El cruce de dos artistas incorrectos: Kiefer y Céline

Courtesy: Anselm Kiefer

Courtesy: Anselm Kiefer

Tres citas de un monstruo:

Cuando los grandes de este mundo empiezan a amarnos es porque van a convertirnos en carne de cañón.
El amor es el infinito puesto al alcance de los caniches. ¡Y yo tengo dignidad!
Invocar la propia posteridad es hacer un discurso a los gusanos.

Las frases, todo negrura, horca y misantropía, son de Viaje al fin de la noche (1932), una de las novelas más brutas del siglo XX. Escrita por el incómodo Louis-Ferdinand Céline (1894-1961) —estigmatizado por antisemita, condición negativa a las claras, pero insuficiente para borrarlo del canon literario, como algunos han porfiado—, es la obra cumbre del nihilismo, la incorrección y el tedio de la existencia.

A la figura siempre peligrosa del escritor francés se ha arrimado otro creador complicado, el artista alemán Anselm Kiefer (1945).

Tres de sus citas, para intentar la conexión:

No pinto para pintar un cuadro. Para mí pintar es pensar, investigar (…) y no precisamente investigar sobre la pintura.
Una de mis motivaciones para pintar es la historia de Alemania. Es una investigación sobre mí mismo, sobre lo que soy, sobre dónde nací.
El arte es un intento de llegar al mismo centro de la verdad. Nunca puede, pero es capaz de acercarse bastante.

Anselm Kiefer. For Louis-Ferdinand Céline: Voyage au bout de la nuit. Installation shot, Copenhagen Contemporary 2016. Photo: Anders Sune Berg

Anselm Kiefer. For Louis-Ferdinand Céline: Voyage au bout de la nuit. Installation shot, Copenhagen Contemporary 2016. Photo: Anders Sune Berg

Anselm Kiefer. For Louis-Ferdinand Céline: Voyage au bout de la nuit. Installation shot, Copenhagen Contemporary 2016. Photo: Anders Sune Berg

Anselm Kiefer. For Louis-Ferdinand Céline: Voyage au bout de la nuit. Installation shot, Copenhagen Contemporary 2016. Photo: Anders Sune Berg

Para Louis-Ferdinand Céline: Viaje al fin de la noche es la nueva instalación a gran escala de Kiefer. Acaba de ser inaugurada en un espacio-hangar de 1.500 metros cuadrados del museo Copenhagen Contemporary (CC) de la capital danesa y estará en cartel hasta el 6 de agosto.

Las esculturas de Kiefer no son simplemente esculturas. Al igual que sus pinturas no se limitan al lienzo —en diciembre presentó en Londres el siniestro montaje Walhalla, la recreación de un hospital para enfermos terminales que señalaba el final de la edad de oro del liberalismo alemán, asentado en las heridas nunca cerradas del nazismo—, la instalación dedicada a Céline es algo más que una instalación monumental y se prolonga en una alegoría sobre el fin del humanismo.

Los cazbombarderos achatarrados, esculpidos en plomo desde los años ochenta, miden desde 6,6 metros de alto por 11,4 de largo. Desprenden un aire inútil: en algunos hay libros chamuscados y en otros cápsulas secas de adormidera, la especie herbácea con alto contenido en alcaloides de la que se extraen el opio y la heroína.

La referencia al libro de Céline, oscuro y grotesco, tiene que ver con la insignificancia del mal y la guerra, un sacrificio al que son conducidos los corderos inocentes.

«A la luz de los acontecimientos políticos actuales, la decisión de Kiefer de dar a este libro una atención no es una elección al azar», dicen desde el museo antes de recordar que el artista es un declarado partidario del emanacionismo, la doctrina según la cual el mundo entero, incluso el alma de cada ser humano, proviene por emanación o flujo de la totalidad divina o Uno primordial.

Anselm Kiefer. For Louis-Ferdinand Céline: Voyage au bout de la nuit. Installation shot, Copenhagen Contemporary 2016. Photo: Anders Sune Berg

Anselm Kiefer. For Louis-Ferdinand Céline: Voyage au bout de la nuit. Installation shot, Copenhagen Contemporary 2016. Photo: Anders Sune Berg

Para recomendar la lectura de Céline, basta resumir una sinopsis enciclopédica:

El protagonistas de Viaje al fin de la noche, Ferdinand Bardamu, resulta enrolado en el ejército francés en un momento de profunda estupidez. Asqueado en las trincheras de la I Guerra Mundial, intenta desertar haciéndose pasar por loco, pero se ve obligado a sufrir la brutalidad de la guerra y su infinito e incomprensible absurdo.

Tras la contienda embarca hacia una colonia francesa en África. Su descripción del sistema colonial es hilarante y crítica: sostiene que las colonias francesas son el paraíso de los pederastas y que todo se funda en la explotación del negro.

Unas fiebres acaban con la aventura y llega en un estado cercano a la esclavitud a los EE UU, escapa a Nueva York, donde vive por un tiempo y se reencuentra con Lola, una antigua novia francesa, a la que extorsiona. Vuelve a cambiar de ciudad y esta vez a se establece en Detroit, traba amistad con una prostituta local, pero vuelve sin motivo aparente a París y ejerce la Medicina a pesar del «asco» que siente por la clientela y el resto de los humanos.

El lenguaje oral, grosero y en jerga, escandalizó a los contemporáneos y fue mucho más lejos que todos los escritores anteriores que habían intentado escribir usando el registro de las calles, como Émile Zola.

Violento, amargo, de voz quebradiza y ritmo salvaje, Céline fue el primer escritor que cortó con todas las formalidades para escribir con expresividad y despreciar con mordacidad y escarnio a los seres huanos.

Influyó profundamente en las generaciones posteriores. Autores como Charles Bukowski, Jean-Paul Sartre, Henry Miller, William S. Burroughs, Kurt Vonnegut, Billy Childish, Irvine Welsh y Alessandro Baricco reconocen a Céline como una profunda influencia.

Anselm Kiefer. Photo: Charles Duprat 2014

Anselm Kiefer. Photo: Charles Duprat 2014

¿Qué está intentado decirnos Kiefer al señalar a un autor maldito y repudiado —el gobierno francés anuló los actos en 2011 del 50º aniversario de la muerte de Céline por considerarlo «repugnante»—? ¿Qué desea insinuar un artista que siempre practica la alquimia de agitar eventos históricos, astronomía, física, religión y literatura?

Interesado en la cábala judía y las mitologías nórdicas, en la poesía del austriaco Adalbert Stifter, para quien las piedras tienen sentimientos y son los humanos quienes carecen de ellos, y convencido de que la realidad científica es «siempre una aproximación a la realidad», el pintor alemán busca la «realidad definitiva e indiscutible» de que «vivimos el fin de los tiempos».

Céline dijo lo mismo en 1932:

Lo mejor que puedes hacer es salir de este mundo. Loco o no, con miedo o sin él.

Jose Ángel González

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