Archivo de la categoría ‘Cotilleando a…’

Huevos fritos con sangre y otros excesos del punk

Punks en las calles de Londres

Punks en las calles de Londres

Refrescante maldición y última exhalación con forma de ladrido que emergió del cadáver del rock, el punk rebosa suculentas gotas de sangre, vómitos existenciales —y gástricos—, mutilaciones, muerte y maldición.

Tres décadas y media después de God Save the Queen, la gran jugada comercial y sólida descarga sonora de los Sex Pistols, que no inventaron el punk —fecundado en los EE UU unos años antes— pero sí vendieron la marca al resto del mundo, revisar el género más orgullosamente paleto de la historia (con perdón del heavy) puede parecer un ejercicio idiota y fuera de lugar, pero si nadie discute el derecho a reivindicar la desmesura del Marqués de Sade, predicar la violencia necesaria de Jean Genet o añorar el arte de la vida como crónica de excesos de Hunter S. Thompson, también podemos trazar el decorado de vicio hedonista, peligro consumado y ansias suicidas del punk, la última escuela basada en la necesidad de asesinar a los maestros y, de paso, asesinar al maestro que reside en cada ego.

Lo que sigue es un conjunto de excesos y absurdos, un ramo de flores podridas por voluntaria desatención, una enumeración  —tomada en buena parte del libro no traducido al español The Official Punk Rock Book of Lists, una colección de eructos que pueden leerse como versículos de un poema diabólico— que quizá parezca remota pero que otorga un sentido de proclama tosca y coherente a un movimiento que nació para morir de prisa y ejercer, en tanto durase la vida, la zafiedad más cafre. Bienvenidos al mundo bárbaro del punk rock y sus momentos más cerriles, es decir, más lúcidos.

Sid Vicious, 1978 (Foto: Bob Gruen)

Sid Vicious, 1978 (Foto: Bob Gruen)

Huevos fritos con sangre

El fotógrafo Bob Gruen —el mismo que había firmado la foto-póster de John Lennon con la camiseta de New York City dos tallas más pequeña de lo que demandaba el buen gusto— estaba presente y lo ha contado.

Noche en un bar de carretera de las malas tierras del Midwest. El autobús de los Sex Pistols, que están de gira por los EE UU, se detiene para que los músicos y su cohorte coman algo. Sid Vicious pide un bistec y un par de huevos fritos. Un cliente redneck —gorra de marca de tractores, camisa vaquera— se acerca:

— Eres Vicious, ¿verdad? Vas de duro, veamos si eres capaz de hacer esto, dice antes de apagar contra la palma de la mano un cigarrillo encendido.

El bajista no parece impresionado.

— ¿Hacerme daño? ¡Claro!, dice.

Con el cuchillo de carne, el músico se da un tremendo tajo en la palma de la mano y sigue comiendo. La sangre gotea sobre los huevos fritos.

Sid no deja una miga en el plato. Moja pan en la mezcla.

Wendy O. Williams

Wendy O. Williams

 Un disparo de escopeta ante las ardillas

Wendy O. Williams, que se lubricaba el cuerpo para salir a escena casi desnuda al frente de su grupo, The Plasmatics, tenía una imagen feroz y fue detenida varias veces por obscenidad.

Cuando decidió morir, en 1998, unas semanas antes de cumplir 49 años, eligió darse un tiro de escopeta en la cabeza.

Fue un suicidio meditado —dejó cartas, regalos, una declaración para ser ayudada a morir en caso de que fallase en el intento y resultase herida y un mapa para que encontrasen el cuerpo— y anunciado: lo había intentado dos veces antes con barbitúricos.

En la nota final escribió: «El acto de quitarme la vida no es algo que haga sin meditarlo mucho. No creo que la gente deba matarse sin una reflexión profunda y durante un período considerable de tiempo. Creo firmemente, sin embargo, que el derecho de hacerlo es uno de los fundamentales que cualquier persona en una sociedad libre debería tener. Para mí la mayor parte del mundo no tiene sentido, pero mis sentimientos sobre lo que estoy haciendo suenan alto y claro en mi oído interno, en un lugar donde no hay ego, sólo calma. Siempre con amor, Wendy».

Vegetariana, entregada al cuidado de los animales y retirada desde 1991 en una casa en los bosques de Connecticut, la radical plasmática (que se definía como anarquista violenta), fue al encuentro de la muerte con una bolsa de nueces para, como hacía todos los días, dar de comer a las ardillas. Luego apretó el gatillo.

Carpeta de un single pirata de los Sex Pistols con "Belsen Was a Gas"

Carpeta de un single pirata de los Sex Pistols con «Belsen Was a Gas»

Galería de ofensas

Ni el sexo que emanaba de las caderas de Elvis Presley, ni las letras para asustar a mamá de los Rolling Stones. Ningún género de música pop ha sido tan incorrecto y ofensivo como el punk. Los trolls del ultraje y los meapilas de moral delicada sin un ápice de sentido del humor tienen en el punk un vastísimo campo de lapidación. Unas cuantas ofensas:

Beat on the Brat – Ramones. Joey Ramone compuso la canción (Golpea al mocoso / Con un bate de beísbol) cuando un crío con berrinches y mamitis le estropeó la placidez de una tarde de playa. Fue la primera de una larga serie de viñetas paródicas del inolvidable cuarteto-caterpillar: en Blitzkrieg Bop convierten en ritmo las guerras relámpago nazis, en Now I Wanna Sniff Some Glue proponen combatir el aburrimiento de la clase media esnifando pegamento y en Carbona Not Glue recomiendan sustituir el pegamento por los productos abrasivos de una conocida marca de artículos de limpieza.

Belsen Was a Gas – Sex Pistols. [El campo de concentración] de Belsen era guay / Lo escuché el otro día / En las tumbas abiertas / Donde estaban los judíos. Los Sex Pistols juegan con el holocausto, calificando al campo de la muerte de Bergen-Belsen como un gas (de gasear, pero también de lugar divertido).

Little Bit of Whore – Johnny Thunders. Lo peor es que el zopenco Thunders, que tenía bastante mal amueblada la sesera pese a su instinto asesino como guitarrista, creía lo que decía en este vil retrato de las mujeres (hay un poco de puta / en cada chica). Tuvieron que llegar las formas más groseras del rap para decirlo peor.

Darby Crash

Darby Crash

En busca de la anestesia

Darby Crash, cantante del grupo de hardcore punk The Germs, había anunciado tantas veces que se suicidaría que nadie le tomaba en serio. Cosas del loco Darby, pensaban.

Hijo de una familia disfuncional —padre ausente, madre abusadora y hermano muerto con la jeringa clavada en la vena—, Crash tenía un coeficiente intelectual muy alto y había estado matriculado en una universidad relacionada con la Iglesia de la Cienciología.

Entró en la élite del punk californiano cuando las bravas actuaciones de su grupo aparecieron en el documental The Decline of Western Civilization (Penelope Spheeris, 1981), donde se le puede ver declarando que necesitaba drogarse en el escenario para anestesiarse contra el dolor de los impactos de los objetos —botellas, latas y lo que estuviese a mano— que lanzaban sus fans.

En un viaje al Reino Unido probó la heroína y se dejó llevar por la aterida pasividad del más potente de los anestésicos.

El 7 de diciembre de 1980, en una pensión de mala muerte, ejecutó su promesa y se inyectó una dosis que sabía de antemano que le conduciría a la muerte. Tenía 22 años.

En los últimos instantes de vida logró garabatear una nota en la que dejaba su cazadora de cuero al bajista de la banda.

En 2007 hicieron un biopic horrible sobre su vida, What We Do Is Secret.

GG Allin

GG Allin

Con los calzoncillos puestos

Es discutible que GG Allin pueda ser considerado algo más que un palurdo exhibicionista, pero tiene derecho a figurar en el panteón del punk con grado de almirante: desde su nombre bautismal, Jesus Christ Allin —el padre juraba que Dios le había visitado para anunciarle que el niño sería un nuevo mesías—, hasta la estupidez extrema que ejerció con pasión le convierten en una referencia obligada.

Violento —estuvo en la cárcel por intento de homicidio—, patán, fascistoide y de gustos singulares —se peleaba a trompadas sangrientas con sus fans, defecaba en los conciertos y se untaba con sus deposiciones, que también entregaba en comunión al público—, Allin fue llamado payaso, imbécil y también «el mayor degenerado de la historia del rock».

No dejó nada reseñable musicalmente, sus canciones eran meras ceremonias de griterío y pavoneo grotesco, pero fue el más punk de todos en arrebatos y cochinadas.

Durante años anunció que se suicidaría en directo durante un concierto en la noche de Halloween, pero nunca tuvo las agallas para hacerlo. El 27 de julio de 1993, tras una actuación en un garito de Manhattan en el que apenas cantó un par de canciones y compartió varias docenas de guantazos con el público antes de que se fuera la luz y llegara la policía, se largo de farra vestido con un taparrabos y cubierto de mierda —hay vídeos de su paseo por las calles neoyorquinas con una tropa de fans—.

Allin acabó en un apartamento donde esnifó mucha heroína y se quedó frito. Los asistentes a la fiesta se chotearon de la escasa resistencia del más killer de los punks y se hicieron fotos al lado del cuerpo inerte. Varias horas después, cuando se hizo de día, alguien no demasiado colocado se dió cuenta de que el cantante era un cadáver. Murió con los calzoncillos (sucios) puestos.

Joey Ramone

Joey Ramone

Ángeles en el lecho de muerte

Un contrapunto de ternura para endulzar el agrio spleen del punk, el género musical donde la señal más apasionada de respeto por parte del público era escupir al ídolo.

Algunos de los intérpretes más ariscos se transmutaban en ángeles cuando el final era inminente.

Kurt Cobain —uno de los hijos putativos con más renombre del punk— eligió como banda sonora para su escenografía suicida un disco de REM, Automatic for the People, que puso en el reproductor mientras preparaba la escopeta.

El cantante de bubblegum-punk más adorable de la historia, Joey Ramone, intentó combatir los dolores finales causados por el linfoma con una pastoral de U2, In a Little While.

Ánxel Grove

Jimi Hendrix, cuatro años de carrera que duran una eternidad

Jimi Hendrix (1942-1970)

Jimi Hendrix (1942-1970)

Jimi Hendrix, el arrancador de sonidos nunca antes escuchados en una guitarra, saqueaba los tesoros de su Fender Stratocaster con manos enormes como palas. Le había dado la vuelta a un instrumento de diestros porque era zurdo: le cambió las cuerdas de orden y listo.

En sólo cuatro años se consagró como uno de los mejores guitarristas de todos los tiempos, sigue siendo venerado por adolescentes y mayores con una ciega fe cercana a la santidad. El negocio sigue creciendo cuanto más tiempo pasa: los herederos son famosos por sus continuos pleitos por los réditos y han montado un holding (Experience Hendrix LLC) cuya directora ejecutiva es una medio hermana del músico. Sacar dinero del pariente muerto es una tentación demasiado fuerte frente a labrarse un futuro propio: el siguiente eslabón de la cadena de ganancias será People, Hell and Angels, un disco anunciado para el 4 de marzo de 2013 con 12 temas que llaman inéditos (lo serán por las tomas de estudio, porque las canciones ya las conocemos), grabados por Hendrix con la mente puesta en el disco que iba a sacar cuando murió ahogado en su vómito, incapaz de cambiar de postura tras una sobredosis de barbitúricos.

En el 70º aniversario de James Marshall Hendrix (1942-1970) nos quedamos con la esencia, repasamos los únicos cuatro discos que editó en vida y el que dejó encarrilado pero inacabado. En la selección quedan fuera la montaña de álbumes póstumos, tomas alternativas, grandes éxitos, directos y grabaciones pirata que crecen como setas desde la muerte del artista a los 27 años.

La edición  británica y la estadounidense de 'Are you experienced'

La edición británica y la estadounidense de ‘Are you experienced’

1. Are You Experienced (1967). El grupo de laboratorio. Chas Chandler conoció a Hendrix cuando los Animals daban su última gira por los EE UU en 1966. Lo vio tocando un club de Nueva York con el nombre de Jimmy James y, convencido del talento del guitarrista de 24 años, le propuso viajar a Inglaterra con él.

El exbajista de los Animals se convirtió en mánager y productor de la Jimi Hendrix Experience, un grupo artificial que le daría empaque al líder para triunfar en el Reino Unido. Chandler escogió al guitarrista Noel Redding (1945-2003) como bajista de la banda y al batería Mitch Mitchell, dos músicos ingleses con experiencia pero sin una carrera sólida.

El disco (editado en mayo) se grabó en cinco meses, en medio de la gira por Inglaterra que los lanzaba como grupo y en la que presentaban tres singles: HeyJoe /Stone Free, Purple Haze /51st Anniversary y The Wind Cries Mary /Highway Chile; aprovechando al máximo los días sin actuaciones y en tres estudios diferentes. Are you Experienced sin embargo es un disco sólido que da sensación de unidad. Lleno de riffs explosivos, solos distorsionados, mezclas y sobremezclas, canciones como Foxy Lady, Manic Depression o Fire comenzaban a crear un paisaje de sonidos que Hendrix desarrollaría en los siguientes años.

Alcanzó el número dos de las listas británicas por detrás de Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band, de los Beatles. En los EE UU comenzaron tímidamente a fijarse en Hendrix y en verano la banda tocó en el Monterey Pop Festival, en California. Fue la presentación en sociedad del músico, que quemó su guitarra al acabar la actuación.

