Archivo de marzo, 2015

Yannick Fournié, máscaras de lucha libre alejadas del ring

'Never Kiss 2' - Yannick Fournie

‘Never Kiss 2’ – Yannick Fournié

Ajustadas a la cabeza, de colores chillones y con siluetas que enmarcan las aberturas para los ojos y la boca, las máscaras de lucha libre son el descendiente más pop de una tradición que se remonta a miles de años, cuando en la América precolombina disfrazarse y cubrirse el rostro era indispensable en rituales y ceremonias.

La lucha libre mexicana surgió, tal y como la conocemos, en pequeños locales, en el México de los años treinta. Ahora es el segundo gran espectáculo de masas del país tras el fútbol. Obedece a la tradición pugilística griega, es cruda y básica, pero además se las ha apañado para ser casi un género teatral, una exhibición de acrobacias y golpes fingidos con púgiles convirtiendo llaves y ataques en danzas de enmascarados, jaleadas por un público que se deja llevar con gusto por la pantomima.

En la serie de trabajos de Incognito, el pintor francés Yannick Fournié (1972) saca de contexto a las famosas máscaras, les abre hueco en la ensoñación y el surrealismo.

'Birth' - Yannick Fournie

‘Birth’ – Yannick Fournié

Siente que pertenece a la generación «del arte pop, los cómic, el arte callejero, el resplandor de Internet y las redes sociales, de los reality shows, de la basura audiovisual contemporánea«. Fournié se siente testigo de una decadencia «social, económica y ecológica» y expresa en su obra una angustia mitigada por el color, la imagen singular y el misterio de planos cerrados que no cuentan la historia completa.

Los varios óleos que muestran a una pareja enmascarada besándose traen a la memoria a Los amantes (1928), la obra de René Magritte en el que dos enamorados se besan con una tela blanca cubriéndoles la cabeza. El hombre que se hunde en una piscina cierra los ojos y finalmente se sumerje del todo, la máscara bajo el agua se transforma en una mancha ondulada.

'Never Look' - Yannick Fournie

‘Never Look’ – Yannick Fournié

Le gusta jugar con la identidad, recubrirla de imágenes irónicas y melancólicas. Los personajes de Incognito no son luchadores, en la mayoría de los casos se adivinan los rasgos del autor. El artista flirtea además con el momento definitivo en que un púgil se quita la máscara, captura y detiene los instantes en que la cara comienza a emerger.

En la lucha libre mexicana, los diseños son exclusivos del luchador, la máscara representa su identidad y a la vez la protege. Al apostarla en un combate y perder, debe quitársela: un acto definitivo que representa un deshonor y puede significar incluso el fin de la carrera del guerrero acrobático, que al final, bajo la máscara, revela su humanidad ante quienes lo consideran casi un héroe mitológico.

Helena Celdrán

'Never Dive 2' - Yannick Fournie

‘Never Dive 2’ – Yannick Fournié

'Never Say' - Yannick Fournie

‘Never Say’ – Yannick Fournié

'Almost Seen' - Yannick Fournie

‘Almost Seen’ – Yannick Fournié

'Golden Boy 2' - Yannick Fournie

‘Golden Boy 2’ – Yannick Fournié

Los obsequios de los deprimidos a la humanidad

Dos docenas de deprimidos

Dos docenas de deprimidos

Son 24 personas a las que cualquiera de nosotros invitaría a cenar. Hay desde mitos febriles (Hepburn, Ford, Thurman), hasta glorias nacionales (Goya, Miró); desde cineastas de los de verdad (Bergman, Kurosawa, Allen) hasta trovadores y músicos (Cohen, Stipe, Springsteen, Clapton); desde ganadores de una guerra mundial contra el nazismo (Churchill) hasta símbolos de la libre información (Asange); desde escritores de ciencia ficción (Asimov) o cuentos de cuna (Andersen) hasta cronistas sociales (Dickens, Twain, Chandler, Capote); desde poetas (Baudelaire) hasta predictores de la pesadilla contemporánea (Kafka); desde científicos (Newton) hasta compositores de alta escuela (Mahler)…

En realidad me importan poco los nombres, pero mucho el grado de admiración [La Wikipedia tiene una larga lista de notables deprimidos para los curiosos].

Estoy seguro de que tras la cena todos ustedes dejarían que esta gente les llevara conduciendo a casa.

Todos, los 24, han estado en los pasillos opacos de la depresión, esa enfermedad que tanto y con tanta crueldad se ha mencionado estos días a partir del desastre del avión de Germanwings, causado, se nos dice con insistencia, por un enfermo de depresión.

¿Quién lo dice? Al parecer, el diario Bild, fuente primaria de un alto porcentaje de los bits informativos de esta marea trágica y dolorosa con 150 familias deslabazadas.

¿Es digno de crédito un medio con tetas en primera plana con frecuencia diaria, uno de los más condenados por difamación del mundo, creador de la invención de titulares —no es exageración, se jactan de ello— como enfoque informativo canónico, comprador dadivoso de testimonios, dejado en entredicho por la falta de humanidad de sus jefes y redactores en un par de libros del valiente reportero infiltrado Günter Wallraff, acusado con razón de sexismo desde la campaña Stop #BILDsexism, now…?

Los enfermos de depresión —una de cada veinte personas, 350 millones en el mundo, casi dos millones en Españahan sido señalados por pasiva y en ocasiones por activa de una manera tan impasible en estos días que en ocasiones costaba creer lo que estabas leyendo. Si un desdén similar se aplicara a otros grupos —digamos las madres lactantes, los homosexuales, los árabes o, yendo al extremo de los lobbys de presión, los perros y demás mascotas proliferantes entre quienes no sienten la vida completa si no la comparten con un animal— habría manifestaciones convocadas.

Hubo, por suerte, quien se convirtió en excepción mediática y alertó sobre la estigmatización, la marca de Caín, que se extendía con generalizadora alegría a todo el colectivo de enfermos.

Captura de la web de The Guardian

Captura de la web de The Guardian

El diario The Guardian —algo así como el envés del Bild para quienes aún creemos que el periodismo debe ser redentor o no ser— mantuvo el sábado durante varias horas esta noticia como apertura de su home: «No estigmaticen la depresión tras el accidente de Germanwings, dice un notable médico».

El decano de los psiquiatras ingleses y presidente del Royal College of Psychiatrists , el venerable y muy respetado Simon Wessely, advertía a las líneas aéreas y los medios de comunicación que dejasen de fomentar con irresponsabilidad el pánico:

He tratado a algunos pilotos con depresión y cuando se recuperan siguen siendo monitoreados. Dos de los que que he tratado han regresado a sus carreras con éxito. ¿Por qué no habrían de hacerlo? ¿Cuál es el problema en decir que has tenido un historial de depresión? ¿No se te debe permitir hacer lo que quieras? (Lo contrario) está tan mal como decir que a las personas con un historial de brazos rotos no se les debe permitir hacer algo.

