Un mansonita tocando en la cárcel música para el diablo


El hombre que toca la guitarra de doble mástil y viste una camiseta con la palabra Freedom (Libertad) en el pecho es Bobby Beausoleil (1946). La grabación, de 1978, pertenece a un concierto-ensayo en la cárcel de Tracy, donde el músico estaba encerrado cumpliendo una cadena perpétua por asesinato —en principio fue sentenciado a muerte, pero el estado de California abolió la pena capital—.

Le condenaron por matar a cuchilladas y friamente a un hombre en julio de 1969. Obedecía órdenes de Charles Manson y el crimen fue el primero de la Familia, el culto de asesinos hippies que menos de dos semanas después cometió la matanza de la actriz Sharon Tate y cuatro personas más.

Beausoleil acuchilló a la víctima, el profesor de música Gary Hinman, como venganza porque este había vendido a Manson mescalina de mala calidad. Mientras cometía el crimen, dijo a Hinman:

— Eres un cerdo y debías estar agradecido porque te saque de este mundo.

Luego escribió en una pared, con sangre del cadáver, una frase siniestra: «Cerdos políticos».

El vídeo del concierto, publicado hace pocos días en el canal de YouTube de Beausoleil, es la primera oportunidad de ver la interpretación en directo de la banda sonora de Scorpio Rising, una suite compuesta por Beausoleil como banda sonoora para la película del mismo título dirigida por Kenneth Anger, chico malo y diabólico del underground de Hollywood en la época. En el trabajo, que el músico culminó en la cárcel, sustituyó a Jimmy Page, líder de Led Zeppelin, que flirteaba entonces con el satanismo pero se asustó y decidió optar por alejarse de tanto lunático.

Bobby Beausoleil en 1969

Bobby Beausoleil en 1969

La extraña y disonante música compuesta por el mansonita e interpreatada por la Freedom Orchestra —entre cuyos miembros, todos presidiarios, había otro acólito de Manson, Steve Clem Grogan— fue solicitada por Anger tras una diatriba pública contra Page. Lucifer Rising, según cuento en mi libro, Bendita Locura, era la secuela de Scorpio Rising, y la producción y rodaje de la película fueron tan complicados como era de esperar dados los implicados:

(Fue) concluida por Anger tras un atribulado rodaje de casi ocho años, interrumpido cuando Beausoleil robó las bobinas de la película aduciendo que la proyección tendría consecuencias diabólicas, aunque en el fondo del hurto latía un tormentoso romance entre el actor y el director. En la producción, presentada por Anger como una “película religiosa” en honor a (Aleister) Crowley, había actuado la cantante y musa del pop británico Marianne Faithfull (1946), descendiente en línea directa del marqués de Sade y novia sucesiva de tres de los Rolling Stones, Brian Jones, Keith Richards y Mick Jagger. El papel de Lucifer estaba reservado para el hermano de éste, Chris Jagger, que inició el rodaje pero regresó a Londres tras agrias desavenencias con Anger, que finalmente protagonizó el rol personalmente. Beausoleil fue el compositor de la banda sonora con el líder y guitarrista de Led Zeppelin, Jimmy Page (1944), también seguidor, como Anger, de la doctrina satánica de Crowley, cuya figura e ideario son una constante presencia en la discografía de la banda británica de heavy.

El amoral mansonita, que tiene 69 años y asegura estar redimido gracias a la música. No piensa lo mismo la comisión de libertad condicional, que el mes pasado negó de nuevo la solicitud de Beausoleil, que ahora está internado en el hospital penitenciario de Vaccaville.

