Marina Abramović y su expareja Ulay: performance real ante un tribunal

Marina Abramović y Ulay (Frank Uwe Laysiepen), "Relation in Time" 1975.

Marina Abramović y Ulay (Frank Uwe Laysiepen), «Relation in Time» 1975.

Nunca antes una pareja de artistas y amantes exhibieron con tan exacta precisión el fondo de sintonía, amor, desolación, ascensos y caídas de cualquier relación afectiva. Marina Abramović (Belgrado, 1946) y Ulay, nombre de escena del alemán Frank Uwe Laysiepen (1943), trabajaron y se amaron en público entre 1976 y 1988. Como performers —ese tipo de creadores que utilizan el cuerpo como lienzo emocional y abandonan las defensas para enfrentarse de tú a tú al espectador y a sí mismos—, aceptaron todas las consecuencias.

Desde 1975 y hasta 1988, reflexionaron sobre las condiciones duales en las que crecía su relación: hombre-mujer, soledad-compañía, deseos-prohibiciones, complicidad-atracción, sintonía-entendimiento…

Ahora habitan dos mundos diferentes —ella es un megaestrella que provoca esperas de horas al público para entrar en los espectáculos, recibe cómplices alabanzas de milmillonarios del pop como Jay-Z y Lady Gaga, mientras que Ulay superó un cáncer en 2013 (el proceso está documentado en Project Cáncer) y es un creador de nivel bajo que vive en Ljubljana (Eslovenia)—.

Los antiguos colaboradores van a celebrar una última gran performance. Esta vez no hay arte por medio. Es pura, triste y vulgar vida. Será en los tribunales de justicia.

Ulay ha demandado a su antigua novia y colaboradora porque, sostiene, le debe dinero por derechos intelectuales de los proyectos que crearon en conjunto. En 1999 firmaron un acuerdo que establecía el reparto de los beneficios obtenidos de vídeos, fotos o cualquier otro tipo de explotación comercial de las performances: 50% para el galerista o museo, 30% para Abramović  y 20% para Ulay.

El demandante dice que su excompañera sólo le ha pagado cuatro veces en 16 años y que las cantidades siempre han sido muy bajas —unos 31.000 euros— dados los elevados ingresos de Abramović en campañas como la que patrocinó Adidas o la exitosa exposición The Artists Is Present, el ritual celebrado en el MoMA de Nueva York en 2010 en el que la performer permitía al público sentarse en silencio frente a ella durante lapsos de tiempo indeterminados. Durante 512 horas el principio fue el mismo: un cara a cara sin defensas en un espacio carente de interferencias escenográficas, de decorado o iluminación.

Durante la última performance, Ulay y Abramović se vieron por última vez. Él se colocó delante de ella, al parecer sin aviso previo. El resultado es suficientemente conocido gracias a un vídeo con millones de reproducciones.


Ulay, según ha declarado al diario The Guardian, no está interesado en las lágrimas, por muy emotivas que sean, que su antigua compañera le ofreció en el museo:

Lo que pido [en la demanda judicial] es: un estado de cuentas cada seis meses con el correspondiente ingreso de mis derechos intelectuales y que mi nombre sea mencionado como coautor de las obras.

Lo que duele más a Ulay es que Abramović está intentado manipular la historia y presentarse como autora única de performances celebres como Relation Work (1976), Relation in Time (1977), Interruption in Space (1977) o Nightsea Crossing (1987), cuando se trataba de obras creadas e interpretadas por ambos. «Está intentando borrar mi nombre de la historia del arte», dice.

"Relation in Space"Relation in Space, Marina Abramović & Ulay, 1975, Venice (Foto Venezia Biennale)

«Relation in Space»Relation in Space, Marina Abramović & Ulay, 1975, Venice (Foto Venezia Biennale)

El último episodio desabrido fue la prohibición, transmitida a través de un bufete de abogados, de incluir imagenes de Abramović en el libro de 2014 Whispers: Ulay on Ulay, una monografía sobre su excompañero. Los editores decidieron retirar las fotos para evitar posibles daños, pero las sustituyeron por cuadrados de color rosa, lo cual debio «joder bastante» a la artista, en opinión de Ulay.

Varios historiadores de Arte y comisarios de exposiciones han salido en defensa del performer alemán, al que consideran dueño de las obras en la misma medida que Abramović, dado que eran montadas e interpretadas a dúo y estaban basadas en el juego de balances y contrabalances entre ambos artistas.

El diario inglés intentó obtener la opinión de la artista, pero sólo consiguió una declaración de sus abogados:

La señora Abramović está en desacuerdo total con los elgatos de Ulay. Nuesta cliente no desea comentarlos, son libelos, y la demanda es abusiva y pretende dañar su imagen pública.

Marina Abramović (Photograph by Marco Anelli © 2014)

Marina Abramović (Photograph by Marco Anelli © 2014)

En los inicios de su carrera Abramović trabajaba en solitario. Tras un breve contacto con las instalaciones sonoras, comenzó a realizar sus primeras performances: Rhythm 4, Rhythm 5 (ambas de 1974) y Rhythm 10 (1975), que estuvieron salpicadas por el escándalo. En la última exploró elementos del ritual y el gesto: utilizando veinte cuchillos y dos grabadoras, la artista jugaba a la ruleta rusa. Mediante golpes rítmicos de cuchillo entre los dedos de la mano, cada vez que se cortaba tomaba un cuchillo nuevo y grababa la operación. Después de cortarse veinte veces, reprodujo la cinta, escuchó los sonidos y trató de repetir los mismos movimientos, intentando repetir los errores, uniendo de esta forma el pasado y el presente.

Siguiendo la idea común a todos los performers de sentir el mundo a través de la experiencia personal del cuerpo, la artista trató de indagar en los límites de la resistencia moral y física, reflexionando sobre los patrones de comportamiento de la mente y el organismo. Su idea era establecer un diálogo energético con los espectadores.

Desde 1975 y hasta 1988, Abramović comenzó a trabajar con Ulay. Pocas veces en la historia del arte una relación afectiva entre dos artistas ha dado tantos frutos a nivel creativo. La complicidad y atracción, así como la excelente sintonía y entendimiento, les hizo crear un núcleo de trabajo centrado en la relación como pareja.

Cuando se separaron en armonía, grabando la ceremonia con cada uno de ellos situado en los lados opuestos de la Gran Muralla China, nada presagiaba que la última performance común fuera a celebrarse en un escenario tan vulgar y poco esnob como un tribunal de justicia.

Jose Ángel González

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