Archivo de septiembre, 2013

Muere Carolyn Cassady, musa (muy a su pesar) de la generación ‘beat’

Carolyn Cassady (1923-2013)

Carolyn Cassady (1923-2013)

Muchos de los obituarios que estos días merece Carolyn Cassady están basados en un fracaso. La llaman «musa de la generación beat» cuando esta mujer inteligente, culta y trabajadora dedicó las últimas seis décadas de vida a renegar de la existencia del movimiento, que entendía como un «invento publicitario» de Allen Ginsberg, los medios de comunicación y los departamentos universitarios de Literatura, que de algo tienen que vivir.

Cassady sabía de lo que hablaba: estuvo casada con Neal Cassady —el Rimbaud de los beat— y fue amante de Jack Kerouac —el Verlaine de esta historia—. Los consideraba seres «lamentables» y «malas personas». Pese a ello, amó a ambos con devoción.

Fallecida el 20 de septiembre, a los 90 años, por las complicaciones que la edad añadió a una operación de apendicitis, Cassady nunca se sintió cómoda en el papel de chica beat. Aunque aparece en varias obras de Kerouac (es la «dulcísima Camille» de la novela pivotal En el camino), los chicos de aquel club de licenciosos bebedores, machistas practicantes y amigos traidores le parecían, como no dejó de decir en entrevistas, «miserables». Tampoco ocultaba que resultaban «brillantes», «eléctricos» y «conquistadores» —una excepción, William S. Burroughs, al que consideraba «maligno y perverso, nunca te dirigía la palabra si eras mujer y a tus espaldas te llamaba puta»—.

Nacida en abril de 1923 como Carolyn Robinson en una familia de valores victorianos, fortuna amplia (padre bioquímico y madre profesora de Inglés) y una biblioteca de 2.500 volúmenes, tenía muy poco que ver con Cassady y Kerouac, el par de pillos expertos en sablear a quien hiciera falta para mantener el hedonista go go go! (¡vamos, vamos, vamos!) que utilizó el primero como lema vital— para atravesar los EE UU en cualquier dirección y a cualquier precio durante los años cincuenta.

Cassady (izquierda) y Kerouac, retratados por Carolyn Cassady en 1952

Cassady (izquierda) y Kerouac, retratados por Carolyn Cassady en 1952

Carolyn estudiaba Arte y Teatro en Denver cuando, en 1947, conoció a la pareja de trotamundos. Se lió con Cassady, al que encontraba irresistible y vital, quedó embarazada y se estableció en San Francisco. La pareja, que se casó en 1949, no fue estable por la avidez sexual de él, que Carolyn consentía.

Durante una larga temporada, que narraría en los libros Heart Beat: My Life With Jack and Neal (1976) —que sirvió de inspiración a la película Generación perdida: los primeros beatniks (1980)— y Off the Road: My Years With Cassady, Kerouac and Ginsberg (1990), vivieron como trío, pero Carolyn, cansada de ser la madre que se quedaba en casa con los niños durante las andanzas de los pillastres, se divorció de Cassady en 1963. Cinco años después él murió en México tras una larga parranda de drogas y alcohol («era lo mejor que le podría haber pasado, se sentía una piltrafa y no estaba feliz consigo mismo«, dijo ella)..

Carolyn Cassady, que terminó trasladándose a Inglaterra, se dedicó al diseño de vestuario y decorados para teatro. Nunca renegó de sus años beat, pero tampoco se cansó de despotricar contra los fanáticos que santifican la época y la autodestrucción que ejercieron los protagonistas: «Todos creen que fueron años maravillosos de alegría, alegría y alegría, pero no lo fueron en absoluto. Los imitadores nunca supieron lo miserables que eran aquellos hombres«.

Ánxel Grove

Cabañas universitarias de 10 metros cuadrados

'Smart Student Unit' - Tengbom

‘Smart Student Unit’ – Tengbom

Tienen un escritorio, cama, una cocina con un pequeño espacio para comer e incluso un rincón para relajarse; están fabricadas en madera y lo incluyen todo en 10 metros cuadrados.

Las cabañas ideadas por el estudio de diseño y arquitectura sueco Tengbom tienen un aire futurista, con techo abuardillado y ventanas desiguales de esquinas redondeadas adornadas por pequeñas macetas verdes. No hay nada que sobre, ni nada que falte: son acogedores alojamientos unipersonales en los que uno se da cuenta de la escasa importancia vital de los complementos extra a los que estamos acostumbrados en cualquier hogar.

