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Poner un pie delante de otro nunca tuvo tanta trascendencia.

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¿Ha previsto Madrid2020 celebrar el maratón?

Me vuelvo loco pero no encuentro el recorrido. En 2016 la propuesta era homicida pero, al menos, existía. Llevo dos días rastreando la Web de la candidatura. El video del MasterPlan. Nada. No hay referencias.

¿Dónde está el recorrido diseñado para las pruebas de ruta del atletismo?

Marcha (10, 20 o 50km) y el evento que (quizá) más simbolismo tiene en los eventos del atletismo, el maratón, están perdidos en la candidatura. En las últimas ediciones se ha optado por recorridos parciales a los que se han dado varias vueltas. Londres había modificado la tradicional y multitudinaria prueba para dar unas cuantas vueltas. Pero Londres tiene un maratón con más de 40.000 participantes y la parte corredora de la ciudad estaba pendiente de cómo sería la carrera. Pekín diseñó un recorrido-escaparate desde la plaza de Tiananmen y el estadio olímpico. Pero Pekín tenía un motivo de exhibición al mundo. Berlín o Barcelona, en sus respectivos campeonatos continentales de atletismo, optaron por un bucle accesible para el público y los medios. Una solución más europea.

Pero, ¿qué tiene preparado Madrid?

Yo es que no veo nada. ¿Qué presentarán para correr en un clima casi venusiano? Julio y Agosto regalarán a los supercorredores temperaturas de casi 40ºC y una contaminación sencillamente ingobernable.

Como precedente está el dossier presentado en la candidatura de 2016. ¿Alguien recuerda este mapa en la vieja candidatura?

Corredor madrileño. ¿Qué te parece?

Párate un momento a pensar. A una hora intempestiva de verano para que no haya temperaturas extremas. Avenida de Arcentales, Cementerio de la Almudena, Alcalá, Ventas, Menéndez Pelayo, Atocha y las rondas. Seguimos para línea. Terminar el bucle hacia arriba con Bailén, Princesa, los bulevares y de Colón hacia el centro.

Para bingo. Para regresar en dirección al Estadio de la Peineta. Con que haya solo uno de los miembros del comité evaluador que tenga un pasado maratoniano, estamos jodidos.

¿Qué recorrido ‘dibujarías’ para que el maratón tuviera brillo y condiciones apetecibles?

Juega a ser miembro del Comité Organizador. Que es sábado.

Consultorio del corredor: envía todas tus dudas

¿Corro poco? ¿Demasiado? ¿Esta zapatilla me viene bien? ¿Conoce alguien el recorrido de esta carrera? ¿Cómo se aparca en el entorno del polideportivo? ¿Es seguro correr de noche?

El martes toca consultorio. Será un momento especial porque se podrán citar y criticar, mencionar o sugerir todas las marcas, pruebas, sin censura o política de excepción comercial.

Envía todas tus dudas mañana martes al formulario de comentarios y este blog se convertirá de manera excepcional en un consultorio para el corredor. Novato, experimentado o curioso, el martes, al confesionario.

Nota:

Se contestarán los comentarios desde las 00.00 hasta las 23.59 de mañana, martes 5 de marzo. Si dejáis comentarios anteriores serán contestados por orden de aparición.

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El primer gran maratón español

Nota de prensa del maratón de Barcelona. Las previsiones de corredores inscritos en el evento barcelonés, de seguir este ritmo actual, superarían los 20.000 corredores. Veinte mil a evento único. Notemos esta cifra.

En 1997 viajé a París para hacer turismo deportivo. Estaba todavía inmerso en los pecados de juventud. Mi pecadillo era correr deprisa. Prometo que bajo mi aspecto de mapache diseñado de mala manera hay acero de los barcos y corría. Bastante. Enganché a mi entonces novia y arramblamos mochila y camping (el calamitoso emplazamiento del Bois de Boulogne) para correr en un evento que se disparaba.

Después de media hora de desayuno y liberación de ropa y mochilas llegué a la Avenue Kléber, la zona de salida del maratón de París. Jean Baptiste Kléber aceptó el mando de las tropas de Napoleón en la expedición de Egipto. En refriegas varias fue herido y, para colmo, el mismo Napo salió por la puerta de atrás dejándolo allí plantificado. Digamos que pasó sus últimos días enfurecido hasta los tuétanos. Como fiel general del emperador (y porque le habían nombrado gobernador de Alejandría) le tocaron diez mil soldados para plantar una infausta batalla frente a los turcos. Pues bien. Al llegar servidor a la Avenue Kléber, allí estaban esos diez mil y nos estábamos amontonando otros diez mil más, además de una tolerancia aritmética que llenaba aquel asfalto de gente hasta donde se perdía la vista.

Veintiséis mil culos sentados en el suelo en mitad del abril parisino. Media hora sin calentar y sin entrar en batalla. Otro tipo de maratón, en la que no iban a contar las pretensiones del cronómetro (insisto, en aquella época yo corría).

