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Drácula, el personaje que engulló a Bram Stoker

El Drácula de Coppola, interpretado por Gary Oldman

El Drácula de Coppola, interpretado por Gary Oldman

Cuando Bram Stoker (1847-1912) publicó Drácula (1897) en Londres las buenas críticas tardaron en llegar. Muchos no sabían qué pensar de la extravagante historia: algunas de las publicaciones captaron al instante la grandeza de la novela, otras la tachaban de «empalagosa» o «demasiado extraña». Hubo incluso quien acusó a Stoker de no ser el autor: la calidad literaria de Drácula era muy superior a la de sus trabajos anteriores.

El personaje del Conde Drácula era una herencia de la literatura de vampiros del romanticismo tardío que, al igual que Frankenstein o el moderno prometeo de la escritora inglesa Mary Shelley, exploraban la anomalía, el destierro del diferente, el terror hacia lo que no conocemos.

El vampiro (1819) del inglés John William Polidori fue una de las narraciones de vampiros de mayor éxito anteriores a Drácula y la primera en presentar al personaje demoniaco como un caballero y no como una bestia chupasangre. Carmilla (1872), el cuento del irlandés Joseph Sheridan Le Fanu, fue seguramente la historia de más éxito, protagonizada por una mujer vampiro que, dominada por el espíritu de un ancestro, intenta poseer a una joven.

Detalle de un grabado de 1499 que muestra a Vlad Tepes con sus víctimas

Detalle de un grabado de 1499 que muestra a Vlad Tepes con sus víctimas

Stoker también se basó en hechos históricos para configurar a su famoso conde. De la historia del noble Vlad Tepes (1431-1476), héroe transilvano que se enfrentó a la invasión turca de Rumanía, se quedó con la leyenda de su carácter sanguinario (apoyada por testimonios escritos y grabados) que dice que Tepes empalaba a los turcos y bebió sangre de los invasores.

Se cumplen 100 años de la muerte de Bram Stoker, el autor de la novela de la que nació el Conde Drácula. El personaje del que más adaptaciones se han hecho tras Sherlock Holmes se somete desde su nacimiento a las versiones y a las actualizaciones más radicales. El teatro y el cine lo capturaron y no piensan soltarlo, pero él parece encantado de transformarse según las modas, los gustos personales y las fobias de quienes lo han llevado de la literatura al teatro y al cine. No piensa morir.

Programa de mano de la única representación de la  'adaptación' de Stoker

Programa de mano de la única representación de la ‘adaptación’ de Stoker

Esta semana el Cotilleando a… es un repaso a algunas de las caras de Drácula, el ser que con su popularidad, ha eclipsado cualquier otro aspecto de la vida de su creador y lo ha engullido con nuestro consentimiento.

1. El Drácula precoz. Bram Stoker fue el autor de la precoz primera adaptación de Drácula, que se estrenó unos días antes de que saliera la novela. Dracula, or The Un-Dead (Drácula o el no-muerto) fue representada una sola vez el 17 de mayo de 1897 en el Lyceum Theater de Londres. El libreto era tan fiel al libro que la obra duraba casi cinco horas, se detenía en eternos monólogos, sembraba la confusión en el espectador por el constante cambio de escenas (47 en total, divididas en cinco actos) y tenía una sobreabundancia de personajes.

Stoker quería que el popular actor victoriano Henry Irving (también director del Lyceum) interpretara al conde y parece ser que la elegante figura y las exquisitas maneras de la estella inspiraron el lado más fino de Drácula en la novela. Irving se negó, aunque sí fue a ver la demencial representación, que describió después como «espantosa».

Uno de los dos fotogramas que se conservan de 'Drakula halála'

Uno de los dos fotogramas que se conservan de ‘Drakula halála’

2. La película perdida. El director húngaro Károly Lajthay (1886-1945) fue el primero en llevar el personaje al cine. De la película muda Drakula halála (La muerte de Drácula), estrenada en 1921, sólo se conservan dos fotogramas. Se sabe que se estrenó en Viena y se proyectó en varios cines de Europa. Con el éxito del largometraje, Lajthay aprovechó para relanzarlo en su país y lo reestrenó en Budapest en 1923.

Lo poco que se conoce de la trama coincide sólo parcialmente con la historia de Stoker: una inocente chica visita un tenebroso psiquiátrico y conoce a uno de los internos, que dice ser el Conde Drácula. A partir de ese encuentro ella tiene visiones que no distingue de la realidad. Él la atrapa mentalmente con la fuerza de la hipnosis, pero no hay referencias a la sangre.

