Todo es coyuntura Todo es coyuntura

La vida tiene mil detalles. Ninguno permanece… por suerte o por desgracia.

Roja, igual da

Bandera

Bandera de España en un balcón (FOTO: J.J.)

“Hola vecino. Vengo a devolverle la bandera, que se le ha caído del balcón. Y que viva España. Yo también he hecho caso a nuestra alcaldesa y he puesto una bandera en mi ventana. Qué mejor manera de defender la monarquía y de decirle al nuevo rey que estamos con él. Con él y con su mujer, claro, que Letizia es una chica bien maja y seguro que va a apoyar a su marido en el reinado, como Dios manda. Qué momento tan bonito, ¿verdad?, todos unidos para que el mundo entero sepa que somos patriotas y para decirle a Felipe que estamos con él…”.

“Muchas gracias, vecino. Soy republicano y futbolero empedernido. Había colgado el trapillo rojo y gualda por aquello de apoyar a la sección en el Mundial, pero visto lo visto casi mejor que pongo la bandera de Holanda y una foto del rey Guillermo”.

5 comentarios

  1. Dice ser Español sobre todo

    Que país de españoles que son españoles. Por el documento. Pero luego tienen sus religiones, su región o su dinero, su lengua su partido político. España vive de tradiciones aun. Si nace en un país sea cual sea, ser orgulloso de tu tierra. No tires la bandera como el que tira la toalla, busca hacer grande esa patria que te vio nacer. Porque si te compras un pasaporte para ser uno más de otra patria, serás siempre tu madre patria. Nunca te olvidaras por mucho que lo quieras. La roja es la satisfacción que me da mi País. Pues vale mucho por mucho que perdamos un partido de futbol con la suerte en contra. Viva la Roja.

    16 junio 2014 | 16:21

  2. Dice ser MR

    Pues sí, van a tener suerte con la coincidencia del Mundial. No vamos a saber si las banderas de España están por el fútbol o por motivos principescos, o por ambos.

    18 junio 2014 | 14:24

  3. Dice ser Alfonso

    Alguna bandera republicana también veremos. En cualquier caso lo que mola de los bandos es un señor gritándolos desde un alto.

    18 junio 2014 | 14:32

  4. Dice ser Julian Martinez

    Esta historia de un Rey; yo no la escrito por lo que no es de mi cosecha, pero me a gustado tanto por la semejanza que tiene con el Rey, que yo conozco que hoy mas que nunca esta al dia.
    Por favor lean y vean si cordinan de igual modo con mi punto de vista. Saludos.
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    —La máscara resquebrajada—

    Erase una vez un lejano reino en unas tierras muy soleadas. No era un reino muy grande, ni tampoco muy rico, pero en general, la gente no vivía mal. Especialmente, si se comparaba con otros grandes países que eran tan gigantescos y poblados como ricos, pero donde la gente malvivía y muchos no podían permitirse el lujo de comer cada día un plato caliente o de acudir a un médico a curarse enfermedades.

    En este pequeño reino había, por supuesto, un rey. Era un rey muy anciano, que había pasado muchos años en el trono al que había llegado en un periodo convulso. No era un mal rey. No se divertía cortando cabezas ni ejerciendo su autoridad sobre la plebe. No maltrataba a su pueblo y parecía realmente interesado por su bienestar. Y, sin embargo, aunque no era un mal monarca, tampoco era una persona ejemplar. Su familia bien lo sabía. Incluso habían llegado rumores de este hecho a la plebe. Rumores que hablaban de un hermano mayor asesinado, de demasiado alcohol, demasiadas mujeres y una mano muy larga; rumores como los que siempre ha habido y habrá entre los vasallos. Al parecer, este rey ofrecía en su vida privada un rostro tan terrible como bondadoso era ante el público. Pero aun así, el pueblo confío y creyó en él… durante mucho tiempo.

