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Nueva etapa en el blog

Foto: © Jose Ángel González

Foto: © Jose Ángel González

Helena y Jose Ángel se han tomado un respiro, merecido descanso tras cinco años ejerciendo los mandos de este blog. Los veo como unos Bonnie y Clyde exhaustos de disparar letras y otras visiones sobre curiosidades, bitácoras, exposiciones, artefactos, escenas… Rebuscando, alegan. Recolectores sagaces, miembros de una tribu sensible que no merece extinguirse, siempre los imaginé juntos, pasándose retos, tags y palabras alquímicas, aullando alertas, apretujados en su habitación luminosa del exilio berlinés, bajo el susurro de los córvidos inteligentes y el lamento de un gato insomne que nunca aprenderá a volar, buscando el disparo con el que enfocar vuestra mirada con esos destellos, reflejos y fulgores que el arte proyecta. Miles de entradas, gráficos, fotos. Son sus huellas en el pequeño museo que compartieron, un territorio de caza en el que han sabido encontrar presas de calidad que sacrificar ante vuestros ojos.

Hoy me toca presentarme aquí por una llamada que fue rápida y entonces no entendí bien. ¿Qué te parece llevar el blog de Trasdós durante unos meses? Trasdós viene del latín, y conjuga exterior y dorso. Salirse del dorso. Concepto relacionado con las bóvedas, arcos, muros y la aeronáutica. Supongo que se trata de superar el dique, girar por el arco, y volar hacia algún rincón secreto… Si os soy sincero, no sé a dónde. Durante estos meses escribiré aquí, es lo pactado, el reto.

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Visualiza a cien millones de grandes barcos ocupando océanos y mares

Cada año surcan los mares del mundo en todas direcciones y según datos oficiales más de cien millones de contenedores normalizados, cada uno cargado con unos 21.600 kilos. Son las caravanas flotantes del comercio planetario. La cantidad de mercancía trasladada de un lugar a otro anualmente es demasiado grande para imaginarla con facilidad: equivale al peso de 5.837 rascacielos como el Empire State. Al puerto holandés de Róterdam llegan 25.000 contenedores cada día. Los responsables del recinto, que pasa por ser el más sofisticado del mundo en materia de inspección, no tienen reparo en admitir que sólo pueden revisar, y no siempre con detalle, mil de los contenedores, menos del cinco por ciento. El resto simplemente entra.

“Un barco portacontenedores puede llevar armas, cigarrillos, las últimas novedades de DVD pirateados, drogas, medicinas ilegales, tecnología, tomates…, cualquier mercancía, desde lo seriamente ilegal hasta lo meramente mundano”, dice Carolyn Nordstrom, profesora de la Universidad de Norte Dame (EE UU) y autora de Global Outlaws (Bandoleros globales), un acercamiento antropológico a la inevitable porosidad de un mundo en el que “resulta imposible hacer negocios sin hacerlos ilegalmente”, porque “lo familiar se ha globalizado y el delito también” y en cualquier lugar hay alguien dispuesto a hacer la vista gorda o sacar tajada. “Lo legal, lo ilegal y lo cotidiano se han cruzado. La gente confía en la economía informal más que en la formal”.

Los dos párrafos anteriores pertenecen al reportaje Crimen, sociedad anónima, que escribí para El Mensual de 20 minutos en octubre de 2015. Recuerdo que las opiniones de la profesora Nordstrom sobre la porosidad del mundo globalizado y neoliberal, además de ponerme los pelos de punta, me hicieron concebir los océanos, mares, lagos, ríos y canales de la Tierra como un espacio sin ley surcado por barcos mercantes cargados de mercancias tan inocuas como alimentos, hasta seres humanos esclavizados.

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Santiago Caruso, ilustrador del poder situado más allá de lo real

'Ravenous Eye', 2016 © Santiago Caruso - santiagocaruso.com.ar

‘Ravenous Eye’, 2016 © Santiago Caruso – santiagocaruso.com.ar

En uno de los relatos menos desoladores del escritor Thomas Ligotti, al que mencioné hace poco en este blog, el protagonista imagina tres formas extremas de muerte que, si no me falla la memoria, son:

  • Las últimas horas de la tarde de un otoño perpetuo.
  • Un cuerpo congelado en la negrura, una noche perpetua de invierno.
  • Una sensación de picor eternamente prolongada.

De tener la ocasión de optar, no sé ustedes, pero yo elegiría cualquiera excepto la tercera. Nada peor que un terrible picor que lleve tus uñas y luego, cuando las has desgatado, tus dientes, a desgarrar la carne a jirones.

He regresado al asunto mientras paseaba, nada tranquilo, entre los paisajes de delirio supremo del artista argentino Santiago Caruso (1982). También en su obra hay un impulso negro, una constancia de gusano, un desamparo sin puerta de salida. Sus personajes parecen estar destinados a la última opción de la trilogía mortífera de Ligotti.

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Los ‘spots’ de David Lynch: perfumes, test de embarazos, coches, café, espaguetis…

— Una mierda. Una jodida y completa mierda.

Sin término medio y con breve, tajante y gruesa concisión. Esta era la opinión de David Lynch en 2007 sobre la cada vez más frecuente, rentable y molesta publicidad por emplazamiento en el cine: la colocación de un producto o marca dentro de la narrativa de una película, una entrada extra de dinero previa al taquillaje que hace ganar a los productores estadounidenses unos 6.000 millones de dólares al año por insertar una determinada marca de coche, ordenador o producto comercial en la trama de los filmes.

