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Virna Haffer, la fotógrafa que nació en una comunidad anarquista

Virna Haffer - Self Portrait, 1929

Virna Haffer - Self Portrait, 1929

Virna May Hanson era una hija de la utopía. Había nacido, en 1900, en Home, una comunidad anarquista establecida en el nervioso estuario de Puget Sound, un mareo de brazos y dedos de agua en el noroeste lejano de los Estados Unidos.

En aquel entonces, entre el negro siglo XIX de la ceniza y el esclavismo, y la dorada esperanza que presentían -vanamente, como demostrarían la historia y la crueldad- en el venidero XX, los utopistas penetraban en los bosques y fundaban colonias basadas en la autosuficiencia y los ideales del socialismo real.

Home fue fundada en 1898. Tenía pocas disposiciones: respeto hacia el otro, uso de la réplica como única arma de defensa y admisión de cualquier nuevo poblador. El censo llegó a ser de varios centenares de vecinos. Practicaban el naturismo, el amor libre, las dietas ajenas al consumo de seres vivos y el libre pensamiento. Editaban un diario. Más por fervor que por amargura, se llamaba El Descontento.

Virna Haffer (Female nude holding drape across front of her body), sin fecha

Virna Haffer - Female nude holding drape across front of her body, sin fecha

Se definían, si alguien preguntaba por tamaña contradicción (¿es acaso posible la definición del alma sutil de los hombres?), como “anarquistas no-resistentes”. Cuando desde la ciudad más cercana, Tacoma, salieron cuadrillas de energúmenos dispuestos a arrasar la comunidad en represalia por el asesinato, en 1901, del presidente William McKinley, tiroteado en el estómago por el anarquista Leon Czolgosz, los habitantes de Home anunciaron que esperarían en casa a los asaltantes y se dejarían matar.

Home se deshizo en 1919 por circunstancias menos dramáticas y muy propias del espíritu ácrata, de una incendiaria vehemencia para las grandes causas y de un formalismo casi victoriano para la vicisitud diaria: el colectivo se dividió insalvablemente entre quienes deseaban bañarse desnudos en el río y quienes no aceptaban la costumbre. Hoy el poblado, del que todavía quedan algunas cabañas originales, es un apacible lugar de veraneo para turistas y ancianos.

Virna May nació y vivió en Home hasta los 13 años. Tres antes, cuando era una cría de enormes pupilas y greñas alborotadas, había visto trabajar a un fotógrafo que se alojó durante una temporada entre los anarquistas.

Virna Haffer - Mina Quevli, c. 1930

Virna Haffer - Mina Quevli, c. 1930

Al observar como aquella caja enorme de madera atesoraba misteriosamente la vida decidió que sería fotógrafa. A los 14 se colocó como aprendiz en un estudio de Tacoma. A los 15 hizo sus primeras fotos. No abandonó la pasión durante más de sesenta años.

Una antología de la obra de Virna Haffer (tomó el apellido de su segundo marido, el abogado laboralista y militante socialista Paul Raymond Haffer) puede verse estos días en el Tacoma Art Museum. El título de la muestra no es un capricho: A Turbulent Lens: The Photographic Art of Virna Haffer.

La mirada que ejerció la hija de la utopía no se acomodó al remanso de un solo estilo, fue turbulenta como el lema anuncia. Para quienes importen las categorizaciones, hay pictorialismo, surrealismo, documental y modernismo. Para quienes necesiten de la técnica, sobreexposiciones, puntos de vista desacostumbrados, fotos sin cámara…

Virna Haffer - Old Tacoma Hotel Fire, c. 1935

Virna Haffer - Old Tacoma Hotel Fire, c. 1935

La foto del incendio del viejo Hotel Tacoma me pierde. Es una de las más precisas imágenes documentales que conozco, pero no es descriptiva la emoción que recibo frente a ella.

Al contrario, me siento turbado ante la lenta coreografía del fuego, el humo y el agua, su cruce de estelas, una joya puntillista labrada por un orfebre…

Veo el desastre, el suceso, de acuerdo, pero tengo la sensación de estar ante el catálogo de viajes improbables de una agencia de navegación sideral. Creo que el mayor piropo que merece una foto es llevar la realidad al terreno del ensueño.

Sé de Virna Haffer poco más que lo escrito hasta ahora en esta pieza. Me gusta no saber.

La traigo a Xpo, la sección que cada jueves dedicamos a la fotografía en este blog, porque marida la decencia de la moderación  y el silencio (apenas se movió del área de Tacoma) con la singularidad del genio.

Ánxel Grove

Blaise Cendrars, rompiendo relojes a martillazos

Blaise Cendrars, pintado por Amadeo Modigliani

Blaise Cendrars, pintado por Amadeo Modigliani

Henry Miller afirmaba que para escribir «hay que estar poseído y obsesionado”.

