Archivo de febrero, 2014

Autopsias falsas de porcelana fina

Dissected china - Beccy Ridsdel

La rígida porcelana parece abrirse como una tela o como la piel en una operación. El instrumental médico podría ser la prueba definitiva de que la superficie de los platos y las tazas es blanda y vulnerable. Por suerte, en lugar de vísceras, en la autopsia hacen su aparición delicados estampados florales que extrañamente no tienen que ver con el motivo central de la pieza de la vajilla.

Una de las piezas de porcelana 'diseccionada' de Beccy Ridsdel

Una de las piezas de porcelana ‘diseccionada’ de Beccy Ridsdel

Usando calcomanías e instrumentos quirúrgicos, la artista Beccy Ridsdel —residente en York (Inglaterra)— «altera» finas piezas de porcelana como diseccionándolas. Con la colección realizó una instalación dispuesta como «un experimento de laboratorio en proceso» con batas de laboratorio, bisturíes, agujas y microscopios. «Sobre la mesa había pilas de material cortado y descartado (…) estilo Frankesntein«, dice la autora.

Se define como ceramista y escultora y opina que la distinción entre arte y artesanía está relacionada con el fin de cada creación: «Creo que la artesanía es técnica y el arte tiene significado (o una razón para ser creado que va más allá del objeto en sí)». La autora aporta así su punto de vista a un debate que se remonta a hace siglos y sigue sin resolverse, siempre en detrimento de la artesanía, injustamente rebajada por su condición práctica.

Con la estética pantomima, Ridsdel reflexiona sobre la línea borrosa entre los dos campos. Las piezas por separado, sin incisiones, son consideradas artesanía; pero el conjunto de autopsias falsas es una instalación artística porque está «más allá de las cosas en sí mismas».

Helena Celdrán

Beccy Ridsdel

Beccy Ridsdel

Beccy Ridsdel

Beccy Ridsdel

Beccy Ridsdel

Las fotos de niños desnudos que Facebook no quiere que veas

Acabo de enterarme de que Facebook —esa compañía que facturó el año pasado casi 6.000 millones de euros con los contenidos que le regalamos los usuarios y que la empresa comparte sin rechistar con los servicios de espionaje— acaba de censurar y borrar unas cuantas fotos de niños desnudos que algunos de mis contactos habían colocado en sus muros a partir de la publicación del vínculo a una pieza de la muy popular web de fotografía Feature Shoot, fundada y dirigida por Alison Zavos.

El artículo cuyas imágenes no pasaron el rasero moral de los chicos de Facebook era una reseña sobre el trabajo del fotógrafo francés Alain Laboile (Burdeos, 1968). Se titulaba The Beauty of Carefree Youth Captured In Father’s Portraits of His Six Children (La belleza de la juventud despreocupada en los retratos de un padre a sus seis hijos), un lema demasiado largo que Laboile podría resumir así: fotos de mis hijos desnudos haciendo el cabra y aprendiendo que esa es la mejor manera de vivir —sobre todo si no quieres terminar siendo un ingeniero informático techie de Facebook o de sus cómplices de la mafia del 2.0 con la misma calidad humana que la cota asintónica de un algoritmo, añado yo—.

Algunas de las fotos que la red social no quiere que veamos en nuestros muros saturados de memez, platos de lasagna y todo tipo de fauna aparecen al comienzo de esta entrada. Los envidiables miembros de la familia Laboile juegan en el barro, se lanzan al agua de una charca, se enjabonan en una tina, meten el dedo en la boca de una rana con dulce crueldad y, en fin, son niños haciendo lo que todo niño debiera hacer: interpretar su propia danza estelar de cometas. Pero, y ese es el problema, están desnudos.

En una entrada anterior del blog (Mi pecado, mi alma, Lo-li-ta) hablé de la ortodoxia y la inquisición de lo correcto ejercida por padres y madres con complejo de fiscales que lapidarían a Vladimir Nabokov («Oh, Lolita, tú eres mi niña, así como Virginia fue la de Poe y Beatriz la de Dante»). Repito dos párrafos de lo que escribí entonces:

La paranoia impone su mandato, amparado por la ley de la corrección. Todo fotógrafo que se acerque a un adolescente (no digamos a un niño) es un pedófilo más culpable que presunto. Ni siquiera el permiso por escrito de los padres o tutores del menor permite el acercamiento de la cámara, del ojo curioso que desea capturar una mínima porción del poder y los nervios del placer al descubierto que atesoran, quizá en exclusiva, los adolescentes.