Nosferatu en la película de Murnau

Nosferatu en la película de Murnau

3. Nosferatu, el Drácula expresionista. El alemán Friedrich Wilhem Murnau (1888-1931) dirigió el primer acercamiento artístico a la historia del Conde, convertido en Nosferatu, un monstruo de uñas que se mueven como las garras de un ave de presa, más cercano a la bestia que al educado noble. Nosferatu, eine Syphonie des Grauens (Nosferatu, una sinfonía del horror) se estrenó en Berlín en 1922 y cautivó a los espectadores europeos (no tanto a los estadounidenses). Su inusual narrativa, los innovadores puntos de vista y la composición de las escenas acercan a la película a las corrientes artísticas alemanas más vanguardistas.

La transformación de Drácula en el conde Orlok (Nosferatu) se debe a una vulgaridad ajena al arte. El estudio con el que Murnau rodaba la película no quería pagar por los derechos de la historia a Florence, la viuda de Bram Stoker: cambiar los nombres y algunos detalles de la trama era una triquiñuela para ahorrar dinero, pero la heredera no tragó con la chapuza y los demandó igualmente por infringir el copyright. Ganó el juicio en 1925 y el tribunal ordenó la destrucción de todas las copias del film, que ya se había distribuido en varios países: la tarea resultó imposible y Nosferatu se salvó.

La vida del álter ego no terminó con la versión de Murnau. En 1979, Nosferatu: Phantom der Nacht (Nosferatu, fantasma de la noche) hace una interpretación fiel del primero. El director alemán Werner Herzog (que consideraba la película de Murnau, la mejor de la historia del cine alemán) la adaptó y la dirigió; Klaus Kinski interpretó al protagonista. La revisión enfatiza la terrible soledad del conde, rechazado, repulsivo para los humanos, cansado de vivir. En el año 2000 Nosferatu volvió a seducir al cine. Shadow of the Vampire (La sombra del vampiro), protagonizada por John Malkovich y Willem Dafoe, imagina el cómo se hizo de la película.

Béla Lugosi con el 'uniforme' de Drácula

Béla Lugosi con el ‘uniforme’ de Drácula

4. Drácula se pone el esmoquin. Era la indumentaria elegante de la ciudad moderna en los años veinte y treinta, la prenda opuesta al aura medieval del vampiro de la novela de Bram Stoker. El actor, dramaturgo y director de teatro Hamilton Deane —irlandés como el escritor— le puso por primera vez al conde un esmoquin en una adaptación teatral y descubrió que el traje era muy útil. Al acabar la representación el actor principal no tenía que cambiarse para acudir a cenas, recepciones y compromisos; además, la capa añadida le permitía desaparecer de escena agachando la cabeza y envolviéndose en la tela.

El Drácula (esta vez sonoro) dirigido por Tod Browning en 1931 y producida por los estudios Universal, presentaba a Béla Lugosi (que también había interpretado al Conde en el teatro con Deane) con el esmoquin y la capa, imitando la puesta en escena del irlandés. La historia fusionaba personajes, dejaba flecos sueltos y cometía torpezas varias; pero la película tenía una estética tan atractiva que pronto Lugosi se convirtió en la imagen oficial de Drácula, marcando incluso el modo en que debía hablar el conde con su fuerte acento húngaro.

Los estudios pasaron a ser, a partir de la película, productores de la primera serie de films de terror de Hollywood. Tras Drácula se estrenaron de 1931 a 1941 títulos como El doctor Frankenstein, La momia, El hombre invisible, La novia de Frankenstein y El hombre Lobo.

Christopher Lee

Christopher Lee

Béla Lugosi nunca se libró de los papeles de monstruo y parecía condenado a dar vida una y otra vez a Drácula. Adicto a la morfina, participó en películas de bajo presupuesto hasta su muerte a los 73 años, de un ataque al corazón, que sufrió mientras interpretaba su papel estrella. Lugosi fue enterrado, por petición de su hijo y su cuarta mujer, con el traje de vampiro que lo hizo inmortal en el cine.

5. Depredador sexual. Hammer Productions, la productora inglesa famosa por sus películas de terror entre los años cincuenta y setenta, continuó con la permanente presencia del vampiro en el cine. Christopher Lee también llevaba esmóquin en Drácula, la película dirigida por Terence Fisher en 1958: fue la primera de las siete veces que Lee  interpretó al personaje para la Hammer y ostenta el récord del actor que más hizo de Drácula en el cine.

