El esperado regreso del novelista-pero-no Emmanuele Carrère

Emmanuel Carrère (Téléversé par Dmitry Rozhkov, Wikipedia)

Emmanuel Carrère (Téléversé par Dmitry Rozhkov, Wikipedia)

He tenido la fortuna de ver mi último año bendecido por  las lectura de las obras literarias de Emmanuel Carrère (París, 1957). Llegué tarde, como a tantas otras citas, al encuentro con el autor francés, pero el retraso me sirvió para eliminar las esperas editoriales y someterme a una sobredosis sin interrupciones, a una intoxicación letal por ininterrumpida, gozosa por deseada.

A estas alturas es un escritor indiscutible —acumula premios y sus libros son esperados con la convicción del best seller— e incluso ha tonteado con la farándula —fue miembro del jurado del Festival de Cannes dada su condición paralela de guionista de películas y documentales—, pero, atención, no estamos ante un garrulo tarantinesco que sigue mamando de las palabras gruesas para espantar a los burgueses como su compañero de generación y nacionalidad Michel Houellebecq. Si a este le interesa la descripción de las heces, a Carrère le importan los ruidos interiores de la digestión.

Cubiertas de cuatro libros de Emmanuel Carrère

Cubiertas de cuatro libros de Emmanuel Carrère

En una entrevista de 2014 a Carrère le preguntaban, en una de esas frívolas pero necesarias inquisiciones que cometemos una vez y otra los periodistas, cómo definiría el estilo de sus libros. Esta era la respuesta:

Evito calificarlo como novela. Ese género lleva el peso de la ficción y lo que yo hago no es ficción puramente, aunque estén escritas como tales, con sus trucos, pero sin inventiva. No es que el material en mis libros sea la vida y en la ficción no, porque también se llenan de vida. Escribí ficción, pero lo dejé, y ahora no lo hago. Tampoco he llegado a este punto después de una reflexión teórica, no es que crea que la novela ha muerto. Las leo, me encantan, pero no me interesa abordar ese género. Ni quiero, ni puedo. Lo que me interesa en este momento se mueve fuera de la ficción. Tampoco me da mucho por la autoficción o lo autobiográfico.

Ajeno a zonas de comodidad —el sillón, la jornada de trabajo, el ritual, las fichas y diagramas, la mecánica del engrase literario, la seguridad de que al menos los alumnos del departamento y los compañeros de parranda académica promocionarán el libro…—, Carrére se inserta en la trama de sus mejores obras: en Una novela rusa (2007), Limónov (2011) y la escalofriante El adversario (1999).  Escritor-actor, ánima presente que observa con juiciosa frialdad fantasmática en ocasiones pero que, en otras, cuando la mirada necesita sacudirse del lastre de lo literario, se hace carne para comprometerse con la trama y los personajes, sean estos un asesino de su familia, un líder ultranacionalista ruso o la búsqueda obsesiva del secreto familiar de la madre del escritor, la soviétóloga Hélène Carrère d’Encausse, la primera mujer que entró en la Academia Francesa.

¿Estamos en el terreno de la no ficción, esa escuela en alza que también podría ser tildada de seudo historia? La respuesta es afirmativa porque Carrére no elude involucrarse cuando aquello de lo que habla forma parte de su propio mundo —el territorio que tantos escritores guardan con celo o, aún peor, disfrazan con amaños para mejorarse—. Este rechazo radical al artificio, sin admitir una sola trampa retórica —Carrére introduce llamadas telefónicas y desencuentros personales con sus compañeras, dudas íntimas, críticas a amigos y familiares, notas de bitácoras personales, descripciones concebidas con estilo periodístico…—, coloca al francés en otra división.

Autor  que ejerce la constante puesta en duda personal, es capaz de mostrarnos cómo intenta en vano escribir un relato erótico para la mujer que ama, una espoleta para irrumpir en la realidad y transformarla para salvar lo que no tiene salvación, y mostrar como el plan es desbaratado por la vida (Una novela rusa); es capaz de narrar con el beneficio de la cercanía la vida loca del ambiguo, escurridizo, estrambótico, fascinante y detestable a partes iguales, Eduard Limónov, mitad héroe romántico y mitad majadero abominable, mitad punk y mitad nazi (Limónov); es capaz, en un tour de force sin parangón en la literatura reciente, de entrar en contacto con Jean-Claude Romand, el hombre que en 1993 mató a su mujer, sus hijos, sus padres e intentó sin éxito suicidarse cuando estaba a punto de descubrirse que vivía en una impostura absoluta desde los 18 años (El adversario).

Entré en relación con él, asistí a su proceso, dice el autor. He intentado relatar con precisión, día tras día, esta vida de soledad, de impostura y de ausencia. Imaginar lo que bullía en su mente a lo largo de las horas vacías, sin proyecto ni testigos, cuando se suponía que estaba trabajando y en realidad pasaba el tiempo en parkings de autopistas o en los bosques del Jura. Comprender, en fin, lo que en una experiencia humana tan extrema me ha tocado tan de cerca y que nos afecta, creo, a cada uno de nosotros.

"El Reino", la nueva novela de Carèrre

«El Reino», la nueva novela de Carèrre

Ahora llega —la fecha de publicación en español es el 9 de septiembre, según anuncia Anagrama, la editorial a la que debemos agradecer que la obra de este genio de la cinética literaria esté traducida con mimo y excelencia—, El Reino, una novela histórica a la manera de Carrère, es decir, histórica pero no historicista, donde los personajes principales son San Pablo y San Lucas y el rol de gran secundario es interpretadop nada menos que por Jesús.

El libro, el más extenso del francés —supera el medio millar de páginas—, es otro ejercicio de crossover: Pablo el Converso, que cae del caballo, tiene una iluminación mística y pasa de lapidador de cristianos a propagador de la nueva fe cristiana que transmuta todos los valores; Lucas el Evabgelista, que escribe la vida de Jesús, y, por supuesto, el novelista-pero-no Carrére, que intenta acercarse a la religión para superar una compleja relación amorosa y el abuso del alcohol —circunstancias del todo reales que sufrió hace unos veinte años—.

La madeja está trenzada con hilos biográficos de los que podemos y debemos dudar pero nunca rechazar como imposibles: una serie televisiva sobre zombis en la que participa Carrère como guionista, la canguro exhippie y amiga de Philip K. Dick —autor al que idolatra el novelista y sobre quien escribió en 1993 el (bastante torpe) libro Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos. Philip K. Dick 1928-1982, los bolcheviques con los que compara a los primeros y «extravagantes» cristianos, webs porno, visiones eruditas sobre las fuentes originales del cristianismo, la desaparición-resurrección– del cadáver de Jesús

Los editores venden así el libro:

Lo que a Carrère le interesa del cristianismo es su mensaje de transgresión de lo establecido y la desmesura de la fe. Y este libro provocador y deslumbrante es una indagación rabiosamente contemporánea sobre el cristianismo que nos habla de la perplejidad, el dogma, la duda, la redención y la construcción de una fe con mensajes rupturistas y extraños rituales.

Jose Ángel González

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