Viajero, periodista y emprendedor adquirido. Apasionado de Internet y volcado en el viaje más intenso que jamás había pensado: minube.com

Archivo de enero, 2012

Bucear bajo hielo

Quién me iba a decir a mí que mi bautismo submarino (o subacuático, para ser más correcto) iba a ser sumergirme bajo el agua a dos grados de temperatura y bajo el hielo. Pero así fue. Y lo hice en Andorra, en un precioso viaje rodeado de buenos amigos hace ya un tiempo.

Lo bonito de viajar es dejarse sorprender por la vida. Porque siempre hay algo que uno no se espera y que se termina convirtiendo en un momento memorable. En una de esas cosas que no se olvidan, que te marcan para siempre. En una de esas cosas que terminas contando siempre como batallitas de abuelo cebolletas.

Voy a ser sincero: a mí nunca me había llamado la atención especialmente el submarinismo. Sí, lo sé. Quien lo practica asegura que se trata de algo maravilloso y, además, una vez comienza ya no lo puede abandonar jamás. Tengo la gran suerte de tener unos cuantos amigos apasionados de la disciplina y muchos de sus viajes son exclusivamente casi dedicados a las inmersiones. Y otros que andan ahora intentando buscarse la vida con ello, como el señor Pak, perdido en algún lugar de Asia… Sin embargo, por alguna razón, a mí nunca me había motivado comenzar.

Así que, cuando en Andorra, los chicos de Diving Andorra, nos propusieron la idea de probar el submarinismo y hacerlo, para más inri, bajo hielo, pensé: «¿por qué no?». Una cosa era que no me llamara mucho y otra cosa es que no me apeteciera probar algo diferente y aprender. Y allí que fuimos. Unos cuantos blogueros de viaje dispuestos a ponernos los trajes (no de neopreno, sino trajes secos), cargarnos a la espalda las bombonas y tirarnos, de espaldas, al agua helada en un entorno maravilloso y nevado a nuestro alrededor.

La experiencia, en lo personal, fue fantástica. Sí que es verdad que algunos de mis compañeros tuvieron ciertas filtraciones que les helaron el cuerpo y lo pasaron un poco mal (si no, que se lo pregunten a Flapy) y que había otros expertos buzos que lo disfrutaron enormemente, como Ignacio Izquierdo o Carlos Olmo.

Lo pasé en grande, pese a que me costaba mucho aprender a moverme bajo el agua y no me acostumbraba a aquello de no tener el control total sobre mi cuerpo. Eso sí, he de reconocer que, pese a que lo disfruté, no terminé especialmente motivado para que me apetezca lanzarme ahora a bucear de verdad, en el mar.

Lo más extraño de la situación es pensar que, claro, uno suele bucear con el objetivo de ver flora y fauna fantástica en un entorno totalmente diferente al que uno se mueve y, obviamente, este no era el caso. Ahí no había más seres vivos que nosotros. Pero una cosa sí que teníamos: unas vistas curiosísimas al mirar para arriba y observar ese agujero en el hielo, cual esquimal dispuesto a pescar su comida del día, por donde teníamos que volver a salir.

Puedes ver el vídeo que grabamos por allí en minube.tv.

 

minube.tv: blogueros en Andorra en minube.

A vista de pájaro

Una de las cosas que más me gusta siempre que voy a una nueva ciudad, independientemente de que sea la primera vez que la visite o no, es subirme a lo alto de alguno de sus edificios emblemáticos. O de un buen promontorio, si es que lo tiene. Tener una vista de pájaro de la ciudad me ayudad a orientarme. A saber dónde estoy y a saber algo más de la ciudad.

Por alguna razón, los tejados de las ciudades dicen mucho. Y su estructura. Sus calles. El color de la ropa de la gente, incluso, visto desde un punto de vista cenital, te hace también sentir algo más concreto de ese sitio. Como que fuera más tuyo.

Ya puede ser lo alto de una montaña en la bella noruega, con vistas a los maravillosos fiordos de la emblemática localidad de Bergen.

O la siempre acogedora Berlín en alguno de sus muchos puntos de observación.

Y si no Londres, una de mis ciudades favoritas, desde lo alto del London Eye en un precioso atardecer.

