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Poner un pie delante de otro nunca tuvo tanta trascendencia.

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Detenerse en una carrera ¿Qué hacer cuando no puedes más?

Estamos acostumbrados a oir «Una retirada a tiempo ahorra tiempo» y aforismos parecidos.

¿Qué ocurre cuando la prueba es más dura de lo que teníamos pensado?

¿Parar en mitad de una carrera? ¿Y si nos retiramos o dejamos a medias un entrenamiento?

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Seguramente te has visto superado en alguna ocasión. Los factores son sencillos aunque el origen pueda ser variable. A veces la meteorología te castiga más de lo debido, y el calor o un viento implacable hacen que terminar el recorrido o tu prueba sea una tortura.

No es infrecuente que nos veamos superados por el perfil del recorrido. La propia irresponsabilidad (poniéndolo todo en términos muy relativos) nos lleva a fastidiarla con el ritmo de carrera. Vamos, lo que toda la vida se ha llamado «salir corriendo demasiado rápido y que nos fundan las cuestas». Primero está la decisión de caminar en mitad de la prueba. En contados momentos, viendo «las orejas al lobo», está la posibilidad de una eventual retirada.

La pregunta es ¿cómo sentirse ante una decisión así?

Estoy harto de recomendar sensatez a mis conocidos o gente que me pregunta sobre ello. En principio, caminar como pausa durante una carrera no tiene que ser ni indigno ni signo de una derrota deportiva. Este fin de semana ha tocado corroborarlo en varios frentes. Mi amigo Jorge ha tenido problemas estomacales en el maratón de Zegama y ha optado por no seguir sufriendo en ascensos y descensos con el organismo totalmente vacío. Primero parar, calmarnos para ver si la cosa mejora, luego abandonar. Yo he parado después de medio maratón en el Anochecer 42+1 de S.S. Reyes notando que algunas de las microrroturas musculares en mis cuádriceps (las famosas agujetas) podían derivar en roturas.

En ambos casos, tanto Jorge como yo (espero) hemos tirado de experiencia previa. Él conoce sus problemas de asimilación de alimentos durante las larguísimas distancias. Yo sé que mi tiempo de recuperación es aproximadamente una semana y media, más, probablemente, derivado de haber corrido durante siete horas el sábado pasado. En estos casos, apliquemos la máxima siguiente: «esto es un hobby».

Sí, un apasionante y tremendamente atractivo hobby que nos llena de adrenalina, nos saca de la rutina diaria, que nos lleva a conocer sitios apasionantes. Correr es fabuloso. Entonces ¿por qué arriesgar con nuestro organismo y lesionarnos o dañarnos, y que no podamos disfrutar del correr durante décadas?

¿Has pasado por un trance similar? ¿Qué significa para ti la retirada en una carrera?

Ser el más lento corriendo

¿Hay ley para el último de un grupo? ¿Hay piedad con el que va aguantando como puede el ritmo de los compañeros de grupo? Sí. Solamente se conoce una máxima.

Por muy tranquilo que se vaya, correr es un paseo para todos menos para él.

Esa es la ley. ¡Pero eso no significa que él pueda darse tregua!

El corredor que cierra un grupo es, por definición antropológica, al que los demás acomodan sus ritmos. Cuando todos esperan al último de un entrenamiento y arrancan al momento, están todos mucho más descansados que él. Además cuentan con más facultades.  ¿Cuántas veces te has visto en estas?

No importa que seas un principiante o un curtido bestia de las calles. El día en que te propongan ir ‘tranquilo, que vamos un grupo y toca entrenamiento suave y podrás sin problemas’, ese ‘sin problemas’ supone ir tan forzado como puedas y un pequeño extra del 3.6% de tortura.

Décima arriba décima abajo.

¿Y el último de una carrera? ¿No lo has sido? Prueba. Es una experiencia enriquecedora.

Oirás cosas diferentes. Cruzarán por delante de tus narices. Los coches alegrarán con sus cláxones el paso de tus pies, igual que si fueras la misma princesa el momento de su coronación. Se escucharán bromas y comentarios que miden en kilowatios-idiocia la cultura general deportiva de tu ciudad.

No sabes qué suerte tienes. Hace veinte años los tiempos de corte en un medio maratón rondaban las dos horas.

