Entradas etiquetadas como ‘Aldous Huxley’

Huxley, Plath, Woolf y Joyce también escribieron para niños

"The Crows of Pearblossom ", 1944

«The Crows of Pearblossom»

The Crows of Pearblossom, de Aldous Huxley (escrito en 1944, publicado en 1967)

«Un hombre aniñado no es un hombre que haya dejado de crecer. Al contrario, es un hombre que se ha concedido la oportunidad de seguir desarrollándose mientras los demás se refugian en el capullo de los hábitos de la madurez y el convencionalismo«.

La frase es de Aldous Huxley y contiene una llamada a la rebeldía contra el tiempo que me sirve como antesala hablarles de unos cuantos libros infantiles escritos por autores adultos y serios, si es que esas jerarquías de la edad tienen algún sentido, que lo dudo, en el arte de construir buenas historias y saber contarlas del mejor modo.

En 1944, más de una década después de firmar la desoladora Un mundo feliz, una utopía perversa que aventura una sociedad sin dolor, injusticia ni guerra, pero también sin amor, lazos afectivos y curiosidad, Huxley escribió The Crows of Pearlblossom, un cuento que compuso para su sobrina Olivia, de cinco años, con la que daba largos paseos por el desierto de Mojave. El manuscrito desapareció en un incendio, pero los padres de la niña conservaban una copia, que sirvió para la edición de la historia en 1967, cuatro años después de la muerte de Huxley.

La pareja de cuervos protagonista no es capaz de incubar un huevo porque una serpiente de cascabel se los come. Tras 297 huevos, los cuervos se alían con una inteligente lechuza para acabar con la enemiga. No esperen que les cuente el final.

Una adenda que llena de brillo el relato es saber que Olivia sigue viviendo en los desiertos californianos, ha escrito una historia del budismo y tiene un hijo monje en una orden tibetana. En el nirvana que merece, el místico Huxley debe estar sonriendo.

ILustración de Barbara Cooney para la primera edición de "The Crows of Pearblossom "

ILustración de Barbara Cooney para la primera edición de «The Crows of Pearblossom «

"The Bed Book", 1959

«The Bed Book»

The Bed Book, de Sylvia Plath (escrito en 1959, publicado en 1976)

La Lady Lázaro de la poesía en inglés, la sucinta y dolorida Sylvia Plath (1932-1963) metió la cabeza en el horno de la cocina para morir gaseada. Previamente había dejado sendos vasos de leche caliente junto a la cama de sus hijos, Frieda (casi 3 años) y Nicholas (2), y sellado la puerta del cuarto desdede fuera con esparadrapo y toallas para que los críos no corrieran peligro.

En 1959, la muchacha que deseaba ser «horizontal» porque no encontraba vinculación con la tierra, escribió un delicioso libro para niños, The Bed Book, que concluyó en un arrebato liberador de un sólo día. El comienzo alerta:

La mayor parte de las camas son camas
para dormir o descansar
pero las mejores camas
son mucho más interesantes

El libro es un catálogo poético de camas: para gatos, para acróbatas, para ver pájaros, submarinas, camas-cohete, para llevar en el bolsillo, para elefantes, para el Polo Norte…

El tomo no se publicó hasta 1976, aprovechando el tirón comercial de la mitomanía que rodea a Plath. Las ilustraciones de Quentin Blake son tan divertidas como los textos.

ILustraciones de Quentin Blake para "The Bed Book"

Ilustraciones de Quentin Blake para «The Bed Book»

"The Widow and the Parrot"

«The Widow and the Parrot»

The Widow and the Parrot, de Virginia Woolf (escrito en  1923, publicado en 1982)

Dos sobrinos de Virginia Woolf, Julian (15 años) y Quentin Bell (13) solicitaron a su tía una colaboración para una publicación familiar, The Charleston Bulletin.