Axis: Bold as love

Axis: Bold as love

2. Axis: Bold as Love (1968). «Aviones atravesando tus membranas y cromosomas». El éxito presionó al grupo para darse prisa en grabar otro disco, pero también funcionó para que el artista se diera cuenta de su capacidad como compositor y letrista, dos roles que había asumido como absoluto novato en Are you experienced.

En las sesiones de grabación se mostraba perfeccionista hasta la desesperación de Redding, Mitchell, el productor Chandler y los técnicos de los estudios Olympic de Londres. Todo ese empeño contrastaba con el caos vital: cuando la mitad del disco estaba terminado, Hendrix llevó los másteres a una fiesta y se los dejó en el taxi en el que volvía a casa. No aparecieron y hubo que mezclar el material a toda prisa otra vez.

Spanish Castle Magic (un homenaje al Spanish Castle, un club en el sur de Seattle que ciertamente se parecía a un castillo español y en el que tocó como músico para otras bandas) y la mística Little Wing (inspirada en sus impresiones tras el festival de Monterey y en la que usó un amplificador Leslie pensado para órgano eléctrico) eran casi las únicas canciones que la Experience tocaba en directo. El resto era demasiado complejo y no estaba pensado para los escenarios.

En una entrevista para un profesor universitario que investigaba sobre los aspectos sociales del rock del momento,  Hendrix describía así los nuevos sonidos de Axis, refiriéndose en particular a la canción que titula el disco: «Suena como si unos aviones atravesaran tus membranas y cromosomas (…) No queríamos usar cintas de aviones, queríamos que la música misma se adaptara».

Portada inglesa (desplegable) y portada estadounidense de 'Electric Ladyland'

Portada inglesa (desplegable) y portada estadounidense de ‘Electric Ladyland’

3. Electric Ladyland (1968). El caos. En la grabación del último disco de la Jimi Hendrix Experience la tensión crecía entre la estrella, su mánager y productor Chas Chandler y Noel Redding, que desde el disco anterior clamaba por ser reconocido como algo más que un mercenario, tanto en lo monetario y en lo artístico.

Hendrix llevaba a amigos y conocidos a las sesiones, que se alargaban y carecían de la disciplina necesaria para que el proyecto avanzara con normalidad. Chandler renunció y el guitarrista quedó al mando de la producción.

The Jimi Hendrix Experience

La Jimi Hendrix Experience en 1967

Las colaboraciones con músicos invitados al estudio se convertían en improvisaciones eternas que terminaban lejos de la canción en la que se trabajaba y Redding (que añoraba la visión simplista del comienzo de la banda) veía en las marañas electrónicas y los nuevos ruidos que el caos se apoderaba del disco. La relación empeoró cuando los invitados empezaron a apoderarse del bajo e incluso el propio Hendrix tocó el instrumento en algunas de las canciones.

Antes de terminar un tema, se apresuraba a empezar con otro. El abandono de Chandler dio pie a que se acumularan las cintas con una misma pieza grabada sin que nadie frenara los impulsos entusiastas de la estrella desbocada. Mike Jeffery (más interesado en el dinero que generaba el guitarrista que en la música) se convirtió en el nuevo agente y lo obligó a salir de gira para poder terminar la ruinosa grabación.

El resultado es un álbum de sonido pesado. Voodoo Child (Slight Return), Crosstown Traffic y la versión de All Along the Watchtower, de Bob Dylan, engrandecen un digno doble elepé con colaboraciones de Al Kooper (inolvidable organista de Dylan) Steve Winwood (de Traffic) y Jack Casady (bajista de Jefferson Airplane) entre los muchos que pasaron por allí. Otras canciones como Rainy Day, Dream Away o 1983… (A Merman I Should Turn to Be) reflejan el carácter de improvisación interminable que atacó a Electric Ladyland: el último disco de estudio que se editó con el músico en vida.

Hendrix con Billi Cox y Buddy Miles

Hendrix con Billi Cox y Buddy Miles

4. Band of Gypsys (1970). Sin la Experience. El único álbum en directo que publicó Hendrix es para muchos la única muestra de negritud del artista (cuyos ancestros eran pura mezcla, parte cherokee y parte irlandesa). Hendrix recibió durante su carrera amenazas de los Panteras Negras por considerar que renegaba de sus raíces y que era un vendido a los blancos. Si bien es cierto que todos los discos supuran blues y jazz en las mil maneras que tiene de acercarse a los estilos, Band of Gypsys es ciertamente el más cercano al rythm and blues y al funk. Además, tuvo por fin el privilegio de elegir a los músicos con los que tocó: el batería Buddy Miles —que escribe y canta dos de los seis temas— y el bajista Billy Cox. Noel Redding había dejado la Experience tras el accidentado Electric Ladyland y Mitch Mitchell también se unió al nuevo proyecto de Band of Gypsys.

Grabado en el Fillmore East de Nueva York en cuatro conciertos celebrados entre la noche de fin de año de 1969 y el día de año nuevo de 1970, la jhoya del disco es Machine Gun, dedicada a «los soldados que luchan en Chicago y Milwaukee y New York… ¡Ah, sí! Y a todos los soldados que luchan en Vietnam», en referencia a la violencia dentro y fuera de los Estados Unidos. La pieza es un ejercicio de tensión entre Hendrix y la guitarra que combina el encuentro sexual con la protesta antibélica.

'The Cry of Love'

‘The Cry of Love’

5. The Cry of Love (1971). Sin Jimi. Los últimos meses de Hendrix fueron inspiradores, pero también frustrantes. Estaba cansado de la obligación tácita de tener que tocar en cada concierto los grandes éxitos de la Experience, que le sonaban lejanos y de poco interés a pesar de haberlos compuesto hacía poco más de tres años. Otra de sus lacras personales era la demanda del público de sus números circenses: tocar con los dientes o con los brazos en la espalda, quemar la guitarra… Quería dejar atrás las acrobacias pero también temía que no quisieran otra cosa de él.

En la primavera de 1970 empezó a grabar de nuevo. Pronto tuvo tanto material que comenzó a pensar en un álbum doble al que llamaría First Rays of the New Rising Sun. Angel, Astro Man, Drifting y Belly Button Window estaban en la lista. También Dolly Dagger, dedicada a una de sus novias-groupie, Devon Wilson, que en una fiesta, tras sufrir Mick Jagger una herida en un dedo, le chupó la sangre con naturalidad.

Hendrix y su Stratocaster

Hendrix y su Stratocaster

Cuando Jimi Hendrix murió el 18 de septiembre de 1970, ultimaba los detalles del nuevo disco, pero aún quedaban muchas incógnitas abiertas, entre ellas la selección de material. Tenía tantas canciones que muchas seguramente iban a quedar fuera o, tal vez, serían reformadas de arriba a abajo en un último arranque de perfeccionismo.

Entre sus conocidos y amigos, algunos señalan que se sentía asediado por problemas legales y personales; otros, que físicamente parecía débil; los hay que dicen que estaba ansioso por seguir nuevas sendas. El cinco de septiembre declaraba a la revista Melody Maker que quería «una gran banda» para «pintar cuadros de la Tierra y del espacio, para que quien escuchar pueda transportarse a cualquier lugar».

First Rays of the New Rising Sun quedó colgando y fueron el productor Eddie Kramer y Mitch Mitchell quienes, tras la muerte de la estrella, tomaron las riendas del proyecto: «Traté de pensar en lo que él hubiera hecho, o en lo que hubiera querido, una tarea muy difícil», confesó el batería más tarde, reconociendo cierta arbitrariedad a la hora de completar lo que Hendrix dejó inacabado.

The Cry of Love es un disco sencillo por exigencia de la discográfica, que no iba a desaprovechar el tirón de las necrológicas con un doble álbum. El conjunto de canciones suena como el inicio de una nueva trayectoria que Hendrix iba a desarrollar en los siguientes años.

Helena Celdrán

¿Dónde estabas cuando te sacudió por primera vez Led Zeppelin?

Por razones como ésta nos gustaba el rock: peligroso, vulgar, explosivo, con el pecho al aire y las caderas revueltas. Mostrenco pero con ropa de terciopelo. Bruto pero con un aire de sexy prerrafaelismo.

La más justa forma de reconocer qué música debemos salvar del paredón es la memoria, volver al lugar del crimen primario, al desolladero donde te arrancaron la piel. Cuando quiero saber qué soundtrack es el indicado —porque, lo confieso, he olvidado: mucho y sin más motivo que mi propio desgaste— me limito al intento de recordar. Conviene hacerse al menos una vez al día la pregunta ¿dónde estaba yo cuando…?.

Primera foto de promoción para Atlatic Records, 1968 (Foto: Dick Barnatt)

Primera foto de promoción para Atlatic Records, 1968 (Foto: Dick Barnatt)

Dónde: el santuario de mi cuarto, sagrado y algo necio como todas las habitaciones de todos los quinceañeros de Occidente. Cuándo: algún día de enero de 1969. Qué: el disco de vinilo contenido en una carpeta que mostraba, con el grano tipográfico roto tras una ampliación extrema, al Hindenburg, orgullo nazi, ardiendo en el cielo estadounidense —yo tenía una vaga evocación visual del desastre del zepelín, pero casi nada sabía de la cronología nazi ni del lugar del desastre—.

El ejercicio del recuerdo es cumplidor para las patadas feroces. Todo cambió el día en que escuché, pasmado, el primer disco de Led Zeppelin: supe que la violencia también era una forma de amor.

Desde hace unos pocos días está en los mercados. Tiene las etiquetas magnéticas de PVP bien lustrosas en todas las piezas de ese paquete comercial que llaman multiplaforma —un feo término con ínfulas técnicas para decir: te voy a cobrar varias veces por el mismo caramelo—. Celebration Day, el concierto de reencuentro de Led Zeppelin en Londres, en diciembre de 2007. Como la jugada salió bien, las cuentas corrientes echaron chispas y las críticas fueron complacientes —pese a la postproducción de efectos en vivo durante el show—, ahora anuncian la reedición limpia —eso que llaman remastered no es más que un filtrado y algunas triquiñuelas de edición— de todos los discos del grupo con «sustanciales» rarezas, otra palabra tramposa: dicen rareza y quieren decir carnada. También acude al festín consumista un nuevo libro autorizado: Get the Led Out: How Led Zeppelin Became the Biggest Band in the World.

Aunque no me importa Celebration Day ni seré cliente de las reediciones porque todo lo que necesito de Led Zeppelin lo llevo conmigo desde aquel día de 1969, cuando yo tenía 15 años y ellos me rompieron la cabeza a cadenazos, aprovecho el tsunami para presentar un decálogo personal sobre uno de los escasos grupos de los que se puede decir que construyeron un golem: nadie suena como Led Zeppelin, los reconoces en medio de una tormenta, en el umbral del ruido y en el maldito infierno de la indecencia cotidiana.

Led Zeppelin en concierto, 1973

Led Zeppelin en concierto, 1973

1. La máquina. Eslabón entre el heavy metal y el rock de estadio; atrevidos, valientes, caóticos y honestos; mucho mejores como suma de sus partes que como músicos individuales; creadores de un corpus que nadie pudo ni podrá imitar; dueños de la patente del trueno; esenciales y paradójicos; simplones y de cultura básica; pesimos letristas; plagiadores sin recato y sin descanso… Pero no hay otros que se les acerquen: Led Zeppelin, una historia de doce años de los cuales sólo la mitad (1968-1975), seis, basta para justificarlos. Ningún otro grupo detonó con una cinética tan rápida, intensa y calórica los valores del rock para mezclarlos con los latidos del blues (básico), el hard rock (pélvico) y el folk acústico británico (sentimental) y añadirle un cierto grado de dramatismo y ópera. Donde los Beatles ofrecían mansedumbre, ellos eran lobos. Donde los Rolling Stones posaban con orgullo de alta costura, ellos eran simple adrenalina. Led Zeppelin: nadie necesitó nunca otra deflagración para reventar.

Jimmy Page, 1970 (Foto: Jorgen Allen)

Jimmy Page, 1970 (Foto: Jorgen Allen)

2. El líder. Jimmy Page (1944), hijo de la clase media, niño prodigio —primera guitarra, a los 12 años; primeros grupos y actuaciones, a los 14; primeras grabaciones, a los 17— y mercenario mal pagado y sin derecho a crédito en los discos donde otros no eran capaces de tocar bien: se ha llegado a calcular que entre 1963 y 1965 su guitarra se escucha en entre el 50 y el 90% de todas las canciones pop y rock grabadas en Londres. Tres ejemplos: el primer single de los Who, I Can’t Explain; Heart of Stone, de los Rolling Stones, y Baby Please Don’t Go, de Them, el grupo de Van Morrison… Page se descolgó de la espiral del anonimato del estudio con The Yardbirds, un tremendo grupo de rock duro, que publicó grandes canciones, fue ninguneado sin compasión,  sirvió como cuna natal de guitarristas de fuste (además de Page, Jeff Beck y Eric Clapton) y apareció en una inolvidable escena de la película Blow Up (Michelangelo Antonioni, 1966). Desde que montó Led Zeppelin (1968), el grupo fue su maquinaria personal. Compone, produce, arregla y dicta. Gran virtuoso y también débil e inseguro, la fama universal de la banda le llevó a los paraísos analgésicos de la heroína, de la que estuvo muy colgado a finales de los años setenta. También desarrolló por la misma época una fijación neurótica con el seudosatanismo del cantamañanas Aleister Crowley. Ahora Page es un millonario y condecorado caballero británico y, sin duda, aparece en los libros como uno de los mejores guitarristas de rock de todos los tiempos. Sus colegas no dejan de lanzarle flores, pero ya no es quien era: suena académico.