Capote y Beausoleil (con una guitarra)

Capote y Beausoleil (con una guitarra)

Poco después de ser condenado, accedió a ser entrevistado en la cárcel de San Quentin por Truman Capote. El texto trasluce psicopatía. Parece que en cualquier momento el interno pueda lanzarse sobre el escritor y darle una dentellada. Y luego ocurrió todo es una pieza escalofriante. La pego para concluir el retrato del mansonita roquero:

Escenario: Una celda de máxima seguridad en un pabellón del penal de San Quintín en California. La celda está amueblada con una simple colchoneta, y su inquilino permanente, Robert Beausoleil, y su visitante se ven obligados a sentarse en ella en una postura más bien encogida. La celda está limpia, ordenada. Una guitarra reluciente destaca en un rincón. Pero es una avanzada tarde de invierno y en el aire titubea un escalofrío, incluso una pizca de humedad, como si la niebla de la bahía de San Francisco se hubiera infiltrado en la propia prisión.

A pesar del frío, Beausoleil está sin camisa, sólo lleva unos pantalones de dril de la cárcel, y está claro que se encuentra satisfecho de su aspecto, en especial de su cuerpo, que es ágil, felino, con armoniosa forma física si se tiene en cuenta que lleva encarcelado más de diez años. El pecho y los brazos ofrecen un panorama de emblemas tatuados: exuberantes dragones, ovillados crisantemos, serpientes desenroscadas. Algunos consideran que es extraordinariamente guapo; lo es, pero en un estilo de chulo pasado de moda. No es sorprendente que de niño trabajara de actor y apareciese en varias películas de Hollywood; después, cuando era un muchacho joven, fue durante un tiempo el protegé de Kenneth Anger, el realizador experimental (Scorpio Rising) y escritor (Hollywood Babylon); de hecho, Anger le dio el papel principal de Lucifer Rising, película inacabada.

Robert Beausoleil, que ahora tiene treinta y un años, es el verdadero personaje misterioso de la secta de Charles Manson; más exactamente -y ésta es una cuestión que nunca ha salido claramente a la luz en las explicaciones de la tribu-, es la clave del misterio de las incursiones homicidas de esa llamada familia Manson, sobre todo de los asesinatos de Sharon Tate y de los La Bianca.

Todo comenzó con el asesinato de Gary Hinman, un músico profesional de mediana edad que hizo amistad con varios miembros de la hermandad de Manson y que, para su desgracia, vivía en una pequeña y apartada casa de Topanga Canyon, en el condado de Los Angeles. Hinman fue atado y torturado durante varios días (entre otras barbaridades, le cortaron una oreja) antes de que le dieran el último tajo de gracia en la garganta. Cuando se descubrió el cuerpo de Hinman, hinchado y lleno de moscas de verano, la policía descubrió inscripciones sangrientas en las paredes de su modesta casa («¡Muerte a los cerdos!»), similares a las que pronto se encontrarían en las casas de la señorita Tate y del matrimonio La Bianca.

Sin embargo, justo unos días antes de los asesinatos de Tate-Lo Bianco, Robert Beausoleil, capturado mientras conducía un coche que había sido propiedad de la víctima, se encontraba detenido y en la cárcel, acusado de asesinato del indefenso señor Hinman. Entonces fue cuando Manson y sus compinches, con la esperanza de liberar a Beausoleil, concibieron la idea de cometer una serie de homicidios similares al del caso Hinman: si Beausoleil seguía encarcelado en la fecha de tales asesinatos, ¿cómo podría ser culpable de la atrocidad cometida con Hinman? O así razonaba la banda de Manson. Lo que significa que fue por devoción a Bobby Beausoleil por lo que Tex Watson y esas jóvenes asesinas, Susan Atkins, Patricia Krenwinkel y Leslie Van Hooten, emprendieron su satánica misión.

RB: Qué raro. Beausoleil. Eso es francés. Mi nombre es francés. Significa Bello Sol. No te jode. Nadie ve mucho el sol dentro de este lugar de veraneo. Escuche las sirenas de niebla. Como el pitido de los trenes. Ayes, ayes. Y en verano es peor. Tal vez haya más niebla en verano que en invierno. El tiempo. A tomar por culo. Yo no voy a ninguna parte. Pero escuche. Ayes, ayes. Así que ¿dónde ha estado usted todo el día?