La escritora, que ya era un activa intelectual y estaba a dos años de publicar una primera gran novela, La señora. Dalloway (1925), les remitió la  fábula moral The Widow and the Parrot, escrita de manera bastante descuidada y basada en el amor a los animales.

El cuentecillo permaneció inédito hasta 1982, cuando se celebró el centenario del nacimiento de Woolf.

Cuando se conoció el manuscrito fue posible comprobar que Wolf había entregado la historia con ilustraciones pintadas por ella misma.

Los editores prefirieron encargar el trabajo para la primera edición a Julian Bell, hijo de Quentin y bautizado en honor a su tío, que murió combatiendo con las Brigadas Internacionales durante la Guerra Civil española.

Ilustración de Julian Bell para "The Widow and the Parrot"

Ilustración de Julian Bell para «The Widow and the Parrot»

"The Cat and the Devil"

«The Cat and the Devil»

The Cat and the Devil, de James Joyce (basado en una carta de 1936, editado en 1957)

Joyce comenzaba así una carta a su nieto Stevie en 1936: «Te envié hace días un gato relleno de golosinas, pero quizá no conozcas la historia del gato de Beaugency». A partir de ahí desarrollaba una historia delirante y con guiños al folklore de Francia e Irlanda sobre pactos con el diablo y puentes mágicos que requerían la entrega de un tributo por quien deseara cruzarlo.

El libro ha sido editado en numereosas ocasiones y con ilustraciones espléndidas como las del británico Gerald Rose o el francés Blanchon.

Mucho más tarde fue descubierta otra narración enviada por Joyce al nieto, The Cats of Copenhagen. «Esta vez no puedo mandarte un gato, porque en Copenhahagen no hay gatos», comenzaba la carta.

Existe una edición con dibujos del gran Edward Gorey, pero es aún mejor la ilustrada por Casey Sorrow.

Ilustración de Casey Sorrow para "The Cats of Copenhagen"

Ilustración de Casey Sorrow para «The Cats of Copenhagen»

Se habrán percatado de que ninguno de los cuatro cuentos infantiles que menciono en esta entrada fueron publicados durante la vida de los autores, lo cual viene a demostrar, como sospechaba Huxley, que en este mundo somos inmensamente graves, primamos lo serio y tendemos a anular como grotesco o naíf todo esfuerzo de un adulto por volver a ser niño.

Ánxel Grove

La ruta pintoresca de los tóxicos

"A perturbed young woman fast asleep" - J.P. Simon, 1810

"A perturbed young woman fast asleep" - J.P. Simon, 1810

Las drogas son un camino a ninguna parte, pero al menos son la ruta pintoresca.

Todos, en algún momento, necesitamos un diablo sobre nuestro pecho perturbado.

No somos tan infinitos como Bill Clinton («probé la marihuana una vez, pero no tragué el humo«). Nos hace falta la pastilla, la copa, la dosis, la calada, el tiro…

¿Para qué? Para no partirle la cara al vecino, para no morder el polvo de la vulgaridad, para no testificar la diaria derrota, para no aburrirnos de nosotros mismos.

A veces nos recetan, a veces nos recetamos, pero siempre pagamos. El importe puede salir de una cuenta corriente, hurtarse a la familia o los amigos o ser subvencionado por la Seguridad Social. A la droga le da igual. Es inmutable a los mercados.

Esta semana dedicamos nuestro Cotilleando a… a esos amigos complacientes, a los edredones naturales o químicos que nos protegen del frío espiritual, a los venenos que endulzan la cicuta de la vida, a los tóxicos que nos contaminan porque se lo pedimos.

Contemos algunas públicas virtudes y pecados privados sobre drogas y dependencias.

1. El primer speedball letal de la historia. Se lo inyectó el médico y sicólogo austriaco Ernest von Fleischl en octubre de 1891. Había sido morfinómano y heroinómano durante años para calmar los dolores que le quedaron como secuela de una amputación de un dedo. Su admirado Sigmund Freud (sí, ese Freud) le recomendó que se pasase a la cocaína. Al coleguita le fue fatal y, en un intento de calmar la tortura del dolor, inventó el speedball (cocaína + heroína). Calculó mal las proporciones y se le paró el corazón. Tenía 45 años.