Robert Plant, 1971 (Foto: Fin Costello)

Robert Plant, 1971 (Foto: Fin Costello)

3. Cuerpo y cuerdas vocales. Robert Plant (1948). Procedía de una familia solvente —padre ingeniero— e iba para contable, pero a los 16 años se largó de casa por culpa de la música. Cantó en grupos oscuros que no dejaron demasiada huella y acabó haciendo baladas bluesy y sicodélicas en Band of Joy, donde tocaba la batería un tal John Bonham. Cuando se enteró de que Page buscaba vocalista para un nuevo proyecto —y le había fallado la primera opción, el carnoso Terry Reid, que no lo vió claro y decidió seguir como solista—, Plant se ofreció para una prueba y apasionó al líder con sus voz de amplio registro. En directo fue uno de los más carismáticos dioses del rock: pecho al aire, melena salvaje, manos locas y gesticulación corporal frenética. No comenzó a escribir letras para el grupo hasta el tercer disco, Led Zeppelin III (1970). Estuvo a punto de matarse en un accidente de coche en Grecia en 1975 y dos años después murió su primer hijo (5) de una infección estomacal vírica. Plant se dedica ahora a proyectos musicales situados en las antípodas del rock duro, entre ellos una colaboración que ha dado muy buenos resultados comerciales con la cantante country Alison Kraus. Es vicepresidente del equipo de futbol de la segunda división inglesa Wolverhampton Wanderers.

John Paul Jones, 1971

John Paul Jones, 1971

4. El ritmo. John Paul Jones (1946). Su nombre de registro civil es John Paul Baldwin, pero adoptó el artístico de John Paul Jones en homenaje a una película sobre un héroe de la marina. El menos visible pero quizá el más importante para explicar la furiosa pegada rítmica de Led Zeppelin. Extraordinario intérprete de bajo eléctrico —uno de los mejores de la historia—, es hijo de un arreglista de big bands con cierto nombre y aprendió solfeo y piano a los seis años. Como Page, se curtió en la fertil escena pop londinense de los años sesenta como músico de sesión, aplicando sus amplísimas capacidades para firmar hasta 60 arreglos orquestales cada semana. Son suyos, por ejemplo, los de She’s a Rainbow, de los Rolling Stones, y Hurdy Gurdy Man, de Donovan. En la sesión de grabación de esta canción coincidió con Page y hablaron de tocar juntos. A las dos semanas estaban ensayando con los embrionarios Led Zeppelin, que en principio se iban a llamar, con escasa imaginación, The New Yardbirds. Algunas de las líneas de bajo que aportó al grupo son inolvidables por su poder (The Lemon Song) o por su imaginativa estructura (Ramble On). Aunque era tan fullero y dado a los excesos de drogas, alcohol y sexo como sus compañeros, siempre se dejó llevar por el sano instinto de no llamar la atención y mantenerse en un segundo plano. Tras la ruptura del grupo nunca le faltó trabajo y su educación musical le ha llevado a colaborar con artistas de tan variado registro como Brian Eno o REM, para quienes firmó los arreglos del álbum Automatic for the People (1992). En 2009 participó en el supergrupo Them Crooked Vultures. Es un tipo feliz y cada día, al contrario que Jimmy Page, toca mejor.

Bonzo

Bonzo

5. La furia. John Bonham (1948-1980). Un metrónomo con forma humana y el poder de un huracán. Uno de los mejores bateristas que ha pisado el mundo. Bonham, Bonzo o La Bestia, tocaba con pasión los tambores desde que era un niño de seis años. Terminó sin ganas el insituto («podrá convertirse en un millonario o un mendigo«, predijo un profesor en una evaluación), fue aprendiz de carpintero, tocó en grupos de segunda y aterrizó en Led Zeppelin, por recomendación de Plant, para dejar en evidencia a todos sus compañeros de generación. Dotado de una fuerza muscular atroz —tocaba siempre con las baquetas más grandes y pesadas, a veces con un par en cada mano y les llamaba «los árboles»— y admirador del ritmo sincopado de la música soul (James Brown era su ídolo), marcó el sonido de Led Zeppelin con sus poderosos arreglos. Ávido coleccionista de coches de época y motos, también era un bebedor compulsivo. El 24 de septiembre de 1980, antes durante y después de un ensayo, bebió dos litros de vodka. Esa noche murió ahogado en su vómito y fue encontrado en su cuarto por John Paul Jones. Tenía 32 años.

Jones, Plant y Page, campestres

Jones, Plant y Page, campestres

6. El mejor disco. Led Zeppelin editó nueve álbumes de estudio entre 1969 y 1982. Los cuatro primeros son excepcionales. El resto, prescindibles (quizá salvando algunas canciones del sexto, Physical Graffiti, el doble elepé de 1975). Aunque elegir sólo un disco es un ejercicio meramente caprichoso, mi opción personal es Led Zeppelin III, el disco de 1970 donde demostraron que podían ser igual de penetrantes con instrumentos acústicos. Preparado  en una casa de campo sin luz ni energía eléctrica en Gales a la que Plant iba de vacaciones cuando era crío, el disco es menos ofuscado, tiene más matices que los dos primeros, Led Zeppelin y Led Zeppelin II, y un planteamiento más democrático: la guitarra de Page no ejerce una dictadura tan notable. Aunque contenía uno de los temas más bárbaros de la banda, Immigrant Song, el mundo esperaba otro cataclismo integral mientras que el grupo se atrevió a rondar con instrumentación acústica por los aires campestres del folk británico e irlandés. Ese quiebro les ennoblece.

Jimmy Page, 1975 (Foto: Charles Auringer)

Jimmy Page, 1975 (Foto: Charles Auringer)

7. El peor. Si es complejo y casi arbitrario elegir el mejor disco, lo mismo sucede con el peor. Houses of The Holy (1973), Presence (1976), In Through the Out Door (1979) y Coda (1982, una colección de descartes) son, en general, medianías indignas, desganadas y faltas de inspiración. En Presence, en especial, la vida disipada de Page y su íntima amistad con la heroína derivan en canciones abotargadas de las que conviene escapar.

8. Letras de instituto. Si fuera obligatorio prescindir de la música y recibir solamente las letras de las canciones, la experiencia dolería. Las de Led Zeppelin, mayoritariamente de Robert Plant, son simplonas, de rima fácil, misticismo barato y soniquete mitológico a lo Tolkien. Sólo en los últimos discos, y entonces ya no quedaba nada de la velocidad y el poder iniciales, el cantante se atrevió a escribir letras personales y a poner en ellas algo de su propia experiencia en vez de resumirnos manuales mal rimados sobre la espitualidad del musgo y los arcanos.

9. Los plagios. La grandeza como instrumentista, compositor y productor de Jimmy Page y su intuición visionaria del mensaje eléctrico y mágico del rock and roll quedan en entredicho por su larga tradición de ladrón de canciones, arreglos de guitarra y letras ajenas. El par de vídeos anteriores es más ilustrativo que cualquier enunciado (¡dos temas birlados nada menos que a Willie Dixon, uno los padres fundadores del blues, y escamoteados como si se tratara de composiciones originales!). Lo indignante es que el buen Page nunca ha admitido los robos ni pedido perdón en público —aunque tuvo que corregir las etiquetas de los discos en más de una ocasión por demandas judiciales— y sus defensores acérrimos no admiten las continuadas apropiaciones indebidas.

Jimmy Page, 1977 (Foto: Adrian Boot)

Jimmy Page, 1977 (Foto: Adrian Boot)

10. La ceremonia. Entre 1971 y 1977 no había nada mejor que un concierto de Led Zeppelin. El grupo actuó en directo unas 400 veces —desde 1971, con jet privado para desplazarse—. Los shows eran largos, con improvisaciones cimbreantes e inacabables (es mítica la de 43 minutos de Dazed and Confused en Los Ángeles en 1975), versiones de rock and roll y blues clásicos y una tensión que podía palparse. Famosos por las escandaleras que montaban los músicos y sus ayudantes en los hoteles tras las actuaciones, algunos alborotos entre el público con espectadores detenidos y los aforos más grandes de la época —casi 80.000 personas en un concierto record en 1977 en los EE UU—, las actuaciones del grupo eran, como escribió algún privilegiado asistente, «lo más parecido a uno de los conciertos del primer Elvis».

Como el retorno no es posible, inserto tras la entrada algún vídeo para practicar el viaje hacia el edén. En el momento en que escribo, son visibles online, pero apuren a bajarlos a su ordenador, porque Led Zeppelin están limpiando Internet de «grabaciones no autorizadas». Nos quieren hurtar el derecho a compartir la sacudida.

Ánxel Grove

La piel castigada de las guitarras famosas

Arriba, desde la izquierda:

Seis guitarras con nombre y sus dueños

Herramienta de trabajo y, por tanto, transmisor de tiranía. Mediador tangible entre el músico y la gloria inmaterial de una canción. Mimada y maltratada. Compañera y dominadora. La guitarra, prolongación casi natural del intérprete, prótesis, esclava, novia.

Tienen carácter y han sido bautizadas: Blackie (la guitarra Frankenstein fabricada por Eric Clapton a partir de tres cadáveres), Big B (la de caja cuadrada de Bo Diddley), Pearly Gates (la brutal arma texana de matar de Billy Gibbons), The Old Boy (la siniestra apisonadora de Tony Iommi), Trigger (la castigada acústica de Willie Nelson), Old Black (la reina de Mister Feedback Neil Young)…

Acabo de leer un libro que ahonda en la guitarra como mapa de las canciones y piel añadida de los músicos. Se titula Instrument y es del fotógrafo Pat Graham. No se esfuercen en buscarlo en las librerías del barrio: en España no se editan este tipo de cosas.

No se trata de guitarras de alcurnia como la media docena de reinas citadas más arriba, pero todas guardan secretos. Selecciono cinco instrumentos y sus propietarios.

Foto: Pat Graham

Foto: Pat Graham

Ian Curtis (Joy Division)Vox Phantom VI

Al dolorido Ian Curtis no le gustaba nada tocar la guitarra y, además, no tenía ni idea. Prefería mantenerse en tensión, amarrado al pie del micro y en espera de uno de los calambres que le hacían entrar en trance.

Sus compañeros en Joy Division le convencieron de que no estaría mal tener de vez en cuando el apoyo de una guitarra rítmica y le encandilaron con la Vox Phantom VI negra, que, a su modo (retrofuturista y con un diseño vertiginoso, casi de armamento), cuadraba con el carácter sombrío del cantante. Curtis la utilizó poco —en el clip de Love Will Tear Us Apart, por ejemplo— y siempre se limitaba al único acorde que sabía: re.

Tras el suicidio del cantante, en mayo de 1980, el grupo que emergió de las cenizas de Joy Division, New Order, heredó la guitarra, cuyo sonido espeso puede escucharse en Everything’s Gone Green.

Foto: Pat Graham

Foto: Pat Graham

Nels Cline (Wilco)Fender Jazzmaster, 1959

El gran estilista Nels Cline ejecuta sus escalofriantes solos de guitarra con una veterana Fender Jazzmaster fabricada en 1959 —el de la mejor cosecha del modelo, también venerado por Robert Smith (The Cure) y Kevin Shields y Belinda Butcher (My Bloody Valentine)— y con muchas huellas sobre la madera de una vida agitada sobre la madera. A Cline se la vendió su colega Mike Watt (Minutemen) en 1995.

El extraordinario guitarrista confiesa que trata a la guitarra con modales «duros» y que no le importa que el cuerpo muestre un aspecto desastroso. «Mi guitarra es una obra en curso porque yo también lo soy», dice.

Cline está especialmente orgulloso del sonido de la Jazzmaster en las versiones en directo de Shot in the Arm.

Foto: Pat Graham

Foto: Pat Graham

Thurston Moore (Sonic Youth)Gibson Sonex

El estruendoso Thurston Moore, uno de los guitarristas del no menos brutal grupo Sonic Youth —responsables de una radical reconsideración en la manera de tocar el instrumento— es también un declarado fanático de las Jazzmaster, pero de vez en cuando desenfunda rarezas como la Gibson Sonex de los años ochenta que toca, por ejemplo, en Eric’s Trip.

La Sonex, en la que sólo están montadas cuatro cuerdas, es golpeada sin remordimiento por Moore con la ayuda de dos baquetas de batería.

Esta guitarra es uno de los cuatro instrumentos que han sido recuperados hasta la fecha del robo que sufrió el grupo de todo su equipo en 1999 durante una gira.

Foto: Pat Graham

Foto: Pat Graham

Wayne Coyne (The Flaming Lips)Álvarez acústica de 12 cuerdas

En una moñada característica de su estilo carnavalesco, Wayne Coyne utiliza una vieja guitarra acústica en cuyo interior ha adapatado un sintetizador Alesis AirSynth que detecta el movimiento de las manos y lo traduce en sonidos.

El viejo teléfono móvil pegado al cuerpo de la guitarra no cumple otra función que la del despiste. «Me pareció cool ponerlo ahí para demostrar lo rápido que va la tecnología», dice Coyne.

