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Poner un pie delante de otro nunca tuvo tanta trascendencia.

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¿Habla alguien del 20º clasificado de alguna carrera? Te los presentamos

Usain Bolt, Eusebio Cáceres, Haile Gebre… parad. Parad. Los medios de comunicación hablamos habitualmente de los atletas que acaparan ya los titulares. Vencen, deslumbran, nos obnubilan y quizá a más de uno os hayan motivado a empezar a correr.

Pero ¿se conoce la densidad real de este complejo y magnífico deporte? ¿Alquien conoce, pongamos el caso, al que llegó en mitad de una serie clasificatoria de un campeonato regional?

¿Quién demonios es Iván Palero o a qué se dedican José Povedano o Manoli Panizo? Como se suele preguntar en tu oficina o en el bar, «¿cuánto les ha sacado el primero?». Habitualmente son historias anónimas que interesan al círculo de amistades y poco más. Pero son atletas. Consumen atletismo. Vibran con las retransmisiones y sostienen las audiencias. Compran el calzado que los famosos desarrollan de acuerdo con las marcas deportivas. Además, ya decimos, son participantes en carreras, saltos, lanzamientos.

Dado que 20Minutos lleva ese número tan simpático en su cabecera, veamos quién está en esa vigésima posición de alguna de tantas pruebas. Recordemos que, en definitiva, alguien que llegue el puesto veinte permite que los diecinueve anteriores no sean los últimos.


Foto: Kataverno.
Mónica Valdepeñas fué la vigésima clasificada femenina en la cronoescalada del Kilómetro Vertical de la Barranca. Os resumo. A Mónica le llevó 1h24 recorrer un kilómetro. Pero se trataba de mil metros ¡de desnivel!. Esto es, la diferencia entre la altitud de la salida y la meta suponía correr hasta reventar superando mil metros hacia arriba.

La toledana, perteneciente al club Atletismo Las Lagunas, llegó con unos 21 minutos de diferencia respecto de la vencedora pero se trata de esos atletas que sostienen las pruebas. La participación de corredores como Mónica es crucial. Los organizadores no serían nada sin ellos. En semanas se le pudo ver en otro kilómetro vertical, el que ascendía por piedras y sendas casi inexistentes a Peñalara. Otra cima de más de dos mil cuatrocientos metros con la que Mónica ha cumplido el ritual de ascender a toda velocidad.


El vigésimo clasificado del maratón de Valencia de 2011 fue Carlos. Un tipo duro que no pudo acercarse a los tiempos de escándalo de los profesionales africanos. Pero hay que añadir que Carlos, perteneciente al club Cárnicas Serrano (tan en boca de todos estos días) tiene otro trabajo. Saca tiempo para hacer siete y más sesiones y poder marcar un espectacular tiempo de 2h28 en meta. Lo tiene que sacar de los turnos de duro sacrificio que le deja su trabajo en la Unidad Militar de Emergencias.

En efecto. este corredor es uno de esos soldados que han estado todo el verano buscando el cuerpo de algún ahogado o extinguiendo incendios por todo el territorio. No dudamos de la utilidad social de las hazañas de Bolt o de las declaraciones de Yelena Isinbayeva. Qué duda cabe que uno termina aprendiendo de todo y de todos.

Para hacernos una idea, si bien está lejos de los brutales cronos de los vencedores, Carlos está en el rango de ritmos de las primeras clasificadas femeninas a nivel internacional. Por establecer una comparación, corrió a más de 18 km/h durante cuarenta y dos kilómetros por hora. Láncense con unas zapatillas y cronometren un kilómetro. Multiplíquenlo por cuarenta y dos. Carlos Alcalá no es profesional pero evalúen ahora su importancia en el mundo del atletismo popular.

Lo dicho. Podremos seguir glosando los saltos de altura de Bondarenko o la zancada de Alison Felix. Pero recordemos una cosa. Sin ese corredor anónimo, los de arriba vivirían carreras fantasma.

Campeonatos del Mundo de Atletismo (IV): España, historia de nuestra participación (y 3)

Cerramos el repaso a los atletas españoles que han participado en los Campeonatos del Mundo de Atletismo. Lo hacemos con las especialidades dentro del estadio (posteriores a Stuttgart’93).

Mediofondo y fondo corto.

Las pruebas de 800 a 5.000 traían las etiquetas de estrategia, avidez y ritmos de locura. Los tipos rubios y altos, que parecían sacados de ‘Carros de Fuego’, copaban los medalleros. Ellas, las potentes máquinas de los laboratorios rusos.

A partir de los años noventa se produce una explosión demográfica en el mediofondo. Británicos y españoles tienen que repartir el botín con atletas marroquíes, argelinos, los omnipresentes africanos del Este (Kenia, Etiopía, Eritrea, Somalia) y la nueva hornada de norteamericanos. Desaparecerán los atletas de la Europa de la postguerra pero su hueco, en hombres y mujeres, es ocupado por deportistas que parecen desplazarse levitando sonbre la pista.

 

Fermín Cacho se dió de bruces con dos genios de la distancia. Tras su título olímpico, en primera instancia tuvo que pelear el subcampeonato del mundo de 1.500 en Stuggart ante un infalible Nouredine Morcelli, que poseía ya los récords del mundo de la zona alta del mediofondo. Cuatro años después, en Atenas, se le colaría delante El Gerrouj. Fermín sería octavo en Goteborg Hicham, el más grande, le privó de un oro que habría redondeado la carrera de Cacho. Reyes Estevez, el atleta español que yo -confieso- he visto pisar con más elegancia sobre unas zapatillas de clavos, sería bronce en Atenas’97.

En la magia del estadio sevillano Estévez repetiría bronce en 1999. Para una carrera largamente discutida, un botín que nunca sabremos si correspondió a su clase. Fastidió la fiesta de los chicos de rojo que se colara N. Engeny, otro talento descomunal del altiplano con formación en EEUU, pero lo mismo podrían pensar los kenianos de Cacho (4º) y Andrés Díaz (5º). Las tres vueltas y tres cuartos es una de las carreras con menos justicia teórica del atletismo.

La producción de nuestro 800 masculino quedaba en similares peldaños que el nivel actual, con interesantes pero insuficientes acercamientos de Reina, Olmedo y demás atletas a una criba mortal en la que hay que dominar los 1m44. Un poco más arriba en la distancia estuvieron Enrique Molina en los 5.000m de 1997 con un estupendo octavo puesto. También la (posteriormente sancionada por un positivo) carrera de Alberto García con un cuarto puesto en 2001, incrustado entre lo mejor del fondo etíope y keniano.

Edmonton pasará a la historia como quizá el campeonato más equilibrado del atletismo español pero, sobre él, caen las sospechas de uso masivo de doping. Algunos atletas se han visto afectados por sumarios resueltos de aquella manera. La medalla de plata de Marta Dominguez en 5.000m es un punto oscurecido por unos años salvajes. El velocista de EEUU Tim Montgomery abusaba de la EPO. El campeón de 200m K. Kenteris, terminó metido hasta las axilas en casos de prácticas de dopaje, y saliendo de espantada en plenos Juegos de 2004. La plata rusa en disco femenino lo mismo. La plata griega de Ekaterine Thanou estuvo en las mismas que Kenteris. El relevo estadounidense de ambas distancias fue descalificado por contener miembros con casos de uso de EPO, el subcampeón de 5.000 admitió uso de nandrolona y el caso BALCO salpicó a medio equipo de EEUU, que regresaba a casa cargado de medallas de Kelli White o Marion Jones.