La construcción pretende ser una solución económica, ecológica (todos los materiales son reciclables y de procedencia local) y funcional para los estudiantes de la universidad de la ciudad de Lund (Suecia), que también han participado en el diseño de la vivienda compacta. Con un coste bajo y transportables, el centro quiere ofrecerlas a los alumnos como alojamiento alternativo y alquilarlas por la mitad de precio de lo que cuesta una habitación en una residencia.

En 2014 se planea ya la construcción de 22 unidades en el campus universitario de Lund. De momento un prototipo de la casa se expone —desde hace unos días y hasta el 8 de diciembre— en el Museo de Arte de Virserum (Suecia) dentro de WOOD 2013, una extensa muestra que reúne diseños, artes aplicadas y proyectos arquitectónicos que adoptan la madera como material principal.

Helena Celdrán

Smart Student Units - Tengbom

Smart Student Unit

Student Units

Drawings - Smart Student Unit

¿Indios de la India o indios de los EE UU?

A la izquierda, foto de hace cien años de una madre india con su hija. A la derecha, una abuela actual de la India con su nieta.

A la izquierda, foto de hace cien años de una madre india con su hija. A la derecha, una madre actual de la India con su hija adoptiva estadounidense.

Annu Palakunnathu Matthew (1964) nació en Inglaterra en una familia llegada de la India. Desde hace años reside en los EE UU y debe soportar el equívoco semántico que despierta su respuesta cuando alguien le pregunta de dónde procede. «Soy india» no basta, debe aclarar que es india de la India y no india nativa norteamericana.

Como estaba bastante cansada de la insistencia y le parecía «extraño» que perdurase una confusión que empezó cuando Cristobal Colón creyó que había descubierto las Indias, acomodando el gentilicio a partir de entonces al mal cálculo del navegante, la fotógrafa decidió jugar con su otredad india utilizando fotos antiguas de nativos de lo que hoy son los EE UU tomadas a finales del siglo XIX y principios del XX.

El proyecto An Indian from India (Una india de la India) llevó a esta fotógrafa y pedagoga a trasladar al presente los estereotipos y aplicar con los indios de la India la misma visión de los indios de los praderas de las fotos clásicas —seres dignos, serios, de mirada lejana y gestos hieráticos—. Durante la búsqueda de fotos en los archivos encontró que la manera en que los nativoamericanos eran retratados, la forma en que los recién llegados rostros pálidos los veían, era casi la misma que los colonialistas ingleses aplicaban a los indios de la India en la misma época.

Con un sentido del humor que no hurta la crítica a los discursos simplistas sobre la oleadas migratorias, la fotógrafa contrapone en la imagen que abre la entrada el retrato antiguo de una madre india con su hija con el moderno de otra madre, esta nacida en la India y residente en los EE UU, con su hija adoptiva estadounidense. La impresión es que las fronteras del tiempo y los dictados de tanto discurso racista se han evaporado.

© Annu Palakunnathu Matthew

© Annu Palakunnathu Matthew

Roland Barthes anotó los cuatro «imaginarios» que se cruzan en un retrato: «Ante el objetivo soy a la vez: aquel que creo ser, aquel que quisiera que crean, aquel que el fotógrafo cree que soy y aquel de quien ser sirve para exhibir su arte». Esa incomodidad deriva en que los retratados, sobre todo por los fotógrafos pioneros que trabajaban, por imperativos técnicos, con largas exposiciones y extrema quietud de los modelos, parezcan imitaciones de sí mismos.

En los cuatro retratos de arriba vemos, a la derecha, al indio navajo Tom Torlino (arriba, cuando entró a estudiar en un centro educativo y abajo tres años después), y a su lado a la fotógrafa Annu Palakunnathu Matthew, dispuesta también a entrar en el juego (arriba, cuando llegó por primera vez a los EE UU y abajo tres años más tarde). Lo aparentemente inerte de las imágenes, la incomodidad de los modelos, son los mismos.

El ánimo de distorsión de la memoria es también aplicado por Annu Palakunnathu Matthew en el proyecto Re-Generation, en el que, mediante montajes digitales de máxima simpleza —fundidos y mezclas— manipula la memoria visual de los álbumes familiares, juntando pasado y presente en el mismo espacio.