Peladas. Como las gambas.

Por eso no debes desesperar. Ayer me preguntabais si hay un límite de edad para no dar una imagen calamitosa en una carrera. La perspectiva es sumamente relativa. Hace veinte años un chico de más de 90kg estaba casi fuera de contexto en la tipología de los que corríamos. También era infrecuente ser mujer y correr. Hoy la ontología de correr ha cambiado.

Aunque seas el más lento de cuantos conoces, estás moviéndote. Muchos ni si quiera lo hacen.
Solo te miran mal. ¿Te va a echar atrás eso?

 

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¿Tienes preguntas sobre el mundo del corredor? Envíalas

Durante todo el fin de semana puedes lanzar tus preguntas, desde las más básicas a las más descabelladas. Lo que en ningún otro medio te contestarían aquí será convenientemente baqueteado.

Desde hoy viernes hasta el Domingo a las 24.00h (CET) este viejo gruñón está a tu disposición. Más de 30 años corriendo y 83 maratones y ultras corridos a tu servicio como experiencia, con novatos, familiares, pataliebres, en la carretera o en el monte. No sabré mucho de la teoría científica del entrenamiento pero… de correr creo que ya tengo una opinión formada.

Si tienes chispa puedes hasta trollear.

Contestaré por orden cronológico de los comentarios que se vayan dejando. Feliz fin de semana y, let the show begin!

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Mea culpa, por si sirviese de algo

El pasado jueves asistíamos a una charla sobre material de ese que te puede salvar la vida. Y más atrás de la fila ocho, algunos asistentes bromeábamos. Porque somos un poco el veterano que ha pasado por cien batallas y tiene los testículos pelados. Y somos varones y pasamos de los cuarenta.

O sea. Grupo de riesgo.

El ponente, experto en carreras muy largas y muy duras, nos reiteraba lo importante que sería la seguridad para las carreras ultratrail de este verano en la sierra de Madrid. Y que no escatimáramos en proteger partes por donde el cuerpo pierde calor.

¿Sabíais que un 40% del calor corporal se larga por las extremidades y cabeza?

Unas manos con guantes o un gorro pueden hacer que el equilibrio del cuerpo en pleno ejercicio se mantenga de una manera más eficiente.

Pues bien. Llega el domingo y, como no era alta montaña ni ultra trail ni había dorsal por medio, y sí una excelente panda de amigos recogiendo kilos de alimentos a cambio de kilómetros corridos, metí la pata hasta las últimas costuras.

Por gilipuertas y por sobrado.

Marzo de 2013. Madrid. 08.02am. Un viento constante resecaba la piel. El frío objetivo marcaba unos 6ºC pero el subjetivo (el famoso windchill efect) lo bajaba un par de grados más. A ratos sol y a ratos nubes. Tal que de estas pintas.

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Brazos, manos, una camiseta normal, pantalón corto, y … el pelo recién cortado el sábado. Veinticuatro horas antes estaba desprotegiendo el cartón. Setenta y dos horas antes, sonriendo altanero con las recomendaciones a novatos. Claro. Yo es que ya he corrido ochenta y tantos maratones y ultra trails.

Pues pasadas dos tranquilas horas de correteo seguía sin subir la temperatura ni amainar el viento. En dos paradas técnicas breves empecé a buscar un chaleco de abrigo con el que hice la tercera hora. Pero ya iba encogido. Y en diez minutos más el viento había llevado camino de la Alameda de Osuna todo el vapor de agua que recubría mi piel. Había perdido calor y agua del cuerpo por no cubrirme la cabeza.

En media hora tenía que alternar trote con algunos ascensos caminando.

En mitad de Marzo me estaba deshidratando. Y el resto de los kilómetros hasta el 42 no fueron muy agradables, con amenazas constantes de calambres.

¿Qué quiere decir esto? Que no hay que bajar nunca la guardia. Aunque se rompa la magia de esa improvisación que nos ha hecho famosos a los iberos, no hay que salir a la ligera a hacer deporte de larga duración. O, si se puede tener un mínimo a mano, que a menos de veinte minutos de donde nos encontramos haya (a) civilización donde guarecernos, (b) nuestro coche con ropa y alimento o (c) qué menos que cobertura 100%.

