinación y admite que la sonrisa, el himno y el grito son arrebatos de vida consagrada, vehículos para estar entrenado ante la Gran Tribulación. La mujer, a la que llamaban Mama Bell, tocaba la mandolina y la guitarra. Cuando dejaba descansar uno de los dos instrumentos, Rosetta rascaba y golpeaba las cuerdas. A los seis años ya acompañaba a la madre tocando la guitarra.

Sister Rosetta canta y su madre, Katie Bell, sostiene la guitarra. Foto: Charles Peterson

Sister Rosetta canta y su madre, Katie Bell, sostiene la guitarra. Foto: Charles Peterson

4. El himno. El primer libro que se imprimió en la América colonial británica fue The Whole Booke of Psalmes Faithfully Translated into English Meter (1638), una recopilación de himnos religiosos. La obra fue un best seller primario y prendió el fuego por el canto como forma comunitaria de rezo. Cuando la tradición se cruzó con las usanzas seculares de los esclavos traídos de África para ser explotados por los buenos cristianos calvinistas nació el góspel, del vocablo anglosajón gōdspel, palabra de dios, una transformación extremista de los himnos religiosos basada en la percusión insistente, las exhortaciones impulsivas, las palmas perfectas y los bailes improvisados. El patrón es de llamada y respuesta y la escala, pentatónica, implacable, moderna. Allí donde los cristianos blancos se mecen en arrullos, los negros gimen hasta la éxtasis. El germen del jazz, el funk y el hip-hop nació en las capillas.

5. El milagro de la voz y la guitarra. Mama Bell y su hija hicieron durante años el circuito de las congregaciones pentecostales —la  Church Of God in Christ permitía el apostolado femenino—. Eran actuaciones en parte sermón y en parte descarga góspel. Llegaron a ser tan conocidas que se anunciaban con semanas de antelación. Los carteles claveteados en los postes del telégrafo anunciaban a Rosetta como «el milagro de la voz y la guitarra». En 1934 se fueron a vivir a Chicago. Rosetta se casó a los 19 años con un pastor,  Thomas Thorpe, pero el matrimonio no resultó y se separaron. Sin explicar nunca la razón, ella adoptó como nombre artístico una transformación del apellido del marido: Sister Rosetta Tharpe. En 1938 se establecieron en Nueva York.

 6. ¿El primer rock and roll? Después de grabar algunos discos con grandes orquestas que disimulaban la fiereza de su voz y verse obligada por contratos ladinos a cantar en los circuitos de night clubs —lo que originó un cierto escándalo entre los puristas de la música religiosa—, Sister Rosetta se decidió por volver a la simpleza del góspel y en 1944 grabó Strange Things Happening Every Day, un espiritual sin aderezos, dominado por la guitarra y el grito. En 1945 la canción se convirtió en el primer tema góspel en colarse en las controladísimas listas de éxitos raciales —también los hit parade eran segregacionistas— de la revista Bildboard. El tema, sincopado, evasivo, apasionado, bailable, sensual, incluso ambiguo, está entre los citados como posibles precursores de un género que aún no tenía nombre pero estaba naciendo de la adherencia del blues, el rhythm & blues, el country y el bluegrass: el rock and roll, la música más importante del siglo XX.

7. Palmas instintivas de los ingleses. Adorada por Elvis Presley, Little Richard, Johnny Cash y Jerry Lee Lewis («esta mujer canta rock and roll…, bueno, canta música religiosa pero ¡es rock and roll: tiembla, salta, golpea la guitarra!»), Rosetta Tharpe gozó de una gran fama tras la II Guerra Mundial. En 1951 se casó con su agente, Russell Morrison, y cantó tras la ceremonia, todavía en traje de novia, ante 25.000 personas que habían pagado entrada para la boda y el concierto. Durante los años de fuego del rock and roll, el estilo que había ayudado a crear, su popularidad cayó en picado, pero logró sobreponerse gracias a las giras por Europa, donde el interés por la música negra de los EE UU fue intensa en los primeros años sesenta. En 1964 participó en un programa de televisión grabado en una estación de tren abandonada en Manchester. Algunos dicen que fue la primera vez que el gélido público inglés supo de manera instintiva cómo seguir el ritmo de un góspel con las palmas. Rosetta, con su abrigo de paño claro de los domingos, los dejó atónitos y en estado de gracia.

