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Poner un pie delante de otro nunca tuvo tanta trascendencia.

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¿Qué tiene de especial el maratón de Nueva York para ser premiado?

Hoy la fundación que entrega los premios Príncipe de Asturias, el príncipe que mañana ya no lo será, premia a esa ciudad que se levantó un día de otoño sufriendo los efectos del bestial fenómeno climático del Atlántico. Las redes sociales arden: los aficionados al correr y al espectáculo, aplauden que, por fin, el entretenimiento rey de la década destrone a Casillas o Xavi. Entre tanto rechinan los aficionados a otros deportes o a premiar a los líderes de la imaginería deportiva. Los Javier Gómez Noya, Mireia Belmonte, quedan fuera de la ceremonia de premios.

¿Qué posee ese evento deportivo como para que haya despertado la mayoría de los votos del jurado?

Entenderemos mucho de ello si nos remontamos dos años escasos. La fecha de 4 de noviembre de 2012 pasará a a historia como el domingo en que no se celebró el Maratón de Nueva York. La tormenta atlántica Sandy dejaba la ciudad arrasada. Más de cuarenta muertos y millones de habitantes comprobaban la debilidad de sus infraestructuras. En Hoboken, Nueva Jersey, había tal balsa de agua que podría sepultar cien ballenas. Una semana más tarde, en pleno preparativo para la carrera, aún había colas a pie para poder llenar una garrafa con la savia que alimenta el árbol yankee: la gasolina.

El ‘momentum terribilis’ neoyorquino ponía a prueba la capacidad de reacción de la ciclópea maratón. Tanto de cara a la ciudad como al resto del mundo deportivo.

Y es que se trata de más que una prueba deportiva. Son cuarenta o cincuenta mil corredores, atravesando el icono del desarrollo occidental de todo el siglo XX (antes de que los Dubais y Shanghais levantaran la cabeza aún más alto). Un espectáculo que fuerza al alcalde a considerar que la ciudad necesita todos los recursos posibles para hacerla realidad.

Cortar la circulación de ocho millones de habitantes es poner una fiesta deportiva a los pies de una urbe. Al tiempo, un espectáculo televisivo y global que debería no romper el espíritu de la carrera.

En la edición de 2012, repasemos, los riesgos eran evidentes. Aparte de calles inundadas, lineas de metro cortadas por los desperfectos y un sistema metropolitano completo cogido apenas por alfileres, había más actores en juego. Los mismos que dan la verdadera dimensión de este maratón.

Todo no es apuntalar lo derribado por vientos de cien kilómetros por hora o drenar vaguadas donde se podrían disputar pruebas de remo olímpico. Las ciudades se han sobrepuesto a condicionantes similares. Más aún las ciudades pujantes del globo. Cuentan con los mejores medios y en días la tecnología es capaz de ganar terreno a la naturaleza, como siempre ha sido. Hay otros condicionantes. Dicen que más de 350 millones de condicionantes.

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El club.

El New York Road Runners Club (NYRRC) es una organización que desde 1976 mueve miles de visitantes a la ciudad bajo la excusa de correr la distancia mítica de los juegos olímpicos. Cientos de miles de corredores optan cada año a los dorsales que dan derecho a atravesar Brooklyn, Queens, Manhattan y Bronx en mitad de una vorágine de público y símbolos de la civilización occidental.

En 2012 había 42.000 plazas a disposición de cuantos quisieran contribuir al dinamismo de un evento que deja en la ciudad de NY un negocio estimado de 350 millones de dólares. El pastel es de tal calibre que Michael Bloomberg, dueño del imperio de la información financiera con su propio nombre, sostuvo la celebración de la prueba hasta escasamente 48 horas de su teórico inicio.

Los corredores viajan hasta Nueva York  optando a los paquetes que se adjudican por todo el planeta. Repito. Todo el planeta. Probablemente estemos hablando de un evento que en 2013 acogía a más de cien nacionalidades. La carta para que un deporte sea olímpico dice que deberá ser practicado en 75 países en categoría masculina. Sobran las comparaciones.

Ha sido el motor de esa gran expansión del mundo del correr. Desde las hazañas que tuvieron en vilo a los norteamericanos en los juegos olímpicos de los años setenta, la ‘gran manzana’ tomó el testigo de popularizar el deporte más sencillo del mundo. Su salón de la fama está cimentado en las leyendas con los apellidos más conocidos del correr: Shorter, Salazar, Waitz, Krinstiansen o Seko. Y el crecimiento derivaría en más capacidad de inversión. Desde Chase Manhattan Bank hasta los años más recientes, la bola de nieve solo hacía una cosa: crecer.

