‘Los nobles usan la pluma; nosotros, el fusil’: galería de ‘bandoleros sociales’

Foto policial de Ned Kelly a los 16 años (Foto: dominio público)

Foto policial de Ned Kelly a los 16 años (Foto: dominio público)

Como tantos otros administradores de justicia antes que él, el magistrado que presidía el tribunal que condenó a muerte a Ned Kelly creyó necesario añadir la consabida e indulgente adenda tras la lectura de la sentencia:

— Que Dios se apiade de su alma.

El más famoso bushranger de Australia —que se protegía de los armados agentes de la ley llevando encima una armadura de metal que pesaba 45 kilos— respondió desde el banquillo de los acusados:

— Iré un poco más lejos que usted: nos encontraremos cuando yo me vaya y presentaremos juntos nuestros casos ante Dios.

Menos de un mes después, el 11 de noviembre de 1880, en los momentos previos al ahorcamiento en el penal de Melbourne —de nada valieron las 30.000 firmas que solicitaban que la condena fuese conmutada por prisión a perpetuidad—, Kelly estaba extrañamente apocado. Sus últimas palabras fueron:

— Así es la vida.

Se había explicado con un ánimo menos desmoralizado en una entrevista previa al juicio con el diario The Mercury, uno de cuyos periodistas consiguió permiso para entrevistar al bandido:

— Al juzgar un caso como el mío el público debe recordar que incluso la vida más oscura tiene una faceta brillante.

Ned Kelly el día antes de su ejecución (Foto: dominio público)

Ned Kelly el día antes de su ejecución (Foto: dominio público)

El día anterior al ajusticiamiento, Kelly había pedido que le tomaran una foto digna para paliar la atroz calidad de los retratos policiales. También se reunió con su madre. La mujer terminó el encuentro con un consejo:

— Muere como un Kelly.

Acaso sea el del violento y descarado australiano de ascendencia irlandesa uno de los casos de bandolero social más conocido y venerado como figura folclórica —Mick Jagger y Heath Ledger lo han interpretado en sendas películas, ambas flojas—. Aunque el humilde origen de Kelly y los estigmas que conlleva no son discutibles, el bushranger era un asesino y asaltante que sólo repartía botines con su banda: ni rastro de la mística de un Robin Hood de las antípodas.

No se le conoce más aspiración cívica que la carta abierta —llamada Jerilderie letter por el lugar en que fue dictada [hay una versión interactiva muy trabajada del Museo Nacional de Australia]— que Kelly hizo pública para lavar su conciencia y labrarse una mejor imagen aduciendo que era una víctima de la opresión contra los católicos irlandeses, transportada por los británicos a las tierras australes. No le faltaba razón, pero la sed de sangre con que pasó por el mundo no es justificable.

La interpretación más seria y polémica sobre los bandoleros sociales la firmó el inolvidable historiador marxista Eric Hobsbawm (1917-2012), uno de los intelectuales británicos más admirados y respetados de la historia. En el libro Primitive Rebels (1959) —diez años después escribió una ampliación y correción de sus tesis, Bandits— el estudioso de la «rebeldía de la fractura» y el criminal entendido como portavoz de los parias dice:

Lo esencial de los bandoleros sociales es que son campesinos fuera de la ley, a los que el señor y el estado consideran criminales,
pero que permanecen dentro de la sociedad campesina y son considerados por su gente como héroes, paladines, vengadores, luchadores
por la justicia, a veces incluso líderes de la liberación, y en cualquier caso como personas a las que admirar, ayudar y apoyar (…) Para un bandolero social es impensable robar las cosechas de los campesinos (pero no las del señor) en su propio territorio, y posiblemente no lo haría tampoco en cualquier otro lugar. Los que así lo hacen carecen de la relación especial que convierte el bandolerismo en «social».

Portada de la edición inglesa de "Bandidos", de Eric Hobsbawm

Portada de la edición inglesa de «Bandidos», de Eric Hobsbawm

El dulce Hobswam, un marxista diferente (escribía críticas de jazz bajo el seudónimo de Frankie Newton, tomado del nombre del trompetista comunista de Billie Holiday),  no se amedrentó por el vocerío de las barras bravas del capitalismo-o-muerte del neoliberalismo y la globalización que nos dominan, siguió empeñado en glosar a los bandido-campesinos «alzados contra terratenientes, usureros y otros representantes de lo que Tomás Moro llamaba la conspiración de los ricos«.

En la montaña y los bosques bandas de hombres fuera del alcance de la ley y la autoridad (tradicionalmente las mujeres son raras), violentos y armados, imponen su voluntad mediante la extorsión, el robo y otros procedimientos a sus víctimas. De esta manera, al desafiar a los que tienen o reivindican el poder, la ley y el control de los recursos, el bandolerismo desafía simultáneamente al orden económico, social y político. Este es el significado histórico del bandolerismo en las sociedades con divisiones de clase y estados.

