Archivo de mayo, 2015

Bodegones con objetos típicos de las cajas de un trastero

'Heaven' -  Melodie Provenzano

‘Heaven’ – Melodie Provenzano

Empieza por bajar las cajas que descansan en los estantes más altos de su estudio. Dentro hay figuritas de cristal, porcelana y cerámica, juguetes, lazos brillantes que alguna vez dieron el toque final al envoltorio de un regalo, objetos huérfanos y rotos que ya no le interesan a nadie, el adorno inútil comprado en el todo a 100… Trastos que suelen terminar acumulando polvo en el trastero.

Melodie Provenzano (Kinderhook, Nueva York – EE UU, 1974) extiende las piezas sobre la mesa y las agrupa buscando la mejor combinación. «Esa parte del proceso es bastante divertida. Respondo a la estimulación visual y emocional según cómo se relacionan los objetos, cómo reflejan la luz, proyectan sombras y habitan el espacio». La artista pinta y dibuja después bodegones realistas del conjunto de cachivaches, dándoles la categoría que le otorgaban los maestros holandeses y flamencos del siglo XVII a las piezas de caza, las vajillas de plata o las frutas exóticas.

'Plan A' (detail) - Melodie Provenzano

‘Plan A’ (detail) – Melodie Provenzano

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Muere Mary Ellen Mark, encantadora de las serpientes del alma

Izquierda, autorretrto de Mary Ellen Mark. Derecha, Tiny

Izquierda, autorretrto de Mary Ellen Mark. Derecha, Tiny

Adivino un hilo dorado entre el autorretrato de Mary Ellen Mark al comienzo de su carrera, en los años sesenta, y su foto más conocida, Tiny in Her Halloween Costume, la imagen de la niña-prostituta Erin Charles, de 14 años, que la fotógrafa hizo en 1983. El hambre de la segunda está presente en la aguda mirada de la primera. Las desvincula el gesto amargo de la boca de Erin y los labios distendidos de Mary.

Mark, a quien llamaron con exactitud «encantadora de serpientes del alma», acaba de morir a los 75 años de leucemia. Es demasiado pronto para una mujer que no estaba dispuesta a dejar de comer a grandes bocados el mundo y las dudas que lo pueblan. Fue la gran cronista de la vulnerabilidad de su generación y tres cuartos de siglo no bastan para abarcar, como hubiese deseado, a todos los frágiles.

Tengo la seguridad de que las casualidades obedecen a leyes que acaso redactan nuestros fantasmas. Anoche leí, de un tirón, la necropsia —porque me sentí parte de ella— de la nouvelle También esto pasará, donde Milena Busquets narra el exorcismo por la muerte de una madre. Marqué en el lector electrónico dos citas:

Tal vez todos nos quedamos siempre con algún viaje pendiente, planeamos viajes cuando ya son imposibles, como si intentásemos comprar tiempo aun sabiendo que el nuestro se ha agotado y que nadie puede regalarnos ni un solo minuto más. Debe de ser intolerable tener todavía los ojos abiertos y pensar que hay lugares que ya no volverás a ver nunca, que se cierren las posibilidades antes que los ojos.

Es un resumen de mis carencias, las que nunca ya repararé. Las palabras de Blanca, la protagonista de la novela, también me llevaron a las fotos de Mark, de cuya muerte me había enterado unas horas antes.

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Johann Sebastian Bach ‘iluminado’ por luces de neón

Hubo que esperar a 1801 para escuchar El Clave bien temperado, una colección de 48 preludios y sus respectivas fugas que Johann Sebastian Bach (1685-1750) había creado casi un siglo antes. Como tantas otras obras del sobresaliente compositor y músico alemán, la serie permaneció olvidada y almacenada, porque él mismo le restaba importancia a muchos de sus trabajos y ni se molestaba en imprimirlos para su difusión.

Bach compuso las piezas con fines didácticos y el instrumento ideal para ejecutarlas era el clave —antepasado barroco del piano— porque proporcionaba una gran sonoridad a las notas y acentuaba los distintos planos. Nunca mostró demasiado interés por el piano, con el que sólo entró en contacto al final de su vida: inventado por Bartolomeo Cristofori en torno al año 1698, no se construiría uno en Alemania hasta 1732. Bach pudo probar uno de los primeros y parece ser que no le entusiasmó demasiado.

El artista visual británico Alan Warbuton, especializado en arte en 3D, lleva a cabo un atractivo experimento en el vídeo Bach: The Well Tempered Clavier. Warbuton escoge uno de los preludios y una de las fugas de El Clave bien temperado y añade a los sonidos una coreografía de luces de neón, que se encienden y apagan con las notas.