Lee se expresa con actos y no con palabras. La conquista de las inocentes mortales es puramente física. Aunque desde la novela de Bram Stoker siempre ha existido un componente sexual en la relación del monstruo con sus víctimas, es con Christopher Lee cuando se acentúa el erotismo. Las mujeres, después de ser atacadas, se convierten en vampiros y se encomiendan a él para la eternidad. No es casualidad que en el largometraje haga aparición, incluso antes que el conde, una sensual vampiresa.

Drácula transformado para seducir a Mina

Drácula, en la película de Coppola, transformado para seducir a Mina

6. Coppola: vuelta a los orígenes. Los años sesenta, setenta y ochenta continuaron desvirtuando a la figura literaria, introduciéndola en historias cada vez más rebuscadas. Eran aventuras que unían el absurdo con el bajo presupuesto, Drácula podía enfrentarse a Billy el Niño, vivir con su mujer la Condesa Drácula en un castillo del desierto de Arizona o asociarse con el científico loco (descendiente del Doctor Frankenstein, por supuesto) que tiene un laboratorio en el que experimenta con chicas medio desnudas (seguramente el verdadero atractivo de la película).

En 1992 Francis Ford Coppola hizo una llamada al orden. El aspecto de Drácula es el más fiel al que imaginó Stoker: el pelo cano, la frente despejada, la mezcla de repulsión y elegancia… Drácula de Bram Stoker tenía un reparto irresistible: Gary Oldman interpretaba al Conde, Anthony Hopkins era el profesor Abraham Van Helsing, Keanu Reeves daba vida a Jonathan Harker y Winona Ryder se convertía en Mina Murray.

Tal vez la historia enerve un poco a los puristas. Coppola convierte la lucha del bien contra el mal en una historia de amor. Mina no es una mera víctima de la dominación vampírica, Drácula la persigue porque ve en ella el vivo retrato de su ancestral amada Elisabeta. El director, sin embargo, explora la capacidad de transformación del ser demoniaco y la progresiva juventud que alcanza gracias al poder revitalizante de la sangre, dos aspectos bastante olvidados hasta entonces.

Helena Celdrán

Actrices que no necesitaban la ayuda de las palabras

"The Artist" (Michel Hazanavicius, 2011)

"The Artist" (Michel Hazanavicius, 2011)

En blanco y negro, franco-belga y sin diálogos. Al director de The Artist, Michael Hazanavizius, le tildaron de lunático cuando mendigaba financiación para la película. «¡Un film mudo! ¿A dónde vas con esa idea peregrina?», le contestaban los posibles inversores, pensando seguramente que el tipo estaba loco.

¿A quién se le ocurre en los tiempos del efectismo, la altísima resolución y la grandilocuencia tridimensional rodar al estilo de hace un siglo?, se preguntaban, acaso sin plantearse que en el 80 por ciento de las películas actuales las palabras son aire para rellenar de interjecciones el espacio entre un efecto especial y el siguiente.

Aquellos posibles inversores renegados deben estar ahora intentando hacer fortuna con el knitting. Las vitrinas de The Artist atesoran ya casi 40 premios, entre ellos los tres Globos de Oro de hace unos días, y la comedia muda (silent, dicen los ingleses con mayor precisión y poesía) se coloca entre las favoritas para los Oscar del 26 de febrero.

«Es más difícil escribir una película muda», ha declarado Hazanavizius. «No tienes el arma más poderosa que es la palabra, los actores no pueden explicar lo que piensan. Pero por otro lado es un ejercicio de libertad. Los espectadores tienen muy claro que han de desvincularse de lo real«.

Tiene toda la razón. Si de algún pecado es culpable la gente del cine -ese gremio con frecuencia tan sobrado como Loquillo y con la autocrítica más floja que Lucía Etxebarria- es el de la soberbia de creerse de vuelta. La humilde y emotiva película francesa es una lección de historia, una recomendación para que, al menos de vez en cuando, rebobinemos y volvamos a la pureza.

Nos resguardamos bajo la excusa de esta inesperada atención hacia el cine silente para recordar a unas cuantas estrellas que no necesitaban palabras para hacernos partícipes de emociones más grandes que la vida.

Clara Bow

Clara Bow

1. La Chica It. La escritora Dorothy Parker, narradora del lado oscuro de la vida urbana, lo resumió así: «Ello, ese extraño magnetismo que atrae a ambos sexos… Descaradamente, con autoconfianza, indiferente al efecto que produce. Ello, demonios. Ella lo tenía».