El atletismo tenía que sobreponerse a sus propios fantasmas. Había demasiado en juego. Dinero, sobre todo.

Muchas de nuestras atletas femeninas brillaron de manera gradual. Sin ir más lejos, en Goteborg, con el cuarto puesto de Mayte Zúñiga en 1.500m. La vitoriana se quedó a centésimas del podio justo en el año en que una todavía Junior Mayte Martínez se estrenaba en competición internacional.

La vallisoletana Martínez sería medalla de bronce en los Mundiales de Osaka’07, vengando la injusticia cometida por el cronómetro con Mayte Zúñiga. Anteriormente Mayte Martínez había sido finalista en Edmonton’01 y Helsinki’05, y lo sería de nuevo en Berlín’09. Una de las grandes damas del anillo atlético.

Al añadir obstáculos al fondo corto se consigue una especialidad de espectáculo sin igual. Los 3.000 metros obstáculos han dado a la selección un buen tono. Antonio Jimenez ‘Penti’ sería sexto en Edmonton’01, detrás de toda la batería keniana. Repetiría puesto en la final de Helsinki’05. El aragonés Eliseo Martín fue bronce en París’03 metido en mitad de esa jauría de chacales africanos de los Kemboi, Tahri, Cherono, o el gran S. Shaheed (nacido S. Cherono) y su reluciente y dorado pasaporte de Qatar. El maño sería de nuevo finalista, séptimo, en 2007 en la edición de OsakaLuis Miguel Martín Berlanas, el africano de S. Martín de Valdeiglesias, habituado a codearse con cuartos y quintos puestos en esta ingrata especialidad en Juegos Olímpicos y Campeonatos de Europa, sería 4º en Edmonton’01 y sexto en la cita de París.

Concursos.

El lanzador Manuel Martínez comenzó a superar calificaciones en Goteborg y se asentó entre los mejores en 2001. Se le resistió el bronce. Fue 4º en Edmonton, pero estamos hablando de palabras mayores. Delante estaban J. Godina y A. Nelson, con sus largos 21 metros. El lanzamiento de peso, también bajo las convulsiones de las drogas deportivas, es un reducto casi imposible de dinamitar.

Similar competencia se encuentran nuestros discóbolos. En la última década contamos con Mario Pestano y ahora con el ex-cubano Frank Casañas. Ambos han estado muy cerca de la gloria. Pestano, octavo en París’03, y siempre entre los doce mejores durante los últimos cuatro campeonatos del Mundo. Casañas tiene que aprovechar su veteranía en quizá su último año en la élite mundial.

Edmonton conoció el fin de ciclo de la gran excepción del atletismo español: una participante en saltos en el podio, y de manera repetida. En Canadá se vió como la saltadora de longitud Niurka Montalvo se hacía con un bronce. Había sido plata compitiendo con Cuba en 1995, y campeona del Mundo en Sevilla 1999.

El foso de longitud había dado alegrías a España con el asturiano Yago Lamela, un extraordinario talento precoz que se puso casi a la altura de los gigantescos registros de Carl Lewis, Mike Powell, Conley o Myricks. Cedió el oro ante el cubano Iván Pedroso en Sevilla y redondeó con un ajustado bronce en París’03.

La colchoneta de salto de altura ha tenido un tardío renacer. El caso de Ruth Beitia, una vez que comenzó a rondar los míticos dos metros, es el de la solidez. Participante en cuatro campeonatos del Mundo, ha sido sexta en Osaka y quinta en Berlín, algo impensable en los tiempos en que los españoles éramos bajitos y recios.

Todo esto es historia. En atletismo todo lo contado sirve solamente para tomar más impulso y seguir entrenando.

Los nombres quedan y este repaso será un aperitivo de lo que acontezca a partir de las próximas horas en Moscú. Gracias a un acuerdo de última hora se podrá seguir en televisión para toda España. Aunque la televisión es ya solamente uno de los medios. La era de internet permite ‘estar’ en el estadio, tener la información en vivo de los resultados.

Recuerden, la cita es en el viejo estadio Lenin. Aquel donde Ovett y Coe y el boicot de los estadounidenses… Historia pura. El deporte rey.

Campeonatos del Mundo de Atletismo (III): España, historia de nuestra participación (2)

Los Campeonatos celebrados en Stuttgart suponían el acelerón hacia  la nueva fase del atletismo-espectáculo. En 1993 la IAAF los sitúa como -quizá- el tercer espectáculo deportivo del planeta. Y, desde entonces, dos años serán el intervalo entre Mundiales.

Ningún atleta perdería su ciclo dorado por mor de esperar cuatro años. Todas las generaciones de ‘superclases’ podrán saborear las mieles del triunfo y sus jugosas consecuencias. Ningún protagonista del gran negocio del deporte televisado perdería su parte del pastel.

En términos particulares los de 1993 también son el surgimiento de los nuevos nombres del cambio de siglo. Michael Johnson y su versatilidad sobre 200 y 400 metros, Haile Gebreselassie, el emperador, el religioso Edwards y su triple salto hacia el infinito o Marlene Ottey, una jamaicana eterna.

En esa maraña de nuevas estrellas los atletas españoles degustaron las medallas en un ciclo que se extendería hasta Edmonton en 2001. Serían ocho años en los que por un cúmulo de razones  brillaron los chicos y chicas de la Roja (antes era más blanca, cosas de los sucesivos patrocinadores de ropa deportiva, imaginemos). La federación enviaba contingentes de atletas en un número elevado. Viviéramos en la burbuja deportiva o no, hay que hablar de unos muy buenos momentos.

Por especialidades, hubo varios.

Maratón y Marcha.

 

Abel Antón había mantenido una regularidad desconocida en las finales de altas citas en 5.000 y 10.000. Su pugna con viejos conocidos del cross había sido llevada a los ránking de asfalto. El dinero había empezado a fluir a los grandes maratones durante los ochenta y Martín Fiz, Antón, como Fabián Roncero o Alberto Juzdado eran habituales en los glamourosos escenarios asiáticos y europeos (nunca hubo suerte con Chicago o Nueva York). En España si no corrías en 2h09 no te comías nada. Quizá esa acumulación de talento nos hacía más cercanos a los africanos que, sin embargo, preferían embolsarse dinero más inmediato en los maratones comerciales.

De cualquier manera Fiz se impondría en Goteborg’95 y sería subcampeón en Atenas’97. Abel lograría en su ciclo de oro vencer en el prestigioso Mall del Maratón de Londres amén de ser dos veces campeón del mundo en Atenas, en la carrera del dominio aplastante de Roncero y compañía hasta bien entrados en los caóticos arrabales atenienses, y Sevilla’99. La continuación natural de esta generación la daría Julio Rey con la plata en Paris’03.

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Con posterioridad desaparecieron los maratonianos españoles de unos puestos de cabeza imposibles. En el mercado había tal densidad de corredores de 2h07 que las citas de Osaka, Berlín o Daegu se plagaron de los líderes del ránking mundial. Y todos sabemos cómo está el ránking planetario, con hasta treinta mejores marcas realizadas por africanos por delante de cualquier europeo. Una -un tanto irreal- etapa dorada había dado fin.