Sister Rosetta Tharpe a finales de años treinta. Photo: Roxie Moore

Sister Rosetta Tharpe a finales de años treinta. Photo: Roxie Moore

8. Tumba sin lápida. La carrera de la fogosa cantante y guitarrista fue interrumpida por un ataque al corazón en 1970. Superó el asunto pero desarrolló diabetes y tuvieron que amputarle una pierna. Murió tras un segundo infarto, el 9 de octubre de 1973, a los 58 años. La enterraron en una tumba sin nombre en Filadelfia, donde vivía desde 1957.

9. Túmulo tras un documental. Tras la producción y emisión en 2014 del documental dirigido por Mick Csáky Sister Rosetta Tharpe: The Godmother of Rock & Roll [dejo bajo la entrada un vídeo del metraje completo] hubo una cuestación pública para colocar un pequeño túmulo funerario en el lugar donde yacen los restos de la mujer que sabía como rezar gritando amén. Parece que necesitamos películas para saber que cometimos pecados.

10. Epitafio. Las palabras que inscribieron en la lápida, aunque tardías, son adecuadas: «Podía cantar hasta hacerte llorar y luego cantar hasta que bailaras de alegría. Ayudó a mantener viva la iglesia e hizo disfrutar a los santos«.

Jose Ángel González



La piel castigada de las guitarras famosas

Arriba, desde la izquierda:

Seis guitarras con nombre y sus dueños

Herramienta de trabajo y, por tanto, transmisor de tiranía. Mediador tangible entre el músico y la gloria inmaterial de una canción. Mimada y maltratada. Compañera y dominadora. La guitarra, prolongación casi natural del intérprete, prótesis, esclava, novia.

Tienen carácter y han sido bautizadas: Blackie (la guitarra Frankenstein fabricada por Eric Clapton a partir de tres cadáveres), Big B (la de caja cuadrada de Bo Diddley), Pearly Gates (la brutal arma texana de matar de Billy Gibbons), The Old Boy (la siniestra apisonadora de Tony Iommi), Trigger (la castigada acústica de Willie Nelson), Old Black (la reina de Mister Feedback Neil Young)…

Acabo de leer un libro que ahonda en la guitarra como mapa de las canciones y piel añadida de los músicos. Se titula Instrument y es del fotógrafo Pat Graham. No se esfuercen en buscarlo en las librerías del barrio: en España no se editan este tipo de cosas.

No se trata de guitarras de alcurnia como la media docena de reinas citadas más arriba, pero todas guardan secretos. Selecciono cinco instrumentos y sus propietarios.

Foto: Pat Graham

Foto: Pat Graham

Ian Curtis (Joy Division)Vox Phantom VI

Al dolorido Ian Curtis no le gustaba nada tocar la guitarra y, además, no tenía ni idea. Prefería mantenerse en tensión, amarrado al pie del micro y en espera de uno de los calambres que le hacían entrar en trance.

Sus compañeros en Joy Division le convencieron de que no estaría mal tener de vez en cuando el apoyo de una guitarra rítmica y le encandilaron con la Vox Phantom VI negra, que, a su modo (retrofuturista y con un diseño vertiginoso, casi de armamento), cuadraba con el carácter sombrío del cantante. Curtis la utilizó poco —en el clip de Love Will Tear Us Apart, por ejemplo— y siempre se limitaba al único acorde que sabía: re.

Tras el suicidio del cantante, en mayo de 1980, el grupo que emergió de las cenizas de Joy Division, New Order, heredó la guitarra, cuyo sonido espeso puede escucharse en Everything’s Gone Green.

