Solo un capítulo más Solo un capítulo más

Siempre busco la manera de acabar una serie cuanto antes... para ponerme a ver otra.

Archivo de junio, 2013

«A ver a ver, que empieza Cuéntame»

Cuando regresé a Madrid por última vez fui a parar al piso de unos desconocidos que llevaban cuatro años viviendo juntos, y que resultaron ser unos compañeros amables y encantadores. Poco a poco y día a día me fueron contando las normas de convivencia y demás reglas de limpieza que tenían dispuestas en la casa, aunque éstas no evitaban que en muchas ocasiones aquello pareciese un albañal. Hasta que llegó el día en el que me comunicaron el acto cuasi ceremonial que tenían un día a la semana, y que me hizo entender por qué se llevaban tan bien: «Ah, y aquí los jueves se ve Cuéntame«. Sentarse ese día por las noches en el salón a ver La 1 era indefectible a esa casa.cuentame

Porque Cuéntame cómo pasó, que es a la ficción española lo que Pau Gasol al baloncesto, lleva ya 11 años provocando esto en todos los hogares: unión familiar o de amistad para seguir las andanzas de los Alcántara una noche cada siete días. En ese momento, he de reconocer que yo ya no seguía la serie. La vi durante muchos años, cuando aún vivía en casa e incluso después, cuando me mudé, pero hacía un par de años que le perdí la pista. A pesar de ello, una de las ventajas que ofrece es que te puedes reenganchar a ella muy fácilmente, ya que su argumento no busca ser trascendente, sino atraer a todo el mundo por medio de un hilo fácil de coger.

La dejé en un momento en el que Carlitos (Ricardo Gómez), que para todos siempre será ese niño con pelo a tazón, había crecido de forma sorprendente e incluso estaba cerca de conocer cómo era un momento de intimidad con una chica; también coincidió en ese momento la marcha de la auténtica Inés, Irene Visedo, a la que Pilar Punzano no ha hecho olvidar. O con Toni (Pablo Rivero), ya independizado por completo, siguiendo su camino de izquierdas particular (aunque de él siempre nos quedará un sketch de Cruz y Raya, en el que decía que no iba a tener frío porque ya se iba caliente). Pero sobre todo, con Antonio (Imanol Arias) y Merche (Ana Duato) prosperando tras muchos años recogiendo la mierda de los demás y dejando atrás las estafas que sufrieron por alguno que otro.

Todos la hemos visto en algún momento, y en la retina siempre quedará el gran José Sancho haciendo de ese fascista avaricioso al que había que llamar con el Don delante y con el santo detrás. O a Tony Leblanc con ese peluquín tan cutre, pero siempre correcto y enseñando al resto cómo ha de ser un actor, ya nazca en los 90 o los 20. Y sobre todo, recordaremos a la incombustible. La abuela y ya bisabuela de España: Herminia. Pero yo siempre seré fan de Valentina, esa mujer atolondrada a la que clavó Alicia Hermida.

Cuentame1Pero lo que más mola de Cuéntame es que se atreven con todo. No han evitado ni pasado por alto ninguno de los temas polémicos de los años que les ha tocado cubrir. Y hay momentos que son inolvidables, como cuanto Antonio se lamentaba de haber tenido que estar con el brazo en alto en la Plaza de Oriente, y le dijo a Merche: «Si mi padre me hubiera visto». Esta es la valentía que debería tener toda serie que pretenda ser divulgativa, y ésta es tan buena que parece extranjera. Pero la esperanza de ver algo similar en este país se va diluyendo cada vez más.

Lo que es inherente a este maravilla es todo lo que nos ha enseñado a los que tuvimos la fortuna de nacer después de la dictadura. Hemos conocido cómo eran los ‘grises’ y los métodos que empleaban, la educación en los colegios de esos años, la poca apertura social que se permitía por culpa del conservadurismo rancio impuesto desde arriba. Aunque lo mejor ha sido el tratamiento de todos estos asuntos, siempre desde una perspectiva justa y nada sectaria. Sin ambages aun con el tema más espinoso y conflictivo.

¿Hasta dónde llegará? No lo sabemos, a pesar de las bromas que apuntan a que por lo menos debe llegar a la etapa actual, para enterarnos de verdad de todo lo que está pasando con los casos de corrupción, esa auténtica marca (y mancha) España. En un escenario más probable, quizá le quedan dos o tres años a lo sumo, lo suficiente y necesario para una historia tan longeva y que ha abarcado casi tres décadas.

En este día, mis compañeros y yo dejamos el piso que hemos compartido, en su caso durante años y en el mío solo unos meses. Quizá volvamos a ver Cuéntame juntos algún día. Pero lo que está claro es que siempre nos acordaremos unos de otros cuando lleguen los jueves a las 22.30, especialmente de cuando yo me escaqueaba de verla porque tenía otras cosas que hacer (aunque luego la viese por Internet sin que nadie se enterase).

«A ver a ver, que no nos enteramos, que ya empieza«, era la consigna. Eso sí que no lo volveré a escuchar. Pero jamás la olvidaré, y a ellos tampoco. Igual que a Cuéntame.

Dates, un drama estrambótico

Desde que comenzase este blog, me propuse ver varios capítulos de una determinada serie antes de hablaros de ella. Tengo la convicción de que viendo un piloto, y quizá el segundo, no se puede opinar sobre alguna historia, ya que su evolución a mejor o peor la marca el tiempo que pasamos viéndola. Por todo esto no me había decidido aún a referir la existencia de Dates, emitida por la británica Channel 4, y de la que se está hablando mucho en Twitter después de haberse convertido en una de las revelaciones de la temporada.