La sociedad de la polineurosis y la dinámica hipócrita de la protección (esos mismos menores son avasallados por un sistema educativo que promueve la cosificación del individuo y le prepara para la inmoral carrera de ratas de la competencia y el sálvese quien pueda) (…) colocaría [al fotógrafo] frente a una actuación de oficio de la Fiscalía, a petición de un negociado oficial facultado por la Ley Orgánica de Protección Jurídica del Menor, que establece como preceptiva la intervención del ministerio público «en los casos en que la difusión de información o la utilización de imágenes o nombre de menores en los medios de comunicación pueda implicar una intromisión ilegítima en su intimidad, honra o reputación, o que sea contraria a sus intereses, incluso si consta el consentimiento del menor o de sus representantes legales» (el subrayado de la demencial expresión es mío).

El fotógrafo francés ha colocado en su web un texto de Cécile Le Taillandier De Gabory sobre esta bella narración familiar. Se nos indica que la serie de fotos están «liberadas de voyeurismo y de la rigidez de las imágenes diarias» y se afirma, con certeza, que Laboile desea «mostrarnos un mundo de libertad, sorpresas, emociones compartidas». No es eso lo que aprecian los repartidores de anatemas, que ven pecado y presunto delito donde sólo hay energía, amor y humor.

Cuando la gran fotógrafa Sally Mann estaba a punto de publicar Inmediate Family, el fotoensayo de la vida en libertad de sus tres hijos, todos de menos de diez años y desnudos en muchas de las imágenes, fue alertada de que algunas de las imágenes podrían ser delictivas. La fotógrafa se entrevistó con la fiscalía para pedir una opinión y le dijeron que había evidencia de pornografía infantil. En una decisión dolorosa, decidió posponer el libro diez años. Pero los críos, que también tienen voz aunque casi nadie les pregunte nunca, dijeron que no y la animaron a publicarlo. La obra apareció en 1992 y nadie se querelló contra Mann. La fotógrafa dijo sobre la serie: «Es la visión natural de una madre sobre sus hijos: desnudos, riendo, llorando, sangrando…».

Como coincido con la tesis y sigo pensando que la maldad y el ánimo depredador están en los ojos de quien mira, publico bajo la firma  de esta entrada una imagen de Mann y dos de sus hijas que Facebook nunca publicaría y los fiscales vocacionales jamás consentirían. Las tres mujeres orinando a carcajadas, creo, resume la revolucionaria actitud que Goethe expuso con simpleza cuando dijo que «la vida es la niñez de nuestra inmortalidad».

Ánxel Grove

© Sally Mann

© Sally Mann

Todos los tonos de luz de un día en un bucle animado

"Glassy Sunset" - Fong Qi Wei

Podrían ser ilustraciones, óleos o acuarelas de paisajes urbanos en los que el pintor hace estudios de luz y experimenta con la mezcla de colores al más puro estilo de los pintores suizos Paul Klee y Johannes Itten, dos revolucionarios de las teorías del color que en los años de la I Guerra Mundial consideraban las tonalidades como un cosmos lleno de normas y principios que había que descifrar.

Fong Qi Wei sigue la estela de la fascinación por los cambios lumínicos y las infinitas combinaciones del color y lleva la idea al presente: fotografía durante varias horas el mismo paisaje y luego unifica todas las imágenes dándoles movimiento en gifs animados. Klee e Itten no podrían apartar la mirada de esas visiones cambiantes.

Time in Motion (Tiempo en movimiento) es la nueva serie de trabajos del artista de Singapur. Las imágenes (que se pueden ver aquí en alta resolución y en movimiento) combinan panorámicas de paisajes tomadas en diferentes momentos del día en piezas que «no son impresiones y tampoco vídeos», sino «una animación en bucle» que define como «un constante resplandor de… tiempo».

En Glassy Sunset el sol se proyecta en los cristales reflectantes de un edificio que con el movimiento parece más una cuadrícula de gráficos de barras; en Shanghai Freeway Sunrise los círculos concéntricos de luz sobre las fotos de una autopista de Shanghái parecen tragar automóviles y alumbrado público conforme el cielo se aclara. Las visiones en cambio constante crean abanicos lumínicos que cuesta relacionar con la realidad.

El proyecto es una continuación de Time is Dimension (El tiempo es dimensión), en el que experimentaba con la idea en fotografías estáticas que él mismo realizaba. Las sesiones duraban todo el día, Fong necesitaba componer un archivo de imágenes que contuviera cada pequeño matiz de luz para luego rehacer el paisaje. Con el propósito de «estimular la mente» y a la vez «provocar sentimientos» en el espectador, el artista une ahora en una misma visión todas las horas del día y quiere convertir así «el pasado, el presente y el futuro en meros términos».