Captura de The New Statestman

Captura de The New Statestman

Un día antes The New Statesman había elevado la voz contra la histeria promovida por el cacareo mediático con una información cargada de razón y crítica soterrada a la insensibilidad que predominaba: «Noticia chocante: en contra de lo que dicen los titulares la gente con depresión tiene trabajos».

La información, que respondía a las desgraciadas primeras planas de los tabloides británicos («¿Por qué demonios le dejaron volar?», titulaba el Daily Mail), señalaba:

En todo el mundo, las personas con problemas de salud mental funcionan de forma fiable en trabajos importantes como médicos y enfermeras, en la policía, los bomberos, como políticos… La verdad es que la mayoría de nosotros dependemos de las personas con depresión a lo largo de toda nuestra vida diaria (…) ¿Por qué nos debe indignar este caso? ¿Les quita el sueño a quienes se indignan que las personas con depresión a veces conduzcan coches con pasajeros?

Captura de El Mundo

Captura de El Mundo

Mientras escribo y rebusco, un contacto social llama mi atención con la única pieza de la prensa española —que yo sepa— que se encarga de ahondar, mediante la encuesta a especialistas, en la génesis del problema del copiloto causante de la masacre. Lo publicó El Mundo el sábado y los expertos, como sus colegas ingleses, llaman la atención sobre la inclemencia de señalar a los deprimidos:

Para [Mercedes] Navío [psiquiatra del Hospital Universitario 12 de Octubre de Madrid y responsable del programa de prevención del suicidio de la Comunidad de Madrid] y [Adela] González [presidenta de la Asociación Española de Psicología de la Aviación], si a algo contribuyen sucesos como este es a «aumentar el estigma y la discriminación» de las personas con enfermedades mentales. «La gran mayoría de las personas con trastornos psiquiátricos no son violentas. Es más, muchas veces ellas son las víctimas de agresiones; pero estas noticias contribuyen a que la gente piense lo contrario», apunta Navío.

Dada la tesitura que han tomado los acontecimientos, y para colaborar con las campañas en las redes sociales contra la lapidación de seres humanos porque sufren una patología —usen, si desean sumarse a las voces contra la iniquidad, las etiquetas  y —, creo que es conveniente la enumeración de unos cuantos regalos a la humanidad de los deprimidos, los tristes.

Glenn Gould reinventando a Bach; Nick Drake formulando la geografía de los espacios australes de la mente; Elliott Smith resumiendo la melancolía del destierro cotidiano; Richard Manuel perfilando el grito colectivo de la necesaria liberación; Gram Parsons negociando la ausencia; Townes Van Zandt esperando la llegada del tren que carece de horario…

Todos ellos, como tantos otros (Poe, Horacio, Miguel Angel, Hölderlin, Dante, Byron, Beethoven, Da Vinci, Nerval, Rimbaud, Salinger, Van Gogh…), eran deprimidos. Quizá porque eran notables y célebres no merecieron la intensidad del rechazo social impasible y lacerante. Acaso lo sufrieron con menos saña.

No comparto la fascinación trivial por los genios locos pese a que resulta evidente que algunas enfermedades mentales, quizá porque te dejan en carne viva, aumentan la sensibilidad y nos humanizan —el psiquiatra y antropólogo Phillipe Brenot opinaba que «creación y enfermedad proceden de los mismos mecanismos»—. Creo que todos preferirían la normalidad aún a costa de renunciar al genio a cambio de evitar la crueldad del dolor.

Me atrevo a afirmar que unos y otros deprimidos, los notables y los anónimos, saben, como postulaba el dicho de los indios pawnee que el secreto de la buena salud y la larga vida está en «acercarnos cantando a todo lo que encontremos».

No voy a añadir nada más sobre el asunto, del que hablé desde un punto de vista mucho más personal en mi web. Sólo anotar que preferiría volar en una aeronave al mando de un capitán con depresión que en otra manejada, por ejemplo, por un expiloto militar.

Jose Ángel González

Narcissa, miniaturista antes que dama de sociedad

'English Dining Room of the Georgian Period,  1770-90'. c. 1937 - Narcissa Niblack Thorne

‘English Dining Room of the Georgian Period, 1770-90’. c. 1937 – Narcissa Niblack Thorne

De perfil aristocrático y semblante tranquilo, vestida y peinada como para un evento social de alto copete, Narcissa Niblack Thorne (1882-1966) podría haber sido cualquier dama de sociedad, preocupada por demostrar de modo constante que, a principios del siglo XX, la alta burguesía estadounidense podía ser tan elegante y sofisticada como la aristocracia europea y que incluso la superaba en frescura y espontaneidad.

Sus padres pertenecían a la alta sociedad. Nacida en Indiana, su familia se mudó a Chicago cuando ella era niña. Se casó con su amor de la niñez, Montgomery Ward, un rico empresario dueño de unos grandes almacenes. Sin embargo, en lugar de obsesionarse con vivir a lo grande, Thorne sentía una atracción por explorar lo pequeño, perderse en una escala de 1:12.

Narcissa Niblack Thorne con una de sus obras

Narcissa Niblack Thorne con una de sus obras

De niña se había aficionado a coleccionar utensilios de cocina, jarrones y muebles para lujosas casas de muñecas y la pasión por la miniatura no la había abandonado. La búsqueda de objetos a pequeña escala la llevó a diferentes ciudades estadounidenses y europeas, pero pronto dio el paso a la pieza única: empezó a reproducir habitaciones de época.

Un salón inglés de la época de los Tudor, un aristocrático dormitorio francés del siglo XVI, la cocina de una casa de veraneo estadounidense, un moderno salón californiano de los años cuarenta, una sencilla vivienda japonesa, una sala de estar alemana de la alta burguesía del siglo XIX… La dama de sociedad se hizo una miniaturista de renombre.

No escatimó en suelos de madera, frescos en las paredes o moldes de escayola, las fotos frontales de los trabajos de Thorne podían pasar por escenarios reales de una película o fotos de viviendas de ensueño de una revista de decoración. Previamente se documentaba visitando museos y casas históricas y al principio se manejaba para hacerlo todo sola, pero con el tiempo ansió la perfección y empleó a expertos artesanos que la ayudaban con lo más difícil.

'German Sitting Room of the 'Biedermeier' Period, 1815-50'. c. 1937 - Narcissa Niblack Thorne

‘German Sitting Room of the ‘Biedermeier’ Period, 1815-50′. c. 1937 – Narcissa Niblack Thorne

En 1932 se atrevió a exponerlas por primera vez en una muestra benéfica y a lo largo de los años treinta ganaron fama. Le dedicaron un reportaje en la revista Life y en 1936 recibió el encargo de reproducir una de las habitaciones del Castillo de Windsor para celebrar la coronación (que nunca fue) de Eduardo VIII del Reino unido, el aspirante a rey que renunció a ser heredero para casarse con una plebeya estadounidense.

Se conoce la existencia de 100 mini-estancias, 68 de ellas en la colección permanente del Instituto de Arte de Chicago. Las demás están repartidas por museos estadounidenses, no es posible disfrutar de ellas en Europa. Nunca cobró por sus obras, cuando murió su marido millonario, la herencia le permitió seguir en su pequeño estudio de Chicago, centrada en sus casitas. Sólo cerró el estudio y se quitó su elegante bata de trabajo en 1966, unos meses antes de morir.

