Alejandra Vacuii: fotos en las que siempre es invierno

© Alejandra Vacuii

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Por el azar de los enlaces que sugieren amigos a los que nunca he visto, encuentro las fotos de Alejandra Vacuii. De inmediato, tengo frío.

No por casualidad es ourensana, me digo. No por casualidad reside en tierra de noches largas y afiladas. No por casualidad se presenta citando al hombre, también atlántico, que se sentía transbordado de sí mismo, Fernando Pessoa:

Soy algo que fui. No me encuentro donde me siento y, si me busco, no sé quién es el que me busca. Un tedio hacia todo me agota. Me siento expulsado de mi propia alma.

Bienvenidos al desconcierto de la «quebrada pasividad» —por seguir acompañando al portugués que en tantos otros lograba desdoblarse—. Estas fotos —un caracol en la espalda de una mujer, una mano sobre la hierba que repta, un par de botas abandonadas como un mapa impreciso…— no germinan en cámaras y ópticas, no son ligaduras de luz detenida…

Estas fotos son flores de un invierno.

© Alejandra Vacuii

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En la mirada de Alejandra Vacuii —que también comparte con el mundo en el microblog Si me busco, en su perfil de Instagram y en su página comercial— adivino a una mujer joven que padece querencia por los laberintos, las sombras, los insectos, los dictados del color negro, los sueños intercalados y la mentira funesta de los espejos. Para su ventura, no parece creer en academias y técnicas. Ojalá mantenga ese radicalismo.

Para nuestra satisfacción como voyeurs, parece estar en proceso de crecimiento. Es casi predecible que escriba «sensibilidad herida» en la descripción de una de sus huellas sociales. Tampoco choca que se vea reflejada con exactitud en un autorretrato que la muestra, como ella misma dice, «partida en dos».


En una tercera confesión añade:

Encontrarme por medio de gritos en el más puro silencio. Vivir en el mundo siempre al filo, en la cuerda floja. Respirar, amar, crear y arder. Brillar a veces, otras apagarse.

Junto a la que considero mi foto favorita de las suyas —una mano sosteniendo un hilo que está atado a un dedo pero desaparece en un desierto interrogante y negro—, declara que se trata del fruto de un insomnio, de una imagen coreografiada en la imaginación y que la mano, blanda, sin ansia por apretar, es la de su padre.

© Alejandra Vacuii

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De las fotos de Alejandra Vacuii me gustan la orientación impulsada por la etimología, el terror a los espacios vacíos, y, sobre todo, la terapia que ha elegido para combatir el pánico: el juego con el blanco y negro —los tonos de la libertad absoluta—, la valentía ante el grano, siempre manifiesto y a veces tangible, la falta de luz solar, la recolección de imágenes como en una bastarda arqueología… Lo anota como subtexto de otra imagen:

Hay un momento preciso y exacto en el que la fotografía captura el presente de forma muda y lejana y pasa a convertirse en un fósil del pasado.

Cuando las imágenes nos abruman como una pendenciera muchedumbre es casi imposible conseguir que la propia voz sea escuchada, se haga oír de forma noble. No puedo adivinar el futuro como fotógrafa de esta joven que crece en el interlineado de Pessoa —el hombre que aullaba con orgullo: «yo no soy pesimista; soy triste»—, pero me atrevo a terminar con una cita que, lejos de ser repetida aquí como consejo, nace de la visión de una botas desamparadas:

La vida es la vacilación entre una exclamación y una interrogación. En esa duda, hay un punto final.

Sustitúyase vida por fotografía y consideremos que estamos ante un camino y un par de ojos para explorarlo por/con nosotros.

Jose Ángel González

© Alejandra Vacuii

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1 comentario

  1. Dice ser Gemma

    Cuanta melancolia en unas instantáneas, la verdad es que son belleza pura, aunque duelen un poco en el alma

    21 marzo 2017 | 13:08

Los comentarios están cerrados.