Helena Celdrán

El olvidado Tom Wilson, productor (negro y ‘bon vivant’) de Dylan, la Velvet, Zappa, Nico…

Una docena de discos producidos por Tom Wilson

Una docena de discos producidos por Tom Wilson

No es un desatino afirmar que una vida entera podría sobrellevarse con la compañía única de estos doce discos. Son en apariencia de muy distinto espíritu: el Bob Dylan mata infieles de The Times They are A-changin’, quizá el único disco soviet del cantante; las simas desoladas de White Light/White Heat, la obra más negra de The Velvet Underground;  la melancolía urbana de una pareja de universitarios ilustrados, Wednesday Morning, 3 AM, de Simon & Garfunkel; la patafísica del primer disco de The Soft Machine; el jazz astral de Sun Ra; la demencia de Freak Out!, debut de The Mothers of Invention, vehículo de Frank Zappa; la tristeza helada de Chelsea Girl, de Nico; en fin, el single con la mejor canción de todos los tiempos, Like a Rolling Stone

Sólo hay una circunstancia que enlaza la docena de álbumes: todos fueron producidos por la misma persona, Tom Wilson (1931-1978), un negro nacido en Texas, licenciado cum laude en Economía en Harvard, conquistador, bohemio, cultivado, conservador —votaba por los republicanos— y bon vivant.

En los años cincuenta, convencido de que ejercer la economía no era lo suyo, montó por su cuenta en Boston la discográfica de jazz Transition, donde tuteló las grabaciones de 22 álbumes de músicos jóvenes y vanguardistas como Sun Ra y Cecil Taylor —a quien descubrió y produjo en el inolvidable Jazz Advance—.

Las grandes discográficas de Nueva York no pasaron por alto el ojo y las dotes de Wilson y fue contratado como productor freelance. Aunque entre 1965 y 1968  hizo historia ayudando a llevar a término música diferente, rebelde y nueva de folk, pop y rock de vanguardia, Wilson murió en el olvido y prematuramente de un ataque al corazón a los 47 años.

Tom Wilson

Tom Wilson

Pese al tamaño y trascendencia de las obras que produjo [en esta web dedicada al personaje hay una discografía exhaustiva] y a los halagos de los músicos a quienes prestó servicio —John Cale, el más avanzado musicalmente de los miembros de la Velvet Underground, declaró que fue el «mejor productor» y consejero con el que trabajó el grupo y Zappa le consideraba «prodigioso» a la hora de leer la intención de la música con la que trabajaba—, Wilson permanece en un inmerecido segundo plano frente a los grandes magos del sonido de la época (Phil Spector, Brian Wilson, Berry Gordy…).

Entiendo que hay dos motivos para la omisión. Primero, se trataba de un negro trabajando para músicos blancos en un tiempo en que el pop y el rock estaban fuertemente segregados. Segundo, no era un productor intervencionista que gustase de dejar su impronta en la música. Al contrario, prefería poner sus dones al servicio del producto, asesorando sobre posibilidades, advirtiendo fallos y sugiriendo mejoras, orientando antes que mandando.

Era tal el respeto que mostraba por las canciones y los intérpretes que algunas crónicas malintencionadas le presentan como un tipo despreocupado que consumía buena parte del tiempo en la cabina del estudio hablando por teléfono con sus muchas noviasera un conquistador nato de gran atractivo: medía 1,90, siempre vestía impecablemente y tenía el don de la palabra— mientras los músicos lidiaban con el trabajo al otro lado del cristal.

Tom Wilson y Bob Dylan en el estudio, 1965

Tom Wilson y Bob Dylan en el estudio, 1965

La leyenda negra queda desmontada repasando los detalles de la relación de Wilson con el más famoso de sus clientes, Bob Dylan, a quien produjo desde el segundo álbum (The Freewheelin’ Bob Dylan, 1963) hasta el single Like a Rolling Stone (1965). Contratado por la discográfica Columbia —fue el primer productor negro en trabajar para la empresa—, Wilson nunca ocultó que no le gustaba demasiado la música de Dylan: «No me gustaba la música folk. Venía de grabar a Sun Ra y John Coltrane y el folk me parecía música de tontos y aquel chico tocaba como un tonto… Pero entonces escuché las letras«.