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Pongámonos en situación: los protagonistas son personas registradas en un sitio de citas de Internet. Visitan varios perfiles, buscando el amor entre fotos de carné y datos exiguos, con la misma esperanza que el aficionado deposita en el fichaje de turno. Deciden quedar para conocerse sin teclados de por medio. Y una vez en el lugar elegido para el encuentro, se gustan o no, se cuentan el uno al otro sus miserias y alegrías, y acaban la velada juntos o separados. Eso es Dates en pocas palabras. Pero hay más.

Los que hayáis visto Skins (de la que hablaremos muy pronto por aquí, ya que su temporada final se estrena el 1 de julio) reconoceréis en ella el toque característico de Bryan Elsley, creador de ambas. Y para los que no, vais a descubrir una serie dramática completamente distinta, incluso estrambótica, donde los quebrantos los crean los propios personajes, no las circunstancias que los rodean.

Aquí se rompe con la dicotomía establecida de que una primera cita a ciegas solo puede ser un éxito o un desastre: vemos cómo algo puede empezar muy bien, y acabar a los pocos minutos  muy mal, pero luego reconducirse aun sin que los dos protagonistas estén del todo cómodos, o viceversa. Pero al final siempre ocurre algo que acaba por hacernos dudar de si hay esperanza para ellos o no, si los mismos que acaban de tirarse de los pelos podrían volver a verse o por contra su historia ha sido así de efímera.

Dates es un drama de algo más de 20 minutos por capítulo cuya primera temporada está compuesta por nueve donde cabe todo, desde citas entre un un hombre mayor y una jovencita a un encuentro entre lesbianas, que nos cuentan cómo son sus odiosas o peculiares vidas entre vino y comida. Y hay de todo, ya que son camioneros, acompañantes, médicos o estudiantes.

DatesEstos personajes de distinta profesión logran transmitir todo lo que se proponen, ya sea la pena que sienten de sí mismos o la que les merece el que tienen enfrente, lo enfadados que están por la actitud del desconocido al que han accedido a ver, o sus ilusiones destrozadas cuando descubren un aspecto truculento de su conocido en Internet

Si buscáis risas, esta serie no os las va a dar. Pero si queréis ver algo completamente original y que os emocione, sin duda es la mejor opción. Y si necesitáis más razones, os diré que una de las protagonistas es Oona Chaplin (Jeyne de Juego de Tronos), que aquí demuestra que es una de las actrices con más proyección de la actualidad por toda la sensualidad que desprende

En definitiva, Dates es el plan perfecto para aprovechar una tarde libre de este verano, ya que engancha y se puede ver en pocas horas. Y pocas pueden darnos eso.

Mad Men: la caída del típico fucker americano

ATENCIÓN: Esta entrada contiene spoilers desde el cuarto párrafo.

Hasta que comencé a interactuar más en Twitter, era el único entre mis amigos y conocidos que veía Mad Men. Seguir una serie tan sofisticada me hacía creer que se te pegaba algo de la elegancia que desprendían los personajes. Me sentía distinto gracias a lo que transmite la creación de Matthew Weiner, e incluso más culto. Porque no todo el mundo puede con ella.

Su lentitud, sus historias completamente originales bajo el paraguas de la realidad de los años 60 estadounidenses, o desviarse de un tema e introducir otro distinto del que no te enteras de nada hasta que pasa un rato lleva a mucha gente a aburrirse de la serie de AMC. Por suerte, los que la seguimos vimos en esos defectos una serie de virtudes que nos hacen disfrutarla aún más y empaparnos de la urbanidad y la distinción que nos han ofrecido sus seis temporadas. Y sobre todo en esta última, que ha sido la mejor hasta el momento.

Antes de que empiecen los spoilers, quiero recomendarla a todos aquellos que no la han visto, y de forma muy especial a esos que la dejaron al segundo capítulo porque se aburrían. Ya sé que lo que la mayoría de la gente buscar en las series es acción inmediata, un entretenimiento puro y duro que les permita desconectar de su vida diaria. Algo por lo que, de primeras, no es característico en Mad Men. Pero merece la pena esperar. Tantos Emmys no se consiguen por contubernio de Weiner con los que votan los premios. La calidad que atesora es indiscutible, y os aseguro que os estáis perdiendo una de las grandes máquinas televisivas de los últimos años. Y ahora, pasemos a comentar la sexta temporada.

Está claro que esta ha sido la mejor remesa de capítulos porque nos hemos vuelto a encontrar con un Don Draper al borde del precipicio. Que Sally le pillase poniéndole los cuernos a Megan (Jessica Pare) con su vecina, la mítica Lindsay de Freaks & Geeks, fue la puntilla particular para el típico fucker americano que interpreta Jon Hamm, que como siempre, ha vuelto a estar espléndido. Engañar a su segunda mujer para poner remedio a sus carencias afectivas, tal y como hizo con Betty, ha vuelto a no servirle para nada.Peggyted

La conflictiva etapa adolescente de su hija, de la que él es responsable último por sus desmanes como padre y marido, ha sido algo que le ha pillado a contrapié. Que su niña bonita ahora le odie, cuando tenían un carácter muy parecido, ha contribuido especialmente a la caída del hombre al que mejor le queda el traje de la televisión (aun con los rumores o certezas sobre su pene, sí).

Porque ser un fucker que engatusa mujeres con solo una sonrisa no basta para que todo te vaya bien. Pero siempre lograrás ser un gran manipulador. Si no, que se lo pregunten a Peggy Olson (Elisabeth Moss) y Ted Chaough (Kevin Rahm), que por culpa de Don han puesto fin a su lío después de que éste le hiciera ver al otro director creativo de la agencia lo que él quería que viese. Que se dejase de aventuras y amantes. Es decir: hace por otros lo que no hace por sí mismo. Y eso es algo bastante habitual, si os ponéis a pensarlo. Somos capaces de ayudar a otros a encauzar de nuevo sus vidas, pero no somos capaces de esforzarnos en reconstruir la nuestra. Y ese es otro de los defectos que enriquecen al personaje.