«Cuando hojeamos un álbum de familia, nos volvemos más conscientes de las historias y los recuerdos. Mi trabajo se basa en la presunción de veracidad de las fotografías para estimular una reflexión crítica sobre el poder de la fotografía y su efecto sobre la percepción de la memoria, la familia y la deformación de las culturas a través del tiempo», explica la autora, cuyos vídeos pueden verse en un canal de Vimeo.

Estas conmovedoras animaciones distorsionan la historia —mujeres de tres generaciones, por ejemplo, se encuentran en una misma imagen—, pero la convierten en un fluido, quizá la forma más cercana a lo que nunca dejará de ser. Por mucho que nos cuenten los portavoces de la dictadura del presente, todos nosotros vivimos dentro de las fotos de nuestros abuelos.

Ánxel Grove

La ansiedad, la esquizofrenia y la paranoia convertidas en monstruos

'Ansiedad' - © Toby Allen 2013

‘Ansiedad’ – © Toby Allen 2013

«El monstruo Paranoia usa sus largas orejas como radar, rastreando la zona en busca de cualquier actividad. Las orejas son casi inútiles debido a los retorcidos cartílagos y la espesa piel, así que a menudo los sonidos se confunden y se mezclan y Paranoia casi siempre escucha información equivocada que comunica a sus víctimas».

Los cuentos de hadas y la mitología alimentan la creatividad del ilustrador británico Toby Allen, autor de Real Monsters (Monstruos reales). Cada una de las criaturas representan a enfermedades mentales y Allen acompaña los dibujos de un texto en el que narra las supuestas características biológicas y el comportamiento de los imaginarios seres dañinos.

'Esquizofrenia' - © Toby Allen 2013

‘Esquizofrenia’ – © Toby Allen 2013

Esquizofrenia, segrega «gases alucinógenos» para manipular a sus víctimas y en ocasiones se une a Paranoia, pero siempre permanece al mando. Ansiedad social (de aspecto pálido y con escamas por la falta de luz) pasa buena parte de su vida bajo tierra o resguardado en zonas protegidas. Ansiedad —que suele ser visto con un reloj entre las manos— se sienta en el hombro de sus víctimas y susurra posibles miedos y preocupaciones.

En la última semana se ha visto sorprendido por el éxito en Internet de sus criaturas y ha recibido mensajes de admiradores que lo animan a ampliar la colección con malvados monstruos que representen al insomnio, la bulimia, al trastorno obsesivo-compulsivo o al estrés postraumático.

El autor promete nuevas remesas de ilustraciones y también aclara que los monstruos no son un modo de frivolizar los trastornos, sino una herramienta para «dar sustancia a las enfermedades mentales y hacerlas así más manejables como entidades físicas», personificar patologías que en muchas ocasiones estigmatizan al que las padece, al contrario de lo que sucede con las dolencias puramente físicas.

Helena Celdrán

Trastorno de identidad disociativo - © Toby Allen 2013

‘Trastorno de identidad disociativo’ – © Toby Allen 2013

'Ansiedad social' - © Toby Allen 2013

‘Ansiedad social’ – © Toby Allen 2013

'Depresión' - © Toby Allen 2013

‘Depresión’ – © Toby Allen 2013

'Paranoia' - © Toby Allen 2013

‘Paranoia’ – © Toby Allen 2013

'Trastorno de la personalidad por evitación' - © Toby Allen 2013

‘Trastorno de la personalidad por evitación’ – © Toby Allen 2013

Lee Wiley, una injustamente olvidada cantante blanca de jazz

Lee Willey (1908-1975)

Lee Willey (1908-1975)

No es posible adivinar dónde estaba el fallo de Lee Wiley. Cantaba con sensualidad, le sobraba carisma y era apasionada pero teniendo siempre presente el punto exacto en que la pasión da paso a la desproporción. No le hacía falta, como a otras intérpretes de su tiempo, extremar las emociones, quebrar la voz con artificio o abusar de los ornamentos. Sabía que decir es la más difícil de las formas del canto y también la más efectiva.