Clara Bow (1905-1965) fue la más escandalosa, la más sexual. El diario rosa Coast Reporter publicó en 1931 una historia seriada sobre sus aventuras de cama que se prolongó durante tres semanas: decían que era ninfómana, que a falta de hombres practicaba el sexo con mujeres y, a falta de ambos, con animales. Se añadía que había hecho el amor con todos los jugadores de un equipo de fútbol americano (los USC Trojans).

Ella nunca se querelló: disfrutaba con el escándalo y protagonizó muchos. Fue amante ocasional de Gary Cooper, John Gilbert, John Wayne y Béla Lugosi. Sus 161 centímetros eran dinamita y fue el primer símbolo sexual de Hollywood -recibía 45.000 cartas de fans cada mes e inspiró al dibujo animado Betty Boop-.

Clara Bow

Clara Bow

Cuando se estrenó It (Clarence G. Badger, 1927), la historia de una moderna y ardiente cenicienta, las taquillas reventaron y el arquetipo de la It Girl (la chica que tiene eso) se insertó en la cultura popular.

Su vida fuera de las pantallas fue tortuosa desde la cuna: nació y creció en una familia disfuncional y pobre de Nueva York (madre prostituta y padre alcohólico) en la que abundaban las psicosis y los abusos (la madre atacó a la hija con un cuchillo de cocina durante un ataque de locura).

Las niñas la rechazaban porque siempre iba sucia y buscó refugio entre niños pilluelos -uno de ellos, su mejor amigo, murió quemado en brazos de Clara tras un accidente cuando tenían 10 años-. A los 15 envió por su cuenta una foto a una revista y ganó un premio para aparecer en una película, pero eliminaron las escenas porque ella tenía «aspecto andrógino».

Clara Bow

Clara Bow

Hizo 46 películas mudas y 11 con sonido, pero los fantasmas emocionales pudieron con ella, se entregó a las drogas (morfina y cocaína), al alcohol y a seguir devorando hombres. Los estudios intentaron ponerle trabas, incluyendo en los contratos una cláusula de moralidad que le garantizaba un plus de 500.000 dólares si «se portaba como una dama en público y procuraba no salir en los tabloides». Nunca cobró el importe del plus.

Su último papel fue sonoro, en Hoop-La (Frank Lloyd, 1933) y la censuraron porque Clara era demasiado explícita.

A los 28 años se retiró, se casó con el cowboy-actor Rex Bell y tuvieron dos hijos. En 1944 intentó suicidarse y cinco años más tarde fue ingresada en una clínica psiquiátrica, donde le diagnosticaron esquizofrenia, recibió terapia electroconvulsiva y, según algunas fuentes, fue sometida a una lobotomía.

Murió de un ataque al corazón a los 60 años. Para la industria que ayudó a cimentar siguió siendo una chica difícil: en 1999, el American Film Institute la dejó fuera de la lista de las cien mejores estrellas de todos los tiempos. Justicia, cero.

Theda Bara

Theda Bara

2. La Vamp. Antes de ella el término no existía. Theda Bara (1885-1955) fue la primera depredadora sexual del cine, la mujer fatal que condenaba a los hombres a la perdición, la vampira.

Nació en Cincinnati-Ohio como Theodosia Burr Goodman, hija de un sastre de éxito (judio de origen polaco), fue a la universidad y se fogueó en muchas compañías de teatro antes de conseguir meterse en el cine, al que llegó muy tarde para el canon de la época, a los 30 años.

Fue la primera actriz prefabricada de la historia: la Fox le inventó un nombre, Theda Bara, haciendo notar que se trata del acrónimo de arab death (muerte árabe); un lugar de nacimiento tan éxotico como improbable (el desierto del Sahara); unos padres bohemios: un artista francés y su concubina, y, para añadir morbo, aseguraban que Theda tenía «poderes sobrenaturales» y que su apodo como maga era La Serpiente del Nilo.

Theda Bara ("The Soul of Buddha")

Theda Bara ("The Soul of Buddha")

Actuó en más de cuarenta películas entre 1914 y 1926, pero la mayoría se han perdido (como otros centenares de films mudos) y sólo quedan versiones completas de seis.

Sus grandes éxitos de taquilla fueron Cleopatra (J. Gordon Edwards, 1917) y The Soul of Budha (J. Gordon Edwards, 1918). De la primera sólo han sobrevivido unos segundos y de la otra no hay constancia de que exitan copias.