Foto: Pat Graham

Foto: Pat Graham

Nels Cline (Wilco)Fender Jazzmaster, 1959

El gran estilista Nels Cline ejecuta sus escalofriantes solos de guitarra con una veterana Fender Jazzmaster fabricada en 1959 —el de la mejor cosecha del modelo, también venerado por Robert Smith (The Cure) y Kevin Shields y Belinda Butcher (My Bloody Valentine)— y con muchas huellas sobre la madera de una vida agitada sobre la madera. A Cline se la vendió su colega Mike Watt (Minutemen) en 1995.

El extraordinario guitarrista confiesa que trata a la guitarra con modales «duros» y que no le importa que el cuerpo muestre un aspecto desastroso. «Mi guitarra es una obra en curso porque yo también lo soy», dice.

Cline está especialmente orgulloso del sonido de la Jazzmaster en las versiones en directo de Shot in the Arm.

Foto: Pat Graham

Foto: Pat Graham

Thurston Moore (Sonic Youth)Gibson Sonex

El estruendoso Thurston Moore, uno de los guitarristas del no menos brutal grupo Sonic Youth —responsables de una radical reconsideración en la manera de tocar el instrumento— es también un declarado fanático de las Jazzmaster, pero de vez en cuando desenfunda rarezas como la Gibson Sonex de los años ochenta que toca, por ejemplo, en Eric’s Trip.

La Sonex, en la que sólo están montadas cuatro cuerdas, es golpeada sin remordimiento por Moore con la ayuda de dos baquetas de batería.

Esta guitarra es uno de los cuatro instrumentos que han sido recuperados hasta la fecha del robo que sufrió el grupo de todo su equipo en 1999 durante una gira.

Foto: Pat Graham

Foto: Pat Graham

Wayne Coyne (The Flaming Lips)Álvarez acústica de 12 cuerdas

En una moñada característica de su estilo carnavalesco, Wayne Coyne utiliza una vieja guitarra acústica en cuyo interior ha adapatado un sintetizador Alesis AirSynth que detecta el movimiento de las manos y lo traduce en sonidos.

El viejo teléfono móvil pegado al cuerpo de la guitarra no cumple otra función que la del despiste. «Me pareció cool ponerlo ahí para demostrar lo rápido que va la tecnología», dice Coyne.

Foto: Pat Graham

Foto: Pat Graham

Steve Albini (Big Black, Shellac)Travis Bean TB500

La prodigiosa carrera de Steve Albini como productor (Sparklehorse, Nirvana, The Stooges, Pixies, PJ Harvey…) eclipsa en ocasiones sus dotes como guitarrista.

Para tocar siempre ha optado por el mismo modelo de guitarra, la Travis Bean TB500 de mástil de aluminio, la misma que utilizó Jerry García (Grateful Dead). Albini probó el modelo en una tienda cuando era adolescente y no paró hasta que encontró un modelo de segunda mano a través de un coleccionista.

Nunca la ha tratado con dulzura, pero al instrumento no parece importarle. «Siempre hemos cooperado entre nosotros», dice.

Ánxel Grove

La canción que mandó a paseo a los adultos cumple 50 años

Esta tormenta de dos minutos y poco es de 1956, hace medio siglo. Se titula Roll Over Beethoven. En la versión original la canta su compositor, el mejor letrista del rock and roll: Chuck Berry.

Un año antes, Vladimir Nabokov había publicado Lolita. Ya escribí en el blog sobre el eco del libro.

En un momento dado, el narrador de la novela dice:

Entre los límites de los nueve y los catorce años, surgen doncellas que revelan a ciertos viajeros embrujados, dos o más veces mayores que ellas, su verdadera naturaleza, no humana, sino nínfica; propongo llamar ‘Nínfulas’ a esas criaturas escogidas.

Chuck Berry tenía debilidad por las adolescentes (en 1962 un juez racista le condenó a tres años de cárcel utilizando una ley de 1910 por transportar de un estado a otro a una niña de 14 años para, según el magistrado, prostituirla).