Foto: Pat Graham

Foto: Pat Graham

Steve Albini (Big Black, Shellac)Travis Bean TB500

La prodigiosa carrera de Steve Albini como productor (Sparklehorse, Nirvana, The Stooges, Pixies, PJ Harvey…) eclipsa en ocasiones sus dotes como guitarrista.

Para tocar siempre ha optado por el mismo modelo de guitarra, la Travis Bean TB500 de mástil de aluminio, la misma que utilizó Jerry García (Grateful Dead). Albini probó el modelo en una tienda cuando era adolescente y no paró hasta que encontró un modelo de segunda mano a través de un coleccionista.

Nunca la ha tratado con dulzura, pero al instrumento no parece importarle. «Siempre hemos cooperado entre nosotros», dice.

Ánxel Grove

Otras novelas que también hicieron boom

Seis obras del boom

Seis obras del boom

Las seis novelas cuyas primeras ediciones aparecen en el mosaico de la izquierda justificarían por sí mismas y sin añadidos de mercadotecnia editorial o compadreos de cátedras universitarias cualquier movimiento literario.

Sucede que fueron editadas con pocos años de diferencia —a mediados de los sesenta— y en una misma región del planeta, la América en la que se habla sobre todo español, y sucede también que algunas editoriales de Barcelona vieron en aquel momento, y dada la pésima salud de la literatura española de entonces, la oportunidad de hacer negocio publicando buenos libros —no todas con el mismo buen ojo: el venerado Carlos Barral rechazó en 1966, y se pasó la vida lamentándolo, el manuscrito que le acaba de remitir un joven escritor colombiano de una novela titulada Cien años de soledad que con el paso del tiempo vendería, que sepamos, casi 40 millones de copias—.

A aquellos autores más o menos coetáneos les pusieron con presteza un nombre sonoro, boom, que recordaba, no por casualidad, el todavía fresco (1959) triunfo de los castristas en Cuba. Algunos de los escritores del boom vivían en el exilio, otros malvivían con el periodismo pagado por pieza; unos veneraban a Faulkner y sus territorios míticos, mientras que otros preferían el indigenismo derivado del Popol Vuh y sus muchas encarnaciones; a veces se reunían y bebían mucho whisky pero, pasados unos años, terminaron dándose potentes cuchilladas metafóricas unos a otros, casi siempre por un quítame allá esos misiles o, como es tradición entre los lationamericanos, por la forma de interpretar la palabra revolución.

A la derecha, Cortázar. A la izquierda arriba, García Márquez. Abajo, Vargas Llosa y su segunda mujer, Patricia.

A la derecha, Cortázar. A la izquierda arriba, García Márquez. Abajo, Vargas Llosa y su segunda mujer, Patricia.

Nadie puede precisar cuándo empezó el boom porque nadie lo sabe y la fecha es opinable (unos conjeturan que en 1960, otros dicen que en 1962, otros que en 1963 y otros, a los que humildemente me sumo, pensamos que todo había empezado en los años cincuenta, con Juan Rulfo, Adolfo Bioy Casares y Jorge Luis Borges, sin cuya paternidad la descendencia hubiera sido otra), pero algunos se han empeñado en celebrar este año el 50º aniversario del fenómenos editorial.

Aunque las razones para la celebración del medio siglo son peregrinas —se cita un cierto Congreso de Intelectuales de Concepción (Chile), celebrado en enero de 1962 y al que no asistieron más que un grupo de escritores de la órbita marxista (el comisario Neruda entre ellos, desde luego) y en el que Carlos Fuentes pronunció una frase de vergüenza ajena que resume el ambiente: «política y literatura son inseparables y Latinoamérica sólo puede mirar hacia Cuba»— y la reseña de los 50 años resulta complaciente y preñada de colegueo o intereses comerciales —no se menciona, por ejemplo, el daño colateral causado por el boom, en cuyos posos se asienta la epidemia perniciosa del realismo mágico de bata y zapatillas de Isabelita Allende y otros tan lánguidos como ella—, no me importa entrar en el juego, sobre todo porque creo que la mejor literatura en español de los siglos XX y XXI, quizá la única que merece ser llamada literatura, procede de las Américas.

Siguiendo el juego que propuso hace unos días Arsenio Escolar con sus diez libros favoritos del boom —y alertando que Arsenio me gana de largo como rata de biblioteca—, les dejo una lista de siete novelas menores que también hicieron boom pese a que los méritos casi siempre fueron para otras. Advierto que llevo años sin leer algunas, de modo que acudo a la cada día más débil memoria para recuperar sentimientos. Una nota, digamos, técnica: las imágenes de las cubiertas son de las primeras ediciones, inencontrables hoy, pero los vínculos en los títulos remiten a la edición más barata de las que todavía están en el mercado.

"Los Premios"

«Los Premios»

El monstruo que engendró Rayuela
Los premios
. Julio Cortázar
, 1960

La primera novela de Cortázar que encontró editor tras el rechazo de sus dos primeros manuscritos, tiene bastante del ambiente opresivo desarrollado en las zonas opacas de la vida cotidiana que encontramos en sus magistrales relatos —ya había publicado tres tomos de cuentos—.

Un grupo muy heterogéneo de personas gana un premio para viajar en un barco. En esa atmósfera cerrada el narrador habla como en astillas y deja que sea el lector quien recomponga la acción, adelantando la fórmula que Cortázar depurará en Rayuela tres años más tarde. No es casualidad que uno de los protagonistas de la ópera prima sea un tal Horacio Oliveira, el personaje central al que Cortázar colocará a la deriva en el París de Rayuela.

Novela del absurdo y la búsqueda inútil, porque toda búsqueda conduce a la destrucción, Los premios, que el escritor redactó en París mientras vivía en una aguda penuria material, Cortázar intenta construir una novela híbrida como «un monstruo, uno de esos monstruos que el hombre acepta, mantiene a su lado; mezcla de heterogeneidades, grifo convertido en animal doméstico«.

Como dice uno de los angustiados personajes, ya no se trata de entender la realidad, sino de «abrazar la creación desde su verdadera base analógica. Romper el tiempo-espacio que es un nivel plagado de defectos«.

"Crónica de San Gabriel"

«Crónica de San Gabriel»

La falsa arcadia del campo
Crónica de San Gabrie
l. Julio Ramón Ribeyro
, 1960

Julio Ramón Ribeyro, un ser desprendido, una bendita persona, es uno de los escritores que militan con injusticia en la segunda división del boom pese a su amplia producción de cuentos y su papel capital en el realismo urbano latinoamericano.

Crónica de San Gabriel, escrita durante un viaje de juventud por Europa, en el invierno polar de Munich («sin saber alemán y en una pensión en donde era imposible comunicarse por desconocer el idioma … comencé pues a escribir para salirme del entorno en el que vivía e imaginaba todo el tiempo que pasaba unas plácidas vacaciones en la sierra peruana»), es una de las mejores novelas de iniciación en español del siglo XX.

La peripecia del adolescente Lucho en una hacienda de montaña le obliga a descubrir que la arcadia del campo es sólo una abstracción y que le han enviado a un lugar donde «el pez más grande se come al chico» y «los débiles no tienen derecho a vivir».

Un descarnado libro fabricado con maña por un escritor que opinaba que «la historia puede ser real o inventada. Si es real ,debe parecer inventada, y si es inventada, real».

"El coronel no tiene quien le escriba"

«El coronel no tiene quien le escriba»

La novela rusa de Gabo
El coronel no tiene quien le escriba
, Gabriel García Márquez
, 1961

Pregunta: Dime, qué comemos. Respuesta (pura, explícita, invencible): Mierda.

El celebre intercambio de palabras que resume episódicamente la gran novela corta que García Márquez publicó seis años antes de Cien años de soledad, es suficiente: estamos ante una voz narrativa de una extraña resonancia, capaz de contener todas las voces de un pueblo.

El coronel no tiene quien le escriba es la dulce y desoladora crónica de una espera sin futuro: la pensión que nunca llega. A partir de la situación dramática, todo está salpicado por el humor explosivo y bravo del Caribe que tan bien sabe explotar el autor.

Contenida y sobria, carente de los excesos de estilo que acaso lastren algunas obras posteriores del colombiano, es, como menciona Caballero Bonald, un «acabado modelo de sencillez, de naturalidad discursiva y hasta de inocencia verbal», donde hasta lo complejo se muestra de modo escueto.

La historia de un personaje insular y solo, una bellísima obra de tintes rusos bajo el martirio del sol.

"El lugar sin límites"

«El lugar sin límites»

 Apuesta por los perdedores
El lugar sin límites
. José Donoso
, 1965

Estridente en la esfera privada, de la que solamente supimos  en detalle (homosexualidad reprimida, egocentrismo, neurosis) tras su muerte en 1996, el chileno José Donoso tampoco merece el lugar secundario que algunos le adjudican en el canon del boom.

El lugar sin límites desarrolla la vida miserable en El Olivo, una ciudad ruin y venida a menos, y disecciona la sociedad local, que es un eco de la sociedad chilena, católica, ultranacionalista y muy conservadora en lo social, a través del burdel que gestiona Manuela González, un homosexual travestido.

Con pinceladas que pueden provenir del estilo enfático de Conrad y Graham Greene y una prosa telegráfica que tiene de más una conexión con la de Hemingway, Donoso apuesta por los perdedores y saca pecho ante el dolor. Pese a que es más conocido por la experimental El obsceno pájaro de la noche (1970), yo prefiero la negrura marginal de su novela de burdeles, apariencias y dobleces.

"Los cachorros"

«Los cachorros»

Frenética musicalidad
Los cachorros
. Mario Vargas Llosa
, 1967

Cuando Vargas Llosa escribió Los cachorros tenía 29 años y era el más joven de los escritores del boom. La circunstancia no tiene valor, pero ayuda a explicar por qué la obra es la de mayor calado generacional del grupo y, al tiempo, la de más acelerada narrativa.

De una precisión que aturde y escrita con tanta urgencia que la lectura resulta angustiosa (y tóxica), la vida de Pichula Cuéllar, un distinto —no diré por qué para no incurrir en el spoiler— es presentada con una fluidez desbordante y experimental (diálogos sin marcas, cambios de persona en el habla narrativa), pero nunca trivial ni caprichosa.

El gran Roberto Bolaño, quizá el descendiente más brillante de los escritores del boom, destacó la «musicalidad sustentad en el habla cotidiana» de Los cachorros y añadió: «El descenso a los infiernos, narrado entre grititos y susurros, es de alguna manera el descenso a otro tipo de infierno al que se verán abocados los narradores. De hecho, lo que aterroriza a los narradores es que Pichula Cuéllar es uno de ellos y que empeña, de forma natural, su voluntad en ser uno de ellos (…) Toda anomalía es infernal, aunque tras la destrucción de Cuéllar lo que las voces que arman el relato tienen ante sí es la planicie de la madurez, la tranquila destrucción de sus cuerpos, la resignada y total aceptación de una mediocridad burguesa».

Tras esta magistral novela, publicada por primera vez con fotos de Xavier Miserachs, Vargas Llosa logró el empuje necesario para abordar su obra mejor y más ambiciosa, Conversación en la Catedral (1969).

"De dónde son los cantantes"

«De dónde son los cantantes»

El cubano extranjero
De dónde son los cantantes
. Severo Sarduy
, 1967

Los cubanos citados en todos los elencos del boom son Guillermo Cabrera Infante, Alejo Carpentier y José Lezama Lima.

Que olviden a Severo Sarduy es inexplicable, aunque quizá algo tenga que ver su proclamada extranjeríase consideraba más europeo que caribeño, renegó del tropicalismo de la patria y de los trabajos como periodista en revistas revolucionarias para embarcarse en la experimentación de la metaficción parisina de Tel Quel y buscó en el budismo una explicación vital—.

De dónde son los cantantes construye una imagen de La Habana, la ciudad a la que nunca regresó desde 1960, con las voces superpuestas de las tres grandes herencias que conformaron la identidad local: lo español, lo africano y lo chino.

Carnavalesca, paródica y y barroca, la novela es, según Sarduy, un «collage hacia adentro», y prefigura la que sería su obra más celebrada, Cobra (1972).

"Cicatrices"

«Cicatrices»

El gran olvidado
Cicatrices
. Juan José Saer
, 1969

Lean: «Hay esa porquería de luz de junio, mala, entrando por la vidriera. Estoy inclinado sobre la mesa, haciendo deslizar el taco, listo para tirar. La colorada y la blanca —mi bola es la de punto— están del otro lado de la mesa, cerca del rincón. Tengo que golpear suavecito, para que mi bola corra muy despacio, choque primero con la colorada, después con la blanca y pegue después en la baranda entre la colorada y la blanca: la colorada va a golpear contra la baranda lateral, antes de que mi bola choque contra la baranda del fondo, hacia la que tiene que ir en línea oblicua después de chocar contra la blanca».

Ahora intenten responder —yo no sé o no puedo o no quiero—: ¿por qué Juan José Saer, uno de los escritores más deslumbrantes en español no fue reconocido hasta los años ochenta y murió en 2005 sin haber sido apenas publicado en España?

Su ciclo de novelas sobre Santa Fe, la localidad argentina en la que vivió exiliado antes de optar, en 1968, por la migración trasatlántica en París, son equívocas: el lector las sobrevuela con levedad hasta que, bien pronto, se siente dentro de una caverna donde él mismo participa de un rito de memoria colectiva.