Nacida en 1908 en la tierra india de Oklahoma —algunas notas promocionales le atribuían descendencia de una princesa cherokee— Wiley cantaba desde niña, intentando imitar a otra dama con sangre nativoestadounidense en las venas y una historia desgraciada por delante, la gran Mildred Bailey, una de las mejores vocalistas de jazz de los años veinte, que fue postergada por la industria para dar paso a figuras con más encanto como Billie Holiday, lo que llevó a Bailey a enfermar de depresión y bulimia y morir en la indigencia en 1951 (Frank Sinatra y Bing Crosby pagaron la hospitalización previa al fallecimiento).

Siendo aún una adolescente Wiley se trasladó a Nueva York. Cantó para varias orquestas, pero tuvo que retirarse temporalmente tras sufrir heridas graves en un accidente de equitación —el primer brote de un rosario de calamidades que la perseguirían—. Asociada musical y sentimentalmente con el compositor y arreglista Victor Young, se atrevió a componer canciones propias notables, como Anytime, Anyday, Anywhere y tuvo un éxito menor con la orquesta de Leo Reisman, Time On My Hands (1931), pero la fórmula de cantante de relleno para arreglos de jazz suave y música de cabaret no la complacía. Para añadir drama al asunto, cayó enferma de tuberculosis y estuvo un año retirada.

Cuando regresó era otra. Montó un quinteto estricto de jazz, entre cuyos músicos estaban instrumentistas calientes como el mítico pianista Fats Waller, el clarinetista Pee Wee Russell y el guitarrista Eddie Condon. Entre 1939 y 1943 grabó cuatro discos de 78 rpm temáticos: cada uno contenía ocho canciones de un sólo compositor. Eligió bien: George Gershwin, Richard Rodgers & Lorenz Hart , Harold Arlend y Cole Porter (este último, poco sospechoso de adulaciones dictadas por la buena educación, diría más tarde que nadie había cantado sus canciones mejor que Wiley). Los discos son los primeros ejemplos del formato que sería conocido como songbook (libro de canciones) y que explotarían otros intérpretes.

"Night in Manhattan" (1950)

«Night in Manhattan» (1950)

El mejor álbum de Wiley, Night in Manhattan, apareció en 1950. Es un disco donde la vulnerabilidad había entrado en el juego y la cantante alcanza un grado inmenso de identificación con las sugerentes canciones, dedicadas, como el título sugiere, a exlorar la sensación de languidez, soledad y brillo pasivo y engañoso de las noches en la gran ciudad.

Siguieron algunos discos más, entre ellos los notables West of the Moon (1956) A Touch of the Blues (1950) y una actuación estelar en el Festival de Jazz de Newport, pero la industria discográfica se olvidó de Wiley y el público de los años sesenta buscaba acercamientos más expansivos y desmelenados, menos elegantes, a la tristeza primordial y contenida del blues. En los siguientes 14 años,Wiley sólo grabó un disco, Back Home Again (1971).

Decepcionada y con la sensación de que no merecía tanto olvido, la cantante se retiró a un deseado anonimato. El 11 de diciembre de 1975 murió en Nueva York, a los 67 años, por las complicaciones de un cáncer de colon. Se redactaron muy pocas necrológicas.

Escuchadas hoy, las canciones que dejó esta mujer de voz de humo suenan como si las cantara una rutilante estrella. Se convierten en lamentos cuando consideramos la arbitraria omisión de Lee Wiley entre las mejores cantantes de jazz de su generación. Para concluir con la frase del principio de esta entrada, ahora sabemos dónde estaba el fallo de Wiley: nuestra desatención.

Inserto abajo algunos vídeos de canciones clásicas que, y ese es el mejor elogio, han sido cantadas por centenares de cantantes pero, al escucharlas en la voz Wiley, tienes la sensación de que fueron escritas solamente para ella.

Ánxel Grove

El calzado que podría descargarse de Internet

Unifold - modelos

Son zapatos compuestos por una sola pieza y para los que no se necesita ni siquiera una horma en su elaboración.

En la página web de la veterana escuela de arte y diseño Pratt Institute de Nueva York el centro tiene una sección dedicada al desarrollo de proyectos de estudiantes y personal docente a la que llaman Pratt Portfolios: una plataforma para difundir ideas y tantear su potencial comercial y creativo. Una de ellas es Unifold, una manera diferente de afrontar la fabricación de zapatos.

