Entradas etiquetadas como ‘blanco y negro’

Alejandra Vacuii: fotos en las que siempre es invierno

© Alejandra Vacuii

© Alejandra Vacuii

Por el azar de los enlaces que sugieren amigos a los que nunca he visto, encuentro las fotos de Alejandra Vacuii. De inmediato, tengo frío.

No por casualidad es ourensana, me digo. No por casualidad reside en tierra de noches largas y afiladas. No por casualidad se presenta citando al hombre, también atlántico, que se sentía transbordado de sí mismo, Fernando Pessoa:

Soy algo que fui. No me encuentro donde me siento y, si me busco, no sé quién es el que me busca. Un tedio hacia todo me agota. Me siento expulsado de mi propia alma.

Bienvenidos al desconcierto de la «quebrada pasividad» —por seguir acompañando al portugués que en tantos otros lograba desdoblarse—. Estas fotos —un caracol en la espalda de una mujer, una mano sobre la hierba que repta, un par de botas abandonadas como un mapa impreciso…— no germinan en cámaras y ópticas, no son ligaduras de luz detenida…

Estas fotos son flores de un invierno.

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Manuel Bujados, un olvidado y brillante ilustrador simbolista gallego

La domadora de ideas, 1926 - Manuel Bujados

La domadora de ideas, 1926 – Manuel Bujados

Una joven de pálido fulgor, quizá una dríada de los bosques, abre una jaula de cristal de la que salen volando mariposas doradas. Otro personaje, un híbrido de humano y anfibio, intenta que los insectos pasen a traves de un aro rojo. Mientras tanto, entre las piernas de este segundo elfo, una rana toca una melodía en una flauta.

El cuadro, de un moderno simbolismo, fue pintado en 1926 por Manuel Bujados (1889–1954), un olvidado pintor e ilustrador nacido en la villa marinera gallega de Viveiro-Lugo y fallecido en Belle Ville, en la provincia argentina de Córdoba. Casi o nada se sabe del artista con precisión pese a que fue de los más brillantes de su tiempo, colaboró con publicaciones como La Esfera, una de las revistas gráficas más sobrias, novedosas y de alta calidad de Europa en las primeras décadas del siglo XX.

La editó en papel cuché la empresa Prensa Gráfica entre 1914 y 1931; costaba 50 céntimos, diez veces más que un diario y el doble que las de su género; fue la principal rival de la veterana y conservadora Blanco y Negro y, como tantas otras publicaciones progresistas pero dedicadas a la cultura, quebró en los tiempos politizados y rutinarios de la República.

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‘Woody’, el muñeco sin dedos que suspira por ser pianista

El maniquí articulado había sido siempre una simple herramienta del artista, hasta que en el siglo XX las vanguardias lo elevaron a obra de arte en sí mismo. El surrealismo le otorgó el estátus de personaje, Giorgio de Chirico lo escogió como símbolo, Man Ray lo fotografió como a un ser humano. Aunque inexpresivo, la frialdad del modelo se adentraba en el subconsciente del espectador, que tenía vía libre para decidir cómo quería interpretar la presencia del muñeco.

«Sus sueños son grandes… Pero están casi fuera del alcance de sus manos», así se podría traducir la frase con que los autores de Woody resumen la historia del protagonista del mismo nombre: un muñeco articulado de dibujo que desde pequeño desea, más que nada en el mundo, ser pianista.

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Gunnar Smoliansky, un fotógrafo retratando sólo dos barrios durante 50 años

© Gunnar Smoliansky

© Gunnar Smoliansky

Me gusta la fotografía de Gunnar Smoliansky por la sutileza no exenta de riesgo con que nos ha mostrado una realidad de muy escasa extensión, dos o tres barrios de Estocolmo (Suecia), durante un extenso periodo de tiempo: desde la mitad del siglo XX hasta hoy.

Nacido hace 81 años y todavía con la cámara en la mano, el fotógrafo sueco parece haberse tomado muy en serio el lema que ha citados en alguna de las escasas entrevistas que ha concedido —porque, además de su pericia fotográfica también tiene el buen gusto de no hablar demasiado—:

El mejor escenario para mí es aquel donde resulta casi imposible hacer una foto, donde tienes que conseguir algo a partir de la nada.