Aunque Wilson produjo los dos siguientes discos del cantautor bajo la fórmula canónica de voz, guitarra y armónica, en Bringing It All Back Home (1965) logró que grabase por primera vez con un grupo eléctrico («siempre pensé que Dylan podía ser el Ray Charles blanco»), en un giro que cambió para siempre la historia del rock, añadiendo tensión galvánica y sexual a la altura literaria de Dylan. La vuelta de tuerca fue perfeccionada en Like a Rolling Stone, la canción más importante de la historia, donde el añadido del órgano Hammond que pone cortinaje y cimiento a la saga rabiosa que Dylan grita fue una decisión personal de Wilson, que propuso la contratación del multiinstrumentista Al Kooper.

Tom Wilson y Nico durante la grabación de "Chelsea Girl"

Tom Wilson y Nico durante la grabación de «Chelsea Girl»

En mayo de este año la industria musical estadounidense oficiará otra de las ceremonias anuales de elevación de luminarias al Rock and Roll Hall of Fame, esa especie de museo de cera donde se honra a los músicos y otros implicados en el rock por su condición de cajas registradores. Entre los nueve nuevos miembros de la necrópolis hay dos manejadores-productores: Brian Epstein, el muy sagaz agente que hizo de los Beatles el producto más rentable de la música pop —a veces con malas artes, como ocultar los pecados privados de los miembros de la banda— y Andrew Loog Oldham, el artero vendedor de los Rolling Stones como grupo peligroso cuando sus integrantes eran niños pijos. Tom Wilson, que, a diferencia de los dos anteriores, jamás manipuló a sus protegidos, no aparece entre los centenares de figuras de toda calaña del museo. Otra vez lo han olvidado.

Ánxel Grove

Los científicos que quisieron convertir los cadáveres en estatuas de metal

Ilustración del libro 'Victorian Inventions', de Leonard De Vries, en el que figura el invento

Ilustración del libro ‘Victorian Inventions’, de Leonard De Vries, en el que figura el invento

Al igual que las estatuas conmemorativas, se trataba de recordar a familiares y seres queridos tras su muerte, con la diferencia de que el interior de la escultura contenía los restos mortales.

El electroplateado o galvanoplastia es un procedimiento para dar forma al metal mediante la electricidad. Aplicada a la preservación de cadáveres, la idea se perfila como una fantasía victoriana y retrofuturista que cuesta creer que existiera. El cuerpo se debía preparar para ser conductivo pulverizándole nitrato de plata en una campana de cristal. Tras el tratamiento, había que bañarlo en sulfato de cobre para crear una capa de un milímetro del metal sobre la piel.

Hay varios recortes de prensa a partir de 1880 que documentan la técnica y venden sus bondades como una mezcla de efectivo embalsamamiento, logro sanitario y arte. Parece ser que la idea la propuso por primera vez el Doctor Varlot, un cirujano de París, aunque la autoría del invento también podría pertenecer al doctor neoyorquino Thomas Holmes (1817-1899), considerado en los Estados Unidos «el padre del embalsamamiento».

Del siglo XIX son las fotografías por mortem, las joyas fúnebres con lugar para preservar mechones de pelo del difunto… La era victoriana iba abandonando progresivamente la herencia del romanticismo, pero no era fácil despegarse de una corriente tan seductora. Además, a ese pasado reciente se unía el afán por mostrar los progresos técnicos y científicos del momento. El caldo de cultivo era el ideal para este tipo de iniciativas truculentas.

Los orígenes del electroplateado de cadáveres son inciertos e incluso hay una patente (Method of preserving dead bodies) de 1934 del desconocido inventor estadounidense Levon G. Kassabian. Aunque rondó esporádicamente durante casi un siglo, la técnica parece ser que nunca llegó a realizarse o al menos no se conocen pruebas de ello a pesar de que el servicio pretendía comercializarse.

Helena Celdrán

Ilustración de la patente 'Method of Preserving Dead Bodies' (1934)

Ilustración de la patente ‘Method of Preserving Dead Bodies’ (1934)

¿Quién es este hombre vestido con lencería de mujer?