Bajo la supervisión de Kevin Crowley —profesor auxiliar en Pratt y diseñador industrial y diseñador para marcas como Geox, Converse, FILA y Keds— el alumno Horatio Yuxin Han ha creado el proyecto experimental, que acerca los métodos de elaboración de calzado a la sencillez y al ingenio de las técnicas del origami.

Los dos modelos que hasta ahora ha desarrollado Han (una sandalia y una alpargata de estilo oriental) están hechos de etilvinilacetato, un polímero termoplástico también conocido como EVA por sus siglas en inglés; son reciclables y no escatiman en diseño.

Unifold abre una puerta para darle la vuelta al proceso de producción. Su inventor coquetea con la posibilidad de colgar en Internet las plantillas con las piezas para que cualquier usuario pueda descargarlas e imprimirlas sobre láminas de este polímero, disponible incluso en las papelerías y tiendas de arte para la elaboración de manualidades.

En fase inicial, si saliera adelante, supondría una solución para ofrecer un zapato sorprendentemente fácil y barato de fabricar. La idea podría marcar la diferencia para los más de 300 millones de personas en el mundo que viven en países en los que ir calzado es un lujo.

Helena Celdrán

Sandal - Unifold

Sandal - Unifold - 2

Unifold - model

Shoe - Unifold

La desolación de los hombres varados en pueblos mineros

Puedes venir aquí en un capricho de domingo.
Digamos que tu vida se vino abajo. Que te dieron el último beso
hace años. Puedes caminar por estas calles
trazadas por un loco, pasar por los hoteles
que ya cerraron, los bares que también, el torturado intento
de los conductores locales por acelerar sus vidas.
Sólo las iglesias se mantienen. La cárcel
cumplió 70 este año. El único preso
sigue encerrado sin saber lo que ha hecho.

El negocio de subsistencia ahora
es la furia. El odio a los distintos grises
que la montaña envía, el odio a la fábrica,
la repelencia a las monedas, a las chicas más deseadas
que cada año se largan de Butte. Un buen
restaurante y algunos bares no pueden combatir el aburrimiento.
El boom de 1907, con ocho minas de plata en funcionamiento,
una pista de baile construida de la nada,
todos los recuerdos se pierden en la mirada,
en la verde panorámica de alimento para el ganado,
en las dos chimeneas sobre la ciudad,
los dos hornos muertos, el colapso de la enorme factoría
hace ya cincuenta años, pero no se derrumba.

En Degrees of Gray in Philipsburg (Grados de gris en Philipsburg), el poeta Richard Hugo (1923-1982) lamenta con sardónico odio la muerte de una ciudad minera en decadencia, oxidada y decrépita tras el fulgor, que siempre termina por ser fugaz pese al inicial empuje del boom, de la extracción, la riqueza y el empleo para todos.

A partir del llanto rabioso del poema y tomando una de sus más poderosas imágenes como título, Grays the mountains send (Los grises que la montaña envía), el fotógrafo Bryan Schutmaat (Houston-EE UU, 1983) se impuso la tarea, hace tres años, de mostrar la tierra baldía de las poblaciones mineras del Medio Oeste estadounidense y las almas que han quedado varadas en ellas. El fotoensayo, realizado con una cámara analógica de gran formato —sólo puedes penetrar en algunos lugares si la maquinaria que manejas es tan vieja como el ambiente—, es en mi opinión uno de los más bellos de la fotografía reciente.

¿No es esto la vida? ¿Ese antiguo beso
todavía quemándote los ojos? ¿No es esta la derrota
tan precisa: la campana de la iglesia parece
un anuncio de llamada al que nadie responde?
¿No suenan las casas vacías? ¿Es el magnesio
y el desdén suficiente para mentener en pie a una ciudad,
no sólo Philipsburg, sino ciudades
de rubias imponentes, buen jazz y todo el alcohol
del mundo, que no serás capas de beber
porque el pueblo del que vienes se muere en tu interior?

Los hombres que pueblan los villorrios que alguna vez fueron lugares encendidos y de noches largas padecen de la misma desolación que la tierra y, como ella, han sido lacerados tanto y tan intensamente como para que la redención sea imposible y la imperfección se haya instalado para quedarse. «Las pequeñas ciudades se están volviendo económicamente obsoletas, perdiendo su identidad frentre a las cadenas comerciales y la arquitectura se está muriendo», afirma el fotógrafo en una entrevista.