Cansada de que sólo le ofreciesen papeles de vamp, no prorrogó el contrato con la Fox, partipó en la comedia paródica The Unchastened Woman (James Young, 1925) y se retiró a los 41 años. Era una de las actrices más deseadas por el público y mejor pagadas (4.000 dólares por semana, sólo por debajo de Charlie Chaplin).

Murió de un cáncer de estómago a los 69 años sin haber participado jamás en una película con sonido.

Lillian Gish

Lillian Gish

3. La prodigio. Lillian Gish (1893-1993) debutó en el teatro a los seis años y no dejó de actuar durante los siguientes 75. Fue de las pocas que superó sin mácula la transición silente-sonoro.

Descendiente de una familia de los padres peregrinos de los EE UU y nacida en Springfield-Ohio, su padre era un alcohólico que desaparecía durante largas temporadas dejando a la familia sin sostén económico. La madre y las dos hermanas Gish empezaron a actuar en funciones locales para sacar algo de dinero.

En 1912, la amiga de la familia y también actriz Mary Pickford presentó a las Gish al director D. W. Griffith, el padre del cine moderno. Lillian se convirtió pronto en su actriz favorita y en la primera estrella en ser llamada Novia de América.

Lillian Gish

Lillian Gish

Los feroces mecanismos de producción de los estudios la quemaron. En 1912 hizo una docena de películas para Griffith y 25 más en los siguientes dos años. Participó en las dos primeras obras maestras del cine entendido como arte: El nacimiento de una nación (1915) e Intolerancia (1916).

Aunque no se prodigó con la misma intensidad, algunos de sus interpretaciones sonoras son inolvidables, sobre todo el papel de la valiente Rachel Cooper en el thriller La noche del cazador (Charles Laughton, 1955).

Unos años antes había sido una de las líderes del moviento no intervencionista contrario a la intervención de los EE UU en la II Guerra Mundial y acusado de estar infiltrado por agentes nazis.

Nunca se casó ni tuvo hijos. Una posible relación con Griffith no llegó a ser probada ni admitida por ninguna de las dos partes.

Lillian Gish murió a los 99 años, mientras dormía. Era multimillonaria.

Gloria Swanson

Gloria Swanson

4. La diva. Si quieren ustedes saber de lo que eran capaces los grandes del cine mudo en términos de matices dramáticos y profundidad interpretativa, vean La Reina Kelly, la extraordinaria película que Erich Von   Stroheim dirigió en 1929 para la actriz Gloria Swanson (1899-1993). Ella, por cierto, ponía el dinero y, en un arrebato de mal genio, despidió al director alemán tras un tercio del rodaje.

Swanson fue la diosa del cine mudo, la gran diva, la actriz mejor dotada… También la mejor pagada durante los años veinte. Se calcula que durante la década loca ganó (y gastó) ocho millones de dólares.

Se casó siete veces, fue amante de Joseph P. Kennedy (fundador de la dinastía política y padre de JFK), paso a la historia (también) por ser la primera actriz tan brava como para montar una empresa independiente de producción de películas (Gloria Swason Productions, con Kennedy de socio), fue censurada, se arruinó varias veces, vivió de modo extravagante y a todo gas…

Gloria Swanson

Gloria Swanson

Dicen que la culpa de su transformación (era vendedora de un gran almacén y modosita) la tuvo el director Cecil B. DeMille, que la convirtió en una fiera escénica capaz de colmar cada plano de intensidad.

La revolución del cine sonoro la pilló con 30 años y nadie daba un duro por ella, pero se sobrepuso para hacer unas cuantas peliculillas y, en 1950, fue otra vez la gran diva al interpretar a Norman Desmond, en el fondo una proyección de ella misma, una actriz enloquecida por la egolatría y olvidada por el marasmo de palabras que llegaron con el sonido, en El crepúsculo de los dioses (Billy Wilder), una de las mejores películas de todos los tiempos. La nominaron al Oscar a la mejor actriz. Era la tercera vez que optaba a la estatuilla que nunca ganó.

Gloria Swanson

Gloria Swanson

Lanzó una línea de cosméticos, tanteó con la escultura, predicó las bondades de la comida sana, escribió una autobiografía y siguió comportándose como la estrella única que siempre fue  («mi epitaficio debe decir: ‘ella pagó los recibos’, esa es la historia de mi vida», «todo lo que necesitan es poner mi nombre en una marquesina y contar el dinero», «querían que viviésemos como reyes y lo hacíamos, ¿por qué no?, ganábamos más dinero del que soñábamos que existía y no había razón alguna para pensar que fuera a acabarse»).