Blaise Cendrars (1887-1961) -a quien Miller idolatraba- cumplía ambos requisitos.

Vivió cada mañana como si fuese la primera y cada noche como si fuese la última. Se dió de baja en todo para ejercer la vida.

Renunció a la educación por castrante. Renunció a su tierra natal, Suiza, por somnífera. Renunció a su clase social, la burguesía (si es suiza, insufrible), para largarse a Rusia a los 17 años y trabajar como aprendiz de relojero. Sólo se llevó unos paquetes de cigarrillos.

En el oscuro taller de San Petesburgo donde se maneja con las miniaturas que pretenden en vano simplificar el tiempo a través de la mecánica comprendio que el único destino de los relojes es el martillo.

En Rusia es testigo del domingo negro del 9 de enero de 1905: los cosacos del zar atacan espada a mano a los 20.000 hambrientos, sobre todo campesinos, que se manifiestan ante la residencia de verano del tirano. Mil muertos.

Blaise Cendrars (1887-1961)

Blaise Cendrars (1887-1961)

El relojero suizo cultiva la amistad de anarquistas y bolcheviques. Algunos de sus colegas son condenados a muerte.

Empieza a escribir y publicar.

«No mojaré la pluma en un tintero, sino en la vida», afirma una mañana. No faltó a su palabra.

En 1913, establecido en el  trepidante París de la primera década del XX, amigo de los radicales del arte (Chagall, Léger, Modigliani), publica este poema:

Disonancias del arco iris en la telegrafía inalámbrica de la Torre
Mediodía
Medianoche
En todos los rincones del universo se murmura: “Merde”
Rayos
Cromo amarillo
Nos hemos contactado
Los transatlánticos se acercan desde todas las direcciones
Desaparecen
Todos están en movimiento
Y los relojes marchan
Paris-Midi informa que un profesor alemán fue devorado por los caníbales en el Congo
Bien hecho

Tiene agujas en los zapatos y se le clavan en la planta de los pies. No puede evitar el movimiento.

Habla seis idiomas. Intenta estudiar medicina en Berna para indagar en la verdad definitiva del desorden nervioso. Entiende que no son biológicos nuestros fantasmas y se matricula en Filosofía. Lo deja por el amor de su vida, la polaca Féla Poznanska. Regresa a San Petesburgo, viaja a Nueva York, vuelve a París en un barco en el que deportan a delincuentes y trabajadores del sexo. Se mezcla con ellos.

Renuncia a su filiación registral (Frédéric Louis Sauser) para incinerar el pasado. Elige nombre: Blaise Cendrars. En francés la palabra cendres significa cenizas. Un arte (ars) calcinado.

«Lo he derribado todo. He dejado atrás mi vida anterior, todo lo que sé, todo lo que ignoro, mis ideas, mis creencias, mis vulgaridades, mis demencias, mis estupideces, la vida y la muerte», escribe.

Apollinare le saluda como el mejor poeta del momento.

"Moravagine"

"Moravagine"

Escribe 19 poemas elásticos y prepara la que será su mejor novela, Moravagine. Vive con Féla en una granja. En  abril de 1914 nace su hijo Odilon, en honor al príncipe de los sueños Odilon Redon.

Sin que nadie en su círculo entienda por qué, se alista en la Legión Extranjera para combatir en la I Guerra Mundial. «Odio a los alemanes», se justifica con parquedad.

En febrero de 1915, en un combate sangriento, la metralla le arranca el brazo derecho. Describe las consecuencias, años más tarde, en la novela La mano cortada: «Me he comprometido y como muchas veces en mi vida, estaba listo para ir hasta el fondo de mis actos. Pero no sabía que la Legión me haría beber de ese cáliz hasta los excrementos para conquistar mi libertad como hombre. Ser. Ser un hombre. Y descubrir la soledad«.

El manco viaja a Brasil, a Hollywood, edita reportajes catárticos y vivenciales que predicen el nuevo periodismo; recopila literatura africana de tradición oral; escribe dos de las novelas más peculiares del siglo XX, Moravagine (1926) y El Hombre fulminado (1945)…

Varios adjetivos cuadran con la obra de Cendrars, lo cual implica que también se ajustan a su devenir sobre el mundo. Acaso el más justo sea vertiginoso.

Me entristece que en castellano sean tan escasas las posibilidades de encontrar sus libros (bellamente editados en el pasado, pero inencontrables entre tanta miseria en las librerías de hoy).

Por esa dejadez editorial tengo el atrevimiento de incluir a Cendrars -de cuya muerte se cumplieron cincuenta años en enero- en la sección Top Secret, admitiendo que su figura es demasiado grande para la consideración de autor de culto.

«La eternidad no es más que un breve instante en el espacio y el infinito lo atrapa a uno por los cabellos y lo fulmina en el acto. El tiempo no cuenta», escribió.

Siempre con el martillo a mano para romper relojes.

Ánxel Grove