Los ojos experimentales de la chicas modernas de entreguerras

Florence HENRI, 'Portrait composition, Cora', 1931 - © Centre Pompidou, MNAM-CCI, Dist. RMN-Grand Palais / Guy Carrard Florence Henri © Galleria Martini & Ronchetti, Genova © Adagp, Paris 2015

Florence HENRI, ‘Portrait composition, Cora’, 1931 – © Centre Pompidou, MNAM-CCI, Dist. RMN-Grand Palais / Guy Carrard – Florence Henri © Galleria Martini & Ronchetti, Genova © Adagp, Paris 2015

El niño sublime por el fuego interior e insoportable por la jactancia externa Arthur Rimbaud dejó para el futuro una obra poética que parece un cometa condenado a circular como un tiovivo eterno, un tour vital por los escenarios de una psicósis —de ángel iluminado a traficante de esclavos— y una frase que se ha convertido en reclamo para estampar en las camisetas, esas residuales plataformas opinativas donde se enuncian chascarrillos con la misma pasión con que en el pasado pedíamos la muerte de los tiranos.

Rimbaud, que se me ha ido al carajo el párrafo, decía:

Hay que ser absolutamente moderno.

Ser moderno, como ser ministro de Justicia o alcahuete financiero, es a estas alturas un oficio que se aprende en las aulas de algunas maestrías de grado superior y se ejerce en los reservados de ciertos locales y en los despachos criptoprotegidos donde juegan al póquer con nuestras almas como envite.

Ya no eres moderno si, como opinaba Oscar Wilde, «esperas lo inesperado» —al pobre le demostraron con creces las consecuencias—. Lo eres si bebes vermú, si tu lengua se ocupa de repetir «es bien» mientras no le quitas ojo a la pantalla de la app-esperanto del smartphone, si te consideras eterno…

Eres moderno si te has convertido, sin que te hayas enterado, en la prolongación de la peor versión de tus padres.

Marianne Breslauer, ' Sans titre', 1937 - Photo © Centre Pompidou, MNAM-CCI, Dist. RMN-Grand Palais / Philippe Migeat © Marianne Breslauer © Adagp, Paris 2015

Marianne Breslauer, ‘Sans titre’, 1937 – Photo © Centre Pompidou, MNAM-CCI, Dist. RMN-Grand Palais / Philippe Migeat © Marianne Breslauer © Adagp, Paris 2015

La sucursal del Centro Pompidou en Málaga —que obliga bajo pena de delito mayor a introducir bajo las fotos créditos tan poco modernos como un jeroglífico— presenta la modernidad de hace casi un siglo en la exposición Son modernas, son fotógrafas.

Hay un buen número de obras de una veintena de autoras que sí fueron modernas, pero al hoy desfasado estilo que Baudelaire resumía en: color, espiritualidad, aspiración de infinito y arte. Ninguno de lo cuatro términos figuran en el diccionario del WhatsApp, el amiguito que te da la mano cuando estás solo mientras con la otra mano subasta tus secretos no criptografiados al mejor postor.

Las fotógrafas de la exposición, mujeres jóvenes de entreguerras, ese tiempo en que la espera de la nueva matanza contuvo la emoción anarquista de conquistar el cielo, no moderneaban en el sentido fecal de ahora, no necesitaban la exhibición y el comercio de sí mismas con más ferocidad que un alcohólico la copa de orujo, no pretendían vender coltán por maná, ni bytes por comuniones espirituales…

Dora MAAR, 'Untitled [Assia]', 1934 - © Centre Pompidou, MNAM-CCI, Dist. RMN-Grand Palais / Georges Meguerditchian © Adagp, Paris 2015

Dora MAAR, ‘Untitled [Assia]’, 1934 – © Centre Pompidou, MNAM-CCI, Dist. RMN-Grand Palais / Georges Meguerditchian © Adagp, Paris 2015

Laure Albin Guillot, Marianne Breslauer, Florence Henri, Nora Dumas, Germaine Krull, Dora Maar y las demás chicas modernas de la exposición sabían que la única forma de ser uno con tu tiempo es, como decía Rimbaud, «cambiar la vida», ondear «la bandera del hombre que sangra», hacer de la mirada un laboratorio experimental y del arte una elección —lo que viene a ser, en presente de indicativo, excluir todos los contenidos de Playground Magazine y Vice, que me resisto a hipervincular porque no me dedico a la gestión de residuos—.

Viendo la silueta de la ucraniana Assia Granatouroff retratada por Dora Maar, apartas la vista del cuerpo voluptuoso que en los años treinta enamoró a todos los artistas de París y sólo aspiras a ser ceniza pulverizada.

Las fotógrafas de la exposición malagueña son modernas en el sentido casi apostólico en que lo fue otro dinamitero del mismo tiempo, Blaise Cendrars: «La eternidad no es más que un breve instante en el espacio y el infinito lo atrapa a uno por los cabellos y lo fulmina en el acto. El tiempo no cuenta».

Jose Ángel González

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