Murió a los 86 años. El obituario del New York Times fue certero: «Ha muerto la estrella más grande de todas».

Louise Brooks

Louise Brooks

5. La flapper. Mi favorita personal. La revolucionaria, respondona e indomable Louise Brooks (1906-1985) a la que parece estar retratando Scott Fitzgerald en cada uno de los Cuentos de la Era del Jazz.

Distinta es el adjetivo.

No hubo otra como ella: se enfrentó a los productores y nunca se dejó utilizar, se atrevió a interpretar papeles de abierta carga social y sexualidad directa, se marchó de los EE UU en pleno apogeo de su fama (era una invitada habitual a las fiestas del magnate William Randolph Hearst, el verdadero Ciudano Kane).

Brooks no soportaba la mojigatería social y la doble moral que ejercían los cineastas, licenciosos y desmedidos en lo privado y conservadores ante la opinión pública. En Europa, pensaba, encontraría otro talante. La industria del cine nunca le perdonó la fuga.

Louise Brooks

Louise Brooks

En Alemania rodó Pandora’s Box (Georg Wilhelm Pabst, 1929), la primera película de contenido lésbico y el drama social Tres páginas de un diario (Georg Wilhelm Pabst, 1929) y en Francia Prix de Beauté (Auguste Genina, 1930).

Las tres películas, todas excelentes, fueron tildadas de escandalosas y censuradas. No se exhibieron comercialmente en su momento y sólo fueron distribuidas veinte años después.

Cuando la actriz decidió regresar a Hollywood todas las puertas estaban cerradas y su nombre aparecía en todas las listas negras como una actriz a la que no se debía contratar.

No le importó demasiado el vacío. Sabía cómo sobreponerse (había sido violada a los 9 años y a los 14 bebía alcohol a diario)  y decidió, costase lo que costase, iniciar una nueva vida.

Louise Brooks

Louise Brooks

En 1938, después de 25 filmes, se retiró y vivió durante años en la pobreza anónima. Regresó a Wichita (Kansas), el pueblo en el que había crecido, y luego residió en Nueva York, donde trabajó como vendedora en una tienda y scort de tipos con dinero que querían exhibirse del brazo de una antigua luminaria. Bebía cada vez más.

En los años cincuenta fue reivindicada por la crítica francesa, sus películas fueron editadas nuevamente y su figura señalada como pionera.

Brooks se dedicó a la pintura (expuso con éxito) y escribió varios libros, entre ellos el excelente tomo autobiográfico Lulu in Hollywood.

Hasta el final de su vida siguió denunciando la indignidad de la industria hacia los actores y la «soledad» a la que eran condenados cuando dejaban de resultar productivos para las grandes empresas de producción.

Murió de un ataque al corazón a los 78 años.

Diosas sin palabras

Diosas sin palabras

6. Las diosas. A mediados de los años veinte unos cincuenta millones de estadounidenses -más de la mitad de la población del país- iban al cine al menos una vez por semana.

Veían películas mudas. En muchas de ellas actuaban las cinco actrices citadas en esta entrada o las siete de la foto: desde arriba a la izquierda y en el sentido de las agujas del reloj, Lili Damita, Janet Gaynor, Marion Davies, Alla Nazimova, Mary Pickford, Anita Page y Greta Garbo.

Ninguno de los 50 millones de espectadores necesitaba la voz de las actrices. En primer lugar porque, en una proyección epifánica, la sentían con certeza y latiendo al mismo ritmo que sus corazones.

Y, en segundo, porque, como explicó la flapper dulce y revoltosa Louise Brooks, «el gran arte del cine no consiste en el movimiento descriptivo de la cara y el cuerpo sino en los movimientos del pensamiento y el alma transmitidos en una especie de intenso aislamiento».

No es imprescindible la torpeza fónica en esta ceremonia.

Ánxel Grove

La ruta pintoresca de los tóxicos

"A perturbed young woman fast asleep" - J.P. Simon, 1810

"A perturbed young woman fast asleep" - J.P. Simon, 1810

Las drogas son un camino a ninguna parte, pero al menos son la ruta pintoresca.

Todos, en algún momento, necesitamos un diablo sobre nuestro pecho perturbado.

No somos tan infinitos como Bill Clinton («probé la marihuana una vez, pero no tragué el humo«). Nos hace falta la pastilla, la copa, la dosis, la calada, el tiro…

¿Para qué? Para no partirle la cara al vecino, para no morder el polvo de la vulgaridad, para no testificar la diaria derrota, para no aburrirnos de nosotros mismos.