Todo corredor quería ir, una vez en la vida, a su Meca. Si no corrías en NY te quedabas sin argumentos cuando hablabas de tu afición en la oficina. Si alguien quería tirar el dinero contigo, ¿por qué no regalarte un viaje con dorsal?

¿Deriva su poder en la inversión empresarial en la ciudad?

El articulista Chris Smith encarnaba desde la revista Forbes a los que defendían la postura de que los 350 M$ no lo eran todo. Era justo después de aquel «fuera máscaras» del otoño de 2012. Es más, aseguraba, “se verán disminuidos por los efectos devastadores de Sandy”, apuntaba, preguntándose si la ‘morale’ del ciudadano que pelea por que las bombas de la NYPD y NYFD puedan drenar su calle estaría para salir a hacer negocio con los potenciales 2 millones de espectadores.

Fue una mala semana para meterse en embolados. La inauguración del estadio de los Brooklyn Nets también quedaba afectada por la tormenta devastadora. Como escribía el periodista Jacobo Rivero, el revivir ‘pijo’ de la época de los Dodgers a los Nets. Recordemos que suponía el estreno de la franquicia de New Jersey a un distrito con una densidad de población tres veces mayor que la de Madrid. Una inversión de 1.000 millones de pavos en el pujante Brooklyn, barrio de-popular-a-clase-media-alta y que acercaba a la ciudad de los Knicks su segunda franquicia de la NBA, el mayor espectáculo del mundo.

Maldita Sandy. El alcalde Bloomberg había tenido que envainársela porque, si no se podía coordinar con seguridad a veinte mil personas en un recinto cerrado, mal se podría asegurar la comodidad de 40.000 corredores y otros tantos acompañantes que buscan alojamiento, consumen bienes y corren por cinco de los ‘boroughs’ de la ciudad.

El multimillonario alcalde de NY veía como se le multiplicaban los enanos en su circo particular del ocio y deporte. El domingo jugaban los Giants (NFL) su partido contra los Steelers en un MetLife Stadium que no había sufrido daño alguno pero con las conexiones en transporte público todavía tocadas en todo el estado de New Jersey. Todo en mitad de un estropicio que mantenía a millones de personas sin electricidad o que, el Domingo 4 por la mañana, aún tenía el 38% de las gasolineras del entorno sin combustible.

Bloomberg no había renunciado a ser ese alcalde Demócrata en 2001 o a los trinos de gloria del Partido Republicano en 2007 para convertirse en un damnificado. Este carácter de alcalde independiente y casi medieval era el sucesor del duro ex fiscal anti narcóticos Ralph Giuliani, que también adoraba a su manera al maratón más famoso del mundo. Era un guiño histórico; el halcón judío que pasa a gobernar con mano de broker el legado del fiscal italiano. Giuliani se había convertido durante la crisis del 11-S en la imagen pública. El huracán Sandy dejaba un escenario de terror (las primeras estimaciones hablaban de 90.000 millones de dólares en daños) y sesenta muertos.

Una delicada situación a escasos días de las elecciones.

Patrocinadores.

¿Cuentan otros deportes con este sustento tan feroz? ¿Podría alguno de los deportistas no premiados, Mireia, Javi Gómez Noya, hacer lobby de tal manera? En la ceremonia de entrega de premios en Oviedo todos irán de smoking. Mary Wittenberg, la CEO del club de corredores de Nueva York, no lucirá patrocinadores en su gala pero hay chaqués que relucen más que otros.

Más ejemplos. Volvamos a 2012.

La imagen de muchos estaba en juego. La del patrocinador principal, sin ir más lejos, empezaba a quedar en entredicho. ING, uno de los bancos más internacionales, acababa precisamente de ver cómo su competidor en el muy ético mundo financiero holandés, Rabobank, había decidido retirarse del patrocinio del mundo del ciclismo.

ING tiene que contestar las voces que saturaban la web de la prueba dos días antes de celebrarse todo un maratón de Nueva York. En un escenario de crisis, el sponsor principal no podía contribuir a una fiesta mientras miles de vecinos estaban pasando dificultades. ING era el patrocinador principal de la carrera desde 2003 y tenía firmado un contrato que se renovaba anualmente por valor de entre dos y tres millones de dólares.