La postura radical del cineasta le ennoblece porque tiene mucho de trampa y nulo respeto por el espectador convertir una película en un mampara de anuncios, pero resulta curioso considerar que ningún otro director ha trabajado tanto para la publicidad como Lynch, que ha firmado decenas de spots para televisión desde finales de los años ochenta del siglo pasado [relación incompleta, con posibilidad de bajar los vídeos] para ayudar, eso sí, con mucho estilo, a vender perfumes, coches, marcas de café, pasta, un test de embarazo, un DVD de Michael Jackson, consolas…

Esta es una selección de algunos de los más llamativos anuncios del amigo-enemigo de la publicidad con la invitación a que elijan ustedes por sí mismos cuál es el mejor y comprueben si es cierto, como me sucede a mí, que algunos de los spots son bastante mejores que las tediosas películas que Lynch nos ofrece desde, digamos, 1999, cuando firmó el último largometraje decente de su carrera, Una historia verdadera.

Georgia Coffee (1991)

La supuesta refracción de Lynch por la publicidad por emplazamiento no era tan radical en 1991, cuando la marca de café japonesa Georgia hizo cuatro anuncios con el permiso y asesoramiento del cineasta aprovechando los decorados y la participación de algunos de los actores de Twin Peaks, entre ellos el agente especial del FBI Dale Cooper (Kyle McLachlan), que en la saga de spots intenta resolver la desaparición de una joven japonesa.

We Care About New York (1991)

Uno de los anuncios más coherentes con el ideario de Lynch —el submundo bestial que yace bajo la normalidad— fue el spot que dirigió en 1991 para una campaña de educación cívica para mantener limpia la ciudad de Nueva York. Con la ayuda del director de fotografía de sus mejores películas, Frederick Elmes, responsable de la luminosa turbiedad de Terciopelo azul y Cabeza borradora, el director metió el pánico en el cuerpo a los neoyorquinos mostrando a los seres que viven en el inframundo de la megalópolis.

Who is Giò (1992)

Grabado para un perfume de Giorgio Armani, Lynch recuerda esta minipelícula de dos minutos y medio como el spot «más libre» de los que ha dirigido. Las localizaciones son en Los Ángeles, donde el ambiente era muy tenso porque los tribunales acababan de declarar inocentes a los agentes de Policía que golpearon brutalmente al taxista negro Rodney King. Cuando el equipo estaba grabando la escena del baile en el club. «Allí estábamos, gente de todas las razas pasándolo bien y el exterior era un infierno», dijo el director.

Clear Blue Easy (1997)

Un spot para un test de embarazo lanzado a bombo y platillo en EE UU en 1997. El anuncio de Lynch, con la impagable metáfora visual del reloj con los números sustituidos por las palabras YES y NO, tenía a los clientes de cabeza porque esperaban algo mucho más raro y tenebroso, pero la versión les encantó. Fue el debut ante la cámara de la modelo Marisa Parker, a quien Lynch obligó a someterse al test para que la escena fuese creíble.

Dangerous (1993)

Lynch dirigió una breve introducción para Dangerous: The Short Films, DVD que recopilaba los videoclips de Michael Jackson.

Barilla (1993)

Gerard Depardieu cocina pasta Barilla para una niña que se acaba de caer de la bicicleta.

Sun Moon Stars (1994)

Daryl Hannah a las órdenes de Lynch anunciando un perfume de Karl Lagerfield.

Obssesion by Calvin Klein (1998)

Los tres primeros anuncios publicitarios de alto que presupuesto y total libertad creativa que firmó Lynch fueron para el perfume de hombre Obssesion (Kalvin Klein). Se lanzaron los tres spots a la vez y cada uno está inspirado en una cita de un escritor, ninguno de los tres, por cierto, demasiado lynchiano: F. Scott Fitzgerald, Ernest Hemingway y D.H. Lawrence. Hubo un cuarto, basado en Gustave Flaubert, pero fue retirado de circulación.

Parissiene (1998)

Surrealista anuncio de Lynch para los cigarrillos suizos Parissiene. Se emitió sólo en cines, antes de la película, y los empresarios demostraron un gran gusto cinematográfico: también encargaron spots a Roman PolanskiRobert Altman, Jean-Luc Godard y su esposa Anne-Marie Miéville, Giuseppe Tornatore y Ethan y Joel Coen.

Nissan Micra (2002)

Lynch sostiene que le gustó tanto el encargo porque se enamoró del Micra nada más ver el coche. El coche es presentado de una manera sensual y misteriosa mediante un lenguaje inventado mediante el cruce de palabras:  spafe (spontaneous + safe), simpology (simple + technology), smig (small + big), aggrendly (aggressive + friendly).

Play Station 2 (2006)

Nada es lo que parece. El cervatillo gana la batalla en este anuncio para la consola de Sony.

David Lynch Organic Coffee (2012)

La última demencia del director fue el lanzamiento de una marca de café con su nombre para venderlo en exclusiva en la cadena de supermercados Whole Foods, donde compran los pijos de los EE UU —familia Obama incluida—. Como prólogo y vaticinio del desastre comercial que se avecinaba, dirigió un vídeo ante el que sólo vale la consternación y, como muchas de sus películas, la promesa de no verlo por segunda vez.

Ánxel Grove