Mi favorita es Cicatrices, la historia de un crimen (un obrero del metal mata a su mujer el uno de mayo) contada por cuatro narradores diferentes en un ejercicio sutil de lírica política.

Ricardo Piglia ha dicho que «la prosa de Saer, que parece surgir de la nada, que se produce a sí misma con la misma perfección desde el principio, es en realidad una elaboración muy sutil de la gran poesía escrita en lengua española«. Tiene toda la razón.

Ánxel Grove

Drácula, el personaje que engulló a Bram Stoker

El Drácula de Coppola, interpretado por Gary Oldman

El Drácula de Coppola, interpretado por Gary Oldman

Cuando Bram Stoker (1847-1912) publicó Drácula (1897) en Londres las buenas críticas tardaron en llegar. Muchos no sabían qué pensar de la extravagante historia: algunas de las publicaciones captaron al instante la grandeza de la novela, otras la tachaban de «empalagosa» o «demasiado extraña». Hubo incluso quien acusó a Stoker de no ser el autor: la calidad literaria de Drácula era muy superior a la de sus trabajos anteriores.

El personaje del Conde Drácula era una herencia de la literatura de vampiros del romanticismo tardío que, al igual que Frankenstein o el moderno prometeo de la escritora inglesa Mary Shelley, exploraban la anomalía, el destierro del diferente, el terror hacia lo que no conocemos.

El vampiro (1819) del inglés John William Polidori fue una de las narraciones de vampiros de mayor éxito anteriores a Drácula y la primera en presentar al personaje demoniaco como un caballero y no como una bestia chupasangre. Carmilla (1872), el cuento del irlandés Joseph Sheridan Le Fanu, fue seguramente la historia de más éxito, protagonizada por una mujer vampiro que, dominada por el espíritu de un ancestro, intenta poseer a una joven.

Detalle de un grabado de 1499 que muestra a Vlad Tepes con sus víctimas

Detalle de un grabado de 1499 que muestra a Vlad Tepes con sus víctimas

Stoker también se basó en hechos históricos para configurar a su famoso conde. De la historia del noble Vlad Tepes (1431-1476), héroe transilvano que se enfrentó a la invasión turca de Rumanía, se quedó con la leyenda de su carácter sanguinario (apoyada por testimonios escritos y grabados) que dice que Tepes empalaba a los turcos y bebió sangre de los invasores.

Se cumplen 100 años de la muerte de Bram Stoker, el autor de la novela de la que nació el Conde Drácula. El personaje del que más adaptaciones se han hecho tras Sherlock Holmes se somete desde su nacimiento a las versiones y a las actualizaciones más radicales. El teatro y el cine lo capturaron y no piensan soltarlo, pero él parece encantado de transformarse según las modas, los gustos personales y las fobias de quienes lo han llevado de la literatura al teatro y al cine. No piensa morir.

Programa de mano de la única representación de la  'adaptación' de Stoker

Programa de mano de la única representación de la ‘adaptación’ de Stoker

Esta semana el Cotilleando a… es un repaso a algunas de las caras de Drácula, el ser que con su popularidad, ha eclipsado cualquier otro aspecto de la vida de su creador y lo ha engullido con nuestro consentimiento.

1. El Drácula precoz. Bram Stoker fue el autor de la precoz primera adaptación de Drácula, que se estrenó unos días antes de que saliera la novela. Dracula, or The Un-Dead (Drácula o el no-muerto) fue representada una sola vez el 17 de mayo de 1897 en el Lyceum Theater de Londres. El libreto era tan fiel al libro que la obra duraba casi cinco horas, se detenía en eternos monólogos, sembraba la confusión en el espectador por el constante cambio de escenas (47 en total, divididas en cinco actos) y tenía una sobreabundancia de personajes.

Stoker quería que el popular actor victoriano Henry Irving (también director del Lyceum) interpretara al conde y parece ser que la elegante figura y las exquisitas maneras de la estella inspiraron el lado más fino de Drácula en la novela. Irving se negó, aunque sí fue a ver la demencial representación, que describió después como «espantosa».

Uno de los dos fotogramas que se conservan de 'Drakula halála'

Uno de los dos fotogramas que se conservan de ‘Drakula halála’

2. La película perdida. El director húngaro Károly Lajthay (1886-1945) fue el primero en llevar el personaje al cine. De la película muda Drakula halála (La muerte de Drácula), estrenada en 1921, sólo se conservan dos fotogramas. Se sabe que se estrenó en Viena y se proyectó en varios cines de Europa. Con el éxito del largometraje, Lajthay aprovechó para relanzarlo en su país y lo reestrenó en Budapest en 1923.

Lo poco que se conoce de la trama coincide sólo parcialmente con la historia de Stoker: una inocente chica visita un tenebroso psiquiátrico y conoce a uno de los internos, que dice ser el Conde Drácula. A partir de ese encuentro ella tiene visiones que no distingue de la realidad. Él la atrapa mentalmente con la fuerza de la hipnosis, pero no hay referencias a la sangre.

Nosferatu en la película de Murnau

Nosferatu en la película de Murnau

3. Nosferatu, el Drácula expresionista. El alemán Friedrich Wilhem Murnau (1888-1931) dirigió el primer acercamiento artístico a la historia del Conde, convertido en Nosferatu, un monstruo de uñas que se mueven como las garras de un ave de presa, más cercano a la bestia que al educado noble. Nosferatu, eine Syphonie des Grauens (Nosferatu, una sinfonía del horror) se estrenó en Berlín en 1922 y cautivó a los espectadores europeos (no tanto a los estadounidenses). Su inusual narrativa, los innovadores puntos de vista y la composición de las escenas acercan a la película a las corrientes artísticas alemanas más vanguardistas.

La transformación de Drácula en el conde Orlok (Nosferatu) se debe a una vulgaridad ajena al arte. El estudio con el que Murnau rodaba la película no quería pagar por los derechos de la historia a Florence, la viuda de Bram Stoker: cambiar los nombres y algunos detalles de la trama era una triquiñuela para ahorrar dinero, pero la heredera no tragó con la chapuza y los demandó igualmente por infringir el copyright. Ganó el juicio en 1925 y el tribunal ordenó la destrucción de todas las copias del film, que ya se había distribuido en varios países: la tarea resultó imposible y Nosferatu se salvó.

La vida del álter ego no terminó con la versión de Murnau. En 1979, Nosferatu: Phantom der Nacht (Nosferatu, fantasma de la noche) hace una interpretación fiel del primero. El director alemán Werner Herzog (que consideraba la película de Murnau, la mejor de la historia del cine alemán) la adaptó y la dirigió; Klaus Kinski interpretó al protagonista. La revisión enfatiza la terrible soledad del conde, rechazado, repulsivo para los humanos, cansado de vivir. En el año 2000 Nosferatu volvió a seducir al cine. Shadow of the Vampire (La sombra del vampiro), protagonizada por John Malkovich y Willem Dafoe, imagina el cómo se hizo de la película.

Béla Lugosi con el 'uniforme' de Drácula

Béla Lugosi con el ‘uniforme’ de Drácula

4. Drácula se pone el esmoquin. Era la indumentaria elegante de la ciudad moderna en los años veinte y treinta, la prenda opuesta al aura medieval del vampiro de la novela de Bram Stoker. El actor, dramaturgo y director de teatro Hamilton Deane —irlandés como el escritor— le puso por primera vez al conde un esmoquin en una adaptación teatral y descubrió que el traje era muy útil. Al acabar la representación el actor principal no tenía que cambiarse para acudir a cenas, recepciones y compromisos; además, la capa añadida le permitía desaparecer de escena agachando la cabeza y envolviéndose en la tela.

El Drácula (esta vez sonoro) dirigido por Tod Browning en 1931 y producida por los estudios Universal, presentaba a Béla Lugosi (que también había interpretado al Conde en el teatro con Deane) con el esmoquin y la capa, imitando la puesta en escena del irlandés. La historia fusionaba personajes, dejaba flecos sueltos y cometía torpezas varias; pero la película tenía una estética tan atractiva que pronto Lugosi se convirtió en la imagen oficial de Drácula, marcando incluso el modo en que debía hablar el conde con su fuerte acento húngaro.

Los estudios pasaron a ser, a partir de la película, productores de la primera serie de films de terror de Hollywood. Tras Drácula se estrenaron de 1931 a 1941 títulos como El doctor Frankenstein, La momia, El hombre invisible, La novia de Frankenstein y El hombre Lobo.

Christopher Lee

Christopher Lee

Béla Lugosi nunca se libró de los papeles de monstruo y parecía condenado a dar vida una y otra vez a Drácula. Adicto a la morfina, participó en películas de bajo presupuesto hasta su muerte a los 73 años, de un ataque al corazón, que sufrió mientras interpretaba su papel estrella. Lugosi fue enterrado, por petición de su hijo y su cuarta mujer, con el traje de vampiro que lo hizo inmortal en el cine.

5. Depredador sexual. Hammer Productions, la productora inglesa famosa por sus películas de terror entre los años cincuenta y setenta, continuó con la permanente presencia del vampiro en el cine. Christopher Lee también llevaba esmóquin en Drácula, la película dirigida por Terence Fisher en 1958: fue la primera de las siete veces que Lee  interpretó al personaje para la Hammer y ostenta el récord del actor que más hizo de Drácula en el cine.

Lee se expresa con actos y no con palabras. La conquista de las inocentes mortales es puramente física. Aunque desde la novela de Bram Stoker siempre ha existido un componente sexual en la relación del monstruo con sus víctimas, es con Christopher Lee cuando se acentúa el erotismo. Las mujeres, después de ser atacadas, se convierten en vampiros y se encomiendan a él para la eternidad. No es casualidad que en el largometraje haga aparición, incluso antes que el conde, una sensual vampiresa.

Drácula transformado para seducir a Mina

Drácula, en la película de Coppola, transformado para seducir a Mina

6. Coppola: vuelta a los orígenes. Los años sesenta, setenta y ochenta continuaron desvirtuando a la figura literaria, introduciéndola en historias cada vez más rebuscadas. Eran aventuras que unían el absurdo con el bajo presupuesto, Drácula podía enfrentarse a Billy el Niño, vivir con su mujer la Condesa Drácula en un castillo del desierto de Arizona o asociarse con el científico loco (descendiente del Doctor Frankenstein, por supuesto) que tiene un laboratorio en el que experimenta con chicas medio desnudas (seguramente el verdadero atractivo de la película).

En 1992 Francis Ford Coppola hizo una llamada al orden. El aspecto de Drácula es el más fiel al que imaginó Stoker: el pelo cano, la frente despejada, la mezcla de repulsión y elegancia… Drácula de Bram Stoker tenía un reparto irresistible: Gary Oldman interpretaba al Conde, Anthony Hopkins era el profesor Abraham Van Helsing, Keanu Reeves daba vida a Jonathan Harker y Winona Ryder se convertía en Mina Murray.

Tal vez la historia enerve un poco a los puristas. Coppola convierte la lucha del bien contra el mal en una historia de amor. Mina no es una mera víctima de la dominación vampírica, Drácula la persigue porque ve en ella el vivo retrato de su ancestral amada Elisabeta. El director, sin embargo, explora la capacidad de transformación del ser demoniaco y la progresiva juventud que alcanza gracias al poder revitalizante de la sangre, dos aspectos bastante olvidados hasta entonces.

Helena Celdrán

Lisbeth Salander, a la caza de Charles Dickens

Tres representaciones de Lisbeth Salander

Tres representaciones de Lisbeth Salander

Cinco años después de la publicación del tercer volumen de la serie Millennium en el mundo se han vendido unos 65 millones de ejemplares de los libros, que están camino de convertirse en las obras de ficción más vendidas de toda la historia: se acepta que la primera es Historia de dos Ciudades, con más de 200 millones de unidades, pero la obra de Charles Dickens lleva en el mercado desde 1859 y las novelas de Stieg Larsson aparecieron en 2005, 2006 y 2007.

Aceptemos la opinión entusiamada de Mario Vargas Llosa («he leído Millennium con la felicidad y excitación febril con que de niño leía a Dumas o Dickens. Fantástica. Esta trilogía nos conforta secretamente. Tal vez todo no esté perdido en este mundo imperfecto») o nos sobrecoja la duda sobre por qué nos gustan tanto las malas novelas y sus abundantes clichés —antes de seguir, aquí está mi confesión: me fascinó el primer volumen, que acabé en dos días; me gustó moderadamente el segundo y no pude terminar el tercero, que me pareció un manuscrito falto de dos o tres correcciones a fondo—, lo cierto es que los personajes creados por el prematuramente muerto periodista y escritor sueco, en especial la heroína incorrecta Lisbeth Salander, han alcanzado la categoría de mitos con una premura muy propia del frenesí voraz de los tiempos.

Cubierta en coreano de uno de los libros de la saga Millennium

Cubierta en coreano de uno de los libros de la saga Millennium

Una búsqueda en Google a partir del nombre de la protagonista —hacker, punk, fumadora, bisexual, desinhibida, inteligente, justiciera, asocial, alegal, combativa («ningún sistema de seguridad es más fuerte que su usuario más débil»), posible enferma de Asperger, mal hablada, casi anoréxica (42 kilos), exresidente en siquiátricos y otros gulags estatales para los diferentes, excitante, ventitantos, metro y medio…— alcanza los casi tres millones de resultados. Lisbeth Salander influye en la moda, protagoniza un inminente cómic (dibujado por el catalán Josep Homs), se convierte en aplicación para smartphone, es citada como una resiliente de manual de psicología, se convierte en referente de la ética posmoderna de los antisistema («jamás habla con policías y funcionarios»), ejerce un feminismo extremo y es la más malota (y también la única atractiva) millonaria de ficción reseñada por la revisa Forbes.

