Cuando el Papa era cocainómano

Publicidad del Vino Mariani

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Dicen crónicas no desmentidas que el Papa Leon XIII (1810-1903), infatigable redactor de encíclicas, mediador de malos entendidos diplomáticos, defensor de la libertad de los esclavos negros en los EE UU y segundo pontífice en longevidad —murió a los 93 años—, no se separaba en ninguno de sus viajes de aquella petaca de Vin Tonique Mariani.

Tampoco se divorciaba jamás de la bebida el fogoso escritor Émile Zola (1840-1902), el primer intelectual en influir en la opinión pública de una manera radical, cambiando el sentir de una nación con la carta abierta al presidente de Francia J’Acusse…!en la que incriminaba de antisemitismo y prácticas torticeras en el caso Dreyffus al aparato estatal y la Iglesia Católica.

El intelectual francés escribió en una nota dirigida al fabricante de la bebida tonificante:

Tengo que enviarle mil gracias, querido señor Mariani, por este vino de juventud que conserva la fuerza para aquellos a quienes hace falta y la aumenta para aquellos que aún la tienen.

No eran los únicos fans del vino tónico que producía desde 1863 el químico francés Angelo Mariani (1838-1914).

Entre los consumidores y apologistas abundaban los literatos: Henrik Ibsen, Jules Verne, Alexander Dumas, Arthur Conan Doyle, Robert Louis Stevenson —que escribió El extraño caso de Dr. Jekyll y Mr Hyde en un rush de seis días— y los reyes y estadistas: Victoria de Inglaterra, Jorge de Grecia, Alfonso XIII de España, el Shah de Persia, los presidentes de los EE UU William McKinley y Ulysses S. Grant.

Era el tigre en el motor de la gente necesitada de párpados inmutables y neuronas siempre a toda máquina.

Publicidad del Vin Mariani

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No debe sorprender que el vino tónico aportase vitalidad y speed al santo padre, a eminentes literatos y agitadores e incluso a los exploradores Ernest Shackleton y Robert Falcon Scott, que se llevaron adecuadas provisiones a sus periplos antárticos. El segundo constató que no son posibles los milagros pese a la bondad del combustible y murió agotado y aterido en las soledades heladas, pese a que la última nota en su diario antes de dejarse ir puede entenderse como una llamada al «ojalá hubiese traído más Mariani»:

Si hubiéramos vivido, debería haber contado la historia de la audacia, resistencia y coraje de mis compañeros, que han llenado el corazón de todos los ingleses. Estas ásperas notas y nuestros cadáveres deberán contar la historia. Sin duda, un gran país como el nuestro se encargará de que todos los que dependen de nosotros estén adecuadamente provistos.

«Adecuadamente provistos», ¿de qué?

La información de la botella del licor —que se anunciaba con el lema «para hombres con exceso de trabajo, mujeres delicadas y niños enfermizos», se recomendaba para casos de «malnutrición, convalecencia, debilidad, agotamiento, gripe, neurastenia» y prometía ser «el más fabuloso vigorizante de los órganos sexuales» (no es posible confirmar si esta sugerencia importaba a Leon XIII)— demuestra que no hay mejor cosa que un producto bien etiquetado para saber lo que te estás metiendo.

Ingredientes del Vin Mariani, 1904

Ingredientes del Vin Mariani, 1904

Además de un 11% de «nutritivo vino de Burdeos», el tónico estaba preparado con el añadido por cada medio litro de dos onzas (56 gramos) de hojas «especialmente seleccionadas» de coca, la planta andina (Erythroxylum coca) suculenta en alcaloides y usada desde tiempos de los incas por sus propiedades estimulantes, anestésicas, terapéuticas y mitigadoras del apetito, la sed y el cansancio.

Los frailes que acompañaron a los conquistadores españoles consideraban al arbusto que crece con facilidad en las escarpadas serranías una aportación del diablo en persona a la flora de la creación. La sospecha era lógica: los quechuas mascantes y sin conocimiento de Dios dejaban kilómetros atrás a todos los fieles creyentes cuando acometían las sendas de montaña.

El italiano Paolo Mantegazza (1831-1910), uno de aquellos científicos ateos y curiosos que comprobaban por sí mismos lo que deseaban demostrar antes de lanzarse a las academias o experimentar con ratones, sintetizó cocaína a partir de hojas de coca en 1859 y escribió un opúsculo titulado Sulle Virtù Igieniche e Medicinali della Coca e sugli Alimenti Nervosi in Generale (Sobre las propiedades higiénicas y medicinales de la coca sobre el sistema nervioso y en general):

Me burlo de los pobres mortales condenados a vivir en este valle de lágrimas mientras yo, llevado en las alas de dos hojas de coca, fui volando a través de los espacios de 77.438 palabras, cada una más espléndida que la anterior… Una hora más tarde, estaba lo suficientemente tranquilo para escribir esto con mano firme: Dios es injusto porque hizo al hombre incapaz de mantener el efecto de la coca durante toda la vida. Preferiría tener una vida útil de diez años con coca, que una de 10.000.000.000.000.000.000.000 de siglos sin coca.

Al signore Mantegazza, como ven, se le notaba el acelere cuando no podía dejar de añadir ceros.