Imagen del vídeo 'Bach: The Well Tempered Clavier'

Imagen del vídeo ‘Bach: The Well Tempered Clavier’

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‘Tactum’, diseño en 3D sobre la piel

Como sucede con los rayos de sol o la luz de la luna cuando se filtran a través de una persiana, las líneas luminosas se proyectan sobre la piel invitando al juego. La sorpresa viene al descubrir que se pueden moldear, tensar y soltar para darles forma: el capricho tecnológico se llama Tactum y es una herramienta digital que permite manipular las formas proyectadas sobre el cuerpo y transformarlas después  —con impresiones en 3D— en pulseras y accesorios.

Con financiación de la compañía de software Autodesk, el proyecto parte del estudio Madlab.CC, un colectivo de diseñadores que realizan «acercamientos computacionales a la arquitectura, la creación y la interacción». De momento centrados en la zona del antebrazo y con la intención de perfeccionar el sistema, utilizan un controlador de videojuego Kinect, que establece el contacto entre el usuario y la consola a través del reconocimiento de gestos, en la misma línea que otros sistemas como Wii MotionPlus de Nintendo o PlayStation Move.

'Tactum' - MadLab.CC

‘Tactum’ – MadLab.CC

«Una persona simplemente puede tocar, dar, frotar o pellizcar la geometría proyectada sobre el brazo para personalizar formas listas para imprimir y listas para llevar», escriben en el apartado de su página web dedicado al proyecto.

Amigos del código abierto, no revisten su iniciativa de exclusividad. Al usar la piel como superficie interactiva para la fabricación de modelos en 3D, quieren hacer accesible el diseño digital a usuarios «no expertos», convertirlo en una tarea intuitiva.

Sin embargo, también reconocen que la simplificación tiene un precio: la dificultad de conseguir un diseño preciso. Los abalorios que resultan de Tactum se suelen limitar a «las formas abstractas y escultóricas». Consciente de la limitación, el equipo trabaja para superar el obstáculo y planea que, en un futuro cercano, incluso sea posible ampliar los usos del sistema para fines médicos.

Helena Celdrán

Imagen del proyecto 'Tactum' - MadLab.CC

Imagen del proyecto ‘Tactum’ – MadLab.CC

Pintar al óleo la imagen congelada de una película

'Liz & Rock' - Judith Eisler

‘Liz & Rock’ – Judith Eisler

Una imagen desvaída de Elizabeth Taylor y Rock Hudson en Gigante (George Stevens, 1956), Robert Redford borroso y en penumbra, el rostro de la diva del cine mudo Gloria Swanson en blanco y negro pero con un extraño añadido de líneas de contorno verdosas y rojas… En los cuadros de Judith Eisler (Viena, 1962) hay ondas, zonas borrosas y otras interferencias.

No utiliza modelos al natural y no pretende imitar la perfección del ojo humano, prefiere darle al botón de pausa del mando a distancia y observar los errores digitales que se producen en la imagen congelada en una pantalla de televisión.

'Sadie Thompson' - Judith Eisler

‘Sadie Thompson’ – Judith Eisler

A la artista austriaca afincada en Nueva York  le fascina que aceptemos la ficción del cine como una «realidad alternativa», que el lenguaje falseado del cine cause sensaciones reales en el espectador. Una película nos transforma, «puede moldear nuestra visión e identidad y es parte de una cultura compartida». Con sus óleos de instantes aislados, selecciona imágenes jugando al experimento científico, analizándolas como si fueran muestras en probetas o placas de Petri.

Cuando selecciona el fotograma, hace una fotografía. No se conforma con cualquier instante de la película, busca el momento decisivo que contenga «una acción, una emoción y una tensión psicológica». Como concentrando una fragancia en frascos cada vez más pequeños, Eisler no se interesa por la historia que se narra, sólo presta atención a ese diminuto fragmento que traslada a la pintura.

Helena Celdrán

'Liz 2' - Judith Eisler

‘Liz 2’ – Judith Eisler

'Dorothy 1' - Judith Eisler

‘Dorothy 1’ – Judith Eisler

'Margit 2' - Judith Eisler

‘Margit 2’ – Judith Eisler

'Robert' - Judith Eisler

‘Robert’ – Judith Eisler

'Romy (car)'  - Judith Eisler

‘Romy (car)’ – Judith Eisler

El blues nunca fue una monarquía

Restos de la cabaña de Muddy Waters

Restos de la cabaña de Muddy Waters

Quizá sólo sea necesario un tablón podrido de madera y esos árboles bíblicos, marchitos como esqueletos, para definir el blues, una música, una forma de vida, que, como dice el historiador del género Ted Gioia, «procede de otro mundo», un lugar donde el hombre no es distinto al perro porque ambos tienen una misma posibilidad de redención: el aullido.