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La marcha atlética es el caladero de los especialistas españoles. A pesar de la particular distribución geográfica de la especialidad (sin africanos a la vista, de momento), Stuttgart’93 dió doble título mundial de los ya laureados olímpicos Valentí Massana y Chuso García Bragado, en 20 y 50km. Daniel Plaza, medalla en Barcelona’92, sería bronce. Encarna Granados sería bronce en 10km. Massana repetía podio (plata) en Goteborg’95.

Chuso era de nuevo plata en la tórrida edición de los 50km de Atenas’97 (sí, hubo atletismo en el verano ateniense). ¡Y de nuevo cuatro años más tarde, en Edmonton! Por su parte tomaría el relevo Paquillo Fernández, que siguió con la cosecha: tres platas en 20km en tres Mundiales consecutivos (París, Helsinki y Osaka).

Juan Manuel Molina añadiría lustre al medallero de los marchadores con su bronce de Helsinki’05. En Osaka, bajo la condiciones más tórridas y húmedas conocidas en campeonatos oficiales (se superó ‘lo’ de Atenas) María Vasco exprimió la distancia de 20km y consiguió un brillante bronce.

Miles de horas de entrenamiento acumuladas, kilómetros hechos a ritmos inhumanos, cuidados y la incógnita de saber cómo estarían ese día los rivales. Esa es la vida de los atletas profesionales.

En el último capítulo de esta serie sobre la Historia de los participantes españoles hablaremos del mediofondo y los concursos.

[continúa]

Campeonatos del Mundo de Atletismo (II): España, historia de nuestra participación

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Los Campeonatos del Mundo de Atletismo no son equitativos. Son crueles.

En los Juegos Olímpicos, la fiesta del deporte reserva un hueco a los países con representación en los comités olímpicos continentales. Por ello tenemos todos los Juegos esas imágenes en las que un velocista palestino o un nadador africano muestran la gran diferencia entre los mejores del planeta y los esforzados semiprofesionales.

En Moscú se verán pocos ejemplos así. En las series clasificatorias habrá todavía sitio para el romanticismo pero se verán hasta cinco atletas por país. Las condiciones permiten que los líderes del año en la Diamond League y los campeones de cada área acudan adicionalmente. El todopoderoso órgano (que hace lo que quiere con su evento, para eso es quien lo monta) de la Federación Internacional de Atletismo ha pensado en acumular lo mejor de lo mejor.

Y los espectadores españoles se llevan las manos a la cabeza.

-Pero ¿no somos capaces de ganar ni una medalla?
-En esa carrera ¿no hay más que (por ejemplo) negros? ¿Y los españoles dónde están?

La cultura deportiva está basada en la asunción del deporte como una realidad económica y social. Pero, cuando no hay cultura, esa realidad queda machacada por los medios de comunicación de los -pongamos- países-fútbol. Si no hay españoles ganando, no hay deporte. Si hay victorias, hay medios de comunicación. Portadas y minutos de noticieros. El waterpolo femenino, la Fórmula 1, el baloncesto femenino o el hockey sobre hierba. Ejemplos de deportes que no existieron durante décadas.

El Campeonato del Mundo no es el mejor escenario para que demostremos ser la crema de la crema. No se trata de invertir 300 millones de euros en la mejor cuadrilla posible de futbolistas. El atletismo trata de talento individual, al que se le inyecta apoyo, tecnología y dosis enormes de entrenamiento.

O sea, que no vamos a ganar mucho. Habrá que participar por estar entre los mejores del planeta, en el deporte más extendido entre la raza humana.

¿Ha sido siempre así de imposible? ¿Qué han logrado los atletas españoles en la corta historia de los Mundiales?

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Los hispanos que acudieron a la primera cita, en Helsinki.83, estaban inmersos en el desarrollo de la propia generación (la gran quinta del 57) y un semillero global gigantesco. El mundo estaba dominado por europeos que corrían y norteamericanos que volaban. Colomán Trabado no pudo superar su semifinal de 800m bregando contra el campeón mundial Willi Wülbeck (otro alemán) o el brasileño Guimaraes, de una generación donde no paraban de salir galgos de la verde-amarelha. Antonio Corgos superaba los ocho metros para ser séptimo en una final donde volaban bajo Mike Conley o Carl Lewis.

Abascal y González, que apuntaban alto en la crema del mediofondo europeo, tuvieron que manejarse entre los intocables Ovett, Aouita, Scott o Steve Cram. Aún así Abascal pudo ser un amargo 5º puesto en la final mientras que González, que había vencido en la versión de bolsillo de los Europeos de pista cubierta, quedó fuera de la misma. En 5.000 y 10.000 había, sencillamente, demasiada diferencia entre los puestos de podio y el nivel de Jordi García y el Taca, Antonio Prieto. Esto no era el cross sino que había un hueco imposible con los Eamon Cloghlan, Alberto Cova y compañía (la compañía, de nuevo, alemanes del Este como Schildauer o Kunze). Pilar Fernández quedaba lejos en las series de 3.000 y Mariajo Martínez en las de 110 metros vallas.

El maratón español enviaba al toledano Ricardo Ortega y a Juan Carlos Traspaderne. Los tiempos del récord nacional se movían en 2h11 (marca que mejoró el Traspa en Helsinki) y De Castella era un tiburón que ya corría en 2h08. La historia se repetía cada vez que afrontábamos la realidad mundial. Sólo una excepción. José Marín se hacía con la plata en 50km marcha tras el gigantesco marchador Ronald Weigel, responsable de los éxitos propios y posteriores con el equipo australiano.

Youtube: 1500m Roma 1987.

En los Campeonatos del Mundo celebrados en Roma en 1987 se pudo contrastar la voracidad de González, sacándose la espina con una medalla de plata en 1.500, y la polivalencia de Marín con un bronce en la siempre discutida prueba corta de la marcha.

Roma’87 fue una barra libre donde se batieron récords de los campeonatos, continentales y del mundo. Ben Johnson se salió de la pista y de la barra. Los jueces introdujeron un último salto de longitud cuarenta centímetros más largo de lo que había saltado en realidad el local Evangelisti. Las alemanas del este corrieron hasta quemar la goma del estadio. Todo era excesivo, muy romano, casi neorrealista.

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Contra tipos que saltaban casi 2m40 como Sjoeberg, Avdeenko o Igor Paklin, poco podía hacer Arturo Ortiz (2.27 en calificación). Un descomunal Jose Alonso Valero fue finalista en 400 metros vallas frente a nombres legendarios como Edwin Moses y Danny Harris o Harald Schmid. Merche Calleja y Maria Luisa Irízar hicieron un silencioso pero espectacular top20 en un maratón femenino donde imperó Rosa Mota. Abel Antón iría sembrando para recoger en el futuro sobre distancias superiores. Y una joven Mayte Zúñiga se exponía a esos procesos de aprendizaje que significan mandar a los leones a atletas con ajustadas mínimas B.

Para el atletismo español las cosas tenían que empezar a cambiar ya. En 1991 la IAAF mandó a los Mundiales a Tokio. Barcelona acogería los Juegos el año siguiente en medio de una expectación inusitada.

La cosecha en el más difícil de los escenarios atléticos fue la de una medalla de bronce de la nacionalizada Sandra Myers y unas sobresalientes actuaciones que quedaron en puertas. Fermín Cacho y Valentí Massana prologarían el libro de los éxitos en Barcelona un año después. Tomás de Teresa fué octavo contra, atención estadísticos y aficionados al atletismo, Barboza, Konchellah, Ereng, Mark Everett, Johnny Gray y demás sputniks. Y Antonio Peñalver fue octavo en el decatlón, dejando asombrado al país que leía algo más que los titulares.