Martina Kubelk, untitled, Polaroid (8,3 x 10,5 cm) from the photo album "Martina Kubelk. Kleider - Unterwaesche" (Martina Kubelk. Dresses - Lingerie), 1988 - 1995, consisting of 365 Polaroids and 23 Vintage Prints, 32 x 27 x 8 cm Courtesy Galerie Susanne Zander / Delmes & Zander

Martina Kubelk, untitled, Polaroid from the photo album «Martina Kubelk. Kleider – Unterwaesche» (Martina Kubelk. Dresses – Lingerie), 1988 – 1995,
Courtesy Galerie Susanne Zander / Delmes & Zander

Entre 1988 y 1995 el hombre  que aparece en la foto vestido con lencería de mujer se autorretrató en privado y compuso un álbum de casi 400 imágenes tomadas con una cámara Polaroid de revelado instantáneo, es decir, privado.

Las imágenes, que acaban de ser mostradas en la galería Suzanne Zander (Colonia-Alemania) como inicio de una serie de exposiciones sobre artistas anónimos que bordean lo outsider, pertenecen a un autor desconocido y fallecido —eso se nos asegura— que las montó, de cuatro en cuatro, en 99 páginas cuidadosamente datadas por fechas y horas. En la portada del álbum se puede leer: «Martina Kubelk: Clothes – Lingerie» (Martina Kubelk: vestidos – lencería).

Hay muchas pistas en las fotos sobre el hombre con pasión por el transformismo que se hacía llamar Martina Kubelk: apreciamos el mobiliario, los cortinajes, el papel pintado, el póster de un gato, algunos objetos insustanciales (una lámpara de lava, un teléfono…), pero nada nos revela demasiado sobre la condición o la circunstancia del protagonista. No es injusto afirmar que no le sobraba el dinero. Tampoco que disfrutaba siendo drag queen en privado.

Martina Kubelk, untitled, Polaroid from the photo album "Martina Kubelk. Kleider - Unterwaesche" (Martina Kubelk. Dresses - Lingerie), 1988 - 1995, Courtesy Galerie Susanne Zander / Delmes & Zander

Martina Kubelk, untitled, Polaroid from the photo album «Martina Kubelk. Kleider – Unterwaesche» (Martina Kubelk. Dresses – Lingerie), 1988 – 1995,
Courtesy Galerie Susanne Zander / Delmes & Zander

Las poses son complejas y forzadas: Martina debe agacharse para aparecer de cuerpo entero en el plano, sujeta un mando a distancia para disparar la cámara, se coloca ante puertas o se sienta en butacas, la luz del flash vela las escenas con una luminiscencia forense… Podemos imaginar la noche en cualquier ciudad —todas idénticas: en el final de una se gesta el comienzo de la siguiente—, el rumor de la normalidad vecinal en la vivienda de al lado, el ceremonial del que Martina Kudelk goza en privado…

El anonimato no es novedad alguna en la historia del arte. Los viejos maestros holandeses usaban nombres de emergencia en tanto no alcanzaban la categoría necesaria para que fuese reconocida su maestría y estilo autónomo. El Maestro del Altar de San Bartolomé es un muy conocido ejemplo de aquella sombra que padecían con naturalidad los artistas. No fue hasta la edad moderna, con la emergencia de una sociedad burguesa que cultiva la personalidad con orgullo y violencia, cuando los creadores empezaron a custodiar sus nombres de marca. Algunos, bien lo sabemos —pienso en los mamarrachos Jeff Koons y Damien Hirstson poco más que una marca registrada o un símbolo de copyright.

Philipp do Brito leyó durante la exposición un bello texto sobre Martina Kudelk: «Ella es sexy , festiva, elegante y característica, con una cara que recuerda a la fallecida Diana Vreeland, se convierte tanto en la modelo como en la editora para dedicarse a las exploraciones artificiales de género, sexualidad, identidad y comportamiento. Martina es en sí misma un archivo, un anacronismo (…) El tiempo no le estorba (…) Existe frente a nosotros con una vida que es una crónica en forma de álbum fotográfico. Una vida en años, meses y días».

El álbum detallado de Martina Kubelk nos devuelve a las noches solitarias de un hombre vestido con lencería y ropas de mujer. El voyeur que todos llevamos dentro mira pero no puede responder pregunta alguna: ¿quién era?, ¿qué otra vida llevaba en la normalidad del mundo?, ¿sabían los demás, los familiares y amigos, de la pasión secreta?, ¿a quién entregó el álbum, su afilado diario, el libro de horas de una religión de un solo fiel?…

Ánxel Grove

El Rijkmuseum organiza un concurso de diseño para ‘jugar’ con la colección permanente

Conjunto de lencería de 'Norwegian wood' inspirado en un lujoso mueble alemán del siglo XVII

Conjunto de lencería de ‘Norwegian wood’ inspirado en un lujoso mueble alemán del siglo XVII

