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Siempre busco la manera de acabar una serie cuanto antes... para ponerme a ver otra.

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Ficción sexual de calidad en Masters of Sex

No hay spoilers, pero sí algunas pistas. Que luego no me digan que no avisé 😛

En España funcionamos a base de tetas y culos. Al menos, eso nos transmite un alto porcentaje de las películas de producción patria. Esta afirmación es un tópico que, depende de con quien se hable, puede plantearse como un axioma. Y esos que se refieren al cine español como el festival del sexo en cámara puede que tengan su parte de razón.

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En las series prevalece el pudor. Nuestra ficción nacional (es decir, familia, risotadas, drama, adolescentes, tragedia en el clan, o lo que es lo mismo, la amalgama que resume las series españolas) peca de remilgada. Todo lo contrario que en los largometrajes, donde somos muy liberales (en la economía menos). Tanto que los guionistas se pasan, y lo que podría ser una virtud pasa a ser un defecto. Eso nos ha llevado a pensar que todo nuestro cine se reduce a eso y a percibir los filmes de este tipo como productos de escasa calidad. Y no es así.

El ejemplo es Masters of Sex. Que, no obstante, juega con una ventaja: su temática es clara. Si no viésemos cuerpos desnudos, coitos y demás no nos la íbamos a tragar (aquí empieza la retahíla de chistes malos subrepticios, avisados estáis). La serie de Showtime ha sido la mejor savia nueva de estos tres últimos meses del año, y con mucha diferencia. También es cierto que no ha tenido mucha competencia. Pero aun en liza con otras ficciones de calidad, habría sido la mejor o una de las tres mejores.

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Gran parte de culpa la tiene Michael Sheen. Es una bestia. Un auténtico animal de la interpretación. No se puede ser más bueno, vamos. Su William Masters va a entrar directo al olimpo de personajes reales llevados a la ficción. Los registros del actor británico son innumerables. Los que hayáis visto Frost vs Nixon lo entenderéis: allí era un bromista, de gesto amable, que solo perdía los papeles en situaciones límite. Ahora es un ser hierático, inseguro e incluso misántropo. Y que, encima, hace pasar por ciencia sus deseos de acostarse con su compañera. Menos mal que William Masters estudió el sexo, que si llega a ser una rata de laboratorio habrían hecho falta pastillas para soportarle. Que no le soportemos responde al carisma que desprende Sheen actuando, y que ha hecho mucho mejor la serie.

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De eso de han aprovechado las tramas. La del decano Barton Scully (Beau Bridges), con la homosexualidad como fondo, ha servido a la perfección para mostrarnos cómo estaba entonces el asunto con respecto a los gays. Una época en la que se consideraba una enfermedad, que afortunadamente LA MAYORÍA hemos dejado atrás. Otros no. La incorporación como contrapunto de la maravillosa Allison Janney, esposa amargada que no ha tenido nunca un orgasmo y que desconoce las parafilias de su marido, ha dado mucho más aire a los capítulos. No todo podía ser la relación entre el doctor y Virginia Johnson. Y menos mal que han sabido verlo.

Los 12 episodios basados en la novela de Thomas Maier han sido simplemente impecables. Ni un fallo. La lista de aciertos es larga: interpretaciones notables, ambientación sublime y un vestuario acertado. etc. Pero donde más destaca es en el retrato que hace de la sociedad de los 60. No falta nada.

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Eso nos ha permitido conocer mejor qué pasaba por la cabeza de Libby Masters (Caitlin Fitzgerald). Admitámoslo: es el tipo de mujer con la que todos soñamos. Dulce, preciosa, generosa, abnegada en cuanto a la relación… Y se encuentra con ese soso de marido. Una mujer independiente que se ve atada por el simple deseo de que la quieran. A la que, para rematar, le toca vivir las peores tragedias como la de perder un bebé (aunque luego tenga su recompensa). Es el castigo que suelen recibir las personas que son así, el «eres tan bueno que eres tonto». Espero que leyendo el libro o en próximas temporadas nos aclaren cómo narices llegó a matrimonio una relación entre dos caracteres tan antagónicos. Pero que no nos la quiten, por favor.

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Que tampoco nos priven de Lizzy Caplan. Necesito más de ese ángel. Aunque la insulten no nominándola a los Globos de Oro, da igual. Virginia Johnson ya era inmortal; ahora, gracias a Caplan, decenas de generaciones reconocerán lo que hizo por la educación sexual en Estados Unidos y el mundo. Aunque se conozca tan tarde su figura.

Si no fuese por ella no habríamos reparado, por ejemplo, en la doctora DePaul (Julianne Nicholson). La lucha de ésta última es otro de los debates que plantea la serie: el machismo recalcitrante que trata como segundonas las investigaciones realizadas por mujeres. Aunque puedan salvar vidas. Una denuncia a tener muy en cuenta, puesto que en otros ámbitos está vigente. Una temeridad justificada que, por suerte y por la época que vivimos, ya es algo normal.

Hablar de valentía por ofrecer una serie sexual en el año 2013 me parece arcaico. No tiene mérito tratar una temática que será tabú de forma irremediable de forma tan abierta. Solo hacía falta que alguien lo hiciese. Y ya está. Era hora de aunar una buena serie y el sexo  para que no se pueda acusar a una ficción de ser pornográfica o de baja calidad.

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A lo mejor Masters of Sex ha permitido sacar de la caverna a los millones de reprimidos que viven solo en Estados Unidos. A ver qué pueden achacarle.

En cuanto al final, era previsible. Nada que no supiésemos ya. ¿Saldrán adelante? ¿Trabajarán juntos? ¿O se irá con Ethan (Nicholas D’Agosto)? ¿Qué pasará con el decano gay? ¿Y su mujer? ¿Adónde irá lo de Jane (Heléne York) y Lester? Muchas preguntas para algo que estaba cantado.

Ese es el otro éxito de Masters of SexLa serie que es tan buena como Mad Men pero que ha conseguido un aderezo más atractivo para enganchar a mucho más público. El sexo vende, pero la calidad más.