Maria Callas (1923-1977)

Maria Callas (1923-1977)

2. Tenias y Quaaludes. La diva triste María Callas no tuvo reparos en asociarse con un pasajero intestinal para perder los kilos que le sobraban (llegó a pesar cien en su juventud) y le afectaban la voz. La tenia hizo bien su trabajo y la cantante adelgazó, pero el blues, el gran parásito, creció al mismo ritmo que el gusano. Para combatir la negra sombra de la pena, la Callas se empachaba en la decadente soledad de su mansión parisina de metacuaolona, un hipnótico que te hace sentir como la corriente del Danubio. Comercializado como Quaaludes, Ludex, Mandrax o -a veces los vendedores son poetas- Sopor, también era muy apreciado por los hippies desencantados por las flores muertas. María Callas expiró en 1977, a los 55. Los forenses fueron benévolos con el mito y escribieron «causas desconocidas» en el certificado de defunción. Había una nota cerca del cadáver, una cita de la ópera La Gioconda: «En estos momentos de orgullo».

3. La luz de la cerveza (y el hedor). Era mal escritor, pero al menos sabía vivir (no como otros, que brincan de conferencia en conferencia, de gran almacén en gran almacén, de caseta en caseta). Charles Bukowski reducía su hábitat al territorio anal. Se definió en un poema: «un admirador de los calientes y jóvenes y no usados ya más afligidos culos de las mexicanas». Se explayó en una entrevista: «No hay nada tan glorioso como una buena cagada de cerveza. Me refiero a la de haber bedido veinte o venticinco cervezas la noche anterior. El aroma de una cagada de cerveza así se extiende y permanece durante una buena hora y media. Te hace sentir realmente vivo». Pese a las predicciones de todos sus amigotes, Hank murió a los 67 74. No de cirrosis, sino de leucemia. Su lápida dice: «No lo intentes».

4. Gula VIII de Inglaterra. Jonathan Rhys-Meyers es a Enrique VIII lo que Mariano Rajoy a Jimi Hendrix. El monarca elevado a sex symbol por la serie de televisión Los Tudor era un glotón impenitente de obesidad casi mórbida. Aunque no hay constancia de cuánto llegó a pesar, sus trajes y armaduras permiten calcular que andaba por los 120 kilos cuando la palmó (1547) a los 55 años. Teniendo en cuenta que medía 1,60 ya se pueden hacer una idea: Su Majestad Bolita. Su droga favorita no era el sexo, que practicaba con regia promiscuidad para garantizarse descendientes, sino la manduca. Las cenas de palacio tenían 16 platos y 10 postres (entre 10 y 20.000 calorías). Duraban no menos de tres horas y los invitados estaban obligados a la estricta observancia de dos reglas de protocolo: acabar toda la comida y carcajearse a mandibula grasienta con los chistes soeces de Enrique.

Amadeo Modigliani (1884-1920)

Amedeo Modigliani (1884-1920)

5. Éter, absenta, hachís y burdeles. No toleró un sólo minuto de su escueta vida adulta sin estar colocado. El pintor Amedeo Modigliani comenzó a darle duro al hachís y el alcohol en los burdeles de Venecia, que frecuentaba en la tardo adolescencia buscando sexo y modelos para sus cuadros. Andrajoso y genial, llevó una vida que los moralistas juzgarían como desastrosa. Pintó ardientes cuadros de desordenada perspectiva, expuso sólo una vez, esculpió con piedras que los amigos recogían en las calles y cultivó el desorden con ordenada eficacia. Se enganchó al éter y, sobre todo, a la verde disciplina de la absenta. Murió de una meningitis tuberculosa. Horas después del hallazgo del cadáver, su mujer y modelo, Jeanne Hébuterne, embarazada de nueve meses del segundo hijo de la pareja, se tiró de un quinto piso. La familia de ella tardó diez años en permitir que la enterrasen al lado del pintor. Uno de los cuadros de Modigliani se subastó hace pocos meses por casi 49 millones de euros. La cantidad daría para mucha absenta.