Desde que inauguró su expectacular web hace poco más de un año, el Rijksmuseum de Amsterdam (la Galería Nacional de Holanda) ha querido que el espectador se enamorara de la exquisita colección permanente que tiene la pinacoteca. Para conseguirlo se volcó en la creación del portal Rijksstudio, que mezcla la dinámica de las redes sociales y de otras webs como Pinterest para que el visitante virtual contemple y descargue en alta resolución hasta el último detalle de los óleos de los maestros holandeses del siglo XV al XVII; las piezas de porcelana oriental, las acuarelas botánicas, las estatuillas art dèco, los cuadros impresionistas…

Con las imágenes el usuario puede componer galerías personales con sus obras favoritas e incluso recopilar detalles de bigotes, mariposas, piezas de juegos de té decimonónicos, juguetes y cualquier minucia que aparezca lo suficientemente pequeña en un cuadro para pasar desapercibida en el inmenso conjunto de salas del edificio, inaugurado al mismo tiempo que la página web tras una intensa y costosa reforma.

Aprovechando el primer aniversario del portal web Rijksstudio, el centro organiza Make your own Masterpiece (Crea tu propia obra maestra). El museo holandés quiere seguir con su dinámica de «despertar al artista que vive en cada uno de nosotros» e involucra ahora al público en la creación de piezas de diseño basadas en la extensa colección digitalizada.

Utilizando pinturas, grabados, dibujos, objetos, fotos o incluso piezas de vídeo de los fondos permanentes; los participantes deben reconvertir las obras en creaciones propias. Hay tres premios: el primero es de 1.500 euros y ofrece al autor producir en serie la pieza y venderla después en la tienda del museo. El segundo premio es de 500 euros y el tercero; de 250. El plazo para registrarse está abierto hasta el 1 de marzo y los ganadores se anunciarán en una presentación en el Rijksmuseum el 1 de abril.

Para dar una idea de las posibilidades que ofrece el certámen, los organizadores se han aliado con cinco diseñadores de Etsy: un conocido portal utilizado por artistas para compartir y vender creaciones. El pequeño estudio de diseño de moda y complementos Norwegian Wood crea un conjunto de lencería basado en un lujoso armario alemán de Augsburgo del siglo XVII. LAPHILIE crea una vajilla con detalles de un bodegón de 1627 de Pieter Claesz y les añade ilustraciones realistas de hormigas.

Helena Celdrán

Vajilla de LAPHILIE inspirada en 'Naturaleza muerta con pastel de pavo' (1627), de Pieter Claesz

Vajilla de LAPHILIE inspirada en ‘Naturaleza muerta con pastel de pavo’ (1627), de Pieter Claesz

'Naturaleza muerta con pastel de pavo' (1627), obra de Pieter Claesz

‘Naturaleza muerta con pastel de pavo’ (1627), obra de Pieter Claesz

Bolso de Tovicorrie inspirado en un retrato anónimo a un oficial de la corte de Java en el siglo XIX

Bolso de Tovicorrie inspirado en un retrato anónimo a un oficial de la corte de Java en el siglo XIX

Retrato a un oficial de la corte de Java. Obra de autor anónimo y datada entre 1820 y 1870

Retrato a un oficial de la corte de Java. Obra de autor anónimo y datada entre 1820 y 1870

Kimono de seda de Norwegian Wood inspirado en 'El cisne amenazado' (c.1650), de Jan Asselijn

Kimono de seda de Norwegian Wood inspirado en ‘El cisne amenazado’ (c.1650), de Jan Asselijn

'El cisne amenazado' (c.1650), de Jan Asselijn

‘El cisne amenazado’ (c.1650), de Jan Asselijn

Una flamante revisión de la carrera del mejor guitarrista blanco de blues

"From His Head to His Heart to His Hands" - Michael Bloomfield

«From His Head to His Heart to His Hands» – Michael Bloomfield, 2014

Tres opiniones que deberían ser razón suficiente para no añadir palabra alguna:

«La primera vez que vi tocar a Michael me cambió la vida, literalmente. Me dije que quería hacer eso el resto de mis días» (Carlos Santana).

«El mejor guitarrista que he escuchado» (Bob Dylan).

«Mike Bloomfield es música sobre dos piernas» (Eric Clapton).

De la grandeza de Michael Bloomfield (1943-1981), el mejor guitarrista blanco de blues de la historia, ya escribí en otra entrada de este blog.