Teniendo en cuenta que se ha dedicado a retratar un área acotada por su propia existencia —las calles por las que transita, las barriadas en las que ha decidido vivir en la certeza de que salir al mundo no tiene sentido hasta que no has agotado tu propio mundo—, imagino que estamos ante un hombre que haría suya la afirmación de Pessoa: «El único sentido oculto de las cosas es que no tienen sentido oculto alguno».

Ante la gran obra de este fotógrafo que ha pasado por la tierra con el extremo sentido  de la timidez que provoca una melancolía que quizá esté relacionada con la falta de luz de los territorios nórdicos, es inevitable pensar en la franqueza del gran maestro sueco Christer Strömholm, de quien Smoliansky recibió las primeras lecciones.

El estilo de Strömholm —blanco y negro de gran saturación y acercamientos no convencionales— y el radicalismo que  aplicaba en el cumplimiento de los tres principios que regían su fotografía: «luz natural», sin la agresividad invasiva de focos o flashes; «momento adecuado», basado en la espera paciente, y «responsabilidad personal», que limitaba cualquier tipo de propensión hacia el amarillismo o lo morboso, hicieron que en Suecia naciera una corriente fotográfica propia, marcada por una tibia tristeza no desprovista de angustia pero sí atenuada por la dulzura del estilo.

Entre los nombres destacados del estilo sueco están los bien conocidos Anders Petersen (1944), Kenneth Gustavsson (1946-2009) y Tuija Lindström (1950). En el centro de esa movimiento de extrema pureza encontramos al menos publicitado Smoliansky, autor de largo recorrido  y dueño de una obra que busca la reacción, la elocuencia. Gana en grandeza si pensamos que ha ejercido durante las peores décadas de los dictados postmodernos de la imagen predeterminada, pensada y razonada antes que sentida.

Acercarse a la completa web de Smoliansky, que presenta al visitante las fotos ordenadas en orden cronológico, culmina en la sorpresa de contemplar, como si de un movimiento de stop motion se tratara, una senda hacia lo esencial, la pureza, la sacudida de todo accesorio.

Pero no se trata de un camino hacia el minimalismo a la moda. Al contrario, en las imágenes más recientes —dejo unos cuantos ejemplos tras esta entrada— se revela, para volver a Pessoa, que «ser hombre es saber que no se comprende».

Las fotos de Smoliansky, el melancólico sueco que ha paseado su mirada por cada rincón de un par de barrios durante medio siglo, caminan hacia la verdad metafísica de que no existen los misterios porque el único misterio nace de la impaciencia.

Jose Ángel González

Jacques Sonck, fotógrafo de ‘outsiders’

© Jacques Sonck

© Jacques Sonck

© Jacques Sonck

© Jacques Sonck

El gran fotógrafo alemán August Sander (1876-1964) pretendió componer un muestrario tipológico de los hombres del siglo XX. Como si se tratara de un heresiarca dispuesto a contradecir la labor del creador de la vida —sea quien sea—, clasificó a las personas y las catalogó con la paciencia burocrática de todo alemán: el campesino (Der Bauer), el artesano (Der Handwerker), la mujer (Die Frau), los trabajadores cualificados (Die Stände) —en los que adivinaba el primer eslabón de la vida cívica: del abogado al miembro del parlamento, del soldado al banquero—, los intelectuales, artistas, músicos y poetas (Die Künstler) y la gran ciudad (Die Großstadt)…

El ciclo termina, decidió el genial y peligroso Sander (al que, de modo contradictorio, no persiguieron los nazis, grandes catalogadores) con los locos, gitanos, mendigos, moribundos y muertos (Letzte Menschen).

Un siglo después, el belga Jacques Sonck (1949) parece decidido a añadir un prototipo al discutible aunque asombroso compendio del maestro. Sonck, cuyo libro más conocido se titula no casualmente Arquetipos, lleva casi cuarenta años empeñado en la tarea de retratar a los seres que de manera irremediable, como decía Kipling, «terminan pareciéndose a su sombra».

© Jacques Sonck

© Jacques Sonck

© Jacques Sonck

© Jacques Sonck

© Jacques Sonck

© Jacques Sonck

Pese a la sonrisa, la picardía o la pose de indolencia, los seres humanos que elige Sonck están bajo una tormenta, dentro de un corral emocional o fuera de la convención: son outsiders o lisiados, casi  freaks como los reunidos por otra gran discípula de Sander, Diane Arbus, que siguió la senda del alemán en una carrera especular que linda con el copismo. La extraña pareja se convierte en trío con el añadido del belga, un buscador de personas diezmadas.

