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Los ‘new british’, el arte de la paquetería inglesa (vía app)

Captura de New British

Captura de la animación de apertura de The New British

«Una revista multiplataforma para disfrutar de la vida moderna british y explorar la cultura underground«.

No he tenido más remedio que usar tres palabrejas en cursiva para intentar mantener el grado de orgulloso escupitajo con que se presenta al mundo la publicación neofotográfica The New British, fundada por Kez Glozier y Neville Brody.

El primero, editor en jefe, es un jovencillo multimediático metido en el vídeo, la moda y el oficio de intentar asustar a los burgueses como él.

El segundo, director de arte, nació en 1957, fue diseñador de envoltorio para grupos de protoelectrónica heterodoxa (Cabaret Voltaire), trabajó en medios que nacieron al amparo del indie y terminaron en la mitad de la gran corriente (The Face, Arena) y ahora es un emperador con estudios de diseño en Londres, Barcelona y París bajo el nombre de Brody Associates —denominación comercial que culmina con el terminante y temible ‘asociados’, el bang con el que también te liquida la abogacía—.

Multiplataforma, supongo que ya lo sospechaban, implica que la corporación Apple es el canal de distribución monopolístico. La revista, gratuita por ahora, sólo se puede conseguir dejando el rastro de tu artilugio electrónico —y de paso, el de tu localización y modo de vida— en los espaciosos archivos orwellianos de iTunes.

British tampoco requiere demasiado desarrollo: insularidad, fish and chips con el aceite que guardaba la tía Martha desde la muerte de la Reina Victoria y un marcado acento cockney para tribalizarte y justificar al proletario que nunca pudiste ser porque, cariño, te has quedado en rústico.

Underground debe ser lo que nos intentan vender en el vídeo teaser.

La revista vía app ofrece una «resuelta visión de la vida en la Gran Bretaña de hoy», no se trata «sólo de un magazine, sino un articulado y abrasivo movimiento subcultural«. Les juro que no he inventado la declaración de intenciones. Los entrecomillados son reales.

¿Ejemplo de contenidos del número cero, que ya está listo para ser descargado? Una investigación —algunos términos se venden muy baratos— sobre el «ritual de la noche de los viernes y todo lo que representa, música, estilo, diversión, tanto formal como informal». Se trata de una «reacción a lo que sucede para ofrecer una visión fresca aunque a veces perturbadora de la experiencia british actual» porque resulta «inminente» la «transición generacional». Sigo jurando.

© Bruce Gilden (Captura de The New British)

© Bruce Gilden (Captura de The New British)

Sinead O'Connor, Dublín, 1987 © Anton Corbijn (Captura de The New British)

Sinead O’Connor, Dublín, 1987 © Anton Corbijn (Captura de The New British)

Además de unas cuantas fotos —las más notables las nada novedosas (1987) de Anton Corbijn de Sinead O’Connor posando como una jorobada en un escenario desolado de Dublín y unos cuantos retratos feístas de ven aquí que te fusiló con el flash y te subo los rojos de Bruce Gilden— y textos de extensión reducida motivada quizá porque los iPads son antigutenberg.

La revista multiplataforma incluye un vídeo documental dirigido por Glozier sobre la nueva, dicen, gran aportación british a la cultura contemporánea: el shuffling, un estilo de baile callejero que, al parecer, es 100% inglés cuando, según se puede ver, parece un breakdance para cuerpos de escasa elasticidad.

The New British regenta todo tipo de e-apéndices: Facebook, Twitter, Instagram

La heroicidad del corsario Francis Drake, la beatlemanía, el Swinging London, las Spice Girls…, los ingleses siempre tuvieron mucho arte con los envoltorios.

Jose Ángel González

Sustituye los castillos de arena por casas unifamiliares

Chad Wright con sus 'suburbios' de arena

Los castillos de arena, clásicos infantiles de cada verano, son monumentos opuestos a la vulgaridad de las viviendas, anacrónicos pero atractivos, que incitan a crear alrededor de ellos fosos con agua de mar, fortalezas y  rincones secretos: siempre hay algo que añadirles.

El diseñador estadounidense Chad Wright desmitifica la forma clásica y monumental de la construcción con un molde que recrea de manera esquemática una típica casa unifamiliar del Condado de Orange, los suburbios del sur de California en los que se crió.