Era la época de la expansión de los maratones europeos sobre los veinte mil participantes. Aquella edición de París me mostró cuanto ocupan veintiséis mil pares de glúteos y de codos. Londres venía viviendo episodios de una anormal popularidad desde los años 80 (en 1982 la prueba recibía 90.000 solicitudes y admitía a más de 18.000) y entre ambas y Nueva York, más un renacido Berlín (en 1996 más de 16.000 participantes) o la carrera de la primavera de Hamburgo (1997, 10.000)  componían aquellos paraísos de avenidas llenas de corredores. Riadas de gente ocupando las avenidas mientras la salida en Menéndez Pelayo o Mataró o el mismo Turia era… eran otra cosa.

¿Barcelona 92?

Recordemos que en esos días el hoy popular maratón valenciano de otoño tenía apenas dos mil participantes. Madrid no pasaba de 5.000 corredores hasta 1994 y rompía su techo de cristal pero sin hacer mucho ruido. Barcelona había tenido un magnífico empujón con la prueba del año olímpico (6.000 visitantes que usaron la excusa olímpica para asomarse por el Passeig Sant Joan) pero veía como se estancaba su participación a unos pobres (dignos los demás, pobre, yo) 2.500 en 1995.

Y es que no hemos sido nunca muy de participar. De ver, más.  Cada Abril de esa década el maratón de Madrid tenía una participación moderadamente… triste. Los fieles cuatro mil participábamos porque era ‘la carrera de nuestra ciudad’. Incluso los más aguerridos han querido posteriormente que fuera un patrimonio de la ciudad. Pero ese es otro debate: Europa, los EEUU, Japón, Oceanía, medio mundo popularizaba los tipos en pantalones cortos y estilos catatónicos como un hecho mitad comercial y mitad sociológico. La masa (nosotros, la masa, más la de pan).

Y pasó lo que pasó. Barcelona sufría la catarsis del año 2005. Como relata Miquel Pucurull, no se cumplieron los objetivos de participación que se habían establecido para 2004, no hubo entendimiento entre el Área de Deportes del Ayuntamiento y la entidad Marathon Catalunya y aquello se suspendió. Se suspendía por primera vez una prueba de maratón en España. Los motivos, puramente de desacuerdo político y organizativo.

Una nueva organización trabajó de otro modo más, digamos, europeo. Si se quiere, ‘a la americana’. Recordemos que, si bien las pruebas pedestres entre aficionados o profesionales apostadores son patrimonio franco-británico, el fenómeno de correr por las calles  se dispara en los EEUU tras el impacto mediático de la victoria de Alberto Salazar en 1972 (JJOO Munich). La ciudad del escorxador del Clot y de las granjas donde una señora limpísima y rubísima vende una de medio y una de cuarto, la Barcelona de los inmigrantes vascos que tomaban vino en el Paralelo en 1961 y de la plaza de la Bonanova, se lanzaba a una carrera sobre nuevos raíles. Barcelona americanizaba su prueba.

En 2010 se situaba a la cabeza de los maratones españoles con más de 10.000 participantes. En cierta medida era el punto de no retorno de la carrera. Personalmente creo que en esta cifra la carrera se retroalimenta con el efecto llamada de participantes, prensa y cifras. De 2010 a 2011 el aumento es de un 24% de participación. En 2011 se daba otro salto hasta los 19.000 participantes y 16.000 llegados a meta.

Cifras que este año amenazan con caer como un castillo de naipes. A dos meses de la prueba el pronóstico pasa de 21.000. A quienes dudaban cuando la suspensión, cuando el debate de hacia donde tenía que ir el fenómeno de las carreras de la calle, solo una cifra: en Barcelona participaron este año diez mil extranjeros. Es la misma situación que viví la torta de años atrás. Diez mil historias contadas con un «cuando llegué a la Plaza de España me encontré con veinte mil pares de glúteos».

Al final esto de correr va de contar glúteos.

Foto: Zurich Marató Barcelona.

Ochenta largos años de Maratón en Amsterdam (1928-2012)

Como regalo para el fin de semana, rescato un post con un rato de lectura histórica. Este artículo fue también cedido a la fantástica web de deporte de Martí Perarnau.

EL CHICO ARGELINO

El domingo es la carrera. Es una de las pocas ocasiones en que se podrá ver un deportista japonés, finlandeses (en el estadio se ha podido ver a Paavo Nurmi o Ville Rittola haciendo fabulosos diez y cinco kilómetros), o argelinos. Aunque uno de estos, que ya estuvo entre los mejores en Paris, corra con la bandera francesa. Es uno de los primeros resultados de la importación de corredores desde las colonias. Los signos de los nuevos tiempos. En la prensa local un periodista anónimo hace chistes sobre la distancia, consecuencia (o culpa) del ‘griego tonto’. El chico nacido en Argelia es Boughera El Ouafi y toma parte en el maratón olímpico. Hace un día más bien revuelto, ventoso. Es verano de 1928 y, de momento, no se sabe nada de la fiebre del correr.

