El himno de EE UU como ópera bufa

Cubierta de la partitura para piano de 'The Star-Spangled Banner' - Filadelfia, 1862 (Project Gutenberg)

Cubierta de la partitura para piano de ‘The Star-Spangled Banner’ – Filadelfia, 1862 (Project Gutenberg)

En 2014 cumplió doscientos años y hace unos días fue escuchado de nuevo con reverencia en muchos rincones de los EE UU para celebrar el 4 de julio, el Día de la Independencia. Al Star-Spangled Banner (La bandera tachonada de estrellas), el himno oficial del país desde 1931 —la letra es de mucho antes, de 1814, y fue adaptada a una melodía popular inglesa—, nos han obligado a reconocerlo por imperialismo cultural y dictadura audiovisual. Identificamos la canción nacional de un país ajeno como si se tratara de un éxito de hit parade.

Nos la han enseñado a la fuerza en miles de actos públicos, deportivos o políticos, esos en que los estadounidenses se redimen de sus pecados para colocar la mano en el corazón y enternecerse mientras corean:

Nuestra causa es el bien, y por eso triunfamos
Siempre fue nuestro lema: «En Dios Confiamos»
¡Y desplegará así su hermosura estrellada
Sobre tierra de libres la bandera sagrada!

Quizá por la repetición y sus riesgos añadidos, la canción patria se ha convertido en una especie de comedia abierta, una ópera bufa durante la cual todo es posible y la frontera entre la gloria y el ridículo se estrecha y resulta peligrosa.

Si han sido capaces de soportar los casi catorce minutos del vídeo anterior merecen ustedes un galardón a la paciencia. Las tropelías cometidas con el himno, algunas por héroes nacionales como el atleta Carl Lewis, parecen ejercicios diseñados para lidiar con el áspero sentimiento de la vergüenza ajena.

Los gallos, desafines y otras atrocidades vocales no son las únicas polémicas. En 1968 el cantante José Feliciano la montó gorda por adaptar a su peculiar estilo latino la canción. Hubo voces que llamaron al cantautor ciego «antipatriota» y le acusaron de pretender mofarse del himno con el lamento prolongado sobre el que giraba la versión.


Justo lo contrario sucedió con la versión de Whitney Houston en la Super Bowl de 1991, convertida en una oda patriótica que fue editada como disco tras el 11-S y que incluso fue alabada por el presidente Bush Jr.

Otros notables que pasaron la prueba de americanidad con nota alta según los estándares patrióticos fueron los Jackson Five —con Michael (12 años) de solista—, Marvin Gaye y Beyoncé, que se hizo acompañar en 2013 por una banda militar y emocionó al matrimonio Obama.

Los perversores con intención y alevosía del Star-Spangled Banner y sus valores presuntos no han sido pocos.

En la actuación final del festival de Woodstock de 1969 Jimi Hendrix interpretó una versión abrasiva donde, se dijo, intentaba emular el sonido letal de la guerra de destrucción total de Vietnam, que en aquel entonces era especialmente sangrienta.

El admirado guitarrista, que tocó ante muy poco público, negó en entrevistas posteriores las intenciones antibelicistas y se mostró orgulloso del himno nacional, pero ya sabemos que Hendrix eludía los compromisos y quizá tenía miedo de la polvareda que había levantado la interpretación.

El rebelde e inteligente Sufjan Stevens ha intervenido el himno hace poco y suele tocarlo hacia el final de todos sus conciertos. Su dramática recreación tiene una nueva letra que hace referencia a la bandera y las manos de los estadounidenses «manchadas con sangre».

Acaso la más estrambótica de las historias sobre el himno sea la del arreglo orquestal de 1943 que firmó uno de los grandes renovadores de la música clásica, Ígor Stravinsky, que había emigrado a los EE UU para escapar de las tragedias europeas y estaba tramitando los papeles para solicitar la ciudadanía —que le concederían dos años más tarde—.

Casi arruinado porque los soviets de la URSS habían estatalizado la propiedad intelectual de sus obras sinfónicas y congelado el cobro de regalías, el autor de El pájaro de fuego y La consagración de la primavera estaba tan feliz de volver a sentirse libre otra vez que decidió «regalar a los EE UU un nuevo arreglo» del himno nacional para «poner mi grano de arena en estos tiempos infaustos y contribuir al patriotismo y la hospitalidad de este pueblo».

Cuando la adaptación fue estrenada en Boston, los oyentes del concierto en cuyo programa se había incluido la pieza creyeron ver un intento de chanza en el la tonalidad modernista de Stravinsky y la adición de un par de acordes dodecafonistas. La Policía amenazó al compositor con una multa de cien dólares por «burlarse» del himno y la versión no fue interpretada nunca más.

José Ángel González

2 comentarios

  1. Dice ser Warp

    Al hilo de Stravinsky y su versión, cuando Puccini estrenó Madama Butterfly en Estados Unidos se levantó cierta polémica porque el himno suena unos instantes cuando el personaje del embajador entra en escena. Para los americanos, destrozar el himno es casi un deporte, pero que venga un extranjero y lo use (aunque sea con todo el respeto del mundo) es anatema.

    13 julio 2015 | 13:59

  2. Dice ser Luis Alberto

    Después de cantarla en 1968, José Feliciano interpretó el himno americano muchas, pero muchísimas veces. La controversia creo que fue por que había sido la primera vez que himno fue cantado. Es mas, Feliciano lo grabó llegando el tema a estar en los primeros puestos. Saludos.

    15 julio 2015 | 10:41

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