6. La tiniebla más profunda. Una ley turca del siglo XVI establecía que una mujer puede divorciarse de su esposo si éste no llegaba a proporcionarle una dosis diaria de café. Más o menos en la misma época, los asesores del Papa Clemente VIII le aconsejaron prohibir el café, recién llegado a Europa, porque representaba una amenaza de los infieles. Después de haberlo probado, el pontífice bautizó la nueva bebida, declarando que sería una lástima dejar sólo a sus infieles el placer del café. Se estima que aproximadamente 501 billones de tazas de café se consumen anualmente el mundo. Tantos fans no podemos estar equivocados: viertan en el desagüe el agua manchada con té y entréguense a la honda tiniebla del café. Honoré de Balzac escribió sus cien novelas empujado por el café. Sólo establecía dos condiciones para coger la pluma: un cuarto y una cafetera. Con esos compañeros era capaz de alargar la vigilia hasta 48 horas. Sigan su ejemplo. Un tipo que escribió que «detrás de cada gran fortuna hay un delito» no podía estar equivocado.

William Faulkner (1867-1962)

William Faulkner (1867-1962)

7. De un trago. «Soy una mala persona. Voy a irme al infierno y no me importa. Prefiero estar en el infierno antes que estar donde estás tú». William Faulkner sabía en qué lado de la vía de tren prefería situarse. Bebió todo el bourbon que pudo y, aunque luchó para dejar la dependencia (se sometió a electrochoques), nunca lo consiguió. Al infierno que deseaba no lo llevó la botella, sino la caída de un caballo y las complicaciones derivadas del accidente. A su tumba acuden bastantes peregrinos con una botella de bourbon. La ceremonia establece que la mitad debe arrojarse sobre la tierra donde yace el escritor y la otra mitad debe ser ingerida por el visitante. De un solo trago.

8. Un tripi para pasar al otro lado. En su lecho de muerte, sometido al padecimiento de un cáncer de laringe que le impedía hablar, Aldous Huxley le pasó una nota a su mujer:  «LSD, 100 µg, intramuscular». A los pocos minutos el escritor (que lo probó todo para percibir mejor y más) murió en un viaje de ácido. Tenía 69 años y su fallecimiento pasó desapercibido porque pocas horas antes habían asesinado a John F. Kennedy.

9. «Llega una gran oscuridad». Unos días antes de morir, Emily Dickinson pronunció esta frase antes de desvanecerse en la cocina de la casa en la que vivió en casi absoluta reclusión voluntaria durante 56 años. Su vida, trastornada por la compulsión y la agorafobia, fue tratada por los médicos con la torpeza habitual: le administraron laxantes y diuréticos de forma masiva. La verdadera droga de Emily estaba bajo su cama: más de 700 poemas. Era una workaholic: si no escribía, nada tenía sentido. Su hermana descubrió 40 volúmenes de poesía encuadernados a mano cuando recogía el cuarto de la muerta. Dos versos bastan para comprender su grandeza: sería más fácil fallecer con la tierra a la vista, / que conquistar mi azul península.

Béla Lugosi (1882-1956)

Béla Lugosi (1882-1956)

10. Drácula en la feria del pueblo. El actor Béla Lugosi terminó haciendo el payaso en barracas de ferias ambulantes. Aparecía vestido de vampiro, enseñaba los colmillos de plástico y asustaba a algunos niños que aún no habían nacido cuando se estrenó Drácula (1931). Rechazado por Hollywood porque era incapaz de memorizar los guiones, el mejor intérprete del mito necesitaba sangre blanca: morfina, metadona y analgésicos. Le enterraron con la capa puesta.

Ánxel Grove