Con los hogares de arena, alineados en la playa creando un barrio efímero, enfrenta el ideal del castillo a la arquitectura que se desarrolló en los EE UU tras la II Guerra Mundial. El invento y la posterior intervención son la primera entrega de Master Plan (Plan general), una serie de tres iniciativas con las que el autor seleccionará «artefactos» de su niñez, «investigando el legado de las zonas residenciales en las afueras de la ciudad».

'Master Plan' - Foto: Lynn Kloythanomsup - Architectural Black

‘Master Plan’ – Foto: Lynn Kloythanomsup – Architectural Black

Wright habla brevemente de su vida como habitante de los suburbios junto a su padre (agente inmobiliario), su madre (maestra de preescolar) y su hermano. Las memorias se presentan como una visión ideal del pasado, dominada por la comodidad de las convenciones sociales. Los suburbios de arena, en espera de que una ola los destroce, cuestionan el escenario mitificado de la casita unifamiliar, «la reexaminan como símbolo del sueño americano».

Ahora reside en San Francisco (California), donde abrió su estudio de diseño con la intención de «sintetizar ideas con objetos, poética con relevancia y productos con personas».Sus creaciones son a veces de una sencillez excesiva, pero siempre contienen un pequeño detalle que las hace merecedoras de un segundo vistazo.

Las sumamente minimalistas sillas de hierro y madera están inspiradas en el puente colgante del Golden Gate de San Francisco en los días de niebla, cuando la estructura prácticamente desaparece cubierta por la masa blanca. Las alargadas casetas para pájaros emulan a los rascacielos y buscan la cercanía con el pájaro en las alturas, en lugar de esperar a que el ave baje a descubrirlas. Los suburbios en la playa investigan la idea romántica que desde los años cincuenta se ha cultivado en torno a la vida en los barrios residenciales de aspecto impoluto, una idea tan frágil y poco fiable como un castillo de arena.

Helena Celdrán

'Master Plan' - Foto: Lynn Kloythanomsup - Architectural Black

‘Master Plan’ – Foto: Lynn Kloythanomsup – Architectural Black

'Master Plan' - Foto: Lynn Kloythanomsup - Architectural Black

‘Master Plan’ – Foto: Lynn Kloythanomsup – Architectural Black

 

Buscan dinero para restaurar el documental perdido sobre William Burroughs

"Burroughs: The Movie"

«Burroughs: The Movie»

El mejor documental sobre el mejor escritor del siglo XX no está al alcance de nadie. Acaso queden algunas copias en viejas cintas de vídeo, pero resulta improbable.

Burroughs: the movie, realizado en 1983 por Howard Brookner, muerto por complicaciones derivadas del sida seis años más tarde, cuando sólo tenía 34, no sólo fue el primer largometraje sobre William S. Burroughs, sino el único retrato filmado que contó con la colaboración y complicidad del escritor.

El rodaje empezó en 1978 como un trabajo de fin de carrera de Brookner para la New York University Film School y concluyó cinco años más tarde. Es un documental tierno, gracioso y real que echa por tierra muchos de los clichés sobre Burroughs que circulan por los mentideros del fanatismo.

Además de largas entrevistas y reveladoras secuencias con el escritor, en el film aparecen algunos de su amigos y colaboradores, que eran muchos y muy inteligentes. Entre otros, Allen Ginsberg, John Giorno, James Grauerholz, Brion Gysin, Patti Smith, Terry Southern y Francis Bacon.

También —y en una persona tan tímida como Burroughs resulta prueba suficiente de la confianza que depositaba en el cineasta— incluye las únicas declaraciones públicas del escritor sobre la muerte de su mujer, Joan Vollmer, a la que Burroughs pegó en 1951 un tiro en la cabeza mientras ambos estaban muy drogados. El documental recoge declaraciones del hijo de la pareja, Bill Jr., que murió a los 33 años cuando estaba intentando desengancharse de la heroína con un tratamiento de metadona.

Brookner y Burroughs, 1983. Foto: © Paula Court

Brookner y Burroughs, 1983. Foto: © Paula Court

Burroughs: the movie, en cuyo equipo de producción trabajaron como Tom DiCillo (operador de cámara) y Jim Jarmusch (sonido), compañeros de clase y amigos del director, fue emitido por la BBC en el mítico programa Arena, el oasis de seriedad y frescura de las televisiones públicas europeas durante décadas. También se exhibió en algunas salas de cine de circuitos off.