Funcionario de la administración cultural pública belga, Sonck adopta otra vida tras agotar la jornada laboral: vaga por los adoquines marchitos de Amberes y, con la potestad de la mirada, elige a los malditos. Que los retratos sean posados y no casuales, que el designado haya obedecido las órdenes del fotógrafo, añade la pizca de morbo que ubica las fotos en el terreno de lo moralmente discutible, es decir, de lo interesante. Ni un gramo de piedad.

Solitarios, excéntricos, abandonados, deformes, anacrónicos… Sonck los busca, selecciona y ordena. Le imagino pidiendo un gesto más ausente, una sonrisa idiota, un descalabro más notable, un miedo de verdugo.

© Jacques Sonck

© Jacques Sonck

© Jacques Sonck

© Jacques Sonck

© Jacques Sonck

© Jacques Sonck

«Sabemos que las personas están formadas por la luz y el aire, por sus rasgos heredados y por sus acciones. A través de su apariencia podemos deducir el trabajo que hace alguien y el que deja de hacer. Podemos leer en su rostro si es feliz o atormentado», escribió Sander.

Sin melancolía, sin indulgencia, Sonck sigue el dictado del maestro. Sin ninguna pretensión de ridiculizar pero sin compasión.

Ánxel Grove

El fotógrafo que prefiere los «terribles errores» de una cámara de plástico

Thomas Alleman es un fotógrafo comercial estadounidense. No hay ánimo peyorativo en el adjetivo comercial: cada uno se gana la vida como puede y a él le gusta —y le compensa económicamente después de quince años de ejercicio y una muy sólida reputación— firmar reportajes para revistas ilustradas con nombres que tienen potencia balística (Time, People, Business Week…), pero si Alleman pasa a la historia no lo hará por esos trabajos de mayúscula importancia y producción esmerada, circuntancias que en el mundo de la fotografía comercial están maridadas con la posesión de un equipo digital valorado en cifras de, cuando menos, seis dígitos.

Un pedazo de plástico

Un pedazo de plástico

Lo mejor de Alleman, su prueba de vida, ha salido de una cámara de juguete.

Las fotos con las que el reportero se convierte en un poeta y danza el infinito vals de la luz y la sombra son tomadas con una Holga, la cámara de medio formato que se puede comprar por unos 25 euros. Con ese pedazo de plástico negro en las manos, Alleman es un chamán, un héroe, un niño iluminado…

Fabricada desde 1982, sin licencia ni franquicia, en Hong Kong (la diseñó un tal TM Lee del que nada se sabe y, por supuesto, no tiene Twitter), ha habido maniobras del lobby pijo de Lomography para hacerse con la distribuición mundial exclusiva de la Holga pero hay demasiados talleres en China fabricando las cámaras cada uno por su lado y tanta diversificación no permite el monopolio. Todo objeto es un objeto político y la Holga, en los tiempos de Instagram y los smarthpones, es procomún y proletaria.

Es claro que tener en las manos esta cámara de precio popular y aspecto algo torpe —100% plástica, básica, cuadrada, una especie de ladrillo— no garantiza que funcione la mecánica de fluidos del ars poetica fotográfico, porque si tienes los sentimientos de un rodamiento de plomo, harás fotos plomizas y siempre conviene que llegues al momento de hacer la foto con el alma rota y el corazón supurando, porque, amigo mío, ningún filtro va a hacer el trabajo por ti.

La herida de Allman fue el 11-S. Tras los ataques con los aviones tripulados se sintió perdido y dejó de entender. Necesitado de una mirada de mayor suavidad, de fidelidad baja, empezó a caminar y conducir sin rumbo por la ciudad en la que vive, la megalópolis de Los Ángeles.

Nunca llevaba consigo ninguna de las cámaras para matar con precio de seis dígitos: consideraba que era grosero proponer la alta tecnología como forma de luto y optó por la Holga que hasta entonces consideraba un objeto decorativo, una contradicción. La hermosa serie Sunshine & Noir es el resultado de aquellos viajes nómadas en busca de soledad y muda reflexión.

Con la «muy primitiva tecnología» y los «terribles errores» de la Holga —un adminículo de baja precisión, con distorsiones, superposiciones caprichosas  y entradas no menos azarosas de luz (una copia plástica del alma humana, vaya)—, Alleman aprendió nuevamente a ejercer el derecho a la mirada, sometida a fallos, distracciones y melancólicos retrocesos. No ha roto el compromiso y con la Holga ha retratado Los Ángeles, Nueva York, Mongolia y otros lugares.