Foto: Geheugen van Nederland, Biblioteca Real. Autor: desc. (1928)

En un esquinazo de Churchilllaan con Victorieplein hay cientos de espectadores que ven pasar a Steurs, el belga, el italiano Conton y sus pantalonse subidos hasta las axilas, al francés El Ouafi, detrás de un grupo en el que lidera el estadounidense Joey Ray y un finés de aquella cuadra fantástica del círculo polar ártico, Korholin-Koski. Detrás, la excusa para salir a la calle, el exotismo de ver el paso de corredores japoneses como Yamada. Detrás de la multitud está el portal de la vivienda en la que la familia Frank se instalaría el verano siguiente y la pequeña Anna viviría hasta tener que ocultarse con toda su familia en un armario trasero de la casa de sus tíos. Anna escribiría páginas tristemente míticas en su Diario de adolescente. Pero hoy es un fresco día de verano holandés en el que no hay cacerías de judíos ni marginación racial. Estos otros ‘nuevos tiempos’ están todavía lejanos, aunque no tanto como la crisis global de 1929 (otro paralelismo con el presente). El drama se ceñirá hoy al esfuerzo deportivo, únicamente. La ciudad ha preparado sus instalaciones para acoger a 2.800 deportistas y, por primera vez, pruebas femeninas en atletismo y gimnasia.

Amsterdam recibía para 1928 por fin el premio a su espíritu deportivo. Había tenido que bajarse del burro y ceder: el Barón de Coubertin había decidido que los JJOO de 1920 fueran al país con peor suerte en la Gran Guerra. Amberes se convertiría en el centro, esta vez y sin soldados alemanes, canadienses ni británicos por medio, del entorno europeo y mundial y organizaría los Juegos que casi tenía comprometidos la ciudad de los canales en anillo. Curiosamente los de 1928 fueron los juegos que un conde belga, Henri de Baillet-Latour, devolvía a sus vecinos del norte después de que París acogiese los de 1924 (precisamente cuando el barón francés de Coubertin se retiraba de la presidencia del movimiento olímpico). Todo un juego de billar que se gestionó a tres bandas, monopolizado en los apenas 400 kilómetros del esquinazo más pantanoso y torrencial del continente. El centro del universo era otro muy distinto al de ahora.

La preparación de los 42 kilómetros del maratón se encarga a los serios regidores de la federación atlética holandesa. La KNAU. La medición es cosa de un experto, el Sr Kellenbach. Personalmente recorre el circuito para ver dónde colocar los puntos de control, posibilidad de tener teléfono cerca para las comunicaciones, placas indicadoras del recorrido, avituallamientos en mesas apropiadas, ambulancia, médicos y lo que hiciese falta para un evento a celebrar sobre carreteras sin asfaltar. Más aún, la organización del evento olímpico mejoró el pavimento con nuevas capas de tierra, cosa que hizo levantar una densa polvareda y arruinar la mitad de las fotografías a tomar por la prensa. Las federaciones deportivas en el país son estructuras muy asentadas. El éxito estaba asegurado dado que se contaba con el trabajo de la federación de atletismo, un organismo fructífero que, ya en 1921, el año en que se decidía en el comité olímpico que había que esperar turno tras los belgas y parisinos, había más de cien clubs de atletismo en un país de escasamente seis millones de habitantes.

En pleno dominio de países como Estados Unidos o Alemania y la pujanza de los nuevos países del deporte europeo como Finlandia o Suecia, no serían los de Amsterdam los mejores Juegos para el atletismo holandés. Un relativamente escaso botín de una plata en salto de altura, y Henri Landheer como 30º en el maratón (con unos respetables 2h51). Pero sí mostraron una participación de conjunto absolutamente compacta. Diecinueve medallas en nueve deportes para apenas 124 participantes. Y es que en el nublado esquinazo de Europa el ejercicio físico estaba absolutamente impregnado en las políticas sociales higienistas y de los principales gobiernos urbanos.

En 1928 los chicos que remaban, nadaban o corrían en los lyceums o gymnasiums eran los jóvenes que empezaban a crecer en casas decentes y dignas. Los Países Bajos habían tomado la cuestión de la dignidad higiénica de la vivienda en la Woningwet (Ley de Vivienda) de 1902. Un esfuerzo de conciencia social, de creación de microempresas inmobiliarias, de expansión del espacio de la ciudad.