Schutmaat tiene el buen gusto de insinuar antes que narrar: un pavo en el horno o un cementerio sin visitantes son estadística suficiente. «Esta obra es una meditación sobre la vida de pueblo, el paisaje y, lo más importante, los paisajes interiores de los hombres comunes», dice, dolido por la alteración, que considera irremediable, de la piel exterior de la tierra estadounidense.

Niégate. El viejo, veinte años
cuando se construyó la cárcel, todavía se ríe
aunque sus labios se colapsen. Algún día, bien pronto,
dice, voy a dormir y no despertar.
Le dices que no, pero estás hablando contigo mismo.
El coche que te trajo aquí todavía funciona.
El dinero con el pagaste la comida,
no importa dónde lo extraigan, es de plata
y la chica que sirve los platos
es delgada y su pelo ilumina la pared como una luz roja.

El fotógrafo, ajeno a la épica del esfuerzo, evidente pero quizá inútil en el trabado gesto que los años han dejado en los personajes, coloca en entredicho la promesa del Oeste, que en los EE UU tuvo condición de llamada para la búsqueda de nuevos futuros, y sacude todo rastro de romanticismo de las fotos. Trabajo agotador, pobreza, cambio destructivo y soledad son los únicos caminos que muestra Grays the mountains send.

Pero ni un ápice de moralina, idealismo o falsa compasión hay en estas fotos fascinantes: «Estas personas son muy resistente y van a salir adelante sin importar lo que se cruce en su camino, sin ayuda o palmaditas en la espalda», dice el fotógrafo de los últimos mineros.

Ánxel Grove

Arte callejero que denuncia el acoso verbal a las mujeres

'My name is not baby' - Tatyana Fazlalizadeh

‘Mi nombre no es ‘baby’

«Las mujeres no buscan tu validación», «Las mujeres no están en la calle para tu entretenimiento», «Mi atuendo NO es una invitación», «Mi nombre no es baby«. «Las mujeres no te deben su tiempo ni su conversación». Las leyendas ocupan carteles en blanco y negro, ilustrados con los retratos a lápiz de chicas mirando de frente.

Stop Telling Women to Smile (Deja de decirles a las mujeres que sonrían) es el primer proyecto de arte callejero de la artista Tatyana Fazlalizadeh, nacida en Oklahoma (EE UU) y residente en el barrio neoyorquino de Brooklyn.

La iniciativa está dirigida al acoso verbal en la vía pública y tiene como fin hacer visibles opiniones y sentimientos de mujeres que se sienten intimidadas por hombres que se dirigen a ellas con la idea premeditada de producir incomodidad.

Consciente de la polémica que genera la serie de carteles, que se pueden interpretar como una amenaza sin sentido a cualquiera que pretenda acercarse a una chica en la calle, Fazlalizadeh se apresura a aclarar el matiz en una declaración de intenciones: «Este proyecto no está pidiendo la interacción cero entre hombres y mujeres en los espacios públicos, está pidiendo que esta interacción sea respetuosa y segura. Este proyecto no es para persuadir a las mujeres de que se sientan ofendidas, es para quienes se sienten ofendidas por un tratamiento agresivo y fuera de lugar».

'Mi atuendo NO es una invitación'

‘Mi atuendo NO es una invitación’

La autora quiere dar visibilidad a este acoso, silencioso y efímero, con carteles que reafirmen la postura de quienes se han sentido humilladas por este trato y que también hagan reflexionar a quienes suelen dirigirse con tono burlón y altivo a  las desconocidas. «Las mujeres no tendrían por qué cruzar la calle para evitar a los hombres que ya desde lejos las han estado mirando mientras se acercaban. (…) No está bien hacer sentir a una mujer como un objeto, sexualizada simplemente porque es mujer».

Aunque de intención noble, es cierto que algunos mensajes de la colección de pósters pueden malinterpretarse como un exceso de susceptibilidad. La frase que da nombre al proyecto (Deja de decirles a las mujeres que sonrían) es ambigua y hostil y han sido muchos los que han escrito sobre los carteles mensajes que expresan esta idea («Un hombre que te pide sonreir sólo quiere contemplar la belleza que hay en ti», «¡Relájate!», dicen algunos de los comentaristas espontáneos) y otras más insultantes, claro está, tratándose de una plataforma anónima en la vía pública.