No sé si Chuck Berry leyó el libro de Nabokov, pero escribía canciones pensando en las lolitas y ellas, todas ellas (sobre todo las de piel blanca), las creían a pies juntillas.

Dedicamos este Cotilleando a… a una canción que mandó a paseo a los adultos y, como dice algún historiador, es «una declaración de independencia cultural», Roll Over Beethoven.

Edificio donde estaba Chess

Edificio donde estaba Chess

1. La discográfica. La dirección debería ser preguntada como salvoconducto de ingreso en el cielo: ¿2120 South Michican Avenue, Chicago?. Quien no responda: «sede de Chess Records» se queda sin derecho al paraíso. Era el más valiente sello editor de los EE UU: grababa música de negros y la vendía a los blancos en la década de los cincuenta, cuando en algunos lugares del país te colgaban de un roble por menos. Los dueños eran judíos de Częstochowa (entonces Polonia, hoy Bielorrusia), hermanos y canallas: Leonard (1917-1969) y Phillip Chess (1921), apellido que al llegar a América tomó la familia Czyz. Primero se dedicaron a traficar con alcohol durante los años secos. Luego montaron garitos de noches afiebradas, entre ellos el Macomba. En 1947 compraron una parte de Aristocrat Records y en 1950, ya dueños de la empresa, la rebautizaron como Chess. Se dieron cuenta de que Chicago se estaba llenando de músicos negros del sur y decidieron grabarlos. El catálogo de Chess es impecable: Muddy Waters, Little Walter, Bo Diddley, Memphis Slim, Eddie Boyd, John Lee Hooker, Howlin’ Wolf, Rufus Thomas, Etta James… Nadie les hacía sombra. Eran chulos, peleones, auténticos y sonaban con una potencia que parecía extraterrena.

Chuck Berry

Chuck Berry

2. El cantante. Charles Edward Anderson Chuck Berry, nacido en octubre de 1926 en St. Louis-Misuri, no era un chiquillo cuando grabó Roll Over Beethoven. Le faltaban sólo unos meses para cumplir 30 años y algunos consideraban que estaba demasiado pasado para ser un ídolo juvenil. Era el cuarto hijo de una familia de clase media de seis (el padre era trabajador de la construcción), pasaba de estudiar, había estado en la cárcel tres años por reincidir en pequeños robos (le habían condenado a diez), se casó, tuvo un hijo, trabajó en lo que pudo (una factoría, conserje…), estudió peluquería y ganaba un sobresueldo tocando en locales de blues. Siempre le había gustado la música y sabía tocar la guitarra y el piano. En 1955, cansado de malvivir, se fue a Chicago, conoció a Muddy Waters y en cosa de días grabó Maybellene para Chess. Un pasmo: número cuatro entre las canciones más vendidas del año. Un negro con el pelo aceitoso, la sonrisa lúbrica y una guitarra eléctrica que reclamaba acción insertado entre blanquitos angelicales.

Single de "Roll Over Beethoven"

Single de «Roll Over Beethoven»

3. La canción. Rápida y furiosa. Empieza con un solo de guitarra -estructura nada frecuente por entonces- que es una proclama. El grupo se une a la parranda y la temperatura aumenta. Los músicos (ninguneados en el disco, que atribuye la pieza a Chuck Berry and His Combo) fueron Fred Below, el batería de confianza de Muddy Waters; Johnnie Johnson, que toca un feroz arreglo de boogie al piano; Willie Dixon, el sólido contrabajista de casi todas las grabaciones de Chess, y Leroy C. Davis (futuro acompañante de James Brown), que sopla un lejano y constante solo de saxo. Durante toda la canción Berry parece drogado con alguna clase de anfetamina: canta con vehemencia -se le escucha escupir las palabras ante el micrófono- y toca la guitarra como poseído por una urgencia palpable en las gónadas.

