Dejan de fabricar la Holga, la cámara-milagro, de plástico y barata

Holga 120 N, una cámara clásica

Holga 120 N, una cámara clásica

No es una cámara de fotografía: es un emisor, una vereda, un filamento, una neblina, unos anteojos…

Escribí sobre la Holga 120 N en una entrada de este blog en mayo de 2013. Como siempre que hablo de amor, entonces me dejé llevar por el exceso:

Las fotos con las que el reportero se convierte en un poeta y danza el infinito vals de la luz y la sombra son tomadas con una Holga (…) Con ese pedazo de plástico negro en las manos, Thomas Alleman es un chamán, un héroe, un niño iluminado…

Fabricada desde 1982, sin licencia ni franquicia, en Hong Kong (la diseñó un tal Lee Ting-mo del que poco se sabe y, por supuesto, no tiene Twitter), ha habido maniobras del lobby pijo de Lomography para hacerse con la distribuición mundial exclusiva de la Holga pero hay demasiados talleres en China fabricando las cámaras cada uno por su lado y tanta diversificación no permite el monopolio. Todo objeto es un objeto político y la Holga, en los tiempos de Instagram y los smarthpones, es procomún y proletaria.

Es claro que tener en las manos esta cámara de precio popular y aspecto algo torpe —100% plástica, básica, cuadrada, una especie de ladrillo— no garantiza que funcione la mecánica de fluidos del ars poetica fotográfico, porque si tienes los sentimientos de un rodamiento de plomo, harás fotos plomizas y siempre conviene que llegues al momento de hacer la foto con el alma rota y el corazón supurando, porque, amigo mío, ningún filtro va a hacer el trabajo por ti.

Acabo de recibir un aviso mortuorio: dejan de fabricar este juguete milagroso.

¿Qué es la orfandad? En mi opinión, es un vínculo dilatado en el que caben ataduras humanas, pero también extraterrenas e imprevistas: de algunos objetos dependemos como hijos.

Hice estas nueve fotos en un amplio margen de tiempo. No lo recuerdo con precisión, pero la más temprana debe ser de hace una década. No sé si puedo optar a considerarme dueño de un estilo personal, de una mirada que me identifique, pero las imágenes están ligadas por algunas singularidades: luz natural, film fotográfico de 400 ASA, trucos ajenos a la postproducción —una doble exposición intuitiva on camera, por ejemplo, en ese enjambre de niños pescadores en una plácida tarde de verano en un lago alemán— y, por supuesto, la cámara, mi Holga.

El distribuidor de la cámara en los EE UU, la empresa Freestyle Photographic Supplies, se ha encargado de darme la noticia de que queda interrumpida la fabricación de la cámara a la que más quiero. Por una vez puedo considerar cercanas las palabras de un CEO, Gerald H. Karmele, director operativo de la firma:

Las cámaras Holga han sido parte de nuestro patrimonio fotográfico durante más de 33 años y han sido fundamentales no sólo para la enseñanza de la fotografía, sino también por ser capaces de expresar creatividad en la era digital. Con gran tristeza de corazón nos despedimos de una cámara que ha sido popular  para muchos. La Holga representa la creatividad y la imprevisibilidad: es un medio refrescante que sobrevivió a muchas otras cámaras, pero ahora es otra víctima de lo digital.

Un portavoz de la empresa fabricante, un taller de Hong Kong, aseguró a PetaPixel que no quedan unidades a la venta, aunque hay detallistas que tienen todavía cámaras en inventario. Una rápida búsqueda en eBay permite comprobar que todavía es posible encontrar el modelo básico sin flash, mi adorada 120 N, por menos de 30 euros, pero yo que ustedes me daría prisa.

Nadie explica —si alguien sabe las razones, sería de agradecer que las compartiera en los comentarios de esta entrada— por qué la fábrica del mítico y humilde Lee Ting-mo ha decidido discontinuar un producto rentable, con margen de beneficio suficiente pese a su bajo precio de venta —después de todo, hablamos de plástico y dos o tres hilos de alambre—, al que bautizó como Holga tras occidentalizar la expresión cantonesa Ho Gwong (muy brillante). Lee comercializaba el aparato a través de la compañía Universal Electronic Industries, que llegó a despachar 200.000 unidades al año.

Recibí mi primera Holga como regalo de cumpleaños —trabajaba en la redacción de 20 minutos y me la dieron compañeros, de algunos de los cuales yo era jefe (va por vosotros Adol, Tatiana, Dani, María, Jorge, Javi, Fran…), lo cual revela que no debo ser de mal llevar y que es una gran mentira que la relación patrón-subordinado deba ser cenagosa—. Desde aquel momento siempre supe que sólo era necesario salir a la calle con un pedazo de plástico negro. Si todavía me restase inocencia como para no parecer ñoño diría que la Holga es como el bocadillo de pan con chocolate con el cual un niño, cualquier niño, es capaz de alimentarse antes de matar al dragón.

Con la muy primitiva tecnología y los terribles errores de la Holga —un adminículo de baja precisión, con distorsiones, superposiciones caprichosas  y entradas no menos azarosas de luz (una copia plástica del alma, vaya)—, te conviertes otra vez en un ser humano sujeto a fallos y distracciones.

Alguna vez he sentido que esta cámara asilvestrada donde casi nada depende de ti —sólo dos velocidades de obturación y un enfoque tentativo, a ojo— es la prueba final de que la fotografía es un matrimonio, funcional y disfuncional, sedoso y áspero, manso y fiero.

Paso de puntillas por la noticia complementaria al deceso: Holga, como nuestro mundo y nuestros sentidos, se convierte en gadget. Ya comercializan un modelo digital que dirigen a la «generación Instagram». Me consuela saber que mi generación nunca llevó como apellido parejo la grosería de una firma de necios tycoons en espera de pelotazo.

Aprenderé a convivir con la orfandad, no hay duda. Compraré un par de cámaras para conservarlas como botiquín de auxilio o intentaré arreglar por mí mismo cualquier desperfecto —otra bondad de la Holga es su maleabilidad: aquí se puede consultar una guía de modificaciones—, pero, como digo en Her name is Holga, una de las secciones de mi web de fotos, nunca dejaré de danzar al ritmo quejumbroso del latido bluesy del gran corazón de una cámara de plástico y barata.

José Ángel González

2 comentarios

  1. Dice ser Antonio Larrosa

    Amigo mio, los tiempos cambian y un invento ocupa el sitio de otro como también se ocupa el sitio de un a persona por una ex , o sea que ya me he enredado y creo que que se me ha disparado el flhas a destiempo. En fin ,es la vida.

    Clica sobre mi nombre

    30 noviembre 2015 | 17:13

  2. Dice ser Eduardo Palencia

    Precioso comentario, me ha encantado. No os conocía, pero desde hoy soy un seguidor vuestro…

    01 diciembre 2015 | 10:49

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