Repasemos algunos ejemplos de estos nobles ladrones. No siempre son las suyas vidas ejemplares, pero al menos no se sometieron y se atrevieron a robar al Estado uno de sus más perversos privilegios: dictar la ley. Por lo demás, son una especie extinta. Los bandidos de ahora llevan un iPhone en el mismo bolsillo que la pistola.

Joaquin Murrieta Carrillo, 'El Robin Hood de El Dorado' (Foto: dominio público)

Joaquin Murrieta Carrillo, ‘El Robin Hood de El Dorado’ (Foto: dominio público)

Joaquín Murrieta Carrillo (c. 1829 – c. 1853)

El Robin Hood Mexicano o el Robin Hood de El Dorado se dedicó a esquilmar a gringos que habían encontrado oro en las montañas de California. Aunque las crónicas anglosajonas le describen como desalmado y le atribuyen la muerte de 13 angloestadounidenses y 28 chinos —peones ferroviarios—, algunos biógrafos sostienen que el asaltante y su banda estaban notablemente concienciados y no tragaban con el desgaje del territorio californiano de su original pertenencia mexicana.

Nacido en Hermosillo, al llegar a California en 1850, cuando las persecuciones de mexicanos eran cotidianas, no le fue difícil revolverse contra la opresión y la violencia. Hablamos de una época en la que el bandolerismo social se tornó epidémico en California, con robos de ganado y caballos, asaltos a tiendas y a viajeros…

Poco se conocía de los dirigentes de estos grupos armados, excepto que uno de los más notables de se identificaba como Joaquín. Pronto la imaginación popular y los periódicos empiezan a referirse a como al gran enemigo a abatir. En 1853 el estado de California ofreció mil dólares por «Joaquín, vivo o muerto».

Durante dos meses los rangers californianos buscaron a la banda de Joaquín sin resultados, hasta que el destacamento se acercó a un grupo reunido alrededor de un fuego, entablándose un combate en el que el líder del grupo mexicano, de nombre Joaquín Valenzuela, fue asesinado y decapitado, llevando los cazarecompensas la cabeza en un frasco de alcohol como evidencia.

Nunca quedó claro si el asesinado era Murrieta, pero la imaginación voló: uno de los nietos del bandido, Procopio, Red Handed Dick, también tomó la vía del bandolerismo. Algunos dicen que fue el verdadero Zorro.

El poeta Pablo Neruda consagró en versos las gestas de Murrieta:

Adiós, compañero bandido. Se acerca la hora. Tu fin está claro y oscuro,
Se sabe que tú no conoces, como el meteoro, el camino seguro.
Se sabe que tú lo desviaste en la cólera como un vendaval solitario.
Pero aquí lo canto porque desgranaste el racimo de ira.
Y se acerca la aurora.
Se acerca la hora en que el iracundo no tenga ya sitio en el mundo.
Y una sombra secreta no habrá sido tu hazaña, Joaquín Murieta.

Lampião (Foto: dominio público)

Lampião (Foto: dominio público)

Virgulino Ferreira da Silva, Lampião (1897-1938)

Mataba como distracción
No por pura perversidad
Y daba comida al hambriento
Con amor y caridad.

La copla popular sobre el gran bandido Lampião olvida la crueldad de sus dictados en el gran sertão —textualmente, desiertazo— en el que reinó durante casi dos décadas (1920-1938) en el nordés brasileño. La ley del líder era económica: «Si tienes que matar, mata rápido. Da igual matar a mil que matar a uno».

Empujado a la ilegalidad a los 17 años, cuando su familia, falsamente acusada de robo, fue expulsada de las tierras, quiso recibir permiso de un oráculo antes de tomar la senda de los bandidos cangaçeiros. Peregrinó para hablar con el adorado Mesías de Juazeiro, el padre Cicerón, y pedirle que bendijera la mala senda. El santo, tras exhortarle en vano para que renunciara y al ver que el esfuerzo era inútil le dio un documento nombrándole a él capitán y a sus dos hermanos lugartenientes.

Aunque la leyenda de Lampião fue inmensa en vida y su gira como bandido ambulante y sin piedad se hincó en la cultura de una tierra pobre e inclemente con los pobres, las narraciones abundan en horrores —torturó a una anciana que lo había maldecido haciéndola bailar desnuda con una mata de cactus hasta la muerte, mató sádicamente a uno de sus hombres haciéndole ingerir un litro de sal…— y los robos a ricos y hacendados se destinaban a la intendencia diaria de la pandilla.

Amigo del rifle y la daga y con afán redentorista —la violación significaba la muerte y los simples seductores eran castrados—, lo reventaron a balazos tras la traición, que parecía inaplazable, de uno de los suyos. Los soldados también cortaron la cabeza del cangaçeiro para certificar la muerte. La metieron en un frasco de queroseno. Tenían miedo de que renaciera en cualquier otro líquido.