Las consecuencias del pacto político general se podían ver expresadas en multitud de aspectos. Sin ir más lejos, una buena parte de los diecinueve medallistas holandeses habían sido criados en planes de expansión urbanística de principio de siglo XX, y habían jugado en plazas con sus compañeros de colegios posteriores a la pacificación educativa. Y es que hasta 1917 las diversas facciones religiosas holandesas pugnaban por la financiación gubernamental de los colegios. Repasemos el panorama. Para un español, en el que no han existido luchas de religión desde el siglo XV y donde la religión ha venido ligada e impuesta desde el poder, es extraño (aunque no ajeno) entender que los fondos públicos derivarían a escuelas protestantes, católicas o judías (las menos) dependiendo del gobierno de turno. Recalcar que los sucesivos gobiernos también surgían de partidos políticos con base religiosa y que hoy día aún coexisten etiqueta como la democracia cristiana o el liberalismo reformista. Pues bien, en 1921 se decidió pactar la separación de los fondos para educación de la confesión de cada colegio. Todos, públicos y privados, tendrían igualdad de financiación estatal.

En aquellos colegios se formaron ciclistas como Daan van Dijk o los chicos guapos de los barrios de Amsterdam que consiguieron la plata en hockey sobre hierba. Nadadores, boxeadores o jugadores de waterpolo eran el explosivo resultado de las políticas de bienestar de las diversas coaliciones en el gobierno. Tristemente, la segregación gremial de las ciudades holandesas en esos mismos colegios de itinerarios sociales y religiosos tan marcados también se guardaron registros de la filiación religiosa de cada uno. En colegios judíos estudiaron también las componentes del oro olímpico femenino en gimnasia deportiva – en la foto -, entre las que estaban jóvenes gimnastas como Stella Agsteribbe (aniquilada en Auchswitz en 1943), Lea Nordheim o Ans Polak (gaseadas en Sobibor en 1943).

PESE A TODO, SIGUE SOPLANDO EL VIENTO DEL ‘NOORDZEE’

El día no está menos revuelto al paso de los primeros por el punto de giro. Después de bajar en dirección sur por el borde del polder, el puente sobre el Amstel (el río con nombre de cerveza y calmado carácter de sopa de fideos) hace de cruce en el regreso a la ciudad. Los líderes ya no visten con calzones cuadrados ni llevan duras zapatillas de cuero, ni tienen la cara marcada por el hambre de la primera gran postguerra europea. Estos son finos, dan zancadas sobre aparentemente débiles juncos y, sobre todo, en su gesto hay una supremacía brutal sobre el resto de las bestias de la tierra. Se apellidan Kibet, Bekele, Assefa o Kipketer, y mueven infinidad de vatios sobre zapatillas de materiales de colorines.

En el 2012 los primeros clasificados ya no tienen que mostrar el camino a decenas de sudorosos corredores a través del Bovenkerkerpolder, atravesando el campo. Sí que se sigue la misma dirección trazada por el recorrido de 1928, hacia el sur, Uithoorn y Oudekerk a/d Amstel. El puente de madera sigue siendo admirado y por él hay que circular despacio. La de 2012 es también una edición de melancolía, como veremos después.

Cuando nos hicieron pasar por aquel puente de madera en 2000 había apenas quinientas personas en este punto de giro. Viendo con posterioridad las imágenes de setenta años atrás ¿dónde estaba el público? En aquellos días nos enfrentábamos a los intentos desesperados de la organización de dar un paso adelante tras los años oscuros. Toda una historia detrás.

DE LAAGSTE PUNT

El comienzo del boom del deporte de la zapatilla en Holanda es tan amateur como en el resto del planeta. La ciudad de los canales apenas había celebrado campeonatos nacionales de maratón en los años 30 y 1956. El diario Het Leven había recuperado en 1931 el recorrido olímpico y organizó un maratón internacional en otro gélido 13 de Abril. Y, después, el silencio. Hasta que el primer maratón de Amsterdam se organiza de manera popular en 1975 mediante la coalición de un conglomerado de clubes de atletismo: AV’23, Blauw Wit, Sagitta, ADA, ATOS y Startbaan. Entre la idea de Herman Olij y el impulso del AV’23 Jan Wijnbergen rescataron un evento que moría en las profundidades de la historia. Como resultado, unos centenares de participantes y la esperanza que los grandes de la década se asomaran a Amsterdam.

Ocurriría entre 1977 y 1980, los días en que los primeros espadas como Bill Rodgers o Gerard Nijboer aprovechaban la llanura para destrozar los cronómetros. Poco valor más tenía aquella prueba, que permanecía anclada en la tercera o cuarta fila de los maratones. Era una especie de San Sebastián o Valencia de los años ochenta. En la prensa solamente se hablaba de los vencedores y no había una sola referencia a los ‘runners’. Los años tristes de la prueba coincidían con críticas al grupo de clubes que organizaban el maratón. El Leidsche Courant apunta en Mayo de 1982 que todas las ciudades que se tienen un respeto y una proyección toman como un asunto de estado organizar un maratón sólido y abierto. Ese fin de semana Hugh Jones ha ganado en Londres ante 18.000 corredores. En 1984 Amsterdam atraía 1.800. De ellos, apenas 57 mujeres.

