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El 'happy place' de las series de televisión

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‘Iron Fist’, de Marvel y Netflix, no es mala, solo un refrito de series mejores

Iron FistTodo apuntaba a que Iron Fist sería el primer gran batacazo de Marvel y Netflix, y así ha sido. No me refiero solo a esa sensación de muchos espectadores respecto a la apuesta creativa, sino a las polémicas que han rodeado el estreno de la serie en las últimas semanas (algunas incluso desde los momentos iniciales del proyecto). La crítica de apropiación cultural siempre ha estado ahí; no es un caso de whitewashing, ya que el personaje original es blanco, a pesar de la influencia de la cultura asiática, pero hay quien opinaba que la adaptación era una buena oportunidad para ajustar cuentas con los actores asiáticos. Esto cobró un matiz algo más conflictivo cuando Finn Jones, que da vida al protagonista, tuiteó sobre la importancia de la representación racial en televisión y varios usuarios le reprobaron, a lo que se añadieron sus declaraciones sobre las malas reviews de la serie; según él, Iron Fist no es para los críticos.

Lo cierto es que habríamos llegado al mismo punto sin todas esas cuestiones de actualidad; si acaso nos habríamos ahorrado el párrafo anterior, pero el balance sería el mismo, tanto para néofitos en Marvel (como yo) como para los fans consumados (quizás peor para estos). Había incondicionales de la factoría comiquera que ya guardaban recelos hacia Iron Fist, ya que no les parecía un personaje suficientemente jugoso para saltar a la pantalla, y a ello se sumaron después los de los espectadores de las series. ¿Qué tiene Iron Fist que contar? Si tenemos en cuenta que parte del sentido de las adaptaciones de Marvel era buscar una percha cultural a los protagonistas (Jessica Jones abordó la violencia sexual contra las mujeres, Luke Cage los disturbios raciales y la blaxploitation), ¿Iron Fist no sería solo un mal sustituto de Daredevil? Así es: volvemos a los dramas del hombre blanco heterosexual enfrentado a sus fantasmas.

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‘Westworld’ no ha sido para tanto, pero promete una segunda temporada apasionante

WestworldEl nivel de conversación de una serie no es sinónimo de calidad. No es ninguna novedad. De hecho, a veces es mejor para el comentario social y para las audiencias que de una serie se hable mal (es importante el factor trospidez; véanse ficciones como Scandal o Nashville). Este debate ya lo abordamos con Stranger Things, el título televisivo que más artículos e hipótesis ha generado en 2016 (con permiso, siempre de Juego de Tronos): conectó increíblemente bien con el público, pero no es lo que los críticos pondrían en lo alto de su lista. Algo similar ha ocurrido, nos guste o no, con Westworld. Es sin duda la serie más seguida del otoño, la que más teorías ha creado, en gran parte por sus estrellas y su excelente producción, y por la marca HBO. El resultado creativo, sin embargo, ha sido titubeante y repetitivo, un puzle de mil piezas deslavazadas que conectan solo en momentos puntuales y en un final de altura.

Esto no quiere decir que no haya disfrutado Westworld, en absoluto, pero lo he hecho con la idea que me dejó su primer capítulo en mente. El nuevo hit de HBO es muy entretenido, y apunta maneras de brillantez en su ideario sobre la condición humana, pero la narración es demasiado enrevesada, a veces fallida, para lo que tiene que ofrecer. Podríamos decir que Westworld es menos inteligente de lo que quiere parecer sino fuera porque también es una serie escapista para pasárselo genial. Y una propuesta muy interesante en la ciencia ficción, un género que la aclamada cadena se ha empeñado en vestir de gala, como ya hizo con Juego de Tronos y la fantasía. Jonathan Nolan, hermano y colaborador de Christopher Nolan, y Lisa Joy, sus creadores, y su equipo han hecho un trabajo original, fresco, con un universo apasionante, pero da la sensación de que tienen más claro el discurso emocional de la serie que el narrativo.

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‘Westworld’: orgías, teorías y otras polémicas de la serie del momento

WestworldLo de que Westworld es la nueva Juego de Tronos surgió como una de esas comparaciones oportunas que utilizamos los espectadores para categorizar lo que vemos y los columnistas para ayudar a los lectores a saber a lo que se enfrentan. Lo nuevo de HBO tiene ciertos puntos en común con la veterana, pero no son precisamente creativos. Es cierto que comparten la apuesta por géneros antes denostados, la fantasía y la ciencia ficción, y sobre todo coinciden en el nivel de teorización al que están expuestas, pero es mucho más lo que aún las separa. Westworld, por lo pronto, tiene que descubrir cómo encajar sus piezas. La sensación general es que la ficción de Jonathan Nolan y Lisa Joy no levanta cabeza desde su estreno, que le falta motivación y que se pierde entre las tramas scifi y western, pero aún así merece nuestra paciencia.

Por el momento, Westworld está más sometida a las expectativas del marketing y de HBO que a sus propias virtudes, y las polémicas que se abordan en los medios se sostienen también en eso, ya incluso antes de su debut. La primera de ellas es el uso del sexo y la violencia, cuestión a la que se enfrentan tarde o temprano casi todas las series de la cadena. Westworld no es una ficción especialmente violenta (y menos si tenemos en cuenta que el baremo lo pone Juego de Tronos), pero sí establece un interesante juego de poder y dominación entre los humanos y los robots que habitan su mundo. Es llamativo sobre todo en el caso de las mujeres protagonistas, algo que encuentra conexión con la actualidad. Dolores (Evan Rachel Wood) y Maeve (Thandie Newton) son víctimas de la opresión que utilizarán la violencia para librarse de ella.

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