Lo que para algunos podría ser un resultado disfuncional empezó a convertirse en el abecedario visual de un niño sorprendido. Ahora Alleman suele dejar siempre en casa a las cámaras serias. No le hace falta nada más que un trozo de plástico negro.

Ánxel Grove

© Thomas Alleman

© Thomas Alleman

© Thomas Alleman

© Thomas Alleman

© Thomas Alleman

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© Thomas Alleman

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© Thomas Alleman

© Thomas Alleman

© Thomas Alleman

© Thomas Alleman

© Thomas Alleman

© Thomas Alleman

© Thomas Alleman

© Thomas Alleman

© Thomas Alleman

© Thomas Alleman

© Thomas Alleman

© Thomas Alleman

© Thomas Alleman

© Thomas Alleman

© Thomas Alleman

© Thomas Alleman

© Thomas Alleman

© Thomas Alleman

© Thomas Alleman

© Thomas Alleman

Del blanco y negro al color sin intervención digital

«No se han efectuado correcciones en el color del material filmado», señala el autor bajo el vídeo. El blanco y negro de la escena tiene un tono extraño desde el principio. Sobre la mesa hay una colección de objetos dispuestos como en un truco de magia. El primer color que se desenmascara es el naranja del zumo. Después, a cada lado aparecen dos brazos anónimos, en color, que añaden y modifican elementos: dan la vuelta a las macetas, el bote de chicles, la botella de Coca-cola…

El artista israelí Eran Amir es el protagonista y creador del vídeo Black & White (In Colour), un ejercicio visual en el que una escena pasa del añejo gris a los tonos naturales de cada objeto. Con simples trucos ajenos a la tecnología digital, «pintando la habitación entera (incluyéndome a mí)». El espectador tiene que hacerse de golpe a la idea de que no está ante una imagen coloreada, que todo es una pantomima de manualidades y maquillaje. Una grabación del cómo se hizo da más detalles de la transformación.

Helena Celdrán

Una colección ‘online’ de criaturas incomprendidas

Cuatro ilustraciones recientes de Renee French

Cuatro ilustraciones recientes de la artista – © Renee French

Son criaturas incomprensibles e incomprendidas. Las sombras grises del lápiz envuelven sus extrañas acciones en un ambiente fantasmal sin quitarles poesía. En las viñetas solitarias de la estadounidense Renee French (1963) las historias comienzan y acaban en el surrealismo de personajes que se sienten lejos de los demás.

Es conocida entre los aficionados al cómic. Con los años se ha convertido en una figura de culto, con historias protagonizadas por una mujer de jabón, chimpancés con vestido, niños de aspecto inusual, peces que boquean sus últimas palabras fuera del agua…

Aunque no es una recién llegada al negocio y sigue publicando, su página oficial no es buen lugar para ver novedades. Al entrar, un mensaje encabeza la home: «Esta web es antigua. Pasa y mira, pero para material actual visita mi blog«.

El blog se ha convertido en un receptáculo de viñetas en blanco y negro que capturan a la artista. French ha encontrado la comodidad en la sencillez de la página, en la que ya lleva años colgando a buen ritmo pequeñas ilustraciones. Es un cuaderno de bocetos que la obliga a añadir a diario una ventana a otro mundo: la autora reconoce el enganche y lo califica de «compulsión seria».

Un ave melancólica, personas con protuberancias que eliminan el rostro, un leopardo de cuyo hocico sale disparado un grupo de moscas… Las últimas ilustraciones que ha publicado las protagoniza una especie de pollito inanimado, hinchable y de gran tamaño, observado por personas que a su lado parecen puntos. French imagina escenas que le resulten desasosegantes, que despierten un miedo que sea dificil de explicar, explora el significado de la belleza e intentar entender por qué es tan importante que algo sea bonito.

Helena Celdrán

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© Renee French

El mejor fotógrafo de la historia es un renegado

Robert Frank

Robert Frank, autorretrato

Lo rompió todo y de manera definitiva. Varias veces. Todo lo perdió. Varias veces.

Es desde hace décadas una sombra entre la niebla de Nova Scotia, en el Canadá más norteño. En noviembre cumplió 87 años. Vive como un ermitaño en una antigua cabaña de pescadores. Reaparece por impulsos. Tiene un genio cambiante.