'Las mujeres no te deben su tiempo o su conversación'

‘Las mujeres no te deben su tiempo o su conversación’

Además, Fazlalizadeh ha puesto en marcha una campaña en Kickstarter para recaudar fondos con el fin de recorrer varias ciudades en las que retratará a mujeres y les preguntará por tratamientos intimidatorios que hayan sufrido en la calle. Con los dibujos y las declaraciones planea hacer carteles diferentes y difundir así el mensaje que ya ha iniciado en Nueva York. Ha superado con creces los 15.000 dólares que pedía y ya ha reunido 26,612.

La elección de las ciudades es, sin embargo, decepcionante. La artista no planea salir de los EE UU y plantea un recorrido por Baltimore, Boston, Atlanta, San Francisco, Miami, Kansas City, Los Ángeles y Chicago.

Es probable que en estas metrópolis muchas mujeres se hayan sentido como mercancía u objetos sexuales por la ligereza verbal de supuestos machos, pero ¿no tendría más sentido propagar el mensaje (tan valiente en Nueva York) en países en los que la mujer no tiene ni el derecho a denunciar una agresión verbal o física, vive oprimida por ley y se le niegan los derechos más básicos para un ser humano?

Helena Celdrán

'Las mujeres no están en la calle para tu entretenimiento'

‘Las mujeres no están en la calle para tu entretenimiento’

'Las críticas a mi cuerpo no son bienvenidas'

‘Las críticas a mi cuerpo no son bienvenidas’

'Deja de decirles a las mujeres que sonrían'

‘Deja de decirles a las mujeres que sonrían’

Una novela narrada por Mohamed Atta, líder del comando yihadista del 11-S

Cubierta de "Atta"

Cubierta de «Atta»

«La voz de la roca. En el nuevo apartamento, el zumbido se hace más fuerte. El acero y el hormigón amplifican su eco. Me pregunto si la voz habla con el beneplácito de Alá o de algún otro. Estas cuestiones me oprimen, hacen que me duelan los huesos».

La voz del narrador consumido por el zumbido de la argamasa del forjado y el hormigón es la de un villano, acaso uno de los mayores, según nos dicen la información y la propaganda, de la historia reciente: Mohamed Ata, líder de los comandos que ejecutaron los atentados del 11-S y piloto del primero de los aviones que chocaron contra las Torres Gemelas.

El escritor Jarett Kobek, estadounidense hijo de inmigrante turco, se ha atrevido en la novela Atta —recién publicada en España por Alpha Decay— a dar voz al estudiante de arquitectura egipcio que, a los 33 años, comandó el ataque yihadista que cambió nuestra percepción del mundo y estableció la geopolítica de la paranoia global.

El libro es tan alucinado como el personaje. Kobek no escribe con pretensión de reportero ecuánime, pero tampoco con la libertad absoluta de un fabulador. Aunque la mayor parte de los datos responden a la verdad —la mirada asqueada de un islamista radical hacia Nueva York, «la peor cloaca de depravación urbana» y la sociedad del exceso («demasiada avaricia, demasiada lujuria»)—, el novelista tiene el buen sentido de crear al personaje y hacerlo crecer para combatir el dibujo unidireccional que nos han ofrecido.

«Nueva York es la capital monetaria de Occidente, el teatro en que los judíos tiran firmemente de los hilos del mundo. Times Square es una locura de neón, una lesión sifilítica devorando el cerebro de la bestia (…) Niños obesos de cara rosada gritan por todas partes. Ráfagas de luz. Un vaquero toca un instrumento en ropa interior. Los anuncios cubren cada centímetro cuadrado. Los coches aceleran. Los negros se creen judíos. Comida inmunda se introduce en bocas monstruosas. Escandalosas mujeres semidesnudas. Esta es la tierra de Walt Disney, del Rey León satánico», escribe Kobek al narrar las primeras impresiones de Atta en la ciudad a la que unos años después asestará una puñalada con un Boing 767.