Para evaluar el nivel de Tokio es necesario recordar que Sergei Bubka saltó casi seis metros en pértiga. Mike Powell batió con 8.95m de una tacada a Carl Lewis y el viejo récord de Bob Beamon. Dan O’Brien se acercó a los míticos nueve mil puntos de decatlón o que Alina Ivanova batió el récord de los campeonatos con 42 minutos en diez kilómetros …¡marcha!.

¿Medallas?

Hablar de medallas quedaba tan lejano como acercarnos a la tecnología que aquellos días desarrollaban en el MIT o siquiera saber qué demonios era aquello de Windows.

A pesar de ello, una oleada de energía recorrió los programas de ayuda al deporte español en la década de los noventa. Todo subía como la espuma y la cosecha de éxitos de Barcelona’92 debía recolocar nuestros atletas en la siguiente cita. Dos campeonatos olímpicos, una plata y un bronce, además de dos finalistas más, eran un buen paso adelante.

Esperaba Stuttgart. Solo dos años después de Tokio.

La Federación Internacional de Atletismo no podía dejar que el show se enfriase. El periodo de espera se reducía a dos años. Nuestros corredores, saltadores y lanzadores tenían que aprovechar aquella resaca olímpica del Amigos Para Siempre.

Campeonatos del Mundo de Atletismo (I): De Helsinki 1983 a Moscú 2013

Entre el 7 y el 14 de Agosto de 1983 la antigua Unión Soviética ganaba veintitrés medallas. Una menos que el total del archienemigo norteamericano. La antigua República Democrática Alemana reinaba en las disciplinas de velocidad y lanzamientos, situándose en el puesto más alto del medallero. Ocho títulos mundiales, siete de ellos en una categoría femenina de la que años más tarde se contarían historias cruentas. Era la edición inaugural de los Campeonatos del Mundo de Atletismo. El gran circo mundial que la Federación Internacional de Atletismo (IAAF) añadía al ínterim entre juegos olímpicos y campeonatos continentales.

Comprender el pasado reciente (y no tan reciente) del deporte es fundamental para disfrutar de su presente. Por eso y  por que -en definitiva- es el deporte que todos amamos, comenzamos una serie de reportajes en 20Minutos donde conoceremos más sobre este evento planetario.

Treinta años después es la vieja esfera moscovita la que organiza los Mundiales. La primera edición estaba llena de simbología; era el año previo a los Juegos de Los Angeles’84. Los segundos Juegos en los que la política había decidido inmiscuirse sin remedio, tras los de Moscú’80. Rusos contra americanos, como en las películas de la Guerra Fría. Hoy nos preparamos para los Campeonatos del año posterior a los Juegos de Londres’12.

¿Ha cambiado el atletismo? ¿Los Campeonatos siguen apelando a los mismos principios?

Algunas cosas son totalmente diferentes y otras peligrosamente paralelas.

Helsinki’83 supuso una antesala. El año previo a la confirmación de esa generación angelina. Reinaban los dioses norteamericanos de la velocidad como Carl Lewis y Calvin Smith. El vallista estadounidense Greg Foster subía como la espuma mientras que no había humano capaz de batir a aquel tipo con barba y zancadas gigantescas llamado Edwin Moses. Se dió un dominio absoluto en el foso de salto de longitud con el triplete Lewis, Grimes y Conley, y se destrozaron las posibles evidencias de cualquier comparación entre los tipos más rápidos del planeta. Tanto las alemanas del Este como los explosivos norteamericanos. Si no, recordad el vídeo del relevo 4×100 femenino.

 

Moscú’13 proporciona al mundo un crisol de naciones muy diferente. Antillanos que copan la velocidad pura, africanos y árabes de reluciente pasaporte y nacionalizaciones monetarias. Incluso aquel chispazo de brillantez que Kenia aportaba al mediofondo, con el malogrado Kipkoech o Boit, está hoy eclipsado por el cuerno etíope y eritreo. Los lanzamientos no están copados ya por rusos y alemanes.

China es más que una simple medalla de bronce y vive una resaca complicada después de sus Juegos Olímpicos y de acusaciones. Sobreviviendo a todos, Reino Unido convirtió la tradición de las carreras de estrategia en un equipo demoledor, con especialistas sólidamente asentados en todas las pruebas. Incluso la creciente Europa presenta banderas de decenas de viejas repúblicas que fueron agrupadas por el régimen que construyó el estadio olímpico Luzhnuki.

Una cosa no ha cambiado. Y es que este deporte sigue relacionado inevitablemente con los éxitos de Estados, regímenes y banderas.

Las consecuencias de la tensión a la que someten a los atletas los negocios y las instituciones gubernamentales trae al recuerdo viejos ejemplos. En los años 50 los países comunistas vuelcan en el deporte el esfuerzo del prestigio internacional. De manera inmediata EEUU comienza a invertir en tecnología del entrenamiento y, en décadas, la cosa se pone más que fea. Las prácticas de doping sistemático ensombrecen las décadas de los 70 y 80.

Pero la historia se repite. La federación turca hace pública esta semana un listado con una treintena de sus atletas pillados en prácticas dopantes. El mes de Julio supuso la tormenta desatada sobre la velocidad afroamericana. Jamaica es sospechosa de una red sistemática de trampas farmacológicas. Los grandes sprinters estadounidenses eran conejos de indias voluntarios de un sistema drogado. La Operación Puerto se cierra en España con opiniones encontradas, trayendo a la memoria los sistemas institucionales de fármacos y deporte de Grecia o Italia.

¿Tiene armas el atletismo para reponerse a todo ello?

Con estas premisas y por el bien de la afición a este deporte, es necesario apelar a su pureza. ¿Podrá vencer el deporte a la trampa institucionalizada? Es el deporte rey y hay que pensar que tiene que sobrevivir a sus problemas. La misma federación internacional anuncia que cada día se estrecha más el cerco a los tramposos. El escaparate de los campeonatos del mundo ha dado siempre escenas de brillo inusitado. Helsinki’83 supuso la oportunidad también de disfrutar de Robert de Castella y su victoria en un maratón con aquel sabor casi de los setenta.

Se necesita creer en los atletas. Voces desde todos los rincones, de las escuadras de atletas de los cinco continentes, denuncian que la trampa solamente podrá emborronar el evento. Correr, saltar o lanzar son actividades que se pueden acercar a la perfección máxima también con limpieza.

Helsinki significó un adiós a los viejos conceptos del atletismo amateur. Cuando el dinero pudo compensar oficialmente los entrenamientos diarios de los atletas se cerró una herida. ¿Se abrió otra con la pugna mediática por el récord y los premios en metálico? El tiempo ha ido dando respuestas que no siempre han gustado. Ni a público ni a los gobernantes del atletismo mundial.

Los campeonatos mundiales de Moscú están girando hacia una nueva etapa en la que tendremos que creer. Sospechas de que los controles antidroga serán mucho más serios podrían aumentar las listas de bajas previas al campeonato. Igual que los sospechosos dolores de rodilla del pelotón ciclista, el anuncio de controles sanguíneos a todos los participantes podrían haber desencadenado casos como el de Turquía. La diferencia con la etapa oscura del deporte es que el planeta deberá observar y saber diferenciar. En esto también serán unos Campeonato Mundiales diferentes. La sociedad participará y criticará a través de los medios de la información.