Una constatación: la potencia inconstestable del impacto de Salander en su generación. En la web temática de los editores españoles del libro, Destino, hay mensajes de lectores, sobre todo mujeres, de este tono: «Una guerrera que se antepone a todo, que le dice a la sociedad mucho aunque no abra la boca»; «una antisocial, una luchadora innata, una singular hacker«; «hermosa, dura y tan frágil, que conmueve y una no puede dejar de solidarizar y empatizar con ella»; «una superviviente que lucha contra la adversidad. Y sí, este tipo de personajes que lucha contra algo está muy visto. La diferencia es que esta vez, la luchadora es una mujer, y lucha contra los hombres»; «por fin vemos una superwoman, no solo sexy y guapa…, sino inteligente y normal»…

Diseño de Jonathan Barker, ganador de un concurso 'online' sobre cubiertas alternativas de los libros de Larsson

Diseño de Jonathan Barker, ganador de un concurso ‘online’ sobre cubiertas alternativas de los libros de Larsson

Otra constatación, ésta de carácter personal. En la ciudad en la que vivo —no importa cuál: las ciudades occidentales son una misma ciudad repetida con matices diferenciales muy leves— abundan las librerías de segunda mano. En todas ellas, sin excepción, encuentro cada vez que entro docenas de ejemplares abandonados de las tres novelas de Larsson, Los hombres que no amaban a las mujeres, La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina y La reina en el palacio de las corrientes de aire.

Nunca entendí la deserción cuando se trata de un libro de esos que se te han pegado alma y no puedo evitar preguntarme si los apasionados lectores de la trilogía no desean releerla. Si esa es la norma, ¿hablamos de un fenómeno efímero y de corto alcance, de una tendencia muy siglo XXI de consumo rápido y abandono?, ¿prefieren los seguidores de las novelas la edición digital y han decidido, muy de acuerdo con la postpunk Salander, prescindir del engorro de los papeles y acumular sólo bytes? (Larson, por cierto fue el primer escritor de la historia en llegar al millón de ejemplares vendidos en e-book en Amazon)…

En otros términos, ¿representará Lisbeth Salander los valores de individualismo y libertad que Huck Finn representó para los jóvenes del siglo XIX y Holden Caulfield para los del XX?, ¿será capaz Larsson de alcanzar a Dickens? Acaso convenga estar preparados para el cambio de paradigma literario y conocer alguna circunstancia más del autor sueco: un idealista tan cegato como para aplicar un análisis troskista a la realidad actual, un activista de causas nobles, un fanático de la ciencia ficción, un testigo mudo y apático durante su adolescencia de una violación en grupo a una joven y, en fin, un escritor capaz —y pocos lo son— de agitar los ingredientes de su vida en el remolino de la ficción para subyugar a los lectores.

Stieg Larsson y sus padres, en torno a 1955

Stieg Larsson y sus padres, en torno a 1955

1. Hijo de adolescentes en la mina más sucia. Karl Stig-Earland Larsson —cambió su nombre de pila más tarde por el de Stieg— nace el 15 de agosto de 1954 en el pueblo de Skelleftehamn, un villorrio pesquero situado 600 kilómetros al norte de Estocolmo y no demasiado lejos del Círculo Polar. Sus padres se habían conocido un año antes, cuando tenían quince. Ella, Vivianne Böstrom, se queda preñada casi de inmediato. Viven en pareja y en condiciones casi miserables en un apartamento de una sola estancia y sin calefacción. El padre, Erland Larsson, trabaja en la mina de Rönnskärsverken, una de las industrias más sucias y contaminantes de los países nórdicos por los excedentes de ácido sulfúrico derivados de los procesos de extracción de la factoría, propiedad del holding Boliden AB —causante del desastre ecológico de Aznalcóllar en el parque de Doñana en 1998—. Los sindicatos dicen que los empleados de la mina sueca estornudan sangre y mueren antes de los 50. El gobierno jamás investiga las denuncias.

2. La colaboración de Suecia con Hitler, revelada por el abuelo. Cuando los padres de Stieg se marchan a Estocolmo en busca de un futuro algo mejor, el niño, de un año, queda al cuidado de los abuelos maternos Severin y Tekla, con quienes vive hasta los nueve. Severin, que había sido militante antinazi y seguía creyendo en las bondades del comunismo ortodoxo, cuenta al niño el episodio más oscuro de la historia reciente de Suecia. Aunque el país era en teoría neutral durante la II Guerra Mundial, lo cierto es que actuó como un socio colaborador del nazismo: aportó materias primas (hierro y otros minerales) a la industria bélica alemana, permitió que millones de soldados de Hitler atravesasen su territorio para llegar a Noruega, Dinamarca y Finlandia y censuró toda la propaganda antinazi. Unos 300.000 comunistas, anarquistas o liberales con conciencia fueron encerrados en campos de concentración.  La revelación de este deshonroso secreto nacional, que rara vez se menciona en público en Suecia, conmociona al pequeño Stieg y se convierte en uno de los motivos de su vida.

Larsson y su máquina de escribir

Larsson y su máquina de escribir

3. Propensión genética a los ataques al corazón. Si algo está escrito en los genes de la rama materna de Larsson es le propensión a los infartos tempranos. El abuelo Severin muere de uno en 1962, a los 55 años. La abuela, de otro, en 1968, a los 57. La madre, en 1991, a los 55.

4. La máquina. Cuando Stieg cumple 12 años, sus padres —a quienes las cosas les van mejor: trabajan en comercios, habían tenido otro hijo y viven en Umeå— le regalan una máquina de escribir Facit, de hierro y muy ruidosa. Los padres se arrepienten: el chico no para de teclear —temas favoritos: política, ciencia ficción y diexismo (escuchar e identificar emisoras de radio lejanas y exóticas)—. Entre el receptor de radio y la Facit es tanta la gresca que los Larsson alquilan un pequeño local para Stieg y sus cacharros en un sótano del edificio colindante.

5. Maoísta y testigo de una violación. Cada vez más radical en sus postulados, en 1969 y en plena campaña mundial de protestas contra la intervención de los EE UU en Vietnam —no censurada por el gobierno socialdemócrata sueco—, Stieg se alista en un partido maoísta, el DFFG, y se declara «antirracista y feminista». Ese mismo año, en un campamento de verano, es testigo de cómo varios adolescentes, algunos de ellos amigos suyos, violan a una chica. Stieg no interviene. Más tarde encuentra a la muchacha e intenta pedirle perdón. Ella lo increpa por cobarde. Se ha publicado que el nombre de la víctima era Lisbeth.

Stieg Larsson y Eva Gabrielsson en 1980

Stieg Larsson y Eva Gabrielsson en 1980

6. Rechazado como periodista. Tras intentar sin éxito entrar en una escuela de Periodismo (suspende el examen de admisión) y trabajar como cerrajero, repartidor de prensa y empleado de una lavandería, empieza a publicar piezas en fanzines de ciencia ficción. En 1973 conoce en una manifestación antibélica a la estudiante de Arquitectura Eva Gabrielsson. Vivirán juntos hasta la muerte de Larsson.

7. Instructor de granaderas en Eritrea. En 1977, ya alejado del maoísmo y afiliado al minúsculo partido troskista sueco, en cuyas publicaciones firma piezas con el seudónimo Severin, en honor a su abuelo, organiza un viaje a Eritrea para intentar entrar en contacto con la guerrilla comunista del Eritrean’s People Liberation Front. Antes de dejar Suecia escribe dos cartas que rotula: «Abrir sólo tras mi muerte». Una es una declaración de amor a Eva y la segunda un «testamento» mediante el cual dona sus escasas pertenencias a la Liga de Trabajadores Communistas, un sindicato troskista. Tras un difícil viaje, Larsson logra contactar con los guerrilleros y entrena a mujeres en el uso de granadas con las técnicas básicas que había aprendido unos años antes durante el servicio militar. Tiene que regresar a toda prisa a Suecia por una gravísima infección renal complicada con altas fiebres provocadas por la malaria.

Portada del primer número de "Expo"

Portada del primer número de «Expo»

8. «Amenaza contra la raza blanca». Para ganarse la vida trabaja como ilustrador, desde 1979, en la agencia Tidningarnas Telegrambyrå, pero lo que de verdad le apasiona es escribir sobre antifascismo y racismo. En 1987 rompe sus lazos con los troskistas y en 1991 edita su primer libro, Extremhögern (Extrema derecha), con la periodista Anna-Lenna Lodenius. Se compromete con la facción sueca de Stop Racism y forma parte del núcleo fundador de la revista Expo, apadrinada por una fundación sin ánimo de lucro. Publican el primer número en 1995 y anuncian que se dedicarán al periodismo de investigación para detener el ascenso del neonazismo en Suecia. Un año más tarde un grupo supremacista publica una foto y la dirección de Larsson, sugiriendo que debía «ser eliminado por tratarse de una amenaza contra la raza blanca»; la redacción de la revista es atacada por una pandilla de extremistas y los datos personales de Larsson aparecen también en poder de un detenido por conexiones neonazis que había sido oficial de las SS de Hitler y en los domicilios de los acusados de asesinar al líder sindical Björn Söderberg. En una época en que varios periodistas suecos sufren atentados, uno de ellos mortal, la Policía ofrece a Larsson escolta durante meses. El periodista publica un libro sobre el partido político Sverigeremokraterna (Demócratas de Suecia), que enmascara una ideología de extrema derecha bajo una apariencia nacionalista.

Stieg Larsson

Stieg Larsson

9. Los primeros editores no abrieron el sobre con el manuscrito. En 2002, durante las vacaciones de verano, Larsson empieza a desarrollar lo que será la trilogía Millennium. Tras dejar que Eva y unos cuantos amigos íntimos lean los manuscritos de las dos primeras novelas, las envía, en 2003, a la editorial Piratförlaget, donde nunca, como ellos mismos han reconocido, llegaron a abrir el sobre, devolviéndolo con una carta formal de rechazo. En la segunda editora, la legendaria Norstedts, sí leen las piezas y le ofrecen de inmediato al autor un contrato por tres novelas y un avance de derechos de 70.000 euros. Es abril de 2004. El 15 de agosto Larsson cumple 50 años. Va a celebrar una fiesta pero la pospone para seguir escribiendo ficción. Sus amigos le encuentran más feliz que nunca. Incluso ha engordado.

10. «Quizá sí, me duele el pecho». El 9 de noviembre de 2004 tiene una cita en la oficina de Expo. Al llegar encuentra el ascensor averiado y sube los siete pisos a pie. Llega pálido, sudoroso, desencajado. Sus compañeros le preguntan si se siente mal, si quiere que llamen a una ambulancia. «Quizá sí, me duele el pecho», dice antes de desplomarse con un ataque al corazón. Muere una hora más tarde, en el hospital.

Cubierta de la primera edición en Suecia del libro inicial de la saga

Cubierta de la primera edición en Suecia del libro inicial de la saga

11. La batalla postmórtem por la fortuna.  Desde la publicación del primer tomo de la saga, que apareció en Suecia en agosto de 2005 con el título Män som hatar kvinnor (Los hombres que odian a las mujeres) —luego sustituido en algunas partes del mundo por el mucho más comercial de The Girl With the Dragon Tattoo (La chica con el tatuaje del dragón)—, y con la mundialización milmillonaria de las novelas, una amarga batalla legal y moral se desata entre el padre y el hermano del escritor y Eva Gabrielsson. Las leyes suecas no reconocen derechos de herencia a las parejas de hecho y la compañera de Larsson durante tres décadas no ha recibido ni un centavo de la fortuna que han generado las novelas y sus adaptaciones al cine. Ella sostiene que el padre y el hermano se desentendieron siempre de Larsson, pero algunos amigos íntimos de éste, como el militante antiracista Kurdo Baksi, dicen lo contrario. El escritor murió sin dejar otro testamento que aquella carta escrita antes de viajer a Eritrea en 1977. Los tribunales suecos han fallado en contra de la media docena de militantes del grupo troskista que quisieron hacer valer su derecho a la fortuna porque la disposición de la carta, según el fallo judicial, sólo era válida si Larsson fallecía en el viaje a Eritrea.

Stieg Larsson

Stieg Larsson

12. Nazis parlamentarios. En las elecciones de 2010, los Demócratas de Suecia, tras una campaña electoral propugnando el odio racial, obtienen 20 escaños en el Parlamento de Suecia. Es la primera vez que un grupo filonazi entra en el Riksdag desde la II Guerra Mundial.

13. La venganza de Dios. Al parecer, Larsson tuvo tiempo de escribir un manuscrito casi completo de otra novela y notas para algunas más. Es posible que Eva Gabrielsson tenga el original inédito, pero estaría en un ordenador portátil que pertenecía a la revista Expo. ¿De qué va la novela? Sabemos que se desarrolla en parte en el noroeste de Canadá, que Lisbeth Salander «se deshace de sus enemigos y de sus propios demonios» y que el tíulo que manejaba Larsson era La venganza de Dios.


