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Poner un pie delante de otro nunca tuvo tanta trascendencia.

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Si Cristiano hubiese corrido en París


Fuente: EFE

A las seis de la tarde del día de la noticia, una ráfaga múltiple de medios de comunicación (este incluido) consideran que la agencia de noticias EFE cumple satisfactoriamente con la labor. El etíope Kenenisa Bekele «logró este domingo superar la mejor marca del Maratón de París», «dominó claramente la prueba e hizo los últimos kilómetros en solitario» e «hizo signos de que tenía dolor en una pierna«. How nice. Démonos con un canto en los dientes, aficionados a correr. Tenemos nuestra píldora, nuestra cuota en los medios generales.

Existen excepciones, lógicas. En algunas editoriales cuentan con material suficiente que irá al papel; mañana es Lunes, el día del crecimiento al peso de la sección de Deportes. Pero es tarde de domingo. En los años ochenta las tardes dejaban un grilleo de transistores con el carrusel de los deportes, los ceniceros llenos de cáscaras de pipas. Hoy el nuevo periodismo desaprovecha uno de los pocos pozos de tiempo para la lectura. Resumiendo, abrir las portadas digitales esta tarde, abril de dos mil catorce, es regresar a Pepe Domingo Castaño cantando gol en Anoeta y a las conexiones con la fórmula de Fernando Alonso y las flechas plateadas.

Tendremos que comprar la prensa de toda la vida. El papel lo soportará todo – con suerte.

Un español tipo, sin tiempo material para ahondar en la información que le brindan los medios, tiene dos o tres horas para sentarse cómodamente. Para leer. Dadle de leer. En la portada de su tableta no asoman más que gráficos interactivos sobre el GP de Bahrein o futbolistas abrazándose tras un golProbablemente pase el mes de abril y el maratón dejará de ser un tema de interés en nuestros diarios. O cubrirá áreas marginales de la información en caso de récord o fallecimiento. Habremos perdido un lector. No se trata de pescar un aficionado al correr sino de mantener un hábito de lectura.

Pero tras unos maratones por el mundo hay bastante más que un hobby de Abril. La palabra «marathon»arroja 319 millones de resultados en Google. Cracks entre los cracks, presente en cada portada, Cristiano Ronaldo presenta 289 millones. Treinta millones menos.

¿Qué hay detrás de correr como un tonto (me refiero a los maratonianos, no se ofendan los aficionados al soccer) para que el planeta sienta esa atracción y que, en la prensa, apenas tengamos unas ráfagas en un lateral? Si al lector de domingo le dejamos asomarse a la trastienda, a esa ‘parte de detrás’, contribuiremos a no empobrecer la noticia o la columna.

Escribía Mathew Ingram hace un par de meses sobre la wikipedificación del periodismo. Lo último es lo que se cuenta, resumido y estructurado, por encima del análisis detallado de un contexto. Hoy más que nunca, somos capaces de leer sobre la información contextual crucial para entender qué ha pasado. No tiene que ser una columna de siete mil palabras. Periodismo puede significar el tomar un cuchillo y entrometerse en el cuerpo de la noticia como en la mantequilla templada. Los lectores podéis — podemos — ver el arco completo de lo último pero también escoger la parte preferida de un hilo argumental. Incluso, con apps como Circa, recibir en nuestro dispositivo noticias relacionadas con ese hilo, periódicamente. Entender todo un poco más hasta intentar apreciarlo, amarlo.

En esta primera sesión de Abril, del mes de los corredores en medio mundo, una vez más que se pase una oportunidad: en dos fines de semana consecutivos tendremos cerca de ciento cincuenta mil personas que se lanzan a correr cuarenta y dos kilómetros en varios escenarios. París, Londres y Boston. Paremos un segundo; pongamos en contexto del individualismo occidental algo cercano a esa cifra. Un cuarto de millón de personas entresacadas de un espectro gigantesco de gente que corre, o corretea. Un cuarto de millón de personas que van a coincidir en una celebración que les ha costado meses de entrenamiento, de salir a correr por encima de su esquema semanal. Instalémonos en la magnitud, la misma que nos podría llevar a comprender cómo cientos de millones de niños dan patadas a un balón en cualquier rincón del mundo, comprender qué supone esa fiesta en ambos ámbitos, Europa y Norteamérica.

París y su prueba de esta matinal de domingo va más allá de si el plusmarquista de las pruebas en pista, esas pruebas que cuentan cada día con menos presencia en las televisiones del mundo, debuta o no sobre la distancia. Estamos quedándonos con un hecho marginal. Kenemisa Bekele, para los lectores de Abril, es otro nombre a añadir a la confusa nube. La semana que viene será otro nombre-estrella. Mo Farah, el somalí que cruzó África y Europa con diez años para iniciar una nueva vida en el Reino Unido, otro de los campeones de las pruebas oficiales, que se lanzará a por las victorias y los récords, en el maratón londinense.