La prueba intentó meterse en mitad de la ciudad. La plaza del Dam acogía el escenario de la llegada. Los Países Bajos tenían al campeón europeo de maratón. Pero la cosa no despegaba. ¿Qué sucedía entonces para que la ciudad pareciese vivir de espaldas a la prueba?

Amsterdam tenía un presupuesto de 90.000 (36.000€) florines para la carrera. Poco esfuerzo más se podía pedir a la economía de la ciudad, dado que Amsterdam había sufrido enormemente las consecuencias de la crisis económica de los setenta. La ciudad basada en el estado de binenestar había sufrido el doble que otras, con una bajada global en las cifras de subsidios, un incremento enorme del desempleo y la reciente independencia de las colonias, que trajo miles de inmigrantes antillanos a engrosar las dificiles cuentas. Pero Rotterdam empleaba 800.000 florines. Diez veces más. En Amsterdam se vencía con 2h19, en Rotterdam Carlos Lopes acudía para hacer 2h07 (y nuestro Antonio Prieto 2h16 en su debut). La ciudad portuaria sentía el paso de los corredores por los barrios populares en los que apenas había más jaleo que en las expediciones de los chavales al partido del Feyenoord.

Amsterdam estaba cambiando demasiado rápido. Se iniciaba en los ochenta la suburbanización definitiva de la ciudad. Los barrios populares veían como se demolían las casas en peor estado y muchas áreas eran renovadas. Se vació la ciudad de parte de su carácter amsterdammer. Miles de antiguos habitantes de los barrios con más encanto (y menos metros cuadrados por vivienda) escaparon hacia las nuevas zonas promovidas como Hoorn-Purmerend, Almere, Lelystad o Hoofdorp. En 1975 arrancaban las primeras casas en Almere, ciudad que acogería al Este de Amsterdam a 40.000 habitantes en apenas diez años. Las Nota, macroplanes territoriales de los años setenta, reorganizaron la población de la Holanda del norte y crearon nuevos núcleos. El proyecto de vivienda pública a gran escala estaba llevándose asímismo la gente hacia zonas como el nuevo Oeste o Bijlmer. Si quitas la vida de una ciudad, difícilmente podrás pretender que salgan a las calles a animar en maratones, desfiles o fiestas. Corriendo a las nueve de la mañana por los canales de una ciudad que vive de noche y yace dormida, es fácil darse cuenta que determinada población ya no va a salir igual que cuando los campeones olímpicos pasaban por la casa de Anna Frank en 1928.

El centro de la ciudad se nobilizaba. Tras la recuperación de la economía de la ciudad en los 80, almacenes y casas se convertían en apartamentos de renta libre y de lujo en todo el área de los canales. La zona central se volvó en servicios y entretenimientos para esta nueva clase media. El giro hacia la noche era irrevocable. ¿Un maratón popular por el centro? Correr seguía siendo un mercado para tipos austeros y duros, no se había iniciado la expansión comercial del viajar para correr maratones. Los diez o quince kilómetros finales del maratón de Amsterdam transcurrían por canales preciosos pero desiertos. Puente tras puente, racimos de corredores penábamos esquivando patrullas despistadas de turistas a los que intentábamos acomodarnos.

‘TWEE KENIANEN EN EEN ANDERE VOORAAN!’

«Dos kenianos y otro vienen por delante», el entusiasmo de la masa. Noventa años atrás el drama venía encabezado por dos japoneses y un finlandés, un francés magrebí y un chileno, el dominador del cono sur, Manuel (o Miguel, según fuentes) Plaza. El retorno por las orillas del Amstel hacia la ciudad suponía abandonar los puntos más alejados y solitarios, sin apenas público salvo las mesas instaladas por los jueces determinados por el Comité Organizador de los Juegos de 1928. Alrededor de ellas se arremolinaban espectadores para ver cómo tal canadiense empleaba unos segundos para beber o coger una pieza de fruta. O tal japonés se avituallaba apresuradamente mientras los granjeros del polder observaban la rala tela de aquel asiático enjuto de tan oscura piel.

Los protagonistas que encienden al aficionado han cambiado. El asombroso último tramo del francés que venció en los Juegos de 1928 se ha sustituído por la agilidad inhumana de los etíopes que hacen los kilómetros a 21km/h. La prueba también parece haber cambiado en más de un aspecto. Ha recuperado una parte de ese seguimiento silencioso. La prensa de aquellos juegos mencionaba que los puntos de avituallamiento eran abarrotados templos en los que, «los allí presentes, eran testigos mudos de aquellos hechos dramáticos y miraban los rostros desfigurados por el cansancio, casi de rodillas».

El silencio es parte de la sociedad neerlandesa. Un país que interioriza desde el viento constante hasta las celebraciones. Pero una cosa es que la gente observe callada, con los ojos como platos, y otra que provenga de unas calles desérticas como el distrito por el que se accedía al final de la prueba. Desde siempre el retorno se había hecho por el Indische Buurt, una zona conflictiva lindante con un área industrial. Solitario, terrible. Incluso con el cambio total de organizadores del año 2000 (se lo aseguro) la entrada de los kilómetros posteriores al 25 era un caos total. Asfalto y aceras para una hornada de sufridores.