    Sí. Durante mucho tiempo, el pueblo creyó que aquel regente de noble sangre solo buscaba el beneficio de todos los habitantes del reino. Creyeron incluso que había permanecido firme y en pie en la única gran batalla que había habido desde que fuera coronado. Una batalla donde intentaron quitarle la corona. El pueblo confió en él porque, al fin y al cabo, se parecía a ellos. O al menos lo intentaba. Tenía muchos hijos, a los que cuidaba con aparente cariño y una mujer que siempre parecía estar a su lado, pese a los problemas que pudiese haber en la alcoba real. Se mezclaba sin problema entre su pueblo, se rumoreaba incluso que recorría los caminos disfrazado y siempre mostraba un humor excelente.

    Sin embargo, con el tiempo las cosas cambiaron y la cara del anciano rey cambiaba con ellas. Al principio, la gente pensaba que no eran más que los signos de la edad. Signos que debía lucir con orgullo y satisfacción por haber tenido una vida larga y plena. Mas la plebe, al contrario de lo que el rey y sus consejeros parecían creer no era estúpida. No tardaron en darse cuenta de su error, de que aquellos supuestos signos de la edad no era más que una máscara que empezaba a resquebrajarse. Una máscara que ocultaba una persona totalmente diferente de la que creían conocer. Así, la bonachona cara se convirtió en un rostro avaricioso. Los ojos bromistas que siempre le habían caracterizado, se tornaron estúpidos e, incluso, crueles, y el gracioso acento que tenía comenzaba a apestar a alcohol.

    Para colmo de males el reino comenzó a vivir una época de penurias como nunca antes se había visto desde que el rey consiguiese acceder, por medios legales pero no justos, a su trono. Las cosechas se perdían, el ganado moría y los ríos se secaban. La gente que nunca había sido rica, pero a la que jamás le había faltado de nada, comenzó a sentir la escasez y la desesperación de saber que sus hijos no podían tener un futuro próspero.

    Perdidos como un ganado en un bosque espeso, el pueblo se acercó al rey suplicando ayuda. Eran demasiado orgullosos para llorar, pero la desesperación era patente y pedían a la persona en la que confiaban una solución. Él era rico y podía ayudarlos. Podía convencer a los líderes y reyes de otros países que tuviesen paciencia y caridad con ellos. Pero no sirvió de nada. Los gobernantes de los países que podían ayudar no querían saber nada del rey. No querían reverenciarle ni doblar la rodilla, aunque él, como era muy campechano nunca lo pedía. Tampoco querían tender una mano para ayudar a levantarse al país o al monarca caído.

    Además de este fracaso, la plebe descubrió con horror e indignación que su monarca no sólo no era capaz de ayudarlos, sino que también les había estado ocultando, bien escondidos en otro país, bienes que podían haber servido para mitigar el dolor de un pueblo que agonizaba. Quizás el anciano rey hubiese podido tranquilizar a la masa, que empezaba a agitarse. Al fin y al cabo la máscara estaba resquebrajada y no rota. Pero, entonces, tuvo otro percance. El anciano rey había tenido un accidente mientras estaba en un carísimo viaje de caza mayor, matando animales de un inmenso tamaño y disfrutando con mujeres con muy poca dignidad. Aunque los detalles más escabrosos de este viaje permanecieron y permanecen ocultos, la máscara no soportó la presión a la que había sido sometida y estalló en mil pedazos.

    El pueblo vio entonces su verdadero rostro. Un rostro abotargado por un ritmo de vida que ningún plebeyo podía siquiera soñar. Un gesto calculado que, supuestamente, había servido en tantas negociaciones con países poderosos y que ahora utilizaba para salvaguardar su honor y el de su familia. Un cerebro que evaluaba, ayudado por sus consejeros, todas sus posibilidades.