Acaban de poner en el mercado From His Head to His Heart to His Hands, editado por Legacy Recordings, la división de discos clásicos de la multinacional Sony. Es uno de esos cofres recopilatorios y lujosos [tres discos más un DVD, 60 dólares en los EE UU, todavía no ha llegado a España] de los que siempre sospecho porque huelen a explotación mortuoria del fanatismo. Este no es el caso.

La condensación de una carrera tan brillante y nutrida como corta —Bloomfield murió prematuramente a los 37 años— era una demanda. El minidocumental añadido y los varios ensayos biográficos son lo de menos: lo importante está en la visión panorámica de un genio de la guitarra eléctrica que sólo había recibido de otros músicos el reconocimiento público que merece y el único instrumentista de rostro pálido aceptado como un igual, cuando acababa de salir de la adolescencia, por los grandes del blues negro, de los que aprendió mañas y con quienes compartió garitos y tristeza en los tugurios más calientes de Chicago.

 Michael Bloomfield (1943-1981)

Michael Bloomfield (1943-1981)

La recopilación encierra algunas rutilantes sorpresas: las primeras demos que Bloomfield grabó en 1964 para el mítico cazatalentos John Hammond —un hombre de olfato prodigioso que descubrió y produjo, por citar sólo a tres, a Billie Holiday, Dylan y Bruce Springsteen—; una grabación de la última aparición escénica del guitarrista, invitado, precisamente, por Dylan, a subir a las tablas en un concierto en 1980 en San Francisco; canciones en las que pone el escalofrío de su toque doliente y claro (era esencial y no necesitaba distorsiones, feedback o efectos de pedaleras porque todo era capaz de hacerlo con los dedos) como acompañante de Muddy Waters y Janis Joplin —a la que acompañó en la escalofriante One Good Man, y, claro, algunas de las piezas inolvidables que grabó con las tres bandas de las que formó parte: The Paul Butterfield Blues Band —por supuesto, los 13 minutos del primoroso East West, uno de los grandes tour de force de Bloomfield—, The Electric Flag y el súpergrupo que montó con Stephen Stills y Al Kooper en los años setenta —esta lista de reproducción da buena cuenta de la energía del trío—.

Los grandes asombros de From His Head to His Heart to His Hands son, sin embargo, dos versiones nunca antes publicadas de Bloomfield tocando para Dylan en el momento clave de electrificación del cantautor. Se trata de una versión instrumental de Like a Rolling Stone y otra de Tombstone Blues con el acompañamiento vocal de los Chambers Brothers [me ha resultado imposible encontrarlas legalmente en Internet, pero aquí pueden escucharse fragmentos de ambas]. Dada la cicatería de Dylan para ceder material inédito, el gesto demuestra el cariño que sentía por Bloomfield.

El desgraciado guitarrista blanco —cuyo cadáver apareció el 15 de febrero de 1981, tras una noche con demasiada heroína, en un coche aparcado— recibe al fin con esta flamante colección el mérito que merece.

Ánxel Grove

‘Bespoken’, música hecha sólo con bicicletas

Cuando era niño, solía poner tarjetas en las ruedas de la bici para escuchar el sonido rítmico y ágil que hacían al chocar una y otra vez con los radios. Ya de adulto, como compositor, aquellos ruidos leves pero constantes no abandonaban su imaginación. Johnny Random comenzó a preguntarse si podría «afinar» los radios para crear melodías, perfeccionar hábitos infantiles y convertir en música los pequeños sonidos que sirvieron de banda sonora de su infancia.

Bespoken (que se podría traducir por indicado o denotado), del músico y compositor estadounidense Johnny Random, es un disco hecho con bicicletas y sin la presencia de instrumentos tradicionales, sintetizadores, samplers ni percusiones.

En cada pieza del álbum (de momento disponible sólo en iTunes) no trata a la bici como un bicho raro del que extraer disonancias —»trato de evitar brusquedades arrítmicas y atonales«, dice en su cuenta de Twitter—, sino que explora los mecanismos para aprovechar lo mejor de ellos. Con el experimento, el autor quiere servir de inspiración a otros para que miren los objetos cotidianos «con más curiosidad y asombro».

Random logra un conjunto coherente a partir de púas rozando neumáticos, frenos utilizados como elemento percusivo, arcos de instrumentos de cuerda rozando los radios de las ruedas como si fueran violines, baquetas golpeando piezas de metal, el aire de los neumáticos saliendo con cadencia rítmica… La variedad de matices crea una atmósfera sofisticada, etérea y a la vez tranquilizadora. Bespoken es un canto a la primera vez que se subió a una bici sintiéndose instantáneamente «libre» y el autor ha hecho todo lo posible por «capturar» esa sensación en la música.