Porque el maratón está fundamentado en los sufridores. Dos docenas de caballos de carreras libran batallas en las que todo está en juego. Se emplea estrategia, se minimizan daños o se juega al doble o nada. Pero detrás vienen los que pugnan contra la distancia. Da igual si son 2h30 o 5h30. Obviamente en 1928 nadie hizo esperar tanto al público del estadio olímpico. El último fue el danés Madsen (58º) con poco más de tres horas diez. Pero yo les digo que en 2000 había corredores que a mediodía no habían franqueado siquiera la entrada a Vondelpark, el Central Park de Amsterdam.

Y la extraña mezcla de sufridores y turistas empezó a ser un hecho tras la edición de 1998. La promesa de regresar al renovado estadio de Stadionplein y una distancia menor con salida simultánea adornaron las bodas de plata. Se destituyó cuanto rastro quedaba de los años de la directiva anterior. Se olvidaron los experimentos como aquella caótica llegada en 1997 en el recinto ferial a cubierto del RAI. El hoy manager de cientos de atletas Jos Hermens (Global Sports es la principal agencia de fondistas del mundo) y Rob Pauel sacaron la carrera de la probable desaparición. A su manera. En el bote, un millón de florines por el récord del mundo – que la aseguradora de la carrera se ahorró al salir el grupo de africanos directos a ritmo de récord para el horrendo día que amaneció.

Tras la turbulenta época pasada, llegó el maná. ING firmaba e impulsaba una carrera que aglutinaba casi 10.000 participantes en tres distancias. La de 2012 ha sido algo así como la edición de la melancolía; la edición de la crisis financiera y del triste recuerdo de aquellos años en que ING era la base del patrocinio del maratón de Amsterdam. El peor año para remontar una vez que se había podido recuperar cierta gloria de aquellos Juegos. Durante seis años ING aportó un importante pellizco de medio millón de euros para el presupuesto de la prueba, además de ser una etiqueta de identificación fundamental. El naranja del banco sobre la ciudad de la gloria ‘oranje’. ING era tan holandés a los ojos del mundo como el riestorro naranja del Día de la Reina o la camiseta de Johann Cruijff.

De la mano de este patrocinador, entre 2003 y 2010 los corredores son ya 22.000, con una media maratón de tremenda belleza paisajística. En 2012 han sido 13.000 inscritos solamente al maratón y 36.000 participantes en una fiesta total del mundo del correr. La prueba está definitivamente lanzada a la proyección internacional y ha superado el bofetón de la caída de ING como patrocinador principal. El conglomerado de empresas hibdú TATA ha caído como lluvia mansa y, a través de su marca TCS Consultancy Services, aporta estabilidad monetaria. Tanta, que se ha pasado del horror total de la alcaldía a ser relacionada con la prueba, a la foto del apretón de manos orgulloso del alcalde Van der Laan y el gerente de las inversiones hindi.

El dinero de los dragones y de los países emergentes regresa a las viejas potencias coloniales en forma de mecenazgo. Es uno de los nuevos signos del mundo. Las ciudades que exportaban barcos con las bodegas llenas de armas y de hambre por el comercio, y desembarcaban rifle en mano para arramblar con las materias primas de las Indias Orientales, piden ayuda a sus ‘viejos cooperantes’.

TCS no ha desembarcado lejos de los rastros de ING como patrocinador. La compañía, uno de los líderes mundiales en servicios, que generó unos ingresos consolidados en 2012 de 10.170 millones de dólares, también ha metido la nariz en el jugoso maratón de Nueva York. El grupo de la familia TATA, que fabrica en la India desde tuppers hasta coches o lavadoras, está detrás de buena parte del éxito financiero de ambos eventos. No es casualidad que tal volumen de negociado entorno a los deportes de todo el mundo les haya llevado a alianzas puntuales con Ferrari, el equipo ciclista Garmin-Cervelo y muchos otros maratones como Bangalore, Boston, Chicago o Bombay.

El dinero sin fronteras ha contribuido definitivamente a popularizar la carrera del Amstel. ¿Logrará que la creciente popularidad de Amsterdam en el mundo ‘runner’ consiga sacar de sus casas a tantos habitantes que hasta hoy ignoran la fiesta maratoniana?

En 1928 el evento mundial por excelencia, si exceptuamos la crueldad exótica de las Guerras Mundiales, consiguió que una ciudad de medio millón de habitantes tomara la bicicleta y se asomase a ver aquellos tipos toscos y resistentes. Un repaso a las fotografías existentes, al vídeo de la carrera, muestran las orillas de las calles y carreteras plenas de público. En 2012 el repaso a los diversos ‘footages’ disponibles (incluida una retransmisión televisiva) por todo youtube dejan con mal cuerpo a quien ha deseado ver hileras de espectadores animando o, siquiera, mirando con cara de idiotas, en una ciudad supuestamente abierta y jovial.