Pero la información deportiva deberá ser crítica. Va a serlo. Tanto si Asafa Powell o Tyson Gay son cazados por drogas, como si los héroes actuales deslumbran con tiempos o marcas de otra galaxia. Si solamente se escucha al titular de la prensa cuando se bata un récord o se consiga una medalla, el espectador tendrá una imagen mutilada del gran espectáculo. Observar la foto de felino que proyectaba Greg Foster sobre una valla ha de mostrar al mundo la belleza del atletismo. Negar que estuvo implicado en casos de dopaje sistemático será quedarnos con el periodismo deportivo más fácil.

Y el atletismo no es fácil.

Tipos que corren por los libros: De Engel van Amsterdam (G. Mak)

«¿Sabes qué más?, luego estaba el corredor, ahí lo tenías. Un hombre vestido con un traje y unas campanillas, que permanecía corriendo si le dabas un par de céntimos»

Era la vida de los barrios de la periferia de Amsterdam, durante los difíciles años 30, en los que una mezcla de hambre solidaria y locura campesina se había instalado en almacenes humanos de ladrillo. Javastraat era el pulso de la zona, del barrio del Indische Buurt. Un borde urbano y humano hoy en día. Pero apenas un esquinazo de la ciudad antaño.

Geert Mak lo describe muy de pasada, apenas en unas líneas, en su clásico De Engel van Amsterdam (1992, sin traducción a inglés). Hoy día no tenemos el loco que, por unos céntimos, enamora a los paseantes con su aberración. Ahora, correr es una necesidad mercantil. Pensándolo bien, quizá pronto correr sea una necesidad mercantil. O de transporte.

En invierno viajé a la China más industrial y pude ver gente que llegaba tarde. O que simplemente optaba por no sacar la bicicleta. Y trotaban hacia el trabajo. Yo era un idiota simpático de otro mundo. Los corredores que iban con la chaquetilla laboral a paso ligero eran mis particulares demonios. Ellos demonios, yo quizá un orate.

Lo cierto es que la gente que gasta sus energías en trabajar para sobrevivir no tiene tiempo ni fuerzas para vagar. Y esto genera tanta literatura, tanto periodismo… Yo solo tengo un anecdotario cafre de trabajadores de Iberdrola o de cincuentones con ganas de cachondeo. Me gustaría contar algo de ese entrenamiento mortal, africano. Cada uno sufre su entorno.

‘Weet je nog, de hardloper, die had je ook’.

Ahí estaba, con sus campanillas, el sonado del corredor. Una romántica manera de pedir una limosna. Ahora pediría un osteópata.

Por caridad.

 

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Foto: Geheugen Van Nederland.

«La Larga Marcha» de Stephen King y sus versiones reales

Hace unos días os hablé de las pruebas con tiempo predeterminado, de seis, doce o veinticuatro horas. Algunos quizá descubríais el fenómeno de los corredores profesionales de hace más de cien años. Bien. Nos queda una curiosidad más por sacar de este tiesto veraniego del correr.

Stephen King, cuando discurría 1966, escribió una novela que sería posteriormente publicada en 1979. La Larga Marcha. Bajo seudónimo, King escribe un entorno de ficción (una Norteamérica en situación dictatorial) para una prueba deportiva demencial: una carrera que disputan un centenar de ciudadanos a lo largo de todo Estados Unidos, que descalifica a quienes paren y que premiará al último que quede en pie.

La historia, con unas connotaciones ficticias estupendas (política, totalitarismo, relaciones interpersonales) pero también se ha aproximado a la realidad décadas después.

Independientemente de las pruebas ciclistas de eliminación, muy frecuentes en puntuación en velódromo, tenemos unos pocos ejemplos de correr hasta ese límite. Como si fuera la peligrosa mente de un escritor quien las hubiera diseñado.

TransAmerica.

Sí. Salir de una costa y terminar en la opuesta. Ya en cualquiera de las penínsulas europeas que conocemos sería una locura. Pero a la novela de King le salieron vivos y fervientes seguidores. A lo largo de más de cinco mil kilómetros, normalmente desde Los Angeles a Nueva York, un puñado de gentes con energía y motivación suficiente han recorrido el gigantesco país. El año pasado, sin ir más lejos, los de la Trans America Footrace on Trail. Éstos.

Hasta que sólo quede uno.

Organizada por un grupo de corredores españoles sobre un recorrido corto, la diversión y la eliminación a cada vuelta dejan solamente uno en pie. Lolo Díez, corredor de montaña y gente inquieta, montó una edición en la costa de Gijón en la que los participantes debían subir y bajar acantilado y playa hasta… que sólo uno quedó.

En la provincia de Badajoz se ha celebrado un evento durante unos años con las mismas características. Alrededor de un circuito urbano había que resistir en movimiento hasta que solamente quedara uno.

Badwater es una palabra que despierta escalofríos entre los corredores de larga distancia. Se disputa sobre 135 millas (calculad y convertid) desde el punto más bajo del Valle de la Muerte hasta lo alto de Mount Whitney. Las temperaturas que se alcanzan convierten el reto en una pregunta sobre si la ficción podría superar la realidad.

El Death Valley fue parte de la ruta de escape hacia California en los tiempos de la fiebre del Oro, de la posterior migración desde Oklahoma a las granjas californianas (recordar la fabulosa novela de John Steinbeck «Las Uvas de la Ira»). Hoy día es un punto de parada en las vacaciones, pero también donde un puñado de ultracorredores se la juegan cada año.

Foto: MarkusMullerUltrarunning.

¿Estamos locos o no?

Diario de un corredor en vacaciones (6)

1.

No me he encontrado con Fernando Mamede. Ni con Carlos Lopes o Carlos Cabral. He corrido por los contornos serrados de las playas de Guincho, de la reserva costera de Cascais y un trozo más allá, al este, hacia Estoril, por la orilla de un río ya desabrido, convertido en mar. Casi cuarenta grados y manifestaciones en Belém.

Como buen romántico del atletismo querría haber visto camisetas verdes y blancas del Sporting Clube de Portugal. Aquella escuadra que en el extranjero llamamos Sporting de Lisboa porque los portugueses llevan siglos permitiéndonos licencias sin tenernos mucho en cuenta. Pero, a lo más que llega mi experiencia corriendo por las orillas del Tajo ha sido a ver chicos con ropa muy negra, mucho decathlonizado.

Sí. Ellos también tienen nada menos que cinco tiendas, en Torres Vedras, Amadora, Loures, y dos más en la zona donde estoy estos días. Cascais y Sintra. Y yo, buscando rastros de los «leones». El romanticismo es una enfermedad que se cura viajando, como otras tantas.

2.

No es una zona propicia para grandes aventuras, en principio. Lisboa presume ante el planeta de su medio maratón de siempre controvertido recorrido. Recordemos que sus estratosféricas marcas tienen que se homologadas y discutidas ad aeternum por la diferencia de desnivel entre la salida y llegada. Aunque la IAAF ya le otorgó la Gold Label y solucionó todo aquello y ahora puede presumir de las marcas más rápidas del orbe. Tadese Zersenay  conserva desde 2010 sus 58.23 lisboetas, una marca que sigue por superar hasta hoy.