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Por suerte, no todo han sido las tribulaciones del protagonista. El juego que ha dado la fusión de las dos agencias, especialmente gracias al socarrón Jim Cutler (Harry Hamlin) ha potenciado los momentos en los que veíamos la serie con una sonrisa de oreja a oreja. Pero sin duda la mayor revelación de esta temporada ha sido Bob Benson (James Wolk).

Este sucedáneo de mentiroso a lo Don Draper ha ido aumentando su fuerza con el paso de los capítulos, después de que un día apareciese por Madison Avenue sin que nos diéramos cuenta. Yo llegué a pensar que era un simple extra con una frase. Y resultó ser un personaje divertidísimo que logra desesperar a Roger Sterling (John Slattery) y Peter Campbell (Vincent Kartheiser). Sin olvidar a Joan (Christina Hendricks), que cuando adquiere importancia en un capítulo este ya pasa a la historia directamente.

Los otros momentos humorísticos, a la vez que dramáticos, nos los ha ofrecido Campbell. Este hombre al que no para de crecerle la frente, que al fin se ha quedado sin Trudy (los que veáis Community me entenderéis: quien pillara a Alison Brie), y que ha visto como su madre, Benson y el enfermero que le recomendó éste han acabado por desquiciarle. Para nuestro divertimento, eso sí.

Megan

Ahora, nos queda esperar a la séptima temporada, posiblemente la última. Y estoy convencido de que va a ser buenísima. Unos 13 episodios como éstos son el ejemplo de lo que decía al principio: con tiempo, Mad Men te recompensa con una trama imprescindible. Como es ella misma. A pesar de que no se confirmaron los rumores de que a Megan Draper le iban a hacer un Sharon Tate, algo que, por macabro, habría molado mucho.

Y por favor, que Weiner haga algo con January Jones. Cuanta belleza desperdiciada.

El poder de Hannibal

Uno de mis traumas infantiles fue provocado por uno de mis familiares de cuyo nombre no quiero acordarme, al que se le ocurrió que yo tenía que ver cuando solo tenía 5 años cómo Anthony Hopkins le comía la cara a un policía en El silencio de los corderos. Quizá sea por eso que no puedo soportar el gore, ya que me da asco y nauseas, e intento evitarlo todo lo que puedo. De hecho, lo pasé un poco mal viendo Spartacus.

Hannibal

Debido a aquel episodio, Hannibal Lecter me aterraba. Porque no sé si os acordáis, pero en esa película Hopkins intimidaba y metía el miedo en el cuerpo con su rol de caníbal educado, inteligente y refinado. Cuando pasaron los años, comenzó a fascinarme, y ya me atreví a ver las otras dos películas que hizo el actor galés: Hannibal y El dragón rojo. Me encantaba que existiese un personaje tan malvado y a la vez tan astuto y artero, al que sus víctimas y perseguidores temen, pero también admiran. Y ahí me quedé, ya que la precuela El origen del mal no la he visto. Por todo esto, es obvio que me alegré mucho cuando me enteré de que iba a haber una serie llamada Hannibal, y que encima iba a estar liderada por uno de estos showrunners locos como Bryan Fuller (Pushing Daisies).

Hannibal mola por varios aspectos que la hacen única en la actualidad. Es oscura y reposada. Es violenta sin ser explícita. Estremece. Su estética y su ambiente calan los huesos. Acojona, vamos. Y no me avergüenzo de decirlo: lo paso mal viéndola. Y me gusta esa sensación.

Los trece capítulos de esta primera temporada no han sido espectaculares, ni mucho menos, pero sí han logrado poner los pelos de punta en algún momento por todos los elementos que decíamos anteriormente. Y siempre consiguiendo algo muy difícil: todos los casos con los que tiene que lidiar el agente Will Graham (Hugh Dancy) son originales y creíbles, y tienen la capacidad de meter al espectador dentro de la trama.

Pero todo queda supeditado a la presencia inconmensurable del psiquiatra maquiavélico, urbanizado, atractivo, caníbal y cocinillas. El poder de manipular a su antojo al resto, su talento para el asesinato, así como su afición a coger los órganos de sus víctimas para servírselos a sus invitados como platos de alta cocina (todo ello con el asesoramiento del español José Andrés), hacen de Hannibal Lecter un villano admirable y adictivo. Porque aunque sea un psicópata, también logra caer bien, lo que a veces lleva al espectador a desear que la policía nunca descubra sus aficiones ocultas.

Dancy

Decir que el papelón de Mads Mikkelsen es para darle un premio es de Perogrullo, ya que es el auténtico protagonista y el canalizador de todo el mal rollo que transmite la serie. Por eso es aún menos comprensible que de cara a los Emmy solo pueda ser nominado en la categoría de actor secundario.

Lo que quizá le están robando a Mikkelsen, lo que le impide lucirse todavía más, son sus asesinatos, ya que apenas nos los muestran. Fuller enseña a la víctima ya destripada o sin algunas partes de su cuerpo, sin contarnos con imágenes cómo se ha producido el crimen en sí.

Esta ausencia de vísceras, que incluso yo echo en falta, no sería tal si Hannibal se emitiese en alguna cadena de cable, como muchos de sus asiduos desearíamos. Pero por ahora nos conformamos con la NBC, que a pesar de sus malos datos la mantiene en parrilla. Aunque quizá una cancelación no sería del todo mala para la serie, por esto de que podría trasladarse a otro canal más permisivo con la sangre

¿Y qué podemos decir de Hugh Dancy? Pues que es insoportable. Es cierto que a veces logra enternecernos con sus caras de perrito triste, y que es el juguete de Lecter, pero eso no es suficiente. Interpretar a Will Graham, un personaje con una historia tan grande detrás, está claro que no debe ser fácil. Pero Dancy está llevando su papel por un camino equivocado, hasta el punto de estar muy cerca de convertirse en un Senado español andante (desde ahora, nos referiremos a los personajes o argumentos inútiles e inservibles de esa manera, Senado español).