Los versos siguieron naciendo:

Allí donde ‘Lampião’ vive
los gusanos se vuelven valientes,
el mono se enfrenta al jaguar,
el rebaño defiende sus posiciones.

Jurko Janosik en un grabado de Wladyslaw Skoczylas (Foto: dominio público)

Jurko Janosik en un grabado de Wladyslaw Skoczylas (Foto: dominio público)

Jurak Jánošík, Juro o Jurko (1688-1713)

El eslovaco Jurko Jánošík era, como la mayor parte de los bandoleros sociales, un ladrón provincial de un rincón perdido. En su caso, en la torturada geografía de las montañas de Europa Central, los Cárpatos y los Balcanes.

Creció en Hungria y a los 15 años, convencido de que la dinastía impuesta de los Habsburgo era una abominación, se alió con la causa disidente de los kuruc, con gran ascendente entre los campesinos. Después de la inevitable derrota logró escapar de prisión y montar una guerrilla rebelde que lideraba con 23 años. Activos en el terreno que hoy ocupa Eslovaquia, sólo robaban a ricos mercaderes y repartían el botín con los campesinos más necesitados.

Finalmente, el ejército real cayó sobre la partida de Jurko y el bandido fue condenado a muerte. Acaso para dar una lección a otros aspirantes al reparto de justicia, las autoridades decidieron emplear un método brutal: clavaron un gancho en uno de los costados del prisionero y elevaron el cuerpo. Mientras se desollaba, un oficial le ofreció un pacto:

— Te descuelgo si nos enseñas a luchar como tu gente.

El bandido se balanceó para aumentar el tormento.

— Si es lo que quieres, tendrás que comerme.

Carmine Crocco (Foto: dominio público)

Carmine Crocco (Foto: dominio público)

Carmine Crocco, Donatello (1830-1905)

Jornalero en una granja de la Basilicata italiana y pastor de ganado, se alistó en el ejército borbónico, mató a un camarada en una reyerta, desertó y vivió fuera de la ley durante diez años.

Se unió a los insurgentes liberales de 1860 con la esperanza de una amnistía que le eximiera de sus culpas pasadas y, en consecuencia, se convirtió en el más temible de los jefes de guerrillas. Era un estratega nato. Su banda nunca falló un golpe.

La traición de un lugarteniente despechado le obligó a huir a los Estados Pontificios, donde esperaba encontrar la clemente protección del Papa Pío IX, que le había escrito una carta de amistad. Pero el santo padre no ejerció la piedad y entregó al bandido-guerrillero al gobierno italiano. Fue condenado a cadena perpetua y años después escribió en la cárcel una interesante autobiografía.

Para acabar, cinco citas de bandidos. Algunas superan a las literarias:

  • Vosotros, la gente humilde y desarmada, seguid con los campos y los terrones y dejad de llevar esas pistolas:cavar es lo que mejor os
    cuadra…Volved a los trabajos rurales… No volváis a molestar al mundo («Balada sobre la muerte del bandido». Giacomo del Gallo, 1610)
  • Estamos tristes, es cierto, pero es que siempre hemos sido perseguidos. Los nobles usan la pluma, nosotros el fusil; ellos son los señores de la tierra, nosotros los del monte (Un viejo bandido de Roccamandolfi, principios del siglo XIX)
  • Aquella noche la luna era mortecina y la luz de las estrellas llenaba el firmamento. No habían recorrido más de tres millas cuando
    vieron el tropel de carretas en cuyos estandartes se leía claramente: «El alimento de la guarida de los ladrones justos y leales» (Shui Hu Chan, bandido chino)
  • Ah, señores, si yo hubiera sido capaz de leer y escribir, habría destruido la raza humana (Michele Caruso, pastor y bandido, capturado en Benevento, 1863)
  • Flagelo de Dios y enviado de Dios contra los usureros y los poseedores de riquezas improductivas (Autorretrato de Marco Sciarra, jefe de bandidos napolitano de la década de 1590)

Jose Ángel González

1 comentario

  1. Dice ser Antonio Larrosa

    Le felicito por tan estupendo post: Que me dispensen por mi sistema de hacer siempre que puedo un poco de publicidad sobre mis libros y esta es una insoslayable. En mi novela LA FURIA DEL VIENTO hay un capitulo dedicado a un cangaseiro imaginario al que llamo Torcuato, un cangaseiro al estilo del nombrado por usted Lampiao que tenía a una por compañera a la que se conocía por Maria Bonita. En fin, no quiero extenderme más en este comentario y hacerme pesado, el que quiera puede leer esta historia y otras no menos interesantes en la novela citada. Gracias al que lo haga.

    Clica sobre mi nombre

    03 septiembre 2015 | 13:40

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