Su maratona muestra a los teóricos de la lengua por qué la distancia de los 42 kilómetros es una palabra con formas y empatía femenina. Su half es un triatlón apreciado. Pero faltaba saber si en este esquinazo atlántico era posible hablar de aventura.

Ser13gio, quién si no, me abriría los ojos. Es en bicicleta pero digamos que ellos y nosotros, los chicos de las ruedas gordas y los madelmanes de la mochila sudada, somos primos hermanos.

Y sí. Se hace mucho el burro en esta zona de palacetes y de maravillas. Es la Oh Meu Deus. Quien diga que no es el mejor nombre para una prueba deportiva de larga distancia, no tiene entrañas.

Oh Meu Deus y, claro, Fat Ass Fifty. Sobre Fat Ass Fifty tengo pendiente un post.

Felices vacaciones, gente acalorada.

¿Por quién doblan las campanas?: Estadio Vallehermoso (1957-2013)

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El Cementerio de San Martín había sido diseñado por Wenceslao Gaviña en 1849 como necrópolis del norte para los madrileños que dejaban de serlo: diñándola. Poseía sus decimonónicos nichos y patios dedicados a los cuatro santos que le pasaron por la cabeza del arquitecto o que le sugirieron desde las feligresías cercanas: Santo Domingo, San Ildefonso, Nuestra Señora de la Paz y Santísimo Cristo. De la beatitud del camposanto y su conveniencia por estar bien situado en el ensanche norte del siglo XIX, pasó a ser protagonista de otra historia más sobre los cambios de uso de la ciudad. De la gran urbe, que absorbe y deglute todo cuanto la rodea.

No se sabría durante décadas hasta qué punto esta afirmación puede ser tan demoledora, tan cierta. El dinero de la ciudad, que todo lo come. En el cambio al siglo XX se colaron por las rendijas de las tapias niños llenos de piojos y abrieron paredes, jugando. Los más rápidos entraron y salieron limpiando, derruyendo, hasta el punto que pronto pasó, de ser camposanto, a meramente campo. Los propietarios llegaron a usarlo como huerta, un terreno lleno de minerales y de leyendas. Los niños seguían entrando quizá a mirar si las leyendas existían o si podian llevarse alguna hortaliza. Llenos de jirones y hambre y piojos, una constante de la periferia de ese Madrid de Baroja.

El estado de abandono paulatino del cementerio de San Martín hizo que en Agosto de 1933 el Ayuntamiento adquiriese los terrenos. Madrid creció por la Ciudad Universitaria por el sur a pesar de su posterior bombardeo en la miserable guerra civil. Una fachada más moderna, polideportiva, con el estadio Metropolitano, lugar de las hazañas del Atlético de Madrid se constituía en aquella ladera luego machacada por los obuses. Desde los años veinte la Colonia del Metropolitano, la división inmobiliaria del Metro de Madrid, tenía por aquellas lomas unos espacios de amplitud y modernidad. Una época deportiva absolutamente ajena a lo que se avecinaría medio siglo después.

Pero ¿quién podía saber nada sobre el futuro salvo los locos y los inventores y los dueños de aquellos terrenos?

En 1957 el Ayuntamiento cedería los terrenos durante 50 años para la construcción de un estadio para la celebración de los II Juegos Iberoamericanos, en 1962. Nacía así el Estadio Vallehermoso. Nuestros atletas punteros eran primeros espadas tales como el manchego Antonio Amorós, que dominaba el fondo y el cross desde hacía un par de años, o el príncipe del 800 y de 1.500: Tomás Barris. Poco más que señalar. Se celebraban en aquel, nuestro estadio, reuniones atléticas de las que hoy tenemos recortes digitalizados y unas fotos donde los clavos acribillan una pista de ceniza, el Mondo de los pobres.

En mitad de aquella ausencia de riqueza de 1957, la casualidad y la primera explosión demográfica del país del dictador de voz aflautada hicieron que ese mismo año naciese una generación de bebés. Serían posteriormente conocidos por protagonizar las gestas más fantásticas del primer atletismo español contemporáneo. Los del 57 (Abascal, González, Moracho, Alonso Valero, Corgos) harían subir en los ránkings el nombre de España. Entonces parecía necesario.

Ellos, los del cincuentaysiete, también tienen ahora la horrenda tarea de presenciar la muerte de esa pista color rosáceo. Recién retirados, con la década de los noventa produciendo otros protagonistas, el estadio Vallehermoso dejaba de ser el lugar central del atletismo de Madrid. El meeting de Madrid empieza un periplo por las pistas de Alcobendas, Alcorcón, hasta la primera de las instalaciones que se construyó con aspiración internacional: el hoy circunspecto estadio de la Peineta. Entre tanto, el viejo graderío y aquella pista languidecen. Unas pocas competiciones son testigo callado de sus ya tres décadas de servicio.

¿Languidece también la ciudad? El estadio apenas es marco de celebración de algunos meetings de Madrid. Se reabre con pompa y circunstancia y rutilantes estrellas como la pertiguista Isinbayeva. Pero las gradas no hierven como antes.

Las campanas están doblando por la instalación.

Y es que la fecha de la concesión municipal para el estadio caduca en 2007.

El sentimiento más generalizado es que no habrá más atletas pisando la calle seis de la pista, aquella que quedaba pegada al pasillo de asfalto, al muro de la grada; aquella calle seis donde se almacenaban de dos en dos las vallas de las siguientes carreras. No habrá más camisetas de algodón ni zapatillas de clavos con una X en el lateral.

El tiempo había expirado de manera oculta, a ritmo de penoso goteo. Sin saberlo, mientras padres e hijos y entrenadores acudíamos en las matinales de Sábado durante toda la década de los ochenta, aquellas goteras que caían sobre la fachada de Juan Vigón eran un reloj de arena que nos avisaba sobre el futuro del estadio. Pero el silencio grita demasiado bajo. No se le suele oír. Fueron corriendo las semanas, los meses.

Desde fuera solo nos acordábamos del Vallehermoso, del objeto, de nuestros recuerdos. Se desconocía cómo iba la gestión real del atletismo. Aquella instalación se descomponía a trozos. Era necesario disimular con pintura al temple los mordiscos en el cemento de la valla que rodeaba la calle ocho, aquella cerca de obra sobre la que se colocaba la publicidad en las grandes ocasiones.

Al mismo tiempo la prensa nos contagiaba del optimismo: se suponía que era lógico pagar millones de pesetas de 1987 para que viniese Edwin Moses o Said Aouita. Si el meeting de Zurich daba beneficios, había que imitar su modelo. Ahora pensemos en la mitad del caché equivalente de Usain Bolt para correr en Zurich en 2012 y en la situación de la economía real de España en los ochenta.

Desapareció en un incendio el Palacio de los Deportes pero antes habían desaparecido los huecos para poder competir en la pista cubierta. No sin una profunda carga humorística, en los últimos años 80 el estadio Vallerhemoso acogía las competiciones de ‘pista cubierta’ en calendario de invierno. No había módulos cubiertos, INEF se quedaba para los atletas de élite. La promoción del atletismo entre todos aquellos chavales quedaba encargada a un sólido equipo de voluntariosos jueces federativos. En la distancia pienso en aquellos míticos 300 metros vallas y los días de triple salto en que los adolescentes éramos todo quejas. Teníamos la edad de la queja eterna, y no se nos ocurría otra forma que expresarla ante aquellos voluntarios del deporte educativo. Merecíamos una paliza.

Los momentos de gloria.