TC: Por ahí. He tenido una pequeña conversación con Sirhan.

RB (risas): Sirhan B. Sirhan. Lo conocí cuando me tuvieron en el pabellón de la muerte. Es un enfermo. No sé por qué está aquí. Debería estar en Atascadero. ¿Quiere un chicle? Sí, vaya, parece que aquí está usted como en su casa. Le observé ahí fuera. Me sorprendió que el guardián lo dejara andar solo por el patio. Alguien podría pincharlo.

TC: ¿Por qué?

RB: Por gusto. Pero ha venido mucho por aquí, ¿eh? Me lo han dicho algunos compañeros.

TC: Quizá media docena de veces, en distintos proyectos de investigación.

RB: Aquí sólo hay una cosa que no he visto. Pero me gustaría ver esa habitación verde manzana. Cuando me enchironaron por ese asunto de Hinman y me dieron sentencia de muerte, pues, bueno, me tuvieron una buena temporada en el pabellón de la muerte. Justo hasta que el tribunal abolió la pena capital. Así que solía preguntarme por el cuartito verde.

TC: En realidad, son tres habitaciones.

RB: Yo creía que era una habitación redonda con una cabaña, una especie de igloo en el centro, con paredes de cristal. Con ventanas para que los testigos puedan ver desde fuera cómo mueren los tíos asfixiados con ese perfume de melocotón.

TC: Sí, ésa es la cámara de gas. Pero cuando bajan al prisionero del pabellón de la muerte, del ascensor se sale directamente a una sala «de espera», contigua a la de los testigos. En esa sala «de espera» hay dos celdas, por si se produce una doble ejecución. Son celdas corrientes, exactamente iguales que ésta, y el condenado pasa allí la última noche antes de que lo ejecuten por la mañana, leyendo, escuchando la radio, jugando a las cartas con los guardianes. Pero he descubierto algo interesante: que hay una tercera habitación en esa pequeña suite. Está detrás de una puerta cerrada, inmediatamente contigua a la celda «de espera». Sencillamente, abrí la puerta y entré, y ninguno de los guardianes que me acompañaban intentó detenerme. Y era la habitación más inquietante que hubiese visto jamás. Porque, ¿sabe lo que había en ella? Todos los desechos, todos los objetos personales que los distintos condenados han dejado en las celdas «de espera». Libros. Biblias, novelas del Oeste y de Erle Stanley Gardner, de James Bond. Periódicos viejos, de color amarillento. Algunos de ellos de hace veinte años. Crucigramas sin acabar. Cartas sin terminar. Fotografías de la novia. De niños, borrosas y arrugadas. Patético.

RB: ¿Alguna vez ha visto gasear a un tipo?

TC: Una vez. Pero él hizo que pareciese un juego. Estaba contento de ir, quería acabar de una vez, se sentó en aquella silla como alguien que va al dentista a hacerse una limpieza de boca. Pero en Kansas vi ahorcar a dos hombres.

RB: ¿Perry Smith? ¿Y cómo se llamaba el otro…? ¿Dick Hickock? Bueno, una vez que pegaran contra el extremo de la cuerda, no creo que sintieran nada.

TC: Eso fue lo que nos dijeron. Pero después de caer siguieron viviendo… quince, veinte minutos. Forcejeando. Jadeando. Su cuerpo luchaba por vivir. No pude evitarlo: vomité.

RB: Quizá no sea usted tan frío, ¿eh? Y lo parece. Así que ¿se queja Sirhan de que lo mantengan en régimen de aislamiento?

TC: Algo así. Está solo. Quiere mezclarse con los demás reclusos, unirse al conjunto de los internos.

RB: No sabe lo que le conviene. Si sale, seguramente lo mataría alguien.

TC: ¿Por qué?

RB: Por la misma razón por la que él mató a Kennedy. Fama. La mitad de los asesinos lo que quieren es fama. Que su fotografía salga en el periódico.

TC: Esa no es la razón por la que usted mató a Gary Hinman.