14. Dos canciones (y 240 tazas de café). En las tres novelas de Larsson, pese al retrato naturalista de la sociedad cerebral y neurótica de Suecia, no hay apenas alcohol —Lisbeth es abstemia y el periodista Mikael Blomkvist sólo se regala algún malta añejo en momentos especiales—, aunque sí muchas tazas de café (240) e incluso una máquina para hacer espresso, la Jura Impressa X7, que cuesta unos 3.000 euros, aunque el escritor, en un patinazo, le otorga el valor de 10.0000. Como buen hijo de los años cincuenta, Larsson incluye en la saga dos guiños musicales muy pertinentes: Maria, un tema de Blondie de 1999 que habla sobre una chica a la que todo «le importa muy poco» y Cat People (Putting Out the Fire), de David Bowie (1982), que gira en torno a la idea de «apagar el fuego con gasolina».

Lisbet, Modesty y Pippi

Lisbet, Modesty y Pippi

15. ¿Quién es Lisbeth? En Lisbeth Salander los analistas y semiólogos han encontrado rasgos de Pippi Långstrump, el personaje de ficción de la escritora sueca Astrid Lindgren. Como Pippi, Lisbeth es la niña más fuerte del mundo, más que cualquier hombre, y se mueve a gran velocidad. Otro personaje-espejo es Modesty Blaise, una chica sin nombre y de pasado criminal que conoce extrañas artes de lucha y se enfrenta a villanos excéntricos entre los que abundan los «fantasmas» de su propio pasado. Sin embargo, parece que la verdadera inspiración de Larsson es su sobrina Therese, con la que cruzó centenares de emails mientras redactaba las novelas para palpar la sensibilidad adolescente. La chica, que tenía entonces 15 años, era muy flaca, vestía de negro a lo punk y se metía sin miedo en peleas contra chicos. Fue muy sincera con su tío en el intercambio y se mostró confesional y encantada de colaborar. Therese, que nunca ha hablado sobre su marca sobre el personaje, recibió de Larsson el mejor de los elogios: «Lisbeth Salander eres tú».

Ánxel Grove

La caja registradora post mórtem de los Beatles sigue funcionando: «Magical Mistery Tour»

"Magical Mistery Tourt" Collectors Box

«Magical Mistery Tourt» Collectors Box

Aunque la caja registradora no deja de sonar en el negocio post mórtem de ganancias más abultadas de toda la historia, los propietarios de la marca The BeatlesPaul McCartney, ese tipo vegetariano y magnánimo que sólo cobró 1,6 euros por vender ideología consoladora y patriotera en la apertura de los Juegos Olímpicos;  Ringo Starr y las viudísimas Yoko Ono Lennon y Olivia Harrison— no están dispuestos a que los ingresos dejen de fluir.

Apple Corps Ltd, el holding que administra el legado del mejor grupo de música pop de todos los tiempos, tiene un equipo legal que no deja escapar ninguna oportunidad de engordar la cuenta de resultados, sea demandando a Nike por usar una canción en un spot o a la otra Apple, el monopolio tecnológico, por apropiación de nombre y logotipo.

En el segundo caso, los milmillonarios se entendieron y ambas empresas, la de los Beatles y la del también difunto con posibles Steve Jobs, se aliaron a finales de 2010 para sacar tajada juntos a través de la tienda online iTunes. La santa alianza entre el par de manzanas ha sido uno de los grandes pelotazos financieros del siglo XXI: dos meses después de que el catálogo beatle saliera al mercado, Apple —la de Jobs— había despachado cinco millones de canciones y un milón de álbumes.

Los cuatro 'beatles' en 1967

Los cuatro ‘beatles’ en 1967

Así las cosas y pese a que los exbeatles o sus herederos sólo reciben, según los países de los que se trate, entre un 33 y un 50% de las regalías generadas por sus canciones —el resto se lo lleva la empresa montada por la multinacional Sony y Michael Jackson, que en 1985 compró parte de los derechos de 250 temas del catálogo de Lennon y McCartney por 36,5 millones de euros—, John Lennon (es decir, su avatar Yoko Ono) es uno de los muertos que más dinero gana desde el más allá: en 2009 ingresó 15 millones de dólares según Forbes (dos años antes fueron 44 millones). George Harrison, cuya contribución como compositor era muy pobre, más o menos una canción por álbum, tarifó 22 millones de 2007 por el pleito contra la discográfica EMI por regalías imapagadas.

Con unos mil millones de discos vendidos en todo el mundo, los Beatles son, empatados con Elvis Presley, los artistas más comerciales de la historia. La explotación de su exiguo catálogo —sólo existieron como grupo diez años, de 1960 a 1970— ha sido intensiva y despiadada desde finales del siglo XX: un aprovechamiento cruel del cariño con que los viejos y nuevos fans recuerdan la inigualable carrera de los Fab Four.

The Beatles Stereo Box Set (2009)

The Beatles Stereo Box Set (2009)

Si el proyecto Anthology (1 | 2 | 3), editado entre 1995 y 1996, jugaba con el factor arqueológico y permitía descubrir, pagando una buena pasta (ahora anda por 85 euros), la manera altamente creativa en que trabajaba el grupo en el estudio (aunque también cometía el pecado de la necrología publicitaria al manipular una maqueta de Lennon y resucitarlo tocando con los beatles vivos), la edición remasterizada de todos los discos del grupo en 2009 (140 euros, en principio costaba casi lo doble), que publican en vinilo el 12 de noviembre, con t-shirt incluida (230 euros), era una engañifa para exprimir a los hijos y nietos del público incondicional de la banda. Clientes que, por cierto, sólo debían buscar en la discoteca familiar para encontrar los mismos discos y con mejor sonido.

Aún peor fue el pobrísimo proyecto Love (2006), un mix montado para un espectáculo en Las Vegas del Cirque du Soleil que permitió a Sir George Martin —productor del grupo— conseguir un buen trabajo para su hijo Giles.

Cubierta original del doble EP "Magical Mistery Tour", 1967

Cubierta original del doble EP «Magical Mistery Tour», 1967

La última operación de ordeño de la agotada vaca llega ahora con la publicación y lanzamiento con fanfarria de Magical Mistery Tour, que en su edición de lujo para coleccionistas cuesta 53 euros (gran gancho: ¡un clip de 2:30 minutos titulado Ringo the actor, donde el batería reflexiona sobre su pasión por la actuación!). La película ya se ha estrenado en algunos cines de los EE UU. En España no hay fecha.

Aprovechando la jugada de McCartney, Ono, Harrison y Starr, que escamotean la avidez dineraria tras la presunta celebración del 45º aniversario del estreno de la película y el disco, hablemos de uno de los proyectos más descabellados de la factoría de sueños beatle: Magical Mistery Tour, una película desastrosa que produce vergüenza ajena y una casi perfecta colección de canciones.

Para empezar un trailer promocional. No es necesario creer lo que ofrece: se trata de publicidad.

La película que reeditan, de una hora de duración, fue estrenada el 26 de diciembre de 1967 —el boxing day de los británicos— por la BBC. Aunque los créditos atribuyen la dirección a los cuatro beatles, el film fue una idea de McCartney, que llevó la voz cantante y se encargó del guión (que había escrito, en abril del mismo año, durante un vuelo transoceánico entre los EE UU e Inglaterra), la puesta en escena y la realización.

Con muy poca maña cinematográfica, Magical Mistery Tour cuenta el atribulado y surreal viaje en un autobús Bedford —por supuesto, made in England— de un grupo de personas entre las que están los Beatles y algunos de sus colaboradores. No hay mucho más que contar. La historia es una deshilvanada sucesión de disparates y el resultado final deja al espectador una muy certera sensación de que acaba de ver el capricho de unos millonarios que se aburren y creen, dada su genialidad musical, que también pueden hacer cine.

Foto fija del 'clip' de "I am the walrus" en "Magical Mistery Tour"

Foto fija del ‘clip’ de «I am the walrus» en «Magical Mistery Tour»

La mayor parte del rodaje —que se les fue de las manos: 11 semanas de duración y diez horas de metraje— tuvo lugar en una base aérea abandonada de Kent en un momento de transición para el grupo: su descubridor y agente, Brian Epstein, había muerto en agosto de 1967 por una ingesta de barbirtúricos que oficialmente fue determinada como accidental;  acababan de conocer al falso santón Maharishi Mahesh Yogui, a cuya disciplina sectaria se apuntaron con entusiasmo inicial para descubrir bien pronto que el gurú sólo quería dinero y sexo —a Harrison le importó poco y siguió siendo fiel hasta la muerte al embacuador—, y el tremendo esfuerzo de Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band (junio de 1967), que les había dejado en una encrucijada creativa.

El estreno de la película en televisión fue recibido con unas merecidas muy malas críticas. Incluso la prensa británica aquejada de beatlemanía se preguntó qué pretendía el grupo con aquel ejercicio absurdo y pedante.

Interior del doble EP de "Magical Mistery Tour"

Interior del doble EP de «Magical Mistery Tour»

La música es otra cosa. El doble extended play inicial con la banda sonora de Magical Mistery Tour, primorosamente editado con un libreto-cómic (y un primerizo y torpe logotipo de la manzana de Apple), contiene seis canciones entre las que sólo sobra la babosa Your Mother Should Know, una baladita de McCartney en uno de sus momentos-sacarosa.

Los demás es oro puro, sobre todo I Am the Walrus, un viaje astral e inspiradísimo que está entre las mejores canciones compuestas por Lennon.

¿Consejo? Vean los vídeos de la película en Internet (los colocó tras el post), compren las canciones en ediciones baratas —el doble EP fue lanzado más tarde como álbum, con el añadido de algunos temas sueltos para completar el producto: se puede encontrar a precio decente (unos 8 euros)— y no contribuyan a que los hombres y viudas de negocios sigan viviendo con los réditos de lo que una vez fueron y nunca volverán a ser (McCartney) o sacando partido a las falsas lágrimas de luto eterno (Ono).

Ánxel Grove






Glenn Gould, mucho más que el pianista preferido de Hannibal Lecter

Dejaba una mano en el aire, como dirigiéndose a sí mismo; la otra atacaba las teclas del piano. Aderezaba con gruñidos y suspiros el rígido protocolo impuesto para la música clásica, musitaba a ratos las melodías, agachaba la cabeza como en un ceremonial.

Se cumplen 30 años de la muerte de Glenn Gould (1932-1982), el pianista canadiense que reinventó a Johann Sebastian Bach, desenmascaró la libertad del intérprete clásico y echó por tierra las convenciones sobre la postura, la actitud, el atuendo y la contención con los que se deben ejecutar un concierto de piano.

La postura de Gould frente al piano

La postura de Gould frente al piano

La hipocondría y la neurosis lo llevaron a sobremedicarse y a desarrollar paraonia. En el aislamiento encontraba el modo de remediar su extraño modo de relacionarse, pero sobre el manto de extrañeza y enfermedad bailaba siempre la música. Glenn Gould es uno de los intérpretes más famosos y admirados del siglo XX. Con una destreza técnica que combinaba con las mil aristas de su personalidad creó un filtro propio que coloreaba las obras inamovibles de Bach, Mozart, Beethoven, Haydn, Brahms, Prokofiev, Schoenberg, Scarlatti…

En el Cotilleando a… de esta semana repasamos la compleja figura de Gould, un virtuoso que muchos descubrieron algunos años después de su muerte por ser el pianista favorito de Hannibal —el canibal de refinada cultura imaginado por el novelista Thomas Harris— que (tanto en el libro como en la película El silencio de los corderos) escucha con devoción las Variaciones Golberg de Bach ejecutadas por el músico.

Envuelto en una manta

Envuelto en una manta

1.»El pelo necesita un corte y un cepillado». Una descripción con mala baba en un periódico de toque sensacionalista, tras un concierto de Gould a principios de los años sesenta en Chicago, decía: «Su apariencia es descuidada y alborotada. La ropa que lleva no le queda bien, el pelo necesita un corte y un cepillado, parece que llevara los bolsillos llenos de pomelos y camina como una imitación de Henry Fonda imitando a su vez al joven Abraham Lincoln. Siendo él mismo una parodia, va más allá de la parodia».

Por el aspecto Gould, los que no lo conocían podían suponer, al verlo por la calle, que rozaba la indigencia. Morris Gross, su abogado, recuerda que en una ocasión el músico fue detenido en Sarasota (Florida). Recibió una llamada de él narrando lo sucedido: «Estaba sentado en el banco de un parque y supongo que tratan de preservar la imagen de que viven en un lugar cálido también en invierno. Estaba sentado, no hacía nada inusual, y me arrestaron. La policía». Gross se limitó a preguntarle «¿qué llevabas puesto?».

El pianista y su inseparable asiento

El pianista y su inseparable asiento

Se sobreabrigaba, decía pasar frío constantemente y tenía un miedo patológico a caer enfermo, llevaba ropa ajada y poco elegante que podía sustituir, como mucho, por un traje negro que parecía quedarle siempre grande. Odiaba el frac con el que solían salir al escenario las grandes figuras de la música clásica.

2. La silla lo separaba del suelo 35 centímetros, lo justo para que las muñecas quedaran situadas por debajo o a la altura de las teclas. Su padre, Bert Gould, la había hecho a mano, guiado por las exigencias del artista y siempre fue la misma: cuando se deterioraron los cojines, continuó tocando sobre la estructura desnuda. Era una silla plegable sin la que no salía de casa, con las cuatro patas serradas y modificadas para que se pudieran ajustar individualmente.