Helena Celdrán

Retrato de familia desde la enfermedad mental

© Lisa Lindvay

© Lisa Lindvay

«El loco erra, pero no miente. Además tiene la peligrosa manía de decir la verdad», sostiene en uno de sus poemas Leopoldo María Panero, uno de los escritores españoles que mejor ha relatado la enfermedad mental, ese vientre acuoso en el que estamos alojadas 450 millones de personas en el mundo, según los tímidos cálculos de la Organización Mundial de la Salud.

No sería desatinado considerar que la foto de arriba es una prolongación de la frase de Panero. El brazo y los dedos extendidos con la eterna languidez del marmol, la frazada indescifrable de ropa, el inútil teclado de ordenador, la botella plástica con un resto abandonado de un líquido que sólo podría ser de color rojo, dos palabras escritas con una cuchilla sobre la piel —en mayúsculas con tamaño carnívoro: LOVE HURTS, EL AMOR DUELE—…

No puedo concebir una mejor manera de condensar la enfermedad mental, la sinceridad doliente que la acompaña y los mordiscos con los que intenta mutilar la vida de quien la sufre directa o indirectamente.

La fotógrafa Lisa Lindvay (Boston-EE UU, 1983) ha dedicado cinco años a diseccionar el paisaje de un hogar azotado por la enfermedad mental. No es la primera fotógrafa ni será la última: la locura es un tema querido por la imagen. La proeza diferencial es que la casa que aparece en esta serie de fotografías es la de Lindvay y las personas que la habitan son su padre y sus tres hermanastros (dos chicos y una chica). Estamos ante una serie sobre la locura —sé que el término es incorrecto y subjetivo, pero lo utilizo con respeto, tecleando cada una de sus letras como si se tratase de plegarias— pero con fotos tomadas según el género de los retratos familiares.

Sólo quien siente el dolor puede relatar el dolor, parecen decir las fotos de bellísima desesperación de Lindvay. La fotógrafa no nos informa qué diagnóstico aplican los médicos a las cuatro personas retratadas y sólo habla, en una escueta declaración de intenciones, del «deterioro de la salud mental» de su madrastra, a la que debemos suponer internada en un centro clínico, y de la «carga» y los efectos expansivos que la situación provocó en el padre y los tres hijos.

Al incontestable abandono que se palpa en cada imagen —la casa destartalada, el cuidado personal bajo mínimos, la estremecedora fila de botellas de refrescos baratos, la procesión de Doritos sobre las grietas del suelo, el lavamanos-cenicero…—, se añade la mirada en caída libre de los ojos de limpísimo azul de los tres chicos y el hombre, posando como una Venus de Milo subterránea sobre un macetero en el patio.

El conmovedor trabajo de la fotógrafa comenzó por casualidad. Tenía que hacer un fotoensayo para sus estudios de fotografía y llegó a la conclusión que, con valiente sinceridad, han alcanzado todos los grandes artistas: sólo puedes retratar lo que amas. En un momento dado tuvo dudas y se preguntó si la exposición pública de los suyos bajo una luz tan directa tenía algo de manipulación. Se dirigió al padre:

— Papá, ¿qué te parece lo que estoy haciendo?

— Nos estás ayudando, Lisa. Sigue haciendo fotos. Es importante y entiendo por qué las haces.

¿Retrato de familia? «Existen los ideales de lo que debería ser una familia perfecta: debes tener una madre y un padre, un buen hogar para vivir juntos (…) pero es mucho más complejo que eso. También existe el estigma en torno a los hombres que se convierten en padres fallidos, malos padres, incumplidores (…) Mi padre fue increíble al criarme. Mis padres se habían divorciaron cuando yo era pequeña y mi madre volvió a casarse tres veces. Su segundo esposo, con el que tuvo a mis hermanos, era abusivo y mi padre está criando a estos niños que no son suyos, que es otra parte de la historia que no se aprecia en  las fotografías (…) Crecer es duro… Incluso para mi padre, crecer es duro», explica Lindvay en una entrevista.

«El loco erra, pero no miente. Además tiene la peligrosa manía de decir la verdad», dice Panero. Cuando repaso las fotos de esta brava fotógrafa quiero completar la frase con otra de Edgar Allan Poe, buen conocedor de la vida en las grietas: «Me convertí en un loco con largos intervalos de horrible cordura».

Ánxel Grove