En cuanto al resto de personajes, su handicap es estar demasiado sobrepasados por los dos grandes protagonistas, aunque tener a Laurence Fishburne en tu elenco (en su papel de Jack Crawford) siempre suma. Él y la bellísima Caroline Dhavernas (la psicóloga Alana Bloom) son los dos únicos que pueden catalogarse como los auténticos secundarios de esta historia, ya que el resto de actores apenas aparecen o su impacto en las tramas es muy leve. Y no, no me olvido de Gillian Anderson (la amiga y consejera de Lecter), que con su sola presencia hace del mundo un lugar mejor, y que está espléndida.

El final del capítulo 13 fue un broche perfecto a una temporada de notable, ya que el sobresaliente solo podrá obtenerlo si sus guionistas y Bryan Fuller se atreven a hacerla más explícita en todos los sentidos. Yo no puedo esperar para ver la próxima entrega. ¿Continuará la trama contando la relación entre Lecter y Graham? ¿O se incorporará a los guiones Francis Dolarhyde, el Dragón rojo? Por cierto, si no la habéis visto, hacedlo de noche y a oscuras. Así acojona más.

Bonus: si queréis ver alguna de las especialidades de Hannibal, aquí tenéis.

 

 

Te quiero, James; Gracias, Tony

Querido James:

O quizá debería llamarte Tony, como te he conocido durante toda mi vida. Esto funciona así: a los actores se os asocia a un personaje, y con éste os quedáis para siempre. En muchos casos, es algo negativo. En el tuyo, para nada. Nos regalaste el mafioso más simpático e hipocondriaco que podríamos haber imaginado. Sí, también el más violento y cruel con aquellos que no se adaptaban a lo que tú pedías. Pero al final eres inolvidable, y para bien. A pesar de que te hayas marchado tan joven, con solo 51 años.

Soprano3Te descubrí cuando era muy joven y pensaba que Los Soprano era una serie de humor. De verdad, así lo creía. Todo porque solo había visto escenas sueltas, y ya pensaba que me iba a reír con tus dislates y los de tu familia. Hasta que alguien me dijo, extrañado: “¿De humor? Si en el anterior capítulo mataron a alguien a martillazos”. Y así era. Humor, sí. Violencia, también. En resumen: la mejor serie de la historia de la televisión.

Y todo ello fue gracias a ti, aunque he de reconocer que al principio no me caías bien. Te veía como un mafioso mohíno, que suplía sus carencias con órdenes de liquidar a sus adversarios. Pero pasaron los capítulos y sin saber cómo, me atrapaste. Me empezó a gustar que fueses ese criminal de ficción tan especial, al que llegaron a comparar con Vito Corleone, y que me aterrorizaba a la vez que me hacía descojonarme de la risa.

¿O acaso hay alguien que no recuerde tus peleas con tu mujer, Carmela, a la que interpretaba la impresionante Edie Falco? Los dos dabais miedo en esos encontronazos, siempre con toques del mejor humor negro.  O las broncas a tu familia, e incluso a tus hijos. Y por supuesto sin desmerecer tus encuentros con tu psicoanalista, quizá los mejores momentos de la serie, donde nos contabas hasta tus sueños más kafkianos.

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Cuando llegó 2007 y era hora de irse, pediste que se dejase atrás a tus amigos de la mafia. Querías que hiciésemos algo imposible: dejarte en el recuerdo, a ti y a tus compañeros de la serie. Y eso no podíamos hacerlo, o al menos a mí me resultaba imposible. No podía olvidar lo que había visto en esos más de 80 episodios en los que apareciste. Más bien, no quería. Sabía que no volvería a ver algo como lo que tú hiciste por la televisión, gracias a la inspiración que te otorgó David Chase, cuando por suerte para todos se le encendió la bombilla y te creó.

Tampoco me olvido del legado que dejaste para mucha gente. Sí, cuando dijiste que tu servicio a la sociedad tras la serie era la demostración de que los gordos también saben hacer el amor. No pude parar de reír cuando me enteré de que habías dicho aquello. Aunque también me asustaste, cuando anticipaste, entre risas, una posible película de la serie en el futuro. No sabes cómo me alegro de que te equivocases.

Soprano1Ya en el último capítulo de Los Soprano, y cuando nos dijisteis adiós entre aros de cebolla, me quedó un vacío enorme. Siempre que acabas una serie te queda un hueco que no se puede rellenar tan fácilmente, dado que no recuerdas qué hacías antes de que ésta entrase en tu vida. Y por tu culpa, estuve mes y medio sin ver series, tras la llorera que me pegué con tu despedida con Journey de fondo. Y fue ahí cuando me convencí de que se acababa una época en mi vida y para la televisión en general.

Porque fuisteis vosotros los que cambiasteis para siempre el mundo de las historias televisivas. Nadie más que el elenco y el equipo que hicisteis esta maravilla para la HBO. Y a pesar de tu muerte, estoy convencido de que solo con tu presencia alguna serie habría podido aproximarse a Los Soprano. Pero ya no pasará. Jamás os igualarán. Y nunca me creeré que otros os hayan superado, salvo si el sol sale por el oeste y se pone por el este.

