Archivo de abril, 2016

¿Y si las plantas decidieran a dónde quieren ir?

Ruidosos y dinámicos, los humanos tendemos a creer que la inmovilidad de un árbol, un arbusto o una flor equivale a una forma de vida sumamente básica que sustituye los sentimientos por reflejos.

Un amplio abanico de disciplinas y subdisciplinas (biología molecular, fisiología vegetal, fitoquímica…) cuestionan la simpleza en la percepción de estos seres. Las plantas producen proteínas que se encuentran también los sistemas neuronales animales, pueden cambiar su fisiología si les faltan la luz o los nutrientes, pueden emitir a las plantas de alrededor señales de peligro en caso de ser heridas… No tienen cerebro, pero siguen patrones de aprendizaje y memoria y desarrollan soluciones para problemas.

Contemplar el armazón poligonal de Hortum Machina B prueba que las plantas también pueden opinar sobre lo que les conviene o apetece. Todavía en fase de prototipo, la esfera geodésica de tres metros de alto se traslada por la ciudad obedeciendo a las necesidades fisiológicas de las plantas que tiene en su interior.

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Ya hemos devuelto a Cervantes al cautiverio de Argel

Grabado de Érik Desmazières - Dominio público

Grabado de Érik Desmazières – Dominio público

Cuando se proclamó que la Biblioteca abarcaba todos los libros, la primera impresión fue de extravagante felicidad. Todos los hombres se sintieron señores de un tesoro intacto y secreto. No había problema personal o mundial cuya elocuente solución no existiera (…) El universo estaba justificado, el universo bruscamente usurpó las dimensiones ilimitadas de la esperanza (…) También se esperó entonces la aclaración de los misterios básicos de la humanidad: el origen de la Biblioteca y del tiempo. Es verosímil que esos graves misterios puedan explicarse en palabras: si no basta el lenguaje de los filósofos, la multiforme Biblioteca habrá producido el idioma inaudito que se requiere y los vocabularios y gramáticas de ese idioma. Hace ya cuatro siglos que los hombres fatigan los hexágonos… Hay buscadores oficiales, inquisidores. Yo los he visto en el desempeño de su función: llegan siempre rendidos; hablan de una escalera sin peldaños que casi los mató; hablan de galerías y de escaleras con el bibliotecario; alguna vez, toman el libro más cercano y lo hojean, en busca de palabras infames. Visiblemente, nadie espera descubrir nada.

La mareante idea de la biblioteca universal de hexágonos infinitos soñada por el ciego Borges en un cuento que transita entre las ideas del Paraíso y el Infierno en forma de inacabable masa de libros: todos los posibles, en cualquier combinación o permutación de signos, lenguas, alfabetos o espacios en blanco, es una utopía en la que sólo creen en las lejanas y muy seguras oficinas bajo tierra de las empresas de Silicon Valley donde guardan cada una de nuestras palabras en el e-mundo. Los demás leemos el relato como el genial desatino de un exbibliotecario.

«Los demás leemos», he escrito con toda la intención. ¿Leemos?

Hace unos días, durante las celebraciones dedicadas a Cervantes y el Día del Libro, el clamor era máximo y la multitud salió a la calle con rosas, camisetas alusivas, ganas de cotejar ediciones y fanatismo de hooligans del papel impreso, pero el aluvión sobre el manco y su Quijote ha ido dejando hueco a virales que incendian la red, instrucciones para reducir el estrés comiendo, un especial culos —no pregunten, yo tampoco sé— y las andanzas con poca ropa de unos seres con los improbables nombres de Kaley Cuoco y Karl Cook

Cervantes se ha acomodado de nuevo en un limbo de aroma a cautiverio argelino, conviviendo con, digamos, los gadgets deportivos para ir a la última.

El libro, como el cáncer, el medio ambiente, la malaria y los perros sin dueño, son cosa de un día. Marcamos el calendario, salimos a la calle (aprovechamos para unas cañas, claro) y hemos cumplido.

