Los pecados capitales según el Bosco y los sociales según Brueghel

"Mesa de los pecados capitales" - El Bosco (Imagen: Museo del Prado)

«Mesa de los pecados capitales» – El Bosco (Imagen: Museo del Prado)

La primera filacteria, arriba, dice en latín:

Porque son un pueblo que no tiene ninguna comprensión ni visión, si fueran inteligentes entenderían esto y se prepararían para su fin.

Su contraparte, abajo, añade:

Apartaré de ellos mi rostro y observaré su fin.

Son citas del Deuteronomio, que se atribuyó durante siglos a la redacción de Moisés.

El círculo central semeja un ojo, en cuya pupila [para apreciar los detalles conviene ver la versión en alta resolución del Museo del Prado] aparece Cristo Varón de Dolores y la frase:

Cuidado, Cuidado, el Señor está mirando.

En torno a ese visor implacable, siete escenas reproducen los siete pecados capitales. En cada una de las cuatro esquinas otros tantos círculos describen la muerte, el juicio, el infierno y la gloria, las «cuatro cosas últimas» a las que tenemos opción según el dogma.

La pintura, un óleo sobre tabla de 1,2 por 1,5 metros, fue creada para servir de tablero o encimera para la Mesa de los Pecados Capitales. Se puede ver —y la contemplación merece horas— en el Prado y la autoría es atribuida a El Bosco, el primer surrealista, acaso el único.Seguro, el más feroz.

La atribución se tambalea porque un estudio del Proyecto de Investigación y Conservación sobre el pintor, de cuya muerte se cumplen 500 años en 2016, sostiene que la mano del misterioso artista no participó en las pinturas de la mesa, aunque sí tal vez actuaron artistas cercanos a su taller.

En el Prado están bastante cabreados con la facción holandesa del proyecto y se arrepienten de las facilidades que dieron a los expertos de los Países Bajos para analizar la delicada obra en el museo madrileño, que también prepara su propia exposición para sacar provecho del quinto centenario.

La ira representada en una miniatura del códice "Tacuinum Sanitatis", siglo XIV (Imagen: Dominio Público)

La ira representada en una miniatura del códice «Tacuinum Sanitatis», siglo XIV (Imagen: Dominio Público)

"Todo es vanidad", de Charles Allan Gilbert (1873-1929) - (Imagen: Dominio Público)

«Todo es vanidad», de Charles Allan Gilbert (1873-1929) – (Imagen: Dominio Público)

Los pecados capitales nos pueden. Somos fruto de su mezcla. Tomás de Aquino no erraba:

Un vicio capital es aquel que tiene un fin excesivamente deseable […] Los pecados o vicios capitales son aquellos a los que la naturaleza humana está principalmente inclinada.

El arte, desde los primeros iluminadores de códices, ha tropezado en los siete vicios, de los que a su vez emanan otros, porque no podría ser otro el comportamiento: somos idólatras de nosotros mismos, queremos complacernos.

Quizá a estas alturas —dado como está el patio en conocimientos teológicos y temiendo que el mayor grado de sabiduría sobre los pecados capitales del común de los lectores sea una película con Brad Pitt y Kevin Spacey— convenga enumerar:

Soberbia (orgullo, vanidad, engreimiento, arrogancia…), avaricia (codicia, ambición…), envidia (resquemor, rencor…), ira (frustración, venganza, enfado…), lujuria (búsqueda desordenada de placer sexual, violación, pederastia…), gula (hablar demasiado…) y pereza (acedia, ingratitud, indiferencia, desgana, procrastinación…).

Suenan arcaicos, ¿verdad? No se crean libres de culpa. En 2008 el Vaticano dictó los pecados sociales que adaptan los viejos pecados al mundo de hoy. No siempre yerran desde la Santa Sede, por mucho que sostenga lo contrario la masiva opinión pública de los yo-soy-ateo.

Pecar nada tiene que ver con las mil formas de dios: es un delito contra ti mismo, lo cual sería moralmente aceptable —allá uno con sus vicios siempre que no pringuen a los demás—, y contra tus semejantes, lo cual merecería la cárcel, el infierno que hemos copiado en la tierra.

Este es el hit parade de los pecados de ahora:

  • Realizar manipulaciones genéticas – Envidia.
  • Llevar a cabo experimentos sobre seres humanos, incluidos embriones – Soberbia.
  • Contaminar el medio ambiente – Pereza.
  • Provocar injusticia social – Pereza, envidia y soberbia.
  • Causar pobreza – Avaricia.
  • Enriquecerse hasta límites obscenos a expensas del bien común – Avaricia.
  • Consumir drogas – Pereza.

Ni los artistas —ni Pitt o Spacey— encuentran ya inspiración en los nuevos pecados. Están más repartidos, parecen más livianos, permiten ser feliz. Es peor ser lujurioso que follador; glotón que bon vivant; perezoso que CEO…

"Parable of the Wheat and the Tares", de Abraham Bloemaert, 1624 - Walters Art Museum (Imagen: Dominio público)

«Parable of the Wheat and the Tares», de Abraham Bloemaert, 1624 – Walters Art Museum (Imagen: Dominio público)

El demonio que pasea campo adelante en la parábola de la pereza del barroco Bloemaert es un fácil culpable de sembrar la semilla de mal pero, ¿a quién señalar como pecador capital por provocar injusticia social, contaminar, drogarse…? Las respuestas dan miedo porque admiten cualquiera de nuestros nombres en la línea de puntos en blanco.

Siete museos de arte moderno de los estados limítrofes de Connecticut y Nueva York se acaban de aliar en The Seven Deadly Sins, donde cada una de las pinacotecas se dedica a exponer obras basadas en uno de los pecados. Ni una sola pieza artística se refiere a los nuevos pecados capitales y prefieren los que regían desde el siglo V. Lo vintage es también un valor al ser pecaminoso.

Hubo en al arte, sin embargo, quien atisbó la mutación de los grandes vicios y predijo qué cambiarían al mismo ritmo con que cambiamos los seres humanos.

Fue el grabador Pieter van der Heyden, trabajando según los dibujos de cada pecado que había representado Brueghel el Viejo, el mayor de los admiradores de, curiosamente, el Bosco.

Hay láminas de las siete visiones en la web del MET. Las incrusto y vinculo cada una a la ficha correspondiente en la pinacoteca.

Envidia Soberbia Pereza Lujuria Ira Gula Avaricia

Seres humanos durmiendo sobre el vientre de asnos, sapos haciendo rodar toneles donde los avariciosos intentan en vano contar monedas, molinos que engullen a los esclavos, cuchillos gigantes que trocean a los caídos, encuentros sexuales con bestias, espejos que reflejan el horror, torturadores que descalzan a sus víctimas… Podría ser un reportaje documental con metáforas datadas hoy: un editorial del siglo XXI.

El Bosco, misterioso, quizá herético, mostró las fantasías, angustias y anhelos humanos de una manera básica y primitiva protagonizada por seres híbridos e imposibles. Brueghel, moderno y caricaturesco, humanizó el pecado y lo hizo carne. Mostró democráticas e igualitarias formas cotidianas del ejercicio de la maldad.

Jose Ángel González

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