Quizá el crecimiento de los participantes locales en las pruebas menores del (hoy) TCS Amsterdam Marathon arrastre a los amigos y familiares a la calle. Media marathon, 8km, carrera mini para niños… un completo menú que pone la ciudad al servicio del corredor o, al menos, el oeste de la misma. Es preciso recalcar que la ciudad impide, por razones obvias de logística de turismo, que ninguna de las carreras entre en los anillos interiores de Amsterdam.

Precisamente los anillos donde residen los habitantes de la ciudad deshabitada. La Amsterdam más blanca y de mayor poder adquisitivo que, en cambio, sí permite que el Gay Parade atasque los canales o el Grachtenfestival ocupe durante nueve días el área más visitada, con estructuras fijas para conciertos instaladas encima de las vías navegables. Es posible que las cosas no hayan cambiado tanto. Habrá que esperar en qué lugar del equilibrio de poder económico se sitúa el turismo maratoniano de la ciudad en los próximos años.

Ahora, disfruten del pasado porque, lo peor, parece haber quedado atrás.

Dentro vídeo:
http://www.geschiedenis24.nl/speler.program.7034780.html

El chico de las gafas

Es una mañana horrenda, neblinosa, es Enero y en la línea de salida del 400 se apiñan media docena de chacales. Están los primeros espadas, con guantes y algunos gorros. Está uno de los hermanos Esteso, hay una gacela de Nerja, tira de toda la serie el tipo más duro de los corredores blancos que hacen 3.000 metros obstáculos, Luismi Martín Berlanas y que, en Atenas, será quinto. Han arrancado una repetición más de una vuelta a la pista. Tendrán por delante seis o siete series, aún. Son intervalos en los que se dispara el consumo de oxígeno en la sangre. Te hacen más fuerte, acercándote a una muerte parcial. La muerte -parcial- del mediofondo es como asomarse a los límites, sabiendo que uno va a regresar. Duden ustedes si los mediofondistas están de acuerdo con esta afirmación, aunque pocos negarán haber alcanzado el dolor total.

En una segunda fila hay un chaval con los pómulos sobresalientes. En 2004, Pablo Villalobos (Almendralejo, 1978) aún está modelando su cuerpo para saltar de 13.46 a 13.34 en 5.000 metros. Todavía no lo sabe, lo logrará en Donostia, así que cumple con el ritual y la serie termina. Todo el grupo se apoya en las rodillas con la sangre a punto de salir por la boca. Bocanadas de aire caliente de los bronquios de esos galgos ahuman el invierno y atraviesan el cielo como cohetes. En el INEF hace frío, mucho frío y unos pocos espías tenemos que echar mano de los bolsillos del abrigo. Pasan escasamente unos segundos y el grupo se amontona como los depredadores al olor de un deber ancestral, de una nueva cacería. Pegados otra vez al borde metálico de la cuerda de la pista. Una nueva vuelta, miradas al reloj, dolor de músculos.

Estaban terminando los vigentes años del atletismo en vivo. Los niños que querían ver a estos guerreros del músculo podían apostarse en la valla que rodea la pista, en las retransmisiones de la televisión o en los sprints sobre barro y arcilla que recorren el prestigioso circuito de cross español. Los niños españoles siempre han tenido una parte fragmentaria del atletismo cerca, con Haro, Cerrada, Esparcia o Prieto circulando por sus parques y caminos, hasta que la multiplicación de opciones y una existencia sedentaria los han alejado de estos tipos que son como galgos. Por cada cross de domingo en una provincia hay veinte ligas de deportes de equipo, hay entretenimientos en casa. Los galgos también están desapareciendo de las fiestas de los pueblos, de los caminos. Ajenos al tiempo, los atletas siguen con una rutina torturadora y terminan un minuto más con todas las pulsaciones desatadas. De nuevo, manos a las rodillas. Escupen. Resoplan.

Un par de años antes, en un rincón de Amsterdam, Pablo colgaba su chaqueta de chándal de una silla de madera y mimbres y ayudaba a su chica a sentarse. Se deja aconsejar ante una carta, como siempre, confiesa que viene con hambre. Es un corredor con miras de científico (asegura él), que comienza a formarse sin prisas, frente al crío delgado que corría sin parar desde la puerta de casa a todos los lados. Comida etíope para tres, que él desmenuza con las manos mientras relata las series del mil quinientos de Reyes Estévez, de Baala o el cinco mil de Alberto García, el diez de Chema… Estamos en el verano de 2002 y Villalobos viene de viaje con su inseparable Amaya. Han estado por Baviera disfrutando del atletismo internacional al que él no llega, por los pelos. Es internacional en Campeonatos Iberoamericanos y Universitarios en 3.000 y 5.000. Es él, todavía, un corredor de 5.000 que desconoce el largo aliento. Tranquilidad o inocencia, su escuela (la del mil quinientos mítico español, los González, Vera, Abascal, Cañellas) le impide tener miedo al largo aliento, empresas mayores. Goteborg queda aún lejos. Terminamos de comer y nos cambiamos. Amaya, él y el resto. Justo después de asistir a esos campeonatos de Europa de Munich, el chico flaco lleva las conversaciones sobre sendas de los parques de Amsterdam.
Es sábado y hay decenas de personas haciendo deporte. Yo le miro pero los demás corredores del parque se giran para ver cómo Pablo va dejando escapar huesos y músculo por las aberturas de una camiseta de tirante y un pantalón de la selección italiana.