Ni los más veteranos nos libraremos de pasar un mal rato o de no disfrutar de este deporte.

¿Por qué me dan calambres?


Fuente Derek Zahler. Youtube.

– «A ver si paras quieto, amor»

Hasta no hace mucho tiempo yo creía que el mejor síntoma para saber si uno está a punto para echar a correr como un gamo, como un gusarapo o como un imbécil era, sin duda, que te sacudan terribles calambres por la noche. Pero de los gordos. De esos que te bloquean el gemelo y te ponen el dedo gordo del pie absoluta y peligrosamente tieso. Entonces, cuando te han dado dos calambrazos como dos pumas de salvajes y has despertado un par de veces a tu compañero/a de cama, te dicen esto:

– «Hijo/a. Tengo ganas que llegue el maratón y te desfogues»

Y no saben que es peor. Que corriendo nos darán más.

¿Qué es un calambre?

Es una contracción involuntaria de un músculo. Voluntariamente pocos (quizá existan masoquistas escogidos) desean contraer así ninguna extremidad.

Clínicamente se solían asociar a anormalidades de electrolitos en los músculos. El dificil equilibrio que guardamos mientras entrenamos para un maratón, los días de descanso, beber mucho, más, o hartarse, luego parar, cargar y descargar hidratos… toda esa tortura que ya conocemos todos.

Más recientemente se está comprobando que es una cuestión de transmisión neuronal. O sea, el ejercicio de correr envía demasiadas señales de estimulación a las neuronas extendidas hacia un músculo (motoneuronas). El músculo se fatiga por causas evidentes. Evidentes porque vas evidentemente jodido (estás corriendo una distancia anormalmente larga). El resultado es un desequilibrio frente a las sustancias que tenemos para inhibir la fatiga desde el sistema nervioso central.

O sea, vamos, corremos por fin el maratón que nos sugería nuestra pareja, y ¡entonces empezamos a conocer qué son calambres de los buenos!. King-size. Station Wagon. Full HD. Todas las putas siglas que conocemos para comparar lo más gordo se quedan cortas.

Y se nos queda la pierna como un palo mientras los demás corredores nos adelantan y vuelves a tu pensamiento:

– «No vuelvo a correr esto nunca más».

Y luego sacan las imágenes en la televisión diciendo que correr maratones no es saludable. En consecuencia, en casa te comentan el carácter poco saludable de tu hobby/pasión.

– «Chico, un día te va a dar un perrenque, que lo han dicho en la tele».

Es que somos muy dados a interiorizar cualquier mensaje que nos den los medios de comunicación.

¿Por qué a mí?

Pero tú ya te quedas con la duda. Afortunadamente Mourinho dirá algo sobre Casillas, o llegará una inesperada ola de calor en Julio y se dejará de hablar de nosotros. Mientras tanto, te hincharás a repasar tus hábitos previos, leer sobre qué dice la ciencia especializada o a comentar tu experiencia con un psicoanalista.

– «Para mí que hay algo cósmico que envía ondas a los músculos, diciendo que la suerte está echada, que ya llegó la hora de ponerse a correr. ¿Cómo afecta la cosmología a los musculos? ¿Me receta drogas de las gordas que tengo un maratón en otoño?

Una cosa parece inevitable. Y esto ha de servir para novatos o experimentados. Los calambres te darán mientras tus músculos lleguen al extremo de la fatiga y les sigas exigiendo más. Beber más, entrenar mejor, tener más flexibilidad, son todo herramientas que mitigarán la aparición de las temidas ‘rampas’.

¿Le dan calambres a Pablo Villalobos o a Chema Martínez o a Rosa Morató?

La suya es otra esfera de esfuerzo. Superior, bestial. Pero su entrenamiento es tan demencial (en el mejor sentido de la palabra) que les permite afrontar esos riesgos. Nuestro mundo es el de salir a disfrutar de la carrera. Un calambre ocasional nos dará una alerta incómoda, cómica, dolorosa, pero sirve para avisarnos de que nuestro cuerpo alcanza una cota máxima de paliza.

Yo creo que lo mejor es invocarlos y que nos cuenten ellos.