Será por mundo y por sitios altos a los que subirse…

 

Amberes, la ciudad de los diamantes

Un viaje no es lo mismo si no estás acompañado por otros viajeros y amigos. Y eso es lo que pretendo hacer también con este blog, dar un espacio donde otros viajeros cuenten sus experiencias. En este caso se trata de Analía Plaza, una viajera incansable a la que le gusta patearse las ciudades europeas y de las que saca todo el provecho posible a base de robarle tiempo al sueño. Nos conocimos precisamente porque en uno de mis viajes ella me propuso algunos rincones que visitar en Amberes, ciudad de la que os habla con detalle en este post. Analía, tu túrno:

Analía Plaza, viajera:

Gracias Pedro, pues vamos a ello. Bélgica es un país pequeño (aunque bastante complicado) y precisamente por pequeño se ha puesto  de moda turísticamente. Con cuatro ciudades bonitas y a poca distancia entre ellas, es fácil vender la idea de “te ves un país entero en una semana”. Y aunque generalmente el orden de prioridades va de Brujas a Bruselas, luego Gante y luego Amberes, si queda tiempo, siempre he defendido que Amberes es la verdadera joya del país y que nadie que viaje a Bélgica debería perdérsela.

El año pasado viví allí gracias a una beca Erasmus y me entristecía ver a grupos de turistas españoles llegando a Amberes en plan última hora para ver la plaza del mercado (la Grote Markt que, por otro lado, es igual que cualquier Grote Markt belga) y volverse a su hotel en Bruselas sin haber degustado nada más de la ciudad. Por eso, por si alguien tiene pensado ir, este elogio (personal) de Amberes.

Amberes mola

Partimos de la base de que Bélgica es un país reciente (se unificó del todo en 1830) y, por su influencia francesa por un lado y holandesa por otro (y alemana por el tercero y europea en general en Bruselas ), su identidad cultural es complicada. Les preguntas a los belgas qué había allí antes de la UE y les cuesta dar una respuesta convincente. Una investigadora nos dio en la Universidad una charla sobre ‘food studies’ (en Bélgica se están llevando a cabo bastantes estudios sobre comida e identidad cultural) en la que contaba cómo, hasta hace no muchos años, todo lo que tenía Bélgica culinariamente era importado de Francia. Así, tuvieron que potenciar productos como las patatas fritas (dicen que fueron ellos quienes las inventaron) y los mejillones para construirse un estatus gastronómico propio (la cerveza, otro de sus puntos fuertes, sí es real). Hay bastantes estudios y teorías diferentes y no seré yo quien me ponga a ahora mismo a hacer ciencia sobre ello, pero tal y como lo contó tenía bastante sentido. Sobre todo, conociendo un poco el país.

El caso es que dentro de toda esta indefinición belga está Amberes. Los que viven en Amberes se sienten realmente orgullosos de su ciudad. Recurro como siempre a lo que pone su guía Use-It: “Danos una oportunidad. Probablemente, pensabas en Amberes como una parada corta entre Amsterdam y París… pero somos mucho más divertidos (…). Refiérete a Amberes como LA CIUDAD (como no hay otra en Bélgica). ¿Por qué? Estamos orgullosos de dónde vivimos. Muchas veces decimos que el resto de Bélgica es simplemente aparcamiento para nosotros. Nos consideran snobs. Tienen envidia, pero, ¿qué le vamos a hacer?”.

Las tres patas de Amberes

Si ya te he convencido para que vayas a Amberes (bien dentro de un viaje a Flandes, bien de escapada de fin de semana), puedes seguir leyendo sobre los tres elementos sobre los que se vertebra la ciudad y los sitios que, creo, no deben faltar en una visita.

La moda. París, Londes, Milán, ¿Amberes? La ciudad cuenta con una prestigiosa Escuela Superior de Moda de la que salieron en su momento los ‘seis de Amberes’, y que han dejado una huella importante. De la Grote Markt al barrio Zuid encontrarás un montón de tiendas no convencionales: diseñadores emergentes, espacios multiusos (me gustaba el Ra13), segunda mano (me gustaba visitar Episode y comprar en Think Twice). La calle clave es Kammenstraat, pero lo mejor es pasear y callejear por todo el barrio. El museo de la moda organiza también exposiciones muy interesantes. Cuando yo estuve, vi una de sombreros de Stephen Jones. Espectacular.

