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Poner un pie delante de otro nunca tuvo tanta trascendencia.

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No todos somos el chico de Dolce&Gabbana

– ¿Has visto el anuncio del mozo que corre de Dolce&Gabbana?
– No…
– Cariño ¿por qué no corres como el chico de Dolce&G…
– Mujer, yo corro como corro.
– Ay, qué bien le quedan esos pantaloncitos cortos. ¡Cómprate unos y tira las mallas de lycra! ¡Por favor!

¡Basta! ¿Pensabas que empezar a correr te iba a situar en el olimpo sexual a ojos de tu pareja?

De acuerdo, tampoco levantamos los pies al correr como Adan Senn en ese anuncio grabado en un fabuloso escenario romano. Ni braceamos así ni tenemos esos horribles bultos donde muchos corredores tenemos pelo o un par de vueltas de ‘ternura de invierno’.

¿Realidad o irrealidad?  ¿Qué hay de malo en tener las piernas más rechonchas?

El mundo runner contraataca

Argumento: Correr así no es efectivo en las largas distancias. Lo más parecido que conocemos con esa agilidad de felino es la zancada de Mo Farah o el impulso casi irreal de Usain Bolt o de nuestro Angel Rodriguez.

No debemos volvernos locos con la comparación taxonómica, esto no es el seminario de Biología III. Nuestras habilidades son más… una combinación de deslizamiento económico, una resistencia digna del hormigón armado, la eficiencia metabólica de diez mil camellos y un vello que nos protege de los crudos inviernos del Yukon.

Pero ¿nos matará la estética?:

¿Crees que tenemos que mejorar o cada uno debe ser uno mismo?. O nos decantamos por una estética personal apartada de las modas cíclicas, que va a ser que no, o habrá que reconocer que muchas veces nuestras parejas tienen razón.

Este mediodía comía en un restaurante al que habían acudido a tomar el último canapé de mediodía dos super-trail-runners. El chándal de gomilla al tobillo, negro integral, la mochila verde chillón, las Salomon naranjas y unas gafas de sol de idéntico tono como diadema, la barba de cinco días… ¿no estamos demasiado mimetizados con alguna campaña?

Siendo razonables, el look de deportista sanote del mozo de D&G es más discreto, camiseta fuera y pectorales al viento. Pantalón corto y arreando.

Contentémonos con que tampoco es frecuente que un ejemplar así salga de los millones de cruces y apareamientos entre humanos.

¿Conoces tu a alguien que corra y esté así de cañón?

¿Me cambio de deporte, cariño?

¿Dónde está el límite?

No sé si fue antes el huevo o la gallina. Qué vino antes, si la pregunta y después el amigo Josef Ajram con su oleada de WITL, o si la ecuación se construyó de derecha a izquierda. En cualquier caso, muchas veces te habrás preguntado donde está tu límite.

Límites hay múltiples en el mundo del ejercicio, o del correr. En mi teoría de barra de bar colocado maliciosamente en el kilómetro 24 de un maratón se me ocurren, al menos, tres:

Límite agónico. El esfuerzo y hasta qué punto debe llegar en intensidad. En este cubo entran las razones médicas y fisiológicas. También la capacidad de asimilar el entrenamiento, de vomitar ácido láctico, del bocasangre que medio inventó Antonio Alix en aquellas parrafadas de internet.

¿Cuánto de esto se debería llegar a consumir como sustancia adictiva? ¿Incluimos mucho de entrenamiento agónico en nuestro presupuesto de deportista recreativo? ¿Hay incluso alguna moralidad dentro de a qué ritmos debemos correr? Como podemos ver no se nos ocurren más que desvaríos y preguntas. Cada uno corre a todo lo que da cuando le da, como sentenció uno que conocí.

Límite de razonabilidad. La sociabilidad del correr, la relación con el entorno familiar, la amistad, la posibilidad real de que comience a ser un problema o siga siendo esa fantástica herramienta de compartir ratos con gente.

El mes pasado intercambié un simpático cruce de tweets con unos amigos de México en el que me decían que «esto» no era un hobby sino un modo de vida. Coloquemos las barreras donde nos guste más. Siempre siendo conscientes de dónde termina nuestro límite y dónde empezarían los de los demás.

Creo que se me entiende.

Límite en extensión. Suelo poner esto muy entre comillas. La distancia que nos empieza a parecer suficiente o descabellada. En una primeravera normal una persona puede ver suficiente que se corran dos medios maratones, cuatro carreras de 10km de modo intenso, o tener dorsal para cuatro maratones y dos ultra trails. Habitualmente se asocian unos años de experiencia a unos kilometrajes límite.