La última vez que te vi fue en el cine, en uno de tus innumerables papeles secundarios. Sí, en Zero Dark Thirty, de Katheryne Bigelow, donde apareciste en dos o tres escenas como máximo. Y sonreí mucho al verte, a pesar de que me quedé con ganas de más. Ahora me dedicaré a buscar toda cinta en la que aparezcas aunque sea de forma testimonial. Porque sé que no volverá a haber nadie como tú en este mundillo de tramas ficticias.

Quizá muchos no entiendan a qué viene este panegírico. Y la mayoría de ellos puede que lo sientan así porque no han visto Los Soprano. Pues, con tu permiso, les diré que su vida aún no está completa. Y más si se declaran aficionados a las series. Seguro que tú pensabas lo mismo, aunque intentases evitar las cuestiones sobre Tony siempre que podías.

Pero no soy el único que tiene un vacío en el estómago con tu fallecimiento. Estoy seguro de que has dejado tocada a mucha otra gente que te admiraba tanto como yo. Sirva esto que te escribo como homenaje. Y ya que desconozco si entiendes o no el castellano, te lo diré en inglés: I love you, James. Thank you, Tony.

No es culto, es obligación: The Shield

No son pocos los que dicen que la edad dorada de las grandes series acabó con el fin de Los Soprano, ya que la calidad de sus coetáneas era incontestable. Aunque no esté de acuerdo ni por asomo con esa afirmación, sí es cierto que hay varias ficciones que muchos lamentamos que llegasen a su final: son las denominadas series de culto. Pero aquí iremos más allá, y las llamaremos de una forma más categórica: obligatorias. Cada cierto tiempo homenajearemos a una, recordando su argumento, sus personajes más representativos y sus mejores capítulos. Todo con la idea de que os enganchéis a alguna de ellas durante este verano, que es perfecto para sacar el seriéfilo que todos llevamos dentro. 

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La que inaugura esta nueva ‘sección’ es mi serie favorita, la mejor de todas las que he visto y que ya han pasado a mejor vida. Y que, casualmente, también es poco conocida en España: The Shieldemitida en su día por FX.

Creada por Shawn Ryan (también responsable de The Unit o la incomprensiblemente cancelada Last Resort), The Shield trata sobre una unidad policial especial situada en Farmington, un barrio multirracial de Los Ángeles extremadamente conflictivo, y donde el detective Vic Mackey (Michael Chiklis) lidera el ‘grupo de asalto’ (o strike team). Este equipo liderado por Mackey se caracteriza por sus métodos poco ortodoxos para luchar contra el crimen o ‘mantener la calma’ en Farmington. Los recursos de estos agentes van desde la violencia contra los arrestados, el robo o la extorsión. Es decir, parecen haberse inspirado en los imputados en Gürtel o Malaya: son corruptos en casi todo lo que hacen.

Lo que la distingue de cualquiera otra es su ritmo, particularidad que nadie ha podido imitar aún: en sólo 15 minutos tienes la sensación de que han pasado miles de cosas. Los casos que tratan los policías parecen estar resueltos. Pero no. Aún queda casi media hora de metraje vertiginoso del que no te puedes despegar. Y por supuesto, siempre deja con ganas de más, en gran parte gracias a los giros de guión.

THE SHIELD:  Michael Chiklis as Detective Vic Mackey on THE SHIELD on FX.

Las historias de la rutina policial que surgen en la comisaría (conocida como La Cuadra) también están muy trabajadas, ya que no todo se reduce a bandas, asesinatos o narcotráfico, sobre todo gracias a la gran implicación de los protagonistas en los casos. Nada queda al azar en las siete temporadas donde a cada capítulo se va otorgando más importancia al resto de personajes, ya que está concebida como una ficción coral, pero sin que deje de destacar el rol de Mackey.

Porque Vic no es un policía común. Prefiere tomar atajos ilegales para que su equipo obtenga victorias en los asaltos. Y todo eso repercute en su vida personal. De tres hijos y esposa a vivir en un motel. De gustarle ser un corrupto a sentirse mal por lo que hace. De ser el exitoso policía a experimentar la soledad. En definitiva, Mackey se acaba transformando en el General Buendía de García Márquez: admirado por muchos, odiado por otros, consumido por sí mismo.

Los problemas familiares de Mackey, los vaivenes de Shane Vendrell (Walton Goggins, el número 2 de Mackey), la ambición del capitán David Aceveda (Benito Martínez), la cobardía del agente Julien Lowe (Michael Jace), la honradez de Claudette Wyms (CCH Pounder) o la poca autoestima del detective Dutch Wagenbach (Jay Karnes), sumadas al resto de las vicisitudes de todo el elenco, otorgan a la serie un argumento sólido y a la vez dinámico.

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Los villanos seleccionados tampoco se quedan atrás, llegando a parecer indestructibles. Y los invitados especiales son el aderezo perfecto para el reparto, tales como Glenn Close en la cuarta temporada o Forest Whitaker en la quinta.

Así, los más de 80 episodios de The Shield conforman una máquina de entretenimiento de calidad perfecta, que no defrauda en ningún momento y que logró reinventarse en cada temporada hasta su gran final en 2008. Vic Mackey y Farmington son el paradigma de las maravillas que pueden surgir en la televisión. Y de los pocos que pueden presumir de hacer gozar al espectador con cada segundo en la pantalla. Por tanto, no la dejéis escapar: os alegrará el verano.

La adicción inexplicable a True Blood

Que el regreso de tus series favoritas te provoque una alegría comparable a la de otros hechos más importantes para tu vida diaria ya ha dejado de ser algo raro. No hay que sentirse extraño por estar feliz con una nueva temporada de una ficción que te apasiona, sea del tipo que sea. Aunque te de vergüenza porque sea uno de tus placeres culpables, y no tenga nada que ver con otras master piece a las que fuiste asiduo. Eso es lo que me pasa a mí con True Blood: me encanta.