A veces nos recetan, a veces nos recetamos, pero siempre pagamos. El importe puede salir de una cuenta corriente, hurtarse a la familia o los amigos o ser subvencionado por la Seguridad Social. A la droga le da igual. Es inmutable a los mercados.

Esta semana dedicamos nuestro Cotilleando a… a esos amigos complacientes, a los edredones naturales o químicos que nos protegen del frío espiritual, a los venenos que endulzan la cicuta de la vida, a los tóxicos que nos contaminan porque se lo pedimos.

Contemos algunas públicas virtudes y pecados privados sobre drogas y dependencias.

1. El primer speedball letal de la historia. Se lo inyectó el médico y sicólogo austriaco Ernest von Fleischl en octubre de 1891. Había sido morfinómano y heroinómano durante años para calmar los dolores que le quedaron como secuela de una amputación de un dedo. Su admirado Sigmund Freud (sí, ese Freud) le recomendó que se pasase a la cocaína. Al coleguita le fue fatal y, en un intento de calmar la tortura del dolor, inventó el speedball (cocaína + heroína). Calculó mal las proporciones y se le paró el corazón. Tenía 45 años.

Maria Callas (1923-1977)

Maria Callas (1923-1977)

2. Tenias y Quaaludes. La diva triste María Callas no tuvo reparos en asociarse con un pasajero intestinal para perder los kilos que le sobraban (llegó a pesar cien en su juventud) y le afectaban la voz. La tenia hizo bien su trabajo y la cantante adelgazó, pero el blues, el gran parásito, creció al mismo ritmo que el gusano. Para combatir la negra sombra de la pena, la Callas se empachaba en la decadente soledad de su mansión parisina de metacuaolona, un hipnótico que te hace sentir como la corriente del Danubio. Comercializado como Quaaludes, Ludex, Mandrax o -a veces los vendedores son poetas- Sopor, también era muy apreciado por los hippies desencantados por las flores muertas. María Callas expiró en 1977, a los 55. Los forenses fueron benévolos con el mito y escribieron «causas desconocidas» en el certificado de defunción. Había una nota cerca del cadáver, una cita de la ópera La Gioconda: «En estos momentos de orgullo».

3. La luz de la cerveza (y el hedor). Era mal escritor, pero al menos sabía vivir (no como otros, que brincan de conferencia en conferencia, de gran almacén en gran almacén, de caseta en caseta). Charles Bukowski reducía su hábitat al territorio anal. Se definió en un poema: «un admirador de los calientes y jóvenes y no usados ya más afligidos culos de las mexicanas». Se explayó en una entrevista: «No hay nada tan glorioso como una buena cagada de cerveza. Me refiero a la de haber bedido veinte o venticinco cervezas la noche anterior. El aroma de una cagada de cerveza así se extiende y permanece durante una buena hora y media. Te hace sentir realmente vivo». Pese a las predicciones de todos sus amigotes, Hank murió a los 67 74. No de cirrosis, sino de leucemia. Su lápida dice: «No lo intentes».

4. Gula VIII de Inglaterra. Jonathan Rhys-Meyers es a Enrique VIII lo que Mariano Rajoy a Jimi Hendrix. El monarca elevado a sex symbol por la serie de televisión Los Tudor era un glotón impenitente de obesidad casi mórbida. Aunque no hay constancia de cuánto llegó a pesar, sus trajes y armaduras permiten calcular que andaba por los 120 kilos cuando la palmó (1547) a los 55 años. Teniendo en cuenta que medía 1,60 ya se pueden hacer una idea: Su Majestad Bolita. Su droga favorita no era el sexo, que practicaba con regia promiscuidad para garantizarse descendientes, sino la manduca. Las cenas de palacio tenían 16 platos y 10 postres (entre 10 y 20.000 calorías). Duraban no menos de tres horas y los invitados estaban obligados a la estricta observancia de dos reglas de protocolo: acabar toda la comida y carcajearse a mandibula grasienta con los chistes soeces de Enrique.