RB: (Silencio.)

TC: Fue porque usted y Manson querían que Hinman les diera el dinero y el coche, y cuando él se negó…, entonces…

RB: (Silencio.)

TC: Estaba pensando. Conozco a Sirhan, y conocí a Robert Kennedy. Conocí a Lee Harvey Oswald y también a Jack Kennedy. Eso debe resultar increíble: que alguien conociera a esas cuatro personas.

RB: ¿Oswald? ¿Conoció a Oswald? ¿De veras?

TC: Lo conocí en Moscú justo después de que desertara. Una noche iba a cenar con un amigo, un corresponsal de un periódico italiano, y cuando llegó a recogerme me preguntó si me importaría hablar primero con un joven desertor norteamericano, un tal Lee Harvey Oswald. Oswald residía en el Metropole, un antiguo hotel zarista, al lado de la plaza del Kremlin. El Metropole tiene un enorme y melancólico vestíbulo lleno de sombras y de palmeras muertas. Y ahí estaba él, sentado en la penumbra bajo una palmera muerta. Delgado y pálido, de labios finos y aspecto famélico. Llevaba pantalones de faena, zapatillas de tenis y una camisa de leñador. Y en seguida se puso furioso; le rechinaban los dientes y sus ojos se movían de un lado a otro. Por todo esto estaba furioso: con el embajador norteamericano; con los rusos porque no le permitían quedarse en Moscú. Hablamos con él durante media hora, y mi amigo italiano no creía que mereciese la pena escribir un reportaje sobre él. Otro histérico paranoide más; rebosaba Moscú de ellos. No volví a pensar en él hasta unos años más tarde. Después del asesinato, cuando vi su fotografía en la televisión.

RB: ¿Significa eso que usted es el único que conoció a los dos, a Oswald y a Kennedy?

TC: No. Había una chica norteamericana, Priscilla Johnson. Trabajaba para la United Press en Moscú. Conoció a Kennedy, y se entrevistó con Oswald casi al mismo tiempo que yo. Pero puedo decirle algo más, casi igual de curioso. Acerca de esas personas que mataron sus amigos.

RB: (Silencio.)

TC: Yo las conocía. De las cinco personas asesinadas aquella noche en la casa de Tate, al menos conocía a cuatro. Conocí a Sharon Tate en el Festival de Cine de Cannes. Jay Sebring me cortó el pelo un par de veces. Una vez comí en San Francisco con Abigail Folger y su amigo, Frykowski. En otras palabras, conocí separadamente a cada uno de ellos. Y, sin embargo, allí estaban todos una noche, juntos en la misma casa y esperando a que llegaran los amigos de usted. Toda una coincidencia.

RB (enciende un cigarrillo y sonríe): ¿Sabe lo que le digo? Que no da mucha suerte. Mierda. Escuche eso. Ayes, ayes. Tengo frío. ¿Y usted?

TC: ¿Por qué no se pone la camisa?

RB: (Silencio.)

TC: Es curioso lo de los tatuajes. He hablado con varios centenares de hombres condenados por homicidio: múltiple homicidio, en la mayoría de los casos. El único denominador común que pude encontrar entre ellos fueron los tatuajes. Un largo de ochenta por ciento de ellos tenían muchos tatuajes. Richard Speck. York y Latham. Smith y Hickock.

RB: Me pondré el jersey.

TC: Si no estuviera aquí, si pudiera estar donde quisiese y hacer lo que le diera la gana, ¿dónde estaría y qué haría?

RB: Viajando por ahí. Corriendo con mi Honda por la carretera de la costa. Las curvas rápidas, las olas y el agua, mucho sol. Saldría de San Fran, en dirección a Mendocino, conduciendo entre las secoyas. Haría el amor. Estaría en la playa junto a unas fogatas, haciendo el amor. Tocaría música, bailaría, fumaría buena hierba de Acapulco y contemplaría la puesta de sol. Echaría al fuego maderas de la playa. Buenos polvos, buen hash, y viajando sin parar.