El binomio NYRRC-ING anunciaba velozmente que donaría 500.000 dólares para ayudar en los trabajos de recuperación más inmediatos. ¿No es este carácter solidario una razón más que poderosa para vender la imagen responsable de una empresa? Quizá también esto sea premiado por la Fundación Príncipe de Asturias.

Al mismo momento Businessweek filtraba las más crudas reacciones de una opinión pública dividida. Las redes sociales, el gran enemigo de las corporaciones verticalistas, machacaban sin piedad desde ambos flancos, los clientes del maratón y los potenciales afectados por ella.

¿Por qué debería celebrarse una maratón que es prácticamente un desfile civil, mientras todavía se están recuperando cuerpos de ciudadanos fallecidos? Ciudad ciclotímica como pocas, Nueva York representa el extremo del sentimiento de ciudadanía para la fiesta y para el duelo. Si Sandy hubiera golpeado la costa este apenas 200km más al sur, mismamente, el escaparate del maratón estaría siendo un ejemplo de superación corporativa y de solidaridad del mundo del deporte, sin ir más lejos.

Aún así, muchos, los que habían viajado y los que habían entrenado, sintieron que le debían algo a la ciudad que los acogía.

La gente tomó las calles, a pesar de todo.

Sólo NY es capaz de generar estas sinergias. Añadiremos Boston, probablemente, por el carácter también cruel y catastrófico de su edición de primavera, marcada por los ataques terroristas. Alrededor de Central Park, la habitual meta, miles de corredores rindieron homenaje ciudadano a la carrera, a la ciudad, a los afectados por el tormentón atlántico.

Probablemente estas sean razones que el jurado del Príncipe de Asturias haya tenido en cuenta.

O probablemente no. Pero nunca lo sabremos.

 

On the run; cómo hacer televisión con tu hobby

Encontramos en la red un magazine hecho con simpatía -simpatía norteamericana- llamado On The Run, que ha sido elaborado y subido a Youtube por el club New York Road Runners. Este club (conocido también como el NYRRC) cuenta ya con 55 años de antigüedad. Es parte de la historia de este deporte: correr.

Puesto que ayer se disputó el ING New York City Marathon, qué menos que ver los tres bloques que han dedicado a este evento de eventos. Reserva un rato de tu tiempo. Bocata, cerveza, palomitas, sofá y manta.

– Bloque 1.

– Bloque 2.

– Bloque 3.

Running USA. La tierra prometida

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Hace unos cuantos años me entretuve echando cuentas sobre los maratones de medio mundo. No sólo mirando la cantidad ingente de corredores que participaban (esto ya es más común también en España) sino cómo se corría.

Calculé los tiempos de media que tardaban los puestos porcentuales 10, 30, 50 y algunos otros. En general, la conclusión era esta: salvo un reducido grupo de un primer 20 o 30%, el corredor de maratón (y distancias más cortas) aparecía en las clasificaciones con unos ritmos muy suaves. Yo vivía acostumbrado a darme palizas a ritmos más serios. De todos modos, entendí que era lo que en los primeros años se llamaba jogging, luego pasó a ser fun running. En fin, quien haya viajado un poco por Europa o los USA (más recientemente también en Asia) verá que la participación estándar es disfrutona.

Hay varias causas, entre las que destaca la cuasi igualdad de mujeres y hombres en meta (ronda el 40 o 50%), o la seriedad del concepto de deporte-salud frente al deporte competición (insisto, salvo la parte de muy delante de las carreras). Colócate un dorsal y asoma por una carrera de 21km por Philadephia con tu cara de hambre, tu cráneo y patas depiladas y tus tiempos cercanos a los 15km/h y estarás cerca de los trofeos.

El boom del correr arremetió contra la sociedad occidental de manera definitiva y para quedarse después de la victoria del estadounidense Frank Shorter en los Juegos Olímpicos de 1972, en Munich. Esto hizo que el americano medio fuera muy receptivo a una moda que difundieron los medios (¡quién no recuerda a aquella gloriosa Jane Fonda!) y que lanzó a todo hombre blanco a la calle o el parque.

Pero no es lo que tenía ganas de repasar ahora.

