Solo un capítulo más Solo un capítulo más

Siempre busco la manera de acabar una serie cuanto antes... para ponerme a ver otra.

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Menos mal que ya te acabas, Sin Identidad

Para que una serie se convierta en un disparate con el paso de sus capítulos no hace falta esforzarse mucho. Solo es necesario pasar de un argumento interesante o potable a uno excéntrico y lleno de calamidades. Los actores tienden a contagiarse rápido de ese ambiente, por lo que caer en el estrambote es cuestión de tiempo. Eso es lo que le ha pasado a Sin Identidad, que de una primera temporada algo interesante ha pasado a ser la madre de todas las venganzas absurdas. Pero por la vía rápida: convirtiéndose en una tontería de ficción con unas tramas aún más tontas.1

El año pasado, la idea de Sin Identidad me llamó la atención. Aunque tenía más defectos que virtudes. Una «Condesa de Montecristo» al uso en el que Megan Montaner escondía sus carencias actuando gracias al resto del reparto y a unas tramas que le encajaban perfectamente. Esa primera temporada era en la que nos contaban por qué su personaje se quería vengar de toda su familia y cómo era posible que una niña rica acabase en una cárcel asiática de la que tuvo que escaparse de una manera un tanto extraña (y poco creíble, claro).

2El final de los episodios de 2014 ya fue raruno. Todo estaba demasiado cogido con pinzas y no terminaban de encajar las piezas para que lo que nos contaban resultase plausible. Mafias, prostitutas, un familiar sinvergüenza y cuasimafioso, etc. La cuestión es que nos dejó expectantes, esperando algo que pudiésemos disfrutar en su final de este año.

La conclusión tras ver cinco episodios es que menos mal que Sin Identidad se acaba ya. Su nivel actual es similar al de otros truños que dicen ser thrillers. Incluso me atrevo a compararla con una americana, The Following, que es distinta pero debe ser su referente en cuanto a ser mala. Resulta que todo es un complot que llega hasta al Gobierno en el que la pobre María se ve envuelta porque quiere destapar un negociazo de bebés robados. Sí, la idea con la que te quedas es esa. Churrimerinismo total.3

Como decía al principio, los actores se adaptan a todo y se desenvuelven bien en esa espiral de despropósitos. No se salva ni uno. Ni Tito Valverde está creíble. Tampoco olvidemos a Lydia Bosch, de la que es imposible creerse ese papel de madre afectada y victimista. Pero, como siempre, el caso de Megan Montaner es el más llamativo. Sigo sin explicarme cómo ella o Jesús Castro están entre ese abanico de «actores de moda». Lo que necesita la ficción de este país es menos montanerismo jesuscastrismo, y mucho más auragarridismo. Es lo que le falta a las series españolas para dar ese salto de calidad. Por ahora, solo están cogiendo impulso.

4Sin Identidad se va y no la recordaremos, por suerte. A pesar de que rescató del ostracismo a gente como Antonio Hortelano o Verónica Sánchez, que también están horribles. Como todo en la vida, hay experiencias que es mejor olvidar pronto. Con esta no nos va a costar mucho.