Helena Celdrán

'French Library of the Louis XV Period, c. 1720', c. 1937 - Narcissa Niblack Thorne

‘French Library of the Louis XV Period, c. 1720’, c. 1937 – Narcissa Niblack Thorne

'California Hallway, c. 1940'. c. 1940 - Narcissa Niblack Thorne

‘California Hallway, c. 1940’. c. 1940 – Narcissa Niblack Thorne

'English Entrance Hall of the Georgian Period, c. 1775'. c. 1932 - Narcissa Niblack Thorne

‘English Entrance Hall of the Georgian Period, c. 1775’. c. 1932 – Narcissa Niblack Thorne

'Tennessee Entrance Hall, 1835'. c. 1940 - Narcissa Niblack Thorne

‘Tennessee Entrance Hall, 1835’. c. 1940 – Narcissa Niblack Thorne

'Japanese Traditional Interior', c. 1937 - Narcissa Niblack Thorne

‘Japanese Traditional Interior’, c. 1937 – Narcissa Niblack Thorne

'English Great Room of the Late Tudor Period, 1550-1603'. c. 1937 - Narcissa Niblack Thorne

‘English Great Room of the Late Tudor Period, 1550-1603’. c. 1937 – Narcissa Niblack Thorne

Una joven sureña blanca y de a pie, heroína del antirracismo en los EE UU

Joan Trumpauer - Fotos policiales de 1961

Joan Trumpauer – Fotos policiales de 1961

Joan Trumpauer tenía 19 años cuando, en junio de 1961, la Policía de Jackson, en el estado de Misisipi, en el sur profundo de los EE UU, la fichó y retrató de frente y perfil.

Unos días antes el autobús en el que Joan viajaba junto con otros militantes antisegregacionistas había sido quemado por una turbamulta de arios racistas. La joven escapó de milagro pero fue golpeada, pateada y detenida. Como se negó a pagar la multa por los desórdenes de los que fue acusada o la fianza sustitutoria, la encerraron en la prisión más dura del país, Parchman Farm. La tuvieron en una celda del pabellón de la muerte durante dos meses antes de fijar una fecha para la vista del juicio y dejarla en libertad.

Durante aquel encierro arbitrario y desproporcionado Joan canturreaba con cierta constancia una cancioncilla religiosa que le habían enseñado en la catequesis:

Cristo quiere a los niños
A todos los niños del mundo
Rojos y amarillos, negros y blancos
Todos son preciosos para Él

Además de las convicciones, la muchacha no tenía nada especial que la distinguiera de otras, era una chica de a pie. Había nacido en Georgia, sus abuelos habían sido dueños de esclavos negros y sus padres eran aparceros sin demasiados medios pero que, sin embargo, podían permitirse pagar a una criada, también negra, para que cuidara de los niños. Cuando algo se torcía en la vida de la familia Trumpauer, la madre, racista visceral, solía utilizar siempre la misma fórmula: «Podremos con esto. Pase lo que pase, al menos no somos negros».

Joan abrió los ojos cuando empezaron a proliferar las protestas contra la segregación que permitía el trato diferente según el color de la piel. A los 18 años participó en la primera sentada. La detuvieron y catalogaron como «mentalmente inestable» porque sólo la locura podía explicar que una señorita del sur compartiese ideales y movilizaciones con negros.

Al año siguiente se implicó en los Freedom Riders (Viajeros de la libertad), los centenares de chicos y chicas de ambas razas que se desplazaban en autobuses por las zonas más despiadadas del racismo para organizar protestas no violentas en bares con entradas separadas, colegios que no admitían negros, piscinas en las que sólo la piel blanca tenía derecho de chapoteo en el largo y ardiente verano…

Tres 'viajeros de la libertad' son increpados y atacados por chicos blancos en un bar segregado. La muchacha del medio, con moño, es Joan. 28 de mayo de 1963, Jackson-Misisipi.

Tres ‘viajeros de la libertad’ son increpados y atacados por chicos blancos por entrar en un bar segregado. La muchacha del medio, con moño, es Joan. 28 de mayo de 1963, Jackson-Misisipi (Foto: Fred Blackwell)

Fred Blackwell, reportero del Jackson Daily News, se subió a la barra del Woolworth para poder hacer esta foto. No hay sangre, pero quizá sea una de las imágenes más violentas de la lucha contra la segregación racial en los EE UU por la rabia, burla y odio de los jovencillos que atacan a los tres viajeros de la libertad, desde la izquierda, John Salter, Joan Trumpauer y Anne Moody. Habían entrado en la fuente de soda segregada con una chica negra, la última de las activistas citadas, para hacer una sentada pacífica en la barra sólo para blancos. A Salter le regaron la ropa con sirope y la cabeza con azúcar. A Trumpauer le esperaba la misma humillación. La policía no apareció por el lugar pese a las llamadas del encargado.

Hubo muchos otros sit-in en cafeterías de los estados racistas que se oponían a la abolición de la segregación y la aprobación de una ley de garantía de los derechos civiles. Todos los actos, coordinados por el Congreso por la Igualdad Racial, fueron pacíficos. Este set de Flickr agrupa unas cuantas decenas de fotos de las movilizaciones y en alguna se puede reconocer a Joan con su tranquila prestancia haciendo frente sin un pestañeo a matonzuelos arengados por el Partido Nazi Americano.

Joan Trumpauer en la actualidad. Foto: © J.M. Giordano

Joan Trumpauer en la actualidad. Foto: © J.M. Giordano

Trampauer fue coherente con el credo de la canción que había aprendido en la iglesia cuando era cría: se matriculó en un instituto para negros preguntándose cómo respondería la sociedad —lo supo pronto: la tildaron de «puta» en artículos de opinión en la prensa— y fue expulsada de la muy prestigiosa Universidad de Duke por negarse a abandonar el activismo.

Era sureña y blanca, tenía más que perder que nadie y embravecía con más intensidad a los intolerantes.

Se retiró a la honrosa condición de ciudadana digna y coherente cuando la lucha alcanzó los resultados legislativos soñados —concretados en la Civil Rights Act (Ley de los Derechos Civiles, 1964), que tardó lo suyo en servir para algo pero al menos ilegalizó la segregación en el plano teórico—.

Sin salir del anonimato de nuevo Joan trabajó en el Smithsonian, fue funcionaria de los ministerios de Justicia y Comercio y profesora voluntaria de Inglés como segundo idioma en una organización de ayuda a inmigrantes ilegales. Está jubilada, tiene 73 años y cinco hijos.

Cuando en 2013 la trajeron otra vez a la actualidad como protagonista del documental An Ordinary Hero: The True Story of Joan Trumpauer (Una heroína corriente: la verdadera historia de Joan Trumpauer) declaró que volvería a repetir cada paso de su vida porque el racismo convierte a cualquier territorio en «el corazón de las tinieblas».