Aunque sea trivial y predecible. A pesar de las pobres interpretaciones de algunos de sus protagonistas. Pasando por alto que muchas veces salgan del paso con una escena de sexo que no tiene justificación previa. Sin olvidar que es la serie con el argumento más pobre y frívolo que existe en la actualidad. Y con todo esto, la adoro.

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Lo diré de otra manera: cuando yo conocía el hielo (The Wire, Los Soprano, e incluso The West Wing), apareció True Blood en mi vida, y ahí se quedó. Y desde el principio, de una forma inexplicable, logró estar en mi lista de imprescindibles, a pesar de sus dislates continuos. Alan Ball tiene ese don de atrapar a la gente con sus argumentos retorcidos, como ya hizo en Six Feet Under.

Ya me sé toda la cantinela de que es mala, que sus tramas no tienen ni pies ni cabeza, o que incluso es un insulto para la HBO. Y es que el problema es eso: tomársela en serio, e incluso cabrearse con cualquier otra serie como si fuese algo esencial en nuestra vida. Hay que tener mucho tiempo libre para mosquearse por cómo es o deja de ser un producto televisivo de este tipo. O te gusta o no. Punto. Y no hace falta ser chabacano para criticar, ni andarse con remilgos. Eso es lo que hago yo: no me tomo a la tremenda True Blood. Sé lo que hay desde el principio. Y así es como la disfruto.

Los vampiros de Bon Temps y Sookie Stackhouse regresaron este domingo a las pantallas de la HBO, tras lograr el verano pasado uno de los cliffhangers (o crear intriga, hablando en plata) más espectaculares del mundo televisivo en los últimos minutos de su quinta temporada. Algo  que ocurrió una vez más, ya que lo han hecho en todas sus entregas, especialmente al final de la cuarta.

¿Cómo han regresado Eric, Jessica, Tara, Pam, y el resto de personajes? Flojos. El primer capítulo de esta temporada es un despropósito. Vamos, que es penoso y malísimo, como ya es costumbre en cada estreno. Pero luego mejorarán con absurdeces sin medida, y nos encontraremos enfrascados de nuevo en la historia. ¿O no hay interés por saber qué va a pasar con Bill Compton ahora?

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No quiero entrar en detalles para no fastidiar a nadie, pero se avecinan nuevas tramas tan facilonas como adictivas, a lo que pueden contribuir los nuevos personajes, como el gobernador de Louisiana. Sin olvidar la incorporación definitiva a la serie de Nora y del nuevo vampiro que tanto odian Sookie y Jason…

Que unos guionistas tengan los bemoles de ofrecernos una historia tan deducible y pobre, como la falsa integración de los vampiros en la comunidad ciudadana, algo que ellos (oh, sorpresa) aprovechan para atacar a los humanos, y que encima tenga éxito, da para hacer estudios sobre por qué nos conformamos con tan poco. Pero si todo lo simple es como True Blood, prefiero ser del club de los conformistas. Todo porque siga existiendo una serie como ésta.

Cuando finalice la temporada, True Blood volverá a tener espacio aquí. Aún quedan nueve capítulos de vampiros, sexo y sangre para este verano. Si no lo habéis visto, como desahogo para el verano no hay nada mejor que zamparse sus anteriores cinco temporadas, y pillar la sexta y reciente entrega en cuanto se pueda. Teniendo un poco de sentido del humor y el mero interés de estar entretenido durante un rato, la serie os embaucará rápidamente. Porque un poco de frivolidad nunca está de más.

«¡Corre, empieza Steve Urkel!»

Son las 14.00 horas. Sales volando del colegio hacia casa, con la esperanza de que tu abuela esté esperándote con unos macarrones, ya que tienes un hambre voraz. Lamentablemente, no es tu día: hay lentejas. No queda más que resignarse y hacer como que no pasa nada. No valen las quejas. Y si las hay, ella responderá con una frase elocuente con la que tú no sabrás cómo lidiar. Al fin y al cabo eres sólo un niño.

Tienes el tiempo justo para llegar, ponerte cómodo, tener la charla de cortesía con tu familia, lavarte las manos, y sentarte a la mesa. Pero siempre te entretienes con cualquier cosa, ya sea tu consola, la revista de videojuegos, o el balón de fútbol al que das toques. Hasta que el grito de rigor te activa: “Nene, corre, ¡que empieza Steve Urkel!”. Sí, ya son las 14:30. La hora de uno de tus momentos favoritos del día.

Cuando entras al salón, justo acaba el último anuncio previo a la serie. Ya sabes que vas a pasar media hora de risas, en las que tú y todos los que están tu alrededor (abuelos, madre y tíos) van a centrarse en disfrutar de la serie que toca en ese instante. En los mejores días, incluso, ni te acuerdas de que la comida no te gusta tanto. Y acabas con ella casi sin darte cuenta.

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En esa época tocaba Cosas de Casa. Antes fueron El príncipe de Bel Air o El show de Bill Cosby, entre otras. Después, le tocó el turno a Sabrina. Y a pesar de tu corta edad, te acuerdas de otras con las que soltabas carcajadas siendo aún más niño, como Primos lejanos o La niñera. No recuerdas muy bien cuándo se emitían, pero da igual. Simplemente las veías a la hora de comer. Con el tiempo, vinieron Los Simpson, y todo dejó de ser especial: habías crecido.

En ese momento, no pensabas en si eran series o no, o en si estabas viendo en orden los capítulos. Te limitabas a sentarte cada día a la mesa con la mirada puesta en la tele mientras tenías la cuchara en la mano, la cual ya manejabas por inercia, lo que te permitía no despegar la vista de la pantalla. Y es que te daba igual que los episodios fuesen repetidos, de una temporada u otra, con los personajes más o menos mayores. Simplemente, era tu ritual del día, aunque no sabías cómo expresarlo en palabras. Hacías lo siguiente: ver una sit com americana con capítulos emitidos de forma indiscriminada mientras comías junto a tu familia.

