A Jeff Koons, gran demandador por plagio, le dan (otra vez) su propia medicina

El perro de Koons (derecha) y otro perro sin autor conocido

El perro de Koons (derecha) y otro perro sin autor conocido

Hace unos años Jeff Koons, el niño bonito y multimillonario del arte moderno —dicen que sólo superado en fortuna personal por Damien Hirst—, encargó a sus abogados sembrar el mundo de demandas judiciales por supuestos delitos de robo de propiedad intelectual contra todos los fabricantes y comerciantes de figuras de perritos basados en los de globoflexia, esos que llevan entre nosotros más años de los que tiene Koons (por cierto, casi 61 y mucha querencia por sí mismo, como demuestran las fotos en las que luce músculos, culo y casi casi haciendo máquinas).

Las querellas de Koons, que se puede permitir tener ocupado a un bufete en este tipo de contrasentidos, acabaron, una tras otra, siendo archivadas, porque el perro del que afirmaba ser dueño es de autor desconocido.

Izquierda: I Could Go For Something Gordon’s. Photograph: © Jeff Koons / Derecha: original del anuncio con foto de Mitchel Gray (Imagen: eBay)

Izquierda: I Could Go For Something Gordon’s. Photograph: © Jeff Koons / Derecha: original del anuncio con foto de Mitchel Gray (Imagen: eBay)

Al sobrado Koons —un tipo que no tiene empacho en dejar que sus exposiciones sean financiadas por el Bank of America, una de las entidades financieras más poderosas del mundo y, como sus congéneres de todas las latitudes, acusada de fraudes hipotecarios por los fiscales pero con los directivos aún de rositas y gozando de la vida— le ha salido el tiro por la culata y le han dado una dosis de su propia medicina.

La obra de arriba a la izquierda, firmada por Koons como una sublimación publicitaria, es un anuncio de una marca de ginebra y está basada en una imagen que tiene dueño, Mitchel Gray, un veterano fotógrafo, que la hizo en la década de los años ochenta. El autor, que conserva el copyright de la imagen, acaba de demandar a Koons por un plagio que, tal como se aprecia, sólo necesita que el juez tenga ojos para comprobar culposo.

También, y eso demuestra la pestilencia del arte moderno y quienes lo sostienen, podría existir intención de dolo, porque la obra de Koons —la mera copia escaneada de un anuncio de hace unas décadas— fue vendida por 2,8 millones de euros en Londres en 2008.

Arriba: foto de Art Rogers. Abajo: String of Puppies - Photo © Jeff Koons

Arriba: foto de Art Rogers. Abajo: String of Puppies – Photo © Jeff Koons

No es la primera vez que al celosísimo de su genialidad Koons le caen encima acusaciones de copismo con malas artes —ninguno de los autores plagiados se hubiesen negado, creo, a vender al artista la cesión de uso, pero hablamos de un creador situado por encima del bien, del mal y del resto de la humanidad (a no ser que seas directivo del Bank of America) y que nunca se rebajaría a negociar con un ser inferior—.

El fotógrafo Art Rogers consiguió una sentencia favorable cuando demandó a Koons hace unos años por uso indebido de una obra para crear la escultura String of Puppies, claramente copiada de una imagen del primero.

La sentencia del caso señaló, para callar la boca a los defensores del apropiacionismo  —especialmente deleznables cuando son multimillonarios y se limitan a tomar lo que consideran suyo porque ellos lo valen—, que «unos pequeños cambios aquí y allá no son aceptables» para probar que no había intención de plagio, como tampoco lo es el cambio de soporte, de foto a escultura.

Jose Ángel González

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