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Los pechos de mujer como arma de revuelta 30 años antes que Femen

Flashing in the British Museum, Christine Binnie body painted and photographed by Wilma Johnson, British Museum London, 3 March 1982 - The Neo Naturist Archive

Flashing in the British Museum, Christine Binnie body painted and photographed by Wilma Johnson, British Museum London, 3 March 1982 – The Neo Naturist Archive

Casi tres décadas antes de que las militantes de Femen empezaran a usar los pechos desnudos como pancarta —»si quieres verme las tetas vas a tener que leer mi eslógan», decía la fundadora de la sección española, Laura Alcaraz, siempre seria y segura, en una entrevista—, unas señoras inglesas, bastante fuera del canon de belleza publicitario, se dedicaron a pasearse en cueros por Londres para anunciar que el fin estaba cerca, que el neoliberalismo de Margaret Thatcher era el inicio de un viaje al infierno, que la discrimación nos mancha a todos y que la política es una farsa.

Los Neo Naturistas, un grupo de artistas del happening y las performances y con ardores sociales, se mostraron tal como eran y con todos los pelos al aire —pubis incluídos, tanto en hombres como en mujeres—. Nunca berrearon con ese aire de amotinadas en topless de algunas activistas de Femen —preferían la sonrisa y lo grotesco— y tampoco eran body builders de pechos perfectos —vean a la líder Inna Shevchenko posando con el mismo postureo que las modelos del erotismo suave—.

Los Neo Naturistas eran gente normal, con panza, tetas caídas y michelines. Nunca pretendieron vender mercancía ni creyeron que mostrarse medio desnudo fuese algo más que quedarse medio vestido.

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Kandinsky, Munch, Mondrian, Saint-Exupéry…, de dominio público desde 2015

"Vampyr II" - Edvard Munch, 1895

«Vampyr II» – Edvard Munch, 1895

El tremendo óleo de Edvard Munch Vampyr II es, desde el uno de enero de 2015, de dominio público.

Han pasado 70 años desde la muerte del pintor, legalmente llamada post mortem auctoris, y ha concluido el periodo de vigencia de los derechos de autor según la legislación que aplica más o menos toda la Unión Europea. El cuadro puede, por tanto, ser utilizado y difundido con absoluta libertad.

El año que acaba de comenzar viene bien surtido de herencias artísticas que pasan a pertenecer al legado común.

En 1944, hace 70 años, murieron el poeta de la abstracción Vasily Kandinsky, que pintaba como haciendo música; Piet Mondrian, que soñó con desentrañar el color de la «retícula cósmica» y desde hace años se lleva mucho en tapicerías y cortinas; el futurista Filippo Marinetti, propulsor de la idea de que la verdad está en la máquina y temerario compañero de viaje del neofascismo italiano, y el paladín del swing blanco Glenn Miller, quien todo lo merece por el mero título de sus canciones, que te hacen bailar sólo con mencionarlas: Chattanooga Choo Choo, Moonlight serenade, Pennsylvania 6-5000

Las obras de los cuatro son de dominio público.

'Circles Within A Circle" - Vasily Kandinsky, 1923

‘Circles Within A Circle» – Vasily Kandinsky, 1923

En lo literario destacan dos figuras de caráter legendario, Flannery O’Connor, criadora de pavos y reina del gótico sureño, ese subgénero desapegado, irónico y descarnado en el que no ha sido superada por ninguno de sus ilustres imitadores, de Faulkner a McCarthy pasando por García Márquez —todos los postulados del realismo mágico estaban en la obra de O’Connor—, y Antoine de Saint-Exupéry, el autor de Le petite prince (El principito), traducido a 250 idiomas y tercer libro más vendido de todos los tiempos (tras Historia de dos ciudades, de Dickens, y El Señor de los Anillos, de Tolkien).

Para los amantes de la narrativa pulp también se libera de derechos de autoría, aunque sólo en Canadá —en la UE habrá que esperar diez años más—, la obra de Ian Fleming, creador del personaje literario de James Bond y, como 007, bon vivant y mujeriego.

"Aften på Karl Johan" - Munch, 1892

«Aften på Karl Johan» – Munch, 1892

El asunto es menos simple de lo que sugieren estas apresuradas notas.

En los EE UU, por ejemplo, ninguna obra pasará a ser de dominio público hasta 2019, porque en 1978 se extendió de 70 a 95 años el periodo de explotación de regalías y se permitió, en una decisión deleznable que sólo defiende a las empresas que mercantilizan los bienes culturales, que se aplicara con carácter retroactivo a obras que ya estaban en los catálogos de dominio público y dejaron de estarlo, volviendo los derechos a sus legítimos propietarios.

Según las normas estadounidenses vigentes ninguna obra por encargo es propiedad del creador o compositor, sino del empleador —empresa editora o de publicación—, que será dueño de los derechos durante los 95 años siguientes a la fecha de edición. La locura de este proteccionismo corporativo motiva que los defensores del dominio público emitan cada uno de enero un listado de las obras que hubiesen entrado en la categoría de estar vigente la ley que estuvo en vigor hasta 1978.