La cabaña —que, huelga decirlo, ya no existe— estaba en medio de una gran plantación algodonera, la Stovall, no lejos de Clarksdale, en el estado de Misisipí. La familia Stovall, dueña de tierras, hombres, mujeres y destinos, terminó cambiando el algodón por la promoción inmobiliaria en Chicago.

Algo inconcebible o algo bendito, una furia geodésica o una divina peste en el agua de las fuentes, debe tener el lugar, porque allí, un villorio que a principios del siglo XX andaba por las 10.000 almas, nacieron  Eddie Boyd, Willie Brown, Eddie Calhoun, Sam Cooke, John Lee Hooker, Son House, Ike Turner y Junior Parker. En uno u otro momento del primer tercio de la centuria, en el pueblo vivieron también Robert Johnson, Muddy Waters y Howlin’ Wolf. Conozco grandes capitales sobradas de amor propio cuyos elencos de héroes locales perderían por paliza cien de cada cien partidos.

Si hay una capital mundial del blues, está en Clarksdale, donde el divino Misisipí traza meandros porque quiere retrasar en lo posible el desagüe en el Golfo de México. No es necesario que sepas que un poco al oeste discurre un río para que sientas su poder. Cuando vibra con el viento, la corriente levanta polvo a millas de distancia. Si se desborda el cauce, ya puedes montarte en el mejor caballo.

En la cabaña vivía el hombre que toca la guitarra y canta esta canción, grabada allí mismo, frente a la madera seguramente ya podrida por entonces y los esqueletos disfrazados de árboles, en 1942.


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‘Way Out’, una animación para adictos al ‘smartphone’

Todos lo vivimos a diario como partícipes y observadores. En el transporte público, en un restaurante, incluso en el arenal de una playa… Un gran porcentaje de las personas están inmersas en una pequeña pantalla y pendientes de revisarla en cuanto la pierden de vista unos segundos.

Lo que empezó siendo un teléfono móvil, una herramienta para llamar y recibir llamadas fuera de casa, ahora es una navaja suiza mental. Muchos no reconocerían ni en mil años la dependencia que sienten por el smartphone, como muchos drogadictos, dirían incluso creyéndolo «yo controlo», «yo lo dejo cuando quiero».

Way Out (traducible por salida o escapatoria) es una animación propia de nuestro presente como sociedad enganchada a la tecnología. De tres minutos de duración, la pieza comienza resultando muy familiar y acaba siendo una pesadilla: el mundo digital de cada pantallita luminosa se descontrola, lucha por salir y se convierte en un agujero negro que engulle al mundo real.

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Multas de 15.000 dólares para los policías que repriman el ‘periodismo ciudadano’

El policía  Michael T. Slager dispara por la espalda a Walter L. Scott

El policía Michael T. Slager dispara por la espalda a Walter L. Scott

Una ejecución en directo, en terreno público y a la luz del día. Ocho balazos por la espalda a un hombre desarmado. Las imágenes del oficial de Policía Michael T. Slager, de 33 años, disparando fríamente contra Walter L. Scott, de 50, al que probablemente podría haber alcanzado tras una corta carrera, fueron filmadas en un teléfono móvil por un joven ciudadanoFeiden Santana, de 23 años—, que decidió dejar testimonio de la atrocidad.

Sucedió el 4 de abril en North Charleston, la tercera ciudad más poblada de Carolina del Sur (EE UU). El censo es de 100.000 habitantes, casi la mitad negros. Los agentes del cuerpo local de policía son en un 80% blancos.

Dado el calado de la secuencia, la falta de dudas razonables que se deriva de la situación —el agente intentó escudarse en que había usado antes sin éxito una pistola eléctrica, pero no explicó por qué ni siquiera intentó perseguir a Scott—, la aparición de evidencias de que el Slager ya había actuado con extrema e injustificada brutalidad en 2014 durante la detención de un infractor de tráfico y la acusación de asesinato que la fiscalía tramita contra el policía —que, como se han apurado a aclarar desde el ministerio público y por «ausencia de agravantes», no será en ningún caso condenado a muerte pese a que Carolina del Norte aplica a los asesinos la pena capital—, nadie ha puesto en duda la conveniencia de la grabación, una de esas piezas del llamado periodismo ciudadano que ennoblece a su autor y construye una red de seguridad contra la ferocidad del sistema y sus esbirros más peligrosos para la integridad colectiva y la libertad de los de a pie.

El desquiciado conteo de muertes policiales —causadas por agentes— que padecen los EE UU —el gobierno oculta los datos, las agencias locales de seguridad son demasiadas y los números no se vierten en una única base de datos central, pero se estima que una media de unas 1.240 personas pierde la vida al año en el país por disparos o ataques mientras están en manos de agentes— convierte en saludable y defensivo el uso de las armas incruentas de que disponemos los civiles para establecer fronteras y defendernos.