Jose Ángel González

Comida rápida, bodegones y posados renacentistas

'Jorrit' - Rebecca Rütten

‘Jorrit’ – Rebecca Rütten

La composición cuidada, el empeño por transmitir sensualidad a través del detalle, las expresiones beatíficas de los modelos… Rebecca Rütten (Colonia – Alemania, 1991) admira el «erotismo» y el «carisma» de la pintura renacentista tardía y se recrea con el lujo de los bodegones flamencos y holandeses.

Al contrario de lo que pueda sugerir nada más verlas, las imágenes de Contemporary Pieces (Piezas contemporáneas) no son parodias, el tono humorístico es secundario. El proyecto de la artista alemana es sobre todo una reflexión sobre la calidad de los alimentos, el precio de comer bien o la comodidad de llevarse a la boca algo tan procesado como carente de nutrientes.

'Tacobell' - Rebecca Rütten

‘Tacobell’ – Rebecca Rütten

Fotografía naturalezas muertas de bollería industrial o retrata a jóvenes (amigos y conocidos a los que pidió colaborar) ataviados sólo con telas de colores oscuros, sujetando en actitud mística un monstruoso bocadillo o una porción de pizza grasienta. «Me gusta que mis amigos lleven en estas fotos tatuajes y piercings, subraya el concepto de que son hijos de la edad moderna, criados en una América cambiante, a menudo definida por la cultura del fast food«. «Muchos de ellos tratan de evitar la comida rápida», dice refiriéndose a los mismos que posan. «La comida se vuelve un objeto no comestible y pierde su valor».

'Giovanni' - Rebecca Rütten

‘Giovanni’ – Rebecca Rütten

Aprovechando su contacto con los EE UU —estudió un semestre en California y ahora vive en Nueva York—, Rütten mezcla los clásicos europeos con una realidad actual: en los Estados Unidos, y cada vez en más países, resulta caro comer de modo saludable y la comida rápida se presenta como la única opción cuando tu sueldo es miserable.

Es acertado hablar de un problema de tinte económico y social, pero Rütten se deja llevar por visiones reduccionistas y aborda el problema de modo parcial. Los Estados Unidos son una entelequia de más de 316 millones de personas y poco tiene en común —en cuanto a precios y acceso a alimentos frescos, por ejemplo— la situación de Nueva York con la de San Diego, Albuquerque o Kansas City.

Es conveniente añadir a la balanza otros factores, como el desconocimiento a la hora de cocinar o la falta de ejercicio físico. Que la tasa de obesidad en el país sea ya de más de un 36% (según datos de la OCDE) demuestra la dificultad de atajar un problema que afecta a todos los países desarrollados, incluido España, donde la tasa es de un 26%. La comida basura es sólo un síntoma.

Helena Celdrán

'Donuts' - Rebecca Rütten

‘Donuts’ – Rebecca Rütten

'Thea' - Rebecca Rütten

‘Thea’ – Rebecca Rütten

'Evan' - Rebecca Rütten

‘Evan’ – Rebecca Rütten

Cien años de Sister Rosetta Tharpe, la mujer que cantaba diciendo ‘amén’

Sister Rosetta Tharpe (1915-1973). Foto: James J. Kriegsmann, 1938

Sister Rosetta Tharpe (1915-1973). Foto: James J. Kriegsmann, 1938

Algunas efemérides deberían obligarnos al encierro. Algunas efemérides, tan distintas a esas que señalan los acontecimientos nacionales para recordarnos que somos vasallos, merecen carácter sagrado e íntimidad.

Hace unos días, el 20 de marzo, se cumplieron cien años del nacimiento de Sister Rosetta Tharpe (1915-1973), que ha sido llamada la abuela del rock and roll. El título, se podría argüir, contiene una paradoja: una cantante de góspel, la música cristiano-evangélica más pura, es presentada como profeta de la música del diablo, como definieron al rock en sus primeros años desde los púlpitos y las congregaciones más ofuscadas por tanto brío sexual. Se trata de una contradicción sensata porque, como sabemos los pecadores, dios y el diablo caminan de la mano.

Sister Rosetta cantaba diciendo ‘amén’ y, al tiempo, era una fiera indómita, todo sudor y brutalidad, instinto y delirio. Podrían borrar de los anales a Chuck Berry, Little Richard, Elvis Presley y Bo Diddley. La Hermana Rosetta los predice, contiene y supera.

Allen's Grocery, Cotton Plant Arkansas (Foto. Wikimedia Commons)

Allen’s Grocery, Cotton Plant Arkansas (Foto. Wikimedia Commons)

 1. El lugar. Desde el cielo puedes saberlo todo sobre Cotton Plant, Arkansas (EE UU): un apaisado enclave rural en medio del vacío, dos carreteras comarcales, los trazos implacables de los plantíos de algodón y maíz… El villorrio y sus mil almas de 1915 tenían solo dos opciones para combatir la monotonía de tiralíneas de la pradera, multiplicada por un cielo plomizo y la mampostería de ladrillos rojos de las casuchas: dejarse llevar por la tiranía de las cadenas de la subsistencia o dedicarse a rezar.

2. El río. Unos cien kilómetros en línea recta hacia el este fluye, ya muy lentamente porque olisquea la desembocadura en el Golfo y desea retrasarla, el fabuloso Misisipi, el río-útero de todas las músicas. Un caminante de principios del siglo XX que bordeara el cauce hacia el sur podría cruzarse, si la suerte le era dada y concurría a los más indecentes garitos de madera y mal whisky casero del camino, con Charley Patton, el aullador, o Robert Johnson, el amigo del diablo.

3. La Vieja Religión. Los padres de la niña Rosetta Nubin, nacida el 20 de marzo de 2015 en el pueblecito de Cotton Plant, eran braceros sin tierras propias. Del padre, Willis Atkins, sólo es conocida su afición por cantar mientras, dobladas las lumbares, se desgarraba las manos para arrancar las cápsulas de algodón. La madre, Katie Bell Nubin, también cantaba, pero sobre todo en los oficios de la Church Of God in Christ, un credo pentecostalista que niega la predestinación y admite que la sonrisa, el himno y el grito son arrebatos de vida consagrada, vehículos para estar entrenado ante la Gran Tribulación. La mujer, a la que llamaban Mama Bell, tocaba la mandolina y la guitarra. Cuando dejaba descansar uno de los dos instrumentos, Rosetta rascaba y golpeaba las cuerdas. A los seis años ya acompañaba a la madre tocando la guitarra.

Sister Rosetta canta y su madre, Katie Bell, sostiene la guitarra. Foto: Charles Peterson

Sister Rosetta canta y su madre, Katie Bell, sostiene la guitarra. Foto: Charles Peterson

4. El himno. El primer libro que se imprimió en la América colonial británica fue The Whole Booke of Psalmes Faithfully Translated into English Meter (1638), una recopilación de himnos religiosos. La obra fue un best seller primario y prendió el fuego por el canto como forma comunitaria de rezo. Cuando la tradición se cruzó con las usanzas seculares de los esclavos traídos de África para ser explotados por los buenos cristianos calvinistas nació el góspel, del vocablo anglosajón gōdspel, palabra de dios, una transformación extremista de los himnos religiosos basada en la percusión insistente, las exhortaciones impulsivas, las palmas perfectas y los bailes improvisados. El patrón es de llamada y respuesta y la escala, pentatónica, implacable, moderna. Allí donde los cristianos blancos se mecen en arrullos, los negros gimen hasta la éxtasis. El germen del jazz, el funk y el hip-hop nació en las capillas.