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Todavía habría tiempo de recordar aquellas tardes de verano de atletismo de alto nivel. Durante los años buenos, de 1984 a 1988, nadie borra de su memoria a los emperadores de uniforme amarillo que tenían la potestad de anunciar a golpe de bombo (y ginebra) quién asomaría o quién cavaría su tumba, los comienzos y finales de las estrellas del firmamento atlético. Edwin Moses era batido por Danny Harris en las vallas bajas más espectaculares del planeta, Paul Ereng era batido en un 1.000 fantástico por Pancorbo y, este, a su vez, por el campeón mundial somalí Abdi Bile. El cubano Javier Sotomayor se batía a sí mismo y a sus alturas imposibles.

Madrid contrataba para competir frente a los ojos de aquellos padres con patillas anchas y los niños peinados a raya a Patrick Sjoeberg, Said Aouita, Carl Lewis o Calvin Smith. Lees bien, maldita sea. ¡Los mismísimos Carl Lewis y Calvin Smith, volando raso sobre aquella goma roja. Un tartan semipulido que, en la calle uno, en secciones parcheadas de la recha, se  transparentaba mostrando un gris oscuro profundo. Era el comienzo del declive. Se asomaba el color del cemento sobre el que se había construido todo aquello, los cimientos de la necrópolis de San Martín.

Por todo ese elenco deportivo las gradas estaban a reventar. Madrid respondía como si de verdad aquello fueran los Juegos Olímpicos.  ¿Era realmente el atletismo que podíamos permitirnos? Unos Juegos en un estadio casi de bolsillo, con publicidad de marcas tan ochenteras como podían ser Ducados o Larios. Pero que suministraban a ciegas el dinero que hiciera falta. En una economía con índices de precio al consumo por encima del 8% e inflación apenas controlada por debajo del 9%, un meeting de atletismo como el de Sevilla contaba en 1987 con 45 millones para lo que fuera necesario (270.000 euros que, corregidos a nivel por el IPC acumulado, se multiplicarían hasta casi un millón de euros).

¿Recalificación o descalificación?

De forma súbita se llegó al final de la burbuja sobre la que se asentaba el crecimiento de la ciudad española. La liquidación presupuestaria y la necesidad de fondos de los sectores de la gestión de la ciudad. El cambio a las políticas neoliberales llamaban hacia la sostenibilidad de los equipamientos deportivos. En síntesis, sobraban instalaciones donde se sacaban exiguos beneficios. Por otro lado, Madrid necesita sobreponerse a los malos tiempos que se avecinan tras una década de crecimiento inmobiliario desmedido.

Alguien tiene la brillante idea de imitar el modelo barcelonés. ¿Y por qué no optar a ese generador de contratos de obra que son los Juegos? En 2012, 2016 o 2020. Nadie pone sobre la mesa los ejemplos presupuestarios de Atenas 04 o de la barbaridad de dinero perdido en Montreal 76. Juegos, más Juegos. Los que sea necesario traer. La casta de nuevos ricos en el poder piensa que ahora Madrid ya no fuma Ducados sino que es la más noble de las pasarelas. Y presume de estadio olímpico, igual que Sevilla. Y Valencia presupuesta treinta y nueve millones de euros para su Gran Premio de F1 en 2012.

Se mira hacia otro lado cuando se denuncia que seguimos en el país del envoltorio.

Y se materializa la consecuencia más lógica para un vetusto estadio que alberga un deporte en constante justificación. Vallehermoso debe caer. El terreno en que se sitúa es demasiado atractivo. De este modo, el poder del dinero hace que el estadio sea descalificado. No será recalificado. Eso habría sido una salida técnica, habitual, política. El viejo graderío y las seis calles caían descalificados. Era como aquellas temidas voces de los jueces que se ponían en la ‘curva del doscientos’.

Ojalá levantara la cabeza mi amigo el fallecido Luis Miguel Cruz, con el que fuí sistemáticamente último y penúltimo en los 2000m marcha en categoría alevín y con quien crecí para conformar el cuarteto B (o C) de aquel mítico club de atletismo de Alcobendas. Un aviso en voz alta significaba la descalificación de un equipo relevos; nos habíamos salido de la zona de entrega. Teníamos trece años.

– «Venga, va, que son unos críos» -solía quejarse algún entrenador o algún padre que vivía el atletismo bajo la lluvia o el viento.
– «Tienen que aprender» -respondía el juez de la Federación de Atletismo de Madrid.

Naturalmente terminábamos aprendiendo. Con el tiempo supimos todos qué significaba el dinero. Luis Miguel, el hijo de Miguel el zapatero, Jose Ayuso Yuyu, Miguel Fierro, Jose Correlotodo, que se atrevía de infantil y de cadete con los del sesenta y nueve. Niños que ya no haríamos aquello de jugar nunca más en la dura alfombra roja del tartan. No nos abriríamos más la cabeza cayendo contra el armazón de hierro que cubría la colchoneta de salto de altura.

En 2007 ya no éramos críos. Podíamos esperar cualquier barbaridad de los regidores del deporte de la Comunidad de Madrid, orientada hacia el negocio, y por ello no podemos sentirnos defraudados. El estadio emblema del atletismo en Madrid sufrió un cierre cuasi definitivo hace ya año y medio, para ser acomodado a unas nuevas instalaciones municipales.

¿Instalaciones Municipales?

Madrid, sumidero político al que tiramos a diario todas nuestras energías y, cada cuatro años, nuestros votos, debía pensar que estábamos sobrados. Es como se comporta Madrid: generosa, sobrada, la Corte donde no falta de nada desde los Habsburgo. Los gestores madrileños debieron pensar que andábamos holgados de equipamiento deportivo para atletismo. Al fin y al cabo lo del correr se puede hacer en la Casa de Campo. Sus políticos pensaron que los ciudadanos deportistas de Madrid necesitaban un sitio donde purificar las caras de mala hostia diaria, donde convertir en vapor nuestras frustraciones por cuadrar los presupuestos para comprarnos el Qashqai.

En resumen, nos dijeron «Lanzaos en plancha a una nueva dimensión social». Y nos colocaron el proyecto de un spa.

A escasos metros del nuevo campo de golf. A Madrid no la conocía ni la madre que la había parido.

Los tecnicismos contaron que «se había recurrido a la concesión privada para reconstruir parcialmente el polideportivo de Vallehermoso. El concurso municipal incluye un pabellón y una piscina cubierta además de varias salas polivalentes».

De emblema del correr, donde vimos a Harris, Moses, González, Lewis, Trabado o Bile, donde nos juntábamos criaturas a competir en reuniones de la FAM, se pasaría a puchero para desintoxicarnos. De la educación del esfuerzo y del deporte, a la desintoxicación urbanita.

Es una perfecta metáfora de la catarsis de los tiempos modernos.

¿Que no, chaval? 

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Fotos: UrbanCidades, JSChamberi.org, RFEA.

 

1977. Cuando todavía no éramos campeones de nada

¿La Roja? ¿Rafael Nadal? ¿Los chicos altos de la ÑBA o Maialen en sus casi suicidas y premiados descensos sobre aguas bravas? Muchos tomáis el éxito deportivo de nuestros campeones como algo natural. Los más incoscientes. Otros muchos recuerdan que en la época previa al plan ADO de Barcelona 92 todo era duro, muy duro. No había casi campeones.