El paso al maratón

Con el tiempo estaría, le tocaría, quizá, estar mucho más delgado. Los niños que antes leían y oían sobre las hazañas de los galgos, ahora entran en twitter y facebook, todo es tocable, inmediato. El atletismo, no. Después de ocho duros años donde el cuerpo adquiere la internacionalidad, los cincomiles dan paso a los diezmiles, las cargas de trabajo se doblan, Pablo Villalobos, un corredor atípico, estudia y comienza a trabajar para otros deportistas. Es habitual verle con sus gafillas asomándose al vacío de su delgado cuerpo, siempre tostado, muchas veces en exceso. En la fina línea entre la competición y la enfermedad. Muchos dudan si el maratón es una enfermedad. Esto no es asomarse a la agonía en una vuelta de 58 segundos sino ir y quedarse un rato embobado viendo el panorama de la ruptura total. Villalobos sabe algo de esto, aunque su correr siempre tienda a ser científico, programado.

Ha comenzando a probar con la ruta con la aprobación de Antonio Serrano, un tipo que subió silencioso tras los pasos de la gloriosa década del maratón español y que corrió por Europa en espeluznantes 1h01 en medio maratón y 2h09 en Berlín (1994). Jugando a probar, aquel extremeño que en 2004 colocaba las rodillas y los codos en mitad del grupo de aquellas series es ahora una entrada habitual en las imágenes de internet. Los niños de la calle pueden encontrar a su ídolo con la camiseta de España y con la bandera de su tierra entrando entre los cinco mejores de un Campeonato de Europa. Los niños de Almendralejo pueden presumir de encontrarlo en youtube desplomándose por su selección, después de una llegada al límite en un maratón del campeonato del Mundo. ‘Marathon is insanity‘, dicen (but it’s a good kind of insanity). El maratón le ha dado y le ha quitado. La balanza cruel de la fama internacional contra un desarreglo tiroidal. Repone gasolina después de dos veranos con una intensidad tremenda en los que es 5º en el maratón del Campeonato de Europa de Barcelona (2010), firma dos veces sub 2h12 en Sevilla, y 30º en el Mundial de Daegu.

Diez años después de colocar la chaqueta sobre la silla, miles de kilómetros más al sur, vuelve a colocarla en el respaldo. De nuevo ayuda a su pareja a sentarse mientras los niños que ya lo conocen por relatos y por las imágenes de youtube miran silenciosos a ese Pablo. Villalobos vive de manera inherente la niñez. La suya, sujetando las ligeras gafas sobre un hueso finísimo, la del regreso a los días de descartar los botellones en favor de los entrenamientos. La niñez que le rodea a diario por la profesión de su Amaya adorada. La niñez de su hija Ariadna, recién nacida. La niñez de disfrutar por caminos y sendas dando rienda a su zancada sin reloj.

Reitera que viene con hambre, parece increíble que tan poca carrocería puedan comer tanto contenido; al día siguiente le toca un rodaje de 24 kilómetros. Ataca a las carrilleras al horno mojando pan sin final. Y al postre, y a los entrantes. Está en pleno proceso de preparación de su maratón de primavera, Hamburgo. A las pocas semanas todo el trabajo empieza a dar los frutos ascendentes requeridos (marathon is insanity .. but it pays off, definitely!), es primer español en el durísimo medio maratón de Madrid. El margen con los kenianos vencedores ronda los dos minutos. Es un parámetro que le gusta. En unos semanas tomará parte en el maratón donde hay ya 13 inscritos con marcas sub 2h10. Hamburgo es territorio Julio Rey (vencedor en 2001, 2003, 2005 y 2006 y 4 veces en 2h07 o menos). Esa es otra guerra, piensa él mientras concilia el sueño, cuelga sus últimas impresiones en la Red, observa la cuna donde la pequeña Ariadna duerme o quizá sueñe con su padre, el de las gafas, sin saberlo. Lejos de los flashes de los vencedores, Pablo intentará cumplir con los criterios de selección y hacer un buen papel, que le lleve a sus primeros Juegos Olímpicos, los de Londres.

Y, para un chiquillo con gafas, la expresión ‘Juegos Olímpicos’ ya son palabras mayores. Todos los niños entienden qué significa eso.