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El universo de los Simpson, patas arriba en una animación

«Minimalista en el estilo, gráficamente abstracto, con un giro extraño«, así define el estudio estadounidense de diseño Laundry su animación de los Simpson. La masa de pelo azul y ondulado y las cuentas rojas del collar de Marge; las rosquillas glaseadas de Homer, el peinado estrellado de Lisa y Maggie y la cabeza rectangular de Bart se reconocen al instante como suculentos iconos pop y también desconciertan al combinarse caóticos en una coreografía animada a ritmo industrial.

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Norman Bates vive en la terraza del MET

Una de los terrazas más seductoras de Nueva York, la del nunca alabado lo suficiente museo MET , en el número 1000 de la Quinta Avenida, está ocupada por una réplica de una de las construcciones que pueblan la pesadilla colectiva: la casa donde Norman Bates habitaba —solo aunque no en soledad, ya me entienden— en Psicosis, la película de 1960 de Alfred Hitchcock.

Desde el 19 de abril, la azotea, una de las más frecuentadas desde la primavera hasta el otoño por las espectaculares vistas sobre Central Park y la mutación lenta y sorprendente, pese a lo cíclico, de los tonos de los 20.000 árboles del parque, contiene una reproducción de la tenebrosa mansión victoriana de Bates, interpretado por el siempre torturado Anthony Perkins, que se empapó para la actuación de la vida y desmanes del asesino en serie Ed Gain, el carnicero de Plainfield, granjero en apariencia modelo que asesinó, despellejó y en algunos casos comió a varias decenas de personas en los años cincuenta —también profanaba tumbas, usaba un cinturón de pezones humanos curtidos y desayunaba un tazón de sopa muy nutritiva como tónico matinal—.

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‘MOON’, la reproducción más exacta de la Luna

'MOON' - © Oscar Lhermitte

‘MOON’ – © Oscar Lhermitte

La cara oculta de la Luna es aquella que nunca veremos desde la Tierra. Al tardar el mismo tiempo en rotar sobre sí mismo que en girar alrededor de nuestro planeta, el satélite mantiene escondida a la humanidad el 41% de su superficie. Para conocerla hubo que esperar hasta el 7 de octubre de 1959, cuando la sonda automática soviética Luna 3 tomó las primeras imágenes de aquel terreno para nosotros siempre oscuro, que resultó ser mucho más montañoso.

MOON es un proyecto romántico y científico a partes iguales, una escultura cinética con una abundante recopilación de datos detrás. Ideada y fabricada por el artista francés Oscar Lhermitte en colaboración con el estudio londinense de diseño Kudu, es la esfera lunar más precisa jamás creada.

En escala 1:20 millones, el modelo es un clon del satélite: en la superficie no hay fotografías o ilustraciones pegadas, sino que se reproducen «todos los cráteres, elevaciones y relieves» en 3D, también los de la fascinante cara oculta.

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Malick Sibidé, el fotógrafo que recordaba el nombre de todos sus retratados

Malick Sibidé - Nuit de Noël (Happy-Club) 1963. Photograph: Franko Khoury/National Museum of African Art

Malick Sibidé – Nuit de Noël (Happy-Club) 1963. Photograph: Franko Khoury/National Museum of African Art

Frente a una cualquiera de las miles de fotos que hizo Malick Sibidé, el retratista de Malí que acaba de morir, a los 80 años por complicaciones derivadas de una diabetes, sientes que toda la armazón discursiva que con demasiada frecuencia complica la vida a los artistas es una pantomima. Las imágenes de Sibidé —para quien la fotografía era sinónimo de «juventud y alegría»— contienen todo aquello que falta y sobra en las obras de sus colegas occidentales.