Autocrítica; presunción o veterana habilidad. De aquí a la mitad del año tengo programados 70km para el sábado que viene. En Abril, el Rock’nRoll Madrid Maratón, quizá una de 50km por las llanuras manchegas con los chicos de Coriendoporelcampo. En mayo un maratón campestre informal y, en Junio, 80km con 7000 metros de desnivel por el macizo de Peñalara. ¿Es excesivo? ¿Irreal?

En la primera de las mencionadas definiciones de límite, para nada será agónico. En ninguno de los kilómetros que recorra iré siquiera a tope, ni a unas pulsaciones tales que me resequen la garganta u opriman el pecho. Me gustaría mantener el límite agónico lo más lejos  de mi historial clínico, hasta ahora inmaculado.

¿Razonable? El 100% del tiempo está acordado con mi familia. Ninguna de las carreras interfiere mi sociabilidad. Al contrario, la aumentan. Se basan en el hecho de salir a correr con alguien para ser realidad. Muchas de las carreras se harán por la noche mientras mi familia duerme. En ninguna de ellas quedaré cojo o lisiado como para impedirme la vida normal al día siguiente.

¿Demasiados e innecesarios kilómetros? Podría ser. Podría correr pruebas urbanas como ya hice en su día. Podría jugar a divertirme dominando la bonita distancia de los 21 kilómetros, corriendo en progresión o acompañando a algún camarada novato o a mi mismísimo padre. Podría apuntarme a algún ekiden de relevos o a crosses universitarios en los que un amateurismo sano y escolar te rodea y reconforta.

Podría. Pero miraría por las ventanas de casa o del coche y sentiría como se me escapan los secretos de ese camino que se aleja serpenteando por la colina.

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Foto: Steven Lane. The Columbian.

¿Qué cocino para estar en forma? Un deportista, un gourmet

Un corredor recién llegado a casa es una bomba de relojería. Salvo superdotados que ya vienen pidiendo alubias con morro desde el momento del calentamiento, traemos poco hambre. Pero ¡ay luego! Lo normal es que pasen unos minutos mientras el estómago se relaja y, pasado el rato, el cerebro vuelva a las funciones básicas.

Comer, personalmente, me encanta. Y el guisar. Cocinar es un placer que me proporciona un resultado casi inmediato (sí, comer).

Aunque es cierto que no todos llevamos el tripeo tan anclado al ADN. Unos se mantienen con un sandwich y otros menú de polígono industrial; unos inhalan pasta porque lo han leído y mamado en su clan deportista, otros cenan un vaso de leche y unos cereales.

Como tercera pata está el cajón de sastre del entorno social: la cuestión del tiempo, la monoparentalidad, la soltería, la educación en los años de ‘macarronescontomate’, los apasionados del Nutricionista, de Sergio Fernández, o de Jamie Oliver. Tenemos hasta chefs corredores como Paco Roncero.

Abreviando.

¿Qué tipo de corredor-comedor eres?

(a) ¡apartarse humanos que me como lo que me pongáis a menos de un metro¡

(b) yo vivo en una comida de la pasta maratoniana eterna

(c) me como lo que me ponga mi mujer

(d) soy un microorganismo alcalófilo, me alimento lamiendo extremos de baterías y pilas AAA

Pues bien. Teniendo en cuenta la falta de tiempo, entrenamiento y maña a los fogones y hasta temple para ver cómo se reduce una salsa, esta es la propuesta de hoy: hidratos, restos de guisos anteriores que todos tenemos en la nevera, alcohol (el anti inflamatorio natural) y jamón del bueno.

Aparta, Gordon Ramsey. Que viene un «risotto Joselito versión runners». Básicamente lo que los un amigo mío de Murcia llamaría arró pringoso de estudiante con prisas.

Tiempo de elaboración: 30 minutos
Dificultad: apta para el más muñones
Ingredientes:
Dos tazones de arroz bomba
3/4 de litro de caldo del estofado que sobró anteanoche (o de tetrabrik, caldo de carne, en su defecto)
un vaso de cava (o una cerveza a medias)
un puerro (o puerro o puerro, no hay opciones)
50gr de jamón
20gr queso viejo
1 diente de ajo

En una sartén honda, sofreir bien el puerro. Añadir el ajo picado.
Rehogamos el arroz para que vaya cogiendo aceitillo. Añadimos la mitad del jamón troceado muy pequeño.
Echamos el cava y dejamos 3 minutos para que el arroz vaya chupando.
En dos o tres tandas, lentamente, añadimos el caldo. Removiendo y a fuego lento. Echamos el resto del jamón picado.
En aproximadamente 18 minutos tuve listo el invento meloso. Pero depende de cómo sea el recipiente y de cómo vayais moviendo el risotto.
Rallar el queso encima de la misma sartén. Si eres un miembro del Frente Anti Queso Rallado Sobre Todos los Platos (FAQRSOTP), elude este último paso.