TC: Aquí puede conseguir hash.

RB: Y lo que quiera. Cualquier clase de droga, con dinero. Aquí hay tipos que se meten de todo.

TC: ¿Así era su vida antes de que lo detuvieran? ¿Sólo viajar? ¿Nunca tuvo un trabajo?

RB: De vez en cuando. Tocaba la guitarra en un par de bares.

TC: Tengo entendido que era usted un verdadero gallo. Prácticamente, el señor de un serrallo. ¿Cuántos hijos ha engendrado?

RB: (Silencio; pero se encoge de hombros, sonríe, fuma.)

TC: Me sorprende que tenga una guitarra. Algunas prisiones no lo permiten, porque pueden quitarse las cuerdas y utilizarse como armas. Para dar garrote. ¿Cuánto tiempo hace que toca?

RB: ¡Oh! Desde pequeño. Fui uno de esos niños prodigio de Hollywood. Aparecí en un par de películas. Pero mi familia estaba en contra. Son gente muy estricta. En cualquier caso, nunca me he preocupado por la actuación. Sólo quería escribir música, tocarla y cantar.

TC: Pero ¿rodó una película con Kenneth Anger, Lucifer Rising?

RB: Sí.

TC: ¿Qué tal se llevaba con Anger?

RB: Muy bien.

TC: Entonces, ¿por qué lleva Kenneth Anger un medallón con una cadena alrededor del cuello? En una cara del medallón hay una fotografía de usted; en la otra, la imagen de una rana con la inscripción: «Bobby Beausoleil transformado en rana por Kenneth Anger». Un amuleto vudú, por decirlo así. Una maldición que le lanza, según parece, porque usted le robó. Se largó una noche con su automóvil y unas cuantas cosas más.

RB (entrecerrando los ojos): ¿Se lo ha dicho él?

TC: No, yo no lo conozco. Pero me lo han contado otras personas.

RB (alcanza la guitarra, la afina, la rasguea, canta): «Ésta es mi canción, ésta es mi canción, ésta es mi oscura canción, mi oscura canción…» Siempre quiere saber todo el mundo cómo me relacioné con Manson. Fue a través de nuestra música. Él también toca algo. Una noche que yo iba por ahí con un grupo de amigas. Bueno, llegamos a un tugurio de la carretera, una cervecería, con muchos coches fuera. Así que entramos, y ahí estaba Charlie con algunas de sus amigas. Todos nos pusimos a charlar y tocamos algo juntos; al día siguiente, Charlie vino a verme a mi camioneta y todos nosotros, su gente y la mía, terminamos acampando. Hermanos y hermanas. Una familia.

TC: ¿Consideró usted a Manson como un dirigente? ¿Se sintió inmediatamente influido por él?

RB: ¡No, diablos! Él tenía a su gente. Yo tenía a la mía. Si alguien se sintió influido fue él. Por mí.

TC: Sí, él se sintió atraído hacia usted. Embobado. O eso dice. Parece que usted produce ese efecto en mucha gente, hombres y mujeres.

RB: Lo que sucede, sucede. Todo está bien.

TC: ¿Considera usted que está bien matar a personas inocentes?

RB: ¿Quién dijo que eran inocentes?

TC: Bueno, ya volveremos a eso. Pero ahora: ¿cuál es su propio sentido de la moral? ¿Cómo distingue usted el bien y el mal?

RB: ¿El bien y el mal? Todo está bien. Si sucede, tiene que ser bueno. De otro modo, no sucedería. Es, sencillamente, el modo en que discurre la vida. Cómo mueve las cosas. Yo me muevo con ella. No hago preguntas.

TC: En otras palabras, no pone en tela de juicio el asesinato. Lo considera «bueno» porque «sucede». Justificable.

RB: Yo tengo mi propia justicia. Vivo según mis normas, ¿sabe? No respeto las leyes de esta sociedad. Porque la sociedad no respeta sus propias leyes. Yo hago mis leyes particulares y vivo de acuerdo a ellas. Tengo mi propio sentido de la justicia.