Pero más atrás en el tiempo la palabra campeón quedaba para cuatro rarezas individuales. Angel Nieto, Santana y su noble tenis y Bahamontes. Lo normal era que la participación de un español en un evento internacional quedase más que diluida. Rescato un post para mostrar el ejemplo de 1977. Cuando no éramos campeones de nada.

«Antonio Gómez«, tableteaban las máquinas de escribir de los periodistas enviados a Herenveen (Países Bajos) a cubrir los campeonatos mundiales de patinaje de velocidad. Enfrente, el sueco Ekstrand. Quizá los periodistas ni siquiera tabletearan. Probablemente se reclinaran hacia el respaldo de su asiento, embozados en ropa de abrigo, y disfrutaran de un rato de esos que deparan las competiciones internacionales. La aparición de un participante sin el nivel requerido. Un momento cómico, en el que se desnudan las diferencias entre los profesionales y los aficionados. El abismo deportivo, si se quiere ver así.

Eran años en que también había Moussambanis que tardaban simpáticos y eternos segundos en cruzar piscinas, dar vueltas a las pistas, y que levantaban una simpatía cariñosa. Las gradas hierven y la simpatía del público holandés camina por el peligroso alambre de la mala educación. Suenan risotadas entre los espectadores menos delicados.

Se da la salida y el público, que ha aprendido a patinar en el primer invierno de su vida, ve como el sueco toma una ventaja brutal. En cien metros está lanzado mientras que detrás queda rezagado el heterodoxo patinador. Tiene los muslos evidentemente más cortos que nadie en el estadio Thialf. Es la prueba de velocidad, son 500 metros y el español coge velocidad como si tuviera que pegarse con el hielo, con un enemigo no acostumbrado. Pero la algarabía se ha instalado en la grada desde la ronda previa y tiene el propósito de quedarse.

Mediada la curva del ‘trescientos’ el patinador sueco, por la calle interior, cae y se calza una galleta impresionante contra el acolchado de la valla. ¿Es el momento del español? ¿Viene suficientemente lejos como para no poder dar la sorpresa? La justicia divina de la superación humana viene patinando a aproximadamente 40kmh. La arrogancia mira hacia atrás temerosa de que su trono y condición queden borradas de un plumazo por el concepto de ‘gezelligheid‘, la ‘simpática coloquialidad’, muchos desean que Gómez Fernández remonte.

Pero el patinador Gómez no llega. Hay demasiada diferencia, aún sin ser el sueco un Eric Heiden que destrozaba los récords por lotes. Ni un sólido Jan Egil Storholt, el hombre de la plata en el ‘allround’. Era un sueco que patinaba a gran velocidad pero que cometía errores. La velocidad le permitía cometerlos porque, delante, tenía … mejor dicho, detrás, tenía un barranco de profesionalidad.

Era un deporte de invierno y un país desarrollado contra un patinador de verano y un país, bueno, era la España de López-Rodó, de Licinio de la Fuente, de Fraga. España no estaba para deportes minoritarios ni para ponerse farruca en nada. Los segundos discurrían y el patinador español no asomaba en pantalla. Los 500m son la prueba sprint y el sueco un especialista. En una prueba de apenas 35 segundos, tardar 50 es como si soltasen a un alero alto de un equipo EBA en mitad de la zona de los Oklahoma Thunder. El sueco se levanta y retoma la marcha para, todavía, tener margen para ganar al simpático elemento discordante. España, simplemente, no llegaba.

Corría 1977. Los mayores logros del deporte español estaban todavía por asomar. Los mayores logros del periodismo deportivo que vive de inflar y dar de abrevar al deporte español se reducían a glosar la épica sobre barro de López Ufarte y Kortabarría, Stielike y Juanito, Bizcocho y Biosca o Asensi y Migueli. Deportistas de una década que se resiste a desaparecer. Por otro lado estaban los desconocidos atletas como Marín, Domingo Ramón o Llopart que velaban armas en previsión de unos Juegos Olímpicos en Moscú, baratísimos, con un boicot de 2/3 partes del medallero. Que los chicos del baloncesto eran potenciales semifinalistas o que España daría poco de sí contra Bélgica en la Copa de Europa de Fútbol. No caíamos ni en cuartos.

Ni Angel Arroyo había debutado en un tour en el que reinaban Thevent, Kuiper o Hinault. Ciclábamos a trillones de años de distancia del inicio de la época moderna del ciclismo, cuando monsieur Bernard Hinault se fundía al personal en el Tour de Romandía, el Giro tras dejar a todo dios tiritando en el Stelvio y el campeonato del Mundo. Ni podíamos bregar contra Joopje Zoetemelk, o contra Agostinho, al que la mala suerte le tuvo que enviar un perro frente a su rueda. Nuestras herramientas de trabajo eran Melero, Miguel Maria Lasa o Joxe Nazábal, que ganó entre Gasteiz y Oloron.

Los franceses todavía no nos tenían envidia. Es de suponer que para ellos, no existíamos salvo para la vendimia, para su cine en Perpignan y ocasiones puntuales en las que jóvenes cachorros planeaban un futuro socialista sin socialismo. Rafael Nadal no había nacido y, the Spiting Images, los guiñoles que de verdad gobernarían el mundo (no esa ridícula versión de Canal+) tendrían que esperar hasta su creación en 1984.

En 1977 el monigote más parecido a un guiñol que había era Eric Honecker, y presidía la RDA. Y sobre Honecker nadie hacía chistes en público.

 En Herenveen los dos patinadores llegan a meta. Parece un falso sprint cerrado. Delirio en la grada. Corre la cerveza por el triunfo del deporte cañí. 50.18 para el sueco frente a 50.41 para Antonio Gómez (que ni siquiera tiene una entrada en español en la Wikipedia). Antonio entrenaba en la década de los setenta en una pista de hielo artificial en Barcelona. Antonio era un empleado de la Telefónica de origen sevillano que había hecho de todo. Corrió maratón, practicó esquí de fondo y decidió que la Meca del patinaje era su Dorado. Allá que se fue. Holanda lo acogió como un personaje ideal para la televisión.

«Speedy Gómez» había debutado en los Europeos con una ronda inaugural de 53 segundos, embutido – no es un eufemismo – en un maillot amarillo que hizo vibrar a los espectadores en su ‘yo conta el reloj’ (ver segunda parte del vídeo del final de este post). Con posterioridad siguió participando en eventos internacionales en lo que era su pasión.

¿Había alguien detrás, alguna federación, beca o miserable titular de prensa? Lo dudamos. Gómez Fernández, insuperable duo de apellidos destinados para la gloria deportiva, bajó sus marcas a base de echarle huevos y entrenar. No mucho. El físico de Antonio peleaba frente a fémures veinte centímetros más largos que los suyos. Frente a siglos de tradición, de especialización técnica, hielo natural, hielo arificial, técnica de pierna sobre la rodilla que Gómez nunca pudo desarrollar, siendo de la escuela más popular del ‘potje over’, del tirar la pata hacia fuera en la curva. Y los segundos y las décimas que se le seguían escapando.

Antonio mantuvo los récords de España de patinaje sobre hielo en diferentes distancias hasta 2003. Su hija Beatriu marcó 43.90 como mejor marca en la Copa del Mundo de Salt Lake City en 2005. Prácticamente seis segundos más rápida que el padre. Pero de patinaje de velocidad se habla poco. No podemos darle con ello en los morros a los franceses.

El vídeo. Para los que nacieron ya como envalentonados patriotas.