En una reseña que publiqué en 20 minutos en 2012 para hablar de una exposición que confrontaba las miradas de los retratistas occidentales con la de los africanos, escribí, bajo un titular ideológicoComparan la teatralidad de los retratos fotográficos occidentales con la sencillez de los africanos algunas frases que serían acaso pertinentes en un del gran maestro maliense:

Warhol, Sherman y Mapplethorpe, grandes estrellas y figuras veneradas, trabajaron el retrato teniendo presente —en ocasiones, demasiado presente— el papel de los conceptos de identidad, sexualidad, travestismo o feminidad. Practicaron la fotografía como mascarada, manipulación y escenario de prueba de simulación de identidades y roles, convencidos de que el retrato debía mostrar de manera inequívoca una postura ideológica frente a los demás.

Al contrario, (Seydou) Keïta, Sidibé y (Samuel) Fosso hicieron de los retratos de estudio un género grácil y de enorme elegancia. En la obra de los tres hay, desde luego, una posición ideológica —como en toda fotografía—, la alegría y esperanza que despertaron en África los procesos de descolonización e independencia, pero no mediatizan el mensaje con actitudes estéticas artificiosas poque prefieren hacer uso de una mirada limpia. Es reveladora la comparación entre los autorretratos de travestismo Mapplethorpe, sobrecargados y vanidosos, con los de Fosso, naturales y mucho más potentes ante los ojos del espectador.

Un proverbio del hoy atosigado país atravesado por el Níger, río que domina al desierto en su camino hacia el océano, dice lo mismo con más humor y llaneza: «La vida es un baile que danzamos una sola vez». Un segundo, que puede considerarse complementario, añade: «Cuando los mosquitos trabajan, muerden y cantan».

El paso por el mundo del gran Sibidé fue fiel a ambas disposiciones: nunca quiso mostrar el llanto, ni siquiera cuando la vida mordía demasiado fuerte, como en los últimos tiempos, cuando el fanatismo integrista musulman ataca buena parte de la superficie de Malí.

«No nací para mostrar miserias. Nací para retratar la alegría», afirmaba Sidibé sin pretender dictar normas.

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Un manual de 1586 que compara a humanos y animales

'De humana physiognomia' - Giovanni Battista della Porta

‘De humana physiognomia’ – Giovanni Battista della Porta

Al conocer la trayectoria del italiano Giambattista della Porta (1535–1615), heredero inmediato de la curiosidad renacentista de Leonardo da Vinci, cuesta creer que pudiera abarcar tanto, destacar en disciplinas tan variadas.

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Adiós Zaha, qué pena que no siguieras con el origami

Zaha Hadid (1950-2016) - Foto: Zaha Hadid Architects

Zaha Hadid (1950-2016) – Foto: Zaha Hadid Architects

Dicen que siendo una niña era capaz de moldear en papel cualquier pedazo de mundo, cualquier asomo de sueño, cualquier ficción imaginaria. Era un vislumbre de lo que sería su arquitectura: una corriente de flujos, un imprevisto caos… Zaha Hadid, muerta el 31 de marzo a los 65 años de un ataque al corazón, vivió convencida de que aquellos diseños de origami eran posibles como construcciones, edificables.

Los obituarios destacaron, sobre todo, que era un mujer capaz de brillar —hacerse millonaria también— en un gremio de hombres y, al mismo tiempo que ensalzaron la condición femenina, ocultaron otras certezas que no son menos relevantes.

Hija de una familia con la vida resuelta gracias a la sólida fortuna del padre, que pagaba los viajes bimensuales a Europa, la educación suiza, el tren de vida de la alta burguesía de los últimos musulmames cosmopolitas de la hoy destartalada Bagdad, Hadid trabajó sin pestañear para dictadores —ganó el concurso del magno Salón de Convenciones del Pueblo que Gadafi quería levantar en Trípoli (la primavera árabe paró el proyecto) e hizo el Heydar Aliyev Center en Azerbaiyán, bautizado en honor al estalinista gobernante del país durante 30 años en una dictadura del culto a la personalidad que parece medieval— y colaboró en la consodilación del neocapitalismo policéntrico —en Moscú, centro de altas y sospechosas finanzas, construyó el moderno complejo de oficinas Dominion Tower, cuyo nombre elimina la necesidad de críticas—…

Su tienda virtual está poblada de objetos de cariz pornográfico en este tiempo de pobreza e injusticia: un juego de ajedrez de cristal con un PVP de más de 6.000 euros, joyas de quilates con probabilidad manchados de sangre africana, mobiliario para residencias de criminales de postín y otros productos que no merecen salir de las manos de alguien que se considere creador.