Chuck Berry

Chuck Berry

4. La letra. Entre 1956 y 1958, Berry estaba en estado de gracia. Sus letras, picantes, divertidas y generacionales (aunque destinadas a personas con la mitad de su edad) parecían brotar de un inagotable manantial. El mensaje de Roll Over Beethoven (que, resumido, sería algo así: «déjanos en paz Beethoven, intenta entender este rhythm & blues y dale la noticia a Tchaikovsky») era una proclama de emancipación y suficiencia. Berry escribió en su autobiografía que se le ocurrió el estribillo recordando a su hermana mayor, que iba para cantante de ópera, ensayando interminablemente música seria en la casa familiar mientras él no podía encender la radio para escuchar blues y rhythm & blues. A la canción siguieron, en una admirable continuidad, otras sagas adolescentes de rebelión contra el aburrimiento del colegio, sexo, diversión, coches y asco hacia la alienación adulta: School Days, Oh Baby Doll, Rock & Roll Music, Sweet Little Sixteen, Johnny B. Goode, Brown Eyed Handsome Man, Too Much Monkey Business, Memphis, Tennessee… Berry parecía imparable y nadie era capaz de hacerle sombra. Incluso Elvis Presley, que cantaba y bailaba como nadie pero no podía componer, tocar o escribir letras, salía perdiendo en la comparativa.

The Beatles, 1963

The Beatles, 1963

5. Los herederos. De Roll Over Beethoven se han grabado más de doscientas versiones en unos cincuenta países y casi otros tantos idiomas. La canción ha sido homenajeada, transformada (heavy, sinfónica, salsa, reggae…) y mancillada, pero ninguna versión supera el arisco temperamento de la original grabada por Berry en 1956. La han tocado, entre otros, Jerry Lee Lewis, Electric Light Orchestra, Mountain, Ten Years After, Leon Russell, Status Quo, The Byrds, The 13th Floor Elevators, The Sonics, Gene Vincent, M. Ward e Iron Maiden. La más conocida de las versiones es, desde luego, la de los Beatles, cantada por George Harrison e incluida en su segundo disco, With the Beatles (1963). También la tocaron The Rolling Stones, que adoraban la música de Chess (Brian Jones abordó por primera vez a Keith Richards cuando vió que llevaba encima un disco de Chess de Mudy Waters) y grabaron en 1964 y 1965 en los estudios de Chicago.

Chuck Berry

Chuck Berry

6. La muerte. Chuck Berry cumplió en octubre 85 años. Sigue tocando en directo, con escaso pulso, las mismas canciones, las dos docenas de milagros que compuso hace 50 años. Después del bienio dorado algo se le apagó por dentro (intentó encenderlo con la penosa oda a la masturbación My Ding-a-Ling de 1972, que vendió bien). Se repite cada vez que actúa, no tiene grupo estable desde los años sesenta porque prefiere tocar con músicos locales que no cobren por pasar 45 minutos al lado del genio, afirma que «el nombre de este juego es billete de dólar»… Tengo la sospecha de que Chuck Berry se murió cuando dejó de hablar el idioma de las lolitas.

Ánxel Grove

 

El músico para el que R.E.M. tocó como banda de acompañamiento

REM (sin Stipe) y Warren Zevon, a la derecha

REM (sin Stipe) y Warren Zevon, a la derecha, en una foto de promoción de 1990

La separación del grupo R.E.M. ha derivado en una inundación de glosas sobre la carrera de la banda de Michael Stipe, uno de los ídolos pop más celebrados de las últimas tres décadas.

Quiero detenerme hoy en la sección Top secret en un episodio de las muchas aventuras tangenciales de REM no valorado con la justicia que merece: la colaboración, entre 1984 y 1990, con el malogrado Warren Zevon (1947-2003).

Música aparte, si algo ha ennoblecido a R.E.M. es su sagaz y solidaria inteligencia, la capacidad que demostraron sus integrantes para aparearse con músicos a los que admiraban.