Puede ser calificado como el mejor fotógrafo de la historia porque incluso cuando dejó de hacer fotos (porque le cansaban y nada le decían, porque renegó de ellas) siguió siendo el mejor.

Hoy le dedicamos la sección Cotilleando a… a Robert Frank (Suiza, 1924), cuya larga sombra, que se proyecta sobre toda la fotografía de los últimos sesenta años, es notable incluso en la ausencia.

El arte de Frank, como él mismo predicó, es objeto simple, fácil y teorizable. No se puede decir lo mismo de la persona y su reacción, porque la vida, como la fotografía, es una respuesta contra uno mismo.

Cubierta de "40 Fotos", 1946

Cubierta de "40 Fotos", 1946

1. Nace en una familia judía de buena posición económica que lo había perdido todo durante el nazismo y la II Guerra Mundial.

2. Se foguea como aprendiz de fotografía en Suiza. Autoedita su primer libro, 40 Fotos, en 1946. Es un portfolio para intentar venderse como fotógrafo. El estilo, demasiado ecléctico: contiene incluso fotos de otros autores retocadas por Frank. Fue reeditado hace unos años.

3. Viaja por Europa, pero en el continente desolado por la guerra no encuentra receptividad. En febrero de 1947 embarca en Holanda hacia los EE UU («me voy a América, ¿cómo puede ser uno suizo?», escribe). Sobrevive en Nueva York hasta que encuentra trabajo como colaborador habitual de la revista Harper’s Bazaar, donde hace bodegones de bolsos, zapaatos y otros accesorios de moda como protegido del gran Alexey Brodovitch, que dió cancha un puñado de los mejores fotógrafos de la segunda mitad del siglo XX (Richard Avedon, Irving Penn, Lisette Model…).

4. Brodovitch le convence para que abandone la poco ágil Rolleiflex bifocal de medio formato y se pase a la Leica III de 135 milímetros, que permite hacer fotos con una sola mano. Esta decisión cambiará la historia de la fotografía.

"Horse and Sun" - Perú, 1948

"Horse and Sun" - Perú, 1948

5. En 1948 comienza el nomadismo de Frank. Entre junio y diciembre recorre Brasil, Cuba, Panamá y, sobre todo, Perú. Autoedita dos cuadernos de espiral con las fotos. El libro Peru, publicado años más tarde, es su primera obra maestra y predice lo que vendrá.

6. Cruza el Atlántico varias veces. Traba amistad con otros buscadores de verdad (Elliott Erwitt y Bill Brandt) y viaja a Francia, Italia, Reino Unido y España. Entre marzo y agosto de 1952 vive con su mujer, la pintora Mary Lockspeiser, y el primer hijo de la pareja, Pablo, en El Grao (Valencia). Hace fotos sobre corridas de toros. Se hospedan en el hotel El Sol y, como no tienen dinero, pagan al propietario con fotos que hace Frank y que nunca han sido localizadas.

"Sobre Valencia", 1950

"Sobre Valencia", 1950

7. En el casi inencontrable catálogo Sobre Valencia, 1950, el parco Frank -muy poco amigo de teorizar- incluye una de sus más detalladas declaraciones de principios: «Blanco y negro son los colores de la fotografía. Para mí simbolizan las alternativas de esperanza y desesperación a las que la humanidad está eternamente sujeta. La mayoría de mis fotografías son de gente, vista de un modo muy simple, como a través de los ojos del hombre de la calle. Eso es algo que la fotografía debe contener: la humanidad del momento. Esa clase de fotografía es realismo. Pero el realismo no es suficiente: ha de estar lleno de visión, y las dos cosas juntas pueden hacer una buena fotografía. Es difícil describir esa tenue línea donde acaba el tema y empieza la propia mente».

"Funeral. St. Helena, South Carolina, 1955" ("The Americans")

"Funeral. St. Helena, South Carolina, 1955" ("The Americans")

8. En 1954, con el padrinazgo de Walker Evans, fundador del moderno fotoperiodismo, Frank solicita una beca de la fundación Guggenheim. En la memoria indica que desea fotografiar en profundidad, en ciudades y pueblos de los EE UU, el rostro de una «nación cambiante». Le dan 3.600 dólares (que amplirán en una cantidad similar dos años más tarde). Frank compra un Ford de segunda mano y se embarca en un recorrido de decenas de miles de kilómetros a través de 48 estados del país, que atraviesa de este a oeste, de norte a sur, de oeste a este y en varias direcciones erráticas más. Armado con su fiel Leica dispara 767 rollos de película (unas 27.000 fotos) durante dos años y medio. El resultado será con los años el libro de fotografía más importante de la historia, Los americanos.