Estoy mirando en este paraíso estadístico las cifras medias absolutas de las carreras en Estados Unidos. Como cálculo en bruto (total corredores vs total tiempos), no hay muchas diferencias entre carreras de maratón.

Por ejemplo. El exigente y calificatorio Maratón de Boston tiene unos 21.000 entrados en meta. De las 2h04 del vencedor al último corredor, que participa pasando una calificación previa por tiempos, resulta un tiempo medio de 3h50. Con la principal sección de tiempos (más de 8.000 corredores en 2011) entre 3h30 y 4h00.

Chicago, otro dominio de los superespectáculos. Casi 38.000 participantes en meta. Tiempos estruendosos en cabeza (habituales vencedores cercanos a 2h04) y un tiempo medio de 4h32 en 2012. La masa está mucho más repartida en la tabla del pizzero. Hay tres grupos de casi 8.000 corredores que llegaron en los tramos 3h30-4h00, 4h30 y 5h00.

NY. La maquinista de la generala. En 2011 llegaron 46.000 personas a Central Park y la media se fue a 4h28. Más de 11.000 finishers se agruparon de 4h00 a 4h30.

Cifras similares. Pasado un rato de toma de contacto me puse a jugar con las tablas. Nos encontramos con unos hechos estadísticos irrefutables.

En la tremebunda y elitista Boston, de nuevo, solo unos 6.500 corredores (de 23.500) bajaron de esas 3h30. Hey, what’s going on here? Se supone que – dividido por sexos y edades – es como participar en la milla de los Milrose Games. ¿Un 25% únicamente es capaz de correr por debajo de cinco minutos por kilómetro? ¡Pero si en mi grupo de rodaje solo hace falta un guiño para que nos pongamos a cuatro treinta«! ¡Si somos unos matados sin entrañas!

More.

En New York sólo 5.300 de los 46.000 corredores bajaron de las muy respetables 3h30. Los 4.50’/km sostenidos durante los cuarenta y dos kilómetros y pico. Apenas un 9%. La élite de la élite. Quizá me leas y sonrías con suficiencia porque este año estás embarcado en ese plan de entrenamiento sub 3h30 y ya no eres un lento futinguero. Un 91% de los finishers de la NYCM te verán como un tipo inalcanzable.

Echémosle la culpa a los turistas que quieran correr Nueva York como mero hecho social, sin ser realmente corredores batidos en el polvo y la estepa. A los sofocantes grados de la edición de Chicago de hace unos meses. A que los corredores hispanoparlantes somos más duros y ligeros que … No. Seguro que esto en Boston no sucede.

Quizá la ‘culpa’ es de esas masas que salen a la calle simplemente a terminar las 26 millas y media. Eso no es correr un maratón, como se suele leer. Veamos si las pruebas menos famosas tienen menos porcentaje de pachangueo.

Cleveland Marathon, (OH). No más de dos mil quinientos llegados a meta. Febrero, amplias avenidas, algo ondulante, sí. Pero esto no es un carnaval. Tiempo medio… 4h37. De nuevo el paquete entre las 4h y las 4h30 domina.

Richmond (VA). Finales de Octubre. Tiempo medio 4h24. A carreras más regionales o locales, menor participación y tiempos similares o más altos.

¿Es esta la tónica? ¿A qué se debe? 

Según marathonguide.com la media de todos los tiempos de finishers en 2011 en los Estados Unidos fue de 4h37. Más concretamente 4h26 para hombres y 4h52 para mujeres. Sin temor a equivocarnos, el país de las barras y estrellas acoge con cariño a corredores que merodean las dos horas en medio maratón. Quizá sus maratones incluyan un poco de caminata para recuperar la fatiga generada por el duro esfuerzo de estar casi cinco horas en movimiento. Posiblemente muchos mejorarían si se acogiesen a unos buenos programas de entrenamiento.

Pero los tiempos medios se mantienen en las carreras observadas desde hace unos cuantos años. En 2002 la media de los 325.000 corredores que terminaron un maratón era también de 4h38. Y eso que la ciencia del entrenamiento avanza. La mejora en los patrones de nutrición es un issue en los EEUU así que, por lo tanto, algunas mejoras deberían ser evidentes.

¿Es posible que la gente no desee correr más deprisa? Unos lo verían como una señal de madurez, mientras algunos como de incapacidad. Quizá sea el subcontinente norteamericano el Dorado del correr tranquilo. Sea como sea…

¿Ocurre lo mismo tu entorno?