Entre los casi mil proyectos de arquitectura que desarrolló desde su estudio no hay uno solo que merezca el adjetivo, ni siquiera secundario, de social. La mujer en la que se convirtió la niña que se negaba a poner límites a las formas, solamente practicaba el origami con billetes de mil dólares.

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#artificialselfie, un robot que hace ‘selfies’ de modo compulsivo

«El selfie es una manera paradigmática de demostrarle al mundo contemporáneo que uno existe», escribe en su web Daniel Armengol Altayó.

El artista barcelonés aborda en su último proyecto la fiebre de fotografiarse a uno mismo. En #artificialselfie (#selfieartificial), una máquina «ejecuta sin descanso la misma acción una y otra vez»: metido en una urna y conectado a la corriente, un mecanismo sujeta un smartphone ante un espejo, se autorretrata y sube la foto —etiquetada como #artificialselfie, por supuesto— a Instagram.

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Los Stones se exhiben, ¿deberíamos escondernos?

Cartel oficial de la exposición - Foto: Rolling Stones Archive

Cartel oficial de la exposición – Foto: Rolling Stones Archive

Recién llegados del Caribe —en Cuba fueron recibidos como apóstoles del capitalismo que viene: no es para menos, la actuación gratuita en La Habana, bendecida por Obama, pagada por una bastante opaca asesoría financiera establecida en el paraíso offshore de Curazao y celebrada por los medios con un acrítico y complaciente diluvio de adjetivos y sin ápice de ecuanimidad—, los Rolling Stones se entregan al exhibicionismo en Londres.

Después del ridículo «los tiempos están cambiando» de Jagger en un país al que han llamado con indecencia «la última frontera del rock» (pregunten en Yemen, Liberia y Sudán, por ejemplo), ahora toca un espacio vip, la Galería Saatchi de Kings Road, en la City, el lugar en el que se sienten en casa. Londres es ahora la ciudad con más milmillonarios del mundo. Territorio de gánsteres.

Exhibitionism, la exposición sobre el grupo en el local del magnate de la publicidad Charles Saatchi —el hombre que vendió a la opinión pública el gruñido El laborismo no funciona, y llevó en volandas al 10 de Downing Street a la pérfida Margaret Tatcher—, es la alternativa stone a las muestras museísticas que proliferan últimamente en torno al olimpo del pop. Al contrario que el par de antecesoras, David Bowie Is… y The Velvet Underground – New York Extravaganza, que han elegido para desplegarse los espacios que la humanidad ha dedicado al arte desde hace varios siglos, los museos públicos, los Stones optan por una galería privada y clasista.

Los precios de las entradas no son casualidad: de 19 a 21 libras esterlinas. En Londres no hay mecenas offshore ni está a mano el Deutsche Bank, mano armada del liberalismo matón y cómplice de la que está cayendo, para cuyos 700 más hidalgos ejecutivos y clientes selectos tocaron los Stones en una actuación privada en 2007 en el barcelonés Museu Nacional d’Art de Catalunya a cambio de los cuatro millones de euros que pagó la entidad en dinero que hemos de suponer bastante manchado, dadas las operaciones alegales por las que ha sido señalado una vez y otra el macrobanco de Fráncfort como cómplice de tropelías —el escándalo del Libor, hacer negocios con países sujetos a sanciones (Siria y Libia entre ellos), lavado de dinero…—.

«Los tiempos están cambiando», dijo Jagger en La Habana. ¿Deberíamos buscar refugio?

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