El uno de enero de 2015, por ejemplo, entrarían en dominio público novelas como Desayuno con Diamantes (Truman Capote), películas como Vértigo y canciones como el himno del rock Johnny B. Good (Chuck Berry)… Hay, desde luego, muchas otras: todas las obras publicadas y editadas en 1958.

Podrían ser de dominio público en los EE UU (Imagen: Duke University's Center for the Study of the Public Domain)

Podrían ser de dominio público en los EE UU (Imagen: Duke University’s Center for the Study of the Public Domain)

La extraordinaria y atribulada historia es seguida con atención y narrada con ánimo reivindicativo por el Centro de la Univesidad de Duke para el estudio del dominio público, uno de esos departamentos universitarios que los yanquis saben cómo manejar como nadie [aquí está el informe sobre este año, con suficiente hipervinculación como para dedicarle meses a la lectura]. Las universidades españolas, cavernícolas como casi siempre, ni siquiera consideran que el asunto tenga interés.

Más información detallada, en ingles, puede encontrarse en el libro The Public Domain: Enclosing the Commons of the Mind, de James Boyle, que, como buen militante del procomún, deja bajar el libro gratis.

Entretanto, si les parece que hay clientela editen El Principito —ojo: encargando a alguien la traducción o buscando una traducción libre de regalías— o vendan pósters y postales de obras de Kandinsky, Munch y Mondrian. Son de todos.

José Ángel González

Los mejores libros de fotografía de 2013

Quizá quieran y puedan ustedes —ambos verbos son difíciles de conjugar al mismo tiempo en estos momentos de mucho querer y poco poder— contribuir al mantenimiento de esa vieja profesión, la fotografía, regalando a otros o regalándose a sí mismos alguno de los grandes fotoensayos que han sido editados durante el año que termina.

Selecciono mis cinco favoritos. Quizá no sean los mejores (la selección es particular), pero les ayudarán a compartir las miradas de esos poetas del instante congelado que, pese a la universalización del smartphone como cámara, siguen confiando en la fotografía entendida como munición contra la banalidad.

Sergio Larrain

Sergio Larraín

Sergio Larraín [Aperture Foundation. 420 páginas, 40,30 libras en Amazon, unos 48 euros]

Este fue el año de Larraín (los gringos lo escriben sin el acento, ellos se lo pierden), el chileno del que hablé con singular pasión en este blog con la entrada: Sergio Larraín, el fotógrafo vagabundo que lo dejó todo para “rescatar el alma”.

Le dedicaron la mejor exposición de los Encuentros de Arlés, certamen donde compararon el paso por el mundo del fotógrafo como el de “un meteorito” brutal, fugaz, contradictorio, incandescente…

El Queco, como todos le llamaban en su retiro de las montañas chilenas, vivió entre 1931 y 2012, pero desde más o menos 1968 no volvió a hacer fotos. Las que tomó son un pasmo y están entre las mejores del siglo XX.

El monográfico que ha editado Aperture —si se animan deben apurarse, está a punto de agotarse— demuestra por qué el escritor Roberto Bolaño, compatriota de Larraín, lo definió como “rápido, ágil, joven e inerme” y de mirada similar a un “espejo arborescente”.

Errático, pasajero de trenes y autobuses que abordaba sin saber el destino, iluminado, denso, simpático, cultísimo, en este tomo está la vida de un hombre que consideraría un insulto ser llamado fotógrafo. En vida advirtió su verdadero oficio: «Decidí tener profesión de vagabundo para buscar la verdad”.

Veins

Veins

Veins – Anders Petersen y Jacob Aue Sobol [Dewi Lewis Publishing, 144 páginas, 18,2 libras en Amazon, 21,7 euros]

Los más eficaces fotógrafos de Escandinavia, Anders Petersen (Suecia, 1944) y Jacob Aue Sobol (Dinamarca, 1976) —el segundo podría ser hijo del primero— han presentado este año un libro  que demuestra la idiotez de las fronteras generacionales.

Aliados para indagar en la muerte, ambos, como sostiene la prologista del libro, Gerry Badger, sufren la «compulsión de fotografiar a personas en el límite y los márgenes, pero lo hacen con una curiosidad que no tiene nada que ver con el voyeurismo o la lascivia, sino con los sentidos «psicológico o biológico», como si necesitaran ver «qué hay tras la siguiente curva de la carretera».

No se ocupan de lo social o las condiciones políticas. Les interesa «acechar dentro de todos nosotros», buscar «el recuerdo de la totalidad pérdida» y encontrar «las semillas de la muerte».

Aunque entre uno y otro hay más de veinte años de brecha generacional, sería muy difícil discernir qué fotos son de Petersen y cuáles de Sobol de no ser porque el libro está dividido en dos mitades, una para cada uno de los fotógrafos. De no ser por la certeza de la encuadernación, las imágenes serían intercambiables en temario —los márgenes sociales y la turbulencia de las vidas escondidas tras la normalidad— y también en estilo: riguroso y estricto blanco y negro, contraste elevadísimo, composiciones anormales y grano al borde de lo admisible.

