Ayer pensaba completar los capítulos que le he dedicado al centenario de Bette Davis contándoos, como os dije, qué contaba Diego Galán en ‘Jack Lemmon nunca cenó aquí’ de la visita que la Davis hizo al festival de cine de San Sebastián, pero la muerte de Charlton Heston se coló entre medias. Hoy cumplo lo prometido.
«¡He dicho que no quiero a nadie esperando!» cuenta Galán que la Davis gritó dentro del avión cuando se enteró de que había una azafata esperándola con un ramo de flores. Estaba Galán muerto de miedo por encontrarse cara a cara con el mito. Había aceptado ir a San Sebastián porque Gregory Peck se lo recomendó. Entre las cosas que pidió: un chófer a su disposición que hablara inglés, un televisor en su habitación y 100 dólares diarios para gastos. Ningún fotógrafo podría acercarse a menos de 3 metros de ella y «nadie podía decirle cuándo abandonar San Sebastián: ella lo decidiría cuando lo estimara conveniente».
Cuenta Galán cómo la Davis se pasó seis días enteros encerrada en la habitación del hotel, recibiendo solo la visita de algunos de los organizadores. La actriz estaba entonces muy enferma (murió diez días después de abandonar San Sebastián) y necesitaba la ayuda de una silla de ruedas para desplazarse. Una silla que siempre permaneció oculta a los fans y a los fotógrafos, de ahí el especial celo que la Davis tuvo en mantener a los fotógrafos a raya. Pero aquella mujer extremadamente débil fue capaz de sacar fuerzas suficientes para pasearse delante de sus fans y realizar su última aparición pública:
«Sujeta a una de mis manos (de Galá), más bien aferrada como al borde de un precipicio, temblándole la mano, insegura en sus piececitos y bajo aquel calor sofocante, Bette Davis se agigantó como un orgulloso pavo real recuperando la legendaria presencia de sus históricas películas, trayéndonos a nuestro reducto el glamour de un cine que nos había parecido grandioso»