Hay más. Hay más de cien mil historias como la de mi amigo Juan Carlos Antón y su feliz final maratoniano, el «más duro de todos». De Juan y su segundo Boston o de Pedro, el maratoniano que se declara albañil del asfalto y que ve cómo tiene que correr por calles siempre vacías, porque siempre lleva a todos detrás hasta que un día es descolgado de un grupo con menos piedad aún y se convierte en un último, solitario. Historias como la de un trío de amigos que intentábamos saber dónde demonios quedaba el camping del Bois de Boulogne en el maratón del noventa y siete. En el que experimenté las primeras pinceladas de las pruebas masificadas de verdad, el primero en el que supe a qué olían veinticinco mil corredores, que supe sobre la caótica mala educación de aquellos corredores parisinos que cruzaban sin mirar y daban codazos para tomar un vaso de agua.

París aprovecha este primer fin de semana de sol radiante para subirse a la oleada alegre del running global. La sociedad parisina, posmoderna, que busca reinventarse con cada alcalde-emperador, acoge a los nuevos titanes anónimos, a sus retos o su mera escapada turística, que toman durante un domingo las avenidas que inventaron el urbanismo eviscerante del siglo XIX. Es el París de la Comuna obrera o las cargas de las fuerzas del orden del tercer imperio, de la resistencia de esa miseria urbana frente a los grandes bulevares proyectados por el protoespeculador Hausmann. Los hombres y mujeres de medio mundo se dejan querer en pantalón corto por los cantos de sirena de una salida teatralizada en los Campos Elíseos. Kenenisa Bekele, para la masa participante, pasa a ser un problema menor desde el momento en que uno descubre la pasión desatada entorno a los sistemas de inscripción en línea, la saturación colorista del teatro deportivo de ese fin de semana o la envergadura de recorrer de este a oeste el catálogo de estilo, lujo, tópicos cinematográficos e históricos de la ciudad.

Con mencionar los ganadores y potenciales plusmarquistas no sabremos nada de todo ello. O de Boston, la ciudad que más ha tenido que contar al mundo entorno a su maratón, a raíz de aquel ataque terrorista de ahora hace un año,  que lanza a las notas de prensa nombres como Ryan Hall (heredero del imperio simbólico de Alberto Salazar) o Denis Kimetto, récord de la prueba de Chicago. Los noticiarios mimetizaremos todo aquello y quedará, con fortuna, guardado. Pero es probable que se cruce alguna noticia que pinte fetén en un recuadro con foto, un récord de goles o un accidente de un monoplaza.  O el fallecimiento de un corredor después de correr junto a sus cincuenta mil colegas dorsalizados. En muchas ocasiones el enemigo acecha dentro de la misma redacción de deportes.

El periodista Jacobo Rivero gusta de comentar su pasión por la columna deportiva analítica. No es difícil sacarle el ejemplo de su espejo periodístico, ese New York Times que dedicó cinco páginas a un equipo de baloncesto que no había ganado un solo partido en años. El coautor de Del Juego al Estadio (Ed Clave Intelectual) estaría de acuerdo con que algo chirría en la disfuncionalidad de la contratación de Bekele, gancho para la publicidad y bolsa segura para el propietario de sus derechos de management e imagen, Global Sports Communications, y lo que le rentará a un segundo o tercer clasificado en meta por kilómetro agonizado. El plusmarquista etíope se levantó entre 200 y 250.000 euros por debutar en la prueba de los Campos Elíseos, según el artículo de Laurent Frétigné, mientras que un quinto puesto de Jackson Limo se paga a dos mil según la tabla de premios. Limo es un extraordinario galgo que pasó el medio maratón en el grupo de cabeza en el escandaloso tiempo de 1h02.

Aguantar a más de veinte kilómetros por hora con los mejores del mundo apenas le reportará poder seguir como atleta profesional. Si Cristiano Ronaldo o Zlatan (hablamos de números pero también de nombres) juegan seis partidos al mes y corren unos diez kilómetros por partido, sus sueldos declarados podrían rendirles unos veinte mil euros el kilómetro. Dinero suficiente con el que un maratoniano africano podría solucionar el futuro agrícola y educativo de su familia completa.

¿Qué podríamos leer – u ojear, con lo que nos conformamos con frecuencia – si estos chicos de oro corriesen dos kilómetros a veinte por hora? ¿Algún periodista se ha puesto a tres minutos por kilómetro antes de evaluar esa tarea de temas que le ofrecen en la pizarra de la redacción a diario? No estamos haciendo demagogia ni amarillismo fácil.

Entender las bases de esa locura colectiva del correr no es listar modas y tendencias, precios de zapatillas y posados en los photocalls de las pruebas. Si medio mundo occidental corre, compite o corretea, ahondemos en algunos de los cimientos de quienes organizan y participan. Sobran historias.

¿A algún lector le importa? Yo creo que sí.