Amadeo Modigliani (1884-1920)

Amedeo Modigliani (1884-1920)

5. Éter, absenta, hachís y burdeles. No toleró un sólo minuto de su escueta vida adulta sin estar colocado. El pintor Amedeo Modigliani comenzó a darle duro al hachís y el alcohol en los burdeles de Venecia, que frecuentaba en la tardo adolescencia buscando sexo y modelos para sus cuadros. Andrajoso y genial, llevó una vida que los moralistas juzgarían como desastrosa. Pintó ardientes cuadros de desordenada perspectiva, expuso sólo una vez, esculpió con piedras que los amigos recogían en las calles y cultivó el desorden con ordenada eficacia. Se enganchó al éter y, sobre todo, a la verde disciplina de la absenta. Murió de una meningitis tuberculosa. Horas después del hallazgo del cadáver, su mujer y modelo, Jeanne Hébuterne, embarazada de nueve meses del segundo hijo de la pareja, se tiró de un quinto piso. La familia de ella tardó diez años en permitir que la enterrasen al lado del pintor. Uno de los cuadros de Modigliani se subastó hace pocos meses por casi 49 millones de euros. La cantidad daría para mucha absenta.

6. La tiniebla más profunda. Una ley turca del siglo XVI establecía que una mujer puede divorciarse de su esposo si éste no llegaba a proporcionarle una dosis diaria de café. Más o menos en la misma época, los asesores del Papa Clemente VIII le aconsejaron prohibir el café, recién llegado a Europa, porque representaba una amenaza de los infieles. Después de haberlo probado, el pontífice bautizó la nueva bebida, declarando que sería una lástima dejar sólo a sus infieles el placer del café. Se estima que aproximadamente 501 billones de tazas de café se consumen anualmente el mundo. Tantos fans no podemos estar equivocados: viertan en el desagüe el agua manchada con té y entréguense a la honda tiniebla del café. Honoré de Balzac escribió sus cien novelas empujado por el café. Sólo establecía dos condiciones para coger la pluma: un cuarto y una cafetera. Con esos compañeros era capaz de alargar la vigilia hasta 48 horas. Sigan su ejemplo. Un tipo que escribió que «detrás de cada gran fortuna hay un delito» no podía estar equivocado.

William Faulkner (1867-1962)

William Faulkner (1867-1962)

7. De un trago. «Soy una mala persona. Voy a irme al infierno y no me importa. Prefiero estar en el infierno antes que estar donde estás tú». William Faulkner sabía en qué lado de la vía de tren prefería situarse. Bebió todo el bourbon que pudo y, aunque luchó para dejar la dependencia (se sometió a electrochoques), nunca lo consiguió. Al infierno que deseaba no lo llevó la botella, sino la caída de un caballo y las complicaciones derivadas del accidente. A su tumba acuden bastantes peregrinos con una botella de bourbon. La ceremonia establece que la mitad debe arrojarse sobre la tierra donde yace el escritor y la otra mitad debe ser ingerida por el visitante. De un solo trago.

8. Un tripi para pasar al otro lado. En su lecho de muerte, sometido al padecimiento de un cáncer de laringe que le impedía hablar, Aldous Huxley le pasó una nota a su mujer:  «LSD, 100 µg, intramuscular». A los pocos minutos el escritor (que lo probó todo para percibir mejor y más) murió en un viaje de ácido. Tenía 69 años y su fallecimiento pasó desapercibido porque pocas horas antes habían asesinado a John F. Kennedy.

9. «Llega una gran oscuridad». Unos días antes de morir, Emily Dickinson pronunció esta frase antes de desvanecerse en la cocina de la casa en la que vivió en casi absoluta reclusión voluntaria durante 56 años. Su vida, trastornada por la compulsión y la agorafobia, fue tratada por los médicos con la torpeza habitual: le administraron laxantes y diuréticos de forma masiva. La verdadera droga de Emily estaba bajo su cama: más de 700 poemas. Era una workaholic: si no escribía, nada tenía sentido. Su hermana descubrió 40 volúmenes de poesía encuadernados a mano cuando recogía el cuarto de la muerta. Dos versos bastan para comprender su grandeza: sería más fácil fallecer con la tierra a la vista, / que conquistar mi azul península.

Béla Lugosi (1882-1956)

Béla Lugosi (1882-1956)

10. Drácula en la feria del pueblo. El actor Béla Lugosi terminó haciendo el payaso en barracas de ferias ambulantes. Aparecía vestido de vampiro, enseñaba los colmillos de plástico y asustaba a algunos niños que aún no habían nacido cuando se estrenó Drácula (1931). Rechazado por Hollywood porque era incapaz de memorizar los guiones, el mejor intérprete del mito necesitaba sangre blanca: morfina, metadona y analgésicos. Le enterraron con la capa puesta.

Ánxel Grove