    Los gritos resonaban en las plazas y en las tabernas; en las casas y en las escuelas. De una punta a otra de aquel soleado país, la sangre del pueblo dormido comenzaba a hervir con furia, decidido a no olvidar las ofensas, a no olvidar la protección que había dado a su familia cuando esta había hecho cosas por las que cualquier plebeyo hubiese pagado con la cárcel.

    Encontrándose en una situación poco envidiable, donde cada uno de sus actos era observado, el rey decidió retirarse y ceder la corona a su vástago. No para conservar su dignidad, que ya estaba perdida. Su acto era un gesto calculado para lograr que su hijo pequeño, su único hijo varón pudiese disfrutar de los mismos privilegios que él había tenido y para los cuales le había educado. Un acto de cobardía que intentaba disfrazar de bondad y dignidad, aunque, a estas alturas, el pueblo ya desconfiaba y protestaba. Querían decidir si otro enmascarado era lo que su patria necesitaba. Pero nada podían hacer, puesto que ellos eran los que habían celebrado, cuarenta años atrás, la llegada de aquel rey. Poco importaba que la situación hubiese cambiado. Poco importaba que el pueblo quisiese decidir. Al igual que el predecesor del rey, un gobernante cruel sin una gota de realeza en su sangre, el monarca lo había dejado todo atado y bien atado. Su hijo gobernaría.

    Algunos intentaron ver lo positivo de la situación. El nuevo rey sería un hombre joven, carismático y sociable. Padre orgulloso, casado con una plebeya. Un hermoso rostro que todavía tardaría años en resquebrajarse y en demostrar que, en el fondo, también era una máscara.

    19 junio 2014 | 04:38

  5. «El pasado miércoles por la tarde La Roja fue eliminada en el campeonato mundial de fútbol. Dicen los entendidos que la derrota de la selección nacional le va a costar al país mil millones de euros, lo que habrían gastado los españolitos en celebraciones, banderitas y pólvora. No podrá ser, los bares y las fábricas pirotécnicas perderán negocio. En contrapartida, el Gobierno no tendrá con qué distraer a la ciudadanía mientras aprueba Decretos Ley ignominiosos o presenta en el Congreso legislaciones tan contestadas como la regresiva norma de regulación del aborto.

    A la prensa cortesana –la totalidad de los medios en papel y de televisiones generalistas- se le acabó igualmente la distracción de la abdicación de Juan Carlos de Borbón y la proclamación de Felipe VI. Aún tendrán unas horas las televisiones, unas portadas los periódicos, para publicar imágenes almibaradas y loas monárquicas, trufadas de pequeñas frivolidades sobre los modelitos regios de las señoras Borbón. Unos medios nos contarán, sin sentido de la medida, que multitudes de madrileños aplaudieron al rey, otros, más realistas, hablarán de asistencia moderada de ciudadanos. Los más evitarán dar cuenta de algunos conatos republicanos y la brutalidad policial para con ellos. Los informativos televisivos repetirán, durante todo el día, las imágenes más significativas de la ceremonia monárquica, hasta el hartazgo.

    Mas las dosis de almíbar se agotan rápidamente y los medios, empecinados en distraer a los ciudadanos con fútbol y coronaciones, con deporte y monarquía a todas horas; en un bodrio de difícil digestión intelectual, se encontrarán, a partir de mañana, con el duro reto de buscar con qué entretener a espectadores y lectores, para que no piensen en la realidad que vive el país: Seis millones de parados, cuatro millones de personas sin ningún tipo de prestación, un 28% de pobreza, una renta per cápita inferior a la de 1977, millones de pensionistas a los que se le reducen los haberes al tiempo que se encarecen los repagos o se les obliga a prescindir de específicos que la SS no cubre, en un país en el que las desigualdades se han multiplicado en ocho puntos desde que estalló la crisis y en el que el número de grandes fortunas aumentó un 3% solo en 2013»

    .http://periodistaparada.blogspot.com.es/2014/06/una-vez-proclamado-felipe-vi-y.html

    21 junio 2014 | 01:43

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