TC: ¿Y cuál es su sentido de la justicia?

RB: Creo que todo lo que va, vuelve. Que lo que sube, baja. Así fluye la vida, y yo me dejo llevar por ella.

TC: Lo que dice no tiene mucho sentido, al menos para mí. Y no le considero estúpido. Lo intentaremos de nuevo. En su opinión, está bien que Manson enviara a Tex Watson y a esas chicas a aquella casa para asesinar a unos completos desconocidos, a personas inocentes…

RB: Repito: ¿quién dice que eran inocentes? Se aprovechaban de los chavales después de drogarlos. Sharon Tate y esa banda. Ligaban jovencitos en el Strip, se los llevaban a casa y los azotaban. Y lo filmaban. Pregunte a la policía, que encontró las películas. Pero no le dirán la verdad.

TC: La verdad es que los Lo Bianco y Sharon Tate y sus amigos fueron asesinados para protegerlo a usted. Sus muertes estuvieron directamente relacionadas con el asesinato de Gary Hinman.

RB: Le entiendo. Ya sé adónde quiere llegar.

TC: Todos esos crímenes fueron imitaciones del asesinato de Hinman; para probar que usted no pudo haber matado a Hinman. Y, en consecuencia, sacarlo de la cárcel.

RB: Sacarme de la cárcel. (Halagado, asiente, sonríe, suspira.) Nada de eso salió a relucir en ninguno de los juicios. Las chicas subieron al estrado y trataron realmente de decir cómo ocurrió todo, pero nadie las escuchó. La gente sólo cree lo que dicen los medios de comunicación, que la programaron para que creyera que todo ocurrió porque pretendíamos iniciar una guerra racial. Que se trataba de negros malvados que iban por ahí haciendo daño a todos esos blancos buenos. Sólo que… fue como dice usted. Los medios de comunicación nos llamaban una «familia». Y es la única verdad que dijeron. Éramos una familia. Éramos madre, padre, hermano, hermana, hija, hijo. Si un miembro de nuestra familia se encontraba en peligro, no lo abandonábamos. Y por amor a un hermano, a un hermano que estaba en la cárcel acusado de asesinato, fue por lo que ocurrieron todos esos asesinatos.

TC: ¿Y no lo lamenta usted?

RB: No. Si mis hermanos y hermanas lo hicieron, entonces está bien. Todo está bien en la vida. Todo fluye. Todo está bien. Todo es música.

TC: Cuando estaba en el pabellón de la muerte, si lo hubieran obligado a bajar a la cámara de gas y oler los melocotones, ¿habría dado usted su aprobación?

RB: Si así hubiera ocurrido, sí. Todo lo que sucede es bueno.

TC: Guerra. Niños que mueren de hambre. Dolor. Crueldad. Ceguera. Prisiones. Desesperación. Indiferencia. ¿Todo es bueno?

RB: ¿Por qué me mira de ese modo?

TC: Por nada. Estaba observando cómo le cambia la cara. En un momento sólo con el más ligero desplazamiento de ángulo, tiene usted un aspecto bastante infantil, enteramente inocente, encantador. Y luego…, bueno, se le puede considerar como una especie de Lucifer de la Calle Cuarenta y dos. ¿Ha visto Night must fall? ¿Una vieja película con Robert Montgomery? ¿No? Pues es acerca de un perverso joven y muy simpático, de aspecto inocente, que viaja por la campiña inglesa conquistando a señoras viejas y decapitándolas para luego llevarse las cabezas metidas en sombrereras de cuero.

RB: ¿Y qué tiene que ver eso conmigo?

TC: Estaba pensando… que si hicieran una versión nueva, si alguien la americanizara convirtiendo al personaje de Montgomery en un joven vagabundo de ojos castaños y voz ronca, usted estaría muy bien en el papel.