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Con el tiempo, dejaste de hacerlo. La edad es inexorable para todos, incluso para alguien como tú, con una ilusión y un gusto por las pequeñas cosas tan arraigado. Pero ahora que te pones a recordarlo, recuerdas cómo eras entonces. Y te gustaba. Eras un niño que pasaba los días sin mayores preocupaciones que hacer los deberes o agradar a la chica que te gustaba de clase, pensando en el partido con tu equipo del del fin de semana y en dónde ibas a ir a pasar el rato con tus amigos.

Estabas centrado en vivir a episodios, en disfrutar de un día a día que nada tiene que ver con tus experiencias actuales. Ahora estás en una época en la que, entre unos y otros, cada vez más te están haciendo aún más complicada la vida. En aquellos años de ingenuidad e inocencia, eran tus padres los que tenían que cargar con todas esas preocupaciones. Ahora te toca a ti. Tu media hora con el plato de lentejas mientras soltabas carcajadas ha cambiado radicalmente. Pero seguro que si te acuerdas de aquel tiempo, se te forma una sonrisa en la cara.

Acaba el capítulo. Dan las 15.00 horas, y empieza el informativo. Mejor te comes el postre en tu habitación.

El poder de la peluca en The Americans

Confieso que soy fan de la frivolidad. No me gusta nada la trascendencia en el mundo de las series, por mucho que se empeñen en vendernos algo como “es totalmente real”, “encaja con el día a día”, o similares. Simplemente no cuela, no me lo creo. Pero que sea un frívolo no significa que sea estúpido, y tampoco me da por ver tonterías. Es decir, no me pongo a seguir el 99% de series españolas que existen en la actualidad. Que por suerte, para lo que hay y de la temática que son, cada vez se lanzan menos. Y sin mencionar a nadie.

Con todo lo anterior, una de las series de los 90-2000 que no soportaba era Felicity. Siempre la vi como una aspirante barata a suceder a Dawson’s Creek, y su argumento pretendía sumergirnos en una historia tan pesada que, del hartazgo que sentí, llegué a decir que Keri Russell era fea. En mi desencanto también pudo influir el que la viese obligado, ya que a mi madre sí le gustaba. Y cuando te obligan en tus años mozos a ver algo en la tele todos sabemos que eso no puede acabar bien.

Otra serie que le gustaba a mi madre era Cinco hermanos, especialmente por Calista Flockhart, con la que tanto nos reímos en Ally Mcbeal. Y a mí, como ya habréis adivinado, tampoco me apasionaba. Era otra vez la misma historia repetitiva de siempre, más cutre que las pijas que se visten con ropa con tachuelas: familia que sufre una tragedia, intentan unirse, se llevan mal, se llevan bien, hacen piña, se dispersan, etcétera, coñazo, etcétera, tedio.  Americans

Cuando me enteré de que Keri Russell y Matthew Rhys, dos actores de ficciones que no podía ver, iban a ser los protagonistas de un drama de espías, me asusté. La idea de dos rusos infiltrados en Estados Unidos durante la Guerra Fría me encantaba. Pero no podía decir lo mismo de quienes iban a ser las ‘caras’ del proyecto. Y he de decir que me han callado la boca, ya que los dos son grandes actores que han sabido reinventarse como hacía tiempo no veía. Sí, hoy toca hablar de The Americans, de la que acabo de finalizar su primera temporada.

Para los que no la hayáis disfrutado (estáis tardando), la historia va sobre dos agentes del KGB soviético que se infiltran en Estados Unidos en los 70 como si fuesen una pareja normal de estadounidenses, ya que se han entrenado hasta tal punto de eliminar su acento ruso para que no se sospeche de ellos en ningún momento. Desde su posición de vida ideal, con trabajo estable y dos hijos fruto de su relación de conveniencia, realizan misiones encargadas desde Moscú, y conspiran tan alegremente bajo el auspicio de su embajada. Los americanos hacen lo mismo, aunque el jugar en casa no les otorga toda la ventaja, debido a las grandes habilidades de los espías de la URSS. En resumen, un argumento no original, pero sí sólido.

Porque esta serie de FX ha sido de lo mejor en estos primeros seis meses de año, tan pobres en novedades en Estados Unidos. En una época en la que proliferan las (recomendables) historias de espías (Homeland, o las británicas Restless, Hunted o Spies of Warsaw), The Americans ya partía con la desventaja de poder saturar la temática. Pero su frescura, originalidad, además de su corto reparto, han contribuido a que se consolide como una imprescindible en toda serieteca que se precie. Americans2

Y sí, las pelucas también han aportado, claro. Esa faceta camaleónica de Philip y Elizabeth se ha ganado ser destacada, ya que ese ‘poder de la peluca’ ha causado un auténtico furor en Internet. Esos estilistas de la serie se merecen un monumento por transformar tan bien a los protagonistas solo con un poco de pelo falso.

Aunque, sin duda, de lo que más se benefician las tramas es de la humanidad que transmiten los personajes. Que los dos protagonistas sean agentes de la KGB no se ha traducido en que sean unos superhéroes que sobreviven a todo. Son una pareja normal que podría pasar por tus vecinos perfectamente. Y los agentes del FBI y de la CIA, que buscan pararles los pies, también son completamente normales. Solo se caracterizan por ser eficaces, sin estridencias que permiten a la ficción no caer en la típica historia previsible y sin realismo que tanto abunda.

Uno de los artífices de este gran logro es Noah Emmerich, para el que pedir el Emmy sería quedarse corto. Su papel de Stan Beeman es impecable, creíble y admirable, logrando que su personaje sea inolvidable para todo aquel que siga la serie.