5. El milagro de la voz y la guitarra. Mama Bell y su hija hicieron durante años el circuito de las congregaciones pentecostales —la  Church Of God in Christ permitía el apostolado femenino—. Eran actuaciones en parte sermón y en parte descarga góspel. Llegaron a ser tan conocidas que se anunciaban con semanas de antelación. Los carteles claveteados en los postes del telégrafo anunciaban a Rosetta como «el milagro de la voz y la guitarra». En 1934 se fueron a vivir a Chicago. Rosetta se casó a los 19 años con un pastor,  Thomas Thorpe, pero el matrimonio no resultó y se separaron. Sin explicar nunca la razón, ella adoptó como nombre artístico una transformación del apellido del marido: Sister Rosetta Tharpe. En 1938 se establecieron en Nueva York.

 6. ¿El primer rock and roll? Después de grabar algunos discos con grandes orquestas que disimulaban la fiereza de su voz y verse obligada por contratos ladinos a cantar en los circuitos de night clubs —lo que originó un cierto escándalo entre los puristas de la música religiosa—, Sister Rosetta se decidió por volver a la simpleza del góspel y en 1944 grabó Strange Things Happening Every Day, un espiritual sin aderezos, dominado por la guitarra y el grito. En 1945 la canción se convirtió en el primer tema góspel en colarse en las controladísimas listas de éxitos raciales —también los hit parade eran segregacionistas— de la revista Bildboard. El tema, sincopado, evasivo, apasionado, bailable, sensual, incluso ambiguo, está entre los citados como posibles precursores de un género que aún no tenía nombre pero estaba naciendo de la adherencia del blues, el rhythm & blues, el country y el bluegrass: el rock and roll, la música más importante del siglo XX.

7. Palmas instintivas de los ingleses. Adorada por Elvis Presley, Little Richard, Johnny Cash y Jerry Lee Lewis («esta mujer canta rock and roll…, bueno, canta música religiosa pero ¡es rock and roll: tiembla, salta, golpea la guitarra!»), Rosetta Tharpe gozó de una gran fama tras la II Guerra Mundial. En 1951 se casó con su agente, Russell Morrison, y cantó tras la ceremonia, todavía en traje de novia, ante 25.000 personas que habían pagado entrada para la boda y el concierto. Durante los años de fuego del rock and roll, el estilo que había ayudado a crear, su popularidad cayó en picado, pero logró sobreponerse gracias a las giras por Europa, donde el interés por la música negra de los EE UU fue intensa en los primeros años sesenta. En 1964 participó en un programa de televisión grabado en una estación de tren abandonada en Manchester. Algunos dicen que fue la primera vez que el gélido público inglés supo de manera instintiva cómo seguir el ritmo de un góspel con las palmas. Rosetta, con su abrigo de paño claro de los domingos, los dejó atónitos y en estado de gracia.

Sister Rosetta Tharpe a finales de años treinta. Photo: Roxie Moore

Sister Rosetta Tharpe a finales de años treinta. Photo: Roxie Moore

8. Tumba sin lápida. La carrera de la fogosa cantante y guitarrista fue interrumpida por un ataque al corazón en 1970. Superó el asunto pero desarrolló diabetes y tuvieron que amputarle una pierna. Murió tras un segundo infarto, el 9 de octubre de 1973, a los 58 años. La enterraron en una tumba sin nombre en Filadelfia, donde vivía desde 1957.

9. Túmulo tras un documental. Tras la producción y emisión en 2014 del documental dirigido por Mick Csáky Sister Rosetta Tharpe: The Godmother of Rock & Roll [dejo bajo la entrada un vídeo del metraje completo] hubo una cuestación pública para colocar un pequeño túmulo funerario en el lugar donde yacen los restos de la mujer que sabía como rezar gritando amén. Parece que necesitamos películas para saber que cometimos pecados.

10. Epitafio. Las palabras que inscribieron en la lápida, aunque tardías, son adecuadas: «Podía cantar hasta hacerte llorar y luego cantar hasta que bailaras de alegría. Ayudó a mantener viva la iglesia e hizo disfrutar a los santos«.

Jose Ángel González



Lámparas ‘tímidas’ que imitan la reacción de las flores

'Shylight' - Studio Drift

‘Shylight’ – Studio Drift

La nictinastia es una respuesta inteligente de algunas especies vegetales, una reacción a los estímulos lumínicos. De día, las hojas y los pétalos permanecen desplegados, de noche se pliegan con una perfección robótica. Amapolas, hibiscos y tulipanes adoptan el mecanismo cada día y esperan pacientes a que vuelva a salir el sol.

En el proceso hay una elegancia innata y una armonía de las que a menudo se nutre el diseño, receptivo a los mecanismos que desarrolla la naturaleza para que la vida siga su curso.

Los diseñadores Lonneke Gordijn y Ralph Nauta, fundadores del estudio holandés Drift, admiten estar «fascinados» por los movimientos de la naturaleza y reproducen la nictinastia en Shylight (Luztímida), vaporosas «esculturas de luz» que se retraen y se despliegan en una delicada coreografía ante los ojos del espectador.

«Es una lámpara que parece estar viva por sus movimientos impredecibles y de aspecto natural: desciende para florecer en toda su gloriosa belleza, para después cerrarse y retirarse hacia arriba». Han invertido cinco años en perfeccionarla, los primeros modelos se movían tras una semana de trabajo, pero hicieron falta hasta seis «generaciones» de lámparas para lograr la precisión de una flor.

Los pétalos son de seda, un material ligero y flexible que «se mueve con elegancia». La estructura que sujeta el tejido es de aluminio y acero y los movimientos de las luces LED se pueden controlar con smartphone o una tableta, «abriendo un abanico de posibilidades como coreografías para música».

«Cuando todas las capas y los compartimentos de seda se llenan de aire, la luz se rompe de una manera muy suave y poética», dicen sus creadores. Pensadas para techos altos, las lámparas tienen una distancia de caída de 9 metros y las hacen ideales para las majestuosas salas del Rijksmuseum de Ámsterdam, la Galería Nacional de Holanda, que ya ha adquirido e instalado varias en el museo.

Helena Celdrán

Una falla valenciana para quemar «todo lo que sobra»

© Escif

© Escif

Junto con el fondo de armario —donde reina el rojo-cuchillada— de Ana Botella, las figuritas de Lladró, las conferencias de prensa de Isabel Coixet, las novelas de Arturo Pérez Reverte, los discos de flamenco fusión, el reinado mediático de Sara Carbonero y la tal Pedroche, la Pasarela Cibeles, la programación del MNCARS (o cómo demonios se llame), las canciones de Alaska, el abrigo de astracán de los domingos, el madridismo como auto de fé bautismal y las fotos de Ouka Lele, quizá lo más hortera de la España cañí sean las Fallas de Valencia. Son de un kitsch tan elevado que, como el alcohol de garrafón, terminan por gustar. Pese a las arcadas, aguantas. Todo por el colocón.