Un libro para perder el miedo al memento mori.

"A Period of Juvenile Prosperity"

«A Period of Juvenile Prosperity»

A Period of Juvenile Prosperity – Mike Brodie [Twin Palms Publisher, 104 páginas, 47,88 dólares en Amazon, 35 euros]

Fotos de polizones de trenes de carga tomadas desde dentro por Mike Brodie —ex The Polaroid Kid—, que rompió un silencio de seis años para editar esta monografía de los runaways nómadas que escapan del sistema por vía ferroviaria.

Cuando me tocó reseñar el libro y la exposición paralela escribí: «En estas fotos imprescindibles hay manos sucias, la inocencia del sueño, la belleza de la juventud en estado salvaje, la voraz curiosidad de ver, sentir y conocer, la alegría de estar fuera de las normas, el alcohol barato, los alimentos que nadie quiere, la inocente inmundicia, el glamour del desastre, el deseo ardiente de seguir adelante… y, sobre todo, la elección de un sueño».

Durante cuatro años, Brodie recorrió 50.000 kilómetros practicando el train hopping (montarse a la brava en convoyes ferroviarios) junto a otros muchos jóvenes como él. Algunos huían de algo o de alguien; otros deseaban ejercer la rebeldía y algunos más simplemente se dejaban llevar por el placer de que cada día fuese un nuevo invento.Hacía fotos, casi siempre retratos, Polaroid SX-70 Sonar OneStep.

Buen tejedor de narraciones y complicidades, esta nueva serie es de entre 2006 y 2009. Las fotos, tomadas con una eficaz Nikon F3 y película de 135 milímetros, son más epopéyicas.

"Dark Knees"

«Dark Knees»

Dark Knees – Mark Cohen [Le Bal / Editions Xavier Barral, 216 páginas, 46,13 dólares en Amazon, 33,7 euros]

Mark Cohen (1943)  ejecutaba la ley de la lomografía (dispara desde la cadera) cuando los lomógrafos aún no habían sido concebidos.

Le han llamado «intruso» y «depredador» porque no tiene piedad con los sujetos que retrata y ni siquiera cruza una palabra con ellos. Los fusila como un francotirador y se aleja sin decir nada, cuanto antes mejor. «No quiero conversar. Utilizo a la gente de manera transitoria. No me interesan como personas, son solamente fotografías», dice.

Repetitivo hasta la obsesión. Sus recorridos, siempre determinados de antemano, duran dos horas y terminan cuando ha agotado los tres rollos de película que lleva consigo —siempre trabaja con film químico—. Revela los negativos, cena mientras se secan y luego pasa a papel entre ocho y nueve fotos, eligiendo directamente sobre la película. Calcula que tiene unas 800.000 imágenes que nunca ha visto más que en negativo.

Nunca ha tomado fotos fuera de su ciudad natal, Wilkes Barres, una localidad minera de medio millón de habitantes del estado de Pennsylvania.  Poco conocido en Europa, cuando este año se exhibió su obra en París, escribí: «Este artista del azar se caracteriza porque parece cortar en rodajas el mundo para esculpirlo e imponer una visión a la vez despiada y poética. Rara vez podemos ver la faz o el gesto de sus personajes porque los encuadres son incorrectos con toda la intención: una boca anciana de la que emerge un cigarrillo, un torso infantil sobre una bicicleta, unas manos entrelazadas a la altura del viente…».

Daido Moriyama [Tate Gallery, 224 páginas, 16,5 libras en Amazon, 19,8 euros]

El catálogo de la Tate es una de las pocas antologías del japonés errante Daido Moriyama que se pueden comprar por un precio razonable.

Fotógrafo del acecho, la intuición y la urgencia, Moriyama expuso a principios de este año en la galería londinense en una retrospectiva dual con otro de los grandes fotógrafos vivos, William Klein. La pinacoteca tuvo el detalle de editar un volumen temático sobre la obra del japonés, una figura admirada hasta el fanatismo e imitado con no menor intensidad.

En La mirada de un criminal, la entrada que escribí sobre Moriyama en este blog, dije: «Merodea. Podría entrar en tu casa mientras duermes, violar el orden de tus objetos, la sagrada y endeble disposición de tu normalidad».

También cité alguna de sus declaraciones: “Cuando voy a la ciudad no tengo planes. Camino por una calle, tuerzo en una esquina, en otra, en otra más… Soy como un perro. Decido mi camino por el olor”. Y esta otra: “Si un fotógrafo intenta incorporarse felizmente al mundo usando la perspectiva tradicional con la cámara, terminará cayendo en el agujero de la idea que ha excavado por sí mismo. La fotografía es un medio que sólo existe fijando momentáneamente el descubrimiento y la cognición que se encuentran en el imparable mundo exterior”,

Ánxel Grove