En 1983, cuando todavía eran una promesa en ciernes aunque ya apuntaban maneras revolucionarias -acababan de editar Murmur, su primer álbum, y preparaban el segundo, Reckoning, ambos excelentes-, Michael Stipe, Peter Buck, Mike Mills y Bill Berry, avisados de la crisis personal por la que pasaba Zevon, que acababa de enterarse por la prensa de que la discográfica Asylum lo había despedido, se había divorciado y caído en una profunda depresión que intentaba combatir echando gasolina al fuego: dos botellas de vodka al día y cocaína, decidieron echarle un cable.

"Sentimental Hygiene" (1987)

"Sentimental Hygiene" (1987)

Stipe llamó a Zevon, uno de los compositores más queridos en los EE UU, aunque no, por desgracia, en Europa, donde fue un ídolo menor. Le dijo que sería un honor para R.E.M. ejercer como anfitriones. Zevon no tenía nada mejor que hacer y, aunque no conocía a Stipe y compañía, se fue a  Athens (Georgia), la ciudad natal y base de operaciones del grupo.

Lo primero fue una gira cojunta de unas cuantas actuaciones. Se presentaban bajo el nombre Hindu Love Gods. La alineación instrumental era la misma de R.E.M. (Buck a la guitarra, Mills al bajo, Berry a la batería), con los añadidos de Stipe (cantante y batería) y Zevon (cantante).

No había ningún compromiso excepto divertirse y la conexión entre los cinco músicos fue a más.

En 1987, para estrenar nuevo contrato, Zevon llamó a R.E.M. al estudio. Durante el verano grabaron en Atlanta Sentimental Hygiene, un disco mayúsculo y fibroso con canciones redondas y con las habituales letras satíricas y mordaces de Zevon, un cronista de formidable altura: Bad Karma -con Stipe haciendo coros-, Detox Mansion, Boom Boom Mancini, Trouble Waiting to Happen

Zevon, Buck, Mills y Berry seguían de juerga en el estudio por las noches. Había mucho vino y un ánimo libre. Nada mejor que la música de los maestros para mantener el nivel. Hicieron versiones de Bo Diddley, Muddy Waters, Robert Johnson, Willie Dixon e incluso de Prince.

"Hindu Love Gods" (1990)

"Hindu Love Gods" (1990)

Pese a que no los músicos no tenían intención de editar las sesiones, aquello era demasiado bueno para quedarse en los archivos. En 1990 la discográfica Giant editó el álbum, bautizado con el mismo nombre que el grupo-fantasma, Hindu Love Gods.

Es un disco es capaz de animar la fiesta más mortecina. Battleship Chains, Rasperry Beret y Wang Dang Doodle echan chispas.

Los destinos de Zevon y R.E.M. no volvieron a cruzarse. Los primeros se convirtieron en un grupo de primera fila, masivo e influyente.

Zevon anunció unos años más tarde que padecía un cáncer inoperable en ambos pulmones (al parecer, por exposición a asbesto). Se murió a carcajadas («perdone, tengo un cáncer terminal, ¿podría hacer que la cola avanzase más de prisa?», dijo a una cajera de súper mercado) el 7 de septiembre de 2003, hace ocho años, cuando tenía 56.

Antes, cuando ya estaba condenado al sepulcro, grabó The Wind, donde colaboran Tom Petty, Bruce Springsteen, Jorge Calderón, Emmylou Harris, Jackson Browne y muchos amigos.

Tocó en directo en la televisión por última vez. Lo hizo en el show David Letterman, donde habló de la muerte con la misma cordialidad («viví como Jim Morrison pero treinta años más») y mirada crítica con las que vivió. Sus consejos finales fueron de una honda sencillez («disfruta de cada sandwich») y no le importó mostrar al mundo su camino hacia la tumba. Hay un bellísimo documental sobre la travesía, Keep Me in Your Heart.

Se han separado R.E.M. Las lágrimas son justas. Yo sigo llorando la muerte del cantante para el que R.E.M. tocó como simple banda de acompañamiento. Me hubiera gustado pasarme por la taberna Dubliners de Sitges en el verano de 1975, cuando Zevon, refugiado durante uno de los bajones que sólo sufren los sensibles, tocaba cada noche en un anonimato buscado y admitido.

Ánxel Grove