Aunque la carrera de Brookner fue en ascenso —dirigió el documental Robert Wilson and the Civil Wars (1987) y la comedia Noches de Brodway (1989), con Madonna y Matt Dillon en el reparto—, la muerte prematura del cineasta y el desinterés de las distribuidoras condenaron a Burroughs: the movie a las categorías de película inencontrable y tesoro perdido.

Quizá la situación cambie con el proyecto de Aaron Brookner, sobrino del director y también autor de cine —en 2011 produjo y dirigió en 11 días con el dinero de un microcrédito y grabando con una cámara Canon 5D la interesante The Silver Goat, sólo destinada a iPad—, que ha puesto en marcha un proyecto de financiación en masa para restaurar y reeditar Burroughs: the movie. Al crowdfunding, que busca alcanzar los 20.000 dólares, algo más de 15.000 euros, le quedan 28 días cuando escribo esta reseña.

Inserto abajo el vídeo en el que Brookner explica los motivos para empeñarse en el rescate de este documental perdido. Que se trate del primer y más humano acercamiento a la figura de un escritor que, además de inventar el punk y presentir el rap, nos entregó tanta inteligencia (dos citas para demostrarlo: «un paranoico es alguien que sabe de qué va la cosa», «no somos responsables. Robad todo lo que esté a vuestro alcance») y tantos libros inmortales, quizá anime a rascarse los bolsillos. Para quienes deseen ejercer la curiosidad, aquí están las páginas de Kickstarter del proyecto, la de Facebook y la de la productora de Brookner.

Ánxel Grove

 

Dibujos en la arena que cubren toda la playa

Una de las intervenciones de Jim Denevan

Una de las intervenciones de Jim Denevan

«Algunos dicen que esto no lo pudo hacer un humano, pero sí, yo lo hice». Jim Denevan tiene alrededor de 50 años y parece que no ha estado quieto en su vida: surfea a diario desde niño, empezó fregando platos en un restaurante, se convirtió en un amante de la comida y terminó siendo chef.

Además dibuja sobre el hielo, la tierra y la arena.

Esto último puede sonar a pasatiempo tonto, pero las dimensiones del diseño y la perfección geométrica de los resultados hacen que sea una especie de pintor extraterrestre. Las pizarras de Denevan son lagos, inmensos arenales y desiertos. Superficies que acrecientan el sentimiento de que no significamos más que un punto en el paisaje.

Jim Denevan

Jim Denevan

Montado en una bici a la que añade herramientas o con un simple palo de madera, el trabajo de este artista estadounidense es efímero. En la siguiente ola, cuando sube la marea, cuando llegan el deshielo o las lluvias los trazos desaparecen.

En mayo del 2009 realizó uno  de los trabajos artísticos más grandes de la historia. Estuvo durante dos semanas dibujando en el fondo del Gran Lago Salado (Great Salt Lake), en el norte del estado de Utah: una zona desértica de tierra agrietada por el sol. En su página web figura este vídeo de la hazaña.

A esas alturas del año sólo quedaba el mineral salino, ni rastro del agua que llega de los tres ríos que lo surten. Denevan dibujó mandalas de círculos tan grandes que tuvo que ayudarse del GPS, utilizar cadenas y una furgoneta.

Jim Denevan

Jim Denevan

Pasó todo ese tiempo solo, tanto que la imaginación le jugó malas pasadas y empezó a ver fantasmas por el rabillo del ojo. Desde entonces, para prevenir el ataque de soledad, si las misiones se prolongan, alquila un autobus donde duerme con amigos, en medio de la nada más absoluta.

En junio el lago comenzó de nuevo a recibir agua y el dibujo de Denevan empezó a borrarse. «La gente me pregunta qué se siente cuando se borran mis dibujos. Pero ¿a quién le gustaría que no desaparecieran?»

Le gusta trabajar en la playa, donde sus círculos y curvas crean tapices en toda la arena. Allí mismo busca un trozo de madera, elige una parte central y comienza con el primer trazo. Se toma cada dibujo como una actuación, un baile o un paseo por un laberinto: algo absorbente y cautivador que no se puede interrumpir.

Helena Celdrán