El monumentalismo, la instrumentación de una celebración pagana, la venta turística y, por tanto, política, de los festejos y, como añadido de este año gracias a la siempre paellera alcaldesa Rita Barberá, el caloret

«¿Dónde están los límites entre ficción y realidad? ¿Dónde están los límites entre vida y espectáculo? ¿Dónde están los límites entre lo que es y lo que no es?», se pregunta con buen juicio el artista urbano —y valenciano— Escif.

© Escif

© Escif

Cuando en la ciudad ardan todos los monumentos falleros en la Nit de la cremà, que se celebra la próxima noche, Escif incinerará su contribución a la ceremonia del fuego y la purificación. El veterano artista y activista ha preparado el proyecto Todo lo que sobra, una falla, digamos, alternativa —fea palabra en momentos en que convendría devolver contenido al viejo pero siempre revolucionario término grosero—, que llama la atención sobre el estrechísimo límite entre realidad y ficción y una alerta sobre la esclerosis de una festividad que pierde su esencia a velocidad de, por usar una referencia muy apropiada a las fronteras regionales de la mafia como forma de mando, Fórmula 1.

Con el apoyo de la Falla Mossen Sorell-Corona, un colectivo de contestación al camino que toma la celebración, Escif se ha dedicado a sembrar las calles de réplicas perfectas, aunque falsas —están fabricadas de madera, cartón y otros materiales, todos inflamables—, de los «elementos que sobran en el escenario habitual de una falla».  Se trata de «hacer una falla con todo lo que no es una falla pero que irremediablemente forma parte de la transformación del paisaje urbano durante este acontecimiento».

La intención del taller Corona —que este año ha decidido retirarse del concurso tradicional a la innovación —uno de los premios de cada año—, es «reinventar las fallas», transmitir que es un colectivo «libre e independiente» y que seguirá proponiendo artistas invitados para encargarse de la «renovación» de las propuestas falleras, «dejando patente que lo importante para enriquecer la tradición creativa es su apertura a nuevas líneas e identidades».

El primer creador apadrinado por el colectivo es Escif —acaba de editar su primer libro mediante una campana de micromecenazgo—, que ha construido una falla desestructurada con «elementos que han de quitarse para despejar el espacio» y otros «accesorios al monumento fallero». Con la común característica de que los objetos son «copiados de la realidad», réplicas perfectas que engañan al sentido de la vista y sólo se reconocen con una mirada muy detallada o mediante el tacto.

Un contenedor gris de residuos, señales de tráfico, tres vehículos aparcados —con publicidad dejada en las lunas de «chicas juguetonas Caloret» en «instalaciones de lujo» —, dos cajas de petardos vacías, bicicletas, bolardos, tres paquetes de tabaco, cuatro bolsas de snacks, vallas de separación con sus respectivas publicidades, cinco chicles pegados, doce colillas, vasos rotos, confeti…

La neofalla de Todo lo que sobra es la España cutre, entramoyada, de mentira, fracasada y expoliada, asomando entre las fallas horteras de las narizotas de los pícaros, los pezones televisivos y los ojos saltones de la verbena oficial. Que ardan bien la una y las otras.

Jose Ángel González

© Escif

© Escif

Anna Pugh, pintora ‘popular’ mirada de refilón por la industria del arte

'Weatherman' - Anna Pugh

‘Weatherman’ – Anna Pugh

Entre la fantasía y lo bucólico, cada pintura es refrescante como un día en el campo. Abundan los insectos y los bosques primaverales, las flores se retuercen en arabescos, animales fantásticos y reales comparten la escena con seres humanos que celebran la vida con placeres sencillos.

Anna Pugh
(1938) debería ser una autora consagrada en el panorama artístico, con obra en colecciones de museos de todo el mundo, pero la industria del arte siempre la ha mirado de refilón. La galería londinense Lucy B Campbell —la única que representa a la pintora inglesa residente en Sussex— enmarca sus obras dentro del «arte popular», seguramente la etiqueta más peligrosa para un creador, como si le dijeran claramente: «sí, tienes una mirada única, pero demasiado doméstica«.

'Hosepipe Ban' - Anna Pugh

‘Hosepipe Ban’ – Anna Pugh

La paleta de tono planos es la idónea para colorear un mundo de perspectivas caprichosas que bien podrían rendir homenaje a Giotto y a los pintores góticos, aquellos exploradores de nuevos espacios que en los siglos XIII y XIV rompieron con el lenguaje medieval de las dos dimensiones y allanaron la senda al renacimiento.

El espíritu naíf la emparenta con Henri Rousseau (1844-1910), pintor de selvas y animales exóticos perfectos y bellos, como sacados de una fábula. Al igual que el artista autodidacta francés, empezó a pintar tarde. La carrera de Pugh se remonta a los últimos 20 años, pero ha sabido sacarles partido creando en este tiempo 200 obras, al contrario que el perfeccionista y reflexivo Rousseau, que dejó tras su muerte un reducido número de trabajos.

En el perfil que la galería dedica a la autora está el que probablemente sea el único retrato que hay de ella en Internet. Un sombrero de ala ancha le tapa la cara y no tiene interés por posar, está demasiado ocupada cuidando el jardín. Pugh podría ser uno de los pequeños seres humanos que retrata en sus cuadros, con ropa sencilla y gesto amable, rodeada de masas de vegetación de las que no sería raro que surgiera un unicornio.

Helena Celdrán

'Party Time' - Anna Pugh

‘Party Time’ – Anna Pugh

'Won't be Long' - Anna Pugh

‘Won’t be Long’ – Anna Pugh

Anna Pugh

‘Moon Run’ – Anna Pugh

Anna Pugh

Anna Pugh

'Everglade'  - Anna Pugh

‘Everglade’ – Anna Pugh

La ‘top model’, el arquitecto dandi y el multimillonario cocainómano

Evelyn Nesbit, Stanford White y  Harry Kendall Thaw

Evelyn Nesbit, Stanford White y Harry Kendall Thaw

El titular podría ser el que abre la entrada, pulp hasta el amaneramiento: La top model, el arquitecto dandi y el multimillonario cocainómano. No sería inaceptable otra versión menos relamida: El crimen más teatral del siglo XX. Tampoco una tercera más afrancesada: La mujer del columpio de terciopelo rojo.

La historia, que subyugó al novelista E.L. Doctorow (Ragtime, de 1975, adaptada al cine unos años después por Miloš Forman), tiene también lo necesario para ser el germen del libreto de una ópera de trama funesta, una crónica sobre el pozo negro del final de un siglo, la base para un ensayo sobre el fariseísmo social o una parábola sobre la belleza y sus desgracias.