RB: ¿Intenta decir que soy un psicópata? No estoy chalado. Si tengo que emplear la violencia, la empleo, pero no creo en el asesinato.

TC: Entonces, debo de estar sordo. ¿Me equivoco, o no acaba de decirme que está bien cualquier atrocidad que una persona pueda cometer contra otra, que todo está bien?

RB: (Silencio.)

TC: Dígame, Bobby, ¿cómo se considera a sí mismo?

RB: Como un presidiario.

TC: ¿Y aparte de eso?

RB: Como un hombre. Un hombre blanco. Y todo lo que un hombre blanco representa.

TC: Sí, uno de los carceleros me ha dicho que usted es el cabecilla de la Hermandad Aria.

RB (hostil): ¿Qué sabe usted de la Hermandad?

TC: Se compone de un puñado de tipos duros, blancos. Es una especie de asociación de carácter fascista. Empezó en California y se ha extendido por todo el sistema penitenciario norteamericano: de norte a sur, de este a oeste. Las autoridades penitenciarias la consideran como una cofradía problemática y peligrosa.

RB: Hay que defenderse. Nos superan en número. Usted no tiene idea de lo dura que es la vida aquí dentro. Tenemos más miedo el uno del otro que de los carceleros. Hay que estar alerta, en todo momento si no se quiere acabar con un pincho en la espalda. Los negros y los chicanos tienen sus propias bandas. Los indios también; o debería decir los «nativos americanos», así es como esos pieles rojas se llaman a sí mismos: ¡qué risa! Sí, señor, es duro. Con todas esas tensiones raciales, la política, la droga, el juego y la sexualidad. A los negros les agradan mucho los muchachos blancos. Les gusta meter sus grandes cipotes negros por esos apretados culos blancos.

TC: ¿Ha pensado en qué vida llevaría, si alguna vez le concedieran la libertad bajo palabra?

RB: Éste es un túnel al que no le veo salida. Nunca dejarán libre a Charlie.

TC: Espero que tenga razón, y creo que sí la tiene. Pero es muy probable que algún día le concedan la libertad bajo palabra. Tal vez más pronto de lo que se figura. Entonces, ¿qué?

RB (rasguea la guitarra): Me gustaría grabar música mía. Que la tocaran por radio.

TC: Ése era el sueño de Perry Smith. Y también el de Charlie Manson. Quizás tengan algo más en común que los simples tatuajes.

RB: Entre nosotros, Charlie no tiene mucho talento. (Rasgueando unos acordes.) «Ésta es mi canción, mi oscura canción.» Tuve mi primera guitarra a los once años; la encontré en el desván de mi abuela y aprendí a tocarla solo, y desde entonces he estado chalado por la música. Mi abuela era una mujer encantadora, y su desván era mi sitio favorito. Me gustaba tumbarme allí y escuchar la lluvia. O esconderme cuando mi padre venía a buscarme con el cinturón. Mierda. ¿Escucha eso? Ayes, ayes. Es como para volverse loco.

TC: Escúcheme, Bobby. Y conteste con cuidado. Suponga que cuando salga de aquí se le presenta alguien, digamos Charlie, y le pide que cometa un acto de violencia, matar a un hombre, ¿lo haría usted?

RB (tras encender otro cigarrillo y fumarse la mitad): Podría. Depende. Jamás tuve la intención de… de… hacer daño a Gary Hinman. Pero sucedió una cosa. Y otra. Y luego ocurrió todo.

TC: Y todo estaba bien.

RB: Todo estaba bien.

Jose Ángel González

2 comentarios

  1. Dice ser Ignotis parentibus

    Muy buen músico.

    05 diciembre 2016 | 13:50

  2. Dice ser Ignotis parentibus

    … Jimmy Page, líder de Led Zeppelin, que flirteaba entonces con el satanismo pero se asustó y decidió optar por alejarse de tanto lunático.

    Entonces toda la música de Led Zeppelin es satanica. Soy satanico y me gusta serlo.

    05 diciembre 2016 | 14:09

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