El inspirador de la postura heterodoxa que Gould adoptó siempre frente al piano fue Alberto Guerrero, un pianista chileno de renombre en Canadá que con poco más de 50 años aceptó al niño de 10 (que desde los tres había estado utilizando el piano como juguete) como alumno. El maestro usaba un asiento bajo para arrastrar las teclas en lugar de golpearlas, convencido de que esa técnica mejoraba cada sonido.

Con las manos en agua caliente antes de una de las sesiones de las 'Variaciones Goldberg'

Con las manos en agua caliente antes de una de las sesiones de las ‘Variaciones Goldberg’

3. Pastillas, toallas y bufandas para las Variaciones Goldberg. Tras su debut con el sello canadiense Hallmark en 1952, llegó su primer trabajo de éxito. Todavía no había cumplido 23 años cuando grabó con Columbia Records en Nueva York Bach: The Goldberg Variations. El pianista llegó al estudio con su inseparable silla, bufandas y jerseys que se ponía incluso en los días más cálidos, un surtido de pastillas y una colección de toallas que mojaba en agua caliente y se aplicaba en las manos y en los antebrazos veinte minutos antes de ponerse a tocar. Un comunicado de prensa comenzó a vender la figura de Gould como un excéntrico empedernido que reaccionaba ante el más ligero cambio de temperatura en el estudio: «El técnico del aire acondicionado trabajó tan duro como el de sonido».

Pero la intensidad de las grabaciones eclipsó pronto los detalles banales sobre la figura del artista. Las Variaciones Goldberg, que Joan Sebastian Bach completó en 1741, se habían afrontado siempre como piezas cerebrales: Gould demostró que se podían convertir en pasionales sin desvirtuar las construcciones originales. La capacidad rítmica y la rapidez del pianista hicieron de las piezas ejercicios de vuelo. El disco acabó con muchas ideas preconcebidas e injustas sobre la música de Bach.

A Gould le bastó una semana de grabación para terminar el disco. Cuando dio por finalizado el trabajo, saludo sonriente a todo el equipo, recogió sus bártulos y volvió a Canadá.

Dirigiéndose a sí mismo

Dirigiéndose a sí mismo

4. Anticonciertos. Desde el comienzo de su carrera amenazó con dejar el escenario y centrarse en las grabaciones, era un conocido cancelador de conciertos y sus excusas solían ser relativas a la salud, pero la mayoría de las veces la negativa de salir a tocar era producto de una mezcla de hastío, rechazo ilógico hacia el auditorio en que tenía que actuar, terror a los aviones y, en conjunto, la alteración de las pequeñas costumbres que regían su vida: la comodidad del colchón de su cama, el agua del grifo, el cielo gris (en la casa familiar del lago Simcoe, en Ontario) que lo protegía de la agresividad del sol.

No le ilusionaba el contacto con la gente, disfrutaba tocando para sí mismo en soledad. «Por cada hora que pasas en compañía de otro ser humano, necesitas equis número de horas sólo. El aislamiento es un elemento indispensable de la felicidad humana«, decía en una entrevista.

A los 11 años, con su profesor Alberto Guerrero

A los 11 años, con su profesor Alberto Guerrero

Se sentía presionado por las observaciones que hacían los críticos sobre su aspecto y su gesticulación. Gould siempre sostuvo que su forma de actuar (considerada por muchos como mero exhibicionismo) era necesaria y mejoraba la calidad de su interpretación musical. Cuando el sonido de un piano no le gustaba del todo, los experimentos con la voz se volvían más frecuentes en un intento de suplir las carencias del instrumento. Además, aseguraba que el leve zumbido constante que suena como fondo en algunas de las grabaciones le permitía percibir la música internamente.

Dio su último concierto en 1964 en Los Ángeles (California), tenía 31 años. Muchos vieron en la decisión un suicidio profesional para un músico joven que debía darse baños de multitudes y cultivar la fama. Gould lo tenía claro: las actuaciones eran para él como un rodeo o un circo romano en el que él estaba siempre en el centro.

5. «Semirretiro». Tras su «semirretiro», afrontó las grabaciones como una exploración musical. «Ha sido una gran experiencia empezar a pensar a través de la música y no de un instrumento, no tener que especular cómo eran realmente Beethoven y Bach para comunicar esa teoría al público», declaraba en 1968. Su ambición por hacer que las interpretaciones siempre sonaran diferentes de las de otros pianistas a veces provocaba que incluso hiciera unos cambios en el tiempo y en la dinámica de las piezas. Eran tan radicales que costaba reconocerlas, como sucedió con su versión de la Sonata para piano nº 23 (Appassionata) de Beethoven. Tampoco dudó en darle a Mozart una textura discordante y percusiva, que le servía para hacer las paces con un compositor que nunca fue de su agrado.

Hizo pequeñas incursiones como escritor, dio charlas, colaboró en proyectos documentales y programas de televisión… En su mente comenzó a crecer la idea de que a los 50 años dejaría el piano por completo.

Gould en 1981

Gould en 1981

6. Volver a interpretar las Variaciones. «Conforme he ido haciéndome mayor, encuentro… que muchas de mis interpretaciones tempranas son demasiado rápidas para reconfortar. Con texturas complejas contraponiéndose, uno requiere cierta deliberación y (…) es la falta de esa calma lo que me molesta en la primera versión de Goldberg«. Gould volvió a ejecutar las Variaciones en 1981, un año antes de su muerte, con un ánimo más introspectivo. El eco crepuscular de la grabación se convirtió más tarde en el testamento del pianista.

Su última grabación fue en Nueva York, en septiembre de 1982, interpretando Sonata de piano en B menor, Op.5, de Richard Strauss. El día 25 de ese mes afrontó su 50 cumpleaños con poco ánimo por su larga lista de malestares físicos. Había llegado a la edad a la que había declarado que abandonaría su carrera de pianista y sospechaba que su cuerpo también había decidido abdicar. Dos días después sufrió un derrame cerebral. Murió el 4 de octubre en el Hospital General de Toronto.

Helena Celdrán

Músicos muertos ‘on the road’

El día que murió la música

El día que murió la música

Habitan la carretera —o esas otras formas de senda: las vías de tren, los corredores trazados en el cielo…— y por pura obligación estadística mueren sobre la carretera, on the road, en marcha de un lugar a otro para cantar mañana las mismas canciones que ayer.

En los primeros minutos de la madrugada inclemente del 3 de febrero de 1959 una avioneta Beechcraft Bonanza se estrelló en un maizal de Clear Lake-Iowa (EE UU). Murieron el piloto y los tres pasajeros, los músicos Buddy Holly, Ritchie Valens y Big Bopper. El impacto de la tragedia todavía es notable en la copia de la vieja portada de diario. Unos años después bautizaron la amarga jornada como el día que murió la música.

Hubo otros fallecidos por impactos y entre hierros, pero no estaban en tránsito laboral: el londinense Marc Bolan, muerto unos días antes de cumplir 30 en el interior de un Mini que conducía su novia, salía de un restaurante y se iba a casa a dormir; el texano Stevie Ray Vaughan, a los 36, cuando se estrelló el helicóptero que lo trasladaba a un curso de golf; Rockin’ Robin Roberts, a los 26, cuando, tras una fiesta muy loca, viajaba en un coche kamikaze que causó una colisión múltiple con incendio; Bobby Fuller, cuyo cadáver (24) fue encontrado en el interior de su coche en Hollywood…

No fueron las primeras víctimas de la urgencia temeraria que reclama el negocio musical. Tampoco serán los últimos. En esta entrada recordamos a otros artistas prematuramente quebrados en automóviles, aviones, trenes…

Ragtime para Al Capone

Pesaba 150 kilos pero la comida no era su único apetito: consumía alcohol y sexo con la misma entrega. Fats Waller, el maestro del piano rag, tocaba tan bien que Al Capone ordenó que lo secuestrasen a punta de pistola para llevarlo a animar una fiesta de cumpleaños. Volvía locos a todos y todas, pero vivía más deprisa de lo que su enorme cuerpo podía aguantar. Murió en 1943 (ataque cardíaco) en la cabina del tren en el que viajaba para la siguiente actuación y la siguiente borrachera. Tenía 39 años.

Desangrada en la Ruta 61

La Emperatriz del Blues, Bessie Smith, tenía malas pulgas.  Siempre estaba dispuesta a la bronca por una mala mirada o una lectura entre líneas. Bebía mucho y cantaba como nadie ha cantado —incluso la adorable Billie Holiday se queda muy atrás en la comparativa—, con sangre y fuego en la garganta. Fue la primera cantante negra de blues rica y famosa (cobraba 500 dólares por actuación en los años veinte, una enorme suma entonces) y murió desangrada, a los 43 años, con un dramatismo casi literario: en la tierra de nadie de la Route 61 —la verdadera carretera de la música, por la que los bluesmen del sur llevaron el veneno a Chicago— tras un accidente de coche. La ambulancia tardó una eternidad en llegar.

Cadáver en un Cadillac azul pálido

La última canción que grabó Hank Williams fue I’ll Never Get Out of This World Alive, Nunca saldré vivo de este mundo. El vaquero más triste murió el uno de enero de 1953, a los 29 años, en el asiento trasero de un Cadillac azul pálido (lo exhiben en un museo) en una gasolinera de Oak Hill, Colina del Roble (Virginia Occidental), mientras iba camino de otra actuación. Estaba consumido por la morfina y los calmantes que necesitaba para paliar el tormento de una espina bífida oculta. Además de la guitarra que había cambiado el rumbo del country y presentido el rock and roll tenía encima un cuaderno escolar con letras de nuevas canciones.

Sin gafas en una noche de lluvia

Clifford Brownie Brown tuvo la mala suerte de madurar como trompetista casi al mismo tiempo que Miles Davis, cuya enorme presencia eclipsaba a todos los rivales. Era un músico limpio —ni heroína ni alcohol— y de gran pegada rítmica que ayudó a consolidar el hard bop, es decir, el jazz contaminado por el rhythm and blues y su latido urbano. En junio de 1956 murió, entre actuación y actuación, cuando el coche que conducía su mujer se salió de la carretera en una noche de lluvia. Ella, que también perdió la vida, era miope y no llevaba gafas, pero se había animado a tomar el volante mientras Brownie echaba una cabezada en al asiento de atrás.

El cadete se llevó una Gretsh rota

Eddie Cochran era tan guapo como Elvis Presley pero bastante más inteligente —en Summertime Blues (1958) hizo el primer alegato generacional y político a ritmo de cuatro por cuatro—. Murió el 16 de abril de 1960, a los 21 años, mientras estaba de gira en el Reino Unido. El taxi en el que viajaba iba a demasiada velocidad, sufrió un reventón en una rueda, patinó y se empotró contra una farola. Cochran salió despedido por una puerta y sufrió letales contusiones en la cabeza. En el taxi viajaba su colega, el también cantante Gene Vincent (Be-Bop-A-Lula), que resultó herido en una pierna y cojeó toda la vida. Con la guitarra Gretsh de Cochran, bastante perjudicada tras el accidente, se quedó el  cadete de policía David John Harman, que aprendió a tocarla y, bajo el apodo de Dave Dee, montó unos años después el grupo Dave Dee, Dozy, Beaky, Mitch & Tich.

Vaquero angelical y conductor borracho

Clarence White aparece en el vídeo anterior a la izquierda, vestido de vaquero angelical, tocando con clase y estilo fingerpicking la guitarra y apoyando a Roger McGuinn en la voz. Hijo de músicos canadienses, White era un virtuoso llamado con frecuencia para acompañar a grupos y solistas del country-rock espacial de la segunda mitad de los años sesenta (Gram Parsons, Emmylou Harris, Ry Cooder…). El 15 de julio de 1973, mientras cargaba equipo en una furgoneta para salir a tocar, fue atropellado por un conductor borracho y murió en el acto. Tenía 29 años.

El soul murió en un lago helado

Otis Redding estaba llamado a ser el gran renovador del soul. Era una demasía: la mejor voz, el más alto voltaje escénico, un enorme compositor y arreglista. Incluso los hippies —muy poco amigos de la música racial— se habían quedado pasmados tras verlo en el Festival de Monterey, donde incendió la noche y dejó en evidencia a los grandes ídolos blancos. El 10 de diciembre de 1967, a los 26 años, murió al caer la avioneta en la que viajaba en las aguas heladas de un lago. Estaba de gira con su grupo, The Bar-Kays, dos de cuyos músicos también fallecieron en el accidente. Tres días antes, Redding había grabado la canción con la que daba a su carrera un giro radical y la acercaba a la sensibilidad beatle: (Sittin’ On) The Dock of the Bay.

La cubierta profética

Tres días antes habían editado el disco Street Survivors (Supervivientes callejeros), en cuya portada aparecían entre llamas. El 20 de octubre de 1977, el grupo Lynyrd Skynyrd, sureños, bebedores, eléctricos, alquiló una avioneta para ganar tiempo en una apretada y exitosa gira. La aeronave se estrelló en un bosque y en el accidente murieron seis personas, entre ellos el cantante Ronnie Van Zant (29 años), el guitarrista Steve Gaines (28) y su hermana y vocalista Cassie (29). Uno de los supervivivientes, mal herido, logró llegar a una granja para pedir ayuda pero el propietario le dió un tiro creyendo que se trataba de un prófugo de una penitenciaria. La avioneta había sido rechazada previamente por el grupo Aerosmith porque el piloto y el copiloto no paraban de beber bourbon mientras tripulaban el aparato.

 Ánxel Grove