El chico de las gafas

Es una mañana horrenda, neblinosa, es Enero y en la línea de salida del 400 se apiñan media docena de chacales. Están los primeros espadas, con guantes y algunos gorros. Está uno de los hermanos Esteso, hay una gacela de Nerja, tira de toda la serie el tipo más duro de los corredores blancos que hacen 3.000 metros obstáculos, Luismi Martín Berlanas y que, en Atenas, será quinto. Han arrancado una repetición más de una vuelta a la pista. Tendrán por delante seis o siete series, aún. Son intervalos en los que se dispara el consumo de oxígeno en la sangre. Te hacen más fuerte, acercándote a una muerte parcial. La muerte -parcial- del mediofondo es como asomarse a los límites, sabiendo que uno va a regresar. Duden ustedes si los mediofondistas están de acuerdo con esta afirmación, aunque pocos negarán haber alcanzado el dolor total.

En una segunda fila hay un chaval con los pómulos sobresalientes. En 2004, Pablo Villalobos (Almendralejo, 1978) aún está modelando su cuerpo para saltar de 13.46 a 13.34 en 5.000 metros. Todavía no lo sabe, lo logrará en Donostia, así que cumple con el ritual y la serie termina. Todo el grupo se apoya en las rodillas con la sangre a punto de salir por la boca. Bocanadas de aire caliente de los bronquios de esos galgos ahuman el invierno y atraviesan el cielo como cohetes. En el INEF hace frío, mucho frío y unos pocos espías tenemos que echar mano de los bolsillos del abrigo. Pasan escasamente unos segundos y el grupo se amontona como los depredadores al olor de un deber ancestral, de una nueva cacería. Pegados otra vez al borde metálico de la cuerda de la pista. Una nueva vuelta, miradas al reloj, dolor de músculos.

Estaban terminando los vigentes años del atletismo en vivo. Los niños que querían ver a estos guerreros del músculo podían apostarse en la valla que rodea la pista, en las retransmisiones de la televisión o en los sprints sobre barro y arcilla que recorren el prestigioso circuito de cross español. Los niños españoles siempre han tenido una parte fragmentaria del atletismo cerca, con Haro, Cerrada, Esparcia o Prieto circulando por sus parques y caminos, hasta que la multiplicación de opciones y una existencia sedentaria los han alejado de estos tipos que son como galgos. Por cada cross de domingo en una provincia hay veinte ligas de deportes de equipo, hay entretenimientos en casa. Los galgos también están desapareciendo de las fiestas de los pueblos, de los caminos. Ajenos al tiempo, los atletas siguen con una rutina torturadora y terminan un minuto más con todas las pulsaciones desatadas. De nuevo, manos a las rodillas. Escupen. Resoplan.

Un par de años antes, en un rincón de Amsterdam, Pablo colgaba su chaqueta de chándal de una silla de madera y mimbres y ayudaba a su chica a sentarse. Se deja aconsejar ante una carta, como siempre, confiesa que viene con hambre. Es un corredor con miras de científico (asegura él), que comienza a formarse sin prisas, frente al crío delgado que corría sin parar desde la puerta de casa a todos los lados. Comida etíope para tres, que él desmenuza con las manos mientras relata las series del mil quinientos de Reyes Estévez, de Baala o el cinco mil de Alberto García, el diez de Chema… Estamos en el verano de 2002 y Villalobos viene de viaje con su inseparable Amaya. Han estado por Baviera disfrutando del atletismo internacional al que él no llega, por los pelos. Es internacional en Campeonatos Iberoamericanos y Universitarios en 3.000 y 5.000. Es él, todavía, un corredor de 5.000 que desconoce el largo aliento. Tranquilidad o inocencia, su escuela (la del mil quinientos mítico español, los González, Vera, Abascal, Cañellas) le impide tener miedo al largo aliento, empresas mayores. Goteborg queda aún lejos. Terminamos de comer y nos cambiamos. Amaya, él y el resto. Justo después de asistir a esos campeonatos de Europa de Munich, el chico flaco lleva las conversaciones sobre sendas de los parques de Amsterdam.
Es sábado y hay decenas de personas haciendo deporte. Yo le miro pero los demás corredores del parque se giran para ver cómo Pablo va dejando escapar huesos y músculo por las aberturas de una camiseta de tirante y un pantalón de la selección italiana.