Sea cual sea la versión, los protagonistas son Evelyn Nesbit, Stanford White y Harry Kendall Thaw.

Evelyn Nesbit retratada por Gertrude Käsebier (1900)

Evelyn Nesbit retratada por Gertrude Käsebier (1900)

Evelyn Nesbit, a quien llamaban la «Eva americana», tenía en la foto, tomada en 1900, 16 años.

Para considerarla una llama encendida no es necesario anotar lo que está a la vista: la caída de los párpados, la promesa de abandono, la piel lactescente del genoma celta… Poco más de un año antes, mientras el siglo XIX moría entre gritos de júbilo y admoniciones de apocalipsis, Evelyn rondaba la miseria. Trabajaba en una tienda por departamentos de Filadelfia 12 horas al día y seis días a la semana por un salario que alcanzaba para seguir muriendo.

Un encuentro casual con una pintora le permitió cambiar de oficio a los 14 años: modelo de estudio, a veces desnuda, por un dólar al día. Suficiente para mantener a la madre y el hermano chico, arruinados hasta el hambre por la muerte prematura a los 40 años del cabeza de familia, un abogado que sólo dejó en la tierra sueños demasiado ambiciosos y un hatajo de deudores.

"Portrait of Evelyn Nesbitt" - James Carroll Beckwith, c. 1901

«Portrait of Evelyn Nesbitt» – James Carroll Beckwith, c. 1901

La evocadora belleza de la muchacha y el apetito insaciable del público por buscar nuevos ideales de belleza y sensualidad para el siglo XX convirtieron a Evelyn en un icono.

La llama ardió rápido: en 1902 aparecía en la portada de las revistas —todas: Vanity Fair, Harper’s Bazaar, The Delineator, Women’s Home Companion, Ladies’ Home JournalCosmopolitan…— y también en la publicidad del interior.

Era inagotable: vendía marcas de pasta de dientes o cerveza, Coca Cola o pólizas de seguro; una presencia tenaz: aparecía en postales, calendarios, tarjetas, se multiplicaba —geisha, ninfa, diosa griega, campesina, gitana...—, y mantenía el misterio de lo carnal.

La consideraron, con razones sobradas, tres veces icono inaugural: la primera pin-up, la primera top model y la primera sex symbol. Dicen que hasta la llegada de Marilyn Monroe nadie calentó tanto la imaginación de los EE UU.

"Woman: the Eternal Question" - Charles Dana Gibson, 1905

«Woman: the Eternal Question» – Charles Dana Gibson, 1905

En 1905 un perfil de la exuberante muchacha fue dibujado, con el elocuente título de Mujer: la pregunta eterna, por Charles Dana Gibson, constructor de las Gibson Girls, mujeres nuevas que bebían martini, montaban en bicicleta, regían su vida, no atendían a convenciones y estaban muy por encima de los cánones de belleza.

Evelyn, que también fue musa de algunos de los pioneros de la fotografía de moda y cobraba una tarifa de diez dólares por sesión, añadió pronto a los ingresos el salario como corista en Florodora, uno de los primeros musicales de éxito masivo en los teatros de Broadway. En 1902 consiguió un papel secundario —la gitana Vasthi— en otra obra, The Wild Rose.

Su madre, que vigilaba de cerca a la fuente de ingresos, aceptó complacida que su hija, que acaba de cumplir 18 años, iniciase una carrera en los escenarios, porque le dijeron que las actrices lo tenían fácil para pescar millonarios.

Evelyn era mediocre como intérprete —tanto que el resto del elenco solía burlarse de ella durante los ensayos—, pero algunas críticas destacaron que mientras permanecía en silencio era capaz de iluminar la escena con más intensidad que todo el equipo eléctrico.

Entre los aduladores que rondaban a la joven diva el más cautivador —aunque a Evelyn le parecía «demasiado viejo»— era el arquitecto Stanford White, un bon vivant cincuentón y dandi pese al sobrepeso. Era adorado por la alta sociedad neoyorquina por la aguda palabrería, la extravagancia del enérgico bigote rojizo, la fundación de un estilo que llamaba con pompa Richardsonian Romanesque y que no era otra cosa que una aplicación, quinientos años más tarde, del ideario renacentista, las casas que diseñaba para la altísima burguersía —entre ellas las mansiones en la Quinta Avenida de los Vanderbilt y los Astor—, y la reforma del Madison Square Garden de 1890, que coronó con una réplica de la Giralda de Sevilla.

Stanford White (1853-1906)

Stanford White (1853-1906)

La obra de la que White estaba más orgulloso era su «apartamento para adulterios», entre las avenidas 22 y 24, una casa de ladrillo que había decorado con la estridencia de un burdel: en una habitación tenía un columpio de terciopelo rojo para que sus conquistas se balanceasen, a ser posible ligeras de ropa, y en otra había cubierto las paredes de espejos para multiplicar hasta el infinito las hazañas sexuales de las que se ufanaba.

Aunque White se mostró en un principio como «paternal y cariñoso», según escribiría Evelyn en sus memorias, prontó pasó a la acción y, con la connivencia de la madre de la actriz, que veía con buenos ojos el asunto y se apartó muy gratamente de la ciudad aceptando unas vacaciones pagadas por el arquitecto, logró que la joven entrase en su cama. No hubo coacción, pero sí fascinación, mucho champán, cenas íntimas con platos que Evelyn nunca había visto ni en estampas, el regalo de un bellísimo quimono y un columpio de terciopelo.

John Barrymore (1882-1942)

John Barrymore (1882-1942)

En escena apareció fugazmente el actor John Barrymore, que todavía era un aspirante a estrella pero cautivó a Evelyn con el magnetismo que le convertiría en uno de los grandes galanes de la primera mitad del siglo. Fueron amantes durante una corta temporada porque la madre de ella y White intervinieron para cortar el romance y separar a los novios.

A los pocos meses Evelyn fue internada en una clínica: la versión oficial fue una apendicitis, pero siempre se especuló que se había sometido a un aborto porque estaba embarazada de Barrymore.

Dominada y con escasa voluntad, la «Eva americana» eligió salir del laberinto mediante la peor de las opciones: Harry Kendall Thaw, hijo de un magnate del carbón y los ferrocarriles. El heredero, hijo único, vivía sin pegar clavo gracias a una holgada asignación familiar.

Harry Kendall Thaw (1871-1947)

Harry Kendall Thaw (1871-1947)

Señorito calavera, criado como un reyezuelo despótico —mantuvo durante toda la vida la costumbre de hablar con el código lingüístico y el tono amanerado con que los adultos hablan a los bebés—, tahúr de partidas de póquer, consumidor de cocaína, morfina y opio, expulsado de una universidad tras otra (incluso de Harvard, que lo había admitido tras una donación millonaria de papá), Harry distribuyó el escándalo y los caprichos con pasión y logró que la prensa acuñara un término que hasta entonces era desconocido: playboy.