A pesar de todos los parabienes, The Americans tiene un problema. Y es que no son pocos los que se empeñan en compararla con Homeland, la octava maravilla de la actualidad. Es algo que no logro entender, ya que una es a la otra lo que Bárcenas a la honradez. No casan, no se parecen en nada.

Prefiero quedarme con que cada vez hay más series (y buenas) de espías con personajes que, además de ser unas perfectas máquinas de matar, pinchar teléfonos, leer el correo ajeno, o disfrazarse como nadie, tienen historias personales conmovedoras. Obama debe estar orgulloso.

Americans

Me gusta este Juego

Admito que suelo ser uno de esos que se leen un libro conocido antes de que se estrene la peli. Sí, soy de esa especie tan odiosa que, creyendo que es su obligación, debe conocer mejor la historia que el resto antes de verla en una pantalla gigante.

Con las series me ha pasado lo contrario: he leído la historia después de ver la adaptación televisiva. Eso hice con Crematorio, la que fue, es y será la mejor ficción española de la historia, ya que leí el libro de Rafael Chirbes tras pasármelo genial con la adaptación que hicieron los hermanos Sánchez-Cabezudo. Y ahí lo dejo, porque si me pongo a hablar de José Sancho y el papel que hizo…

Volviendo al tema, hice igual con Canción de Hielo y Fuego, los libros de Juego de Tronos. Y hace unos tres meses acabé Tormenta de Espadas, el tercer libro de la saga y cuya primera parte hemos visto en la tercera temporada de la serie, que finalizó el domingo pasado en Estados Unidos. Y que, como era previsible, ha superado a las dos anteriores. O a mí, al menos, me gusta este Juego más que ningún otro.

A esto ha contribuido la consolidación como protagonista absoluta de Daenerys (Emilia Clarke), personaje preferido por todos, y a la que todo el mundo llama ‘madre’. Su presencia eclipsa al resto de una manera que no se veía desde que Messi retiró a Ronaldinho. Algo que, aunque ella disfruta porque cada vez le salen más admiradores, hace sufrir a otros.

Porque todos hemos sido en algún momento de nuestra vida Jorah Mormont. El pagafantas del mar Angosto no soporta la idea de quedarse sin la khaleesi, a la que quiere, ama, venera y desea. Pero todo esto no le sirve de nada, y sigue sin comerse una rosca. Y para rematar, van y se lo ponen más difícil (y ahí me quedo, para no spoilear). A Mormont hay que entenderle: yo tampoco querría que la ‘Madre de dragones’ fuese eso, mi madre. La querría como novia y mamá de mis hijos. Y quién no.

Jorah

Uno al que me gustaría ver en pantalla junto a Daenerys, aunque sea prácticamente imposible por el desarrollo de la historia, es a Ramsay Nieve. El papelón de Iwan Rheon es de los que jamás olvidas por todo lo que transmite sólo con sus ojos. Sólo necesita eso para dejarnos claro que es un psicópata, un sádico y un torturador que mete miedo en el cuerpo, ayudándose además de su sonrisa socarrona. Pero de esto sabe mucho más Theon Greyjoy.

El sufrimiento de Sansa, la odisea de Arya, el ‘choca esos cinco’ de Jaime Lannister, la tirante relación entre Lord Tywin y Tyrion, el amor cruel de Jon Nieve e Ygritte, la valentía de Samwell o las veleidades proxenetas de Margaery Tyrell han sido otros de los aspectos que merecen ser destacados de algunos personajes. Es decir, de los que quedan vivos, que a este paso vamos a acabar como el Congreso de los Diputados en los días previos a un puente: sin presencia humana.

Porque sí, en esta temporada, como en el libro, es en la que más personajes emblemáticos caen en desgracia. George RR Martin lo ha avisado siempre: no quiere ser predecible. Y hasta es capaz de generar una tristeza sin igual o una indignación exagerada, como pasó con la Boda Roja en el episodio 9 de esta temporada, y cuyas reacciones nos alegraron el Youtube recientemente. Y sí, repito: hay gente indignada con lo que ha pasado en una serie de ficción adaptada de un libro basado en un mundo de fantasía que recuerda a la Edad Media. Y hasta han escrito o han grabado vídeos sobre lo mal que les ha sentado una matanza ficticia. ¿Qué narices es eso? Anda que no tenemos donde elegir para indignarnos y preocuparnos. Y nos vamos a lo más trivial.

Para el año que viene queda lo mejor, y para los próximos la cosa parece que solo puede mejorar, ya que David Benioff y D.B. Weiss se están esforzando para que así sea. Y ya os aviso, desde mi experiencia privilegiada de haber leído tres de los libros. ¿Lo habéis pasado mal en esta temporada? Pues preparaos para lo que se avecina. El ‘Rosario de la Aurora’ que tanto mencionaba mi abuela cuando pasaba algo malo es una broma comparado con los capítulos de los años venideros.

Todo ello en medio de rumores de precuelas, parones de la serie, posibles reducciones de personajes, que el rodaje de la serie alcance a los libros ya publicados, o mi preferida de la retahíla: los que se empeñan en matar a RR Martin y están convencidos de que no acabará de escribir la historia. Pero, ¿por qué se va a morir? Sí, está obeso, es sedentario y no se priva de nada… Vale, igual hay razones para pensarlo, pero no tiene que ser así. El hombre sólo tiene 64 años, y hay que ser optimistas. Mientras se encuentre bien y acabe los libros, por mí como si le da al cochinillo en el desayuno, la merienda y la cena. Porque alguien que se inventa platos rarísimos para que se los coman sus personajes de fantasía, a dieta no se va a poner. Y menos aún porque se lo digan en el interné.

Un post dedicado a David Yagüe.