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Lee Wiley, una injustamente olvidada cantante blanca de jazz

Lee Willey (1908-1975)

Lee Willey (1908-1975)

No es posible adivinar dónde estaba el fallo de Lee Wiley. Cantaba con sensualidad, le sobraba carisma y era apasionada pero teniendo siempre presente el punto exacto en que la pasión da paso a la desproporción. No le hacía falta, como a otras intérpretes de su tiempo, extremar las emociones, quebrar la voz con artificio o abusar de los ornamentos. Sabía que decir es la más difícil de las formas del canto y también la más efectiva.

Nacida en 1908 en la tierra india de Oklahoma —algunas notas promocionales le atribuían descendencia de una princesa cherokee— Wiley cantaba desde niña, intentando imitar a otra dama con sangre nativoestadounidense en las venas y una historia desgraciada por delante, la gran Mildred Bailey, una de las mejores vocalistas de jazz de los años veinte, que fue postergada por la industria para dar paso a figuras con más encanto como Billie Holiday, lo que llevó a Bailey a enfermar de depresión y bulimia y morir en la indigencia en 1951 (Frank Sinatra y Bing Crosby pagaron la hospitalización previa al fallecimiento).

Siendo aún una adolescente Wiley se trasladó a Nueva York. Cantó para varias orquestas, pero tuvo que retirarse temporalmente tras sufrir heridas graves en un accidente de equitación —el primer brote de un rosario de calamidades que la perseguirían—. Asociada musical y sentimentalmente con el compositor y arreglista Victor Young, se atrevió a componer canciones propias notables, como Anytime, Anyday, Anywhere y tuvo un éxito menor con la orquesta de Leo Reisman, Time On My Hands (1931), pero la fórmula de cantante de relleno para arreglos de jazz suave y música de cabaret no la complacía. Para añadir drama al asunto, cayó enferma de tuberculosis y estuvo un año retirada.

Cuando regresó era otra. Montó un quinteto estricto de jazz, entre cuyos músicos estaban instrumentistas calientes como el mítico pianista Fats Waller, el clarinetista Pee Wee Russell y el guitarrista Eddie Condon. Entre 1939 y 1943 grabó cuatro discos de 78 rpm temáticos: cada uno contenía ocho canciones de un sólo compositor. Eligió bien: George Gershwin, Richard Rodgers & Lorenz Hart , Harold Arlend y Cole Porter (este último, poco sospechoso de adulaciones dictadas por la buena educación, diría más tarde que nadie había cantado sus canciones mejor que Wiley). Los discos son los primeros ejemplos del formato que sería conocido como songbook (libro de canciones) y que explotarían otros intérpretes.

"Night in Manhattan" (1950)

«Night in Manhattan» (1950)

El mejor álbum de Wiley, Night in Manhattan, apareció en 1950. Es un disco donde la vulnerabilidad había entrado en el juego y la cantante alcanza un grado inmenso de identificación con las sugerentes canciones, dedicadas, como el título sugiere, a exlorar la sensación de languidez, soledad y brillo pasivo y engañoso de las noches en la gran ciudad.

Siguieron algunos discos más, entre ellos los notables West of the Moon (1956) A Touch of the Blues (1950) y una actuación estelar en el Festival de Jazz de Newport, pero la industria discográfica se olvidó de Wiley y el público de los años sesenta buscaba acercamientos más expansivos y desmelenados, menos elegantes, a la tristeza primordial y contenida del blues. En los siguientes 14 años,Wiley sólo grabó un disco, Back Home Again (1971).

Decepcionada y con la sensación de que no merecía tanto olvido, la cantante se retiró a un deseado anonimato. El 11 de diciembre de 1975 murió en Nueva York, a los 67 años, por las complicaciones de un cáncer de colon. Se redactaron muy pocas necrológicas.

Escuchadas hoy, las canciones que dejó esta mujer de voz de humo suenan como si las cantara una rutilante estrella. Se convierten en lamentos cuando consideramos la arbitraria omisión de Lee Wiley entre las mejores cantantes de jazz de su generación. Para concluir con la frase del principio de esta entrada, ahora sabemos dónde estaba el fallo de Wiley: nuestra desatención.

Inserto abajo algunos vídeos de canciones clásicas que, y ese es el mejor elogio, han sido cantadas por centenares de cantantes pero, al escucharlas en la voz Wiley, tienes la sensación de que fueron escritas solamente para ella.

Ánxel Grove