Etiqueta francesa de Vin Mariani 'a la coca du Pérou'

Etiqueta francesa de Vin Mariani ‘a la coca du Pérou’

Beber un vasito de Vin Mariani, que el fabricante había empezado a producir, en sus modestos inicios, plantando coca en el jardín de casa, venía a ser como meterse una raya de cocaína de 0,05 gramos —la dosis-tipo que usan nuestras vigilantes policías para medir los alijos—.

El farmacéutico estadounidense John Stith Pemberton (1831-1888) tenía dos razones para seguir de cerca los milagros del Vin Mariani:

1. Era morfinómano por el dolor que se le quedó dentro del cuerpo desde que en 1865, durante la Guerra Civil de los EE UU, que combatió en las filas del ejército sudista, recibió un sablazo en el pecho. Probaba todo lo que caía en sus manos para esquivar aquel ardor interno, como si la presencia del tajo dentro de la carne fuera fresca.

2. Soñaba con patentar la «medicina final y la bebida alcohólica perfecta» libre de opio, de buen sabor y revitalizante.

Arriba, el French Wine Coca. Abajo, publicidad de la versión sin alcohol y retrato de Pemberton

Arriba, el French Wine Coca. Abajo, publicidad de la versión sin alcohol de Coca-Cola y retrato de Pemberton

Primero puso en circulación el Pemberton’s French Wine Coca (Vino de Coca Francés de Pemberton), que tenía más o menos la misma proporción del alcohol y de coca que el Mariani, añadía el charmant del adjetivo «francés» —ya se sabe que cada yanqui lleva un croasán en su memoria sentimental—, prometía ser un remedio con propiedades casi filosofales que era capaz de curar problemas nerviosos, dispepsia, gastroparesis, extenuación física y mental, irritación gástrica, dolor de cabeza, catarro, neurastenia, impotencia y, claro, adicción a la morfina.

El vino, que no tuvo el éxito que auguraba su carácter pasmoso, estaba especialmente indicado, decía Pemberton, a las personas sometidas a gran presión mental: «científicos, académicos, abogados y médicos».

Cuando las leyes de los estados en los que trabajaba con mayor ahínco prohibieron las bebidas alcohólicas en 1986, decidió convertir el vino francés en un preparado refrescante, al que llamó Coca-Cola y al que añadió sirope y, por un error durante un ensayo, agua carbónica. Anunció que aquello sería algún día «la bebida nacional» y repartió a los cuatro vientos los adjetivos que siguen acompañando a la marca: deliciosa, refrescante, alegre, chispeante…

Erythroxylum coca

Erythroxylum coca

El giro juvenil no acabó con la presencia en la bebida del arbusto andino. La Coca-Cola, decían los anuncios, ofrecía «los beneficios de la coca sin los vicios del alcohol» —el extracto de la planta era el mismo y en la misma cantidad—, y se trataba de la «bebida perfecta para los turbulentos, imaginativos, ruidosos y neuróticos nuevos EE UU».

La cocaína fue prohibida en el país en 1914, pero el refresco sigue teniendo todavía hoy extractos de hojas de coca como elemento aromático y potenciador del sabor. A las plantas les retiran previamente los alcaloides, según cuenta el periodista Dominic Streatfield en el libro Cocaine: An Unauthorized Biography.

El proceso químico se lleva a cabo en el complejo químico de la compañía Stepan, en Nueva Jersey. En 2003, la empresa importó 175.000 kilos de hojas de coca, cantidad que, de ser utilizada para fabricar cocaína daría para droga por valor de 200 millones de euros. Coca-Cola prefiere ocultar con una clave esta parte de su proceso industrial: «Merchandise No. 5«. Las instalaciones donde se realiza están protegidas por guardias armados.

Jose Ángel González

 

3 comentarios

  1. Dice ser un pecado menor, seguramente

    Es de lo más normal qu een tiempos tan terribles, aún dond elos cerebros humqano sestaban llenos de cosas tremebundas, de ignorancias de toda índole, de barbarismos, violencias, racismos, represiones, censuras… hiciera necesario utilizar alguna ayura extragaláctica o, en su falta, de alguna hierbecilla o medicina espirituosa milagrosa o similar.
    Pero si lo más sano que había en aquellos cerebros era un humo de esos, que lo peor eran la sideas y los cavernarios.
    Y no es por aceptar las bondades d eestas pócimas, que son muy malas, que no, pero que las ideas en las mentalidades de aquellos tiempos eran muchísimo peor mal, seguramente.
    Viva el presente, la libertad ygracias a quiwenes lucharon por pensar diferente que podemos disfrutar de este presente. Y a los brutos cerrados bestias… pues por ahí les den.

    11 mayo 2015 | 16:20

  2. Dice ser Jose antonio Perote Mendizabal

    El padre Pizzi ,fundador de Proyecto hombre le sacudia de lo lindo.Asi de cinica es la sociedad en que vivimos.Como mi vecina que se ha creido el slogan del campo de concentración de Dachau «El trabajo os hara libres» y curra como una esclava.Luego piensa que es ella la que hace lavados de cerebro.

    11 mayo 2015 | 20:57

  3. Dice ser Cocacolainómano

    Para mi, lo que me parece más fuerte de todo esto es que al final resulta que el calimocho se inventó antes que la Coca-Cola.

    12 mayo 2015 | 11:29

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