Visa de los EE UU de Mohamed Atta

Visa de los EE UU de Mohamed Atta

El novelista, que opta por la primera persona para la narración, es implacable en el dibujo de la materia tóxica (por inconcebible, por real) que tiene entre manos: meses antes de los atentados, los jihadistas visitan una base de Al Qaeda en Afganistán y son invitados por Osama Bin Laden a jugar un partido al «deporte favorito de Alá», el voleivol; la obsesión real de Atta por el libro Walt Disney: Hollywood’s Dark Prince (Walt Disney: el príncipe negro de Hollywood) —»Disney es el rostro humano del neocolonialismo. Atrás han quedado los cañones británicos y belgas, las escaramuzas de los franceses. En su lugar, hay un nuevo caballero oscuro, un hombre que arrodilla a los musulmanes, que los seduce con vicio y blasfemia.»—; una visita, esta vez pura ficción, del terrorista al parque temático de Disneylandia; el visionado incesante y también comprobado de películas gore

El libro concluye con un apéndice profético, una transcripción de la tesis defendida por Atta en 1999 en la Universidad de Hamburgo, dedicada al análisis del desarrollo urbano en una ciudad oriental-islámica (Alepo-Siria) y a la crítica a la sumisión al rascacielos: «Los asentamientos familiares han sido demolidos para dar paso a rascacielos y complejos multinacionales, destruyendo no sólo una forma de vida, sino también los valores y tradiciones que le dan forma».

Durante su primera visita al escenario de la futura carnicería, el mismo aplicado estudiante de Arquitectura apunta en la novela de Kobek: «Las Torres eclipsan la ciudad. Nueva York es una tierra de gigantes hasta que das con sus titanes. Sólidos rectángulos erectos de arrogancia arquitectónica, entrega total a la fe moderna en la capacidad de los edificios para crear vida, al convencimiento de los arquitectos del control de su visión y de su uso para el bien».

No es la pregunta sobre el acto de terrorismo como posible acto de protesta contra la desmesura arquitectónica la única que plantea la novela. Atta es un libro valiente que enfrenta al lector al abismo de un personaje, que cómo él mismo afirma, está condenado a vagar porque «su hogar es su tumba». Sólo por ese mérito, por dar voz y presencia al mal —las cursivas pretenden mostrar mis dudas sobre la certeza del calificativo—, merece ser leído.

Ánxel Grove

¿Muebles de gomaespuma?

'Soft Cabinet Small' - Studio Dewi Van De Klomp

‘Soft Cabinet Small’ – Studio Dewi Van De Klomp

La gomaespuma o espuma de poliuretano tiene una relación estrecha con el hogar. Escondida pero indispensable en colchones, cojines, sofás, sillones y sillas su presencia siempre es discreta: nadie quiere que quede a la vista el color amarillento y el aspecto primario de un vulgar relleno.

El joven estudio de diseño holandés Dewi Van De Klomp, en Utrecht, se atreve a proponer la gomaespuma como elemento único para la construcción de aparadores y estanterías. En un intento de demostrar el potencial del material, la colección de modelos de Soft Cabinets (Armarios blandos) abarca varios estilos y almacena desde libros y documentos hasta vajilla.

Se inclinan hacia un lado u otro según cómo se reparta el peso, tienen patas largas que (aunque sus autores aseguran que son «lo suficientemente fuertes para permanecer rectas») dan la sensación de que cederán caprichosas hacia cualquier dirección… Las incisiones casi invisibles sirven de baldas y divisiones, los elementos parecen aprisionados y el aspecto general recuerda más al embalaje de una mudanza que al mero almacenamiento.

Aunque como piezas de diseño resultan tentadoras y divertidas, los muebles presentan retos de duración, comodidad y limpieza que los pueden convertir en un capricho efímero digno de una casa de muñecas. En su favor cabe decir que los creadores se han lanzado a defender la gomaespuma como estética y útil más allá del relleno, jugando con sus imperfecciones y convirtiéndolas en una excéntrica fantasía.

Helena Celdrán

'Soft Cabinet High' - Studio Dewi Van De Klomp

‘Soft Cabinet High’ – Studio Dewi Van De Klomp

'Soft Cabinet Big' - Studio Dewi Van De Klomp

‘Soft Cabinet Big’ – Studio Dewi Van De Klomp

Soft Cabinet - Studio Dewi Van De Klomp

Soft Cabinet – Studio Dewi Van De Klomp

 

'Soft Cabinet Green' - Studio Dewi Van De Klomp

‘Soft Cabinet Green’ – Studio Dewi Van De Klomp

'Soft Cabinet Green' (detalle)- Studio Dewi Van De Klomp

‘Soft Cabinet Green’ (detalle)- Studio Dewi Van De Klomp