"Elevator. Miami Beach, 1955" ("The Americans")

"Elevator. Miami Beach, 1955" ("The Americans")

9. Proteico y metafórico, real y humano, el foto-ensayo habla de política, religión, pobreza, racismo, riqueza, alienación, redención, música, juventud, medios de comunicación, nacimiento, muerte… Pese a todo, es autobiográfico: la mirada de Frank, que fue detenido varias veces por la policía, expulsado de pueblos y amenazado, está en cada foto. «Trabajo todo el tiempo, hablo poco, trato de no ser visto», escribe en su diario. En algunas etapas embarca a su esposa y sus dos hijos (Andrea, la segunda, había nacido en 1954) en un viaje que parece comenzar eternamente y no tener fin. Duermen en el coche o en moteles baratos, se mueven por impulsos, entran en tiendas y bares, conviven con las paradojas y registran las grandezas. Nunca nadie, ni antes ni después, se tomó tan en serio un recorrido anatómico-fotográfico para diseccionar un país con ternura pero sin piedad.

"City Hall. Reno, Nevada, 1955" ("The Americans")

"City Hall. Reno, Nevada, 1955" ("The Americans")

10. Los americanos -83 imágenes seleccionadas por Frank tras un meticuloso y agotador proceso- provoca miedo. Es un espejo demasiado exacto. Las editoriales califican el libro de «perverso», «siniestro» y «antiamericano» y ninguna se atreve a publicarlo. En 1958 Frank logra editarlo en Francia. La introducción la escribe Jack Kerouac: «Después de ver estas imágenes, terminas por no saber si un jukebox es más triste que un ataúd (…) Robert Frank, suizo, discreto, amable, con esa pequeña cámara, que levanta y dispara con una mano, se tragó un triste poema desde la misma América y lo pasó a fotografía, haciéndose un sitio entre los grandes poetas trágicos del mundo», dice. En 1959, cuando el libro aparece en los EE UU, ofende a los críticos. La revista Popular Photography publica siete reseñas en un mismo número. Todas son malas menos una, que destaca el uso del contraste.

Hoja de contactos de "The Americans"

Hoja de contactos de "The Americans"

11. «Una decisión: meto la Leica en el armario. Basta de espiar, de cazar, de atrapar a veces la esencia de lo que es negro, de lo que es blanco, de saber dónde se encuentra el Buen Dios», escribe Frank en 1960. Había empezado a tantear con el cine el año anterior, con Pull My Daisy, inspirada en un texto de Kerouac.

12. Desde entonces se dedica a destruir lo descriptivo para ahondar en su propio estado de ánimo. Ha vuelto a hacer fotos con película Polaroid o cámaras desechables, pero las interviene, superpone, raya, dibuja y escribe sobre ellas. De vez en cuando acepta encargos extraños, como fotografiar un catálogo de camisas, una convención política o la contraportada para un disco de Tom Waits, pero se muestra esquivo y prefiere pasar el tiempo grabando vídeos en los alrededores de su cabaña de pescador.

13. Andrea, la hija, murió en 1974 en un accidente de avión en Guatemala; Pablo, el primogénito, padeció esquizofrenia y murió en 1994 en un centro siquiátrico. Frank vive desde 1970 con su segunda esposa, la artista June Leaf.

Fotos para el disco "Exile on Main St." (The Rolling Stones, 1972)

Fotos para el disco "Exile on Main St." (The Rolling Stones, 1972)

14. En 1972 hizo las fotos de la portada y las cubiertas interiores del mejor disco de los Rolling Stones, Exile on Main St. Siguió al grupo en la gira de ese mismo año por los EE UU y filmó el documental Cocksucker Blues (El blues de la felación), que fue estrenado en 1975 y proyectado una docena de veces antes de que Mick Jagger y Keith Richard prohibiesen la exhibición por la imagen de brutal amoralidad que se desprende del film. A la hora de escribir esta entrada, el documental está disponible online a partir de este vínculo.

15. Casi todas las películas de Frank también pueden ser encontradas en la red. Son introspectivas y radicales. «Son los mapas de mis viajes por esta vida», dijo de ellas. Inserto para terminar el bellísimo clip que rodó Frank en 1996 para Patti Smith.

Ánxel Grove