Los diamantes. Parte de la industria de Amberes está basada en el diamante. “¿Sabías que Amberes concentra el 85% de la producción mundial de diamantes en bruto? ¿Que Amberes tiene 4 bolsas, más de 1.500 empresas, 350 talleres y varias escuelas donde se enseña el arte de pulir diamantes?”, explica Flandes.net. También resumen el origen: “en Amberes se encuentra una de las comunidades judías más importantes de Europa. Y fueron precisamente los judíos quienes iniciaron aquí el negocio de los diamantes, actualmente de gran importancia”. Como no me gustan los diamantes (de momento), esto me lleva a otra de las importantes patas de la ciudad: la multiculturalidad. Además del imprescindible barrio judío (empieza en la estación y termina en el Stadspark), hay un barrio chino, una zona marroquí (Carnotstraat), una plaza (Sint-Jansplein) tomada por los portugueses y, la plaza de la Estación, como punto de encuentro de unos, otros, belgas y viajeros que llegan en tren.

El puerto. El puerto. El puerto. Gantes y Brujas tienen canales. Son muy románticos pero a mí me terminaron aburriendo. Amberes tiene un enorme río (el Escalda) y un puerto donde he pasado algunas de las tardes más geniales de mi vida. Todo el día con que en Madrid no hay mar y yo decía: tampoco es para tanto. MENTIRA. Tener puerto, poder escaparte allí las tardes de primavera, oler a mar, que a tu alrededor haya gente tocando la guitarra, el paisaje industrial de la refinería de fondo… Incluso, entrando por la parte norte de la ciudad, lo suyo es adentrarse en el que fuera típico barrio marinero que hoy en día es barrio rojo (era un barrio de marineros y prostitutas y los vecinos, aprovechando algunos vacíos legales, encontraron la solución al problema; es muy parecido al barrio rojo de Amsterdam). Es también la zona trendy de la ciudad, gracias a la apertura del museo MAS (un poco el Guggenheim belga) y de muchos restaurantes y bares apañados por la zona. Lo mejor: comprar una cerveza y sentarse en la plataforma. Que sea cerveza belga. Hablaremos de ella en otra ocasión.

Hasta entonces, si os interesa seguir descubriendo qué ver en Amberes, o conocer más detalles curiosos de la ciudad será un placer ayudaros. Gracias Pedro, buen viaje! 😀

Lugares insólitos: las Bardenas Reales

Comenzamos el año abriendo una serie que espero ir completando poco a poco. Va a ser de lugares insólitos. De sitios lejanos o cercanos, da igual, que parecen ubicados en un lugar que no era para ellos. De rincones que parece que alguien ha pegado en un determinado punto geográfico pero que no parece que debieran estar ahí.

Y el primero va a ser las Bardenas Reales, en Navarra. Tuve la suerte de estar por allí hace unos meses en un viaje inolvidable; un minubetrip rodeado de amigos, con Txema León, Víctor Gómez, José Luis Sarralde y Alberto Bermejo, que podéis ver por aquí (un recorrido por parte de la Comunidad Foral, de norte a sur, que concluyó en este maravilloso paraje).

Navarra de norte a sur from minube on Vimeo.

Bardenas Reales es, ni más ni menos, Reserva de la Biosfera. Y se lo ha ganado. Pero, sobre todo, es uno de esos sitios que te sorprende enormemente cuando lo visitas, porque no te esperas que esté allí. Aunque lo sepas. Al menos, a mí me pasó. Me pareció un sitio insólito.

Generalmente, cuando uno piensa en el norte de España, siempre piensa en frondosidad. En verde. En praderas. En bosques. En montañas. Y cuando uno piensa en Navarra, también. Sin embargo, este sitio no es así. Ni mucho menos. Es un desierto. Un desierto magnífico. Excepcionalmente bello.

Nosotros tuvimos la suerte, además, de poder recorrerlo en Segway, en una expedición de cuatro horas que fue una auténtica maravilla, con su paradita y aperitivo de por medio.

Los paisajes son totalmente maravillosos y hay decorados que parecen de película. Y que lo son. Para los más cinéfilos, hay pocas cosas tan chulas como encontrarse allí mismo el «dudoso bar de carretera» original en el que se filmó la divertidísima y surrealista joya de la comedia española «Airbag». «Qué pofesional». Uno no tiene claro si está en Marte o en pleno oeste americano.

Geográficamente, se encuentra en el sudeste de Navarra, lindando con Aragón.

Uno de esos rincones que no puedes dejar de visitar si buscas algo auténtico.