Acudía cada noche a ver actuar a Evelyn, le enviaba regalos, primero desde el anonimato y luego a cara descubierta. Cuando ella salió del hospital la invitó a un viaje a todo trapo por Europa para recuperarse. La madre de Evelyn, por supuesto, se apuntó. Al fin adivinaba el yerno millonario con el que siempre había soñado.

Manipulador de efectividad suprema, Thaw organizó un recorrido agotador de saltos entre ciudades, hoteles de lujo, salones de alto copete y diversiones mundanas. Al mismo tiempo malmetió para que madre e hija —cansada la primera y abatida la segunda— se distanciaran y propuso, presentándose como apaciguador, que se la señora se quedara unos días en Londres para recuperar aliento mientras él y Evelyn se iban a conocer París. En la capital inglesa, tras una noche iluminada por el champán, propuso matrimonio a la joven por primera vez.

Residencia de los Thaw en Pittsburgh

Residencia de los Thaw en Pittsburgh

Después de casi dos años de insistencia, Evelyn dijo que sí. En sus memorias afirma que antes contó a Thaw toda la verdad sobre las relaciones previas con White y Barrymore.

La boda, que se celebró en abril de 1905, fue un prólogo de la vida que tenía por delante la joven, que acababa de cumplir 21 años: Thaw y su madre, una fanática que interpretaba literalmente el Viejo Testamento, obligaron a la novia a vestir de negro. La pareja viviría en la aislada residencia palaciega de la familia. Desde luego, la carrera como actriz y modelo terminó de inmediato.

La jaula de oro era, finalmente, una simple jaula. Nada faltaba pero nada era del todo real: las apariencias mandaban y la alienación de Evelyn, que nunca había ejercido el libre albedrío, se acentuaba por momentos. En el interior del marido anidaba una creciente paranoia. Aseguraba que la mafia planeaba secuestrarle, que le perseguían, que el arquitecto White deseaba recuperar a Evelyn. Empezó a sufrir episodios de ira y violencia y a llevar encima una pistola.

"Harry Thaw mata a Stanford White en el jardín de la terraza" (Portada del 'New York American' del 26 de junio de 1906)

«Harry Thaw mata a Stanford White en el jardín de la terraza» (Portada del ‘New York American’ del 26 de junio de 1906)

El 25 de junio de 1906 fue un día de extraordinario calor en Nueva York. Los termómetros rozaron los 30 grados centígrados y la humedad agudizaba la sensación térmica. A las 11 de la noche, la terraza del Madison Square Garden —diseñada por Stanford White precisamente para servir como refrescante alternativa teatral a cielo abierto durante la temporada de verano— estaba poblada por la alta sociedad de Nueva York. Representaban el vodevil Mam’zelle Champagne (Señorita Champán), una deliciosa nadería para regocijarse con la frivolidad.

Cuando la compañía afrontaba el número final —I Could Love A Million Girls (Podría amar a un millón de chicas)— acaso White pensaba en que el temita podría aplicarse a sus experiencias en el salón de los espejos del «apartamento para adulterios».

Las bandas sonoras siempre caen del cielo.

El bigotudo arquitecto, charlando como siempre, no vió venir a Thaw, que descargó tres tiros en la cabeza y la espalda de White. En el revuelo y la histeria posteriores, el asesino permaneció inmóvil. «Arruinó a mi esposa», dijo en voz baja antes de tomar a Evelyn del brazo y dirigirse al ascensor.

— ¿Qué has hecho? —preguntó ella, consternada y en estado de shock.

— Salvar tu vida —dijo él.

Harry Thaw en comisaria unas horas después de asesinar a White

Harry Thaw cenando en comisaria unas horas después de asesinar a White

El proceso judicial, bautizado como «el juicio del siglo», fue una pantomima. El dinero inagotable del imperio Thaw pagó las minutas de los mejores penalistas del país y de una agencia de relaciones públicas para influir sobre los diarios —fue la primera vez en la historia que un gabinete de prensa representó a un asesino—. El jurado fue secuestrado en un hotel —también una circunstancia inédita hasta entonces— para intentar aislarlo de la contaminación de los muchos tribunales paralelos.

La opinión pública tragó con el mensaje: Thaw era un caballero que defendió el honor de su esposa ante el arquitecto abusador que se había aprovechado de la inocencia de una menor de edad. Algunas revistas de arquitectura se dejaron sobornar y publicaron críticas feroces al estilo «irrelevante y pretencioso» de White, que pasó a ser un apestado postmortem.

Thaw fue condenado a cadena perpetua en un sanatorio mental, donde vivía como un capo, con comidas traídas desde el restaurante Delmonico’s y tres sirvientes a su servicio. Intentó fugarse varias veces y llegó a escapar a Canadá, pero fue extraditado. En 1915, nueve años después del crimen, fue considerado como «curado» y puesto en libertad por un tribunal.

Evelyn Nesbit y su hijo - Foto: Arnold Genthe, 1913

Evelyn Nesbit y su hijo Russell William Thaw – Foto: Arnold Genthe, 1913

Unos cuantos epílogos pueden ser anotados para culminar la narrativa de esta crónica sobre una cenicienta elevada a la fama discutible de la admiración y la indiscutible bajeza de los cotilleos.

Evelyn Nesbit tuvo un hijo, nacido en Berlín en 1910. Sostenía que el padre era Thaw y el crío había sido concebido durante una visita privada en el sanatorio. El millonario nunca reconoció la paternidad del crío, aunque permitió que fuese registrado con su apellido.

Russell William Thaw actuó con su madre en media docena de pésimas películas que pretendían explotar el morbo y se dedicó a la aeronáutica. Fue piloto de prototipos y héroe en cazabombarderos durante la II Guerra Mundial. Murió en 1984.

Evelyn Nesbit (1884-1967)

Evelyn Nesbit (1884-1967)

En 1911 la actriz se reconcilió con su madre, la mujer que le había dirigido y manipulado la vida. Intentaron sacar dinero a la familia Thaw, pero sólo recibieron «migajas». Cuando se ultimó el divorció en 1915 el tribunal dictó una compensación de 25.000 dólares. A Evelyn le pareció tan insultante que donó el dinero a la anarquista, libertaria y feminista Emma Goldman, que lo empleó para financiar el libro prosoviet Diez días que estremecieron al mundo, del propagandista John Reed.

La primera top model trabajó en compañías de burlesque de tres al cuarto. Algunos dicen que también se ofrecía como stripper para fiestas privadas. Murió en una residencia de ancianos en California en 1967, a los 82 años.

Thaw fue detenido en 1916 por agresión sexual contra un chico de 19 años. El dinero volvió a resolver el asunto, que se cerró con un acuerdo fuera de los tribunales. En 1924 compró una granja en el campo y escribió un libro de memorias. «Bajo las mismas circunstancias volvería a matarlo mañana», dijo sobre el ataque mortal contra White.

El «playboy asesino», como le llamaban los diarios, murió de un ataque al corazón en Florida en 1947. Tenía 76 años y una fortuna estimada en un millón de dólares.

El edificio que había construido White para sus adulterios se derrumbó en 2007. Nadie lo derribó: cayó por abandono.

Jose Ángel González