El paso al maratón

Con el tiempo estaría, le tocaría, quizá, estar mucho más delgado. Los niños que antes leían y oían sobre las hazañas de los galgos, ahora entran en twitter y facebook, todo es tocable, inmediato. El atletismo, no. Después de ocho duros años donde el cuerpo adquiere la internacionalidad, los cincomiles dan paso a los diezmiles, las cargas de trabajo se doblan, Pablo Villalobos, un corredor atípico, estudia y comienza a trabajar para otros deportistas. Es habitual verle con sus gafillas asomándose al vacío de su delgado cuerpo, siempre tostado, muchas veces en exceso. En la fina línea entre la competición y la enfermedad. Muchos dudan si el maratón es una enfermedad. Esto no es asomarse a la agonía en una vuelta de 58 segundos sino ir y quedarse un rato embobado viendo el panorama de la ruptura total. Villalobos sabe algo de esto, aunque su correr siempre tienda a ser científico, programado.

Ha comenzando a probar con la ruta con la aprobación de Antonio Serrano, un tipo que subió silencioso tras los pasos de la gloriosa década del maratón español y que corrió por Europa en espeluznantes 1h01 en medio maratón y 2h09 en Berlín (1994). Jugando a probar, aquel extremeño que en 2004 colocaba las rodillas y los codos en mitad del grupo de aquellas series es ahora una entrada habitual en las imágenes de internet. Los niños de la calle pueden encontrar a su ídolo con la camiseta de España y con la bandera de su tierra entrando entre los cinco mejores de un Campeonato de Europa. Los niños de Almendralejo pueden presumir de encontrarlo en youtube desplomándose por su selección, después de una llegada al límite en un maratón del campeonato del Mundo. ‘Marathon is insanity‘, dicen (but it’s a good kind of insanity). El maratón le ha dado y le ha quitado. La balanza cruel de la fama internacional contra un desarreglo tiroidal. Repone gasolina después de dos veranos con una intensidad tremenda en los que es 5º en el maratón del Campeonato de Europa de Barcelona (2010), firma dos veces sub 2h12 en Sevilla, y 30º en el Mundial de Daegu.

Diez años después de colocar la chaqueta sobre la silla, miles de kilómetros más al sur, vuelve a colocarla en el respaldo. De nuevo ayuda a su pareja a sentarse mientras los niños que ya lo conocen por relatos y por las imágenes de youtube miran silenciosos a ese Pablo. Villalobos vive de manera inherente la niñez. La suya, sujetando las ligeras gafas sobre un hueso finísimo, la del regreso a los días de descartar los botellones en favor de los entrenamientos. La niñez que le rodea a diario por la profesión de su Amaya adorada. La niñez de su hija Ariadna, recién nacida. La niñez de disfrutar por caminos y sendas dando rienda a su zancada sin reloj.

Reitera que viene con hambre, parece increíble que tan poca carrocería puedan comer tanto contenido; al día siguiente le toca un rodaje de 24 kilómetros. Ataca a las carrilleras al horno mojando pan sin final. Y al postre, y a los entrantes. Está en pleno proceso de preparación de su maratón de primavera, Hamburgo. A las pocas semanas todo el trabajo empieza a dar los frutos ascendentes requeridos (marathon is insanity .. but it pays off, definitely!), es primer español en el durísimo medio maratón de Madrid. El margen con los kenianos vencedores ronda los dos minutos. Es un parámetro que le gusta. En unos semanas tomará parte en el maratón donde hay ya 13 inscritos con marcas sub 2h10. Hamburgo es territorio Julio Rey (vencedor en 2001, 2003, 2005 y 2006 y 4 veces en 2h07 o menos). Esa es otra guerra, piensa él mientras concilia el sueño, cuelga sus últimas impresiones en la Red, observa la cuna donde la pequeña Ariadna duerme o quizá sueñe con su padre, el de las gafas, sin saberlo. Lejos de los flashes de los vencedores, Pablo intentará cumplir con los criterios de selección y hacer un buen papel, que le lleve a sus primeros Juegos Olímpicos, los de Londres.

Y, para un chiquillo con gafas, la expresión ‘Juegos Olímpicos’ ya son palabras mayores. Todos los niños entienden qué significa eso.