En EE UU está expresamente permitido grabar y retratar a policías de acuerdo con sentencias que apelan a principios constitucionales, pero algunas leyes regionales o reglamentos locales limitan o contradicen el derecho.

Tampoco lo ponen fácil los agentes, que intimidan, amenazan, ciegan con luces estroboscópicas, retienen o rompen cámaras, borran archivos y, en ocasiones, se comportan como vengativos chulos de arrabal.

El siguiente vídeo es explícito y especialmente cruel. Fue grabado hace dos años en un barrio de Los Ángeles. No lo vea, queda advertido, si tiene la sensibilidad a flor de piel.

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Cuando el Papa era cocainómano

Publicidad del Vino Mariani

Publicidad del Vino Mariani

Dicen crónicas no desmentidas que el Papa Leon XIII (1810-1903), infatigable redactor de encíclicas, mediador de malos entendidos diplomáticos, defensor de la libertad de los esclavos negros en los EE UU y segundo pontífice en longevidad —murió a los 93 años—, no se separaba en ninguno de sus viajes de aquella petaca de Vin Tonique Mariani.

Tampoco se divorciaba jamás de la bebida el fogoso escritor Émile Zola (1840-1902), el primer intelectual en influir en la opinión pública de una manera radical, cambiando el sentir de una nación con la carta abierta al presidente de Francia J’Acusse…!en la que incriminaba de antisemitismo y prácticas torticeras en el caso Dreyffus al aparato estatal y la Iglesia Católica.

El intelectual francés escribió en una nota dirigida al fabricante de la bebida tonificante:

Tengo que enviarle mil gracias, querido señor Mariani, por este vino de juventud que conserva la fuerza para aquellos a quienes hace falta y la aumenta para aquellos que aún la tienen.

No eran los únicos fans del vino tónico que producía desde 1863 el químico francés Angelo Mariani (1838-1914).

Entre los consumidores y apologistas abundaban los literatos: Henrik Ibsen, Jules Verne, Alexander Dumas, Arthur Conan Doyle, Robert Louis Stevenson —que escribió El extraño caso de Dr. Jekyll y Mr Hyde en un rush de seis días— y los reyes y estadistas: Victoria de Inglaterra, Jorge de Grecia, Alfonso XIII de España, el Shah de Persia, los presidentes de los EE UU William McKinley y Ulysses S. Grant.

Era el tigre en el motor de la gente necesitada de párpados inmutables y neuronas siempre a toda máquina.

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El hombre que se convirtió en «el Caruso del silbido»

Retrato autografiado de Guido Gialdini

Retrato autografiado de Guido Gialdini

En las escasas fotos que se conservan de él, Guido Gialdini (¿1878-?) posa bien vestido y con la cabeza alta, con la actitud de un prestigioso cantante de ópera. De perfil distinguido y labios finos, había ganado fama internacional por ser un prodigio del silbido: era capaz de silbar cualquier melodía que escuchara, de ejecutar con precisión valses de Strauss, arias de ópera, canciones folclóricas o sincopados ragtimes.

El nombre italiano era sólo artístico. En realidad se llamaba Kurt Abramowitz y había nacido en Alemania, en Berlín. Tras una breve carrera como comerciante, en los primeros años del siglo XX comenzó a ser consciente de su talento y consiguió abrirse un hueco en la música silbando para otros artistas, haciéndo pequeños solos y arreglos en canciones de música ligera.

En años en que todavía convivían el gramófono y el fonógrafo (un aparato inventado por Edison y que reproducía sonidos grabados en un cilindro de cera), la incipiente industria musical se fijó en la destreza de Abramowitz y registró sus versiones silbadas. Poco antes de que estallara la I Guerra Mundial ya era una estrella de los espectáculos de variedades, se hablaba de él como «el Caruso silbador» y existen recortes de prensa que registran giras y conciertos en el resto de europa, en los EE UU en 1910/11 y a finales de 1911 hasta en Australia.

En sus grabaciones —todas ya libres de derechos y algunas fácilmente localizables en Internet— lo acompaña una gran orquesta. Sopla con ligereza, haciéndo arabescos invisibles con el aire que surge de su boca. A ratos podría pasar por un theremín, si no fuera porque el instrumento pionero de la electrónica no se inventaría hasta 1919.

Poco más se sabe de la vida y la trayectoria profesional de Abramowitz. Su rastro se pierde por completo en los años treinta. De origen judío, tiene peso la teoría de que murió en el campo de concentración nazi de Auschwitz durante la II Guerra Mundial.

Helena Celdrán