Y a la mesa. Espectacular con un buen vinazo (en mi caso Juan Gil, monastrell). Pero el reciclado de un caldazo de estofado (con algunos tropezones) lo requiere. Además, cuento con la aprobación teórica del especialista Víctor de la Serna.

Sorry, vegetarianos: Siempre podéis sustituir el jamón por – por ejemplo – brécol en láminas a la parrilla.

¿Cual es vuestro recuperador natural de las fuerzas perdidas?

¡A los fogones! (Qué mala rima tiene esto)

¿Pesar de más o pesar de menos?

 

Corremos. Volvemos a la comodidad de casa o del gimnasio. Antes o después de la ducha, antes o después de desayunar. Antes, me atrevo a asegurar que siempre antes, de tuitear, de volcar los datos del gps a los sistemas y las redes sociales, paso por la báscula.

Necesitamos confirmación. Hay una obsesión declarada que lleva a montoneras de cuerpos a confesarse directamente con su dios. Qué coño, Dios, con mayúsculas. Ese monoteísmo coloca a muchos deportistas, desnudos, con un nudo en el estómago, a comprobar si:

(a) correr es útil como solución al peso

(b) el peso será una incómoda interferencia al correr

Pero correr no es la solución final de la ciencia de la nutrición. Muchos son capaces de dejar de comer tal o cual cosa con tal de que los dígitos o la aguja que gira como una loca sobre fondo metálico nos alegren la jornada. El mérito de esa religiosidad es, me parece, seguir con ella cuando uno ha pasado del sedentarismo a la actividad total. Aunque tiene tanto de mérito como de inconsciencia y mucho de los errores que después se consultan a entrenadores, fisioterapeutas o a ese amigo que os escucha se sustenta en una ciega creencia: si como menos, peso menos. Estoy más fino, ergo rindo mejor y vuelo sobre mis zapatillas.

He visto de todo durante estos treinta años montado en zapatillas: corredores a dieta de caldo de verdura que creían en sus beneficios un mes antes de un maratón, corredores que no probaban el azúcar y se echaban sacarina, corredores que se purgan semana si semana no (en la que no, no pueden más y se abandonan a la bollería), algunos incluso a dieta de no-sexo. Y todo por ese minuto.

El running ayuda. Mejora. Afina. Elimina los excesos de la ‘otra vida’. Adelgaza y sobre todo machaca la caloría sin misericordia.

Claro que podéis tomaros esta opción vital con la intensidad que os apetezca. La motivación y las libertades individuales os impelen a ello. Sois libres de hacerlo. Corred porque esto, incluso, os hace más libres. No existe un precepto en la declaración universal de los derechos humanos (DUDH) sobre los patrones de alimentación (corro a comprobarlo antes de que me partáis a palos). Salvo la moción ética de que todos peleamos por alimentos en el planeta y que una cuarta parte del mismo accede de manera escasa a estos.

Me diréis que la misma OMS remarcó que casi 3 millones de personas perdieron la vida en 2012 por enfermedades directamente derivadas de sobrepeso y obesidad. Al contrario, casi 900 millones de personas viven en la subnutrición. Gente que mataría, si tuvieran energías, por desechar un bocadillo o dos pasteles de esos que miramos mal desde nuestra perspectiva de corredores.

Trotad. El artículo doce de la DUDH dice que «Nadie será objeto de injerencias arbitrarias en su vida privada… » y os defenderá a capa y espada ante discursos aleccionadores.

Pero recordad que, mientras repasamos la hoja excel donde anotamos la evolución de nuestro peso de combate o descargamos los datos de consumo de calorías se están escribiendo párrafos como este:

Cada día, millones de personas en el mundo ingieren tan sólo la cantidad mínima de nutrientes para mantenerse con vida. Cada noche, cuando se acuestan, no tienen la certeza de que tendrán comida suficiente al día siguiente. Esta incertidumbre acerca de cuándo comerán de nuevo se llama “inseguridad alimentaria”.

Y es que es 2013 para todo. Para la más alta tecnología al servicio del ocio y el deporte. Para la crisis alimentaria mundial. Para nuestro plan de afinar el rostro y encarar la próxima rebaja de tiempos en maratón, 10km o dos millas. Para la conciencia del reparto.

El hombre moderno sigue siendo esa especie débil de entendederas e influenciable por un espejo cóncavo deformante: su ojo.